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La urgencia liberadora de la educación
from Revista EC 117
Pedro J. Huerta. Secretario general de Escuelas Católicas
Lorenzo Milani, de quien hemos celebrado el centenario de su nacimiento, entendió la educación como un acto radical de justicia. No como un simple acceso a contenidos, sino como una herramienta de liberación para los pobres, los últimos, los descartados del sistema. Desde la escuela de Barbiana, este sacerdote y educador italiano planteó una pregunta incómoda que sigue siendo actual: ¿la escuela está al servicio de todos o es, en el fondo, una maquinaria de privilegio?
Milani proponía una educación a pleno tiempo, más allá del horario lectivo, una escuela que traspase los límites del aula y se enraice en la vida. Un espacio donde la formación formal, no formal e informal dialoguen con la comunidad cristiana y con la realidad social. Una escuela que no deje a nadie atrás. Que no certifique fracasos, sino que busque la forma de dar a cada persona lo que necesita.
En una sociedad donde las diferencias sociales parecen agravarse, hablar de educación para todos es un acto revolucionario. Milani lo tenía claro: la pedagogía dominante es burguesa, sirve a los intereses de quienes ya tienen ventaja. Nos enseñan que el fracaso escolar es consecuencia de diferencias naturales: que unos valen y otros no, que hay mentes brillantes y otras mediocres, que algunos están hechos para mandar y otros para obedecer. De ahí que el fracaso escolar, en la mayoría de los casos, no sea una cuestión de capacidad, sino de oportunidades.
La fidelidad al Evangelio exige audacia, compromiso y una educación que no reproduzca desigualdades, sino que las combata con todas sus fuerzas
Por eso, Milani proponía tres reformas fundamentales: no hacer repetidores, dar educación a tiempo completo a quienes lo necesitan y encontrar una motivación para aquellos que parecen indiferentes. Algo tan sencillo, tan lógico, pero al mismo tiempo tan perturbador para quienes creen que la educación debe mantener el orden establecido.
Y aquí surge la pregunta clave: en nuestras instituciones educativas, ¿estamos realmente optando por una educación liberadora? Porque la evangelización o transforma o traiciona el Evangelio. Como dice Nolan, “evangelizar es liberar por la palabra”. En el contexto educativo, esto significa liberar a través de una educación integral, que no solo transmite conocimientos, sino que forma personas comprometidas con la justicia y la dignidad. Si nuestra educación cristiana no despierta conciencias, no sacude, no provoca solidaridad, no mueve a actuar… no es evangelizadora. Es solo un barniz, una etiqueta.
El papa Francisco, en Evangelii Gaudium, insistía en que la evangelización no es teoría, sino praxis. No es solo enseñar valores, sino vivirlos. Las escuelas católicas no pueden limitarse a ser centros de instrucción con algunas actividades pastorales. Deben ser comunidades vivas donde el Evangelio se respira en el día a día, donde el mensaje de Cristo tiene consecuencias reales, especialmente con los más vulnerables. No basta con definirnos como “comunidades educativas evangelizadoras” en nuestros documentos institucionales. Es necesario que lo seamos en la práctica.
El gran peligro es la mediocridad disfrazada de prudencia. El conformismo que nos hace creer que ya hacemos suficiente. Si de verdad creemos que el Evangelio es Buena Noticia para los pobres, la escuela católica no puede ser un espacio de mantenimiento, de preservación, sino de misión. No podemos limitarnos a repetir métodos y esquemas que han servido para algunos, pero han dejado atrás a muchos. La fidelidad al Evangelio exige audacia, compromiso y una educación que no reproduzca desigualdades, sino que las combata con todas sus fuerzas.