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Familia y escuela

Ana María Sánchez García. Presidenta de Escuelas Católicas

Ya he hecho referencia en alguno de mis artículos anteriores al Pacto Educativo Global al que nos invita el papa Francisco. Para mí es vital que desentrañemos lo que este Pacto significa y que busquemos maneras de hacerlo realidad. Sumarnos a él implica arriesgarnos a cambiar el modo en que nos relacionamos entre nosotros y con otros, para construir juntos esa “aldea global” que educa a las nuevas generaciones.

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Una de las relaciones que estamos llamados a transformar y reconstruir es, sin duda, la relación entre familia y escuela. Se hace necesaria una “alianza” en la que nos reconozcamos mutuamente y unamos esfuerzos en la educación integral de niños, adolescentes y jóvenes. Sin embargo, esta no es tarea fácil; a menudo nos encontramos con conflictos que socavan la confianza mutua y hacen que, más que como aliados, nos miremos como antagonistas.

Estos años de pandemia han introducido algunos cambios. Los meses de confinamiento nos permitieron vivir una experiencia nueva de complicidad entre unos y otros, superando las distancias y sacando adelante el proceso de enseñanza y aprendizaje con un gran esfuerzo por ambas partes. El uso de medios telemáticos, además de facilitar la atención a los alumnos ausentes, nos ha dado nuevas herramientas para la comunicación; muchos profesores han multiplicado con estos medios el número de entrevistas y reuniones con los padres y madres de sus alumnos. Por otro lado, las normas de seguridad que hemos tenido que cumplir nos han alejado físicamente y han puesto distancia entre las familias y los centros educativos, haciendo imposible su participación cercana en nuestras actividades. Y quizá nos hemos acostumbrado a esta distancia y hasta nos encontramos cómodos con ella.

“Necesitamos cultivar el respeto y aprecio mutuos, la escucha, el diálogo y la colaboración entre familia y escuela”

Últimamente he sido testigo directo en varias ocasiones de convocatorias en las que la respuesta de participación de las familias ha resultado muy alta, casi desbordante. “Como nunca”, me repiten los profesores. Y me pregunto: ¿No será este el momento en que está surgiendo o puede surgir algo nuevo? ¿Cómo podemos aprovechar estas ganas de encuentro que tienen y tenemos? ¿Seremos capaces de tender puentes, de ponernos realmente a caminar juntos?

No sé si otros estáis teniendo experiencias parecidas, quiero imaginar que sí. Y quiero mirar esperanzadamente el presente que se nos regala. No está exento de dificultades, pero también, si estamos abiertos, puede darnos muchas oportunidades. Ojalá sepamos aprovecharlas. Necesitamos cultivar el respeto y aprecio mutuos, la escucha, el diálogo y la colaboración entre familia y escuela, que seguramente beneficiarán a nuestros alumnos y alumnas.

En este mes de octubre, con el nuevo curso recién empezado, estamos todos llenos de proyectos y de tareas por hacer. Espero que muchos de ellos nos ayuden a estrechar lazos entre familia y escuela y nos hagan sentirnos más unidos en la misión común de educar personas comprometidas en la transformación del mundo.

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