CUENTACUENTOS 2012

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el cuentacuentos 2012 17潞 Certamen Nacional de Narraci贸n para j贸venes autores

La Biblioteca del Colegio Arturo Soria Duque de Tamames, 4 28043 MADRID Tlf. 91 415 72 95 e-mail: biblio@colegioarturosoria.org


El Cuentacuentos

Editado por Colegio Arturo Soria Madrid, 2004 Tlfno. 91 415 72 95 ceas@colegioarturosoria.org Dise帽o Portada Vicente Gonzalo Imprime: STOCK CERO, S.A. San Romualdo, 26 28037 MADRID Tlfno. 91 7545454 Dep贸sito Legal: M-49169-210

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El Cuentacuentos

ÍNDICE 1º, 2º, 3º Primaria

LA PELOTA ROJA (9)

Tomás Villar Lozano (Madrid)

DENTRO DEL CAJÓN (13)

Jorge Lázaro Mesa (Madrid) 4º, 5º, 6º Primaria

EL MARAVILLOSO CUENTO DE JUANA (17)

Jorge García Arroyo y Patricia Delgado del Castillo (Madrid)

MI CABALLO ANDA Y YO RELINCHO (23)

Paula Anaya Hernández (Las Rozas, Madrid) Secundaria

HISTORIA DE UNA VIDA (29)

Lucía Morato Cordero (Madrid)

TE HE ECHADO DE MENOS (39)

Raquel Cruz García (Las Rozas, Madrid) Bachillerato

DOS MESES (45)

Marta González González (Ourense)

INTOCABLE (53)

Lorena Morato Cordero (Madrid) Mejor cuento del Colegio Arturo Soria

BIENVENIDOS (61)

Claudia Álvarez Varela (Madrid)

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El Cuentacuentos

JURADO DE LA CONVOCATORIA 2012

Carmen García Silvia Senabre Raquel Francisco África Martino Mª José Téllez Ana López Ana Mateo Luis Celemín Déborah Fuentes Santiago García-Faure Julia Insausti

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El Cuentacuentos PRÓLOGO CON CARIÑO Y OPTIMISMO Este año, al leer los cuentos ganadores del concurso de Cuentacuentos del Colegio Arturo Soria, he intuido que se trataba de una edición muy especial. Y quiero compartir con todos vosotros esa sensación dulce, alegre y esperanzada que he tenido durante la lectura. Bien es cierto que, algunas de las historias ganadoras, -desgarradas, maravillosas y repletas de sentimientos intensos-, están marcadas por la melancolía, pero incluso en ellas, he descubierto caminos optimistas. ¡Bien por vosotros, jóvenes artistas! Soy madre de un alumno de segundo de Bachillerato, que este año acaba el colegio, y en estos días, ha venido a mi memoria machaconamente una imagen que se produjo durante el acto de graduación que tuvo lugar aquí mismo hace muy poco. Santiago, el director, se dirigió a los chicos en los siguientes términos: “… nuestro deseo es que seáis, ante todo, buenas personas, responsables, comprometidos y solidarios, y ahí está la prueba de que, entre todos, lo hemos conseguido; ahora saldréis del colegio preparados para comeros el mundo con vuestra juventud y vuestra formación académica y humana…”. Al escucharle, pensé: ¡qué bien!, por fin hay alguien que pone ese punto de ánimo y de valoración positiva ante los ojos de nuestros jóvenes. Os cuento esto porque al leer las historias que han ganado el concurso, he tenido la misma sensación optimista y quiero compartirla con todos vosotros. Pues bien, comencemos este repaso que será, a la vez, una invitación a la lectura y un homenaje a estos jóvenes creadores. Leyendo y disfrutando, me encontré, en primer lugar, cara a cara con el relato de Tomás Villar que hablaba de una pelota roja, un sencillo juguete en el que un niño solitario encontró el secreto de la amistad y de la felicidad. ¿Quién de nosotros, aún adultos, no es más feliz compartiendo juegos y bromas con amigos de verdad? Luego, continué mi camino lector y hallé una máquina mágica

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El Cuentacuentos oculta dentro de un cajón, era un artilugio maravilloso inventado por Jorge Lázaro, tan fantástico que convertía lo cotidiano en festivo y las cosas pequeñas en grandes acontecimientos. Justo lo que todos necesitamos para afrontar el día a día. Más tarde, con los ojos llenos de colores, fui a pasear entre rimas y risas, y acompañé a Juana, una niña que lee muchos cuentos y que, sin querer, se metió dentro, y os aseguro que la alegría y la frescura de esa historia, escrita por Jorge García y Patricia Delgado me llenaron de energía. Y casi sin darme cuenta, aterricé en el cuento de Paula Anaya, precioso, estremecedor y optimista, a pesar de mostrar una dura realidad. De esta historia, solo voy a reproducir una frase:

“Cuando superas los obstáculos y nunca dices nunca, consigues lo que te propones”. ¿Qué os parece? ¿No es verdaderamente

la mejor conclusión? Frente a las contrariedades, la voluntad, y frente al gris del desánimo, los colores, la luz y los proyectos de futuro. Dulcemente, me deslicé luego hacia la historia de una vida perdida y hallada. Era la narración creada por Lucía Morato, tierna, desgarradora y valiente, donde se contaban guerras y sufrimientos; y que terminaba con la promesa de un porvenir, de una vida nueva, que surgía de un pequeño paquete rojo, con un significado de lo más sugestivo: el reloj de una existencia debe marcar siempre el tiempo de la felicidad, de la evolución y de la renovación personal. Y me abracé entonces a un cuento, el de Raquel Cruz, en el que, precisamente eso, los abrazos, se convertían en imagen literaria para mostrar el cariño que damos y que nos dan, la capacidad de superar los miedos y la necesidad de mirar siempre hacia adelante con ilusión. Qué feliz se sintió la protagonista de esta historia cuando por fin pudo desprenderse de sus recelos y decir: Te he echado mucho de menos… En solo dos meses, una vida, en un instante, una despedida. No podéis imaginar la emoción que transmite esta historia de pérdida y de amor, desde el comienzo, cuando la expresión de sentimientos se une al lenguaje más bello y más creativo,

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El Cuentacuentos cuando Marta González nos habla del olor característico, tan

limpio y a la vez tan sucio, la mezcla entre las sábanas finas y acartonadas, y la oscuridad de invierno; cuando nos explica que se encuentra como perdida en un murmullo de fragancias.

Y yo digo: ¡Qué sensibilidad! ¡Cuánta vida! ¡Cuánta dulzura amarga! Y más tarde, me encontré con una historia de encrucijadas, una difícil intersección de existencias. El cuento de Lorena Morato nos situaba a los protagonistas y a mí en el punto donde una vida se veía seriamente comprometida y donde un amigo llegaba dispuesto a hacer todo por ti. Y tú, con él, podías vencer demonios y dragones. Fuera los miedos, fuera los recelos. Y la protagonista, con ese ánimo que da no sentirse sola, decía: Amigo, ahora, solo deseo que empieces a salvarme

ya.

Para finalizar, os contaré una pequeña reflexión sobre una historia en la que la despedida se superponía a la llegada continua de la vida. Era una historia inquietante, de emociones contrapuestas, de paradojas. ¿Empezamos acabando? ¿Llegamos cuando nos vamos? ¿Dónde está el principio?, ¿dónde el final? Gracias, Claudia, por hacernos pensar. Quizás porque, en este año, cierro una etapa que ha sido maravillosa (la estancia de mi hijo en este colegio al que tanto tengo que agradecer), los relatos de este Cuentacuentos 2012 me han sorprendido con los afectos y las emociones desordenadas, y me han hecho pensar en la seguridad plácida de los años pasados y en la incertidumbre emocionada de lo que está por venir. Espero tener oportunidad de compartir en el futuro muchos más Cuentacuentos con vosotros, si no como madre de un alumno, sí como amiga. Muchas felicidades, artistas y futuros escritores, y seguid adelante con esa sensibilidad hacia todo lo que os rodea. Y gracias de todo corazón, en general a todas las personas que forman parte del que será siempre y por afectos nuestro colegio.

Lola Núñez

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1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA

Alberto Fernández

LA PELOTA ROJA Tomás Villar Lozano (Madrid)

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oque tenía siete años y muchos amigos cuando se mudó con su madre a una ciudad nueva. Enfrente de su casa había un parque muy grande y con muchos árboles y Roque cogió su pelota para ir a jugar. Cuando llegó, dio una vuelta en busca de niños y en vez de niños encontró una pared y tuvo que conformarse en lanzar la pelota a una pared. Volvió a casa y dijo a su madre. - En el parque no he encontrado niños. Y ella le respondió que se marchara a su cuarto a jugar con sus juguetes. Roque creía que jugar solo era muy aburrido pero subió a su cuarto. En medio de su habitación encontró una pelota roja y con marcas, que estaba usada, y que nunca antes había visto. Fue a buscar a su madre y la abrazó y ella extrañada le preguntó: - ¿Por qué me abrazas? Roque le respondió señalándole la pelota: - Por tu regalo. Pero su madre le contestó que ella no le había comprado ninguna pelota. El niño volvió a su cuarto pensativo. Al abrir la puerta miró a su alrededor y se preguntó si la pelota se habría colado por la ventana, pero se dio cuenta de que estaba cerrada e intacta. Se asombró, no entendía nada ¿Cómo habría llegado hasta allí? Cayó la mañana y Roque cogió un libro de la estantería. Leyó dos capítulos hasta que apagó la luz y se durmió. A la mañana siguiente cuando se despertó se llevó otra sorpresa: había una bola de papel en medio de la habitación. Ahora sí que estaba extrañado, más que el día anterior. Cogió la pelota de papel arrugado y la extendió. Había un mensaje escrito a mano que decía: ”Danos la pelota”. Miró alrededor. La puerta estaba cerrada y la ventana también, solo la puerta del armario estaba un poco abierta. Roque se levantó de la cama y abrió la puerta del armario y se llevó un gran susto porque cientos de bolas de papel cayeron sobre él. Abrió unas cuantas y en todas ponía lo mismo: “danos la pelota”. Al fondo del armario descubrió un agujero, metió la cabeza tratando de averiguar si las bolas de papel venían de aquel agujero y una

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El Cuentacuentos nueva bola le cayó y le dio en toda la nariz. Entonces supo que de allí salían todas aquellas bolas. Al meter la cabeza en el agujero notó un olor que no se olía dentro de una casa, sino en la calle. Olía a cielo. Metió la mano para ver si el agujero era profundo y le pareció tocar algo. No eran más pelotas de papel sino algo duro y frio. Apartó una tabla del armario para poder entrar al agujero y al entrar notó que había unos peldaños. Era una escalera de cristal. Subió por la escalera y llegó a una altura determinada desde la que vio su casa tan pequeña como una mosca. Al final de la escalera chocó con algo. Estaba en una nube. Al asomar la cabeza vio un grupo de niños escribiendo notas en bolas de papel. Cuando un niño se acercó para tirarlas, Roque gritó. - ¡Eh, que estoy aquí! Entonces el niño le dijo: - ¿Tienes nuestra pelota? Y Roque les contestó: - No pero ahora os la traigo. Roque bajó rápidamente las escaleras de cristal y cogió la pelota y al cabo de un rato todos estaban jugando felices y contentos. Un niño se acercó a Roque y le dijo que cuando quisiese jugar con alguien allí estaban sus amigos de las nubes. Roque volvió a su casa feliz y cuando abrió la puerta del armario y salió a su habitación se asomó a la ventana y vio que las nubes habían formado la palabra “gracias”. Esta es la historia de Roque y lo que le sucedió al mudarse de ciudad. Me la contó mi abuelo un día que yo estaba aburrido y no tenía nada que hacer.

