Libro Cuentacuentos 2016

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EL CUENTACUENTOS 2016 21º CERTAMEN NACIONAL DE NARRACIÓN PARA JÓVENES AUTORES

La Biblioteca del Colegio Arturo Soria Duque de Tamames, 4 28043 MADRID Tlf. 91 415 72 95 e-mail: biblio@colegioarturosoria.org


El Cuentacuentos

Editado por Julia Insausti Colegio Arturo Soria Madrid, 2016 Tlfno. 91 415 72 95 ceas@colegioarturosoria.org DiseĂąo Portada Vicente Gonzalo Imprime: STOCK CERO, S.A. San Romualdo, 26 28037 MADRID Tfno. 91 7545454

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El Cuentacuentos ÍNDICE 1º, 2º, 3º Primaria UN DÍA ERIZO FANTASTICO (7) Matilda Sanz Valverde-Grimaldi. Madrid EL CAMALEÓN DE MADAGASCAR (17) Jorge Moreno Brik, Madrid 4º, 5º, 6º Primaria EL MISTERIOSO CASO DE LA DAMA BLANCA (21) Carla Delgado Vique. Sevilla LOS JUEGOS DEL FIRMAMENTO (25) Inés Fernandez-Caro Acero. Torrelodones, Madrid Secundaria HACIA LOS GRANDES SUEÑOS (35) Joana María Cladera Pocoví, Palma de Mallorca SURIYA (45) Miriam Torres Fernández, El Escorial, Madrid Bachillerato ERAN BUENOS TIEMPOS (57) Raquel Ruiz Incertis, Valdepeñas, Ciudad Real VIOLET Y LOS MONSTRUOS (65) Pedro López López, Alahurín de la Torre, Málaga Mejor cuento del Colegio Arturo Soria UN CUADRO EN LA MALETA (71) Elisa Prieto Castilla, Madrid Storyteller FOUR INGREDIENTS (75) Cristóbal Álvarez-Pallete Bordallo, Madrid ROUND-HAY´S DEMONSTRATION (87) Arancha Royo Amat, Madrid

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JURADO DE LA CONVOCATORIA 2016

Ana López Verónica Gayá Silvia Senabre Mª José Tellez Ángela Vico María Sanabria Carmen García Ana Rodríguez Ángel de la Vega Mercedes Varela Julia Insausti Marta Marugán Hana Gallová Raquel Fernández

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PRÓLOGO En estas páginas encontraréis relatos de niños de todas las edades; relatos que, leídos con ojos de adulto, suponen una ventana tanto a lo conocido como a lo sorprendente. A lo conocido porque los cuentos están escritos de una forma que nos imita con palabras sacadas de los cuentos que leen y les leemos, con las estructuras que hemos hecho que sean tan familiares para ellos y quedarán solidificadas por todas las lecciones de literatura, por las moralejas, los finales felices y los temores disipados. Pero no son estos lugares comunes lo que hacen especial los relatos de los niños, los que convierten en un acontecimiento esperado cada edición del cuentacuentos, y ya celebramos XXI. Es la parte sorprendente, esa visión fresca y profunda de lo que puede ser un conflicto; una imaginación sin adulterar que da un contenido, un ritmo, unos giros que no reconocemos en nuestra visión de literatura adulta, que nos reconcilian con nuestra forma no ya de escribir, sino de ver el mundo que teníamos de niños. Hace ya muchos años que yo misma participé en una edición del cuentacuentos, y aquel relato medio olvidado, junto con los muchos que se han recibido y publicado durante todos estos años y con los que acabo de tener la oportunidad de reencontrarme, son una ventana a la mirada inocente que los años cambian sin remedio. Decía Pablo Picasso que pintar como los grandes del Renacimiento le había llevado unos años, pero pintar como un niño le llevó toda la vida. Este libro celebra el esfuerzo y el tesón de muchos padres y educadores y la continuidad de una iniciativa que hace ya tiempo promovió la comunidad del Colegio Arturo Soria, animando a niños y jóvenes a realizar sus primeras incursiones en el arte de la literatura. Pero, sobre todo, celebra el poder disfrutar de los relatos de quienes han conseguido escribir cuentos como niños.

