783 El Observador de la Actualidad

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El Observador

11 de julio de 2010 AÑO 15 No. 783 $10.00 Fundado en 1995

DE LA ACTUALIDAD

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El futbol obliga a ordenar lo propio dentro del conjunto: Benedicto XVI ¾ PÓRTICO

UN PAPA

FUTBOLERO POR JAIME SEPTIÉN / jaimeseptien@gmail.com

Durante un mes el mundo puso los ojos en Sudáfrica, los mejores países en cuanto al fútbol disputaron la copa mundial. Porras, reunión con amigos, gritos de emoción, cara de angustia, esperanzas y decepciones nos acompañaron en estas cuatro semanas. Miles de millones de personas comieron y soñaron fútbol. En esta experiencia global, la Iglesia también estuvo presente a través de diferentes iniciativas, como experta en humanidad iluminó con la fe esta euforia, habló de Cristo, de que seguirlo implica crear un mundo menos injusto, todo ello lo hizo concientizando sobre la trata de personas, recordando que existe el hambre y pobreza señal de la falta de solidaridad. En este contexto surge una FIFA temerosa de las expresiones de fe, las censuró, sin embargo salieron a la luz testimonios de futbolistas

creyentes, hombres que a lo largo de sus carreras han demostrado su compromiso con algún credo. El mundial nos enseñó que el fútbol es unidad, comunidad, encuentro con los otros y todo esto nos puede llevar al encuentro con el Otro; el mundial termina, las enseñanzas que nos deja habrá que hacerlas vida. “En calidad de espectadores, los hombres se identifican con el juego y con los jugadores y, de ese modo, participan de la comunidad del propio equipo, del enfrentamiento con el otro, así como de la seriedad y de la libertad del juego: los jugadores pasan a ser símbolos de la propia vida. Eso mismo actúa retroactivamente sobre ellos: saben, en efecto, que las personas se ven representadas y confirmadas a sí mismas en ellos”, escribió el Papa en su ensayo “El juego y la vida. Sobre el Campeonato Mundial de Futbol”.

Periodismo Católico

Benedicto XVI confiesa en sus memorias que nunca fue bueno para el deporte. Es más, los torneos en su escuela le causaban temor. A diferencia de Juan Pablo II, que fue portero en el equipo de su pueblo (a veces reforzaba al de los judíos), y cuentan sus contemporáneos que era bastante bueno. Sin embargo, Joseph Ratzinger sí que ha reflexionado sobre el fenómeno del balón. Lejos de subirse a la torre de marfil del intelectual, el Santo Padre reconoce que existe una fascinación por el futbol que nadie puede ocultar. Una fascinación que viene de dos vertientes: la obligación de la disciplina (que se ve en el rendimiento físico de todos los jugadores) y el juego de conjunto, es decir, en- El Santo Padre tregar lo mejor de uno en función del bien de todos reconoce que (cosa que Cristiano Ronal- existe una do, por ejemplo, no entendió en este Mundial: cre- fascinación por yendo que él solo era todo el futbol que Portugal). «Naturalmente —decía nadie puede Ratzinger—, todo esto ocultar puede pervertirse por un espíritu comercial que somete todo eso a la sombría seriedad del dinero, y el juego deja de ser tal para transformarse en una industria que suscita un mundo de apariencia de dimensiones horrorosas». Afortunadamente, piensa el Papa (y con él los verdaderos aficionados al futbol), ni siquiera esta avalancha brutal de anuncios, promociones, tonterías y baratijas que rodean al Mundial que hoy llega a su definición, anula «la base positiva que subyace en el juego: el ejercicio preparatorio para la vida y la trascendencia de la vida hacia el paraíso perdido». ¡Qué hermosa conclusión! ¡Qué bien se contempla la totalidad del universo cuando la razón y la fe se juntan! El Papa lo entiende —como debemos entenderlo nosotros—que el gran juego es la disciplina de la libertad, aquella en que nos vinculamos a la regla, a la comunidad, al enfrentamiento y al valernos por nosotros mismos. El juego es la vida. Y la vida es el juego. Diferente al futbol, pero con reglas similares de obediencia, espíritu de trabajo en comunidad, abnegación y un cierto virtuosismo que viene del estudio, del orden y del silencio en torno al «yo».


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