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El Cuentacuentos

2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA

Mar Ying Cela

DENTRO DEL CAJÓN Jorge Lázaro Mesa, 6 años Madrid 13


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abía una vez un niño que se llamaba Fernando. Cuando fue al colegio vio que la profesora tenía un cajón en la pizarra. Él quería saber lo que había dentro. Cuando se acabó la clase fue un rato al patio, pero luego volvió sigilosamente a ver qué había en ese cajón. Y vio que había una caja con algo dentro. Intentó abrir la caja pero estaba cerrada con llave. La cerradura tenía forma de círculo. Cuando volvió a clase se lo contó a sus compañeros, y uno de los niños le dijo dónde estaba la llave: estaba en una mansión abandonada. Entonces, el niño se fue a la mansión. Detrás de un pasillo casi derrumbado, debajo de una alfombra, estaba la llave. Al lado de la alfombra había una puerta, que tenía la misma cerradura que la caja del colegio. Entonces él cogió la llave, abrió la puerta y vio que había un salón muy arreglado como si fuera de una casa nueva. También había una cocina, que estaba también muy nueva. Pero entonces Fernando volvió al colegio. En ese momento estaban en clase de inglés, así que no pudo abrir la caja. Entonces llegó el patio de la tarde y él fue otra vez a clase a intentar ver lo que había dentro de la caja. Abrió la caja y dentro había una máquina mágica. Era mágica porque si metías una piedra dentro de ella se convertía en una chuche. Podías elegir el color y con eso elegías también el sabor. Se la enseñó a sus compañeros y todos querían probarlo. Les dio un par de chuches a cada niño, y se acabó el día de cole, así que volvió a su casa. Le contó a su madre que él también quería fabricar una máquina mágica, en la que si metías un peine salía una peluca. Quería hacerlo para conseguir pelucas para disfraces. Se podía elegir el color de la peluca. La peluca salía del color del peine que metías. Organizó una fiesta de disfraces, y llevó peines de colores para que sus amigos pudieran elegir el color de sus pelucas. Le dio una peluca a cada niño, y se lo pasaron muy bien. Por la noche estuvo pensando en cómo se lo pasaría al día siguiente en el cole. Se levantó de la cama, metió en la máquina una piedra que tenía en el bolsillo de su pantalón y sacó un caramelo de fresa. Estaba deseando que terminara el siguiente día de cole porque iba a ir a cenar a un restaurante muy especial, que tenía ventanas para ver lo que había fuera. Cuando estaba cenando en restaurante vio por la ventana del restaurante un señor que tenía la misma cara que su profesor, y

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El Cuentacuentos entonces se dio cuenta de que era su profesor, que iba a su casa. Y le dijo al profesor: “¿quieres una peluca?” Si quieres te puedo dar una. Y el profesor le dijo: “Sí, porque voy a ir a un baile, pero la quiero de color naranja”. El niño metió un peine naranja y le dio una peluca de color naranja. Y el profesor le puso un sobresaliente en ciencia por haber inventado una máquina tan especial. El niño decidió intentar hacer otra máquina mágica para convertir escarabajos en ciervos. Pero entonces empezaron los problemas. Cada vez que metía un escarabajo, le salía una gacela. Vio que a la máquina se le había caído un tornillo, y era justo el que sujetaba el cable más importante. Eso era lo que hacía que no salieran bien los animales. Entonces, abrió la puerta de emergencia de la máquina, ajustó el tornillo, y ¡ya salían ciervos! El niño volvió a recoger los ciervos, y los metió en la máquina. Se convirtieron otra vez en escarabajos. Metió las pelucas en la máquina de convertir peines, y volvió a recuperar los peines. Metió los caramelos que quedaban en la máquina de convertir piedras, y finalmente metió la máquina de caramelos en la caja, cerró el cajón y guardó la llave donde la había encontrado. Todo volvió a la normalidad, pero durante el tiempo que duró, se lo pasaron muy bien.

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El Cuentacuentos 1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 4º, 5º, 6º DE PRIMARIA

Almudena Almendros

EL MARAVILLOSO CUENTO DE JUANA Jorge García Arroyo y Patricia Delgado del Castillo, 12 años Madrid

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Esto es una historia esencial,

para niños con carácter especial. Trata de una niña que lee muchos cuentos, y sin querer, se metió dentro. Trata de una historia en la antigua China, donde todo el mundo comía mandarina. Y trata de una historia del antiguo Japón, donde todos peleaban un montón. La niña llamada Juana, se quedó atrapada en una caravana. Donde se quedó atrapada, había dos muros, cada uno de ellos en forma de culo. Uno era de China y otro de Japón, que eran dos países que se odiaban un montón. Pero a los dos países les ganaba Mongolia, que era un país con mucha gloria. China y Japón en esta historia, se unieron para conseguir victoria. Unir los ejércitos era complicado, ya que algunos estaban mejor entrenados. Juana ya estaba aburrida, ya que en esta historia no salía. Ahora vamos a meter a Juana en el cuento, para que todo el mundo esté contento.

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Juana salió de la caravana, ¿y a qué no sabéis cómo? ¡Por la ventana! Juana fue a visitar a los reyes, quienes tenían muchos bueyes. Juana les explicó lo que quería, pero ellos ya lo percibían. De una antigua profecía, que un mago de pequeños les contaba que pasaría. - Si tú quieres ver a ese mago, antes nos debes hacer un halago. - Pero también tendremos que hacer un trato, y tú podrás ver a ese mago un rato. - Nos tendrás que ayudar en nuestra guerra, para que sea bonita esta tierra. - ¿Habláis de la guerra de Mongolia verdad? dijo la niña con gran curiosidad. - Os ayudaré con gran facilidad, ya que en estas cosas soy muy eficaz. - En estas situaciones hay que usar la inteligencia, pero eso sí, con gran paciencia. Y tras días y días de entrenar, al final idearon un plan. Decidieron atacar por la noche, pero eso sí, en coche.

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El Cuentacuentos

Juana entró en una tienda de campaña, y raptó al emperador de Mongolia con mucha maña. Al emperador de Mongolia se lo llevaron a Japón, y lo ataron a un sillón. Al final le sonsacaron todo lo que sabía, amenazándole con no volver a ver a su tía. Consiguieron que esta guerra acabase, para que estos tres países se reconciliarse. Por fin Juana habló con el mago, y él, le dio una poción para que bebiese un trago. De repente, Juana se encontró en un mundo diferente. - Juana, Juana hay que despertar, que hoy como todos los días hay que desayunar. Se dio cuenta que todo lo había soñado, y que ya todo había acabado. Y con esto concluye el final, con esta historia de Juana tan especial.

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2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA

Victor Romero

MI CABALLO ANDA Y YO RELINCHO Paula Anaya Hernández, 9 años Las Rozas (Madrid) 23


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El Cuentacuentos

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quella mañana, después de dos largos meses en el hospital, cuando me desperté en mi habitación y miré por la ventana, vi a unos niños que jugaban con la pelota, corrían y corrían y no paraban de correr. ¿Por qué?, me pregunté. Sin darme cuenta había empezado a llorar de nuevo… Todavía recuerdo las ganas con las que nos preparamos toda la familia para irnos de vacaciones. Era la primera vez que nos íbamos a esquiar y mi hermano y yo estábamos muy emocionados y nerviosos porque habíamos apostado el dinero ahorrado por cada uno a ver quién era el primero en ser capaz de bajar por una pista negra… Estaba segura de que iba a ganar yo porque siempre lo hacía. Es lo que tiene ser la hermana mayor. Cogimos el coche y después de cuatro largas horas -¡Por fin llegamos!, gritamos mi hermano y yo muy ilusionados. Al bajarnos del coche fuimos corriendo a ponernos los monos de esquí. Y después, cómo no, fuimos corriendo a ponernos los esquís y a coger los palos para deslizarnos por la nieve. ¡Por fin estábamos en la nieve! Mi hermano y yo fuimos por nuestra cuenta. Yo vi que mi hermano empezó a practicar. Yo en cambio me hice la valiente y me tiré directamente por la pista negra, pero como iba tan rápido cogiendo cada vez más velocidad sin darme cuenta y… ¡Catapúm! Cuando abrí los ojos, estaba en el suelo. Vi que había mucha gente a mi alrededor, incluida mi madre, mi hermano y mi padre. Todo el mundo empezó a preguntarme si estaba bien. Yo me di cuenta de que no sentía las piernas, pero cuando les iba a decir que estaba bien, intenté levantarme. Al hacerlo, no pude y me caí de nuevo al suelo. Ya no recuerdo si fueron cuatro, cinco o seis horas las que estuvieron mirándome de arriba abajo, pruebas por aquí por allá, caras tristes… Nadie hablaba. Era una situación muy rara y, a la vez, muy tensa. Yo sentía que algo iba mal, muy mal. Pero si mi hermano nunca me había querido dar un beso, ¿por qué ahora no paraba de besuquearme? Pronto entendí por qué. ¿Alguna vez habéis pensado cómo reaccionarías si alguien os dijera que no volveríais a andar? Yo nunca. Y creo que por eso, porque nunca imaginé que algo así me podría ocurrir a mí, tardé mucho tiempo en darme cuenta de ello.

