Historia de mi vida

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Los Recuerdos de mi Vida Graciela Hidalgo


Los Recuerdos de mi Vida Graciela Hidalgo

Escrito en colaboración con Alejandro Morillo Hidalgo [1932 - PRESENTE] [CORRIENTES 348 COMPANY] [En algún lugar del Volver]

Valencia - Venezuela


Agradecimiento A Dios, a la Virgen y a san José por darme las facultades para escribir sobre mi vida. A mi mamá por haberme contado lo narrado desde los años 1800 hasta mi infancia, por allá en los años 30 del siglo pasado. A mis amigas que me aportaron algunos datos valiosos. A Julio Guillen Hidalgo quien hizo un prólogo tan hermoso y lleno de elogios. A Edyg Cárdenas quien realizó la restauración de las fotos incluidas en este libro. A mis hijos por apoyarme en la idea, en especial a Alejandro por ser el que alimentó el proyecto de plasmar en un libro todo lo narrado aquí. Él, al ver que yo recordaba tantas anécdotas de mis antepasados y de mi vida, me alentó para que todas esas memorias quedarán para mi descendencia. Le agradezco, particularmente, por servir de guía y sustento en la elaboración, corrección, modificación y resultado final de este sueño. Sin él, no hubiera sido posible su culminación. Título: “Recuerdos de mi vida” Autor: Graciela Hidalgo Colaboración: Morillo Hidalgo Primera Edición - Agosto 2021 Diseño y diagramación: Lic. Jesús Ángel Castillo Ochoa jesusangelcastillo@gmail.com Hecho el Depósito de Ley Depósito Legal: CA2019000197 ISBN 978-980-18-0911-1 Impreso en la República Bolivariana de Venezuela Valencia - Estado Carabobo


Dedicatoria A mi mamá por ser el ángel que me cuida y guía desde el cielo. A mis hijos Alejandro Augusto e Isaías Manuel, para que conozcan el pasado y antepasado de mi vida. A mi tío Isaías López, que fue un padre para mí. A mi ahijados-compadres Clemente Rodríguez y Vicente Jesús Coviello Pacheco por su cercanía, apoyo en mis momentos difíciles y en mis alegrías. A mis amigas de toda la vida, muy especialmente a Isabel Hidalgo de Guzmán, Gladys Hidalgo de Guillén y Reyes Guevara de Gómez (Q.E.P.D), que son mis hermanas, con quienes compartí mi infancia y adolescencia. A Petra Rosa González (Q.E.P.D) y a la Nena Parales (Q.E.P.D) quienes fueron mis consejeras y confidentes. A Felipina Pacheco de Coviello, quien caminó un buen trayecto de la vida, junto a mí a lo largo de 49 años y supo acompañarme y adaptarse a las vicisitudes que juntos enfrentamos en la vida, definitivamente una hermana que la vida me dio. Mi comadre, dos veces, nos mantenemos juntas a pesar de no estar viviendo una al lado de la otra. A mis nietos Gabriel Alejandro Morillo Villegas e Isaías Enrique Morillo Medina, para que me lleven en el recuerdo y perpetúen esta vivencia. A mis nietos putativos (que la vida me regaló) Gennaro Carlo, Fiorella Valentina y Katherine por su cariño para conmigo, heredado de sus padres y de sus abuelos.

Prólogo Es un honor presentar esta autobiografía, a cuyo autor no solo me une el hecho de ser parientes y nacidos en el mismo pueblo, sino además una estrecha amistad, valorando aún más todo el trabajo realizado durante años de intensa búsqueda evocando aquellos recuerdos que pudieran ser plasmados y para ser disfrutados por diferentes tipos de lectores, resultando una grata excusa para crear un vínculo entre grandes y chicos. Debo admitir y compartir que esta obra me generó una gran cantidad de sentimientos, invitando a la reflexión sobre situaciones de la vida diaria. De igual manera, las memorias de Graciela Hidalgo nos llevan, a través de un lenguaje simple, ameno, directo, honesto y humilde, a explorar y descubrir a un ser humano excepcional, que se preocupa por expresar los miedos, errores, alegrías y tristezas durante su vida; incluso aquellas lecciones o situaciones dolorosas pero provechosas que le motivaron superarse y convertirse en un mejor ser humano, desde su postura de hija, esposa, amiga y, principalmente, como madre al preocuparse por sus hijos y nietos. Sus memorias son de inspiración, motivación y esperanza para aquellas personas que, a través del trabajo y la fe, quieran superarse. Cabe resaltar que este libro no fue escrito por un literato sino por una mujer que nació luchando, cuya contribución servirá para un mejor conocimiento de sus raíces y para salvar del olvido de los guacareños las familias y personajes que dejaron huella en su vida Julio Alberto Guillén Hidalgo


Introducción Escribir mi vida, fue traspasar el umbral del tiempo vivido para narrarles a mis hijos y nietos las intimidades, penas, sufrimientos, así como también las satisfacciones y alegrías sentidas en todos los años transcurridos. Largas caravanas de recuerdos, tristes unos y alegres otros, han pasado por mi mente envejecida a través del paso inexorable del tiempo. El camino entre ese ayer y este hoy, fue un puente largo y difícil de cruzar, pero lo logré. Evocando el recuerdo de mi madre, hoy regreso a los días de mi infancia cuando me acurrucaba en su regazo. Aún puedo respirar la fragancia de ese olor a MADRE que los hijos llevamos con nosotros por el resto de nuestras vidas. Graciela

Mis antepasados


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Del matrimonio de mis bisabuelos maternos Eugenio León y Trina López de León −blanca y alta según mi mamá−, nacieron Rafael −murió siendo joven−, Felipe −también murió siendo joven−, Josefa −se casó con un primo llamado Manuelito León−, Carmela −siendo soltera tuvo una hija llamada Eugenia−, Magdalena y Vicente −este último fue el primer jefe civil de Guacara, no se casó pero tuvo hijos con diferentes mujeres−. Magdalena, mi abuela materna, se casó con Germán Hidalgo el 14 y 16 de febrero de 1890. Él era músico de profesión, pero trabajaba en la estación del tren en los Guayos, era hijo del alemán don Germán Genzmer y de Carmen Hidalgo −abuelos paternos de mi mamá−. De la unión entre German y Magdalena nacieron Carmen Santiaga −mi mamá, nacida el 27-07-1891; fueron sus padrinos de bautizo Concha y Vicente Wallis, y su madrina de confirmación Mercedes Torres de Párraga−, Manuel Fabián −nacido en el año siguiente 1892− y unos gemelos que nacieron muertos (por un susto, mi mamá se había perdido). Vivían en donde hoy está el Banco del Caribe. Después de muerto Germán Hidalgo, se mudaron a vivir junto con la hermana de Magdalena, llamada Carmela. Mi abuelo German Hidalgo quien era hijo del alemán German Genzmer, como ya dije anteriormente, no poseía el apellido del padre por no estar casados y también por la repentina muerte de su padre. Sucedió a causa de que era miope −herencia que me dejo y que yo transmití a Alejandro−, y en esa época tenían colocados en el mismo estante vinos y venenos −¡Semejante barbaridad!−; al no tener puestos los lentes, sin ver, bebió de una botella que pensaba que era vino resultando que era veneno. Inmediatamente, le dijo al hijo que no tomara, porque se había envenenado. Rápidamente salieron a caballo a Valencia a buscar el antídoto; lamentablemente, cuando llegaron, ya no había nada que hacer: había fallecido. Después de un tiempo de haber muerto don German, su socio, llamado Juan Kissner, también de origen alemán, le pide matrimonio a Carmen Hidalgo y quiere darle su apellido a Germancito, pero toda la familia Hidalgo se opone y no aceptan la petición. Para casarse, como no era católico, fue un acontecimiento para la época, ya que se bautizó, confesó, comulgó y confirmó. De ese matrimonio nació un hijo llamado Enrique Kissner. Don Juan Kissner fue enterrado en una de las capillas laterales de la iglesia de Guacara. Es así como mi apellido seria o Genzmer o Kissner y no fue, sin embargo, en la tarjeta de invitación del matrimonio de Magdalena y Ger-


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man Hidalgo aparece como “Hidalgo Genzmer”. Mi tío Manuel, casi nunca estaba en Guacara, andaba recorriendo toda Venezuela desde muy joven y murió en el hato El Algodonal, en Acarigua, de fiebre amarilla; llegó allí enfermo o trabajaba en ese hato, dormía en un corredor y el dueño del lugar, cuyo nombre no recuerdo, al verlo enfermo y al saber que era hijo de Germán Hidalgo de Guacara, con quien había estudiado en el Colegio Don Bosco en Valencia, lo manda a pasar a una habitación: allí falleció; lo enterraron en el cementerio de Acarigua y enviaron a una persona expresamente a Guacara avisando de la muerte: pero, aun así, su familia no lo podía aceptar; para creerlo, sucedió algo inexplicable. Una noche que venían mi abuela y mi mamá de casa de mi bisabuela Carmen Hidalgo, y cuando pasaban por la plaza Ibarra −hoy plaza Bolívar−, al llegar frente a la Policía −donde está hoy la Alcaldía−, vieron sentado en un banco a un hombre, y mi mamá dijo: “Es Manuel”. Al acercarse ellas, se puso de pie e intentó abrazar a mi mamá, como lo hacía en vida −siempre lo hacía y a ella no le gustaba−; inmediatamente desapareció. Vivían en la casa donde estaba la Cerámica Andrea, en la calle Arévalo González cruce con Urdaneta; de la impresión que se llevaron, no entraron en la casa, siguieron para la casa de la prima Facunda López (mamá de mi tío Isaías) que vivía con otros hermanos en la calle Mariño a cuadra y media de allí; ya estaban en la casa acostadas cuando llego por el patio Manuel y llamó tres veces a la mamá por una ventanita que tenía el cuarto y le pidió perdón por tanto como la había hecho sufrir en su corta vida −ya que murió muy joven−. También pidió que rezarán por él los rosarios, ya que no lo habían hecho: además dijo que su alma estaba en pena porque debía una promesa a la Virgen del Carmen, la cual consistía en recoger dinero para una misa. Inmediatamente, la mamá lo perdonó y le prometió hacer lo que le pidió (los rosarios y la misa), entonces, lo escucharon llorar. Recogieron dinero entre la familia y las amistades más allegadas −la misa costaba Bs. 5−; al cumplir con lo prometido no volvió más, aunque la abuela Petra de Guillén, quien era amiga de infancia de mi mamá, me dijo que la gente decía que lo veían por todas partes, pero que eso era mentira.

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Placa histórica en la plaza Bolívar de Guacara (donde se deja constancia de ser mi Tío Abuelo el primer Jefe Civil de Guacara).


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Mi génesis

Tarjeta donde se informaba el Casamiento de German Hidalgo con Magdalena León López (Él se colocó en la tarjeta el apellido de su padre despues del de su madre tal vez como un homenaje póstumo).


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Se habían mudado a la casa del frente, la cual habían comprado, probablemente, entre los años 1924 y 1930 cuando mi mamá se enamoró de Augusto Guillén Piñero. Los amores eran escondidos, hablaban por la ventana: él montado en un macho pintado de negro y blanco y ella asomada en el postigo, eso lo supe en el año 2003, por una hija de una vecina de mi mama, que a lo largo del tiempo se convirtió en una gran amiga, la cual se llama Petra Rosa −de la cual hablare más adelante−; no me imagino cómo salió embarazada y cuando le dijo a Augusto que estaba en estado, él le contestó que sería motivado por su enfermedad que se le había retirado la menstruación −ya que padecía de asma continuamente− porque él no tenía hijos. Ante esa situación, mi mamá se prometió a sí misma no hablar más de eso, y cito textualmente: “Que me tragaría la lengua, que si muero sabrán que fue de parto”, pero no sabrán quien es el padre. Los nueve meses del embarazo los pasó con crisis continuas de asma, sentada en una silla y recostada en otra, por lo que no se le vio barriga y, al parecer, yo en su vientre era chiquitica. Me imagino que al sentir las contracciones le dijo a la mamá que se sentía mal, que fuera a buscar a su comadre Rosa María, que vivía en la calle Carabobo −donde hoy está el restaurant Los Colorados−. A ella sí tuvo que contarle que era parto. Inmediatamente su comadre fue a buscar a la partera (la Sra. Juana Aponte), quien no quería ir porque ya estaba viejecita y no veía muy bien, ya no parteaba; además era de noche. Le explicó la situación y le hizo saber que ella estaba empezando a partear, pero no quería asumir la responsabilidad con la comadre, porque pensó que la criatura estaba muerta de tanto calmante que tomaba mi mamá y dirían que ella tenía la culpa, para tapar el escándalo. Después de tanto rogarle la señora fue, Rosa María la convenció diciéndole que solo necesitaba su presencia, porque ella haría el trabajo. No había los instrumentos necesarios para el parto, pero la comadre Rosa María se acordó de que su comadre Juanita Amaro había tenido un niño y nació muerto; fue a pedirle que les facilitara lo que tenía, ya que no lo habían usado y que por la mañana se lo pagaría; además, como no tenía ropa que ponerme al nacer le pidió una camisita, escarpines, fajitas y gorro, para vestirme. Siendo las 4 de la madrugada del sábado 16 de abril de 1932, nacía yo, producto de un embarazo escondido. Nadie lo sabía, ni aun mi abuela Magdalena, mucho menos Augusto porque él no le preguntó nada a mi mamá de lo que ella


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le había dicho de su embarazo, ni ella tampoco después volvió a tocar el tema con él. Resultó ser que el niño de quien me dieron las ropitas, era mi primo, hijo de Felipe Guillén, hermano de Augusto; eso se supo cuando a los tres días mi mamá le dijo a su comadre Rosa María quien era mi padre (Augusto Guillén). Ante ese inesperado acontecimiento, mi abuela Magdalena dijo que no quería saber nada de mi mamá, se puso tan brava que la dejó sola con su problema, se fue para Maracay a la casa de los Párraga y duró quince días por allá; su comadre Rosa María no la dejó sola, siempre estuvo a su lado en esos momentos tan difíciles, sin tener el apoyo del papá de la niña ni los consejos ni la compañía de la madre, tan útiles en esos momentos de soledad y de miseria, sin saber qué hacer con una criatura recién nacida, sola y enferma con su asma y sin dinero. También Victoria Guillén de Lino le daba comida hecha y dinero, porque decía que esa niña tenía que ser de su hermano Augusto, porque ella los veía siempre hablando por la ventana −y no se equivocó−. En los años 50 nos enteramos de que Augusto le daba dinero a su hermana Victoria para que le diera a Santiaga, pero ella no dijo nuca de dónde provenía su ayuda. Las Guevara y los Arcila que eran vecinos, ayudaron mucho a mi mamá. Silvina y Emilia López, que tejían, me hicieron gorros y escarpines. Andrea y Socorrito Lino, hijas de mi tía Victoria, me hicieron camisitas. Mercedes Elías Urena, gran amiga de mi mamá, y los demás familiares se portaron bien con ella en su soledad. Pascuala de López, que tenía un niño nacido a finales del año 1931, me dio de mamar porque mi mamá no tenía casi leche y no me alimentaba, me tenían que dar leche con sagú1 . Las Párraga, al enterarse, se pusieron bravas ya que la vieja Párraga era la madrina de mi mamá; pero, aun así, vinieron a conocerme, pensando que era negrita como el general Domingo Guillén. Se equivocaron, porque nací del color de la abuela Dolores Piñero de Guillén –blanquita…−, que era sobrina o nieta del Marqués del Toro. Cuando llegaron, regañaron a mi mamá y le dijeron que si no estaba bautizada que lo hiciera rápido, porque me vieron mal, quizá producto de los calmantes tomados por mi mamá, durante el embarazo, para el asma. Les preocupaba que me podía morir ________________________________________________________________________ 1 Cereal con el cual se preparaban los teteros

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sin bautismo. Mercedes Teresa preguntó si yo tenía madrina, porque ella quería serlo; mi mamá le contestó que pensaba que fuera su comadre Rosa María, ella le contestó que le daba lo mismo que fuese su comadre Mercedes Teresa y que ella me confirmaría. Mi mamá le preguntó a Mercedes Teresa sí su mamá no se pondría brava y respondió que no, “porque la niña es tuya”, le dijo. Entonces acordaron que fuese así: Mercedes Teresa, Bautizo y Rosa María, Confirmación. Habían otras personas también que deseban confirmarme, entre ellas una hija de mi madrina Rosa María, pero mi mamá dijo que la única opción de que fuese otra la madrina era si se moría su comadre. Entre el 16 de abril y el 20 de agosto de 1932 me enfermé y decidieron ponerme el agua mientras venía Mercedes Teresa a bautizarme. En ese momento pasaba por la calle don Martín Matos, amigo de la casa, y lo llaman para que fuese el padrino con Mercedes Elías Urena, pero una sobrina de ella llamada María Josefa Urena se puso a llorar porque quería ser la madrina de agua, y así terminó siendo con una gran diferencia de edades entre una niña de 12 años haciendo pareja con un señor mayor como era don Martín. Después me mejoré, y fue el 20 de agosto cuando me bautizaron, siendo los padrinos Valentín León López y Mercedes Teresa Párraga Torres. Jesús Párraga vino para el bautizo creyendo que era el padrino, pero como ya tenía; él dijo que sería “mi papá” y así me acostumbraron a decirle hasta su muerte. En la Electricidad de Maracay me conocían como la hija de Párraga.


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Mi padre Augusto Guillén

Graciela María Hidalgo (1932)


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En el tiempo transcurrido desde el 16 de abril de 1932 y el 2 de mayo de 1933, Augusto trato de conocerme; quería hacerlo pero aspiraba que me llevaran a casa de Rosa María, quien dijo que no que “así como había buscado a su comadre Santiaga” que fuera a verme; entonces él contestó que Magdalena ya había dejado tranquila a Santiaga y que volvería a pelear, si él la visitaba. También quiso que me llevaran a casa de las Urena, pero Mercedes Elías, igualmente, dijo que no, porque Magdalena no las dejaría verme más. Ambas le dijeron que aprovechara cuando Magdalena fuera para Maracay para conocerme; también les contesto que “no faltaría un chismoso que se lo dijera; para eso había tiempo”, y no hubo porque murió el 5 de mayo de 1933, después de tres días de agonía. No se equivocó cuando se refirió a los chismosos, porque una vecina y comadre de mi mamá llamada Ramona, iba hasta la esquina de la calle Urdaneta cruce con Marqués del Toro a esperar a Augusto para contarle lo que mi abuela decía, ya que dejó de pasar por enfrente de la casa para evitar problemas y esperar que las aguas se aplacaran. Se dio cuenta que la señora lo que buscaba era un lleva y trae y la paró en seco diciéndole “que no tenía nada que decir de esa familia y que Magdalena estaba en todos sus derechos y tenía toda la razón”. No me sacaban al patio para que no me viera porque entraba en el caballo por el solarón que estaba al lado de mi casa, Me empezaron a sacar después de que se murió. Como antes dije, el 2 de mayo de 1933, había desayunado con carne muy grasosa asada y prendió una basura en los terrenos de la sucesión Guillén (antigua Shell) y el fuego se pasó para los terrenos de La Brangelera (hoy barrio La Libertad); solo no podía apagar el fuego, ya que no existían bomberos, ni acueducto. Con la angustia y el calor, porque la candela se propagó demasiado rápido, le dio algo que para la época llamaban “embolia”, duró tres días en estado de coma, y murió el 5 de mayo de 1933. Por lo tanto, no lo conocí, solo tenía un año y 19 días; y él tampoco me conoció, no le dio tiempo. Del carácter y la manera de ser, solo sé lo poco que mi mamá me contaba y que era cuanto ella sabía. Era delicado, se molestaba por cualquier cosa. Una vez que ella estaba asomada en la ventana y se retiró sin haberlo visto, se puso bravo y duro días sin hablarle. No tuvieron oportunidad de conocerse a fondo por no haber convivido juntos.


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En una oportunidad le llevó a su sobrina, Andrea Dolores, un liquiliqui para que le pegara un botón. Como ella tenía las manos sucias, le dijo que lo pusiera en una silla, al rato volvió a buscarlo y como lo encontró en el mismo sitio aún sin ponerle el botón se puso muy molesto y se lo llevó. Su trabajo era criar ganado y amansar caballos, teniendo como ayudantes a Matico (hijo de don Martín Matos, mi padrino de agua) y Pedro Gómez (hermano del Profesor Luis Gómez), a quienes enseñó a trabajar. En una oportunidad estos le botaron un “cabo de soga” y él, en su enojo, repetía a cada rato: “Matico y Pedro Gómez me botaron mi cabo de soga, pero me lo tienen que pagar”. Yo no sé si se lo pagaron. El caballo en el que andaba a diario era un macho pintado, blanco y negro. Lo tenía tan amaestrado que se paraba para que le diera papelón en la esquina de “Gueso Pescao” donde hoy está el Banco Provincial de la calle Carabobo y también en la entrada hacia Mocundo, en un negocio llamado La Cuevita, donde hoy está el Supermercado Luxor. Era el mejor coleador de la época, iba a todos los toros coleados de las fiestas patronales de los pueblos vecinos; en la última que coleó fue en las fiestas de La Candelaria en San Diego (Edo. Carabobo) y se estrenó un saco de cobija.

Mi padre

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Mi infancia y los enfados por mi nacimiento

Augusto Guillén Piñero.


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Mi abuela Magdalena, viviendo en la misma casa, me conoció a los cuatro meses, a finales de agosto. Cuando me dio tosferina, y estuve a punto de ahogarme con la tos, mi mamá tenía una crisis de asma en ese momento, entonces, mi abuela se vio obligada a cargarme; desde ese instante, me convertí en la niña de sus ojos, como lo decía siempre. Mi tío Isaías, también se puso bravo y me conoció cuando tenía 5 años; eso lo supe por María Garay que le pregunto cómo era yo cuando pequeña y le dijo que no sabía, porque no me había visto, pues estaba enfadado con Santiaga; cuando se contentó y fui creciendo se convirtió en el padre que no conocí. Otra de las personas que se molestaron fue su compadre, Andrés Utrera. La rabia fue tan grande que no quiso que Felicia fuera a conocerme, ni que me mandaran unas ropitas de Andrés Elías que había nacido en diciembre de 1931, pero que, como era muy grande, no le quedaban buenas las camisas, ni los escarpines; sin embargo, los enviaron a escondidas, así como comida y dinero. Eso nos lo traía Periquín, que era mandadero en el Concejo Municipal, y en la Jefatura Civil, Utrera era administrador de rentas del Concejo Municipal. Era costumbre para la época que los empleados utilizaran a Periquín en sus casas. Una vez venía por una calle un señor alto que usaba sombrero y mi abuela, que iba conmigo, se metió para una casa para que ese señor no me viera. Él cual resulto ser Utrera, mi abuela lo hizo porque sabía que todavía estaba bravo y él, todavía, no me conocía. No sé en qué año se mudaron los Utrera para Guatire y luego para Los Teques, y no vinieron más a Guacara hasta el año 1946 cuando vino Felicia con tres de las muchachas y Andrés Elías. Como al mes vino el Sr. Utrera con Hilda, y yo iba por la esquina de la plaza para la casa, ellos a pie y un carro escoltándolos con el chofer que los trajo; me fijé porque me veían mucho y hablaban; se lo dije a mi mamá y me mandó a la esquina de Julio Silva a ver sí estaba el mismo carro en la casa de las Miranda, y en efecto fue cierto. Después vinieron para mi casa y quien los recibió fui yo. Mi mamá no encontraba cómo verle la cara a su compadre Utrera, después de tantos años. Al verme dijo: “mira la muchachita, era la de Santiaga”. Cuando cumplí un año mi abuela Magdalena me regaló una “silletica” −como siempre la he llamado− que todavía conservo. A los dos años Bertha Párraga, hermana de mi madrina Mercedes Teresa,


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me regalo un muñeco que me prestaban cuando me llevaban para Maracay, pero mi mamá les decía que no me dejaran cargarlo porque lo podía tumbar, ya que era más grande que yo y se le podían romper los ojos que eran de vidrio. Bertha dijo que no me lo había regalado antes porque tenía que decírselo al novio, que se lo había sacado en un Bazar por 20 bolívares; pero él ya había decidido regalármelo a mí. Lo llamé “el niño José”; cuando lo bauticé, le puse Humberto José, y los padrinos fueron Mina (hermana de Gladys Hidalgo) y su novio Tomás Brito, quien trabajaba en una imprenta e hizo las tarjetas del bautizo. José todavía existe, pero con ciertos detalles por tener las gomas internas vencidas, aunque en líneas generales intacto.

Recuerdos de la infancia… y las amistades que aún conservo


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Un día de Reyes, Félix Ramírez, que tenía una bodega cerca de la casa, me regaló una muñeca que lloraba y le puse por nombre Violeta. En casa de las Párraga los Reyes me trajeron una rubia y la llamé Yolanda y en casa de mi tío Isaías me trajeron un bebé de yeso a quien le puse Ángel Alberto; todos fueron bautizados el mismo día que José; de los padrinos recuerdo al compadre Erasmo, a quien seguí llamando así para toda la vida, inclusive hasta antes de fallecer le decía siempre “Compadre”. Las madrinas fueron Gladys e Isabelita Hidalgo y Reyes Guevara. También tenía 2 de celuloide llamados Carlos José y José de Jesús de apellido Sarquis, mellizos y casados con Norma y Matilde que eran de Gladys y Ana Belén Hidalgo. De los años 1924 al 1929 vivían al frente de mi casa, en la calle Urdaneta cruce con Arévalo González, Felicia López (la mamá de los Utrera) mudándose para el frente de la plaza Ibarra, donde hoy está el edificio “Omarguzca”. Del año 1930 al 1936 vivieron allí la negra Josefa, la negra Socorro González y la Sra. Canuta Moreno. A finales del 1936 o principio del 1937, compra esa casa don Julio Hidalgo que se mudó con su familia, quedando así ampliamente demostrado que existe una familiaridad muy antigua entre ellas (las Hidalgo) y yo, desde niñas. Don José Mónico Hidalgo, quien era tío del papá de las Hidalgo, tenía un conuco en la orilla de la laguna entrando por Mocundo; por las tardes cuando regresaba en su carro de mula, nos montábamos en el para ir a su casa, donde tenía una bodega don Julio, en la esquina de la calle Plaza con Mariño, al lado de donde, posteriormente, estuvo el restaurant “el Toro que más”. Después la bodega la mudó para la Urdaneta con Plaza, donde estuvo también, tiempo después, la imprenta de los Arias-Fábregas. A veces nos íbamos para nuestras casas, otras nos quedábamos jugando en el patio donde vivían las Laya. La mamá de Teresa y la Nena Laya, quienes hacían muñecas de trapo para vender: las de tamaño pequeño costaban 0,25 céntimos y las grandes a 1 bolívar. Cuando cerraba don Julio la bodega, nos íbamos todas con él y su esposa Belén (La mamá de Las Hidalgo). Siempre íbamos a bañarnos al río Guacara, por el paso de La Veguita. Antes del puente de la línea. Nos llevaban las hermanas de don José Mónico Hidalgo que vivían en la calle Soublette cruce con la calle del Ganado (hoy Negro Primero). Nos llevaban porque aprovechaban de lavar y buscar agua en el río, ya que en Guacara no existió acueducto sino a partir de


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1940, cuando lo instalaron. Se llamaba calle “del Ganado” porque las reses que llevaban al matadero que estaba donde está el centro comercial “Guacara” pasaban por allí. Nosotras (las Hidalgo y yo) siempre que estuviésemos en la casa de las hermanas de don José Mónico Hidalgo salíamos maravilladas a ver pasar el ganado rumbo al matadero. En carnaval, en las fiestas patronales de San Agustín y los domingos, había retreta en la plaza Ibarra (hoy plaza Bolívar), íbamos con Belén o con mi mamá, a veces con las dos; pero más con mi mamá, porque Gladys no iba, ya que no le gustaba salir y la mamá tenía que quedarse con ella. Cuando había matrimonios, en esa época, se acostumbraba a que las niñas llevaran la cola del traje de la novia hasta la iglesia, dos veces fuimos seleccionadas Gladys y yo con los vestidos de la Primera Comunión. Uno de los matrimonios fue el de una vecina llamada Hercilia y el segundo fue de una tía de Gladys llamada Isabel. En otro fui yo sola, con un vestido azul hecho para la ocasión, fue la boda de una muchacha llamada Ernesta Castillo que vivía en frente de Carmita Sandoval. Por lo antes narrado se ve la gran unión existente entre las Hidalgo y yo, unión que se afianzo al correr de los años, entre otras cosas, porque Gladys se casó con mi primo Cruz Alejandro Guillén y sus hijos y nietos, pasaron a ser familia consanguínea. Con Isabelita me une que, en diciembre del 1967, bauticé a Elício; y, posteriormente, su hijo Asdrúbal y mi hijo Alejandrito empiezan a estudiar en el tecnológico de la Manguita haciendo que nuestra amistad se vinculara en una nueva generación. Los Fernández Hidalgo y Los Rondón Hidalgo dicen que yo soy su tía. Recuerdo que Delfina, siempre por ser la mayor, estuvo pendiente de nosotras, las más pequeñas. De Ana Belén evoco con cariño las peleas por las muñecas por ser ella la menor de todas −se llevaba las muñecas y entonces se divorciaban de los muñecos míos que eran sus esposos−. A los cinco años sabía rezar y, también, todas las letras pero simulaba leer unos cuentos que sabía de memoria, me los regalo Alfredo Guillen y recuerdo que uno era de Tom y Jerry. A esa edad comencé a asistir a una