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1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA

Matilda Sanz

UN DÍA ERIZO FANTASTICO Matilda Sanz Valverde-Grimaldi, 9 años Colegio Arturo Soria de Madrid

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El Cuentacuentos rase una vez en un colegio muy lejano llamado Arturo Soria,

É un grupo de 4 amigos que iban a vivir un día lleno de

aventuras. Miga, era la chica del grupo, era muy lista y podía hablar con los animales, por eso cuando la veían en cualquier parque hablando con una pequeña ardilla sobre bellotas o indicándole a una hormiga perdida cómo regresar a su hormiguero, la gente pensaba que estaba un poco loca. Zas era un chico ciego. Nadie sabía su verdadero nombre. Lo llamaban así porque antes de tener sus supergafas con ultramegapoderes, como no veía, cada vez que se tropezaba sonaba ¡¡ZAAAS!! Dado era el más callado del grupo. Siempre llevaba un dado en el bolsillo de color verde con unas letras amarillas en cada cara, que decían: SI, NO, BUENA IDEA, ME DA IGUAL, QUE LO HAGA OTRO Y TEN CUIDADO. Y la mayoría de las veces en lugar de hablar, lanzaba el dado y dejaba que hablara por él. Bicho era el más bajito y travieso de todos. Siempre lo pillaban en algún lugar donde no debía estar o con alguna cosa que no debería coger. Los cuatro iban siempre juntos al colegio. Nada más llegar tuvieron un examen sorpresa de matemáticas y dos fichas que rellenar en clase de inglés. Menos mal que… ¡¡¡Riiiiing!!! Sonó el timbre del recreo. Cuando llegaron al patio jugaron al escondite. Bicho se agacho detrás de un árbol para esconderse y… ¡AAAAAAH! −Bicho ¿Qué te pasa? −pregunto Zas preocupado. −Me he pinchado en el culo con algo. Todos miraron a Bicho, miraron su culo y miraron al suelo. ¡Increíble!, había un pequeño erizo oculto entre las hojas caídas del árbol. −¿Cómo te llamas? −le preguntó Miga. −Me llamo Kiko −respondió el erizo. −Y ¿qué haces aquí? 9


El Cuentacuentos −Iba en el autobús tranquilamente y me he confundido de parada. −¿Estas solo? −Sí, más solo que la una. −¿Quieres venir con nosotros? −Sí, me encantaría. −¡Qué bien!, ¡que guay!, ¡yuju! −gritaron los cuatro amigos. −Pero ¿qué haremos con Kiko mientras estamos en clase de matemáticas? −preguntó Dado. Miga respondió: −Lo podemos dejar en el baño. Los demás dijeron: −Que buena idea. Pero no se dieron cuenta de que Erco los estaba escuchando. Erco era el niño más chulito, egoísta, malo y chivato… de su clase. ¡¡¡¡Riiiiing!!!! Sonó el timbre y se acabó el recreo. Los cuatro amigos se fueron corriendo a clase después de esconder a Kiko en el baño. Pero luego, Zas con sus supergafas con ultramegapoderes, escuchó a Erco diciéndole a la señorita Pilar: −Miga, Dado, Zas y Bicho han escondido un animal en el baño. −¿Qué hacemos preguntó Zas. −Erco nos ha descubierto y se lo ha dicho a la señorita Pilar. Entonces Bicho se ofreció voluntario para esconder al erizo en otra parte. Dado tiró su dado y ponía; BUENA IDEA. Al ver esto Bicho se fue corriendo al baño a esconder a Kiko. La señorita Pilar llamó a la puerta del baño. −Bicho, Bicho ¿puedes salir un momento? Necesito comprobar una cosa. Bicho salió del baño, sus tres amigos le miraron con cara de… “lo has intentado pero nos han descubierto”. Pero sus caras cambiaron a cara de asombro cuando la señorita Pilar salió del