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El Cuentacuentos La idea de no poder caminar jamás me asustaba. Al principio me negaba a aceptar la idea de no volver a montar a caballo nunca más. Llevaba montando desde los 3 años y era lo que más me gustaba en este mundo. Luego, cuando vi la cara de mi familia y el médico me explicó que debía acostumbrarme a hacer las cosas de otro modo, empecé a sentirme triste. Muy triste. Por mis piernas y por todo lo que ya no podría hacer: jugar a la pelota, correr, ir al parque, saltar en la cama, columpiarme, etc. “¡Qué rabia! Tan sólo a unos días de mi cumpleaños. Con las ganas que tenía de celebrarlo con mis amigas en el club de hípica…” Empecé a llorar. Pero no quería que nadie me preguntase qué me pasaba. Así que, cerré los ojos y me hice la dormida hasta la hora de comer. Durante los días siguientes estuve curándome las heridas. Seguía sin sentir las piernas y escuchaba a mi padre decirle a mi madre que los médicos no eran optimistas. No sé qué significaba esto, pero viendo la cara de mis padres, pensé que no era algo bueno. Por fin llegó el día de mi cumpleaños. Después de tanto tiempo en el hospital, pensé que nada me haría feliz. Pero me llevé una sorpresa (la primera del día) cuando mi madre vino con una silla de ruedas y me dijo que me cambiase. ¡Nos íbamos a casa! Tenía muchas ganas de salir de allí, aunque ya me había hecho amiga de las enfermeras y los médicos. Vinieron a decirme adiós, y me regalaron una bolsa de chuches. Mi madre me llevó en la silla de ruedas hasta el coche. Mis padres me ayudaron a sentarme y nos fuimos a casa. Cuando llegamos encendimos las luces y de repente toda mi familia salió de sus escondites y gritaron ¡SORPRESA! Me di un susto tremendo. Pero la alegría fue aún mayor al verlos a todos reunidos para celebrar mi cumpleaños. Yo estaba triste porque no podía levantarme de la silla y correr a abrazarlos a todos. Pero a ellos no les importó que no pudiera hacerlo y no me dieron tiempo ni de pensarlo. Antes de que me pudiese dar cuenta, llegó el momento de abrir los regalos. Mis tías, abuelos y primos me entregaron paquetes de todos los colores y tamaños. Eran una preciosidad. No sabría decir cuál me

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El Cuentacuentos gustó más. Bueno sí. El que me dieron a continuación. Fue la segunda sorpresa del día. Mi madre me tapó los ojos con un pañuelo y me sacó al jardín. Escuché un ruido extraño y todos gritaron “¡Ya puedes abrir los ojos!” Me quedé petrificada. Delante de mí había un maravilloso caballo blanco, con una larga melena a juego. Se acercó a mí, me olisqueó y me dio un lametón. Parece que seríamos buenos amigos. La tercera sorpresa fue la silla de montar que tenía el caballo. Era la silla más extraña que había visto jamás. Según me explicó mi padre, habían diseñado esta silla para mí. Ya que no podía sujetarme encima de la silla yo sola, la silla me permitía agarrarme a ella. Fue pasando el tiempo. Yo me hice muy amiga del caballo y él de mí. Fui ayudándole trayéndole la comida y el agua y él me ayudaba a andar, montándome en él. Había días que estaba cansada o sin ganas pero cuando mi caballo empezaba a andar tras indicárselo con mi voz, todo cambiaba. Todos los días al despedirnos ya nos empezábamos a echar de menos y siempre sentía que entendía todo lo que le decía. Ya no me preocupaba tener silla de ruedas, ya no me preocupaba no poder jugar en el parque, ya no me preocupaba que me mirase la gente y ya no me preocupaba no poder balancearme en los columpios. Cuando superas los obstáculos y nunca dices nunca, consigues lo que te propones.

He aprendido a mirar la vida de otro modo, a disfrutarla. Y tú ¿Lo has aprendido ya?

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1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA

Germán Marzo

HISTORIA DE UNA VIDA Lucía Morato Cordero, 14 años Madrid

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El Cuentacuentos Parte I

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l día anterior había sido el mejor de los últimos meses. Desde que "Los Señores del Aire" vigilaban las casas y teñían las calles de un humo gris, todo en casa parecía haber cambiado. Aún recuerdo, hace meses, la primera vez que vi la viva imagen de la preocupación en la cara de mis padres, el mayor desconsuelo en su mirada, que se hundía por lágrimas vergonzosas que no se atrevían a escapar de sus desesperados ojos, que a su vez no querían ver lo que estaba ocurriendo. Por la mañana, mi papá me trajo un regalo. Antes de que yo despertara, se acercó a mi oído y me susurró unas palabras, mas yo, que yacía sumida en un vago sueño, no las quise escuchar. Pero luego, cuando abrí mis ojos a la luz del día, me topé con un pequeño paquetito rojo con un lazo brillante. Mis ojos se abrieron como platos y un destello iluminó mis pupilas. Mi corazón pareció volcarse y latir a cien por hora, al ritmo en que una sonrisa plena de ilusión se pintaba en mi rostro. Cogí el paquete rápidamente y cuando lo estaba sosteniendo sobre mis pequeñas manos temblorosas y llenas de ansia por abrirlo, algo sacudió mis pensamientos, me hizo reaccionar, pensar en lo que estaba pasando y es que algo no cuadraba. ¿Cuánto he estado durmiendo?, me pregunté. Hacía mucho que esperaba la llegada de un día especial, pero era precisamente por eso, que recordaba perfectamente, como cada año, con rencor, el largo y pesado "día antes". Y esta vez no había vivido ese enorme malestar, ese vacío que inundaba mi corazón de nervios que saltaban y corrían por todo mi cuerpo. Era perfecto el regalo, el momento, pero no cuadraba un ligero detalle que me desconcertó por completo: mi cumpleaños no era aquel día, sino el siguiente. Alargué mis cortas piernas y brinqué elegantemente de la cama hacia el frío suelo de mi casa. Anduve por el pasillo con pasitos cortos y estrechos, a cuyo ritmo parecía estar saltando con ligereza. Llevaba el paquetito entre mis dos manos y buscaba la cocina. Allí, como siempre, encontraría a mi madre, la única capaz de amansar las dudas que habían aflorado en mi cabeza.

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El Cuentacuentos Vi un haz de luz colándose por la puerta a la que me quería dirigir. Era temprano y hacía frío, pero como decía mi mamá: "es mejor mirar al destino, sin importante por lo que tengas que pasar para llegar a él". Posé uno de mis pies descalzos sobre el suelo de la cocina y me asomé para buscar a mi madre. -¡Mamá! – grité. Entonces la vi, sentada en una silla, apoyando la cabeza sobre sus manos, mirando tristemente por la ventana. Me estaba dando la espalda, pero lo noté fácilmente. Cuando la llamé se reincorporó a la silla, alzó la cabeza, tosió, y frotó sus ojos rápidamente con sus finos dedos. Llevaba una ropa oscura, que parecía una gruesa manta gris de lana cubriendo a una fina y delgada figura a la sombra de la luz del sol. -¡Mira quién está aquí, mi pequeña princesa! -. Corrí hacia sus brazos cuando se giró a mirarme y salté para sentarme en sus muslos. Me arropó con sus brazos y me regaló una tierna mirada que escondía un profundo dolor. Entonces bajó la persiana y se volvió hacia mí. -Jo. Me había alegrado de ver un poco más de luz esta mañana. Pensé que ya se había acabado el juego - me quejé con tristeza. -No te preocupes, hoy parece que queda mucho pero pronto acabará y una mañana al despertarte verás tu habitación, toda la casa, llena de luz brillante, tanto que tendrás que cerrar los ojos porque creerás que te está haciendo daño -. Entonces mi rostro recuperó su estado de antes mostrando una leve risita que había despertado tras las esperanzadoras palabras de mi madre-. Y dime, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué venías gritando mi nombre? -. Me limité a mover el paquetito de mis manos para que lo viera. Cuando lo vio, parpadeó y tragó saliva. -¿De dónde has sacado eso? - preguntó con una voz calmada y amable. -Creo que me lo ha dado papá por la noche pero estaba dormida y no estoy muy segura. -Bueno, no es tan raro, mañana es tu cumpleaños - sonrió. -Por eso, es mañana, ¿por qué me lo ha dado hoy? - pregunté con pena y miré al suelo -, ¿es que mañana no va a estar? Entonces, a la espera de su respuesta, un enorme estruendo, parecido al de una explosión inundó nuestra casa. Parecía algo enorme, que reventó en nuestras cabezas, ensordeció nuestros tímpanos e hizo

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El Cuentacuentos vibrar las paredes. Entonces mi madre presionó mi cabeza sobre su pecho y la cubrió con sus brazos mientras asomaba su cabeza a la pequeña guarida que me había creado para protegerse. Sin quererlo, simultáneamente, empecé a llorar. En unos segundos, tras ver que ningún otro ruido atronador precedía a lo que acabábamos de vivir, mi madre levantó mi cabeza y antes de que pudiera tranquilizarme, mis otras dos hermanas pequeñas, que hasta ese momento habían estado durmiendo, se acercaron corriendo, llenando de gritos, de llantos y de angustia la estancia, hacia las rodillas de mi madre. Ella nos acogió entre sus brazos y nos abrazó con fuerza durante un par de minutos, tras los cuales, por fin, nuestra casa pudo, aparentemente, reposar de nuevo bajo la suave presencia de la calma y el silencio. Parte II Mamá decía que ya era toda una mujercita. Que con doce años ya empezaría a tomar decisiones importantes y debería ser más responsable. Hace unos días había terminado de tejer mi primera sábana. La había decorado con sencillos bordados en forma de flor y se la había regalado a mis hermanas, para que la tuvieran en su cama y pudieran menguar el intenso frío que las incordiaba cada noche. Las cosas habían cambiado de un tiempo para acá. Ahora yo dormía en la misma habitación que mi madre y mis hermanas habían dejado de dormir por separado, ahora se acostaban juntas para poder preservar el calor dentro de las mantas y arroparse la una a la otra. Siempre había querido crecer, pero me había dado cuenta de que, cuanto más mayor eras, más problemas debías afrontar y luchar contra más preocupaciones. Aunque también sabía que hacerse mayor conllevaría hacerse también más fuerte. Volví a mi habitación después de obtener mi primera muñeca en toda mi vida como regalo de cumpleaños. Mis hermanas estaban rabiosas y reñían con mi madre porque querían otra igual. Al entrar a mi cuarto abrí el cajón de mi pequeña mesita de madera. Echaba algo de menos. Algo que ni el tiempo ni la madurez habían podido dejar atrás. Y es que en ese momento tan sólo tenía su último recuerdo y el pequeño paquetito rojo que había dejado sobre mi cama tres años

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El Cuentacuentos atrás. El cielo seguía oscureciéndose por la mañana, las calles se llenaban de sombras, de gritos, de sangre. Los ruidos, las bombas, el miedo, la angustia, no nos dejaban vivir, se encerraban dentro de nuestro cuerpo formando un enorme nudo que no nos dejaba movernos. Pese a todo, yo ya era mayor y tenía que hacer lo posible por seguir adelante. Mi madre ya me lo había contado todo. Que "Los señores del aire" no eran hombres del aire sino aviones que corrían furiosos sobre nuestros tejados a la espera de cazar la presa, el momento. Ya sabía por qué los temblores de la casa no cesaban, por qué nos ahogaban los gritos de las bombas y por qué mi madre bajaba la persiana: para mantenernos lo más posible alejadas de lo que estaba ocurriendo. Ya sabía que eso no tenía nada que ver con un juego, tan solo que era una partida que se estaba alargando demasiado y haciéndonos cada día más perdedores. Ahora entendía que la tendría que ayudar a soportar esta cruel realidad y que pese a que preferiría no conocerla, ahora era suficientemente madura para luchar y no dejar a mi madre sola. Pero lo que no alcanzaba a comprender era cómo el mundo podía ser tan violento, oscuro y aterrador y cómo ensombrecía las vidas de las familias cada día con su rabia y maldad. A veces sabía que no solo a mí, sino que también a ella le daban ganas de romper a llorar. Por eso había aprendido una cosa. Hacerse mayor no significaba no tener ganas de llorar, sino saber no hacerlo en aquellos momentos en los que, más que nunca, hacía falta una sonrisa. Así que, sosteniendo el paquete rojo sobre mis manos, me preguntaba si tal vez ese año debía abrirlo, mas luego me acordaba de mi promesa. Tan solo lo abriría el día que volviera a ver a mi padre, ya que, independientemente de lo que hubiera dentro, nada sería mejor regalo que eso. Así que lo guardé de nuevo en mi cajón sintiendo un pesado dolor que mataba a mi corazón y volví con mis hermanas. Al cabo de un rato mi madre me hizo un gesto para que fuera a hablar con ella. Obedecí sin rechistar. Parecía seria, preocupada. Yo la dejé hablar. - No nos queda leche. Tampoco huevos ni pan. Se nos ha acabado todo. He intentado mantenerlo el mayor tiempo posible pero ya no