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escuela nocturna para mujeres, como oyente, entusiasmada por ir con mi “silletica”: me llevaba y me traía la negra Segunda, criada de las Príncipe −así era el apellido−, la maestra era Consuelo Príncipe y la mamá doña Carmen Príncipe la ayudaba, porque había algunas jovencitas y dos niñas, Laura Muñoz y yo, a quienes nos sentaban al lado de doña Carmen. Esa escuela estaba ubicada en la calle Soublette, al lado de donde hoy está la emergencia de la clínica Cequigua. Del paso por esa escuela tengo grabado en mi memoria cuando monseñor Gregorio Adán, obispo de Valencia para ese entonces, vino de visita y como sabía rezar me pusieron a decirle los diez mandamientos. Cuando debía decir: “A tu prójimo como a ti mismo” le dije: “a su prójimo, como a usted mismo”; eso lo hice espontáneamente, sin que nadie me lo sugiriera, y quizá pensé, en ese momento, que era una falta de respeto decirle “tú” a su alta jerarquía de obispo, quien quedó admirado por el cambio hecho. Seguro preguntó mi edad, también le dijeron que no sabía leer; me felicitó, así como a doña Carmen y a mi mamá. Para esa época los obispos visitaban las escuelas. Esa escuela la eliminaron y crearon una diurna mixta en una casona al frente de la hoy escuela Vicente Wallis, llamada escuela estadal La Guajira. A Consuelo le asignaron el primer grado, como yo ya sabía leer me pasaron a segundo grado, no estudié primer grado. Mi maestra era la señorita Belén Pérez; el tercer grado lo daba misia Enma de Cobo, no termine allí el tercer grado porque eliminaron la escuela, pasamos a la José Cecilio Ávila, donde culminé toda la primaria. Cuando tenía como cinco años, en casa de las Párraga me cortaron las puntas del cabello y me sacaron la pollina, cuando llegué a Guacara, a mi abuela no le gustó. Conseguí un espejo y una tijera, puse en una ventanita el espejo, me monté en una cama y me quité la pollina; después, como me había trasquilado, no encontraban cómo peinarme porque era carnaval y me iba a disfrazar de bailarina húngara con un disfraz que me habían dado las Párraga. También recuerdo cuando Gladys Hidalgo y yo nos disfrazamos de un matrimonio de negritos y nos pintamos la cara con carbón y manteca; anduvimos por todos lados y no nos conocían, solamente supieron que era yo en casa de la Sra. Canuta, por la forma en que toqué la puerta y allí ya estaban acostumbrados a como yo la tocaba. Creo que sería el año 1937 o 1938 cuando tendría apenas cinco o seis


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años; la Sra. Canuta Moreno, amiga de la casa y vecina, me llevó a ver una película en estreno al cine Ibarra que estaba en la esquina de Los Siete Chorros al frente de la plaza, era el único que había, se encontraba donde hoy está el bar de Roy (Q.E.P.D). Creo que era una película del gran Carlos Gardel. Estando ya en la función, cuando la figura se agrandaba y avanzaba hacia adelante, me dio miedo y me puse a llorar, me tuvo que llevar para la casa que estaba a dos cuadras; hoy al ver las fotos y películas de Carlos Gardel, pienso que era su cara en la película El día que me quieras y me lleva automáticamente a ese momento en el cine. Esa película aún no la habían estrenado cuando el murió en el año 1935 y tardaban en llegar a Venezuela, más a Guacara por ser un pueblito lejos de la capital; por cierto, esa es mi canción preferida, de allí nació mi pasión por el tango, y por eso soy Gardeliana 100%. Mi infancia fue feliz dentro de las limitaciones propias de la pobreza en que vivíamos las tres. Mi abuela hacia tortas melosas, quesillos de piña y ponche crema por encargo; conservas de coco, de ajonjolí, de pepa de auyama y otros dulces para venderlos en las bodegas y vivir medianamente. Mi mamá la ayudaba cuando no tenía asma; también hacía “sanes”2 de dinero, en 11 semanas. Mi tío Isaías, mi madrina Rosa María y los Párraga nos ayudaban. De esa infancia recuerdo a la Srta. Consuelo llevarnos con Laura Muñoz y las Hidalgo junto a mí, a la escuela La Guajira, y es de grata recordación que allí estaban Agustina Padrón, Elsa Escobar, Elba Hernández y Victoria Rojas –disculpen, las demás no las recuerdo…−, también tengo remembranzas hermosas de Carmen Sánchez (la mama de Julio “Chepo” González) y otras amigas del sector “Centro” donde vivía, tales como Cleotilde y Mery Moreno (Sobrinas-Nietas de la Sra. Canuta), Beatriz y Celina Tariba (hijas de mi Prima Andrea Dolores Lino de Tariba). Evoco los “Compadres de Papelito”3 que los sacaban el 25 de diciembre, el 1ro de enero o el día de Reyes −no recuerdo bien− y había que hacer lo que hoy se conoce como intercambio de regalos. ___________________________________________________________ El San es un sistema de ahorros comunitario que se fundamenta en las aportaciones por cuotas de quienes conforma dicha comunidad. Estos aportes son de manera voluntaria, pero sobre la base de un compromiso que cada miembro debe cumplir en un período determinado 3 Los “Compadres de Papelito” eran como se hace ahora con un intercambio de regalos o “el amigo secreto” donde se escriben los nombres y se doblan y luego se sacan al azar, y la razón de ser del juego era luego llamarse Compadres. 2

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De las tremenduras recuerdo cuando Reyes Guevara −la hermana que me regalo la vida− y yo nos “caímos a golpes” y las demás muchachas nos rodeaban como dos gallitos de pelea. La amistad con los Guevara empezó antes de nosotras, ya que mi mamá estudió con una tía de Reyes llamada Julia Guevara. Otra vez ocurrió que, en el solaron que había al lado de mi casa −donde hoy está el Banco Bicentenario−, jugaban pelota los muchachos del vecindario y mi mamá salió de emergencia para Maracay, yo estaba en la escuela −eran dos turnos− y me dejó la llave en la casa de Las Hidalgo para que buscara una gorra y fuera al catecismo. Invente no ir y quedarme viendo el juego de los muchachos desde el solar de mi casa, a ellos se le cayó una pelota para mi casa y yo no quería devolverla. Frank Gómez me ofreció un bolívar y enseguida se la di; cuando llegó mi mamá le conté lo sucedido y le di el dinero para que comprara centavo y medio de queso, un centavo de mantequilla, un centavo y medio de café, un centavo de papelón y 3 lochas de leche de vaca que la vendían casa de las Guevara y si sobraba que comprara otra cosa. Ella se puso muy brava por lo que hice, de aceptar dinero, me llevó a devolver el bolívar casa de los Gómez; se quedó en la calle y me mandó a entrar, cuando salió la Sra. Gómez entro ella a explicar lo que paso. Al llegar a la casa me dio “un cuerazo” con un rejo4 de tres hilos lo que me dejaron tres morados en la pierna, duré tres días sin ir a la escuela. Una vez fui con mi mama para Maracay a la casa de una de las cuñadas de mi madrina Mercedes Teresa, íbamos a almorzar sopa, arroz, bistec, ensalada y manduca. Yo agarré la manduca −dulce− y lo demás no me lo iba a comer, entonces mi madrina le dio un correazo a la mesa para que comiera todo, después de eso fue que pude comer la manduca. Del mismo modo una vez me dieron de comida en casa de las Párraga unas torticas de espinaca, y yo dije que no me gustaban, a lo que me contestaron que cuándo las había comido. Le dijeron a mi mama que me mandara para allá, para enseñarme a comer. A la familia de Esperanza González la conocí desde que tuve uso de razón, porque la mamá de ella ya vivía, en los años 1929-1930-1931 o 1932, no sé exactamente, al frente de mi mamá, que fue la madrina de bautismo de Petra Rosa, aunque no quería porque estaba vieja y enferma y no conocería su madrina, pero no fue así, la vio casada; desde allí hubo más acercamiento entre ambas familias, siempre estábamos en contacto, tanto en los momentos tristes como en los de alegría. Ese acercamiento se afian___________________________________________________________ 4

Látigo hecho artesanalmente con cuero de ganado


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zó más cuando Araque y Esperanza (la hermana de Petra Rosa) fueron los padrinos de confirmación de Alejandrito. Los domingos en las tardes, después de muchos años y habernos casados todas y con hijos, nos reuníamos Gladys Hidalgo y yo en la casa de Petra Rosa y recuerdo que Alejandra Guzmán Hidalgo (sobrina de Gladys) nos decía que era la “hora del té”. Hay una amistad muy importante en mi vida y es con la Nena Parales, la cual se remonta también a mi infancia, por ser su papá y sus tías amigos de mi mamá; después una de las Parales (Ofelia) se casó con un hijo de mi madrina Rosa María (Jesús María). Por todo lo dicho anteriormente sobre mis amigas de la infancia y adolescencia, se desprende el aprecio y la familiaridad con todas y cada una de ellas, que trascendió a lo largo de toda mi vida. Mi madrina Mercedes Teresa me compraba la ropa interior por docenas en los Telares Maracay donde era cajera, así como los zapatos. También me daban allá, en casa de las Párraga, los zapatos y la ropa que eran de las sobrinas que, por cierto, no me quedaba y había que arreglarla, lo cual hacía una tía Eugenia (prima de mi mamá) que me acostumbró a decirle así y vivía con ellas. Como era costurera, me hacía vestidos con retazos y la ropa usada la arreglaba a mi medida; me puse ropa hasta de las nietas del general Gómez. La tía Eugenia era la costurera de la familia Gómez y a ella le daban la ropa que no les quedaba a las nietas del Benemérito. Igualmente, para el carnaval me hacían disfraces o me arreglaban los usados. Lo que no me quedaba y no se podía arreglar, mi mamá se lo traía para regalarlo a personas que, como nosotros, tenían necesidad y no les daba pena usarlos. Había ciertas personas que hablaban y criticaban en el pueblo que, siendo tan pobres, me vestían muy bien, sin saber en realidad la verdad. Lo mismo sucedía con los regalos de los Reyes Magos, que era la tradición en esa época, no era el niño Jesús, ni San Nicolás −todavía no se había implementado la costumbre− y a mí me traían juguetes muy buenos, que eran caros para la época. En la escuela decían las muchachas que eran los padres quienes ponían los regalos, porque ellos los habían visto y yo peleaba alegando que mi mamá era muy pobre y no podía comprarme juguetes tan caros; después supe que era mi tío Isaías que los llevaba en la noche o daba la plata para que los compraran; eso lo supe ya grande. En cuanto a los libros que pedían en la escuela, algunos los tenían las sobrinas de mi madrina Mercedes Teresa, ya que estaban más adelantadas que yo; o me los compraban entre todos los Párraga, junto con los cuader-

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nos y los lápices. También mi tío Isaías me compraba zapatos y nos ayudaba con dinero y comida ya que él tenía una bodega. El 17 de junio de 1940 murió mi abuela Magdalena de Hidalgo. Con ella, desde pequeña, iba a la misa de la Virgen del Carmen en San Joaquín todos los años el 16 de Julio, de allí en adelante nuestra situación económica empeora cada día, ya que la entrada económica que había con la venta de tortas y dulces que ella hacía, ya no era posible porque mi mama, sola conmigo −de ocho años− y enferma no podía casi ni trabajar: solo hacía las tortas melosas, los quesillos y el ponche crema cuando se lo encargaban, y si el asma la dejaba. Como antes dije, hasta los ocho años fui la niña de los ojos de mi abuela Magdalena, quien decía que era mi papá y mi mamá, por eso, mientras estábamos en pleno rosario de mi abuela, mi mamá me regañó −no me acuerdo porque− y le dije “que mi mamá se había muerto”, −me imagino que, en vida, ella desautorizaba a Santiaga y por eso pienso que actué así− y en esa oportunidad no me dijo nada, quizás por el momento que estábamos pasando, pero cuando se lo volví a decir, me dio por la boca, para que no le dijera eso, y me dijo que mi mamá era ella, y la que se había muerto era mi abuela. En julio o agosto de ese mismo año (1940), fui por primera vez a la playa con mi mamá, después de muerta la abuela. El viaje lo hicimos en tren, pasamos 15 días en el pueblo de El Palito, en la casa de un primo de mi mamá, a quien yo le decía el tío Epifanio, también tenía un negocio; yo les tenía miedo a las olas y no me quería bañar, pero el tío me metió a juro al mar. El día jueves 22 de mayo de 1941, hice la primera comunión. En el retiro de preparación, me pusieron de compañera a una niñita −que no recuerdo su nombre− pero, el día de la ceremonia, llegamos tarde Reyes Guevara y yo, entonces me cambiaron la compañera para el momento de ir a recibir la eucaristía e hicimos pareja Reyes y yo; gracias a eso quedamos juntas las dos. Hizo conmigo también ese santo sacramento Agustina Padrón. Mi madrina María Josefa Urena y Vicente Enrique Guevara (Q.E.P.D.) organizaron una velada a beneficio de la iglesia, que se realizaría en el salón parroquial. Los ensayos eran en la casa de María Josefa en la calle Ricaurte, yo iba a recitar y me dirigía Oscar Guaramato (Q.E.P.D.); no pudo ser en el salón parroquial porque al padre Salvatierra, quien era el párroco de Guacara para la época, no le gustaron los trajes que usarían Reyes Gue-


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vara y Fortuna Agreda, negando el local y solo faltaban dos o tres días para el acto. Consiguieron un patio diagonal con la iglesia: la entrada costaría un bolívar por persona, después resolvieron no cobrar, y en la mitad del acto pidieron colaboración para unos damnificados de Apure o Ciudad Bolívar −no recuerdo bien−. Se recolectó bastante, a la iglesia de Guacara no le dieron nada porque se pusieron bravos con el cura. Me tocó abrir el acto recitando el poema “Angelitos Negros” de Andrés Eloy Blanco. Con un vestido rojo, anuncié todos los números a presentarse, ya que demostraba no tener miedo escénico; actuaron en ese acto Reyes Guevara, Mercedes y Fortuna Agreda, las morochas Fábregas, Gladys Hidalgo, Manuel González y otros de los que no recuerdo sus nombres; cerrando el acto con un vals bailado por la mayoría de los asistentes, todos éramos niños entre 9 y 14 años. Posterior a esta velada organizaron otras más con adultos y niños a beneficio de la iglesia y en el salón parroquial; en una de ellas recité el poema “Se murió mi Niña Blanca”, acompañada por el joven, para esa época, Alfredo Guillén con el violín que iba por un lado y yo por otro. No tenía ni tengo oído musical, por eso mi especialidad era recitar, también este acto fue dirigido por el escritor y poeta Oscar Guaramato. Cursando cuarto grado en la escuela José Cecilio Ávila, ubicada donde hoy está Macuto en la calle Bolívar, hacían veladas y en una de ellas recité el poema “Mi Bandera” envuelta en una bandera tricolor perteneciente a la escuela Diego Ibarra que estaba al lado. Era tan grande que hasta casi me tumbaba. Para ese entonces, no había pupitres y cada quien llevaba su silla, mi tío Isaías me regalo una portátil, la cual usé hasta 6to grado. Años después, durante el velorio de mi tío, una hermana se la quería apropiar y yo astutamente, sin que se dieran cuenta, como pude la saque durante los rosarios y hasta la fecha todavía la conservo, junto a una mesa que usaba para poner el radio, ya que él era una de las pocas personas que poseía ese artefacto moderno para la época −la mesa se la pedí a Gustavo Garay, después de la muerte de su Tía María−, para conservarla como otro recuerdo de mi tío. De todo lo narrado existieron algunos programas escritos, pero sin fechas, serían los años del 1941 al 1946 −estaban en poder de Vicente Enrique Guevara−. En esa época organizaban excursiones o paseos, los domingos, a Vigirima o al Ereigue en camión. Si no, subían a los cerros El Placer o al de Las 3 Cruces −nunca subí me daba miedo por lo alto−. A veces íbamos a la estación a ver llegar el tren o a un campo improvisado llamado El Rebote

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a ver juegos de béisbol. En ese tiempo fui a Caracas a pagar una promesa que hizo mi mama a San José del Ávila, por haberme sanado de una enfermedad, ya que estuve hospitalizada una semana en el antiguo Hospital Civil −donde hoy está el Palacio de Justicia− por un dolor de oído, siendo atendida por el doctor Alfredo Celis Pérez, cuando apenas estaba llegando la penicilina a Venezuela. Fui con la Sra. Canuta; llegamos a casa de Luis Flores en Montepiedad, hermano, por parte de padre, de los doctores Torres Agudo, allí conocí al Dr. Luis Enrique Torres quien era estudiante de medicina. En la semana Santa de ese mismo año fui a Los Teques a la casa de las Utrera. En un viaje que hice, también a Caracas, con mi madrina Rosa María, llegamos a la casa de su hija Nelly y me llevaron a un juego de pelota que creo que era en el estadio de Cervecería Caracas, siendo este mi primer juego de pelota profesional al que asistía.


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Primera Comunión (1941).

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Las Hidalgo (de izquierda a derecha Gladys, Isabelita, Delfina, sentada Mina, Ana Belén y yo).

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La

adolescencia, el compromiso con el trabajo y mi primer amor –frustrado−

Carmen Sánchez, Reyes Guevara y yo (de derecha a izquierda).


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A finales del 1946 o principios del 1947, trabaje en un comercio denominado “Detal Control” que era del gobierno de turno, ganando 100 bolívares mensuales. Vendían comida a menor precio que en las bodegas, que era lo que existía hasta entonces para la época. Los bodegueros compraban allí. Estaba situado en la esquina de la calle Urdaneta cruce con Marqués del Toro, pero no duró mucho. Eso indica que en abril del 1947, cuando cumplí quince años, ya trabajaba. En ese tiempo conocí a Carmen Victoria Robles la cual vivía en la parte de atrás del negocio donde yo trabajaba. Se entabla una amistad que se afianzó posteriormente al yo trabajar en la oficina de Guacara de Electricidad de Maracay (hoy Corpoelec) y ella en una farmacia, al frente, que compro su cuñado. Esta amistad perduró hasta su muerte. De esa época hay un recuerdo de un “Encamisonado” que salía de noche, entre las calles Arévalo González y Urdaneta, debido a este “fantasma” no nos dejaban salir después de las 9:00 pm. Resulto ser un hombre que se cubría así para poder entrar a la casa de una mujer, con la que tenía amores. Hubo un tiempo en que se puso de moda ponerles nombres de películas a las muchachas, mujeres y niñas. De lo poco que recuerdo, las Hidalgo eran “Las 4 Milpas” y yo era “La pulpera de Santa Lucia”. Tuve una gallina que cuando pequeña creíamos que era pollo y le puse por nombre Catire. Yo le silbaba y venia corriendo. Mi tío se asombró y rio al ver cómo me hacía caso. También tuve una gallineta llamada Yery y una cochina que tenía por nombre Tuntuneco. En agosto de 1947, vino a Guacara Ismael Carrillo, quien tenía familiares en Guacara, pero vivía en Maracay; él se enamoró de mí, sin manifestármelo. Era becado por la empresa Creole Petroleum Corporatión para estudiar dibujo técnico y lo mandaron a Cumaná, desde allá me escribía y me mandaba fotos de paisajes, plazas, estatuas y también de él –le gustaba mucho la fotografía y pintar−, igualmente me hizo un álbum con mi nombre en la portada –precioso para la época, con letras góticas−. A todas estas, era yo la que creía que era una amistad muy especial, un día una prima de él, me dijo que pasara por su casa, pero sola, que mi mamá no supiera; cuando fui era para darme una carta que me había mandado junto con la de ella, para que me la entregara sin que mi mamá supiera: era una declaración de amor muy bonita, con una letra preciosa, donde me sugería que no le dijera nada a mi mamá. No me gustó eso de su parte, ya que era una decisión única y exclusivamente mía; nunca tuve secretos para


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con ella –fue siempre mi amiga y confidente−. Cuando llegué a la casa le enseñé la carta a mi mamá. Luego de unos días de pensar la respuesta, le escribí haciéndole saber que a escondidas no podía tener a amores con él, que yo no veía el motivo para ello. No respondió, pero las cartas y la amistad siguieron hasta su muerte. El día jueves primero de marzo de 1948, aún con 15 años de edad, entré a trabajar en la Electricidad de Maracay, oficina de Guacara, con un sueldo de 150 bolívares mensuales; todavía estaban allí lo viejos motores de la planta que le daba energía eléctrica a Guacara, que eran propiedad de Peña Uslar y Cosson, quienes, posteriormente, le vendieron al Dr. Arnaldo Pacanins quien a su vez, había comprado los motores de la planta de San Joaquín. En ese momento, los motores de Guacara los estaban desmontando para llevarlos a Güigue. La Electricidad de Maracay compra la red eléctrica, existente en Guacara y San Joaquín, al Dr. Arnaldo el cual, a su vez, era gerente de la Electricidad de Maracay. Empezaron a hacer la acometida de líneas desde Maracay, incluyendo a Mariara. En Guacara había postes de madera en algunas calles, en otras no había nada. El servicio de energía tenía un horario desde las 6 de la tarde hasta las 11 de la noche, cobraban 2,50 bolívares por un bombillo y 5,00 bolívares si había radio. No había neveras, las planchas eran de hierro y se calentaban en anafe con carbón. Cuando había algún evento especial como la Serie del Caribe, si era antes de las 6 de la tarde, las personas que tenían radio recogían dinero para pagar adicionalmente y que así pusieran la luz. En esa época, los jóvenes acostumbraban a llevarles serenatas a las muchachas y una tenía que salir a la ventana a darles, gentilmente, las gracias, porque si no, no volvían a ir. Recuerdo que cuando venían las Utrera de vacaciones a las fiestas de San Agustín, el Dr. Tirado Reyes, acompañado en la guitarra por Don Julio Centeno, le llevaba serenatas a Rosita Yrady (cuñada de Esther María), a quien enamoraba. La Electricidad de Maracay acondicionó la casa comprada, donde estaban los motores, para crear la oficina, ya que el cobro lo realizaban a domicilio y necesitaban un lugar para tener al personal administrativo; me dieron el cargo a mí de secretaría por recomendación de Luis y Jesús Párraga, hermano de mi madrina Mercedes Teresa, quienes eran jefe de línea y cajero principal respectivamente de la oficina central de la Electricidad de Maracay.

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En la casa de la calle Urdaneta.

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En la casa de la calle Carabobo. Nunca anduve en Bicicleta, pero un recuerdo con una perteneciente a La Electricidad de Maracay (el vehículo con el cual repartían los avisos de cobro y atendían las emergencias).

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Cambio de vida y comienzo de la vida adulta


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Al comenzar a trabajar la situación económica mejoró, pero donde vivíamos en la calle Arévalo González cruce con Urdaneta, la casa estaba en mal estado, a punto de caerse, es cuando mi tío Isaías le propuso a mi mamá que nos mudáramos a la vivienda que tenía al frente de donde él vivía en la calle Carabobo, para reparar mi casa materna donde nací; ella aceptó, y empezamos a prepararnos para la mudanza, compré unos mueblecitos y Clemente hizo la instalación eléctrica en la casa nueva. La casa estaba lista para habitarla y algunas cosas ya estaban mudadas, como por ejemplo mi muñeco José y las gallinas estaban donde mi tío Isaías. Había un problema: mi mamá no encontraba cómo irse del vecindario donde había vivido toda su vida −la nostalgia de partir de su terruño amado−; ante tanta demora para la mudanza, una noche fue mi tío a decirle a mi mamá que, al día siguiente, mandaría el carro de mula que tenía para llevarle los corotos. Como no quería mudarse de día para que no le vieran lo peroles que tenía porque eran muy viejos: un catre, una cama de alambre, unas sillas de cuero, una mesa destartalada y por supuesto la silletica y un mecedor hecho en el Castillo Libertador por los presos del año 1928. Mi mamá fija el jueves 15 de diciembre del año 1948, a las 7 de la noche, para la tan dilatada mudanza. Nos acompañó en el camión Luis Gómez. Cuatro días antes, como despedida, Reyes Guevara me invitó al cine Ibarra, a ver la película “Adiós Pampa mía”. Imaginábamos que la mudanza era provisional mientras se reparaba la casa vieja, pero no fue así. A los 8 días, el 23 de diciembre le entrego a mi mamá el documento de la casa signada con el número 20 de la calle Carabobo a su nombre. Posteriormente en esa navidad nos enteramos de que mi madrina Rosa María estaba buscando comprar una casa y le propuso a mi tío Isaías que le vendiera la casa de la calle Carabobo y le dijo que no porque esa era para Santiaga, pero que no le dijera nada; mi madrina guardó el secreto hasta cuando mi mamá le enseñó el documento de propiedad y dijo que lo sabía desde hacía tiempo. En esa misma Navidad, recién mudadas a la calle Carabobo, como no estábamos ambientadas, el 24 y el 31 fuimos a misa con las Hidalgo y luego para su casa, ya que mi tío se acostaba temprano, y para no estar solas en la casa, aunque conocíamos a Petrica de Guillén, a Juanita Bernal y las Monroy que eran amigas de mi mamá y mi abuela, y también conocíamos a Felipina Pacheco quien iba a la casa vieja de nosotras con La ”O” Monroy.


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En el carnaval del 1949, mi tío Isaías, para ayudar a que yo me ambientara, me llevo para la casa de misia Petra para pedirle a Felipina que me invitara a salir. Fuimos para la plaza y también al club Arévalo los cuatro días festivos: Ese fue el principio de nuestro acercamiento y familiaridad. Hice buena amistad con las primas de ella, especialmente con Emilia, íbamos juntas al estadio a los juegos de béisbol. Una de las primeras veces nos perdimos al salir del juego, ya que nos fuimos caminando detrás del rio de gente y fuimos a parar a la sede de los bomberos en la Branger, allí, al vernos los bomberos y no tener como regresar, Esperanza les suplicaba que nos ayudaran porque estábamos perdidas.. ¡Qué tiempos aquellos, igual que ahorita! Ellos amablemente nos trajeron a Guacara. En esa aventura andábamos Carmen Victoria, Esperanza, Petra Rosa, Emilia y Agustina Pacheco. En enero del 1949, se vendió la casita de la Urdaneta por 1.500,00 bolívares, con ese dinero compramos dos camas y una mesa de noche, que todavía conservo con una de las camas, la otra se la regalé a Petra Rosa. Posteriormente compré el escaparate y la cómoda. Al estar ya establecidas en la nueva casa, cuando venían de vacaciones las Utreras a Guacara, ya no se quedaban donde las Miranda, sino que se quedaban con nosotras por ser una casa más amplia que la anterior.