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El Cuentacuentos baño y se alejó por el pasillo riñendo a Erco por haberle hecho perder el tiempo, porque en el baño no había nada. −Bicho, ¿cómo puede ser? ¿Dónde está Kiko? ¿No lo habrás tirado por el váter? −preguntaban sus amigos. −Ja,ja,ja, rio Bicho mientras se quitaba su gorra y dejaba que viesen con Kiko se acurrucaba encima de su pelo. −Ja,ja,ja, −rieron todos− muy bien Bicho, ¡qué buena idea! Se acabó la clase de matemáticas. Ahora empieza la de educación física. Miga, Bicho, Dado y Zas bajaron las escaleras con Kiko metido en la mochila de la ropa de deporte. Cuando se cambiaron, se dieron cuenta de que podían descubrir a Kiko así que le dijeron que se hiciera una bola y se escondiera entre los balones. De repente, en mitad de la clase, sonó: ¡¡Plaf!! ¡¡¡Boom!!! ¡¡¡Cataplán!!! Y todos se dieron un susto tremendo. Miga, Dado, Zas y Bicho se miraron y pensaron: Kiko está pinchando todos los balones. Tenemos que sacarlo de ahí. Miga le dijo a Dado: −Ve a por Kiko antes de que explote otro balón. Dado, lanzo su dado y salió: QUE LO HAGA OTRO. Entonces Zas dijo, ya voy yo mientras vosotros distraéis a todos. Entonces Dado se puso a bailar en mitad del pabellón. Bicho y Miga al ver que todos le miraban, se pusieron a bailar con él, mientras Zas sacaba a Kiko del cuarto de los balones y le escondía de nuevo en la mochila diciéndole: −Estate quieto de una vez por todas que nos van a descubrir. Cuando Zas volvió a la clase, Miga, Bicho y Dado dejaron de bailar y Jorge, el profesor de educación física, pudo volver a dar clase alucinado por los ruidos tan extraños y por los bailes de estos niños tan raros. Ahora tocaba la hora de comer. Y Kiko dijo: −Esto de explotar balones da mucha hambre. Así que nuestros amigos decidieron llevarse a Kiko al comedor para intentar darle de comer compartiendo el menú del día. 11


El Cuentacuentos Hoy había fideuá de primero, san jacobo de segundo y manzana de postre. Miga le explicó a Kiko lo que había para comer, y a Kiko no le gustaba la manzana pero lo demás le encantaba. Decidieron que Miga lo llevara escondido debajo de la camiseta mientras los demás se sentaban a su lado para que nadie le viera darle comida. Erco todavía estaba enfadado por lo del baño, así que estaba espiando a los cuatro amigos para chivarse de lo que estaban haciendo. Entonces se sentó en la misma mesa que ellos y no les quitó ojo. Bicho ya iba por el postre mientras Miga todavía estaba dando fideuá a Kiko disimulando un montón. Erco la pillo metiéndose la mano debajo de la camiseta y vio la manita de Kiko saliendo por un lado y cogiendo un fideo para comérselo. Entonces Erco se levantó corriendo hacia Ángela, que era la que mandaba en el comedor. Y para que no se dieran cuenta, le dijo en bajito: −Ángela, corre, corre, ven. Miga tiene un animal debajo de la camiseta. Zas lo escuchó y dijo muy rápidamente: −Nos han descubierto. Erco se lo ha dicho a Ángela. ¡Tenemos que hacer algo! Bicho ya había terminado la manzana así que podía irse del comedor. Miga le dijo a Dado: −¿Si te paso a Kiko, puedes pasarlo rápidamente a Bicho? Dado lanzo su dado encima de su san Jacobo y la respuesta que salió fue: SI. Entonces, rápidamente Miga le dio a Dado el erizó y Dado le dijo a Bicho mientras se lo pasaba: −Llévatelo corriendo que Erco nos ha descubierto. Bicho salió del comedor corriendo con Kiko oculto debajo de su gorra mientras Erco y Ángela se acercaban a Miga. 12