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El Cuentacuentos hay para comer ni las migas de la mesa. Tienes que ir al mercado, es muy peligroso que os quedéis tres niñas solas en la casa así que yo estaré con tus hermanas - me agarró de la mano y colocó algunas monedas dentro. Luego cerró mi puño y me apretó fuerte -. Solo tengo esto, intenta coger lo máximo que puedas. Ah, y perdóname por tener que pedirte esto - me miró fijamente con unos ojos cubiertos de pena. -Sabes que no me cuesta nada mamá, perdóname tú por no haberlo hecho antes. Entonces despegué mi mano de la suya, cogí el abrigo y cerré la puerta. En el edificio de enfrente vivía el panadero. Desde que había empezado la guerra, vendía el pan allí dentro porque fuera corría mucho peligro y los clientes procurarían conservar el pan hasta cuatro o cinco días ablandándolo con leche o agua, antes de salir a plena calle a comprar más. Así que solo tendría que cruzar la carretera y correr lo más rápido posible hasta llegar a su casa. Nada más salir, al cerrar la puerta y quedarme sola frente al riesgo, sentí un miedo asfixiante. No podía dar un paso porque mi corazón estaba a punto de estallar y hubo un momento en el que casi me di por vencida y quise regresar a casa. Pero luego pensé en mis hermanas y en mi madre y en la miseria que estaban viviendo, algo que no pretendía potenciar por ser una cobarde. -Si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer por mí?- pensé para mis adentros. Así que avancé, mirando cautelosamente a ambos lados de la calle para asegurarme de que no corría ningún peligro. Cuando iba por la mitad y mi corazón había empezado a desenredar ese nudo que tenía, oí unos pasos a mi derecha. Me giré y, entre la niebla de la calle, pude ver a un hombre sosteniendo un arma y mirándome. Llevaba protegida la cabeza y gritó algo que no alcancé a entender pero parecía llamar a alguien. Entonces corrí hacia el lado contrario. Tan solo oía mi respiración acelerada a la que perseguían un montón de pasos que sonaban como golpes aplastándome la cabeza. Las lágrimas empezaron a resbalarse por mis mejillas. Estaba aterrada, segura de que me iban a alcanzar. No quise saber si venía uno o más de un soldado detrás pero me metí en la primera callejuela donde vi que podría esconderme. Entonces me percaté de la suciedad de las calles, del mal olor, de la tristeza que rezumaba el

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El Cuentacuentos mundo en aquel momento. Avancé y llegué a una especie de verja que marcaba el final de la calle. Entre la oscuridad que había intenté distinguir lo que había detrás. Solo vi una especie de pila de objetos amontonados. Oía de fondo los gritos de los soldados y cada vez estaba más nerviosa. Entonces me acurruqué en una esquina al lado de la verja para que no pudieran encontrarme. De repente, una luz, creo que de uno de los helicópteros que sobrevolaban la zona, alumbró la callejuela y la parte de detrás de la verja. En ese momento me dejó de importar si habían dado conmigo porque el mundo se paró, todo alrededor se calló y se convirtió en un inmenso silencio interno. Me olvidé de lo demás para no dejar de pensar en lo que estaba viendo. Dios mío, en ese momento me quise morir. Hubiera deseado, por lo más sagrado, que realmente lo que había en la pila fueran objetos. Eran personas, personas muertas, las unas encima de las otras, un montón de cadáveres apilados. Cuerpos inertes que parecían haberse congelado en el momento en el que vivían la más absoluta desesperación y el miedo. Sus extremidades se alargaban como ramas de un árbol, tiesas como rocas que parecían haberse petrificado mientras intentaban huir del mal. Era el horror en persona, el infierno. Supongo que chillé, pero ni siquiera me preocupaban mis llantos, todo se había parado. Estaba petrificada, aterrorizada, no podía dejar de mirarlo. Y entonces, en medio de esas personas, cuando la luz volvió a agitar sus pálidos rostros, sus pies descalzos, sus miradas perdidas y su quemada piel, vi entre ellos una mano de la cual colgaba una pulsera que podría haber reconocido entre un millón. Solo existía una y pertenecía a una única persona. Me giré y volví corriendo, llorando, sollozando, en dirección a mi casa. Había perdido las monedas por el camino pero no me importaba. Volé como el viento mientras rezaba porque nadie me viera. Abrí la puerta y entré. Mi madre me encontró destrozada, chillando, gimoteando, frente a la puerta. Estaba aterrada, sumida en llantos, en desesperación. Parecía que se me había partido el alma, estaba en otro mundo, en otro lugar y tan solo había una imagen que se repetía en mi cabeza. Tras horas y horas intentando tranquilizarme, poniéndome paños húmedos en la frente, dándome a beber agua, la cual mis manos

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El Cuentacuentos temblorosas arrojaban fuera del vaso antes de rozar mis labios, pude explicarle a duras penas, aún llorando, lo que había ocurrido. Ella se limitó a abrazarme fuertemente con todo su cariño mientras también, la voz bajita, sollozaba hundida en el más profundo dolor. El paso del tiempo ha logrado ahuyentar muchas de mis perturbaciones, amansar mis nervios y curar parte de mis penas. El fin de la guerra, ese mismo año, dejaba consigo tres años de sufrimiento y miseria que algunos vivimos hasta el último de sus días. Dejaba atrás millones de luchas, no solo físicas sino personales .Miles de víctimas y de lamentos. Miles de noches sin dormir y de días sin comer. Meses y meses sin tener nada, ni siquiera una mísera razón por la que sonreír. Pero el tiempo ha secado nuestras lágrimas o tal vez han sido nuestros ojos, que hartos de llorar han decidido mirar la vida de otro modo. Nuestras vidas, definitivamente, quedaron marcadas por el desastre, por ese monstruo que tanto nos hizo sufrir. Los días transcurrían lentos y parecía que nunca se iban a acabar pero el amor de nuestras familias, el cariño que nos mantuvo unidos, nos hizo fuertes a todos y fue capaz de sacarnos adelante hasta llegar al día de hoy. Nos ha hecho valorar la importancia de las personas que nos rodean y nos ofrecen su protección. Lo significante que resulta poseer su afecto y lo importante que es mantenerlo siempre. Esos días de penumbra y de sombras bajo el sol fueron devastadores, pero nos hicieron aprender a alimentar la esperanza sin una pizca de comida, a sonreír sin alegría y a crear un fuerte vínculo entre nuestros corazones cuando nuestros cuerpos y nuestras mentes eran más frágiles que nunca. Por eso, hoy, ya con mis veintidós años recién cumplidos, me he atrevido a abrir el paquetito rojo que me regaló mi padre. Y esta vez lo he mirado con alegría e ilusión. ¿Sabéis lo que había dentro? Un pequeño reloj de bolsillo que llevaba una fina cadena de oro. Y realmente, no me ha sorprendido. Porque desde ese día, lo que había estado haciendo era, precisamente, contar los minutos que faltaban para verle; tal vez los meses que restaban de esa pesadilla o las horas que quedaban para que saliera el sol. Ese reloj había estado marcando desde el primer día ese mal sueño que duró tres años y más tarde las consecuencias que he estado arrastrando hasta el día de

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El Cuentacuentos hoy, en que por fin he abierto el paquete. Así que he cogido el reloj y le he quitado la pila. Esa tormenta te separó de nosotras, papá, pero de ella me quedo con las cosas que nos ha enseñado. Que el tiempo no pasa porque pasen los años, sino porque todos juntos hemos de marcar su historia. Y con eso y con todo, hoy me atrevo a decir: "Aquí empieza la historia de mi nueva vida".

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El Cuentacuentos

2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA

Santiago García-Faure

TE HE ECHADO DE MENOS Raquel Cruz García, 13 años Las Rozas (Madrid)

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El Cuentacuentos El abrazo más deseado…

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staba tumbada en la cama, sentía que el mundo se le caía encima ¿Qué iba a hacer ahora? Por la cabeza le pasaban millones de sensaciones: terror, añoranza, desagradado, intriga, odio, y ese sentimiento que nunca había experimentado hacia esa persona: el echarle de menos. Aunque sinceramente no podría echarle de menos si nunca le había conocido. Esa misma mañana su abuelo le había dicho que habían encontrado a su padre, lo primero que pensó fue en ir a buscarle pero luego le dijeron que estaba en el hospital por exceso de alcohol. Al nacer , la madre se murió en el parto y el padre pensó que era mucha responsabilidad para él , tener una hija con tan pocos años y se la dio a sus padres y se marchó así, sin más , dejando atrás a su hija , una pequeña a la que nunca vería crecer, ni ninguno de sus cumpleaños, ni el primer diente que se le cayese…Eso era lo que le habían dicho sus abuelos cuando tenía diez años , ahora que acababa de cumplir dieciséis , ya podía imaginarse la clase de persona que era su padre y el esfuerzo que tuvieron que hacer sus abuelos. Estaba muy agradecida, de corazón. Por una parte quería conocer a la persona que le había dejado tirada cuando no era más que un bebé, y decirle varias cosas, pero por otra pensaba que era mejor seguir igual, olvidarse de que él existía y seguir felizmente viviendo con sus abuelos. Ahora mismo tenía que irse al instituto, pero sabía que este asunto no se le iba a ir de la cabeza tan fácilmente, además así podría contárselo a su mejor amiga y que ella le dijera que pensaba, siempre lo hacía, y la mayoría de las veces tenía razón. Aunque Carlota, no sabía que ese día su mejor amiga también tendría problemas y no iría al colegio… ¡Qué mala suerte! Silvia no había venido, tenía pensado hablar con ella de todo lo de su padre, y va y no viene, esta tarde la llamaría, eso seguro, por ahora le quedaban cuatro horas más de clase, en que se comería más la cabeza… Acababa de llamar a Silvia, ésta le había dicho que estaba muy mala y que seguramente esa semana no iría al colegio ¡qué chasco!, aunque lo más sorprendente había sido que Silvia ya sabía lo de que su padre había regresado, porque esta mañana había ido al hospital en el que trabaja su madre, y por casualidad había conversado con un señor