En un Lechozal

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En un cumpleaños en Mariara (1954) Rato de descanso

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Anécdotas de las primeras salidas

Antes de salir al cumpleaños


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No recuerdo si fue en el 1949 o en el 1950, fui por primera vez a una corrida de toros al Nuevo Circo de Caracas con mi tío Isaías. Los toreros eran: Antonio Bienvenida, Ricardo Balderas y Luis Procuna, quien banderilleó al compás de su pasodoble. Balderas toreaba como Bernardo Valencia con morisquetas; fuimos en un carro expreso −con Arcadio Camero−. Iban también, como pasajeros, Esperanza y Bartolo González. Llegamos temprano para la corrida. Fuimos al Coney Island que estaba en los Palos Grandes. También con mi tío y Cándida fui a Arenas de Valencia. De ese cartel solo recuerdo a Julio Mendoza, de allí mi afición por las corridas. Cándida y yo fuimos también a una plaza portátil llamada Ali Gómez, apodado “El León de Camoruco”. Toreaba él y Juan Flores “Brillante Negro” y en el año 1954 fui nuevamente a Arenas de Valencia con Carmen Victoria Robles y Pedro Hernández Aguilera, pero no recuerdo el cartel. La primera vez que fui a Guanare a conocer a la Virgen de Coromoto fue con Petra Rosa y Víctor Tachao −para la fecha eran novios, todavía no se habían casado−, Ana Vicenta y la mamá de Petra Rosa (la Negra Socorro). Salimos de Guacara al final de la tarde y cuando llegamos a Guanare era tarde y conseguimos todo cerrado. Tuvimos que quedarnos enfrente de la sede la PTJ. La Negra Socorro y Ana Vicenta se acostaron a dormir y nosotros salimos a dar unas vueltas por la plaza de Guanare −y solo encontramos unos burros sueltos tranquilamente en medio de ella−. En la madrugada fuimos al carro y nos recostamos un rato para medio dormir hasta el amanecer. Cuando salieron las franelas para damas, compré una blanca con rayas rosadas. Cuando me la puse y mi tío Isaías me la vio, me dijo que no me quedaba bien, a lo que le contesté que ésa era mi talla, diciéndome que me quedaba muy pegada en los senos y era una provocación para los hombres y que me podían faltar el respeto, dándome un agarrón. Otra vez fue con un vestido negro con lentejuelas del mismo color en la parte superior; había el velorio de la esposa de un primo de él y de mi mamá y me lo puse y me dijo que era un vestido para fiestas y que si no tenía más que no fuera, así lo hicimos −no fuimos− porque María Garay se estaba pintando la cara y eso no se podía hacer para ir a un velorio −en esa época−. Si viviera en esta época se moriría de un infarto. Otro día me mandó a comprar un azufre para unos comejenes que había en el depósito de la casa y estaban unos obreros desgranando maíz, y al entregárselo le dije: “Tome tío”, estaba al


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fondo, vino a la puerta y me dijo: “Se dice, tío tome”. Me quedé sorprendida, ya que no sabía él porque me corrigió. Pensaba que estaba bien dicho, le pregunté a mi mamá y me dijo que no sabía, quede con la intriga y al llegar al trabajo le pregunté a Clemente quien me contestó que le había dicho una grosería; pienso que los obreros comentaron algo o se rieron de lo dicho inocentemente por mí. La época de los años del 1948 al 1951 fue feliz para nosotras, nuestro modo de vida cambió totalmente, teníamos una casa bien amplia, con su piso de cemento, baño con regadera, un tanque, cuartos más amplios con camas cómodas. Como antes dije, teníamos anteriormente, un catre y una camita de alambre; los pisos de la otra casa eran de tierra y el de la sala de ladrillo. Lo más importante era estar cerca de mi tío Isaías, esa era la razón para llevarnos a esta nueva casa, él decía que lo necesitáramos él lo tenía, era de nosotras, pero a mi mamá le daba vergüenza pedirle. Hay una anécdota con Gustavo Garay sobrino de María, que una vez se perdió mientras pasaban unos payasos haciéndole propaganda a un circo que se iba a presentar y mi tío, nos prometió llevarnos; por la angustia y el susto, no nos llevó, de allí quedó la frase “El niño perdido y hallado en el circo”. No recuerdo la fecha, ni las veces que viajó a Caracas mi tío Isaías a recetarse porque sentía una molestia en un oído donde tenía alojada una bala desde 25 años atrás; nos decía que iba a comprar unos repuestos para el tractor, pero cuando le dijeron que era de operación no pudo seguir ocultando y pidió que fuéramos a la casa para hablar con nosotras. Fui yo sola y me dijo que era para decirnos que iba a pasarse unos días en Caracas, a lo que María Garay le sugirió que nos dijera la verdad. Cuando oí eso le dije que iba a buscar a mi mamá, a quien sí le dijo que tenía que operarse en el Centro Médico de Caracas con el Dr. Jesús Miralles, queríamos ir a llevarlo, pero él no quería que regresáramos solas con el chófer, aunque era una persona conocida. Al fin accedió, pero que nos lleváramos a Gustavo que tenía como 5 o 6 años, sobrino de María, a quien él quiso mucho. Se operó entonces, y salió bien de la intervención.

El adiós repentino de mi tío Isaías


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Ese bienestar, felicidad y acercamiento duró solamente 2 años y 7 meses, porque se murió el 26 de julio de 1951. Ese día se nos fue el Padre, el Hermano, el apoyo que teníamos en él. Los días posteriores a su muerte los pasamos muy mal, por la pérdida tan inesperada, además tenía una hermana y una hija que no lo trataban, ni a nosotras tampoco, y se dedicaron a hacernos la vida imposible, mandándonos a cada rato un abogado a interrogar a mi mamá acerca de la casa. En el trabajo me dieron de permiso nueve días durante los rosarios. Menos mal que mi mamá no estuvo sola, ya que las Utrera llegaron cuando el entierro entraba al cementerio, pero no sabían nada, porque no tenían teléfono, no había cómo avisarles, se enteraron al llegar a la casa. Felicia y Ligia se fueron a los tres días, Yolanda se quedó con mi mamá y era quien se entendía con el abogado, quien entraba por la parte de atrás de la casa, por el solar de Felipina, todavía no tenía pared divisoria; insistía en que le mostrarán el documento de mi casa, nunca se lo mostramos. Al ellos saber de la existencia de una caja fuerte que mi tío poseía, y como nadie sabía la combinación para abrirla, trajeron “..y que..” un técnico para abrirla, parecía un hampón en su aspecto, y fue cierto porque la abrieron realmente a golpes por el fondo con una mandarria; el asombro fue grande porque no encontraron los documentos de ambas casas, ni tampoco dinero, solamente el documento del terreno del cementerio donde estaba enterrada la tía Pancha López. Entonces, intentaron sacarme de la casa de mi tío, al momento de pretender abrir la caja fuerte, no salí porque no tenían ningún derecho, ya que la casa era de María Garay, a quien se la había dado a finales del año 1950, porque decía que al morirse la sacarían. Eso lo dijo cuándo le entregó el documento: me estaba esperando a mí en la puerta de la casa para dárselo. Me pidió que yo lo leyera en alta voz, allí le prometí que no permitiría que la sacaran a ella, que tendrían que pasar sobre mi cadáver. En el mes de noviembre de 1950 le había consultado a mi mamá lo que pensaba hacer con la casa y ella le contestó que estaba muy bien porque María se lo merecía. A pesar de que era bastante joven, fue la única mujer que lo había entendido y se había adaptado a él con su carácter tan fuerte. Con la muerte de mi tío Isaías nos quedamos casi sin familia, solo Felicia en los Teques, una prima en Yagua (Josefa Figueredo) hija del primer jefe civil de Guacara de nombre Vicente León López, la prima Eugenia León,


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hija de Carmela León López en Maracay −vivía con Los Párraga− y también tenía unos parientes de La Unión de Barinas, ya que un primo de mi mamá llamado Isidro León León (hijo de mi tía Josefa León), se fue muy joven para allá y se casó con una muchacha llamada Eufemia Luengo hija de un señor dueño de un hato llamado el Jabillal de Barinas. A Isidro León León lo conocí en el año 1939, cuando vino a Guacara a ver a la única tía que le quedaba (Magdalena mi abuela), después no volvimos a verlo. Había un hermano de Isidro llamado Diego, del que no supe nunca. Todos estos familiares eran por parte de mi mamá.

La familia paterna


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También tengo familia por la parte paterna de los Guillén, pero una porción pequeña es la que me reconoce como tal y me busca desde pequeña, ya que mi papa falleció apenas yo teniendo un año y 20 días de nacida; y como él no vivía, ni se había casado con mi mamá, muchos no sabían de la existencia de esa hija. Había los que estaban al tanto de una hija de Augusto Guillen y me aceptaban como tal y otros, tal vez debido a la moral de la época donde era mal visto un hijo fuera del sacramento de matrimonio, no me admitían como tal. De hecho, mi tío Alejandro (“Ñero”) Guillén al verme en la calle, desde pequeña, siempre me echaba la bendición hasta que surgió un problema con él y me dejo de tratar, por la venta de los terrenos de la sucesión Guillén, de la cual solo quedaban vivos mi tía Victoria y él; habían ya fallecido mi papa Augusto y mis tíos Gregoria, Julio, Felipe, Teresa, Dominga y Ana. Mi primo Vicente Guillén, hijo de Teresa, estaba interesado en que yo reclamara mi derecho a la herencia, y también para que se hiciera justicia con los hijos de los otros tíos que habían muerto para que fueran incluidos en la distribución de los bienes, ya que Ñero alegaba que lo que le correspondía a cada uno de los herederos de los fallecidos, había sido compensado con anterioridad en los gastos de los entierros de cada uno. Ante esto Bertilio, hijo de mi tía Ana, dijo que todos los gastos del entierro de su mamá habían sido cubiertos por él y que, por lo tanto, si era esa la forma de la repartición, esa parte estaba intacta. Fui con mi madrina Rosa María y Clemente a la casa del Dr. Morín Infante, para consultarle sobre el caso; dijo que era muy difícil, costaba muy caro, que había que hacer muchas pruebas para poder demostrar mi parentesco, en fin, no garantizó nada; pero después de muchos años me enteré, por Lesbia Guillén, que ese era el abogado de Ñero, allí estaba la explicación a los obstáculos que puso. No insistí con él, ni busqué otro abogado. Mi madrina Rosa María consultó con su yerno el Dr. Pedro Sanoja, quien no podía ejercer porque era inspector general de tribunales del Ministerio de Justicia. Una noche que él estaba casa de mi madrina, ella me mandó a buscar para que hablara con él del caso. Su recomendación fue que si a los 20 años no había necesitado ayuda de los Guillén que me quedara tranquila porque, por ser menor de edad, la demanda tenía que intentarla mi mamá; en ese entonces, para actuar legalmente, era requisito ser mayor de 21 años. Además, me explicó que, para tratar de ganar el caso, la otra parte


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podría presentar testigos falsos diciendo cualquier cantidad de mentiras, como por ejemplo que habían sido amantes de mi mamá y eso la afectaría mucho a ella por su enfermedad y podría causarle muchos malestares y posiblemente hasta la muerte. Esto se quedó en secreto entre él, mi madrina y yo porque, de madrugada se fue para San Cristóbal. No pasaron ni quince días cuando un señor que llevaba leche, suero y queso de mano a las casas por encargo, contó que una persona le había dicho a Ñero que al vender los terrenos se acordara de mí, que ese dinero me ayudaría mucho para la enfermedad de mi mamá, a lo que le contestó: “Que no tenía seguridad si era hija de alguno de sus hermanos”; no supimos quién fue la persona porque no lo dijo, mi mamá pensó que era don Manuel Labana, una persona respetable en Guacara. No sé equivocó el Dr. Pedro Sanoja con su consejo que dio, que no era como abogado sino como amigo y familiar de Rosa María, al decir que vendrían con falsedades. Eso afectó mucho a mi mamá. Aunque mi madrina Rosa María, mi tía Victoria y las personas que conocieron a Augusto Guillén dijeron que yo era igualita en todo a él. Mi mamá le llegó a decir a mi tía Victoria, a raíz de ese comentario ofensivo para su reputación y en un acto de rabia y sentimiento que “ me había conseguido en un Mabil −casa de mujeres de la vida alegre−” que había en la calle Páez y que para proteger a la niña, ella inventó que era de Augusto, a lo que le contestó que no dijera eso porque yo era el retrato de su hermano y que estaba dispuesta a ser el principal testigo, de ser necesario; nos quedamos tranquilas y lo dejamos a la voluntad de Dios. Después de todo eso, como ya dije, Ñero no me saludó más, ni me echaba la bendición, siempre donde me veía se paraba, comenzó a huirme, se devolvía o se metía para alguna casa, cuando me veía. Quizás pensaba que le iba a reclamar algo, porque estaba enterado por el Dr. Morín y por lo que el señor Labana le dijo. Se quedó con la mayor parte de la venta de los terrenos de la sucesión. A cada parte le tocaba a 20.000 bolívares y a la que pagó mejor fue a los hijos de mi tía, a Ana le tocaron 12.000 bolívares. A mi tía Victoria le hizo firmar con anterioridad y cuando vendió le dio 9.000 o 10.000 bolívares, que era lo que decía el documento firmado. A más nadie, de los demás herederos de los fallecidos, les dio su parte. Y a mí mucho menos, por no tener el apellido Guillen. En ningún momento recibí algún pago como herencia de lo que me correspondía por ser hija de

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Augusto Guillen. En diciembre del año 2005, me enteré, por Clementico, que la esposa de Ñero no estaba de acuerdo con la forma en que fue repartida la herencia de la sucesión Guillén. Eso lo comentaban entre la familia y él oía porque frecuentaba mucho esa casa. Con todo lo acontecido y a pesar de la dureza de mi corazón, sentí deseos de ver el entierro de Ñero y fui a la esquina del local evangélico (calle Sucre con Cedeño) a verlo pasar, pero cuando vi que el cortejo fúnebre lo encabezaba Omar Figueredo, llevando un caballo por las riendas sin jinete −presumí que era su caballo−, sentí un dolor en el pecho, debido, quizás, a la sangre que corre por mis venas, aunque los demás hayan dicho y creído que no era así y dudaran de la consanguinidad. En ese mismo tiempo, o unos años cerca, mis hijos frecuentaban a los Granadillos −casado Miguel Granadillo Miranda con una nieta de Ñero llamada Nelly Narváez Guillen, cariñosamente conocida como La Negra−, y estando en su casa, sin saber su parentesco, Alejandrito empieza a ver unos fotos y trofeos de Ñero y le pregunta a uno de los hijos de La Negra el motivo de por qué están esos cuadros, y le dicen que son del abuelo de su mamá, es allí donde Alejandrito se percata de que son familia y se lo comunica a La Negra. En ese momento, ella lo abraza y le dice cariñosamente: “Primooooooo”. La primera vez que la vi después de que ella se entero fue en el Club Arévalo González y desde ese momento me llamó prima y empezó a cultivar un cariño muy grande hacia mí y siempre me pide la bendición.


Clemente, el gran maestro y consejero


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A Clemente Rodríguez lo conocí cuando la Electricidad de Maracay comienza a tender las líneas primarias desde Maracay y entraban por la calle Urdaneta, e instalaron en mi casa materna un interruptor manual para encender y apagar el alumbrado público. Este trabajo era a cambio del servicio de luz, sin pagar nada. Las cuadrillas de la empresa guardaban las herramientas y los materiales por orden de la gerencia y del jefe de líneas que era Luis Párraga; el jefe de la cuadrilla instaladora de medidores era Clemente. Así comenzó nuestra amistad. Primero, mandaron un liniero llamado Luis Romero para la casa donde todavía estaban los motores, por cualquier emergencia. No duró mucho, parece que no dio la talla y mandaron a Clemente a organizar la casa para abrir la oficina y crearon el cargo de secretaria para mí. Como Clemente estaba recién llegado a Guacara, no conocía a nadie. Cuando podía, iba para mi casa de noche, donde nos reuníamos a jugar barajas, de esas reuniones recuerdo a Luis Gómez y Felicia Flores que trabajaba en casa de los Gómez. El primer día íbamos a jugar y la mesa tenía un hueco, se le puso un mantel y Reyes Guevara preguntó que si teníamos fiesta y Luis dijo que nos íbamos a comer un maute que nos habíamos robado con el hierro RG y mi mamá contestó que debíamos decir la verdad, porque era malo, ya que se podía perder casualmente algún maute de ellos y quedaba la duda si habíamos sido nosotros o no. A los días resultó cierto lo que pensó mi mamá, se perdió un maute con las iniciales RG del ganado que tenía el papá de Reyes. De todo lo anteriormente narrado es importante resaltar que cuando comencé a trabajar el jueves 1ro de marzo de 1948 en la Electricidad de Maracay oficialmente −ya que antes trabajaba era prendiendo y apagando el alumbrado desde mi casa− ya con Clemente existía la amistad. Cuando se casó con Cándida, la llevó a vivir a la casa de la Electricidad de Maracay y fui uno de los testigos de su matrimonio. El domingo de carnaval, a las 08:00 de la mañana de un 4 de febrero de 1951, nació su primer hijo a quien llamaron Clemente José, quien se convirtió en el adorno de mi escritorio en la oficina. A toda hora quería estar allí, tenían que cerrar la puerta que comunicaba a la casa con la oficina para que me dejara trabajar; lloraba porque se quería ir conmigo en la tarde para mi casa, tenían que esconderlo para que no me viera salir. Cuando tenía como seís meses, se ponía a llorar porque se quería ir conmigo para la casa, a veces lo llevaban


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y Clemente lo buscaba en la bicicleta de la electricidad. Cuando cumplió los dos años, se bautizó y yo fui la madrina. A los ocho días del bautizo sufrió un accidente, un camión de Nikol Kola lo golpea en un pie, al cruzar la calle detrás de alguien al frente de la casa de la Electricidad. Eso fue a las 6 de la tarde y en un jeep de Vicente Guillén que pasaba por la esquina lo llevaron para el hospital que estaba en la calle Montilla, entre Bolívar y Sucre, la enfermera que se lo quitó a Clemente de los brazos fue María Torres que estaba en la puerta. Esto lo vi, ya que llegué al igual que el jeep, estuve con él en el hospital hasta que lo pasaron a la habitación. No era nada grave si no un raspón grande en la piernita. Del mismo hospital me fui rápido para mi casa y encontré a mi mamá angustiada en la puerta para salir a buscarme, ya que no había llegado yo aún, cerró y nos fuimos para el hospital, pero no recuerdo si nos dejaron entrar a verlo. En casa de Cándida, estuvimos hasta tarde cuando supimos que lo iban a dejar hospitalizado. Al día siguiente, Clemente fue a la policía, donde estaba detenido el señor del camión, a decir que lo soltaran porque no tenía ninguna culpa, este, en vez de ir para su casa, fue directo al hospital a ver al niño, el cual duró como tres días hospitalizado y el señor iba todos los días a verlo por bastante tiempo, llevándole frutas, jugos y dulces. Mi mamá se venía a las cinco de la tarde y yo la esperaba en la casa de Clemente, que era la parte de atrás de la oficina, regresábamos a las diez o las once de la noche, todos los días. Cuando el niño se recuperó totalmente del accidente se iba conmigo para mi casa y se quedaba a dormir, mi mamá casi no dormía cuidándolo, lo llevaba en la mañana cuando iba a trabajar. Cuando botaron a Clemente de la Electricidad, se fueron a vivir a Maracay a casa de un hermano en El Limón y luego a Mariara, donde puso una agencia de bicicletas. Allá íbamos todos los domingos. Mi mamá no podía dejar de ver a Clementico por mucho tiempo; le fue mal con las bicicletas y se mudaron a La Florida en Guacara y después a la calle Arévalo González entre Páez y Carabobo. Empezó Clemente a trabajar en Papeles Venezolanos y Clementico comenzó a estudiar en la escuela Vicente Wallis, dormía en mi casa y de la escuela iba para su casa, hasta en la noche que volvía para mi casa.

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En resumen Clemente fue: Un buen hermano −el que yo no tuve, el asumió esa carencia− Buen tío −crio a sus sobrinos hijos de Pedro, con la ayuda de Cándida− Buen jefe y maestro Buen esposo Buen padre Buen consejero y recto en su proceder Buen amigo Callado y reservado, de buen carácter −nunca lo vi bravo− Caritativo −apoyando a los del partido, que hasta abusaban de su bondad− Siempre estuvo a nuestro lado en todo momento, enseñando a sus hijos junto a Cándida, a quererme. Constantemente estuvo preocupado por los problemas que tuviéramos, para apoyarnos incondicionalmente. Al correr los años, en marzo de 1969, es Clementico el padrino de mi primer hijo Alejandrito; quedando así ampliamente consolidada la gran familiaridad con la familia Rodríguez Muñoz y nosotros. Con su benevolencia, Dios nos permite elegir a través de la amistad en este mundo, a las personas que, a lo largo de nuestra vida, harán parte de nuestra familia, también es un abrazo que estimula, una mirada que anima, un favor sin recompensa y un dar sin recibir. Gracias por ser ustedes parte de la mía.


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Mi tío que no es mi tío

Clemente y Cándida


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Al Sr. Héctor Hidalgo lo conocí cuando llegó a Guacara y compró la farmacia Sor Teresita al frente de la Electricidad, donde trabajaba Carmen Victoria Robles para el señor Chirinos (cuñado de Carmen Victoria), quien me recomendó como cliente para que me dieran crédito, ya que tenía que estar comprando muchas medicinas por la enfermedad de mi mamá. Recién llegados a Guacara, se murió el suegro de el señor Hidalgo. Solamente conocían a los Chirinos, Dilia Narváez que estaba de aprendiz de farmacia, las Espinoza que vivían al lado, Clemente, Cándida y yo que estábamos en la Electricidad y fuimos las únicas personas que los acompañamos en ese momento tan difícil, por estar en un pueblo extraño. Al tiempo, abrió, en la calle Carabobo cruce con Plaza, la farmacia Guacara, trayendo de Caracas para la regencia a la Dra. Noemí Valera Eljuri, a quien yo conocía por referencia de mi prima Esther María Utrera. La amistad que existía con Hidalgo, al correr de los años, se convirtió en familiaridad debido a que él me mandó a un albañil para hacerme un techo donde estaba una hamaca. Al llegar el albañil y presentarse me dijo que lo mandaba mi tío Héctor Hidalgo, Desde ese momento pasamos a ser familia, le pedía la bendición y mis hijos también. A Hidalgo y su familia les agradezco demasiado, ya que cuando no tenían los medicamentos en su farmacia, mandaba a la esposa a comprarlos en Valencia, a precio al detal para fiármelo a mí. A la muerte de mi mamá, las llamadas hechas a la funeraria, a las Párraga a Maracay y a las Utrera a Caracas, las hizo, Omaira Viana (sobrina de la esposa del Sr. Hidalgo) desde la farmacia. Muchos años después, en el velorio de Omaira, las hijas de Hidalgo me ratificaron que, para ellas, yo era considera como familia.


Llevando la vida que podíamos


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Entre los años 1952 al 1957, le hice algunas modificaciones a la casa, dentro de mis posibilidades económicas, con el sueldo de la Electricidad, que eran 300 bolívares mensuales; con eso que solventábamos los gastos y quedaba un poco para ahorrar algo −ya no teníamos el apoyo de mi tío Isaías−. Llevaba a mi mamá a la playa, al estadio, a Los Teques casa de las Utreras, a Maracay y a donde quisiera ir; trataba de complacerla en lo que quisiera para suavizarle los últimos años de su vida, ya que siempre estaba enferma con el asma a diario, tomando calmantes perennemente.


El primer amor real


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En el año 1953, me invitaron las Hidalgo a un almuerzo en su casa, porque venían unos compañeros de trabajo de Gladys de Radio América donde fue su primera secretaria. Después de ese día, había uno de los operadores de la radio, llamado Pedro Hernández Aguilera, que le preguntaba por mí y me mandaba saludos y era que se enamoró a primera vista, supuestamente. Después, ese mismo grupo estuvo en mi casa y era cierto que estaba enamorado de mí porque en enero de 1954 vino solo para mi casa y se me declaró. El 14 de febrero del mismo año, me llevo a conocer a sus padres. Duramos como dos años de amores, que se terminaron porque se enfermó y lo hospitalizaron, y allí surgió un incidente muy desagradable al protagonizar un escándalo en el hospital una amante que tenía. Sufrí mucho, así como mi mamá, quien lo apreciaba bastante, porque era muy atento. Cuando salíamos estaba más pendiente de mi mamá que de mí misma. Toda su familia me quería mucho, especialmente su mamá que me adoraba. El incidente le dio mucha vergüenza a él, de acuerdo a lo expresado por su mamá, ya que nunca dio ninguna explicación, no volvió más por mí casa. Recuerdo de ese carnaval del año 1954, que llego una comparsa de disfraces a la casa y entre ellos estaba una gitana, que me leyó la mano y me echaba broma de los amores con Pedro y yo intrigada porque no sabía quién era y en ese momento casi nadie sabía del romance. Me percaté de quién era, al ver un personaje disfrazado de dominó y supe que era un vecino de Carmen Victoria, y por allí deduje que la gitana era ella. Cuando hospitalizaron a Pedro, mi mamá ofreció una promesa de mandar una limosna a los padres Benedictinos de San José del Ávila en Caracas. Como el romance se terminó yo no la hice, sino después de muerta mi Mama, le escribí al padre llamado Emerano de San José, Prior (Director) de la Abadía, quien muy amablemente me respondió y en su carta me pregunto que, si yo era maestra por tener buena redacción y letra muy bella, conminándome a pagar la promesa a pesar del rompimiento con Pedro, y poder honrar a mi mamá. Luego fui allá acompañada de Esther María a realizar dicho acto y conocí al padre Emerano.


La vida continúa y mi llegada a los tribunales y Resugo


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La Electricidad de Maracay paso a llamarse C.V.F. Electricidad del Centro C.A. y en total trabaje allí desde el 01-03-1948 hasta el 01-08-1957 cuando por orden de la Junta Directiva acordaron destituirme de mi cargo −ya que no comulgaba con las ideas de la dictadura, para aquel entonces, del General Marcos Pérez Jiménez−. También a mi jefe, para ese momento Rafael Romero Rojas, fue cesanteado por la misma causa. A finales de 1957, trabajé por un corto periodo en la instalación de la Farmacia del Pueblo. En mayo de 1958, empecé a trabajar en el tribunal de Guacara, lo que sería por unos meses, ya que en septiembre nombrarían un nuevo juez porque sería jubilado el Sr. Juan B. Suarez −y dependería del nuevo juez si continuaba o no, debido a que el cargo de secretaria era de libre remoción−. El nuevo juez designado fue el abogado Pedro Arturo Torres Agudo (Sobrino de Mercedes Torres de Párraga, la mamá de mi madrina Mercedes Teresa) quien fue el primer abogado en desempeñar el cargo −ya que los anteriores no eran abogados−; él decide dejarme trabajando como “escribiente” y estuve trabajando allí hasta marzo de 1960, cuando fui despedida por un nuevo juez que sustituyo al Dr. Torres Agudo que fue designado Jefe de la delegación de la PTJ en Guanare. Me despidieron debido a que falte porque mi mamá se vio muy delicada de salud de repente y casi se muere, este juez que quizás no tenía mamá, me despidió. De esa época recuerdo que, alrededor del año 1958, estaba un abogado de nombre Raúl Michelena haciéndole la suplencia al Dr. Torres Agudo (juez titular) y fuimos con él, La Nena Parales y yo, a un restaurant llamado El Molino Rojo, ubicado cerca de Protinal y allí el escribió unos versos, que posteriormente La Nena le contestó. Recuerdo de esa época, que me gradué de mecanógrafa en el Instituto de Comercio Venezuela, para asistir al acto de graduación, me empeñé en comprar unos zapatos que me quedaban apretados, pero como me gustaban los quería, el día del acto fui con María Garay y de regreso no podía caminar y en la plaza quería quitármelos, por lo apretados que me quedaban, convenciéndome María de no hacerlo. Al llegar a la casa en la puerta me los quité, y nunca más los volví a usar. Después trabajé en una empresa de nombre Resugo, por poco tiempo porque el sueldo era muy poco (160 Bs.) y no me alcanzaba ni para comi-


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da, menos para los medicamentos de mi mamá; además, la fábrica estaba pegada con la oficina y había un olor muy fuerte que me producía alergia. Recomendé a una muchacha que acababa de graduarse de secretaria. En 1959, fui a Caracas a la Clínica de Asma y Alergia, por mi problema recurrente de la alergia al polvo que me producía unos ataques de asma horribles, necesitaba estar allá una semana para hacerme varios exámenes; pasé ese tiempo en la casa de las Utrera; como el 16 de abril −fecha de mi cumpleaños−todavía estaba allá, fui con Hilda a comprar los ingredientes para hacer una torta, ya que también cumplía años su pequeña hija Norma −que posteriormente sería la mamá de Daniela y Gaby Spany (Miss Guárico en el Miss Venezuela y famosa actriz en México)− quien preguntaba si yo tenía su misma edad. En la noche me llevaron a comer. Yolanda quería ir al Tamanaco, que estaba de moda, pero Esther María que iba con nosotros dijo que era demasiado protocolar, tanto para ella como para mí, por lo que Américo, que era el novio de Yolanda, decidió llevarnos a ZigZag, donde era la especialidad la parrillada argentina. Después fuimos a un local en un sótano ubicado en la plaza Venezuela de nombre Lemassó. En un viaje realizado a Macuto con Cándida y Clemente conocimos a las cantantes María Teresa y Rosa Virginia Chacín, en el bulevar de la playa, no actuando, sino de turistas. En ese tiempo mantuve correspondencia con la Orden Rosacruz y Clemente quería que yo entrara, ya que él era miembro, pero no pude hacerlo por la enfermedad de mi mamá, ya que no disponía de tiempo, ni la atención para poder cumplir con las exigencias requeridas.