El Cuentacuentos Erco le dijo a Ángela señalando la barriga de Miga: −Mira Ángela, Miga tiene un animal debajo de la camiseta. Miga puso una cara que decía: tú te crees que lo he hecho pero no he hecho nada. Así que se levantó la camiseta y lo único que se pudo ver fue su ombligo con una mancha de fideuá que limpió con su dedo para rebañar. Ángela miró a Erco con cara de enfadada y le dijo: −Erco, tienes que dejar en paz a tus compañeros. Así no vas a conseguir hacer amigos. Y Erco se quedó en el comedor un poco confundido y enfadado porque sabía que le habían tomado el pelo otra vez. Cuando el resto de los amigos terminaron de comer, se fueron al patio y buscaron a Bicho que estaba debajo de un árbol dándole hojas de postre a Kiko. Le contaron a Bicho la bronca que Ángela le había echado a Erco y se rieron todos juntos. Después de un rato, sonó el timbre. Tocaba lengua. No sabían qué hacer con Kiko y Dado dijo que a lo mejor era una buena idea llevarle a clase. Pero Miga le dijo a Kiko que tenía que estar muy quieto y callado para que la señorita María no les descubriese. Al final decidieron que iban a esconder a Kiko entre los cuentos justo al lado de donde se sentaban Dado y Miga. Cuando empezó la clase de lengua, a Kiko le entró mucho sueño. Después de la comida y el postre y como tenía que estar callado, le apeteció echarse una siesta. Miga, Dado, Zas y Bicho estaban tranquilamente en medio de la clase, cuando de repente escucharon unos ronquidos. ¡Era Kiko durmiendo! No paraba de roncar y toda la clase lo escuchaba sin saber de dónde venía. Dado despertó a Kiko poniéndole el dedo en la nariz y Kiko se dio un susto tremendo. −¡Que susto! −Dijo− ¡Creía que me ahogaba! Erco, la señorita y todos los compañeros de clase buscaron por todos los lados, en las cajoneras, en los casilleros, en las 13


El Cuentacuentos mochilas y en el perchero… para ver de dónde venía el ruido, pero no encontraron nada. ¡Menos mal! Se acabó la clase de lengua y ya solo quedaba una clase más. Estaban a punto de conseguir que nadie descubriera a su nuevo amigo. La última clase era naturales con la señorita Toñi que nada más entrar dijo: −Hoy vamos a hablar de unos animales muy interesantes. Seguro que nadie ha visto ninguno antes. Os doy unas pistas. Son pequeños mamíferos que viven en bosques y tienen púas. ¿Alguien sabe de quién hablo? Los cuatro amigos levantaron la mano alucinados. No podían creer que estaban hablando de Kiko. Pero Erco también levantó la mano. −A ver Erco. ¿Qué animal crees que es? −¡El pez globo! −Gritó Erco emocionado. Y la señorita Toñi le preguntó: −¿Los peces globo viven en el bosque? Y ¿los peces globo son mamíferos? Erco se sentó y no dijo absolutamente nada. Y la señorita Toñi señaló a Zas que dijo: −¡¡El erizo!! −Muy bien −dijo la señorita Toñi. Entonces empezó a explicar cosas sobre los erizos, como dónde vivían, que comían, cómo hacían amigos, cómo dormían y cosas así. Cada vez que la señorita Toñi hacía una pregunta sobre erizos, Miga se adelantaba y daba las respuestas correctas. Lo que nadie sabía es que Kiko le iba chivando todas las respuestas porque él sabía perfectamente todo. ¡Kiko era un erizo! Entonces la señorita Toñi dijo: −Lo que nadie sabe exactamente es cuanto vive un erizo. Dicen que suelen vivir entre 4 y 8 años pero no se sabe más. Miga levantó la mano y dijo: 14


El Cuentacuentos −Los erizos viven exactamente 7 años. −Y cómo lo sabes −preguntó la señorita Toñi. Todos miraron a Miga con caras alucinadas. −Porque tengo un erizo en la cajonera y me lo ha dicho. Los cuatro amigos se miraron pensando: ahora nos va a caer una buena. −¡A ver, enséñamelo! −dijo la señorita Toñi. Miga se lo enseñó con cara de culpable. −No pasa nada −dijo la señorita Toñi. Bicho dijo: −¿Por qué no nos lo quedamos de mascota? −Qué buena idea, dijeron todos menos Erco que estaba más furioso que el demonio. Le preguntaron a Kiko si le apetecía quedarse, y pensó que podía ser divertido tener tantos amigos y vivir en el cole. Desde ese día Kiko se convirtió en la mascota de la clase y ayudó a los profesores con las lecciones, a ordenar la clase, a dar el turno de palabra, a mantener el orden y a arreglar los conflictos… Incluso consiguió que Erco se portase bien y tuviera amigos. Y colorín colorado, este erizo se ha quedado.