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El Cuentacuentos que era el padre de Carlota. Eso quería decir, que no estaba muy lejos porque el hospital se encontraba a ocho manzanas de su casa, que tarde o temprano se le encontraría por la calle, ya que tal y como ese señor se lo había mencionado a su amiga, él estaba buscando a su hija. Tenía miedo, mucho miedo, qué se supone que tenía que hacer si se lo encontraba por la calle, bueno seguramente no la reconocería, ¿o sí?, y si le hablaba y le pedía perdón, ella para esas cosas era muy ingenua y seguro que si viera la cara de su padre (en la realidad… ya le había visto en fotos , pero las había tirado, en el pasado era la persona que mas odiaba, pero ahora que había madurado entendía un poco a su padre) ¡Pero qué dice! Claro que no lo entiende, la dejo tirada, seguramente le perdonaría, ¡pero no! ¡No podía hacer eso! Qué clase de padre abandona a su hija siendo un bebé, ya te lo contesto yo, ¡ninguno! Esa noche, en la cena quiso hablar con sus abuelos, pero ellos se le adelantaron. Su abuelo comenzó diciéndole que qué pensaba hacer, que a la mañana siguiente le iban a ir a visitar al hospital y que si quería y con ellos, que ya sabían que esto era un golpe muy fuerte para ella conocer así a su padre, pero que debía ser valiente, que ya era hora de conocerle y que no tuviera miedo…Eso quieras o no, la atormento mucho mas, ¿Qué debía hacer? No estaba obligada a ir, pero era su padre y se lo iba a encontrar un día de estos. Y era mejor si lo veía junto a sus abuelos. Pero si iba ¿Qué se supone que le iba a decir?- Hola, perdón soy esa hija que dejaste tirada hace mucho tiempo ¿te acuerdas? O mejor – ¡Hola papi, cuánto tiempo sin verte! Estaba loco si pensaba que iba hacer eso. Esa noche no pudo dormir nada… A la mañana siguiente su abuela se levantó, muy cariñosamente, como solía hacer ella, y le preguntó que si quería ir con ellos. Ella ya llevaba despierta desde hacía mucho, se levantó de la cama, se dirigió al baño sin decirle nada, y se vistió para dirigirse al hospital… Fue el trayecto más largo que ha hecho en su vida, o al menos eso le pareció a ella. Cuando salió del taxi estaba pálida, tenía unas ganas tremendas de echar a correr y perderse por algún lugar, pero eso no era posible, por lo que se agarró fuertemente al brazo de su abuela y entraron. Su abuelo preguntó en la entrada en que habitación estaba

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El Cuentacuentos su padre. Sinceramente le sonaba muy raro decirle su padre, ya que en realidad los que habían sido sus padres desde pequeña habían sido ellos, sus abuelos, los que la habían llevado el primer día al colegio y la habían recogido, los que la habían fotografiado en todos los festivales, los que la arropaban por las noches en la cama, y los que estaban ahí para cualquier cosa, ya fuera mala o buena, pero ellos siempre estaban ahí. Ellos sí que eran unos verdaderos padres. 114, era la habitación que le habían asignado, subieron en ascensor a la segunda planta. Ella sabía que los tres estaban muy nerviosos, porque no solo era su padre, sino también su hijo y llevaban dieciséis años sin verle. Cuando llegaron a la puerta, a su abuelo le costó mucho llamar, le temblaban las manos y se notaba que había estado muchas noches pensando en este momento, y no era él solo, la única que conservaba la calma era su abuela, pero alguna que otra vez le apretaba el brazo con mucha angustia. Desde el interior de la habitación, oímos un “Pasad”, su abuelo cogió el picaporte y lo giro…Allí estaba él, tumbado en la cama, con una bata, y una manta que le tapaba. Sintió que le daba un vuelco en el corazón, tenía muchísimas ganas de tirarse a él y abrazarle, olvidarse de todo lo que le había hecho, y empezar de cero, pero eso no era una posibilidad. En cambio se mantuvo en el sitio esperando a que alguno rompiera el silencio tan incómodo que había en la habitación. Él nos observaba con una amplia sonrisa pero sin decir nada, era guapo, se lo esperaba con aspecto desgarbado que se le notase la vida en la calle, pero no fue así. Por fin alguien hablo, y con sorpresa fue su abuela: ¿Qué tal hijo?, se notaba que tenía muchas ganas de llorar, y ella sabía que no le quedaba mucho para que sucediera, ella estaba tan sobrecogida, tan asombrada, que es que parecía de piedra. Desde ese momento los tres entablaron una conversación, ella no oyó nada, estaba en su mundo, hasta que escuchó su nombre, que venía desde la cama. Levantó la cabeza y vio que los tres la estaban mirando como expectantes a que respondiera, no sabía qué decir ni qué hacer, se quedó mirándole fijamente, hasta no se dio cuenta que sus abuelos habían salido de la habitación, y ella estaba sola, ahí delante del padre que nunca tuvo. Él se dignaba a sonreírla, mirándola de arriba abajo, en su mirada se notaba orgullo, añoranza, y deseo de abrazarla, pero no hizo nada. Hasta que él le dijo: Has crecido

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El Cuentacuentos mucho pequeña, estas enorme, y muy guapa, he estado esperando este momento hace mucho. Se quedó flipando, quería gritarle a la cara todo lo que sentía, que le había echado muchísimo de menos, y que echaba en falta la figura de padre, pero solo le dijo: Podrías haber regresado antes y no lo hiciste…las lágrimas le empañaron los ojos, sabía que esa frase le había hecho mucho daño, pero era la verdad, y en ese momento solo pensaba en ella. Se quedó pensando en qué contestarle, pero él no sabía que ella no necesitaba que le respondiera, ella necesitaba hechos, que le prometiese que se iba a quedar a su lado, que iban a ser padre e hija, que iban a aprovechar todo el tiempo perdido, y al final de toda esta historia poderle abrazar y sentirse una niña pequeña, agarrando fuertemente a su padre que acababa de regresar de un viaje muy largo. En cambio, se levantó de la cama como pudo, se acercó a ella, le dio un beso en la frente y le susurró al oído: “Te he echado de menos”- y luego le dio ese abrazo que tanta falta le hacía. Ella no hizo nada, apoyó la cabeza en su hombro y rompió a llorar, olvidando todo lo que había sucedido y sabiendo que nunca le volvería a dejar irse de su vida.

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El Cuentacuentos

1º PREMIO DE LA CATEGORIA DE BACHILLERATO

Julia Insausti

DOS MESES Marta González González, 18 años As Lagoas (Ourense)

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s ese olor a… ¿cómo describirlo? Ese olor tan característico, tan limpio y a la vez sucio, una mezcla entre las sábanas finas y acartonadas, a oscuridad de invierno, a látex impregnado en unos polvillos blancos que se adhieren a las manos, a calmantes y metal. Es una mezcla tan llena de cosas que se pierde el aroma de cada una de ellas y se crea uno nuevo, uno profundamente desagradable que quizá, en lugar del conjunto de esos conceptos, sea sólo una creación mental. Quiero percibir los guantes, pero no puedo. Se escapa, dentro de ese murmullo de fragancias que a la vez es una, el olor a guantes, que sería tan lógico y literario. Podría describir el olor del mar, podría describir el olor a verano, a Navidad e incluso a carnaval, pero este susurro de esencias es insoportable, se agolpa en mi nariz, ya asfixiada, y se mete en mi cerebro, enloqueciéndome, divirtiéndose seguramente, y busco algo, algo sencillo y factible, busco los guantes, busco el polvillo blanco que quizá sea sólo sensación, pero no lo encuentro. Está en la idea, en el hecho, pero no se puede saborear igual que el tacto de estas sábanas que parecen más bien papel. Pero mejor será olvidarlo, no me conviene obsesionarme con nimiedades, aunque ésta me esté matando, aunque me torture, es preferible olvidarlo, relajarme, o eso dicen al menos los médicos, o quizá me lo haya inventado. Me noto cansada. El peso enorme de mi propio cuerpo cae rendido hacia el final de mí misma. Mis brazos, tan delgados por estos últimos dos meses, son ligeros y ágiles, pero en el fondo de ellos, en esa parte que roza la cama, ahí es donde se mantiene todo, donde se amontona un peso insostenible. Lo mismo pasa en mis piernas, también delgadas, deleznables, y en mi cabeza, sí, un poco en mi cabeza, y en el tronco, pero sobre todo en los brazos. ¡Qué cansancio! No puedo ni suspirar. Mis labios se separan un poco, y la lengua se dibuja como en el aire, ni contra el paladar ni apoyada, está suspendida, viva y muerta. Los ojos cerrados, oh, Dios mío, no podría abrirlos, estoy tan agotada que no podría separar los párpados, no podría enfrentarme a la tibia luz, no podría observar las pestañas, separándose lentamente, no podría hacer el esfuerzo. Mejor así, viendo el negro tranquilo, confuso, donde todo se mueve y palpita, pero nada cambia.

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El Cuentacuentos Apenas recuerdo nada. Dos meses de delgadez, sí, pero, ¿por qué? Algo me ha recordado esa fecha, algo me ha sugerido dos meses y lo he aceptado al momento. Sí, han sido dos meses, pero ¿dos meses de qué? Y el olor a guantes de látex, al polvillo blanco que quizá no exista, ¿por qué los guantes? ¿Por qué jeringuillas? No te asustes, tranquila, no te alteres. ¿Por qué prevengo los sobresaltos? ¿Por qué estoy tan cansada? Un recuerdo, sí, el recuerdo de una voz suave y dulce. La voz femenina que me hace pensar en cabellos rubios y cardados, en labios rojos y expresión de templanza. Veo el pelo, veo la boca, pero nada más. El último recuerdo… y un mareo insoportable. Es una mujer, una mujer no muy alta de chaqueta marrón y jersey verde de cuello vuelto. Uñas esmaltadas. Uñas esmaltadas como los labios. Y esas pupilas, y esa nariz. Qué calidez siento ahora. Sí, el último recuerdo es ella, ella acariciándome la cabeza y diciendo unas palabras que no logro descifrar aun. Mi madre, mi madre mirándome sonriente, hablando despacio y suave, y yo recta y debajo, yo recta y debajo… ¿por qué? La cabeza apoyada, y una especie de constipación por estar casi horizontal y… yo tumbada. Yo tumbada y mi madre arriba y, detrás, detrás mucha luz, y el olor condensado que ahora mismo siento. ¿Por qué tumbada? ¿Por qué el ligero temblor en el fondo de su mirada? Las sensaciones se amontonan con una intensidad insoportable. Ya no el cansancio, ya no la soledad, que incluso me alivia en este extraño sopor tan pegajoso, sino esa alerta, esa forma de estar alerta, preparada, una tensión continua de la que me gustaría desprenderme pero que se adhiere a mis miembros, mis miembros exhaustos. Es como el fondo de todos mis pensamientos, como un color tenue que impregna cada cavilación, cada impulso. Es tan desagradable sentirlo, tan imposible de olvidar… ¡Claro! Labios rojos, uñas rojas, el pelo rubio y cardado, el jersey verde… Oh, por supuesto que eres tú, ¿quién iba a ser si no? Tú ahí, mirándome con una sonrisa, una sonrisa fuerte que aun así no podía olvidar su constante preocupación… ¿Qué preocupación? Había una luz muy fuerte, muy brillante, una luz que reverberaba en mis ojos y me mareaba, y esa postura tan incómoda, con la cabeza al mismo nivel del cuerpo, y una mano… Una mano desconocida. Una mano extraña que sujetaba algo, sujetaba una barra gris, una barra