La última etapa y el adiós a lo más grande de mi vida hasta ese momento


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En el año 1960, debido a lo avanzado de la enfermedad y la edad de mi mamá, decido dedicarme a su atención, ya que no podía estar sola. A su vez, necesitábamos para los gastos, es entonces cuando decidimos alquilar una habitación a María Torres −enfermera en el hospital de Guacara y luego en el Dpto. Médico de la empresa Papeles Venezolanos− recomendada por la Dra. Sonia de Badler −doctora en el hospital de Guacara y en Papeles Venezolanos−, quien atendía a mi mamá. Luego, María Torres le pide a mi mamá que alquile otra habitación a una panameña que era secretaria del gerente de Papeles Venezolanos. Yo tenía tres horas de trabajo en el sindicato de Paveca con un sueldo de 150 Bs mensuales, con eso y el alquiler de las habitaciones vivíamos. A principios del año 1961, no podía ir a la oficina del sindicato, porque mi mamá estaba más grave, pero Clemente me llevaba el trabajo a la casa, ya que él era el secretario de organización del sindicato de Paveca. Para no quedarme sola con mi Mamá, Clemente traía a Virgilio o a Inés, Virgilio se venía con una perrita de nombre Mota, y cuando no se quedaba Virgilio me acompañaba Betty Araujo −o como todos la conocemos ahora Betty Ineco−. El 1° de septiembre a las 4:40 pm murió mi mamá, a la edad de 70 años. Ella murió en paz, tranquila, hablando inclusive. Recuerdo claramente que me decía: “Vámonos, porque ahora si me voy”, a lo que le respondí, por sugerencia de Miguelina Ulloa, que se fuera sola. Salí un momento de la habitación porque alguien me llamo y al regresar, ya había partido. Mi mamá estaba muy apegada a mí, por ser yo su hija única, así como yo a ella. A partir de allí mi vida cambió totalmente. Ese día solamente tenía 100 bolívares en una cuenta en el Banco Carabobo en Valencia y en la mañana le pedí el favor de retirármelo a Esperanza González −quien trabajaba en el banco−, debido a que se veía que mi mamá estaba muy grave. Quede con varias deudas, entre ellas, en la bodega del negro Julio, por lo que se consumió en el velorio, y en la farmacia de Hidalgo. Además, el costo de la funeraria fue de 3000 bolívares. Clemente me debía 1000 bolívares que yo tenía reservados para ese momento. Él los necesitó y me dijo que se los prestara, el pagó y me regaló 500 más, José Manuel Flores (sobrino de Luis Torres Flores y Mercedes Torres de Párraga) me mando 100 bolívares con la esposa, el resto me los dio Jesús Párraga. Gracias a Dios, no fue necesario hipotecar la casa, debido a que solo tenía los 100 bolívares y yo estaba muy endeudada; y como mi mama, cada día estaba peor, se reque-


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rían muchos medicamentos; yo ya había tomado esa decisión. Ese día de la muerte estaba organizándome, en la mañana, para hacer los trámites para hipotecar la casa a don Carlos Agreda, pero como amaneció más grave resolví que esperáramos hasta el lunes, ya que ese día era viernes. Los gastos del cementerio los pagó Clemente, quien se encargó de las diligencias, no sé cuánto fue el gasto porque nunca me dijo. Creo que no fue mucho porque no se hizo fosa en el cementerio. La deuda del Negro Julio la pagué con un dinero que me dio Ligia Utrera, que era para la corona, que no pudo traerla de Caracas, ya que en Guacara no había floristería y ya se había ido para Valencia el mensajero de papeles que Clemente mandó a comprar las coronas del sindicato, la de la familia Rodríguez, la de María Torres y Amelia la panameña. Las galletas las mandó María Garay. Yolanda Utrera trajo una cruz del tamaño de la urna. Los oficios religiosos fueron especiales porque Clementico era monaguillo y el padre Chirivella (hoy monseñor) cobró solo 100 Bs. que costaban los oficios sencillos; llevó un monaguillo más de lo estipulado porque el padre creía que Clementico no iría; pero era una promesa que tenía con mi mamá, ser monaguillo de su entierro. Les pague con un regalo que me dio la Nena Parales. El vestido negro del luto me lo mandó a hacer María Torres, con una vecina ecuatoriana llamada Lucila de Ramos. Después de los nueve días, finalizados los rosarios, terminé de hacer unas diligencias y pagar las deudas. Quedé sola, Clementico me acompañaba de noche y la panameña ya se había ido, María Torres continuaba alquilada −de ella tengo de recuerdo un collar que me prestó y nunca se lo regresé−. Empecé, nuevamente, a ir al sindicato y Esperanza González me consiguió trabajo en un consultorio de odontología por tres horas de 9 a 12. También Clemente que era militante del partido U.R.D. me consiguió tres horas allí. Con los nuevos trabajos devengaba 300 bolívares mensuales, más el sindicato haciendo un total de 450 bolívares más el alquiler de una de las habitaciones a bolívares 100, empecé a salir rápido de las deudas, aunque eso no duró mucho, ya que se fueron los médicos del consultorio e intervinieron el sindicato de Papeles Venezolanos. También en el partido me obligaron a inscribirme, lo que no acepté porque era a juro y a espaldas de Clemente; quizás si me lo hubiese pedido él o Cándida, lo hubiese hecho, ya que eran las personas indicadas para hacerlo. Nuevamente me quedé sin trabajo y sin referencias. Resultó ser que la muchacha que yo

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había recomendado para Resugo consiguió trabajo en Maracay, pero no quería renunciar porque no sabía si daba la talla y no la dejaban fija. Pidió un permiso de un mes y dijo que yo le haría la suplencia; cuando renunció me dejaron en el cargo con un sueldo de 200 bolívares mensuales, me daban desayuno y a veces almuerzo. Recuerdo que una vez comenté que no me gustaba la chayota, y ella -La esposa del Señor Golding- me dijo que me haría comer chayota. Una vez me dio un pastel y me lo comí y me pregunto si quería más y conteste que sí, cuando termine me dijo que era chayota y dijo “viste que te la iba a hacer comer…”. Con lo que ganaba allí me alcanzaba porque no tenía mayores gastos. Trabajando en aquel lugar, Clemente me consiguió trabajo en la gobernación con 100 bolívares más de lo que estaba ganando. Pero no acepté porque tenía que pagar pasaje para Valencia. Para “Resugo” me iba a pie y a veces me traían, a veces conseguía cola de los papeleros, el arreglo en el vestir tenía que ser mejor, comer allá, además la estabilidad en el cargo quedaba sujeta al cambio del jefe y su filiación política. A Clemente no le gustó mucho. Al sacar la cuenta, los 100 bolívares no cubrían los gastos. En el año 1963, pedí un préstamo al Banco del Caribe de 1500 bolívares siendo los fiadores Gennaro e Hidalgo, pagando una mensualidad de 125 bolívares, que fueron utilizados para dividir la casa, que ya tenía alquilada a la señora ecuatoriana, quedándome con la parte más pequeña, estilo apartamento. Recién mudada ella, me invito a Maracay a un restaurant de Parrilladas Argentinas, también fui invitada al matrimonio de Irma (hija de ella) en la misma casa.


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Mi Mamá

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Santiaga Hidalgo

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El recomienzo de mi vida después de tan lamentable pérdida


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Después de la muerte de mi mamá quede con un dolor en la espalda y la doctora Sonia me dijo que era debido al color negro del luto, que me lo quitara, a lo que le dije que no. Y ella me dijo que yo había sido una buena hija, que eso era irrelevante por lo bien que me había portado con ella en vida. Me recomendó ir a la playa a desestresarme. Cada 15 o 20 días iba con María Garay a Macuto, llegábamos al hotel La Alemania en el Malecón, donde se pagaban 10 bolívares, con desayuno y cena por c/u diariamente. Durábamos de 2 a 3 días regularmente. En una oportunidad llevamos a Clementico y se nos perdió en Naiguatá, ya que había 3 balnearios A, B y C. Cuando lo buscábamos en el A se iba al B y así sucesivamente, como ya había pasado suficiente tiempo sin aparecer iba a irlo a buscar con los salvavidas, pero apareció y le di un templón de orejas que todavía se debe acordar. Nos salimos de inmediato de la playa y nos fuimos para el hotel y al día siguiente, nos regresamos a Guacara y no lo volví a llevar más a la playa; ya, anteriormente, se nos había perdido en una excursión de la iglesia para Guanare, organizada por el padre Chirivella (hoy monseñor), que era el párroco de Guacara y Clementico era el Monaguillo. Ya nos veníamos y todos estábamos montados en el autobús, y Clementico nada que aparecía, hasta que llego y recibió tremendo regaño del padre. En diciembre de 1963, junto a Emilia Pacheco, al ver en un periódico que una agencia de viajes llamada Aturlamo sacaban una excursión para Margarita desde Valencia −en Guacara nunca habían hecho ninguna excursión hasta la fecha−, decidimos aventurarnos e ir, sin conocer a ninguno más de los viajantes, siendo ellos entre sí conocidos, familiares y amigos los cuales nos integraron en el ambiente de gozadera y echadera de broma que reinaba en el autobús. Al llegar a Pto. La Cruz ya era como si fuéramos uno más de ellos −a Emilia le pusieron el sobrenombre de “Pantuflita” y a mí de “Conejita”−. El viaje fue tan bueno que, de una vez, reservamos para el siguiente viaje en Semana Santa a Mérida. Para el viaje a Mérida, Emilia no podía ir porque su hermana Agustina iba a dar a luz y entonces invité a Bertha Histol. Ella siempre me llamaba para saber del viaje, y yo le dije que no podría ir porque no tenía el dinero, ella me contesto que yo la había entusiasmado y ahora me iba a echar para atrás. Mientras hablábamos telefónicamente, mi jefe, el Sr. Golding, que estaba cerca escuchando la conversación, al colgar, me dijo que por qué no


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iba, yo le expliqué que no podía económicamente sufragar el gasto y él me contestó que me lo podía prestar y que se lo pagara por partes, que me lo descontaría de un aumento de sueldo que me haría. Ahí mismo me dijo que llamara a mi amiga Bertha y le contara que sí iba. Yo súper feliz lo hice. Al viaje, Bertha fue con su mamá, estando allá y en la visita al teleférico, yo no quería subir por miedo, pero me empezaron a chalequear y accedí, subiendo solamente hasta la segunda estación al ver que la gente bajaba toda descompuesta por el mal de páramo. El viaje, en resumen, fue muy bueno, era con todas las comidas incluidas. El día de regreso la gente no quiso esperar el almuerzo para poder salir más rápido y poder llegar más temprano a Valencia, decidiendo que se comería en la vía. Resultó que por ser Domingo de Resurrección todo estaba cerrado, rodábamos y rodábamos y nada, hasta que por fin conseguimos algo abierto y la gente al verlo aplaudieron y gritaron: “Por Fin” y para sorpresa de todos, el restaurant se llamaba así…. “POR FIN”.

Primer viaje a Mérida con Aturlamo en compañía de Berta Histol (primera a la derecha parada) y yo (primera a la izquierda de pie)

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El padre de mis hijos


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Cuando estaba remodelando la casa, Alejandro Morillo Túa, a quien ya conocía por haber trabajado juntos en C.V.F. Electricidad del Centro C.A., asistía a un programa de educación de adultos en la escuela Vicente Wallis. Como pasaba por la calle Carabobo y a mí me gustaba pararme en la puerta de la casa, se paraba a hablar conmigo. Luego empezó a enamorarme, al principio le huía, dejé de pararme en la puerta, me iba para la casa de Felipina, que vivía también sola en la calle Páez casi al frente de donde hoy está la Iglesia de los Mormones; pero no sé cómo descubrió donde estaba, poco a poco me fui enamorando casi sin darme cuenta, quizá por la soledad en que vivía. Eso fue a finales del año 1964, y en ese diciembre me regaló un tocadiscos portátil que todavía existe. Él era un hombre casado, que se había separado de su esposa y vivía con su mamá y un hermano llamado Juan Morillo en una pieza en casa de Ana María Natera, tía de Rafaela Espinosa de Canelón en la calle Urdaneta, entre Briceño y Carvajal. Siempre salíamos a pasear, con María Garay −al rio La Arenosa, recuerdo− o con Emilia Pacheco, también íbamos mucho al estadio con Clementico. Cuando conocí a su hermana y esposo los fuimos a llevar a Barquisimeto, junto con María Garay, ya que habían venido a visitar a su mama. También Íbamos a Valencia a CADA a comprar discos en oferta. Fuimos varias veces a visitar a Felipina que estuvo viviendo un tiempo corto en Tarapío. A los 15 años de Clementico, que se los celebraron en una parcela en el Toco, él fue mi acompañante el día 4 de febrero de 1966. Recuerdo que fuimos a una exposición en la Asociación de Ganaderos en Valencia. Casi todas las noches dábamos unas vueltas en el carro hasta San Joaquín. Una noche, camino a San Joaquín en Carabalí, estaban parados una pareja de viejitos en la carretera. Cuando veníamos de regreso todavía estaban allí. Morillo decidió devolverse y ofrecerles la cola. Ellos se montaron y no hablaron nada en todo el trayecto hasta San Joaquín, solo para decir donde se iban a quedar, al bajarse se nos perdieron de vista en un instante y jamás los volvimos a ver en ese trayecto, por el que pasábamos casi todos los días −llegamos a imaginar que eran unas ánimas en pena, en esa época decían que en Carabalí salían muertos−. Otra de las salidas de cuando estábamos de novios fue a La Maestranza Cesar Girón con María Garay que quería ver a Pedrito Rico. Visitábamos a Ligia Utrera que duro un tiempo viviendo en Santa Cecilia, en Valencia porque su esposo Luis Manuel Aulestia estaba trabajando en la Gobernación. También fuimos a la playa con María Garay y Chucho Graterol. Una vez fuimos a un local nocturno en Maracay


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con una vecina trinitaria y su pareja. Visitábamos la casa del Dr. Carmelo Flores, y fuimos a reuniones donde se bailaba y bebía; como yo no bailaba, Morillo bailaba con una vecina española de nombre Pepita –a la que le daba pena, y yo le decía que no había problema ya que yo no sabía bailar−. Una vez fuimos con el Dr. Carmelo Flores y su esposa Irma −hija de la ecuatoriana que vivía en la casa− al balneario Boca Toma en San Carlos, también iba la familia de ella. Morillo me buscaba todas las mañanas para llevarme al trabajo. Entre vientos y mareas, con insultos de la esposa y en espera de que le saliera el divorcio −lo divorció Carmelo Flores− transcurrió el tiempo hasta el 29 de diciembre de 1967 cuando nos casamos a las 11 de la mañana. Los testigos fueron Clemente y Felipina. Como a las 6 de la tarde fuimos para la casa de la mamá y allí sucedió algo insólito con la amante de turno y aceptada por ella: en la puerta de la casa la mujer le dio una bofetada, me quedé en la calle y unas personas que vivían al frente de donde estaba Carrizalito (un burdel), me protegieron y me llevaron para su casa, mientras él solucionaba su problema, allí estaba la Negra, sobrina de él; me buscó y nos vinimos para la casa, estaban allí la Dra. Zaira, la Nena Parales, María Garay, Felipina con Vicente de dos años de edad, Cándida y Clementico. No me vine sola, a pie, por no protagonizar un escándalo grande a escasas horas de haberme casado y más aún delante de la juez. Ese problema lo superé porque prometió dejar a esa mujer −y aparentemente lo hizo−. Para la luna de miel, nos fuimos, esa misma tarde del viernes 29, llegando al hotel Los Alpes en Los Teques. El domingo 31, antes de venirnos, fuimos a visitar a las Utreras en Caracas y darles la noticia de que nos habíamos casado. Allá nos regalaron una botella de whisky y un juego de sabanas. Pasamos el Año Nuevo donde Felipina. El primero de enero nos fuimos a Barinas, donde pasamos la noche, al día siguiente seguimos a San Cristóbal y pasamos una noche y un día, para luego seguir camino a Cúcuta. Llegando por primera vez al Hotel Tundaya, frente al parque Santander −el cual visitaría muchas veces después inclusive con mis hijos−. Volvimos a Venezuela camino a Mérida donde, por casualidad, consiguió a su jefe y nos brindó unos tragos. De allí regresamos a Guacara el día 6 de enero, día de Reyes. En ese mes de enero, Morillo en agradecimiento al Dr. Carmelo Flores por haberlo divorciado y a la Dra. Zaira Rodríguez y a la Nena Parales, por habernos casado, tuvo la gentileza de invitarlos a cenar y tomar unos tragos a un restaurant que estaba en los bajos del Hotel Carabobo −que para ese momento era de renombre−. En

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abril de 1968, se casó la juez y nos invita al matrimonio sentándonos junto al Dr. Carmelo quien era invitado también ya que era amigo de ella porque se había graduado junto con la Dra. Zaira.

En casa con Vicente y Morillo


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La maternidad llegó a mi vida

En un paseo


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En mayo de 1968, fuimos a Carora a buscar a su mamá y en ese mismo mes salí en estado. Nació Alejandrito el 9 de diciembre de ese mismo año, prematuro. Yo trabajaba en “Resugo” −nos habían invitado a los 15 años de la hija del dueño y en la tarjeta de Invitación decía Alejandro Morillo, señora y Gracielita−, salía de reposo prenatal el 15 de diciembre y, entre esa fecha y febrero, tenía estipulado comprar todo lo referente al nacimiento; trabajé hasta el sábado 8, pero se adelantó el parto, mi hijo nació sietemesino. Hice algunos trabajos en la casa por ser fin de año y no volví a trabajar más, ya que necesitaba una atención esmerada. Vicente se paró en la puerta de la casa y a todo el que pasaba le decía que su madrina había tenido un hijo que se llamaba “Andito Augusto”. Al ser prematuro, Alejandrito requirió de un tratamiento especial, estuvo en incubadora tres días. Fue prematuro de edad, pero no de peso, ya que el suyo era casi normal. Al darnos de alta, fue con las siguientes indicaciones y recomendaciones de parte del doctor: • Colocar una luz amarilla debajo de la cuna. • No se le permitían visitas los primeros meses. • Prohibidas las salidas de casa, solamente a control pediátrico. • Se debía usar tapabocas para su cuidado. • Los primeros días no se podía bañar, sino solo limpiar con toallas húmedas. Su evaluación pediátrica era en el Hospital Central en la unidad de prematuros. Nos llevaba el compadre Luis Sánchez −trabajaba en Cadafe−. Un día estando en el hospital con Alejandrito en un hermoso portabebés −que le regalaron los Golding de Resugo−, en la cola de prematuros, se me acercó una enfermera y me dijo que me fuera para la otra cola de bebes de parto normal −señalándome hacia donde debía ir−, enseguida saque mis papeles del control pediátrico explicándole que era prematuro, la enfermera tenía toda razón de creer que no era prematuro, ya que todos los bebes en la cola era flaquitos, de muy bajo peso con apenas un poco de piel pegada a los huesitos. La enfermera me pidió disculpas y de allí en adelante en la consulta de niños prematuros, las enfermeras lo llamaban “Él bebe elegante”. Al ser prematuro −faltaban tres días para los 7 meses de gestación−, no pude amamantarlo, debido a que no produje leche. La alimentación fue a través de fórmulas lácteas. La dosis indicada en la consulta para hacer el tetero comenzó con 1 onza, cuando se fue a la siguiente


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consulta para aumentar la dosis ya iba con 2 onzas, debido a que no paraba de llorar por querer comer más. Y así, en cada consulta aumentaban una onza la cual ya estaba consumiendo. Le aumentábamos 1 más a lo que le indicaban. Cuando indicaron que se podía bañar, busqué a Julia Benítez −enfermera y amiga− para que me ayudara por la inexperiencia y lo frágil de lo prematuro −nació sin cejas−. Al tener la familiaridad con Petra Rosa, Esperanza y la mamá de ellas, nos visitaban siempre, en una de esas visitas, Esperanza fue con su esposo, el doctor Araque. Al ir y al saber que la consulta pediátrica se hacía en Valencia, se ofreció a llevar el control pediátrico en nuestra casa y que él traería, desde San Francisco de Asís, las vacunas en una cava para poder vacunarlo aquí. Hay una anécdota del Carnaval de 1969, en ese tiempo fui a la farmacia de Hidalgo y Omaira me pregunta por el hombre −se refería al recién nacido−, y yo en son de broma le contesto que anoche llego rascado, las dos nos reímos del chiste que solo entendíamos ella y yo. Al día siguiente Morillo me reclama que por dije en la farmacia que él había llegado borracho. Teniendo que aclararle la situación real. Quién se lo dijo, nunca lo supe, ya que no había nadie conocido allí. El 19 de marzo de 1969 fue bautizado en la iglesia de la Candelaria en Valencia, siendo los padrinos Felipina −no sabía hasta el día anterior, fue una sorpresa− y Clementico −se había autonombrado padrino del primer hijo al casarnos−. El traje del bautizo lo regalo mi amiga Reyes Guevara. En agosto del 1969, lo llevamos a ponerle una vacuna al Hospital de Guacara donde habían transferido al Dr. Araque. Esa fue la primera salida oficial de Alejandrito, ya que de allí fuimos al entierro de Virgilio, el hijo de Clemente −solamente a la iglesia, ya que en el cementerio me quede en el carro−. Al Dr. Alfredo Guillén y al Dr. Araque les preocupaba que Alejandrito no levantaba la cabeza −todo el tiempo con la cabeza sobre el hombro− y los pies no los afincaba −se trataba de ponerlo parado y él recogía los pies−. Ellos se reunieron en la casa de Araque, sin nosotros, para discutir el tema. Alfredo mandó unas pastillas de tratamiento y acordaron remitirlo a un neurólogo en Valencia. Petra Rosa pidió la cita con el Dr. Marcelo Corradi, nos llevó el compadre Luis y Felipina me acompaño. Al neurólogo le causó extrañeza, al leer el récipe, que quien le había indicado el tratamiento era un otorrino (Dr. Alfredo Guillen), por lo cual le tuve que explicar que era un vecino y amigo. El neurólogo ratificó las medicinas indicadas por Alfredo

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y gracias a ese tratamiento se fortaleció la cabeza y las piernas. Caminó por primera vez a los 16 meses. En agradecimiento, Morillo decide que Alfredo seria el padrino de confirmación, hecho que lamentablemente no pudo ser más adelante, debido a su muerte repentina el 4 de julio del año 1972. Siendo sustituido merecidamente, años después, por Araque y su esposa. Hay una anécdota, cuando Araque decide cambiar la formula láctea de lactógeno, por leche completa (Reina del Campo), el indica que el primer tetero del día fuese con lactógeno, después con Reina del Campo y luego regresar al lactógeno y así sucesivamente. Resulta que, después de darle Reina del Campo, no quiso nunca más el lactógeno −se le dio y lo rechazó, no lo tomó−. Se le volvió a dar Reina del Campo y la aceptó maravillado. Se le comentó al doctor y dijo: “No le des más lactógeno”. Después de cumplido el primer año de Alejandrito, recomiendan los doctores que es necesario, y le haría muy bien, llevarlo a la playa, ya que había estado mucho tiempo encerrado por su condición prematura. Todos los días iba con María Garay en autobús al Palito a la playa, en la mañana, y regresábamos en la tarde. Después Clementico consigue una casa en Chichiriviche, estado Falcón, donde pasamos una semana. En enero de 1970, fuimos a Margarita Felipina, Vicente, Morillo, Alejandrito y yo. En el trayecto de Cumana a Margarita −perdimos el ferry desde Pto. La Cruz−, fuimos en el Ferry Caroní que solo era un planchón, donde iban los carros arriba, es decir si no querías llevar sol teníamos que entrar dentro de los carros. Solo tenía un bar pequeño donde vendían bebidas y comidas. Todo el trayecto hasta Margarita, Alejandrito lo paso en el coche llevando sol y recibiendo el rico aire del mar.


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Alejandro Augusto con unos pocos meses de nacido

Alejandro Augusto

La amarga realidad vivida


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Voy a narrar ahora una parte triste de mi vida. Después del incidente con la mujer el día del matrimonio, supe que Morillo era mujeriego y todas esas mujeres eran aceptadas por la mamá. El 25 de diciembre −apenas 15 días después de nacido Alejandrito− me dijo que iba a tener un hermanito. Meses después en la casa de la mamá encontré un día una mujer con un niño en los brazos. Esa era la de turno para el momento −una de ellas, supongo−. Para esa época mi situación monetaria era diferente, yo venía acostumbrada de no depender de nadie para mi subsistencia. Ahora dependía de lo que Morillo diera para el hogar y yo solo tenía por entrada el alquiler de la casa que eran 100 bolívares, que no me alcanzaban para mis gastos personales, ya que él solo aportaba para la comida. Resuelvo convertir la parte delantera de la casa en local comercial; era una habitación grande donde estaba el cuarto principal, lo mudé a un cuarto inmenso que estaba en la parte de atrás de la casa, que no tenía ninguna utilidad. Uní dos puertas pequeñas para instalar una Santa María, esto se hizo sin el permiso porque no daban autorización en el Concejo Municipal −por eso la mayoría lo hacían a escondidas−; con la mala suerte de que cuando tumbaron el pedazo de pared que separaba las dos puertas, pasó en su carro el adeco mayor de Guacara y fue a buscar a un copeyano que era el fiscal municipal, un amigo mío oyó porque estaba parado en una casa al lado de donde vivía el fiscal en la calle Sucre y vino y me lo dijo. Inmediatamente el fiscal fue a Cadafe a citar a Morillo para que fuera el lunes a la sindicatura, él no quiso firmar el recibo de la citación, porque no tenía tiempo para eso, dijo que debía ser conmigo porque era la dueña. Cuando el fiscal vino a citarme, me amenazó con ponerme presa, a lo que le dije que tenía que llevarme con Alejandrito que estaba pequeño, porque no tenía con quién dejarlo. Eso sucedió un día sábado, no recuerdo la fecha, pero creo que fue a principios de 1970 o 71. Al día siguiente en la mañana Morillo fue a la casa del adeco mayor que era concejal, para que me ayudara, pero le dijo que no podía porque eso estaba prohibido, aunque yo suponía que era él quien estaba contra mí, pero Morillo no me creyó. Con denuncia y amenazas de detención, se terminó de cambiar la ventana e instalar la puerta. El lunes a las tres de la tarde cuando fui a la cita quien nos atendió fue el adeco mayor, y el administrador de renta que era urredista. Lo correcto era que la citación la atendiera el departamento de Ingeniería Municipal. Morillo me acompaño.


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Me dijeron que no había nada que hacer, que tenía que pagar una multa de cinco mil bolívares, a lo que Morillo me dijo que pagara la multa para poder alquilar. La condición expuesta por ellos fue que tenía que poner la casa como estaba antes y pagar la multa. A lo que me negué porque no tenía dinero para eso. Tenía que ir semanalmente, pero a la Sindicatura Municipal, para ver si había solución al problema. Cansada de ir a la cita cada 15 días y que me dijeran lo mismo −que el problema seguía igual−, hablé con el Dr. Alfredo Guillén, y le pregunté si era amigo del Dr. León Domínguez quien era el presidente del Concejo Municipal y me dijo que no, me refirió con un récipe −donde le explicaba el caso− a hablar con del Dr. Armando Houmant, quien tenía más vínculos con el mundo de la política; fui al consultorio y me expresó que en la próxima cita que le dijera a su compadre Miguel Bello que lo llamara −era el síndico municipal−, así lo hice, y lleve fotos de la fachada. Me citó para después de 15 días. A esa cita fue Clemente conmigo para ver si había alguna respuesta positiva y de no ser así, hablar con el Dr. León Domínguez, los dos eran urredistas. No fue necesario porque el síndico le pidió a una persona que estaba allí que saliera porque necesitaba hablar a solas conmigo, me dijo que un amigo mío estaba interesado en que se me aplicara una medida drástica, a lo que le contesté que era un compañero de partido de mi marido. Llamó al fiscal y le dijo que me había autorizado para pintar y botar los escombros; que volviera dentro de 15 días. Cuando fui a la cita me dijo que alquilara, que el asumiría su responsabilidad y que, si tenía problemas, él se iba para el carajo. Me preguntó si ya tenía algún candidato para alquilar y le dije que no, pero en verdad, había un árabe esperando. Cuando salí del problema es cuando Morillo se entera de las diligencias que había hecho, no le había dicho nada antes porque él no creía que su compañero de partido podía actuar así en el famoso caso.

