Sola y triste debe ser la vida para quien no tiene memoria
que se remota más allá de su edad biológica, porque aunque hay
quienes no dejen de empeñarse en la tarea de decir que nuestros
pueblos no tienen historia, hoy se multiplican los testimonios de
que este aserto es una equivocación más, que data de la ignorancia
de descubridores y conquistadores, cuya obra de destrucción, sin
embargo, no pudo con la exuberancia de la naturaleza en América
y, mucho menos, con la intrepidez del aborigen americano.
Allí, en lo alto, donde están sus nacientes, yérguese la
vegetación crecida espontáneamente para protegerlo de la acción
erosiva de los vientos y para atraer el agua de las nubes, pero
hasta allí ha llegado y llega la depredación: primero, en hachas
que una a una practicaban la deforestación, lenta pero dañina al
fi n y, luego, sobre el lomo de grandes máquinas que masivamente
arrasan las zonas montañosas para benefi ciarse con la explotación
de la madera y enriquecer así a unos pocos pode