CUENTACUENTOS 2012

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El Cuentacuentos

E

s ese olor a… ¿cómo describirlo? Ese olor tan característico, tan limpio y a la vez sucio, una mezcla entre las sábanas finas y acartonadas, a oscuridad de invierno, a látex impregnado en unos polvillos blancos que se adhieren a las manos, a calmantes y metal. Es una mezcla tan llena de cosas que se pierde el aroma de cada una de ellas y se crea uno nuevo, uno profundamente desagradable que quizá, en lugar del conjunto de esos conceptos, sea sólo una creación mental. Quiero percibir los guantes, pero no puedo. Se escapa, dentro de ese murmullo de fragancias que a la vez es una, el olor a guantes, que sería tan lógico y literario. Podría describir el olor del mar, podría describir el olor a verano, a Navidad e incluso a carnaval, pero este susurro de esencias es insoportable, se agolpa en mi nariz, ya asfixiada, y se mete en mi cerebro, enloqueciéndome, divirtiéndose seguramente, y busco algo, algo sencillo y factible, busco los guantes, busco el polvillo blanco que quizá sea sólo sensación, pero no lo encuentro. Está en la idea, en el hecho, pero no se puede saborear igual que el tacto de estas sábanas que parecen más bien papel. Pero mejor será olvidarlo, no me conviene obsesionarme con nimiedades, aunque ésta me esté matando, aunque me torture, es preferible olvidarlo, relajarme, o eso dicen al menos los médicos, o quizá me lo haya inventado. Me noto cansada. El peso enorme de mi propio cuerpo cae rendido hacia el final de mí misma. Mis brazos, tan delgados por estos últimos dos meses, son ligeros y ágiles, pero en el fondo de ellos, en esa parte que roza la cama, ahí es donde se mantiene todo, donde se amontona un peso insostenible. Lo mismo pasa en mis piernas, también delgadas, deleznables, y en mi cabeza, sí, un poco en mi cabeza, y en el tronco, pero sobre todo en los brazos. ¡Qué cansancio! No puedo ni suspirar. Mis labios se separan un poco, y la lengua se dibuja como en el aire, ni contra el paladar ni apoyada, está suspendida, viva y muerta. Los ojos cerrados, oh, Dios mío, no podría abrirlos, estoy tan agotada que no podría separar los párpados, no podría enfrentarme a la tibia luz, no podría observar las pestañas, separándose lentamente, no podría hacer el esfuerzo. Mejor así, viendo el negro tranquilo, confuso, donde todo se mueve y palpita, pero nada cambia.

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