La llegada del Catire


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En el año 1970 fuimos al aeropuerto de Maiquetía a despedir a Clementico, que se iba a Puerto Rico, a estudiar. A finales del año 1971, ya mudados a la parte de atrás, salí en estado nuevamente −casi a juro−, a pesar de los problemas y disgustos. Entre ellos, uno que pase fue un susto con Alejandrito, que estando lavando la ropa en la lavadora con exprimidor de rodillos, en un santiamén le metió el brazo al rodillo, llegándole hasta el codo y yo, con la misma rapidez con la que él lo hizo, le di un golpe tan fuerte al rodillo que jamás volvió a funcionar perfectamente; gracias a Dios no le paso nada, solo que tuve una baja de tensión y me desmayé, ya que no era para menos. El martes 20 de junio de 1972, a la 01:00 a.m. nació un bebé a quien llamé Isaías Manuel en honor a mis tíos. El niño venia apurado ya que mi doctor me dijo que llegara al hospital y que me recibiría el médico de guardia, mientras él llegaba, lo cual no pudo ser, porque nació de una vez. Fue un catire de talla, tiempo y peso normal. Me iban hacer cesárea por mi edad, pero no hubo necesidad, al igual que cuando nació Alejandro, que también iba a nacer por cesárea, pero fue por parto por lo apremiante de la llegada al ser prematuro. A Alejandrito lo deje cuidando con Felipina. En la tarde, Morillo llevó a Felipina, Vicente y Alejandrito a conocer al nuevo integrante de la familia. Tanto Alejandro como Isaías si hubiesen sido hembras se habrían llamado Graciela –Alejandrito– y Gracielamar –Isaías−. Al cabo de ocho días se cayó Alejandrito, y tuvieron que enyesarle una pierna, fui a la clínica Los Colorados en Valencia, porque ameritaba más de lo que Morillo había intentado, llevándolo a sobar en casa de Francisco “El Chivo” −donde del dolor de la sobada se orinó−, ya que en realidad era una fractura. Cuando regresamos estaba esperando a Morillo la misma mujer que vi en casa de la mamá con él bebe, estaba frente a la floristería Guacara que quedaba ubicada frente de mi casa, se montó en el capó del carro, formando un escándalo en plena calle y Morillo no hizo sino ignorarla. No fue capaz de afrontar la situación poniendo a la mujer en su puesto, según mi punto de vista. Entramos rápidamente a la casa y Morillo llevó cargando a Alejandrito para el cuarto y se fue para el recibo. Allí durmió porque le tranqué una reja que estaba en el medio de la casa, y escondí la llave y no pudo entrar para el cuarto. Los problemas siguieron y cada día era peor, hasta el extremo de que decidió irse de la casa a mediados del año 1972.


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A finales del mes de septiembre de ese mismo año, se enfermó Isaías y hubo que hospitalizarlo en la clínica La Pastora en Valencia por tres días; fue la Nena Parales que le aviso a Morillo y se presentó a la clínica. La Dra. Zaira, jueza de Guacara para la fecha, y la Nena Parales, se portaron demasiado bien. Iban todos los días y me llevaban comida y Felipina se encargó de Alejandrito. Morillo se fue nuevamente para la casa por la enfermedad de Isaías y pago la clínica.

Isaías Manuel con su fórmula láctea, acompañado de Vicente. Isaías Manuel camino a chequeo pediátrico.

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La vida que me tocó vivir con mis hijos pequeños


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Morillo solamente daba para la comida; la luz y el agua las pagaba yo del alquiler. En diciembre, daba 500 bolívares para la ropa de los muchachos, lo que a veces no alcanzaba. Si yo podía completaba si era más el costo y si no, compraba lo que pudiera. Desde enero de 1969 a febrero de 1976, el tiempo en que estuve sin trabajar tuve que ingeniármelas económicamente, ya que solo tenía el alquiler de la mitad de la casa que inicialmente eran 100 bolívares y progresivamente fue aumentando hasta llegar a 500 bolívares, para cubrir mis gastos de ropa, remedios y algo más que necesitarán los muchachos. Me privaba de comprar ropa para mí, porque no podía, no me alcanzaba con tan poca entrada para todos los gastos de la casa. Cuando a Alejandrito se le consigue el cupo en el kínder de la Vicente Wallis, no tenía dinero para pagar la inscripción y fue Petra Rosa quien regaló el costo y Felipina al saber mi situación le compro el uniforme y luego los útiles para que pudiera asistir a la escuela. En esa época era difícil los cupos y no se podía perder la oportunidad de esa escuela que quedaba tan cerca de la casa, a escasa cuadra y media. Con los regalos del día de la madre, era un problema; Morillo compro el último regalo en 1972 que fue un mantel que se perdió, después no regaló más. Yo no encontraba cómo hacer, para que Alejandrito me diera un regalito, si tenía plata compraba algo y Felipina iba con Alejandrito a buscarlo, así hice hasta que en la escuela los elaboraban los niños mismos. Con los regalos del Niño Jesús era lo mismo, nunca me dio para comprarles nada; lo pedía fiado en Italven, el negocio que tenía Felipina, y lo pagaba poco a poco cuando podía, o ella se los regalaba. La situación, cada día, en el hogar era peor; una vez sacó un revólver y dijo que iba a matar a los muchachos y luego se mataba él, porque yo le dije que, si moría primero que yo lo velaría en la funeraria, para que fueran “todas sus amantes”, en mi casa no las aceptaría. Me contestó que “de allí lo sacarían muerto”, se llevó a los muchachos y no se sabía para dónde. Vicente fue a buscar a Clementico y no los encontraron. En la tarde fue que regresaron y no supe donde estuvieron. Convaleciente de un derrame pleural que le dio a Morillo, por el cual fue hospitalizado en Maracay y estando, a su vez, Isaías convaleciente de parotiditis, me dio una bofetada porque llevó dos regalos de Navidad para los muchachos, de Cadafe, y en la tarjeta decía que eran tres. Pregunté


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por el otro y dijo que no sabía, a lo que le contesté que si creía que yo era pendeja, pero que más pendejo era él; hasta allí llegó mi paciencia y con eso murió el amor y le dije que se fuera de la casa, pero me amenazó con llevarse a los muchachos. Esta amenaza había sucedido en varias oportunidades, ellos lloraban porque no querían irse de mi lado y yo creyendo que sería verdad, le daba paso al problema, aceptando todo callada, pero en esta oportunidad me revestí de valor y busque unas ropitas y le dije que se los llevara, contestándome que “para dónde los iba a llevar”. Cansada de esa vida estaba resuelta a divorciarme; lo cite a los despachos de los doctores Carmelo Flores y Orlando Hernández, y no fue. Tampoco quiso ir al tribunal a hablar con la Dra. Gravina; intervinieron Clemente, Felipina, los Araque y la Nena Parales; para que fuéramos a sus casas y ellos servirían de mediadores. Aceptó ir a donde los Parales, pidiendo solamente que lo dejara viviendo en la casa. Acepté y no me fui yo porque la casa era mía. De allí en adelante mi vida giro solamente alrededor de mis hijos; me dediqué a trabajar y ahorrar todo lo posible para costear los estudios, principalmente los de Alejandrito que estudió en un tecnológico público del gobierno y los costos de pasajes, comida y los libros eran pagados por mí. En cambio, Isaías lo hizo en un tecnológico privado pagado por su papá, pero pasajes, libros y demás gastos los pagaba yo. Nunca su papá le dio para gastos a Alejandrito. Quincenal, en su cumpleaños y en Navidad le daba dinero a Isaías. Cuando yo podía, en el mes, les daba a los dos porque había que ser equitativo.

Estrenos de Navidad

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Jugando en el patio de la casa

El primer racimo de cambures de la parcela de Vigirima ( Cielito Lindo).

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Carnaval con las hijas de Aurorita (Mariela y Morelia), vecinas del frente en Guacara.

Los 3 mosqueteros (Vicente, Alejandro e Isaías).

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Recomenzar mi vida laboral de nuevo en el tribunal


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Con esa situación me vi obligada a buscar trabajo. En octubre de 1975, me llaman del tribunal para ayudar al escribiente, que era Saturno Ramírez, por dos horas diarias y me pagaban 5% del arancel judicial. En enero de 1976, la jueza consiguió la creación de un cargo y me nombró supernumeraria fija con un sueldo de 600 bolívares mensuales. Así la situación económica cambió, tenía dinero para la merienda de los muchachos, para comprarles ropa, los útiles escolares, ropa para mí, porque casi no tenía. Trataba de ahorrar el ingreso extra que eran los aranceles que repartían: un 10% para viajar a Margarita o Cúcuta a comprar ropa. También íbamos a Mérida, Ciudad Bolívar en excursiones con Yagtours o Chivitur. Con los ahorros también me pude comprar mi primer carro que fue un Fiat −Isaías lo llamaba “Tin Mamá” e “Ito Mamá”−. Pocas veces salimos de vacaciones con Morillo, recuerdo una vez que fuimos a Coro, Maracaibo y Cúcuta en mi carro −un Chevy Nova que compre después− y otros viajes que fuimos en dos oportunidades con David Montiel a Maracaibo. También compré una parcela en el sector La Manga en Vigirima, con un rancho el cual se tumbó y poco a poco construí una casa. Gennaro hizo la estructura de hierro, después el piso, cuando reuní más dinero se lograron hacer las paredes, se cercó con estantillos y tela metálica y le puse por nombre a la parcela “Cielito Lindo” añorando la música de mis años vividos en el 1954 y 1955, cuando me la dedicaban por Radio América o por La Voz de Carabobo.


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La época feliz con los compañeros del tribunal

Parque Santander en Cúcuta


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De enero del 1976 a junio del 1980 fueron años en que lo pase feliz en el tribunal, éramos como una familia, empezando por mi gran compañera, amiga y confidente, como ya lo he dicho anteriormente la Nena Parales, también con la Dra. Ysnelda Gravina que fue y ha sido la mejor jefa que he tenido en toda mi vida, una persona comprensiva, humana, atenta y muy pendiente de su personal tanto en lo laboral, como en lo personal. No puedo dejar de nombrar a mi eterno compañero y maestro que fue quien me enseñó todo lo que aprendí de las labores del tribunal como lo fue Saturno Ramírez, un hombre de probada rectitud, paciencia, discreto, gran padre y amigo. Así como compañeros únicos en su forma de ser como lo fueron Natalia García, Carlos Escobar, Cipriano Guevara, David Montiel y Félix Barreto. De esa época recuerdo que la Nena estaba de reposo y llego el Dr. Soto Valencia buscándola, Natalia le dijo que se entendiera conmigo, ya que me habían asignado temporalmente, durante la ausencia de la Nena, la realización de los justificativos de Excepción Militar. El Dr. me entregó la solicitud con los datos de los testigos y buscó en su cartera una tarjeta de presentación, en ese momento que estaba guardando su cartera llegó la Dra. Gravina, revisa a que vino el Dr. y me dice que cuando pueda pase por su oficina. Al ir a su oficina, fue directa y me pregunta si el Dr. me estaba dando dinero, ya que el pago era exonerado y nos podíamos meter en problemas, le lleve lo entregado por el Dr. y le explique que lo que saco de su cartera fue su tarjeta de presentación, a lo cual se convenció. Una vez fuimos con la Nena Parales a Barquisimeto en el año 1976, íbamos a buscar a una muchacha de servicio para que trabajara en la casa y recuerdo una anécdota de Morillo cuando se comió una flecha de una calle, lo pararon unos fiscales y lo iban a llevar detenido, ya que no multaban, sino que encarcelaban y su argumento fue decir que él no era de allá y por eso no conocía la ley, salimos ilesos de ese percance y al ver los fiscales que andaba en familia, nos dejaron tranquilos. También recuerdo un viaje que se planificó con ella para ir a Maracaibo con David Montiel y no pudo ser por haberme bajado la tensión en plena iglesia de Guacara. En esa época se celebraban, en la parcela de Vigirima, los cumpleaños de nosotros. También eventos del tribunal, entre ellos la despedida de Carlos Escobar cuando lo jubilaron como alguacil del tribunal, algunos cumpleaños del personal del tribunal y las fiestas de Navidad; la última fiesta fue la despedida de la Dra. Gravina, todas estas fiestas eran amenizadas por el


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famoso Showman Manolo Rincón y su teclado. Al transferir a la Dra. Gravina para Puerto Cabello, cambió la dinámica, aunque el personal subalterno seguíamos siendo igual de unidos, había distancia entre la jueza y nosotros, a pesar de que ella tenía muy buen carácter, no era lo mismo que antes con la Dra. Gravina; no se volvieron a hacer los cumpleaños en Vigirima nuevamente. Al jubilar a Ramírez, mi situación en el tribunal cambió repentinamente, lo sustituyo un abogado muy joven, el cual no hacía casi nada, no compartía el trabajo, el cual no duró mucho, consiguió otro trabajo y se fue, y quedó en el puesto un hermano de él, siendo peor en su desempeño, ya que faltaba mucho al trabajo, por eso duro poco, luego entro a sustituirlo una abogada familia de Esperanza y Petra Rosa, la que era peor que los anteriores; se dedicó a hacerme la vida imposible. Yo tenía las vacaciones vencidas y negociadas para cuando fuera la graduación de Isaías, al final me las negaron lo que originó una discusión con la cual casi me botan y fue por su influencia con la juez al decirle que no me las diera. Entre las cosas que le dije a la juez fue: “Cuando su hija se gradué yo estaré requeté muerta −ya se debe haber graduado y yo estoy vivita y coleando−, pero se acordaría de mí, ya que eso es una satisfacción muy grande que nadie se lo podría impedir, solo Dios”.

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Cielito Lindo (Parcela en Vigirima. Edo Carabobo)

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Mi reposo y posterior jubilación


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Después de eso, yo no nombré más el tema de las vacaciones, puse todo el trabajo al día y laboré hasta el 29 de septiembre de 1995, que era día jueves, ya que el viernes 30 era el día libre por ser el día de la secretaria. Entregué el juego de llaves a Parales, quien me preguntó el porqué, ya que nunca lo hacíamos, a lo que contesté: “Porque están pasando cosas extrañas”, desaparecían expedientes y aparecían solos sin saberse dónde estaban, y la realidad y lo más grave era que negociaban, tanto la abogada como su esposo con los familiares de los presos en la Plaza Bolívar, para extorsionarlos. Alguien de mi entera confianza me lo dijo y quise hablar con la juez para decir lo que estaba pasando y no quiso hablar, lo que me obligó a solicitar la incapacidad, ya que estaba sufriendo de tensión alta. Desde ese momento estuve de reposo hasta que me llegó la incapacidad. Recuerdo de esa época que, primeramente, salí de reposo por un acceso que tenía en la cabeza y estaba creciendo y decidí extirpármelo, después los reposos se empataron con los de la tensión y la Dra., al llevarle los justificativos sin leer, decía que como podía ser un reposo tan largo por “un cacho”, teniendo que aclarárselo la Nena que yo estaba tramitando la jubilación. Al darse cuenta de la situación, me llama y me dice que eche todo para atrás y me reintegre, estando ya tomada la decisión sin vuelta atrás.


La escuela de los muchachos y la familia que nos puso Dios en el camino


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Hay una anécdota al momento de decidir en qué colegio inscribir a Alejandrito en kínder: yo pensé hacerlo en la Vicente Wallis, por lo cerca, y porque no tenía que pagar nada −al ser escuela pública−, ni ponerle transporte, y por lo cortas que estaban mis finanzas, pero hubo alguien que me dijo que lo pusiera en el Colegio Teresiano, porque Vicente y un sobrino de ella y otros amigos de su edad estudiaban allí, y se acomplejaría estudiando en un colegio público; yo simplemente conteste que se acomplejaría si después de estar estudiando allí, tuviera que sacarlo por no poder pagar dicho colegio. Cuando acudo a la escuela Vicente Wallis y voy a informarme de los requisitos, la persona con quien hablé casi ni me atendió, no dio ninguna explicación, solo me dijo que tenía que esperar hasta julio del próximo año. Petra Rosa me dijo que tenía una amiga que trabajaba allí, que cuando fuera la fecha de inscripciones hablaría con ella para que me ayudara; cuando llego la fecha, la busqué. Esa amiga se llamaba Carmen Araujo de Clissa, ella me pasó a entrevistarme con la maestra del kínder, llamada Tila de Lagardera, desde ese momento comenzó nuestra amistad con las dos. Estando en el kínder Alejandrito, a veces también tocaba dejar en el salón a Isaías de apenas dos años porque estaba enamorado de la maestra y la maestra fascinada con el catirito, lo aceptaba, me tocaba ir a la casa y buscarle merienda para que estuviera en clase. Se puede decir que a Isaías le toco repetir kínder cuando le correspondió, de acuerdo a su edad, volver a estar con la maestra Tila. Cuando estudiaron tercer grado, respectivamente, en diferentes años, su maestra fue Carmen de Clissa; ya con Alejandrito, desde primer grado, estudiaba el hijo de ella, Ángel Francisco y estando en tercer grado fue su maestra aparte de ser su mamá, siendo el representante su papá el señor Antonio. La amistad se comienza a forjar ya que Alejandrito tenia mala letra, ella propone llevarlo a su casa a tareas dirigidas; se iba con ella al terminar clases a las 12:00 y lo buscábamos en la tarde o noche, todos los días de lunes a viernes, así practicaba con todos los métodos posibles la caligrafía y hacía las tareas junto a su amigo Ángel. Isaías le había tocado en otra sección de tercer grado y yo pedí cambio, con la subdirectora del plantel, la señora Aida Reyes (comadre de Carmen de Clissa) para que fuera su maestra, Carmen. A raíz de ahí mis hijos empezaron a frecuentar a los Clissa, no solamente por estudios, sino también durante los fines de semana o en vacaciones, se llevaban las bicicletas y pasaban temporadas, o en los carnavales o cualquier momento


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era oportuno para los muchachos estar allá. En los cumpleaños de todos los Clissa siempre estuvieron presentes. Se fue formando un lazo de hermandad entre mis hijos y los Clissa que ha perdurado en el tiempo. Esta vinculación entre las familias Clissa-Araujo y Morillo-Hidalgo ha trascendido a la siguiente generación; por eso Miguelina, Mercedes, Ángel, Mirian y el siempre amado y recordado Gilberto (Q.E.P.D.) dicen que mis hijos son sus hermanos y mis nietos sus sobrinos, e igual sus hijos le dicen tíos a Alejandrito e Isaías. Así como Ángel y Anthony, el de Miriam, me piden la bendición. El señor Antonio Clissa era un italiano que él mismo se decía ser del Capanaparo; bailaba joropo y se conocía a Venezuela, mejor que cualquier venezolano, ya que, debido a su trabajo de vendedor, viajaba mucho. Varias veces fueron mis hijos a despedirlo o a buscarlo al aeropuerto junto a la familia porque iba o venia de viaje a Italia. De las cosas que traía de los viajes nacionales, como internacionales, siempre había algo que compartir con nuestra familia. Fue hombre que de pequeños mis hijos le tenían miedo y respeto y que de adultos llegaron a querer mucho. Después de la muerte del señor Clissa, soñaba continuamente con él, hasta un día en que Carmen me pregunto qué cuánto me debía por la sábana que lleve para sacarlo de la clínica tapado en una camilla, la cual se perdió en la funeraria. Ella les había dicho a los muchachos que se encargaran de eso y no lo habían hecho, yo le conteste que eso era una ofensa para mí, que lo hice con todo cariño, ya que sería lo último que podía hacer por él y después de ese episodio no volví a soñar más, pienso que era eso lo que quería. La maestra Carmen Gilberta Araujo de Clissa era una mujer única, maestra como no existen ahora. Con una disciplina casi militar, pero con un corazón lleno de bondad insuperable. Siempre estaba pendiente de las necesidades de los demás, no le importaba desprenderse de lo poco o mucho que tuviera en el momento, para ayudar al necesitado. Es más, con seguridad si no lo tenía llegó a pedir prestado para poder ayudar al que acudiera en su auxilio. Mis hijos dicen que fue la mejor maestra que tuvieron. Claro, a ellos los unía un lazo más allá del de maestra-alumno, pero yo no lo pongo en duda. Siempre, ellos le pedían la bendición y ella continuó estando pendiente de ellos, después de ya no ir más a la escuela. Hay una anécdota para entender su gran bondad. Estando mi tía Felicia −a la que ella no conocía−, en la etapa terminal de su enfermedad, todos los días me

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preguntaba como seguía; una vez me pregunto si iría ese fin de semana a Caracas a verla y le comenté que no podría ir ese fin, sino el otro cuando fuera quincena y cobrara. Al día siguiente llego a la casa Isaías, de la escuela, con un dinero que enviaba para que fuera a ver a Felicia. Cuando cumplieron 18 años, Ángel y Alejandro querían sacar la licencia de conducir, Alejandro le pide a Morillo el dinero y él le contesta que para qué va a sacar licencia si no tiene carro. Él, desilusionado, llama a Ángel y le dice que no puede ir por no tener para pagar y la maestra Carmen simplemente dijo “Que se venga que yo se los doy”. En su último cumpleaños, antes de fallecer, le cantaron el cumpleaños, a pesar de que a ella no le gustaba que le cantaran con la torta, sino que la repartieran y ya, pero ese día la señora Justina (Suegra de Gilberto) y la maestra Carmelita le cantaron un cumpleaños muy hermoso que la hizo llorar. Así de grande era su humanidad. Así era Carmen de Clissa. Lamentamos, tanto mis hijos como yo, la partida de este mundo terrenal del menor de Los Clissa, Gilberto, cariñosamente conocido como “Gigy” con apenas 27 años de edad. Siempre presente hoy día en nuestros pensamientos y oraciones. De esa época de la Vicente Wallis, cuando estudiaban los muchachos, se hicieron varias excursiones: una, por ejemplo, al Planetario Humboldt, en el Parque del Este en Caracas con 2 autobuses llenos de muchachos y hay una anécdota de una excursión que se hizo al Parque Yurubí (Leonor Bernabú) en el estado Yaracuy, para recabar fondos para un anfiteatro que se estaba construyendo en el colegio (que posteriormente se llamaría “Carmen Araujo de Clissa”); yo les vendí a Petra Rosa, Gladys Hidalgo, que fue junto a Aldo y Antonieta −todavía no se habían casado−, los Parales (María y la Nena solamente) así como a Ramírez, el cual no fue excusándose a último momento, sin decir por qué y no aceptó el retorno del dinero. La excursión partió muy alegre desde Guacara, nombrando en el camino Jorge Miranda, siempre con sus chistes a la señora Aída y a mí, como “Ancianomosas”. Llegamos al parque sin ninguna novedad, el autobús nos llevó hasta la parte más alta del parque, y nos dejó cerca al rio, con una lluvia muy suave tipo rocío que caía; todos los muchachos se pusieron sus trajes de baños y bajaron al rio, que estaba unos 15 a 20 metros debajo de donde pernoctábamos en un caney. Al pasar media mañana, el rio empezó a subir, por recomendación de los guardaparqués mandaron a salir a los


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bañistas. Nosotros seguimos disfrutando y compartiendo en el caney y los niños continuaron jugando cerca de las instalaciones donde estábamos. De repente empezamos a ver que por la carretera interna del parque empieza a circular agua del río, su nivel estaba llegando a la altura del caney −había subido los 15 o 20 metros de distancia−. De inmediato, nos empezamos a recoger y a montarnos en el autobús; cada vez era más fuerte el caudal interno y el desbordado del rio; llegó la guardia nacional y nos aconsejó que nos retiráramos: en fracciones de minutos la situación se fue poniendo color de hormiga y el río empezó a mover el autobús. La guardia tuvo que evacuar a personas que iban a pie, así como a nosotros también. Mientras empezamos el descenso, al ir bajando y estar más tranquilos, no imaginábamos que todavía nos faltaba la prueba mayor, donde todos teníamos el corazón en la mano y rezando llegamos a pensar: “Hasta aquí llegamos”. A la salida del parque, el río que pasaba por el puente que estaba en la parte baja y era el punto de control de la guardia nacional y lugar de acceso al parque, ya desbordaba el nivel del puente con un gran caudal, por detrás de nosotros venia acercándose el río desbordado cercando todo el parque, entonces había dos opciones o quedarse y correr el riesgo de ser arrastrado por el río desbordado, o tratar de pasar el puente y correr el riesgo de que el puente colapsara por el peso del autobús, junto a la presión ejercida por la magnitud del torrente circulante para ese momento. El chofer se arriesgó y logramos pasar con la protección de Dios. Cayéndose el puente minutos después. Esta inundación fue una de las mayores ocurrida en el lugar en los últimos 30 años, según indico la prensa. Después me enteré por Ramírez, de que el motivo principal por el cual él no fue, era porque tenía tres días lloviendo en la zona.

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Alejandro en el kínder (con la maestra Tila), e Isaías coleado

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Con la Maestra de Kínder Tila de Lagardera.

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Isaías en el kínder con una compañerita.

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En la fiesta del Matrimonio de Ángel Clissa y Mirla Carolina Sánchez (en la Foto: Antonio Clissa, Carmen Araujo de Clissa, Gabriela Pinto (amiga de Mercedes), yo, Alejandro, Gerson Llovera, Isaías, Padrino de Ángel y su Esposa).

Acto de graduación de Primaria de Ángel Clissa y Alejandro en la Escuela Vicente Wallis, con Felipina, y Gilberto Clissa.

Compartiendo con las nuevas Generaciones de los Clissa (Los Clissa-Sánchez, Clissa-Brito, Cayama-Clissa y Ponce-Clissa).


Las primeras comuniones


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La primera comunión de Alejandro y Rosa (sobrina de Morillo) iba a ser en Guacara y los padrinos de confirmación como ya dije de Alejandro serían los Araque Resultó ser que el padre Jairo (párroco de Guacara) tenía fama de que raspaba en el examen de catecismo a casi todos, por ser muy tosco y estricto, Alejandro se puso nervioso y el padre no los aprobó a ninguno de los dos. Como ya estaba todo listo, el traje, tarjetas, comprado lo de la fiesta, al haber también comuniones en San Joaquín, Araque fue a hablar con el cura para ver si podrían hacerla allá, diciéndole que los llevaría para hacerles una evaluación; fuimos y el cura muy amablemente los chequeo, y perfectamente sin presión pudieron responder satisfactoriamente. Hicieron la comunión y confirmación el 14 de mayo de 1978 en San Joaquín. Tiempo después, ya después de haber conversado con el padre Jairo y notificado de la realización de la comunión en San Joaquín, varias veces dejo parado en el altar a Alejandro sin darle la comunión. Isaías realizó la comunión y confirmación en Guacara y su único padrino de confirmación fue Vicente.


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Primera comunión de Alejandro.

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Alejandro con sus padres y padrinos de confirmación (Dr. Heraclio Araque y Esperanza González de Araque).

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Primera comunión de Isaías. Isaías con su padrino de confirmación Vicente.

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La época del liceo


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Cuando Alejandrito estudiaba cuarto año le dio hepatitis, le mandaron reposo absoluto y comer mucho dulce, él estaba fascinado. Ana Belén Hidalgo le llevaba dulce de lechosa, un día note algo debajo de la cama y era una lata de anchoas, que tenía escondida porque era sancochado todo lo que podía comer. Desde ese día quedo bautizado como la anécdota de “La dieta de la anchoa”. Isaías estaba estudiando tercer año en el Liceo Luis Augusto Machado Cisneros, tenía un poco de materias aplazadas y decía que los profesores le profesaban rabia, hasta Educación Física la tenía raspada. Me le presenté en plena cancha y hable con el profesor, aclarándome que no era así como él decía, sino que se escapaba de clases. De allí lo llevé a donde la psicólogo Nieves Oliveira, que él conocía, y allí se convenció y asumió su responsabilidad y cambió para bien. De esa época de graduaciones me viene la reminiscencia de cuando mis hijos estaban en bachillerato, recuerdo que fuimos a varias excursiones con Anita López y Yagtours a Mérida, y junto a los muchachos pudimos conocer Los Aleros, La Venezuela de Antier −en construcción para el momento−, El Teleférico de Mérida y los famosos Carnavales de El Callao. Conocimos los majestuosos ríos Orinoco y Caroní, siendo impresionante la confluencia de los dos ríos, donde siguen su rumbo sin ligarse las dos aguas de diferente color; también conocimos la represa del Gurí y el parque La Llovizna. De ese viaje hay una anécdota con el Catire Fedor hijo de mi gran amiga la Dra. Noemí de Gómez, al ella no poder ir en la excursión nos encargó a su hijo para que estuviésemos pendientes de él, tanto a Anita, como a mí. Resultó que estando en pleno desfile del Carnaval del Callao se nos perdió el Catire al irse con una comparsa de negritos y al regresar al autobús llegó un con una “pea” de marca mayor, que no podía con su alma. Fue tanta la rasca que al día siguiente, al despertar en el hotel, estaba durmiendo encima del vomito. Por mi parte yo nunca le conté a Noemí lo ocurrido, y no sé si Anita le llegó en algún momento a decirle.


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Viaje a Mérida con Yagtour

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Las graduaciones y mi satisfacción


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Para las graduaciones todo lo pagué yo, desde los fluxes hasta las celebraciones. Estoy orgullosa de mis hijos. El 13 de noviembre de 1991, se graduó como técnico superior universitario en electricidad, mención potencia, Alejandro Augusto habiendo estudiado en el Instituto Universitario de Tecnología Valencia, de regalo le di una libreta que fue abierta cuando nació, con lo poco que había ahorrado. El acto de graduación se realizó en el imponente Teatro Municipal de Valencia, de allí nos vinimos a la casa a celebrar con un almuerzo al cual asistieron sus padrinos, los Guillen Hidalgo, los Llovera, los Rodríguez, los Parada y los Coviello. Yo me alcé con la medalla y no me la quitaba, ya que al salir del acto Alejandro me la colocó, diciendo que gracias a mí él lo había logrado. Realizamos, a los días, la celebración de la graduación como tal en Negro Primero, en la casa de Cándida; amenizada por Manolo Rincón. Isaías se graduó el 05 de octubre de 1995 como técnico superior universitario en administración, mención mercadeo, habiendo estudiado en el Instituto Universitario de Tecnología Antonio José de Sucre, de regalo le di, también, una libreta que fue abierta cuando nació y una acción del Club Arévalo González; la celebración fue en un caney en el sector Toco que alquilé, siendo amenizada por un conjunto de música llanera de arpa, cuatro y maracas, entre las decoraciones destacó una en especial, la cual fue una manga de coleo en miniatura, hecha con mucho cariño por mi primo Cruz Guillen (El Gordo Lino como lo conocía la gente).