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El Cuentacuentos metálica, una barra que despedía destellos blancos, una barra que dibujaba una alargada y delgada línea de luz reflejada. Y yo no me preguntaba por qué estaba ahí. Sabía que tenía que estar junto a mí, sujetando esa barra metálica, pero no sabía quién era, no sabía su nombre ni me interesaba conocerlo. Y, cuando me alejé de mi madre, cuando, sin andar, su figura se fue quedando atrás, tan pálida y calmada como antes, completamente quieta, con sus ojos clavados en mi imagen, yo sin moverme pero alejándome, como si de un inexplicable delirio se tratase, pero entendiendo todo lo que pasaba, esa mano seguía ahí. Pero ahora se sujetaba con fuerza a la barra, se marcaban los nudillos y los dedos se enroscaban con fuerza, y yo me movía… Yo me iba. ¡Qué cansancio! Tengo ganas de bostezar, de notar esa presión que nace en los extremos de mi boca y se va extendiendo, pasando rápidamente por las mejillas y concentrándose luego en los ojos, y los párpados cerrándose un poco y el impulso de una lágrima tocando el borde de los mismos. Pero no puedo. No me muevo. Nada se mueve. Y, aunque esté cansada, quiero intentarlo. Quiero levantar un brazo. Quiero bostezar. Pero esperaré unos segundos más. Coge fuerzas para un solo movimiento. ¿Cuánto hace que he salido? ¿Cuántos minutos, cuántas horas o, incluso, cuántos días? Porque me han operado. Sé que me han operado. Recuerdo los meses de incomodidad, de desagrado, los meses de odio. Recuerdo la impotencia y el apoyo que llegaba a despreciar. Hubo una antes que ésta. Y creo que otra más. Y hasta puede que tres. Sí, tres operaciones, y ahora una cuarta. Pero todas fueron bien. Por suerte, todas salieron bien. Pero siempre vino otra después. ¿Qué ha sido eso? ¿Qué es ese sonido? Alguien ha carraspeado. Alguien ha carraspeado muy cerca de mí. No, no estoy sola, hay una persona muy cerca. Casi puedo notar su olor. Un olor que se abre paso débilmente entre todos los guantes, el metal, las sábanas y los polvos. Un olor suave… Un olor fresco. Como de cascada desdibujada en un frasco. Claro, es ese perfume. El perfume de siempre. Un aroma maternal…

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El Cuentacuentos Quisiera moverme. Quisiera poder abrir un poco la boca y soltar un tenue gemido, una leve muestra de conciencia. Pero me cuesta incluso mantenerme despierta. Hay algo que me arrastra al sueño y tergiversa mis pensamientos de una manera grotesca. Algo que los borra en cuanto surgen, como si cayesen en un profundo vacío… Pero ella se merece tranquilidad. Estará esperando a que reaccione, a que reaccione tras la calma de las operaciones, a que abra los ojos, sonría, intente hablar y a que ella pueda decirme, por fin, que descanse un poco más. Sí, tras tanto tiempo de duda, de sufrimiento, de incertidumbre, se merece que haga un esfuerzo, sólo uno. Coge fuerzas. Vas a separar un poco los dientes y dejarás salir un poco de aire contaminado de voz. Vamos, ahora. Ahora. Noto la garganta demasiado seca como para poder emitir sonido alguno. Es demasiado difícil. Por mucho que la fuerce, ella permanece inmutable. Vale, no hablaré. Moveré un poco los dedos. Sólo uno, aunque quizás no se dé cuenta. El dedo índice. Sólo un poco. Sólo que se levante una vez, un segundo. Un instante… Sólo un movimiento. Sólo que se estire unos ligeramente, que se eleve y que vuelva a descansar. No se mueve. Ni el índice, ni el meñique, ni ninguno de ellos. No se mueven. Quizás tenga esa mano dormida. Quizás esté aun demasiado débil como para hacer nada. Quizás mover el hombro, sólo un segundo, el hombro. Nada. ¿Y el cuello? Tampoco. ¿Las piernas, los pies? Nada reacciona. Mi mente habla, puede pensar con claridad, articula las palabras, imagina los sonidos… Pero mi cuerpo no me obedece. Mi cuerpo está dormido. Está envuelto en una quietud tan agradable, en un letargo de verano tan intenso que no quiere abandonarlo. Pero debo hacerlo, sí, debo hacerlo, y no por ella, sino también por mí. Porque sí, seré sincera, me estoy empezando a preocupar. Sólo un poco, muy poco, pues es normal que tras una operación esté terriblemente cansada, pero debo moverme, debo respirar con

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El Cuentacuentos fuerza, vivir… Aunque sólo sea un segundo. Aunque sólo sea un leve cosquilleo. No se mueve. Nada. Nada, nada se mueve. Quietud, quietud… ¡Despertad! ¡Despertad sólo un momento! Siento que todo se desmorona, que mi cuerpo se separa de mi mente, que lo que siempre he sido, ese “yo” en la mente que se corresponde con la imagen, ese “yo” que subyace en la idea de persona, ese rostro, esas manos, esas piernas, esa perspectiva, todo, todo se desgaja y queda por una parte mi mente, mi mente profunda, abismal, pero mutilada, una mente en la que puede entrar cualquier conocimiento, cualquier verdad, cualquier falacia, pero que de nada sirve si no tiene un recipiente en el que moverse, un recipiente al que juntarse y al que mandar, algo a lo que pegarse y algo con lo que distraerse. ¿Qué pasa? ¡Moveos, moveos ya! ¡Ahora! ¡Ni un segundo más de calma! ¡Vamos, vamos, moveos! ¡Moveos! ¡Moveos! Estoy quieta. Estoy quieta. A pesar de mis esfuerzos, del sueño que ya ha huido… estoy quieta. ¡Estoy paralizada! ¡No reacciona, nada reacciona! Algo de mí se ha quedado en esa sala y ahora soy… ¿Qué demonios soy ahora? ¡Mamá, escúchame! ¡Mírame! Estoy aquí, sí, estoy a tu lado, puedo sentir y pensar, mamá, por favor, Dios mío, agarra una de mis manos y levántala, levántala para darle el primer impulso, ayúdame a recuperarme… No, no, no puede ser, es imposible, sencillamente imposible… Mi cuerpo está adormecido, pero ya volverá, ya despertará. No, no hay prisa, todo es calma, tranquilidad, ah, ¡qué gusto da el descanso!, ¿eh?, ¡qué gusto poder relajarse!, así, sin más, una tranquilidad arrolladora y dulce… ¡Muévete! ¡Muévete! No, no, no, ¿porqué nada responde? Un temblor, solamente uno. Una rápida sacudida, un impulso eléctrico. ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¿Es que nadie me oye? ¡Ayudadme! ¡No me muevo! ¡Miradme, miradme! ¡Estoy bien, estoy pensando, estoy sintiendo! ¡Sólo un impulso! ¡Sólo dadme un impulso! ¿Qué es eso? Ha sido como un rápido hipo. Y ahora un sonido lento y atropellado. Un quejido sin rabia. Una especie de desolación.

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El Cuentacuentos Es llanto. Es un llanto de mujer. Un llanto concentrado, casi reprimido. Una melodía que se quiere esconder… Una melodía que sale. Que sale poco a poco. La puerta. Alguien ha abierto la puerta. Camina de manera ágil, y ahora se rozan las telas. Los llantos aumentan, y suena una especie de succión rápida y rechazada… Un beso. Y unas palabras de aliento. “Es lo mejor.” ¿Qué quiere decir con eso? ¿A qué se refiere? Es una voz joven, sí, es una voz joven que identifico con melena larga, negra, con nariz pequeña y puntiaguda. Es mi hermana, mi hermana que ahora estará abrazando a mi madre, porque las telas se rozan y alguien se ha levantado de una silla que estaba a mi lado, y la ha empujado un poco al hacerlo. La silla ha murmurado algo contra el suelo. La puerta. Otra vez, la puerta. Pero esta vez son pasos decididos, fríos y pesados. Son pasos de hombre. Pero no los reconozco. Dice algo. Se disculpa. Se disculpa y mi madre rompe a llorar con una fuerza frenética. Y mi hermana sigue sujetándola, pero algo se abalanza sobre mí, algo me debe estar tocando o acariciando, porque se han movido las sábanas. ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? No te preocupes, estoy bien. Sólo me cuesta un poco recuperarme. Pero pronto me levantaré y recordaremos esto como una horrible pesadilla pasajera. Era la última me habían dicho. La última, y ya nunca más tendría que volver. Oh, tranquila, tranquila. No llores. No digas nada.

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El Cuentacuentos

2º PREMIO DE LA CATEGORIA DE BACHILLERATO

Ramón Requejo

INTOCABLE Lorena Lobato Cordero, 16 años Madrid 53


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odría haberlo evitado, pero ya es demasiado tarde. Hace un rato que siente tanto dolor que no siente nada. Las fuerzas se han resbalado por la grieta en su brazo, junto con la sangre, y ahora todo lo que fue alguna vez Jessica está encharcando el suelo y empapando la sudadera. Se ha desinflado, la vida se le ha ido como se va el agua por un desagüe, y ha sido ella misma quien ha quitado el tapón. 48 horas antes

Esto iba por la tipa del foro que dijo que no lo conseguiría. Já. Pues ahí estaba, y no tenía ningunas ganas de probar esa pizza. De hecho, me daba bastante asco. Mi estómago rugía por su penetrante olor, pero el solo pensar en probarla me daba arcadas. Debería tener suficiente con el bol de cereales con agua que tanto me había costado tragar por la mañana. No hay necesidad de que ande reivindicando más. No podía dejar de mirarla y quizás lo que más me preocupaba era que ella no se viera. ¿Cómo podía haberlo llevado tan lejos? Mejor dicho, ¿cómo podía yo haber permitido que llegara tan lejos? Después de todo, era ella quien estaba enferma, y yo quien se suponía que debía ayudarla. Mi cara componía involuntariamente gestos de repulsión e incredulidad. Sus brazos caían como ramas secas a sus lados. Podría partirlos en dos sin ninguna dificultad. ¿Dónde se habían metido sus mejillas? Su cara parecía haberlas succionado, de modo que solo sus pómulos sobresalían. Por el escote de su camiseta podía ver marcados los huesos de su clavícula y de su pecho. Un nudo me atenazó la garganta, me sentía horrendamente culpable. Yo lo había permitido.

Tuve que meterme la porción de pizza que me habían puesto en el bolsillo a hurtadillas. La envolví en la servilleta que me había guardado esa mañana. La gente se iba despidiendo, y poco a poco la casa se iba quedando más y más vacía.