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Graduación de Bachiller de Isaías en el Campo de Carabobo.

Otra familia putativa, regalo de Dios

Alejandro, cuando se graduó de TSU en Electricidad.


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A Jaime Parada lo conocí cuando vivió en casa de la abuela Petra de Guillén, al frente de mi casa, eso fue a finales del año 1967 o en el 1968, en esa época estaba soltero. En el año 1969, se fue de Guacara, porque no lo vi más hasta cuando Alejandrito tuvo que hacer la primera comunión y le exigían un flux blanco y no lo conseguía hecho para su talla. Felipina me dice que Jaime estaba de vuelta en Guacara y que tenía la sastrería frente del hotel Oporto. Fui para allá y fue cuando conocí a Ovidia, porque se había casado, en Santa Ana del Táchira, tenían solamente para ese momento a un hijo llamado Jaime Alberto. Jaime también le hizo el flux de la primera comunión a Isaías Manuel. Tiempo después, tenían problemas con el árabe dueño de la casa donde vivían y depositaba el alquiler en el tribunal y era yo quien trabajaba con eso. A la vez, yo también tenía problemas con el árabe que estaba alquilado en mi casa con una mueblería; lo saqué por medio de un trámite judicial, después de varias peleas, porque no aceptaba irse, y se logró en el año 1980. Entonces, le ofrezco a Jaime mi casa para que la fuera a ver, y si le gustaba y le servía para mudar los negocios que tenía −sastrería y fábrica de cerámica−: y le gustó y empezaron a prepararse para la mudanza, solo faltaba por pintar el frente y lo estábamos haciendo entre todos un día domingo: el árabe, que estaba bravo conmigo porque lo saque y no dejé que traspasara el local, estaba al tanto porque alquiló justo al lado; nos amenazó con ponernos una bomba y con la Policía. Una patrulla iba casi a diario a buscar a Jaime, yo le decía que no fuera porque el problema era sólo mío. Un día me fueron a buscar al tribunal, a lo que me negué alegando que no podía salir sin permiso de la jueza y todavía ella no había llegado. Al llegar le dije lo sucedido y llamó al comandante, quien le informó que allá no había ninguna denuncia contra mí, era que les pagaba a los policías para que nos asustaran. Mudados ya los Parada, un día, la prefecta vio que en casa del árabe estaban quemando basura pegada a la pared de mi casa y vino a decirnos, e hizo que pintaran la pared. Desde esa época nace esa amistad tan bonita que se mantiene hasta hoy, siempre estamos en contacto, a pesar de la distancia. Cuando se mudaron a mi casa tenían otro hijo más llamado Franklin Leonardo y les pronostiqué que allí iban a tener la niña y así fue; nació Fabiola Vanesa y Alejandrito es el padrino de bautizo, desde ese momento nos unimos más. Es de resaltar, especialmente, lo significativo de los regalos que me hacía Ovidia y su


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inigualable forma de maquinar y darle la vuelta a las cosas y buscarle el lado chistoso; a lo malo que podía en un momento estar pasando, o algo anecdótico, le sacaba filo para venir a embromarnos; siempre estaba a la búsqueda de algún detalle para sacarle provecho y mofarse de nosotros. Recuerdo la gaveta envuelta en papel de regalo −para que Isaías pudiera montarse y alcanzar el tamaño de la novia que tenía, que era más alta que el−, la torta de regalo a Isaías −que era de anime, decorada con crema pastelera, como si fuera de verdad… menos mal que había otra torta−. Para la graduación de Isaías, hicieron una apuesta entre Ovidia e Isaías, de que él no se graduaba de bachiller y ella perdió, tuvo que pagar con una botella de whisky la apuesta, pero para salirse con la suya hizo unos recuerditos de un burro graduándose con toga y birrete; y el famoso caso de la copia de un cheque para H Motores para buscar un carro y el disco de regalo de Camas Separadas para mí. Una vez me trajo de regalo de cumpleaños a un guitarrista. Fuimos a Caracas a llevar a los muchachos a conocer el Museo de los Niños. También me llevó al Ateneo de Valencia a una presentación de tangos. Además, fui con ella a Santa Ana del Táchira donde vivía su familia, y pasé una semana de lo mejor allá. Con Alejandrito casi no se metía, tampoco con otros que escapan a mi memoria. El señor Jaime era el polo opuesto, un hombre respetuoso, muy correcto y a veces no estaba de acuerdo de las travesuras de su esposa. Siempre estaba allí dispuesto, cuando se necesitaba de su ayuda. Le prestaba el carro a Alejandro, cuando se lo pedía, lo que no hacia su papá. Ellos vivieron alquilados en mi casa hasta cuando la vendí. Y a pesar de ya no vivir cerca, el cariño y comunicación continúa intacta en el tiempo.

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Morillo compartiendo con Jaime Parada.

En el bar de la casa en Guacara con los Parada.

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Mención especial a mi hermana y compañera Felipina junto a su gran esposo Gennaro

Primera comunión de Fabiola.


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Felipa de Jesús −en sus documentos legales−, Felipina −como la conoce todo el mundo−, Feli −llamada así por sus compañeras de trabajo en Papeles Venezolanos− y “Ma” −como la empezó a llamar Alejandrito desde pequeño, para querer decir Madrina y se quedó así “cariñosamente” para mis hijos y nietos−… hemos estado juntas tanto en la alegría como en los sufrimientos, siempre unidas. A mediados del año 1950, después de la muerte del hermano de Felipina, en un trágico accidente ocurrido en la entrada de Guacara, se mudan para la casa de al lado de la mía, la mamá de Felipina, la tía y sus primas (las Pacheco), al comprarle la casa a mi tío Isaías. Felipina vivía con los Guillen al frente. La casa aún no estaba cercada por ser ese el solar complemento de la mía, posteriormente en el año 1954 se hace la pared divisoria. Felipina, luego, compra una casa en la calle Páez entre Cedeño y Jacinto Lara y se muda con su mamá para allá que falleció a principios de los 60. Felipina trabajaba en Papeles Venezolanos como supervisora y allí conoció a un italiano llamado Gennaro que se enamoró de ella, fue allí cuando lo conocí. A finales de 1964, sale en estado y se muda con Gennaro a vivir en la calle Carabobo nuevamente al lado mío. En febrero del año 1965 nació Vicente Jesús Coviello Pacheco, a los tres meses deciden bautizarlo y el día antes me dan la noticia de que la madrina soy yo, junto con su ahijado Franklin Guillen que sería el padrino. Antes de bautizarlo en mayo, me regaló de cumpleaños el 16 de abril, una cámara fotográfica, ya que me habían robado la mía. Antes de nacer ya me había traído suerte, ya que la única rifa que me he ganado en toda mi vida, la puse a nombre de “el Nene” haciendo referencia a él y resulte ganadora de un edredón para cuna, que él disfrutó. Vicente se convierte en mi acompañante predilecto para todos lados, el Dr. Martínez Campos decía que era el muchacho de las dos mamás. Cuando Gennaro decide casarse, me dice que le haga todos los tramites; hablo con la Nena Parales (secretaria en el tribunal), quien hizo el justificativo de soltería. A todas estas Felipina no sabía nada −Alfredo Guillen lo sabía todo y hablaba con Gennaro delante de ella en italiano sin que supiera del tema−, él quería darle una sorpresa; pero yo le dije que debíamos decirle para que se comprara un traje y se peinara para el acto. Los testigos del matrimonio fueron Alfredo Guillen y su mamá Petra de Guillen, Alejandro Morillo −que ya tenía amores conmigo− y por supuesto yo.


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Cuando nace mi primer hijo llamado Alejandrito ya tenía el padrino que era Clementico; Morillo dice que debe ser Felipina la madrina, ya que fue quien dio las carreras, comprándole todo lo necesario, porque como nacería en febrero del año 1969, al estar de reposo haría las compras en enero con calma (Lo cual no fue así, ya que como dije fue prematuro y nació en diciembre del 1968) y resultando el bautizo el 19 de marzo del 1969, donde contraemos el segundo sacramento, lo que nos unía más cada día. Mientras remodelan su casa, se mudan momentáneamente para el cuarto grande que había en la parte de atrás de mi casa. El primer regalo que me da Vicente es una cámara fotográfica en abril de 1965, al mes y medio de nacido, en mi cumpleaños. En 1966 me regalo el pedestal para la misma cámara. La gente pensaba que éramos hermanas porque siempre andábamos juntas en las misas, rosarios, enfermos, entierros y velorios. Se llegó abrir una puerta donde se comunicaban las dos casas cuando estaban remodelando su casa y así se quedó, por la familiaridad. Por haber vivido dos años al frente y 47 al lado, era la persona con quien contaba para todo y me ayudaba en mis problemas. Es insuperable en la cocina y miles de veces, mis hijos y yo delirábamos por todas las comidas tanto nacionales −hallacas y bollos− e italianas −como la pasta y el pasticho, sin comparación− que aprendió a hacer con Gennaro. Tengo que nombrar especialmente a mi compadre Gennaro quien cariñosamente me decía la “Pucha” por un personaje de la Radio Rochela. Él llegó a Venezuela como tantos otros inmigrantes Italianos que vinieron a contribuir a y a hacer crecer este país, me contó que llegó por barco y se residenció en Maracay con unos paisanos, donde conoció a Armando Calabresse y a Rafael Molinaro, quienes se hicieron sus amigos y fueron trabajando en varios sitios como, la construcción de La Planta La Cabrera y la Carretera Valencia-Bejuma, hasta llegar todos a Guacara y trabajar en Papeles Venezolanos, luego Calabresse montó la Fábrica de Pastas La Sirena. Es en Papeles Venezolanos donde conoce a Felipina y se enamoran, como dije anteriormente. A él le gustaba leer mucho, estudió electricidad por correspondencia, era masón, y miembro del Club de Leones, de carácter fuerte y recto. Delicado con sus materiales de trabajo, no le gustaba prestarlos por la mala fama, que tenemos algunos venezolanos de no cui-

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dar las cosas, o no regresarlas. Pero tampoco pedía prestado nada. Yo me gané su confianza y a mí sí me prestaba las cosas que yo inmediatamente regresaba apenas las utilizaba. Buen vecino, excelente cocinero −con él aprendí mucho de cocina−, muy honesto, fiel y colaborador, puntual en sus compromisos, y exacto en la hora pautada de salir a algún sitio. No tomaba licor, excepto un buen vino, en ocasiones especiales, o a veces una cerveza o un whisky, si le provocaba, sin que nadie le ofreciera. Siempre estaré agradecida por el apoyo brindado en la construcción de la casa de Vigirima (Cielito Lindo), una biblioteca de madera −en existencia− y una parrillera; hizo puertas, una reja del techo de la casa de Guacara, instalación y reparaciones eléctricas tanto en Guacara, como La Castellana, y tantas otras cosas más, donde siempre estuvo para ayudar y apoyar junto a Felipina. Por ser los dos de carácter fuerte “jodidos” a veces discutíamos, y durábamos bravos algún tiempo, pero luego quedaba en el olvido. En líneas generales, siempre nos llevamos muy bien. Recuerdo una apuesta que hice con Gennaro antes de nacer Vicente, ya que para esa época todavía no existían los ecos para determinar el sexo del bebe, él decía que era hembra −pienso que quería varón, pero no lo decía, para que no lo chalequearan, si nacía hembra− y yo que era varón. La apuesta era al revés, al estilo “Gennaro” donde el que ganaba, debía pagar la apuesta, la cual consistía en un litro de Whisky. Yo, en diciembre del año 1964 −ya que nacería en febrero siguiente−, lleve el litro diciendo que allí estaba el pago de la apuesta y él me contesto que entonces serian 2 litros, ya que el ganaría, y se equivocó, porque gané yo. Muchos años después volví a apostar con Vicente, cuando Daniela, su esposa, salió embarazada de sus dos hijos −ya existían los ecos−, y se los gané también. Las cajas que contenían las botellas de whisky están escritas con los relatos de las apuestas, y los debe aún conservar ella. Es tan grande la unión afectiva y religiosa que nos une con los Coviello-Pacheco que se puede resumir lo que se ha dicho y se encuentra disperso en este libro, de la siguiente manera: yo soy madrina de bautizo de Vicente, Felipina es madrina de Bautizo de Alejandro, Vicente es padrino de confirmación de Isaías Manuel, e Isaías Manuel es el padrino de bautizo de Fiorella Valentina (nieta de Felipina).


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Felipina y Gennaro

Felipina, Genaro, Vicente y Morillo Compartiendo con Los Compadres

Cumpleaños mío junto a Clementico, Emilia, Morillo, Cumpleaños mío junto a Clementico, Emilia, Morillo, Felipina y Gennaro.

Con los Nietos de Felipina, que para mí son mis otros nietos Gennaro y Fiorella junto a su mama, mi querida Daniela.


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Gladys Eugenia Parales (La Nena Parales)

Vicente y Yo.


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Como ya dije anteriormente, hay una amistad muy importante en mi vida y es con la Nena Parales, la cual se remonta a mi infancia; Dios se encargó de que camináramos más adelante un gran trecho de nuestras vidas juntas, en el cual fuimos compañeras de trabajo. Ella llegó a representar una luz, un ángel en mi vida ya que, con el correr del tiempo y la cercanía diaria, se convirtió en mi confidente y mejor consejera en mis problemas. Posteriormente, sus hijos Sergio y María, fueron los padrinos de bautismo de Isaías Manuel. Fue una gran mujer que luchó para levantar a sus hijos, con el apoyo de su hermano y su mamá −solo por un tiempo, por sus fallecimientos, estando todavía pequeños los muchachos−, ya que el padre de sus hijos estaba ausente de toda responsabilidad. Fue una mujer recta, noble, con carácter, servicial −desprendida del valor del dinero−, con un gran corazón. Aunque ella no era la madrina, igualmente se acostumbró Isaías a pedirle la bendición a la madrina “vieja” −dicho con cariño−. Innumerables fueron los consejos que me dio. También fue una de las personas que Morillo respetaba y valoraba, además aceptaba sus consejos −a ella él le decía Comadre−. Muchos fueron los momentos de felicidad compartidos, al son de la Billo´s −imposible no asociarla con la gran orquesta−. Recuerdo un viaje al que me invitós a Margarita y yo inicialmente dije que no, ya que era en avión −tengo pavor a montarme en ellos−. Pero al final, me convencieron entre ellos y mis hijos, y la invitación era con todos los gastos pagos. El vuelo de ida fue normal, pero en el de regreso, si me asusté, ya que en el mar Caribe había algún fenómeno meteorológico y el avión tuvo que sortear una turbulencia y se movió y zarandeó bastante; de allí dije que no volvería a montarme más en avión. Este viaje lo disfruté mucho, en compañía de María, Sergina y Esperanza (hija y nietas de la Nena).


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La Nena Parales junto a la Dra. Zaira Rodríguez efectuando un Matrimonio Civil.

Compartiendo en un cumpleaños con La Nena, Sergio y María, junto a Felipina, Vicente, Clementico, Morillo y yo.

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Compartiendo uno de tantos momentos con La Nena Parales en la casa de Guacara.

Cumpleaños de María Parales, en sus brazos Fabricio (nieto de Sergio), de pie de derecha a izquierda, Esperanza (hija de Sergio y madre de Fabricio), junto a ellas su mama y su tía, junto a Gabriel mi nieto.


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Sergina y María Parales, compartiendo con nosotros en el cumpleaños de Sergio Parales (en el fondo de pie José Agustín Lira Parales, El maestro Aureliano y Eli Méndez).

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Compartiendo con el gran amigo de Sergio Parales (en su c umpleaños), Eli Méndez (cantante de La Billo´s Caracas Boys), en Lay Yin China Bistró.

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Sahara (La abogado y amiga)

Compartir en un cumpleaños de Sergio Parales.


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Mi mamá y Mercedes de Mohamed (madre de la doctora Sahara) eran amigas, ya que ella mandaba a hacer ropa con una tía de Reyes Guevara – que vivía a una casa de por medio de la de nosotras− y siempre pasaba por la casa a conversar con mi mama, cuando vivíamos en la calle Urdaneta. Al pasar los años, y ya estando graduada de abogado Sahara, me demostró su amistad, al tener yo un problema con un árabe que estaba alquilado en mi local y ella, por ser hija de árabe −era la apoderada de la colonia residente en Guacara—me ofreció su ayuda. El árabe del problema acudió a ella para que la asistiera profesionalmente. Ella se negó y no lo asesoró, dijo que no podía ir contra mí, y le pidió que me entregara el local. Ella era recta, muy respetada en el ambiente judicial. En confianza era una mujer muy alegre y bromista, decía en “mamadera de gallo” que Alejandrito e Isaías eran sus hijos, porque “y que estaba enamorada de Morillo”, pero que él no la veía, siquiera. Y era verdad, él no sabía quién era, ya que estaba confundido con una hermana de ella que vivía cerca de la casa de su mamá. En los 15 años de María Parales fue que supo realmente quien era la doctora y hasta bailó con ella. Ella se llegó a casar con un comandante de la policía, pero no tuvo hijos. Siempre la recuerdo con un gran cariño y le mandamos a decir misas regularmente Felipina y yo.


Los Narváez-Monroy, los Llovera-Padrón, los Granadillo y los Peña


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Estas cuatro familias han significado, a través de mis hijos, la continuidad de una amistad generacional que explicaré a continuación y que, en la actualidad y desde la infancia de mis hijos, son parte de la familia que Dios nos pone en el camino: • Los Narváez-Monroy: Mi abuela Magdalena y mi tío Isaías, como ya expliqué, eran amigos de Mercedes Monroy. De allí, al llevarme de pequeña mi abuela, conocí a Rosa, Luisa, la Negra y Víctor. En la siguiente generación, mis hijos estudian y se crían junto a los hijos de Luisa, siendo padrino Alejandrito de Rainer, hijo de Milagros (la hija de Luisa). Preservo todavía una taza que le regaló Mercedes Monroy a mi abuela Magdalena, la cual debe tener más de 80 años con nosotros. • Los Llovera-Padrón: Con Agustina Padrón, como también ya hablé, hice la primera comunión y estudiamos en la escuela La Guajira; en la siguiente generación, al empezar la escuela en kínder, Alejandrito estudia con el hijo de Agustina, llamado Gerson, desde kínder hasta sexto grado. Y posteriormente Germania (otra de sus hijas) se convierte en la madrina de Isaías Enrique. • Los Peña: Fui amiga de Salvador y Diego Peña y en la siguiente generación, mis hijos se hicieron amigos de los hijos de ellos, desde pequeños hasta el presente, en especial Juan Carlos que se hizo novio de una de las Padrón, Moraima, y se la pasaba en nuestra vecindad. Ahora mis hijos y nietos son amigos de los nietos de Salvador y Diego. • Los Granadillo: Mi abuela Magdalena era amiga de una señora llamada Amadorita Flores, la cual tenía una hija llamada Juanita, que se casó con un señor de apellido Bernal, a ella, todos la conocían después como Juanita Bernal; ella fue mi amiga, vecina y acompañante en muchas de mis salidas a rosarios, velorios y enfermos; su hermano, Domingo Flores, tuvo un hijo, al cual no reconoció con su apellido, llamado Miguel; a ese niño lo criaron una hermana de Juanita llamada Celia y la abuela Amadorita, y yo, desde pequeño, lo conocí. Este Miguel de apellido Granadillo no era otro que el papá de los Granadillo-Miranda con los cuales mis hijos se criaron. En esta generación, Isaías Manuel fue padrino de bautizo de Alex David (hijo de Alexander, nieto de Miguel); así como Alexander es padrino de mi nieto Isaías Enrique, a su vez, Alejandrito también es padrino de agua de Alex David. Todas estas familiaridades que comenzaron con una amistad tienen un denominador común el cual es la famosa llamada “Cuadra” o “La Cuadra” en la calle Jacinto Lara entre Carabobo y Bolívar, la cual tenía un terreno


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baldío donde todos esos muchachos pasaron su infancia y adolescencia y donde venían muchachos de otros lados a jugar y compartir con los hijos de todos los que vivíamos por allí, es decir: los Narváez, los Llovera, los Padrón, los Rodríguez, los Lacau-Escobar, los Molinaros, los Peñas, los Granadillo, los Demeiz, los Ineco, los Coviello, los Morillo y algunos de los cuales no recuerdo el apellido como por ejemplo José Luis “Sin Cuello” (Q.E.P.D.), Carlos “El Pavito”, Piolín, Boby, y tantos otros.

Los Vargas-Piñero y Contreras-Piñero Alexander Granadillo, Moraima Padrón y Juan Carlos Peña.

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Compartiendo con parte de los Llovera, los Padrón, los Narváez, los Peña y los Coviello.


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Al empezar a estudiar bachillerato Alejandrito en el Ciclo Básico Industrial Yagua, se sorprende al encontrarse con Ángel Clissa, que también pensaba estudiar allí, pero quedan en salones diferentes, y Alejandro conoce a Jorge Vargas, Dumas Gutiérrez y Carmen Perdomo. Empieza una amistad donde iba a estudiar siempre a casa de Jorge, donde allí conoce a su mamá, la señora Carmen Piñero, a sus hermanos mayores Carlos y Jaime Vargas Piñero y a los 2 hermanos menores Jackson y Johnny Contreras Piñero. Al pasar el tiempo Jorge se hace Novio de Carmen Perdomo y se iban los 3 (Dumas, Jorge y Alejandro) a casa de Carmen, en una bicimoto, ya que Carmen tenía muchas hermanas, primas y sobrinas, iban para allá, a cada rato. La amistad se consolida con el tiempo, Jorge y Alejandro siguen estudiando juntos en la Escuela Técnica Francisco González Guinan en Valencia. El afecto se extiende a los hermanos de Jorge y su mama, y recíprocamente hacia nosotros. Fuimos invitados a cumpleaños de la señora Carmen, la graduación de Jorge a nivel universitario, también para los matrimonios de Carlos y Jaime y tantas otras celebraciones. Y con el tiempo tanto Isaías como Alejandro se la pasan más con Jackson y Johnny, ya que Jorge vivía en Caracas, y ellos hacían ejercicios juntos en el Gimnasio, luego Johnny empieza a trabajar con Vicente y con el tiempo seria el Padrino de Gennaro Carlo, hijo de Vicente. Es una amistad que ha perdurado y acrecentado en el tiempo. Una anécdota importante es que a través de Jackson, Alejandro llega a la casa de la familia de la que posteriormente seria la mamá de Gabriel (Lo cual me entere recientemente). Lastimosamente Jackson falleció siendo todavia muy joven con apenas 47 años de edad, dejando 2 hijos pequeños y es una muerte que hemos lamentado mucho, ya que fue inesperada.


Las alegrías, aficiones y pasiones


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Siempre anhelé tener un bar, ya que me gustaba hacer cocteles: los preparaba de frutas, de tamarindo, guanábana y parchita, había uno especial que la Nena Parales bautizó como el coctel Carlos Andrés, en alusión al presidente del momento −yo lo llamaba coctel adeco−, ya que era elaborado con leche condensada; también preparaba “Meladura” hecha a base de limón, papelón y aguardiente. En diciembre de 1964 compré un mini-bar para Multimueble −que aún conservo−, y el 29 de diciembre de 1995 −31 años después−, ese anhelo se hizo realidad, al inaugurar “Mi Viejo Almacén”, el que no se iba llamar así, sino “Tomo y Obligo”, pero decidí al final el primer nombre. Se encontraba en mi casa de la calle Carabobo número 95 de Guacara. Allí pasamos ratos de esparcimiento y compartimos con los amigos de mis hijos y con personas especialmente invitadas para disfrutar de música y tragos, tales como los Araque, los Parada, Aurelio y Nata, junto a Anita López, Vicente Enrique Guevara, Gladys Hidalgo y Petra Rosa Gonzáles, los Llovera, las Morillo, y otros que escapan a mi recuerdo, así como los Clissa que me regalaron un reloj, un cuadro y llevaron un mariachi. Al momento de inaugurarse el Bar, Gennaro se apareció con un mecate como cinta para cortar en la inauguración, la cual hicieron con las tijeras de la sastrería de Jaime. Ovidia, como no podía bañar el bar de champaña, me baño fue a mí. La Nena Parales cantó tangos. Un día al levantarme, después de regresar de vacaciones Isaías y Vicente que estaban en Carípe, apareció en el bar un barril muy bonito, yo pensé que lo habían traído ellos de allá. Pero resulto ser que Felipina, que sabía que me gustaba uno que vimos, lo puso sin que yo me enterara, de sorpresa. Una de las tantas anécdotas del bar fue que una vez reunidos con los Parales (la Nena con sus hijos y nietas) compartiendo una noche muy agradable con música de La Orquesta Billo´s Caracas Boys, la velada transcurrió muy alegre, pero Alejandrito, sabiendo la rivalidad existente en torno al tema beisbolístico −al ser ellos de los Leones del Caracas y nosotros del Navegantes del Magallanes−, les coloco tres canciones alusivas al equipo (Magallanes será Campeón, Magallanes y Susana y No hay quien le gane) eso bastó y sobró para que se fueran sin terminar la última canción y ni siquiera despedirse, ni esperar que los lleváramos a su casa, por lo molestos que se pusieron. Nosotros, muertos de la risa por la reacción tan


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desproporcionada, después les pedimos disculpas, y quedó allí en solo una anécdota para el recuerdo. Una vez, fuimos a una corrida de las ferias de Guacara a una plaza portátil, y de allí nos fuimos al Restaurant Churumal, donde estaban entregando los trofeos a los toreros de la tarde, andábamos junto con Juan Carlos y Moraima, que eran novios todavía, de allí nos vinimos todos apretados en el Volkswagen de Moraima y se vinieron del tablao flamenco que había allí en el restaurant, unos “toreros”; uno prometió que, para la próxima corrida que habría en Guacara, se vestiría en la casa. Tiempo después lo vimos en la Monumental y resulto ser un banderillero. Las mujeres que andaban con ellos hasta cocinaron en la casa. Qué tiempos aquellos. Pero quedó para la posteridad la frase “Arza Antonio” de Moraima. Hablando de corridas de toros, una vez fuimos a la Plaza Monumental, y yo cargaba un sombrero rojo y Vicente se pasó toda la tarde diciéndome que yo era Chavista −por el color Rojo− y como era el cumpleaños de Isaías Enrique, después fuimos al Trigal al cumpleaños y seguía con el chalequeo. Desde allí no me lo volví a poner más. En unas ferias de Guacara querían quitarnos una botella de whisky, hubo que echarla en vasos para que no se quedaran con ella. También en otra corrida no querían dejar pasar una cava en forma de lata de refresco y yo no sabía que me estaban tomando el pelo. Religiosamente, todos los años en noviembre, asistíamos a la Feria de La Naranja en honor a la Patrona de Valencia, Nuestra Señora del Socorro −fuimos varias veces con los Llovera, Ovídia y hasta Morillo−, en aquella época, había que salir de la corrida muy rápido porque los carros estaban en peligro en el estacionamiento. La gente salía y bebía junto a los carros y después se iban, bien fuera a su casa o a comer a los restaurantes y tascas famosos del norte, donde había espectáculos de flamenco, en muchos de ellos hacían las premiaciones de la feria. Varias veces fuimos a Casa Valencia a ver los tablaos flamencos y comer paella valenciana. Todo esto cambio con la llegada del Alcalde Paco Cabrera, que le hizo una remodelación de envergadura a la Plaza Monumental e instauró la Feria Internacional de Valencia en el Parque Recreacional del Sur −el cual fue remodelado también−. La Feria tomó otro matiz y asistían a dichas corridas los mejores toreros del momento, pasando por allí Enrique Ponce, Julián López “El Júli”, David Fandilla “El Fandi”, Ortega Cano, Miguel

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Abellán, Francisco y Cayetano Rivera Ordoñez, Sebastián Castellá, Manuel Escribano, Finito de Córdoba, Manuel Díaz “El Cordobés”, Pedrito de Portugal, Diego Silveti, Manuel de Jesús “El Cid”, Jesulin de Ubrique, José María Manzanares, Alejandro Talavante, José Tomás, Juan José Padilla, César Rincón, José Luis Moreno, Javier Conde, Espartaco, Morante de La Puebla, David Luguillano, Gerónimo Ramírez, Martín Quintana, César Jiménez, Salvador Vega, Miguel Rodríguez, al igual que aguerridas mujeres como Cristina Sánchez y Mary Paz Vega, también la descendencia de la dinastía Girón: Juan José y Cesar y los venezolanos Leonardo Benítez, Morenito de Maracay, Leonardo Coronado y los del patio Eduardo Valenzuela, José Antonio y Bernardo Valencia por nombrar algunos. En la feria, después de la remodelación y al existir un nivel de seguridad óptimo, la gente dejó de salir en desbandada, presentándose grupos al salir de la plaza en tarimas cercanas a ella, en años siguientes, se montaron unas casetas que los mismo clubes y la tasca traían a la feria, para luego migrar a todo el parque recreacional y convertirse en una de las mejores ferias internacionales −inclusive venían de Televisión Española [TVE] a cubrir la feria, la cual les causaba envidia sana, ya que aquí estaban agrupados en un mismo sitio todos los eventos, tanto taurinos, como artísticos en un solo lugar−. No nos perdíamos corrida alguna todos los años, ya que comprábamos el abono de la Feria −incluyendo Las Novilladas−, para luego ir a las casetas −ya que con las entradas a la corrida teníamos acceso a la feria− donde presentaban todo tipos de eventos y donde se podía comer la mejor comida de Hoteles, Tascas y Restaurantes de la ciudad. También había tarimas a lo largo del Parque donde presentaban artistas tanto nacionales, como internacionales. La seguridad era extraordinaria, así como el comportamiento de la gente; la ciudad entera se volcaba a la feria, donde todos compartíamos como uno solo, sin distinción de clases sociales, uno se podía tropezar, por ejemplo, con nuestra Miss Mundo Jacqueline Aguilera o con nuestra Miss Venezuela Marena Bencomo, o cualquier personaje reconocido y a su vez andar tranquilo. Es grato recordar que de tanto estar presente en las corridas y encontrarse frecuentemente al alcalde Paco Cabrera caminando como uno más, ya al verme él, cariñosamente, se acercaba a saludarme a mí y a mis hijos. Son tiempos donde era otra Venezuela pujante que espero vuelva pronto, donde


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fuimos muy felices. La última corrida a la que asistí, antes de que no volvieran a realizar ninguna más en la Monumental, fue una novillada en homenaje al alguacilillo mayor Pedro Guarenas, el cual, como anécdota, nació en la enfermería de la extinta Plaza de Toros Arenas de Valencia. Otra de mis grandes pasiones, como le he escrito anteriormente, es el tango, recuerdo varios pasajes que paso a relatar: Hay un cantante del que supe, por primera vez, por mi ahijado Vicente, que lo vio en casa de Mirian Lugo, se llamaba Pablo Daboin. Vicente me habló de él porque le gusto su espectáculo; al pasar el tiempo tuve la oportunidad de verlo por primera vez en el Club 20 de Septiembre, entonces allí, se hacía llamar artísticamente, Pablo “Gardés” en homenaje a Carlos Gardel, ya que la madre de el Morocho del Abasto se llamaba Bertha Gardés; esa fue una de tantas veces que lo vi, tanto en El Club Arévalo, como en el Restaurant de Eleazar Vázquez “Chan”. Una vez, en el Club 20 de Septiembre coincidió una presentación con la fecha de mi cumpleaños, donde me picaron una torta y anunciaron de la celebración y Pablo me dedico unas canciones. Tenía un porte de gaucho con sombrero y bandana, y los gestos eran idénticos a Carlos Gardel con una voz muy potente. Siempre con una copa de vino en la mano. En una ocasión, inclusive, lo acompañamos hasta el Hotel Royal ya que quedaba en la esquina de la casa y a cuadra y media del 20 de septiembre. Varias veces también lo vimos acompañado del tanguero de nuestra plaza, el amigo y famoso Enrique “Pibe” Lira, el cual no se quedaba atrás, ni se amilanaba ante la presencia de Gardés. Inclusive, en las últimas presentaciones que lo vimos en el Arévalo, estuvo mejor la presentación de Enrique Lira que la de Pablo Gardés, ya que este último, para abaratar costos, tocaba con pistas y el Pibe Lira con músicos dándole mayor cadencia y hermosura al espectáculo. Tiempos hermosos vividos en el tango. Aunque no es del tango, pero si musical, también recuerdo los momentos vividos en el club Arévalo donde vimos a Simón Díaz en una presentación muy íntima, ya que no asistió mucha gente por lluvia o por haber elecciones cerca −no recuerdo el motivo− y estábamos cerquita de la tarima; y en otra ocasión a Reinaldo Armas, también muy alegre la velada. En el mismo tenor musical, en una ocasión en un diciembre, Morillo

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llevó a la casa a un grupo de parrandas llamado La Perra Negra y pasamos una tarde de esas que siempre quedan en el recuerdo, los muchachos estaban fascinados con el grupo e Isaías hasta tocó maracas con ellos. Siguiendo el ritmo musical hay unos momentos vividos con mi mamá, donde fuimos a Radio 810 en varias ocasiones y vimos a Carmen Delia Depiní, a Toña la Negra, el Indio Araucano y al maestro Pedro Vargas. También con mi mamá, en la Asociación de Ganaderos, vimos a Mario Suarez junto a Juan Vicente Torrealba y Los Torrealberos. Otra anécdota musical es que existió en Cuba en el año 1954 un grupo llamado Cubanacan y la cantante tenía por nombre, nada más y nada menos que Graciela Hidalgo. Esta afición por la música se la transmití a mis hijos, ya que, al nacer, les colocaba música después del baño y el almuerzo, y dormían felices con su música puesta en un radio de la casa. Lo más cómico es que no sé bailar y ni siquiera canto el cumpleaños feliz cuando pican la torta de cumpleaños, ni tampoco el himno nacional. Tengo también como hobbies leer, escribir, ver el Miss Venezuela −en realidad todos los concursos de belleza−, jugar dominó, sacar crucigramas −Isaías Enrique me regaló un libro para crucigramistas− y oír música romántica.

Morillo, Alejandro e Isaías con la parranda navideña “La Perra Negra”.


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El cambio de casa y el comienzo de mi ancianidad Corrida en homenaje a Pedro Guarenas (Alguacilillo Mayor de La Plaza de Toros).


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Yo hacía unas terapias en Valencia para un dolor en el brazo derecho, estaba de reposo y no podía trabajar, estaba tramitando la incapacidad; me iba con Alejandrito y regresaba en autobús. Un día, cuando llegué, encontré la puerta sin llave y habían robado, lo más extraño fue que no forzaron nada, ya que había una llave atravesada allí, no salía, pero por fuera habría bien. En los días siguientes me mandaban cartas anónimas como amenaza; eso entre otras cosas, me hizo decidir vender la casa y comprar en la urbanización La Castellana, en San Joaquín. La venta se legalizó el primero de septiembre de 1997, coincidiendo con los 36 años de la muerte de mi mamá. Ya habíamos visto la urbanización cuando comenzaron a construir las casas de la avenida principal; nos gustó, pero no teníamos el dinero. Al vender la casa de Guacara, compramos dos casas, pero no en la avenida, y nos mudamos el domingo de carnaval, el 22 de febrero de 1998. Por haber vivido en esa casa de Guacara 49 años y dos meses, estaba muy apegada a ella y me costó mucho salir. El día de la mudanza empecé a beber whisky en un vaso y al final tomaba a pico de botella como si fuera una bota. Mandé a poner el disco Adiós Pampa mía para despedirme; casi todo estaba en la castellana, solo faltaban algunas cosas pequeñas, y en el último viaje, Betty Ineco, que estaba con nosotros allí, se ofreció para ayudarnos a organizar si la llevaban de regreso y Alejandrito dijo que estaba bien. Había que traer el muñeco José −el de los ojos de vidrio que tengo desde los 2 años− cargado y la cachorrita llamada Legui −en honor al jinete que le corría los caballos a Gardel, llamado Leguizamo−, pero saliendo vi, donde estaba el bar, un retrato de Gardel −que trajo Morillo cuando se mudó a mi casa− que faltaba llevarse, y lo agarre. Venía yo sentada en el asiento trasero del Fiat Uno que tenía Alejandrito; con la botella en la mano y solo decía: “José, Gardel, Legui y yo para lo que salga”. De las dos casas adquiridas, yo decidí entregar mi herencia en vida, y que cada uno de mis hijos tuviera su casa propia. Al mudarnos ellos nos plantearon que en cuál casa vamos a vivir, decidiéndonos por la casa de Isaías la cual no se pagó completa para hacer una ampliación y la pared posterior. Las casas se comunican por la parte de atrás, al no tener la pared divisoria. Estamos juntos, pero no revueltos. Imaginaba que Morillo no se


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mudaría con nosotros, porque decía que La Castellana quedaba muy lejos y que era un monte igual a Las Trincheras de Carora, pero hasta su muerte vivió aquí. Yo quería ponerle nombre a las casas e hice una lista con los nombres posibles, Alejandro escogió primero el de su casa, que se llamó “Gracielamar” e Isaías después el suyo, y eligió “Madreselva”. Mandando posteriormente a hacer las respectivas placas para colocárselas en la entrada de cada una de ellas. Las primeras personas que conocimos en La Castellana fueron Juan Cubides y su exesposa Isabel, El señor Omar, Grey y Jairo. Luego conocimos a Ana Pestana. Al echar la mirada atrás después de 20 años aquí, no me pesa, ni siento nostalgia por la casa de Guacara, ya que era ya muy difícil el mantenimiento por ser una casa colonial y no conseguirse, entre otras cosas, las tejas para las goteras, por ser de un tamaño no cónsono con los actuales. Tampoco teníamos, casi nunca, como parar los carros para poder entrar a la casa, por ser una zona comercial, y había que pagar estacionamiento. En La Castellana hemos disfrutado de la paz y la tranquilidad reinante, a pesar de haber sufrido de un par de robos, incluyendo uno a mano armada. Hemos recibido de la madre tierra que, con gusto, nos ha brindado aguacates, jojotos, limones, plátanos, cambures, lechosas, mangos, nísperos, topochos, auyamas, tomates, yuca, guanábana, albahacas y cilantros, que han sido sembrados en nuestros patios. Aún conservamos grandes amistades que se han fortalecido, como con Jairo Salas y sus hijos que, por ser nuestro vecino más cercano, siempre nos ha tendido una mano. Igualmente, Alejandro se hizo compadre de Ana Pestana. También uno de los nietos del señor Omar es amigo de mis nietos. Asimismo, no puedo dejar de nombrar a Carlos González al que conocíamos de Guacara, que ha sido, y sigue siendo, amigo incondicional. A su vez se ha labrado una muy buena amistad con Manuel Godoy y su esposa Lorena, los cuales nos han apoyado y ayudado en momentos cruciales −es más, Manuel hasta me pide la bendición y a Lorena la recuerdo desde que era una bebé, ya que vivió al frente de nosotros en Guacara−. También, tengo un afecto especial con Levy que me trata muy cariñosamente.

Algunas vivencias y otros viajes


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El 16 de abril del mismo año 1998, día de mi cumpleaños, vinieron Felipina, Vicente, Ceralia, Clementico, la Negra y los Llovera quienes trajeron una torta. Nos reunimos en la casa de Alejandrito y pasamos un rato agradable. A los seis días, de mi cumpleaños, el 22, nace Gabriel Alejandro, mi primer nieto, hijo de Alejandrito, al que conozco como a los tres meses que me lo trajo. El 16 de abril de 1999, mis hijos trajeron a Enrique Lira −amigo y cantante de tangos−, por sorpresa. Veía llegar a amigos que normalmente nunca frecuentaban nuestras reuniones, pero no sabía el motivo de su presencia. Y era ese regalo de un concierto íntimo de tangos. En la Semana Santa de 1999, fuimos a Achaguas por una invitación de Vicente que iba para la casa de unos conocidos. En el carro de Alejandro nos fuimos Claret, él y yo, y Vicente se fue un día antes con Daniela y Felipina y nos encontraríamos allá. Al llegar nosotros a Achaguas fue imposible localizarlos por teléfono y era tanta la gente en la procesión que no pudimos ubicarlos. Tuvimos que rogar en un hotel, frente a la plaza, que no tenía habitaciones disponibles. Al fin nos dieron una que estaba reservada para el siguiente día, a primera hora. La habitación era de una sola cama y Alejandro durmió en una colchoneta en el piso de la habitación. Al día siguiente, recorrimos el pueblo y no lo conseguimos, de allí decidimos ir hasta Guasimal donde estaba Miguelina Clissa haciendo la rural; allí pasamos el día en la medicatura compartiendo con ella y el novio, que posteriormente fue su esposo y padre de Katherine. De allí nos fuimos al complejo ferial a buscar a Vicente, hasta que por fin ubicamos el carro allí, le trancamos el paso y junto a Claret nos quedamos allí, mientras Alejandro los ubicaba. Al conseguir Alejandro a Felipina pudimos reencontrarnos con ellos. De allí conocimos a los amigos y nos quedamos en la casa de los anfitriones. Al día siguiente, fuimos a un fundo de la familia que quedaba retirado de Achaguas y había que adentrarse en la sabana pasando por otros fundos, donde no podíamos ir con los carros de nosotros por ser muy bajitos. Nos fuimos todos en un camión, los muchachos atrás y Felipina y yo adelante con el chofer. Durante ese viaje hasta el fundo pudimos observar el llano en su esplendor, viendo miles de aves, cientos y cientos de ganados, caimanes, babos, chiguires y báquiros, siendo un paseo inolvidable. De ese viaje conservo una camisa de la cerveza Brahma alusiva a las Ferias de Achaguas 99, que compre en el complejo ferial para ir a una corrida de


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toros en una plaza portátil. En ese viaje solo hubo un par de inconvenientes: Alejandro se cayó de la hamaca que estaba mal amarrada y como estaba colocada a una altura como de un metro y medio de alto, se golpeó fuerte y hubo que llevarlo al dispensario médico a que le recetaran analgésicos. Y también regresamos con el carro fallando. Hay un bonito recuerdo del año, tal vez 1993 o 1994, donde recibimos el Año Nuevo en el Hotel Intercontinental, junto a los Coviello-Pacheco, sin Morillo, ya que fue a Carora a pasar el fin de año como acostumbraba. Fue una noche maravillosa donde comimos un bufet excelente y recibimos el año con fuegos artificiales que deslumbraban el cielo valenciano en el área de la piscina del hotel, junto a grandes Orquestas. Todo el mundo se abrazaba sin siquiera conocerse y el ambiente era muy efusivo, sin duda otra Venezuela. Y una de las sorpresas, al darnos el abrazo respectivo, fue encontrar entre la gente a la maestra Tila Lagardera y su familia.

Los matrimonios de mis hijos y posteriores divorcios


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Ese mismo año 1999, en agosto, se casó Isaías Manuel con Katty. El matrimonio se celebró aquí y estuvo muy bueno. Se quedaron viviendo con nosotros. En marzo del año 2000 se casaron por civil Alejandro y Claret, la celebración fue aquí en casa de él. El primero de abril fue el eclesiástico en la Iglesia de San José de Valencia. Aún perdura en mi mente y corazón la emoción que sentí cuando entró la que sería mi nuera por el pórtico de la Iglesia, e imponente caminó junto a su padre hasta donde la esperábamos mi hijo y yo, quien previamente había entrado a la iglesia con Felipina y me lo entregó en la mitad de la iglesia para yo luego hacer la entrega mutua con el papa de Claret. A partir de ese día nos compenetramos tanto que veía en ella la hija que no tuve, porque con sus acciones y su cariño se ganó mi aprecio, al igual que toda su familia. El 15 de noviembre del mismo año 2000 nació mi segundo nieto, hijo de Isaías Manuel, a quien llamaron Isaías Enrique y coincidencialmente hasta ese día estuve activa en la nómina del tribunal, ya que estaba tramitando la jubilación. Al estar los dos casados y teniendo ya dos nietos imaginé que se había completado mi felicidad y que mi ancianidad sería de paz, armonía y tranquilidad, pero no fue así. En octubre del año 2000, se muda Isaías Manuel para El Trigal en Valencia a la casa de la esposa; en diciembre del 2003 sufre un accidente que lo tuvo al borde de la muerte, pero gracias a Dios y a la Virgen Dolorosa se recuperó. En enero del año 2004 se separa, y se viene nuevamente a vivir con nosotros, luego se divorcia; todo esto lo sentí mucho y más por el niño, por la separación de los padres. El 4 de mayo del mismo año se separó Claret de Alejandro, se queda solo en su casa. Por todo esto sufrí también mucho.


El cambio en la última etapa de la vida de Morillo


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Al estar ya nosotros, tanto Morillo como yo, viviendo esa nueva vida con nuestros hijos ya casados y/o divorciados y con nietos, y al estar más ancianos, se empezó a ver un cambio en la forma de ser de él hacia los aportes económicos que hacía a la casa. También estaba más pendiente de las cosas que hacían falta. Una vez se apareció con un tanque de 2000 litros sin haberle consultado a nadie, para instalarlo, ya habiendo instalado uno pequeño anteriormente. Con los muchachos estaba más pendiente de tenderles una mano, si se trataba de alguna ayuda económica. Había que estar atrás de él porque quería hacer de todo como si fuera un muchacho, hasta tuve que regañarlo al conseguirlo montado en la platabanda o en alguno de los árboles del patio. Otro de los cambios que hizo fue ayudar en prepararse el mismo el café, o calentar la comida, cosas que antes jamás hacía. Se fue con sus hijas los últimos dos años antes de morir porque Alejandro había sufrido una caída, con fractura y al tener él otra caída donde se lesiono la columna, era imposible atender a los dos enfermos. Sin embargo, se desvivía por venir y estar con sus muchachos aquí.


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Carora y la gran familia de Morillo Morillo con sus hijos y nietos en casa compartiendo.


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Quiero, en esta parte del libro, hablar de la familia grande y hermosa de la cual fui y son parte mis hijos, de la familia en la cual entré al casarme con Morillo. Su padre, llamado Miguel Morillo, murió estando Eudosia (la mamá de Morillo), embarazada del último de los hijos, dejando huérfanos a los hijos que tuvo con ella siendo el fruto de esa relación, nacidos en el orden siguiente, Alejandro, Juan, Eugenia y por último Miguel −el cual no llego a conocer−. La primera vez que fui a Carora, de donde son ellos, fue en mayo del año 1968, y nos quedamos en una posada llamada Italia, esa vez no fuimos hasta el campo de donde realmente son, el cual queda de Rio Tocuyo hacia adentro. Los esperamos en el famoso puente sonante −que más adelante explicare mejor−, tomándonos una cerveza Zulia bien fría en una bodega cercana. Conocí a los hijos de mi cuñada Eugenia, Francisca (la Negra), Segundo (“Gundo”), Andrés y Alexis −de apenas un mes de nacido−. Los viajes para ir eran siempre una aventura, ya que había que pasar por el trayecto entre Barquisimeto y Carora, por las famosas curvas de San Pablo −como dice la canción del Gavilán Pio Pio, “casi llegando a Carora se formó una Sanpablera”−. Eran 365 curvas para ser exactos. Siempre que íbamos nos parábamos en Barquisimeto y en el Obelisco le dábamos medicinas a los muchachos para el mareo. La primera vez que fuimos Isaías tenía menos de un año y medio y fuimos a llevar a Eugenia. Como dije anteriormente, para llegar al campo era una aventura, y la primera proeza −para los muchachos− era pasar el puente sonante, el cual era un puente colgante con el piso de madera, y con espacios entre surco y surco, con lo cual se podía ver hacia abajo el rio Tocuyo y sentir como se mecía y crujía al pasar los carros y camiones. Después nos adentrábamos en una quebrada de agua −la cual, por ser una zona árida, la mayor parte del año está sin agua−. Es decir, no existía carretera, sino que se transitaba por una quebrada −que es de agua salada− y se subía y bajaba de los cerros a lo largo de siete trayectos antes de llegar a Las Trincheras −lugar de la casa de mi cuñada Eugenia−. Solo podían pasar carros cuando no había llovido en mucho tiempo y no hubiese tantas piedras en el camino y no estuviese tan fangoso el trayecto. La quebrada es de una extensión de como 200 metros de ancho que se ve muy tranquila en verano, pero no se imaginan la fuerza del agua cuando esta crecida. Las Trincheras no es un


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pueblo como tal sino un caserío con casas lejanas en la cima de las montañas a lo largo del paso de la quebrada, donde básicamente se vivía de la cría de Chivos, y era un lugar tranquilo ya que ni siquiera había llegado la electricidad y mucho menos el agua por medio de acueductos. Llegar allá era desconectarse de todo y de todos, no saber nada del mundo, sino se llevaba un reloj y un radio a pilas. Era solo disfrutar del paisaje y de la atención única que siempre que íbamos y vamos nos brindan al llegar nosotros. Disfrutar de la deliciosa comida que prepara Ñeña −como cariñosamente le dicen a Eugenia−, donde ni siquiera se ha hecho la digestión del desayuno, por ser tan abundante y ya empiezan a ofrecer, apenas pasadas unas pocas horas, el almuerzo. Una de las tradiciones que había allá en Las Trincheras era que cuando alguien tenía que pagar una promesa −la cual podría ser a la Divina Pastora o a la Chiquinquirá de Aregue− y consistía en realizar un rosario en la noche, el cual era precedido por una pequeña procesión encabezada por el que debía la promesa y bajaban cada quien con el retrato o imagen de un santo de su preferencia hasta un lugar donde estaban enterradas unas cruces donde yacían los restos de algunos familiares. En el trayecto, se iban realizando cantos acompañados de cuatros y alumbrando con velas. La convocatoria para dicho evento era anunciada por medio de cohetes, los cuales empezaban a las 6:00 am del día del rosario con el lanzamiento del primero. A medida que pasaba el día y se iba acercando la hora era más corta la distancia entre cada lanzamiento, hasta llegar el momento de comenzar que era una lluvia de cohetes. Después de realizada la parte religiosa de la procesión y el rosario −donde me tocó cargar a “san Isaías”, ya que estaba de meses−, el oferente pide la promesa realizada, da gracias al santo de su devoción e invita a los presentes a que los acompañen en una celebración donde se baila, se canta música tradicional de la zona, se come Chivo y se bebe Aguardiente de Cocuy destilado por gente de la región llamado popularmente “Chola e jozo”. La celebración, muchas veces, se extendía hasta la madrugada o hasta el amanecer. Otra de las grandes celebraciones disfrutadas fueron los matrimonios memorables, tanto en el campo como en Carora. El primero fue por allá en diciembre de 1975, cuando se casaron Ángel Sther con la sobrina de Morillo “la Negra” hija de Eugenia y la fiesta duro hasta el día siguiente. Morillo no quería ir porque estaba bravo con la Negra y yo lo convencí,

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siendo nosotros los testigos del matrimonio. En el camino al campo, por ser en diciembre época de lluvias allá, la camioneta se atascó y hubo que bajarse y los hombres empujarla y esperar que alguien la remolcara para poder salir. Mientras esperaban empezaron a tocar cuatro, cantar y beber Brandy Felipe II en la quebrada, del que llevaba Morillo para el evento. Tuvimos que pasar la noche ahí, ya que no se pudo continuar. Al día siguiente seguimos camino para poder llegar al matrimonio. Miguel, el hermano de Morillo tuvo que ayudarlo a vestir y afeitar, ya que de la rasca que tenía se estaba durmiendo. Este era un matrimonio especial ya que no se acostumbraba a realizarlos allí sino que había que ir hasta Rio Tocuyo para poder casarse y luego retornar al campo para la celebración. Era la primera vez que se trasladarían las autoridades del Consejo Municipal para realizarlo en el sitio. Nosotros llevamos una carpa grandísima que instalamos en la parte de atrás de la casa, donde pernotamos, y esa carpa se quedó allá, y se dañó posteriormente. La celebración fue con chivo, ensalada de gallina, arepas para la madrugada y consomé para el amanecer, el brandy que llevo Morillo y cerveza Zulia que compro Ángel, fue un matrimonio apoteósico para la época. Otros matrimonios más recientes que vienen a mi memoria son los de las nietas de Eugenia; María Alejandra, hija de Alexis, María Eugenia y Anaís, hijas de Gundo. El primero de ellos realizado en la iglesia de Aregue, tocándole, por cosas del destino, a Alejandrito −padrino del matrimonio junto a la Negra− entregarla en el altar, ya que Alexis no llegaba y el cura estaba apurado. Los de María Eugenia y Anaís, fueron en Carora. En todos los matrimonios hemos pasado instantes únicos en familia, con la atención que solo ellos nos saben brindar en Carora, cada vez que vamos. Hay otras celebraciones a las que hemos asistido como las Fiestas Patronales de Aregue en honor a su patrona la Virgen de Chiquinquirá de Aregue, en el mes de octubre, o las Fiestas del Orégano en agosto, donde hemos vivido y disfrutado el calor que solo brinda la gente del campo. En una oportunidad, estando en Aregue y siendo para esa época obispo de Barquisimeto el hoy arzobispo emérito, monseñor Chirivella, al acercarme a saludarlo, le dijo a su obispo auxiliar, que yo era del pueblo donde había sido su primera parroquia. Y también le comento que él había bautizado mis hijos.


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El último viaje que hizo Morillo al campo antes de fallecer, coincidencialmente fue con la primera ida de Gabriel Alejandro e Isaías Enrique − mis nietos−, cuando fuimos a las Fiestas del Orégano y llegamos a la casa donde había vivido Eugenia antes de mudarse a Carora; nosotros (Alejandro, Isaías y yo) teníamos alrededor de más de 20 años sin ir. Fue un encuentro del pasado con el presente, donde habían cambiado las casas; ya la escuela no existía allí, detrás de la casa de Eugenia; y había otra casa nueva de uno de sus nietos; aunque la quebrada seguía allí, tranquila, pero alerta a reclamar todo lo que se atravesara cuando ella así lo exigiera. Para mis nietos, a su vez como pasó con mis hijos −años atrás−, fue un viaje fascinante. Viajar en la parte de atrás echando broma, dormir en hamacas, ver los chivos de cerca y observar esa naturaleza única, para ellos era algo nuevo y maravilloso. Isaías Enrique le sobaba la cabeza al abuelo y le preguntaba “Estas contento abuelo” y Morillo con su sonrisa le decía “Que…. Sí”. Su último viaje a Carora fue en la Navidad de 2016, ya que quería pasarla con su hermana, como siempre acostumbraba, y al día siguiente de llegar tuvo que ser hospitalizado por una arritmia cardiaca fuerte.

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Varados en la quebrada, yendo a la celebración del matrimonio de Francisca (La Negra)

La casa en Las Trincheras, Rio Tocuyo. Edo. Lara.

Puente Sonante.

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Mis hijos

Camino a bañarse en la quebrada.


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Mis hijos, el tesoro más grande que Dios y la Virgen me dieron. No tuve hembras, pero no me han hecho falta, aun siendo varones son mi apoyo, mis amigos y confidentes en todos los avatares de mi vida. Me complacen en todo, me llevan para donde van y pueda ir. Están pendientes de todas mis necesidades, las consultas médicas, la búsqueda de las medicinas −tarea titánica por lo difícil y costoso de conseguir−, así como todo lo que esté a su alcance. ALEJANDRO AUGUSTO Alejandro por su papá y Augusto por mi papá: mi hijo mayor, entre las cualidades que tiene son: Amoroso, cariñoso, no rencoroso, detallista, meloso, planificador, de buen carácter, consejero cabal, comunicativo, colaborador y apasionado de la música. Es romántico; heredó de mi tío Manuel Fabián, ese gusto por escribir −quien en su corta vida escribió dos poemas dedicados a la mujer o a una mujer mayor de quien estuvo enamorado de nombre Mayita García y nunca fue correspondido−. Así es Alejandro, un sentimental y apasionado del amor. Expresivo en sus sentimientos. Es padre y madre a la vez, para su hijo. Le gusta que lo mimen cuando está enfermo. Quiero hacer un inciso y hacerle un pequeño homenaje a mi tío Manuel Fabián, transmitiendo sus sentimientos para la posteridad:

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Poemas de Manuel Hidalgo

Súplica de Amor Conoces mal mujer al que te quiere, Al que tan solo desea que seas feliz, Pagas mal con desprecio al que solo Bota su honra por servirte a ti. Tú debes comprender lo que yo siento, Y lo que sufre mi pobre corazón; Una pasión que solo mi alma pobre Es la que puede tenerle devoción. Ten compasión mujer si tú no quieres


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Que se desgarre mí alma empobrecida Ennegreciendo el triste porvenir De quien no haya placer en esta vida. Si tú no quieres mujer que yo persista Dándole culto a esta pasión inmensa, Dime siquiera que por ti no sufra, Y que deje de amarte sin sufrir.