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El Cuentacuentos -Yo también tengo que irme - le dije a Jorge, levantándome del sofá, aunque me gustaría poder quedarme un poco más. Solo quedábamos nosotros dos. -Espera - me pidió -. Quiero hablar contigo. -¿De qué? Se acercó a mí con gesto contrariado, como si no supiera por dónde empezar. -¿Cuánto más vas a seguir así? -Así, ¿cómo? -Así, sin comer, engañándonos, adelgazando... ¿Qué te propones? -. Esto me pilló por sorpresa -. ¿Creías que no nos íbamos a dar cuenta? -No sé de qué hablas, tan solo he adelgazado unos kilos. Hice cuentas mentalmente. Principio del verano: 50kg, finales de octubre 39kg. Habían sido solo 11. Recordaba la deliciosa sensación que me producía ver los números descender semana a semana. El 45 al principio me había parecido un sueño. Pero el reto estaba en seguir... ¿hasta dónde era capaz de llegar? El 39... ¿Cuánto más? -¿Lo dices en serio? Venga, Jessica, no me tomes el pelo. No te reconozco. ¿Es que no te miras en el espejo? ¿Dónde está tu cara, tu carne? Hice una mueca y me aparté de él, su tono me estaba empezando a irritar. -Déjame en paz. Él volvió a acercarse. Se acercó demasiado, no sabía lo que va a hacer. Mi pequeño corazón pegó un salto. En un movimiento rápido Jorge metió la mano en mi bolsillo y sacó el pedazo de pizza. -Y esto, ¿qué? - me reprochó. La repulsión en su voz me golpeó como un mazo. -No tengo por qué darte explicaciones. ¡No eres mi padre! -No, soy tu amigo. ¿No te ves? No eres más que un saco de huesos... Sus palabras me sacudieron. Me gustaría ignorarle, que lo que saliera de su boca me resultase tan indiferente como lo que salía de la de los demás. -No me importa lo que pienses. Él se acercó más, yo reculé. -¿Creías que podías destrozarte sin que nos diéramos cuenta? -No necesito oírte. Déjame en paz.

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El Cuentacuentos Cogí mi abrigo del respaldo del sofá y salí de la casa. No me llamó. Muy bien, si lo que pretendía era que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, lo había conseguido. Si lo que quería era que me hiciera caso y poner un poco de cordura en esa cabeza suya, entonces también. Sí, había sido muy meticuloso y había ido con cuidado. No se lo había dicho todo de golpe, ni la había herido. En absoluto. De hecho, incluso había conseguido evitar que me odiase. Sí, felicidades. 45 horas antes

No sabía cuento tiempo llevaba dando vueltas por los alrededores de mi casa, sin encontrar las ganas de entrar. Grises nubarrones se arremolinaban sobre todo el barrio y lo convertían en un amasijo de casas oscuras y deprimentes. El viento levantaba papeles de la carretera y hojas marrones y secas de la acera. Los árboles a ambos lados alargaban sus ramas hacia el cielo, tiesas, tratando de alcanzar algún soplo de vida que les devolviera sus hojas, pero no había nada. Las calles parecían ahogarse bajo la intensidad de la tormenta encerrada en el cielo, que lo aplastaba todo. Todas las capas de ropa que llevaba encima para protegerme del frío me hacían parecer un enorme y horrendo oso. Nada de eso contribuía a hacerme olvidar la mirada de decepción, de asco, de rechazo de Jorge. Llegué a mi cuarto. Me encerré. Apagué la luz. Tiré el bolso. Me senté en una esquina. Cogí las tijeras para cortar las uñas y cerré los ojos. No eres más que un saco de huesos. Duele más que el vacío aquí dentro. Solo fueron cortes superficiales, nada importante, nada nuevo. 28 horas antes La vi en la cafetería el día siguiente a la hora de comer. Su aspecto me recordó la razón por la que me había comportado de ese modo tan estúpido el día anterior. Me resultaba imposible decirle lo que pensaba con "talento". Su aspecto me abrumaba, era brutal. Podía contar perfectamente los huesos en sus hombros. Lo que los cubría era apenas una película de seda...

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El Cuentacuentos Se acercó a mí por entre las mesas. No. No podía mirarla. Sabía que mi deber era ayudarla, pero solo lo sabía hacer hiriéndola, y eso tampoco podía hacerlo.

Me acerqué a él por entre las mesas. Se quedó mirándome un momento, luego se giró y se sentó con sus amigos. Me quedé helada, con la bandeja en las manos. Le imité y me senté con mis amigas, con la humillación trepando dentro de mí y pellizcándome las mejillas. Esto lo había causado yo. Jorge me despreciaba. Las lágrimas se acumulaban tras mis ojos. Era la verdad. Jorge me despreciaba. Le daba asco. Era vagamente consciente de la conversación de mis amigas. Miraba el plato encima de mi bandeja. Un bocadillo de tortilla y una manzana. Normalmente apenas le pegaba un par de mordiscos al bocata. No podía creer que esto hubiera afectado mi amistad con él. Este maldito bocata de tortilla tenía la culpa, este maldito cuerpo. Le pegué un mordisco. Bajó por mi garganta, cayó. Y otro más. Ya. Como siempre. Me comí la manzana. Me giré para mirarle. Sus ojos estaban clavados en mí. La distancia que nos separaba no era suficiente para ocultar la decepción. Volví la atención a mi bandeja. Si comía este repugnante mejunje estaría un paso más cerca de él... 24 horas antes

Me sentía demasiado pesada. Me sentía culpable. Recogí mi pelo en una moribunda coleta y abrí la tapa del váter. Metí los dedos hasta la campanilla. La nausea nació en mi garganta y terminó en un perfecto sentimiento de lividez. 5 horas antes -Perdón. Lo siento, pero es mi forma de ser... - era la quinta vez que se lo repetía. -No - la corté -. Es una enfermedad. Y te está matando. Joder, Jessica, yo era amigo de otra persona, y no la encuentro por ninguna parte. Me di media vuelta, dejándola con la palabra en la boca.

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El Cuentacuentos Mi crueldad tenía una razón esta vez. Jessica había comido ayer, lo había hecho porque yo la ignoraba. Podría funcionar... -Espera - me llamó, agarrándome del brazo -. Por favor, Jorge... -No puedo mirarte, Jessica. Eso es todo. 1 hora antes

Volvía a estar en mi esquina preferida de la habitación. La esquina de los pecados. No había vuelto a mirarme en todo el día. Las tijeras rasgaron mi piel. Podía concentrarme en este nuevo dolor. No volvería a mirarme. Eso era aún peor. Las tijeras se hundieron. ¿Y si me había pasado? Había sobrestimado su fortaleza. Ella no solo era delicada por fuera...

Mi rostro estaba anegado en agua. Apreté mi brazo abierto contra la camiseta. La cabeza me daba vueltas. No sabía si toda esa sangre era real o un sueño. No podía ser real. Estaría muerta... No dejaba de salir, borbotaba como si estuviera hirviendo. ¿Por qué todo estaba tan oscuro? Un golpe. -¡Jessica! - era su voz. Era increíble el efecto tranquilizante que producía en mí. Todo mi ser se calmó. Así todo era más fácil. Pero hablaba demasiado alto. Se arrodilló frente a mí. Con más ternura de la que habría creído posible retiró las tijeras húmedas y manchadas y las apartó de mí. ¿Cómo podía tocarme con tanta delicadeza, como si yo fuera la cosa más delicada en el mundo y él no pudiera permitir que me rompiera? Evaluó la herida y los ojos se le dilataron con horror. Entonces la rapidez sustituyó parte de la dulzura en sus actos. Cogió un pañuelo tirado en el suelo y envolvió mi brazo con fuerza. Mientras él luchaba por salvarme yo le miraba como si fuera lo único en el mundo. Cuando por fin alzó la cabeza para mirarme descubrí la única cosa por la que merecía la pena levantarse. Llevaba tiempo dándole vueltas pero esto terminó por aclararme. Verle allí, delante de mí, sus ojos verdes suplicándome sin decir nada.

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El Cuentacuentos Asentí a la pregunta que nadie había formulado, pero sé que me entendió. Quería que me ayudara, lo quería de verdad, por primera vez. Y, aunque sabía que no iba a ser fácil, con él todo parecía más sencillo. Su mano en mi clavícula abrasó mi piel. Las pocas fuerzas que me quedaban obligaron a mis ojos a cerrarse y, mientras me dejaba caer hacia ninguna parte, lo único que quería era que empezara a salvarme ya.

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El Cuentacuentos MEJOR CUENTO DEL COLEGIO ARTURO SORIA

Rocío Martínez

BIENVENIDOS Claudia Álvarez Varela, 17 años

Madrid 61


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A

quella mañana tampoco quedaba café. Sin alterarse ya, se bebió un vaso de leche agria y se peleó con las cortezas de pizza de la noche anterior. Distraído, le dio una patada a un botellín que girando fue a esconderse debajo de la cómoda del recibidor. Solo el reguero delator dejaba huellas de aquel desprecio. La barba del fin de semana seguía allí agarrada, sin intención alguna de desaparecer. Igual que el sudor en los sobacos. Lazos invisibles de engaño olvidado. Cuando llamaron al timbre, tardó en reaccionar. Habían interrumpido su momento de amor propio y por eso no se sorprendió cuando al abrir la puerta, no vio a nadie. Encogiéndose de hombros, volvió a entrar en casa, pero antes de cerrar su celda, una mancha amarillo limón en el felpudo llamó su atención. Un pequeño sobre descansaba expectante en un BIENVENIDOS mentiroso, casi desafiante. Repentinamente mareado, tuvo que apoyarse en el quicio de la puerta para no caerse de bruces. Tan rápido como pudo, cerró la puerta, echó la llave y se metió torpemente entre las sábanas. Aquel pequeño sobre había venido a convulsionar su mundo, y seguía allí esperando burlón. Cerró los ojos y pidió, y lloró, y deseó que desapareciera la carta, que llovieran mares para borrar sus palabras. Cuando se despertó aún podía ver las marcas de su angustia en la almohada. Desorientado y confuso fue hasta la puerta y sin atreverse a abrirla, se quedó paralizado con la mano sobre el pomo. Todo su cuerpo y su mente temblaban de pánico, pero poco a poco, se obligó a sí mismo a accionar el picaporte. Al otro lado le esperaba el abismo, y no estaba seguro de saber volver. La luz que se colaba entre los árboles, le cegó al principio, pero no le hizo falta mirar para saber que allí seguía su fantasma. Las piernas le flaquearon y cayó de rodillas sobre el felpudo. La carta bajo su cabeza. Las paredes empezaron a dar vueltas, y un sudor frío le caía por la frente hasta mezclarse con las lágrimas de sus ojos. Una mano temblorosa se adelantó para tocar el papel amarillo limón, pero solo su tacto le provocó un pinchazo en el pecho. La otra mano siguió a su compañera y ambas sostuvieron el sobre en alto. El pecho le ardía. Un ansia irrefrenable se apoderó de él y, como poseído, agarró la carta con fuerza y la apretó contra su cara, aspirando el perfume. La sangre manchaba ya su camiseta. Abrió salvaje su misterio. A cada

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El Cuentacuentos segundo, la herida del pecho se hacía más profunda. Pero no importaba. Ya no. Bebió sus palabras entre lágrimas y gemidos. El pecho desgarrado por completo. Mareas de sangre. Un alarido de dolor cortó el aire cuando estallaron las costillas. Y siguió leyendo, loco de ansia. Solo quedaba un párrafo. Solo una verdad. El pecho en carne viva le obligaba a seguir leyendo. Más dolor, más profundo. Última palabra. Último adiós. El corazón explotó en mil pedacitos. Exhausto, su cuerpo dejó la vida, pero no el sufrimiento. Las palabras, intactas, fueron reptando hacia el hueco de su pecho, y allí se encerraron poderosas, como ese BIENVENIDOS indeseado.