Desengaño Yo quiero que tú sepas que te amo, Y que las huellas de tu amor persigo. En cierta soledad soñé despierto, Por mucho tiempo me acordé de ti, Y en las tinieblas de la noche umbría Cual un celaje divinal, te vi. Que me vas a decir si tú no sientes La pasión que a mi pecho la devora; Que me vas a decir si eres ingrata Y te complace en dar muerte al que te adora. Si eres la sierpe que votó el destino; Si eres ingrata, cruel y sanguinaria; Si eres la boca del infierno frio, Que me vas a decir; loca, estrafalaria. Recuerdas la noche en que te dije Que no faltaría un instante en que te probara La inmensa pasión que por ti siento, Y lo dichoso que soy si puedo amarte. Pero ese instante ha llegado ya, En qué debo hacerme comprender contigo, . Manuel Hidalgo De estos poemas no se sabe la fecha de su creación pero posiblemente, de acuerdo a la cronología de su vida, fueron escritos entre 1907 y 1917, tampoco se conoce la destinataria de tales poesías, pero mi mamá expresaba que eran para la señorita Mayita García.

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ISAÍAS MANUEL Isaías por mi tío del mismo nombre y Manuel también por mi otro tío,

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Manuel Fabián. Es de carácter fuerte como yo, se pone bravo, cuando está enfermo, no le gusta que le pregunten cómo se siente, callado, poco comunicativo y expresivo. Si le pregunto algo se pone bravo y si no le pregunto también. Es regañón, rencoroso, reclamón −por eso yo lo llamo Don Regañón Arriechi y Bravo alias Casca Rabias−, no le gusta escribir. Se molesta por todo y pelea mucho. Entre sus cualidades se pueden nombrar, las siguientes: Sentimental con un corazón noble, organizado, ahorrativo, colaborador, pendiente de lo que hace falta en la casa, ayuda a su hermano en lo que puede, Devoto de la Virgen Dolorosa, desde niño. Alejandrito, por ser el mayor, siempre fue mi apoyo y opinó desde pequeño. Isaías, a pesar de su carácter fuerte, es un buen hombre, de gran corazón y nobles sentimientos; por su devoción a la Virgen Dolorosa, en todos los inconvenientes que se le han presentado, ha salido protegido. Fueron buenos esposos, son maravillosos hijos, excelentes padres, y fieles en la amistad. Que sería de mi vida, si no hubiese tenido hijos, estaría sola en el mundo. Las privaciones, los sufrimientos y los malos ratos pasados no son motivo para renegar de mi vida; me siento satisfecha del deber cumplido y realizada como mujer y madre.


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Celebrando en la casa de Guacara

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Regalo del día de las madres con Alejandro e Isaías.

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Mis nietos


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GABRIEL ALEJANDRO MORILLO VILLEGAS El primero de mis nietos, llamado cariñosamente “Gabo”, es hijo de Alejandro, aunque siempre venía desde pequeño casi todos los fines de semana, fue a partir de los nueve años cuando se vino a vivir definitivamente con nosotros. Se parece mucho en su forma de ser a su abuelo Morillo, ya que es callado y reservado en sus cosas, siempre está dispuesto a ayudar y apoyar, cuando se le requiere, no es respondón y aunque no trasmite mucho sus sentimientos, sé que a su manera me quiere.

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ISAÍAS ENRIQUE MORILLO MEDINA Mi segundo nieto, hijo de Isaías, al contrario de Gabriel, vivió desde pequeño hasta más o menos los cuatro años con nosotros, para luego de la separación de sus padres, venir solo en vacaciones, o fines de semana. En su forma de ser se parece más a mí en lo respondón y colaborador −por iniciativa propia, sin pedirle nadie− y a su Tío Alejandro, se le parece por lo cariñoso y meloso. Desde pequeños los acompañé a cada uno en sus inclinaciones deportivas: a Isaías Enrique en el béisbol −en la escuela del campo Don Bosco y la Hermandad Gallega− y a Gabriel en el futbol −en la escuela de Juan Arango en Empresas Polar−. No me puedo quejar de los nietos que me regalo Dios, con quien he compartido el día a día, los he visto nacer y crecer −cosa que nunca imagine−, son dos muchachos de buen alma y corazón. Espero poder conocer si Dios lo permite a mis bisnietos.


Gabriel Alejandro Morillo Villegas e Isaías Enrique Morillo Medina

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Los caninos (los otros miembros de la familia)


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Quiero contar en este momento sobre otros miembros que hemos tenido en la familia: los perros. A medida que los muchachos fueron creciendo pedían con insistencia tener un perro de mascota, yo me negaba con el argumento de que yo no quería más cargas para mí, y que ellos no se harían responsables. Una vez llegaron a la casa rogándome que aceptara un perrito que se consiguieron, para lo cual hicimos un trato de que, si ellos lo bañaban y sacaban todos los días, sí aceptaba. Así fue como tuvimos nuestra primera mascota de nombre Yaqui, el cual, lamentablemente, después de unos años se perdió. Tiempo después, antes de venirnos a La Castellana, tuvimos una perra Pastor Alemán de nombre Legy −en honor a Leguizamo, quien le corría los caballos de carreras a Carlos Gardel−, una adoración y muy inteligente, después de la muerte de Legy, al estar yo muy triste, siendo día de las madres y como Isaías trabajaba, Alejandro me invito a salir sin decirme para a dónde, y fuimos a parar a la Escuela de Perros de los Teques, y compramos una perrita Pastor Alemán igualita a Legy, le pusimos de nombre Legita, fue muy querida hasta su muerte. Después vino una labrador de nombre Sacha −duro muy poco− y posteriormente, y hasta hora −la consentida, por ser un amor y haberse metido a todos en el bolsillo− la perra lomo gris, de raza Schnauzer llamada Lola.


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Con Leguita

Con Lola

Las celebraciones y cumpleaños


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Quiero contar en este párrafo los recuerdos de algunos cumpleaños o celebraciones a lo largo del tiempo. Siempre he tenido por costumbre, así no se hiciera nada, que aunque fuese una torta se picaba para cantar el cumpleaños. Recuerdo haber bailado el vals con mis dos hijos a pesar de su negativa, por ser varones, en un acto sencillo entre nosotros mismos. La celebración de los 40 años de Alejandro aquí en la casa de La Castellana donde sus sobrinas, en complicidad con Franklin Artigas, sacaron posters donde aparecía Alejandro como un famoso artista al lado de músicos − muy ingenioso− y con una torta de uno de sus grupos preferidos U2. La música estuvo a cargo de Miguel Lagardera −hijo de su maestra de kínder−, con una miniteca. También los 40 de Isaías estuvieron muy bien organizados por Pina, Alejandro y yo con la colaboración de Vicente, Daniela y los Granadillos. Se realizó en el recién estrenado salón de fiestas de Vicente −regalo de ellos al cumpleañero−, con la participación de un grupo de rock −obsequio de Alejandro−, donde también estaba un sonido bailable. Llegó al sitio engañado por Pina con los ojos vendados, sin saber dónde estaba. Lo esperábamos alrededor de 50 personas. Su comadre Germania le hizo un video donde se paseaba por todas las etapas de su vida. Los 15 años de mis nietos Gabriel e Isaías Enrique los celebramos aquí en La Castellana, cosa que nunca imagine llegar a ver. En el año 2012, fue la celebración de mis 80 años, lo cual consistió en, primeramente, realizar una misa de acción de gracias en la iglesia de Guacara, donde me ocurrió una anécdota muy bonita: al término de la misa y al acercarse mis amigas y mi familia a felicitarme, se incorporó una señora desconocida por mí, y nunca vista −ni después tampoco− en la iglesia. Me felicito y me dijo: “Yo no la conozco, pero quiero regalarle esto, y me entrego una foto tamaño grande de una Virgen” −desconocida por mí también−. La foto es espectacular ya que es en relieve y pareciera tener un efecto 3D, y desde cualquier lugar desde donde la mires, la Virgen igual te mira a ti. Después trate de indagar o buscar a la señora en la iglesia, y nunca la he visto y nadie la conoce. Definitivamente un regalo de Dios. Agradecida siempre. De allí nos fuimos, al cruzar de la iglesia, al Lar de Carlos, donde compartí con mis amigas, tales como Isabelita y Gladys Hidalgo, Reyes Gue-


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vara, Cándida Rodríguez, Luisa Monroy, Betty Ineco, Agustina Padrón y Felipina Pacheco. También estuvieron Jaime Parada y Ovidia, Miguel Granadillo Miranda y la Negra Guillen −prima querida, como ella me dice−. Mis ahijados Clemente y Vicente junto a sus esposas: la Negra (Iris) y Daniela. Mis compadres Sergio y María Parales. Elizabeth y Milagros Rodríguez, los Clissa, Pina, Carmen Piñero, Germania, Morillo y varios amigos de los muchachos, así como mis nietos consanguíneos y putativos. La sorpresa de la noche fue que llevaron a Enrique Lira para que me cantara tangos. Fue una noche extraordinaria e inolvidable al lado de mis seres queridos. Organizada por mis hijos. Al año siguiente fue otro motivo de celebración ya que obtuvo otro logro académico mi hijo Alejandro al graduarse de Ingeniero Electricista después de 22 años de graduado de TSU en Electricidad mención Potencia. Dado ese acontecimiento, lo celebramos con una reunión organizada por Isaías y yo. El anillo de graduación fue un obsequio de Felipina y mío. Celebramos aquí en la casa y, con la colaboración de Germania, pasamos un video con fotos desde que estaba en el kínder.

En una celebración.

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Misa de acción de gracias por mis 80 años. (De izquierda a derecha, Gladys e Isabelita Hidalgo, Yo, Clementico, Morillo, Felipina y Reyes Guevara).

Celebración de mis 80 años. (De izquierda a derecha, Morillo, Luisa Monroy, Isabelita Hidalgo, Yo, Felipina, Agustina Padrón de Llovera, German Llovera y Cándida de Rodríguez).


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Discurso de agradecimiento por mis 80 años.

Grado de Ing. Electricista de Alejandro.

Las tradiciones instauradas


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De las tantas idas al Hotel Tundaya en Cúcuta, comí el famoso desayuno americano, no recuerdo en cual viaje, si fue con María Garay o con Morillo. Lo cierto es que, desde esa comida, muchos años después ya con mis hijos, se instauro una tradición de los desayunos del 25 de diciembre y 01 de enero de cada año. Lo hacemos con una mezcla muy personal de ese famoso desayuno, que consiste en cambiar el pan tostado o panquecas, por arepas fritas de maíz amarillo; además se sustituye el tocino por jamón planchado de navidad, acompañado de huevos fritos, jugo de naranja natural y con un toque especial, al acompañarlo con queso amarillo holandés. Esta tradición la comenzamos en la casa de la calle Carabobo, cuando vivíamos en Guacara, y ya en La Castellana a la fecha actual, año 2018, cumpliremos 20 años realizándola; debe tener, en total, alrededor de 25 a 30 años realizándose, y ya ha sido inculcada, instaurada; es una de las fechas más esperadas y deseadas por mis nietos, el famoso “desayuno americano”, tanto así que mi nieto Gabriel, cuando estaba pequeño, a mediados de agosto empezaba a preguntar cuánto faltaba para el “desayuno americano” e Isaías Enrique siempre preguntaba con antelación si ese año se realizaría, para el estar seguro. Otra tradición arraigada, desde antes de que nos mudáramos a La Castellana, fue la instaurada el mismo 1998, y es preparar, religiosamente, un sancocho todos los primeros de enero, lo que hacemos en la grata compañía de los Clissa, los Coviello y Clementico; estos se han turnado a lo largo de los años en la elaboración tanto Clementico, como las Clissa, siempre muy colaboradores en todo sentido.


Regalos y herencias


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Quiero nombrar algunas cosas materiales que trascienden mi vida, ya que las tengo, algunas, desde inclusive antes de mi nacimiento, ya que pertenecieron a mi familia y todavía las conservo a pesar del tiempo, entre ellas están: • Una piedra de uso en la cocina que era de mi mamá, la cual, según se decía, era de un fragmento de un meteorito. • Un mecedor hecho en el Castillo Libertador de Puerto de Cabello, por los presos políticos del año 1928. Se lo regalaron los Párraga cuando yo nací. Y hay otras cosas que, a pesar de no ser de antes de nacer, tienen su tiempo también conmigo, como lo son: • Una sillita de madera que me regalo mi abuela Magdalena cuando tenía un año, la cual esta restaurada. • Mi primer muñeco −de nombre José−, el cual nombré anteriormente, que tiene los ojos de vidrio. • Un Corazón de Jesús, el cual me conto mi mamá, que una amiga de ella se lo dejo cuidando, mientras se mudaba para Maracay y nunca regresó a buscarlo. • Tengo una dulcera tipo copa que se la regalo don Santiago Urena (abuelo de mi madrina María Josefa) a mi abuela Magdalena. También hay otras cosas que atesoro con cariño, como son: • Un tocadiscos portátil (Pick Up), que me regalo Morillo, cuando empezó a enamorarme. • Mi colección de discos de vinilo en LP (33 rpm) y los sencillos (45 rpm), algunos comprados, otros regalados por María Garay y las Clissa − pertenecientes a la maestra Carmen−; los cuales puedo todavía escuchar en un equipo de sonido con tocadiscos. Recuerdo uno, especialmente traído de México por los Araque, a solicitud de Petra Rosa con el tema Cielito Lindo. • Un nacimiento de cerámica fina, que me regalaron los Araque el 9 de diciembre de 1972.


Algo inesperado y repentino

Mi primer muñeco de nombre José (el cual conservo).


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Una de las últimas tristezas vividas en estos tiempos que corren, es la separación de Pina e Isaías Manuel, en Octubre de 2017, ya que tenía cifradas esperanzas de que la relación perduraría en el tiempo, porque ambos eran adultos maduros, pero lamentablemente no sucedió así; pensé que sería la persona que lo haría feliz, aceptándolo con sus defectos. Le agradezco el tiempo compartido, ya que durante la relación de más o menos 10 años, demostró cariño y atenciones hacia mí −hasta la bendición me pedía−. Es una mujer trabajadora, acostumbrada a echar para adelante sola, con valores familiares. Quedarán en mi recuerdo todos esos viajes y vivencias compartidas en Margarita, Chichiriviche, Carora, Magdaleno, así como las cenas de las Navidades y Año Nuevo, los días del padre y de la madre y los diferentes cumpleaños; las idas a los juegos de béisbol en el José Bernardo Pérez, a las corridas de toros en la Monumental, al circo, a Dunas, a los bazares y parques navideños, centros comerciales y un largo etc.


Mis enfermedades y dolencias


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En líneas generales soy una persona que he llegado a mi edad actual, prácticamente sana, sin embargo me han acompañado a lo largo de mi vida algunas enfermedades perennes como: • Miopía: Por allá en el año 1953, empecé a padecer frecuentemente de dolores de cabeza y a su vez note que no veía bien desde lejos, entonces acudí al Centro Medico Guerra Méndez, a consulta con el oftalmólogo Néstor García Ocampos donde me fue diagnosticada la miopía y me indicaron la fórmula para la realización de los anteojos correctivos. Yo no quería usar lentes, y acudí a otros médicos para ver si alguno me decía que no necesitaba usarlos. Todos coincidieron en lo mismo, así que al tenerlos, lo que hacía era ponérmelos en la casa antes de irme a trabajar, y al salir me los quitaba, mi mamá se percató y se paraba en la puerta a verme, yo volteaba a ver si estaba y cuando ya no me veía, me los quitaba. En el trabajo, cuando llegaba alguien a la oficina, me los quitaba y guardaba en la gaveta del escritorio. Eso lo hice por un tiempo y después la necesidad y la costumbre se hizo presente; a lo largo del tiempo es tal la compenetración que, a veces, me he metido a bañar con los lentes puestos. • Asma por alergia: Siempre tuve problemas con los olores fuertes: una vez me regalaron un perfume llamado Flor de Café, y me dio un ataque asmático, después me hice unas pruebas alérgicas y solo salió que era alérgica a los perfumes. Después fui a hacerme otros exámenes ya que yo notaba que al barrer, me daba alergia. Entonces, fui por recomendación de Yolanda Utrera, a una Clínica de Asma y Alergia en Caracas −ella me consiguió la cita−, duré toda una semana haciéndome exámenes para determinar los causantes, los resultados arrojaron que era alérgica al polvo. En la clínica me hicieron unas inyecciones para contrarrestar la alergia −con el polvo de mi casa−, este tratamiento duró un año y me lo coloco mi tío Hidalgo. Me prohibieron barrer y estar donde hubiera olores fuertes y polvo de por vida. A su vez, más adelante me salió una erupción en la piel y no sabía que me la provocaba, fue la señora Lucila de Ramos (la Ecuatoriana) quien me dijo que era el tejido del tipo de ropa que yo usaba (poliéster). Dejé de usar poliéster y se me quitó, ya que todo lo que me habían mandado a tomar y a hacer en la clínica del asma, no había dado con lo que me causaba la alergia de piel. • Hipertensión: Al pasar de los 50 años, y al presentar unos dolores de cabeza de los que no sabía cuál era la causa, fui un día al Seguro Social,


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y me tomaron la tensión y la tenía alta, me refirieron a un cardiólogo, que fue el que diagnosticó que sufría de hipertensión. Luego me cambie de cardiólogo y me fui a ver con el hijo de mi compañero de trabajo Saturno Ramírez, llamado Luis Enrique, desde esa fecha hasta hoy, tengo alrededor de más de 30 años con tratamiento para regular y mantener la tensión controlada. Luis Enrique sigue la herencia de su padre, al escucharme en los momentos donde, por diferentes motivos, la tensión me ha subido, a lo largo de todo este tiempo y sigue siendo mi médico tratante. • Operaciones: A lo largo de mi vida, me he operado tres veces, en el orden siguiente: primeramente tuve un acceso en la cabeza, que tuvo que ser extirpado, ya que estaba creciendo cada vez más. Luego me operé de los pies, ya que tenía los dedos caídos y eso me producía unos callos, con el tiempo, los dedos volvieron a su posición original, torciéndose nuevamente; por último, me opere los ojos, por presentar cataratas. • Discapacidad auditiva: Después de los 70 años, empecé a tener problemas de audición y me realicé una audiometría para saber cómo estaba mi capacidad auditiva, resultando que tenía una muy importante pérdida auditiva para ese momento. El otorrino me prescribió el uso de aparatos auditivos para corregir la anomalía. A medida que ha pasado el tiempo, la pérdida, se ha acentuado, no llegando a escuchar prácticamente nada sin los aparatos. De esta situación hay varias anécdotas, como por ejemplo, que me dicen que a veces escucho lo que me conviene. También, que en un principio fue una componenda con la doctora para decir que no escuchaba. Otra de las anécdotas es que al vencerse los moldes, el aire entra por los espacios entre el oído y el molde, causando un chillido molesto para las personas a mi alrededor −el cual yo no oigo− y debido a esto, a veces en el banco me pasan de primerita para no calarse el ruido. • Los achaques de la edad: Los dolores típicos de la edad me han hecho tener que usar bastón ya que me duele la rodilla izquierda y a veces la otra pierna. Recuerdo que el primer bastón que use me lo hizo Gennaro.

Mi fe y mis devociones


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Me falta comentar sobre mi gran fe católica, enseñada por mi mamá, quien era una mujer muy piadosa. En mi infancia y adolescencia, no me perdía jamás las procesiones de Semana Santa, acompañando al Santo Sepulcro, San Juan, la Magdalena y la Dolorosa a sus casas después de la misa de Resurrección. Una de las tradiciones que aún conservo, y llevo más de 30 años realizando, es asistir al traslado de La Dolorosa de su casa, en la calle Plaza, a la Iglesia, el jueves del Concilio. La imagen del Nazareno de Guacara es muy bella y es muy venerada y visitada su procesión, igualmente el Cristo de las Violetas es un santo con mucha historia ya que Andrés Eloy Blanco le escribió un poema −Hilda Utrera también le escribió uno− y su nombre se debe a que el Libertador Simón Bolívar le regaló un ramo de violetas. Otra de mis devociones es a San Rafael del Hospital de Guacara, ya que mi madrina Rosa María era la encargada de todo lo referente a la misa y los arreglos del hospital y del Santo −por una promesa−, y como era la organizadora, mi mamá la ayudaba en los preparativos −inclusive nos quedábamos en el hospital, el día anterior, arreglando todo−. Tengo una profunda admiración por San José ya que mi mamá era devota de él, por ser Guacareña también profeso devoción por San Agustín al igual que por su sufrida madre Santa Mónica. Siendo pequeña, pertenecí a la Sociedad del Apostolado de la Oración y luego, más mayores, Gladys Hidalgo y yo fuimos miembros de la Sociedad de la Virgen del Carmen −nuestra tarea principal era ir a cobrar todos los meses, la cuota de las socias−, y después, de adulta, fui miembro de la Sociedad del Santo Sepulcro.


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Las bendiciones y agradecimientos

Misa de San Rafael (Hospital Pediátrico María Torres de Guacara).


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En primer lugar tengo que bendecir y darle gracias a Dios por darme esta vida. A lo largo de la vida, tengo que agradecer a todos aquellos que, de alguna manera, fueron siempre una bendición en mi camino terrenal y espero que el nombrarlos en este libro sea mi manera de agradecerles. Lo siguiente es un pequeño resumen de lo ya plasmado aquí: A mi mamá por atenderme, cuidarme y enseñarme todo lo que soy en esta vida, a pesar de su enfermedad. A mis madrinas Rosa María de Lira y Mercedes Teresa Párraga por su ayuda y su apoyo económico para estudiar y vivir. A mi tío Isaías, quien siempre estuvo presente apoyando a mi mamá y siendo para mí esa figura paterna que no tuve. A Clemente Rodríguez que siempre estuvo apoyándome cuando me quedaba sin trabajo. Y por supuesto a Clementico quien, desde pequeño, ha estado siempre a mi lado. Mil gracias a Cándida por estar allí apoyando siempre. Su vida al lado de Clemente fue feliz y su muerte tranquila, en su rostro se reflejaba la paz y la serenidad de su espíritu para entrar en el reino de Dios. A mi tío Hidalgo que nunca me negó el crédito en la farmacia, estando con o sin trabajo. A mis amigas de la infancia, por perdurar en el tiempo: Gladys e Isabelita siempre las llevaré en mi alma. Mil bendiciones por esa vida compartida. A Reyes la súbita noticia de su inesperada muerte me sorprendió y entristeció mucho, me causo dolor el no haberlo sabido a tiempo y acompañarla en su último adiós. El recuerdo de nuestra amistad y su cariño perduraran en mi corazón, como hermanas por siempre. Agradecida eternamente. A Morillo (Q.E.P.D) por haberme hecho madre y por su compañía en mi ancianidad. A la Nena Parales y Petra Rosa, mis confidentes. A Sergio y María por seguir tan cercanos como su madre. A Gennaro y Felipina que han estado presentes en la mayor parte de mi vida. A Vicente quien junto a Daniela han enseñado a sus hijos a quererme.


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A los Clissa y los Parada por ser parte de la familia que Dios nos dio. A la doctora Isnelda Gravina Alvarado, jueza del distrito Guacara, quien por recomendación de la Nena Parales me dio trabajo, siendo la base para la jubilación de la cual gozo en estos momentos. A los Narváez, los Llovera-Padrón, los Padrón, los Granadillos y los Peña, por estar siempre al lado de mis hijos y nietos. A los González-Morillo por ser tan especiales en cada momento compartido. Y a todos aquellos que no nombre, y que, en algún momento de la vida, me apoyaron y brindaron su ayuda… ¡Mil gracias! Dios los bendiga. Y a los que ya no están presentes, descansen en paz.

El sentido de este libro


LOS RECUEDOS DE MI VIDA

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Todo lo ocurrido después de lo narrado a lo largo de tantos años, queda en la memoria y el conocimiento de cada una de las personas de mi entorno, respecto a mis alegrías, sufrimientos y amarguras, vividas hasta la fecha. Empecé a escribir mi vida en el año 2004, por iniciativa de Alejandro, ya que él fue quien me motivó para que plasmara en papel todo lo vivido, ocurrido y narrado por mis antepasados. Queda para la posteridad el conocimiento de todo lo transcrito en estas líneas, que servirán para llevar al futuro esta historia de mis ascendentes y descendientes, así como respecto a mis alegrías, tristezas y amarguras vividas hasta la presente fecha. Tal vez por mi edad, al borrarse ciertas cosas de mi memoria, faltan hechos e historias posiblemente interesantes por narrar. Recuérdenme como una persona valiente, que supo afrontar todos los obstáculos que se presentaron a lo largo de mi existencia, donde hubo desde tristezas, sufrimientos y pobreza, hasta alegrías y felicidades que llenaron enormemente mi corazón: en conclusión, con un balance de vida a mi favor. Y quiero dejar, por último, un mensaje: Mi autobiografía −o relatos de mi vida− es como los capítulos de una novela que perdurará en la historia de los siglos para mis bisnietos y tataranietos −a los que no conoceré−, así como para toda su descendencia; a quienes espero les sirvan de algo estas lecciones de aprendizaje en la escuela, de una vida, llena de sufrimientos, superados por las alegrías y satisfacciones compartidas a lo largo de mi existencia. Que sepan que al llegar a la ancianidad con una memoria más o menos integra, pude y puedo extenderme hacia el pasado, mis emociones presentes, pensando en personas queridas de mi entorno, así como en acontecimientos del pasado, que inundan mi presente de regocijo e hinchan mi corazón, cuando los recuerdo con cariño, rememorando todo los buenos ratos que hemos disfrutado. Es posible estar en el presente, existir en el HOY y rememorar el PASADO, pero con estas líneas escritas aquí quiero perdurar en el recuerdo FUTURO, de todos ustedes, dejando en el camino mi LEGADO: una mujer valiente, metódica, ahorrativa, católica y romántica. Debo agradecer todo lo que tengo:


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Graciela Hidalgo

El Amor de Dios, de mis hijos y nietos, que me hacen olvidar mis problemas. El profeta Isaías dijo: “Yo nunca me olvidare de ti. Mira cómo te tengo grabada en la palma de mi mano”. Me despido con esta frase de mi autoría: Voy en paz a los brazos de Dios, San José −el santo de la devoción de mi mamá− y la Virgen María, en sus diferentes advocaciones; el día en que mis ojos se cierren para siempre.

Índice

Agradecimientos....................................................................................................5 Dedicatoria.............................................................................................................6 Prólogo..................................................................................................................7 Introducción...........................................................................................................8 Mis antepasados......................................................................................................9 Mi génesis.............................................................................................................15 Mi padreAugusto Guillén......................................................................................21 Mi infancia y los enfados por mi nacimiento.......................................................27 Recuerdos de la infancia y las amistades que aún conser....................................31 La adolescencia, el compromiso con el trabajo y mi primer amor –frustrado.........................................................................................................................45 Cambio de vida y comienzo de la vida adulta......................................................53 Anécdotas de las primeras salidas.........................................................................61 El adiós repentino de mi tío Isaías........................................................................67 La familia paterna..................................................................................................71 Clemente el gran maestro y consejero...................................................................77 Mi tío que no es mi tío..........................................................................................83 Llevando la vida que podíamos............................................................................87 El primer amor real...............................................................................................91 La vida continua y mi llegada a los tribunales y Resugo.....................................95 La última etapa y el adiós a lo más grandede mi vida hasta ese momento..........................................................................................................................99 El recomienzo de mi vida después de tan lamentable pérdida...........................107 El padre de mis hijos.............................................................................................111 La maternidad llegó a mi vida.............................................................................117 La amarga realidad vivida...................................................................................123 La llegada del catire............................................................................................127 La vida que me tocó vivir con mis hijos pequeños.............................................135 Recomenzar mi vida laboral de nuevo en el tribunal..........................................141 La época feliz con los compañeros del tribunal..................................................145 Mi reposo y posterior jubilación.........................................................................151 La escuela de los muchachos y la familia que nos puso dios en el camino.............................................................................................................155 Las primeras comuniones....................................................................................167 La época del liceo................................................................................................175 Las graduaciones y mi satisfacción....................................................................179 Otra familia putativa, regalo de Dios..................................................................183


Mención especial a mi hermana y compañera Felipina junto a su gran esposo Genaro...........................................................................................................189 Gladys Eugenia Parales (la Nena Parales)..........................................................197 Sahara (la abogado y amiga)................................................................................205 Los Narváez-Monroy, los Llovera-Padrón, los Granadillo y los Peña...................... ............................................................................................................................209 Los Vargas-Piñero y Contreras-Piñero................................................................213 Las alegrías, aficiones y pasiones........................................................................217 El cambio de casa y el comienzo de mi ancianidad.............................................225 Algunas vivencias y otros viajes.........................................................................229 Los matrimonios de mis hijos y posteriores divorcios........................................233 El cambio en la última etapa de la vida de Morillo.............................................237 Carora y la gran familia de Morillo.........................................................................237 Mis hijos..............................................................................................................249 Mis nietos............................................................................................................257 Los caninos (los otros miembros de la familia)..................................................261 Las celebraciones y cumpleaños..........................................................................265 Las tradiciones instauradas..................................................................................271 Regalos y herencias.............................................................................................275 Algo inesperado y repentino...............................................................................279 Mis enfermedades y dolencias.............................................................................283 Mi fe y mis devociones........................................................................................287 Las bendiciones y agradecimientos.....................................................................291 El sentido de este libro........................................................................................295



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