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El Cuentacuentos CUADRO DE HONOR DEL CERTAMEN NACIONAL DE NARRACIÓN PARA JÓVENES EL CUENTACUENTOS 1996 PRIMER PREMIO Una cuestión de atrezzo, de Ignacio Vigalondo. Vitoria SEGUNDO PREMIO Egos, de Isaac González. Madrid ACCÉSIT FINALISTAS Mucho gusto en conocerla, de Brenda Otero. Madrid La Muerte de Venus, de Isabel Almería. Madrid Naricísimo Infinito, de Rubén Marcos. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Mi viaje por el Arco Iris, de Ana Álvaro 1997 PRIMER PREMIO CATEGORÍA PRIMARIA La Vieja Araceli, de Vanesa Alfaro. Novelda. Alicante FINALISTA CATEGORÍA PRIMARIA Un misterio en el vaso, de Rubén Bermejo. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA SECUNDARIA Cuando yo era niña, de Paula Martos. Madrid FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA El sol de los espejos, de Mercedes Cañeque. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA BACHILLERATO La fiebre, de Irene Vallejo. Zaragoza FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Tabaco y humo, de Nartalia Macías. Huelva PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA La casa encantada, de Daniel Amelang 1998 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA María, Juan y el burro que sabía leer, de Daniel Cancela. Santa Comba (A Coruña) FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA El misterio de la casa de los abuelos, de Lucía Rodrigo. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Como una sonrisa del cielo, de Cristina Morral. Matadepera (Barcelona) FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA El viajante, de Jorge Rus. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Gaviota herida, de Cristina Montellano. Talavera de la Reina (Toledo) FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO El espejo de la ventana, de David Portaleoni. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El muro, de Paula Martos. Madrid

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El Cuentacuentos 1999 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El detective Mostáchez en el misterio de los Reyes Magos, de Daniel Amelang, Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Las frutas vivientes, de A. Mesurado, S. Martín, R. Pequenis y L. Moreno, de Huelva PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Lo único, de Nacho Bilbao, Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA El mundo paralelo de Rubén Ruiz, Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO ¿Existen los Reyes Magos? De Juan Melgar, Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO La Princesa de la Mandrágora de Cristina Montellano, Talavera de la Reina, Toledo PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Las aventuras de Cristina y Manolo, de Javier Sarmiento 2000 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA Lágrimas de sol, de Francisco Martínez. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Un verano increíble, de Laura Araque. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La alfombra, de Laura Gazpio. Miranda de Ebro, Burgos FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La belleza de tus ojos, de Lidia Zamora. Tudela, Navarra PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Cinco miradas, de Paula Martos. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Venganza de Beatriz Lorenzo. Ourense PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA ¿Adónde?, de Nacho Bilbao 2001 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA ¿Porqué a mí? De Javier Sarmiento, Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA La maleta viajera, del C. P. Condado de Noreña, Asturias Querida ciudad, de Ivor García. Valladolid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Regalo de aniversario, de Manuel Cerdido. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Locura, de David Aribi. Madrid ...Cómo lágrimas en la lluvia, de Nacho Bilbao. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El crimen perfecto, de Francisco Martínez y David Amelang 2002 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA La flor mágica, de Laura López Campos, Nuevo Baztán, Madrid

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El Cuentacuentos FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Falsa alarma, de José Virgilio Torres Torres, Corral de Almaguer, Toledo PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA 500 metros, de Gillén Díaz Gerediaga, Bilbao, Vizcaya FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Un buen chocolate, de Belén García Galiana, Ajalvir, Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO El viejo de las palabras perdidas, de Inés Sevilla Llisterri, Valencia FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Ley de vida, de Andrea Gutiérrez Bermejo, Villanueva de la Cañada, Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Caminando entre la miseria, de Enrique Garrán López 2003 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El Viaje, de Beatriz García Maya, Santa María del Pilar, Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA La fuga de las vocales, de Pablo Segovia Castillo, Colegio Badalonés, Badalona, Barcelona PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Retazos, de Enrique Garrán Gómez, Colegio Arturo Soria, Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Angustia, de Esther Martínez González, I.E.S. Sem Tob, Carrión de los Condes, Palencia PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO La rutina caracol, de Elena Rosauro, Colegio Arturo Soria, Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Un sol menos, de Nacho Bilbao Gómez, Colegio Arturo Soria, Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Historia de una joya, Francisco Martínez Vélez 2004 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA Un problema esponjoso, de Cristina Reinoso. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Acabo de verla, de Celia Fernández. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE SECUNDARIA El estuche de terciopelo azul, de Noelia Martínez. Lugo FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Cuando muera este hombre, de Carlos Pedro Esteban. Guadalajara PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO El sillón de cuero, de Laura Marisela Martínez. Madrid FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Silencios y llamadas, de Alberto Ramos. Santiago de Compostela, (A Coruña) PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PERSONAL DOCENTE Los constructores de diques, de José Manuel de la Huerga. Valladolid FINALISTA PERSONAL DOCENTE Abrigo, de José Luis Bilbao. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Una vida para vivir, de Jacobo Ouviña. Madrid FINALISTA DEL COLEGIO ARTURO SORIA

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El Cuentacuentos El túnel de los colores, de Alicia García. Madrid 2005 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El cumpleaños de Kling-Jang, de Juan Manuel Aguilar, Sevilla FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Mi vida, de Berta Rubio Pascual, Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Despertar la muerte, de Noelia Martínez Rey, Lugo FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Luces y sombras, de Carlos Ramos Maeso, Almería PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO Pesadilla, de Mª Eugenia Hernando Miñarro, Madrid FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO La hoja, de Jaime Villacampa Ortega, Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Sueños de una noche de verano, de Alba Mínguez López-Acevedo, Madrid 2006 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El paraca que nunca regresó, de Val Huerta Pintado, Alcalá de Henares. FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Patas arriba, de los alumnos de primaria del CEIP prácticas-anejo, Sevilla. PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La mirada del halcón, de Máxin Roses Sitges, Barcelona. FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Sueños rotos, de Beatriz Velayos Amo, Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO Encuentros en la segunda planta (sala de conferencias y oficinas), de Sara Molera Bastante, Madrid. FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Crónicas de un crimen perfecto, de Alberto Sánchez Chacón, Madrid. PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Despertar, de Carmen García Rodríguez-Marín, Madrid 2007 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El valle de las flores, la Raflexia, de Sara Alonso Blázquez, Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Viki y los griegos, de María Ramos Gómez, de Mata del Cuervo (Segovia). PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La receta, de Laura Berzal Plaza, Algete (Madrid). FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Caída en picado, de Beatriz Velayos Amo, Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO El atardecer de la amapola, de Carlos Ramos Maeso, Almería. FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO (Premio desierto.)

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El Cuentacuentos PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Quiero ser como papá y mamá, de Alicia García Rodríguez-Marín, Madrid 2008 PRIMER PREMIO CATEGORIA DEPRIMARIA Maruxaina, de Nacho Maña Mesas, Ponferrada (León) FINALISTA CATEGORIA DE PRIMARÍA ¿Cómo puedo coger el tiempo?, de María García de la Torre (Madrid) PRIMER PREMIO CATEGORIA DE SECUNDARIA La pesadilla de Amal, de Olivia Figueira Núñez (Padrón, A Coruña) FINALISTA CATEGORIA DE SECUNDARIA Misterio en la catedral, de Alberte Villamarín Rodríguez (Padrón, A Coruña) PRIMER PREMIO CATEGORIA DE BACHILLERATO Mil rosas, de Sara García Paz (Madrid) FINALISTA CATEGORIA DE BACHILLERATO Hojas secas, de Sara Pérez Fariñas (Madrid) PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El fin del mundo, de Raquel Fernández (Madrid) 2009 PRIMER PREMIO DE 1º,2º,3º DE PRIMARIA El pato mensajero, de Jorge Sánchez Martín (Madrid) FINALISTA DE 1º, 2º, 3º DE PRIMARIA Las puertas mágicas, de Patricia Montero (Madrid) PRIMER PREMIO DE 4º,5º, 6º DE PRIMARIA Un deseo y medio, de María Arriola Gómez (Madrid) FINALISTA DE 4º, 5º, 6º DE PRIMARIA Vicenzo Galilei, de Gonzalo Martínez Pérez (Madrid) PRIMER PREMIO DE SECUNDARIA ¿Quién es usted?, de Santiago D´Ors Silva (Madrid) FINALISTA DE SECUNDARIA Cuentos de princesas, de Alicia García Rodríguez-Marín (Madrid) PRIMER PREMIO DE BACHILLERATO El narrador de los cuentos olvidados, de Raquel Silva León, (Écija, Sevilla) FINALISTA DE BACHILLERATO Próxima parada, de Carmen García Rodríguez-Marín (Madrid) PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA De color amarillo, de Lucía Gutiérrez Vázquez (Madrid) 2010 1º PREMIO DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA Julia y las gotas de agua, de Julia Martínez de Velasco (Madrid) 2º PREMIO DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA El deseo de Chaomín, de Virginia Jiménez García (Madrid) 1º PREMIO DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA Ratón pequeño pero valiente, de Julio San Román Cazorla (Madrid) 2º PREMIO DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA Regalo de cumpleaños, de Fernando Panizo Molero (Madrid) 1º PREMIO SECUNDARIA Viaje al interior de una bombilla, de Bárbara Manzano Bello (Madrid)

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El Cuentacuentos 2º PREMIO SECUNDARIA ¿Inevitable?, de Lucía Conde Moreno (Vizcaya) 1º PREMIO BACHILLERATO Pequeños trozos de mundo, de Lucía Gutiérrez Vázquez (Madrid) PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA En busca del sueño, de Clara Rodríguez Azagra (Madrid) 2011 1º PREMIO de 1º, 2º, 3º PRIMARIA El viaje de maría, de María Monje Calvo (Madrid) 2º PREMIO de 1º,2º,3º PRIMARIA A Rodrigo no le gusta la comida, de Santi Mira Almendro (Madrid) 1º PREMIO de 4º, 5º, 6º PRIMARIA Cinco historias antes de morir, de Irene García Carrera (Madrid) 2º PREMIO de 4º, 5º, 6º PRIMARIA El amigo invisible de Jaime Olivé Palacios. Las Rozas (Madrid) 1º PREMIO DE SECUNDARIA Conjugar la vida de Paula Cuesta Urquía (Madrid) 2º PREMIO DE SECUNDARIA 1939, de Daniel Fernández Iglesias (Madrid) 1º PREMIO DE BACHILLERATO Estalactita, Santiago D´Ors Silva (Madrid) 2º PREMIO DE BACHILLERATO En un edificio de sombra azul, de Marta González González (Ourense) PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA La naranja asesina, de Rodrigo Parente Carrasco El odioso suspenso, de Joan Llorca Albareda

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