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2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA

Javier Lázaro

EL CAMALEÓN DE MADAGASCAR Jorge Moreno Brik, 7 años Colegio Arturo Soria de Madrid 17


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abía una vez un pequeño camaleón, que vivía en una selva, en la isla de Madagascar. Vivía con su familia que estaba formada por su hermano mayor, su papá y su mamá. Como se camuflaban muy bien en el ambiente, era muy difícil verlos. El camaleón tenía 4 años, tenía una lengua más corta que la de los demás camaleones. Iba a un colegio que se llamaba Camaleonia. En el colegio, les enseñaban a cazar bichos como arañas, saltamontes, grillos, mariquitas y escarabajos. El camaleón pequeño era de la familia de camaleones enanos de cola corta. El camaleón quería tener la lengua igual de larga que la de los demás y así poder comer riquísimos bichos que también vivían en la selva, y su bicho favorito era la mariquita. Los que le daban de comer hasta ahora eran sus papás, sobre todo le daban mosquitos. Pero a él le aburría comer mosquitos todos los días. A él le encantaría poder comer mariquitas de lunes a domingo. Cuando veía una mariquita, sacaba le lengua, pero no alcanzaba a cazarla. Todos los días, el camaleón se esforzaba mucho en cazar bichos, pero no lo conseguía. Sus amigos, le decían que tenía que tener paciencia porque las primeras veces que intentas algo, no suele salir. Cuando cumplió cinco años, aprendió a subir por los árboles, y era muy lento. Era muy bueno camuflándose, y ningún depredador lo podía comer. Algunas veces, sus papás tampoco lo veían y lo confundían con las hojas de un árbol. Como tenía solo dos dedos en cada mano, se agarraba muy bien a las ramas del árbol, y nunca se caía. Parecía como un mono en los árboles, pero se movía más despacio. Al camaleón, le gustaba dormir con su familia en los agujeros de los troncos de los árboles. Sus papás le habían puesto unas hojas que eran blanditas, como una cama para que durmiera bien. Cuando se levantaba, en la hora del desayuno, sus papas le ponían un bol de mosquitos con arañas muertas. Con una cesta,

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El Cuentacuentos sus padres cazaban todo el día muchos bichos para que pudieran comer su hermano y él. Después de desayunar se iban al colegio con sus amigos y jugaban al escondite camaleónico, que era un juego muy difícil. Se lo pasaban genial jugando entre todos. En su clase, había 16 amigos, ranas y camaleones y serpientes. A las ranas y a las serpientes se les caía la piel, y los demás no sabían de qué color eran. A los camaleones no se les caía la piel, pero cambiaban de color cuando ellos querían. Los que mejor vista tenían eran los camaleones, pero las ranas eran las mejores en el juego de saltar y del pilla pilla. Las serpientes eran muy buenas jugando al futbol, porque con su cola le daban al baloncito y lo tiraban muy lejos. Pasaron los años, y el camaleón se hizo mayor. Tenía ya 6 años como los demás camaleones, y le creció la lengua. Un día, cuando estaba en una rama, se encontró con una mariquita, sacó la lengua y la cazó. Y colorín colorado, el camaleón ha cazado.

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El Cuentacuentos 1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 4º, 5º, 6º DE PRIMARIA

Noemí Sánchez

EL MISTERIOSO CASO DE LA DAMA BLANCA

Carla Delgado Vique, 9 años Colegio Ntra. Sra. De Belén de Sevilla

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uando abrió el tablero, no encontró a la Dama blanca. Aunque los dos bandos del tablero de ajedrez siempre se estaban peleando, por primera vez se ponían de acuerdo en algo. La Dama blanca había desaparecido. Al día siguiente, todas las piezas hablaban de lo mismo: La misteriosa desaparición de la Dama. Así que, las blancas decidieron convocar una reunión. −¿¡Dónde está mi mujer!? −preguntó el Rey lloriqueando. −Bueno, yo creo que esas negras tienen algo que ver con esto −dijo la Torre que estaba muy enfadada. −No culpemos a nadie, no tenemos pruebas −Dijo el Alfil que era muy defensor de igualdades. −Pero, ¿tú de que parte estas? −preguntó el Caballo que era muy chulito y además se creía el mejor. El Alfil se encogió de hombros. −Bueno, lo importante es que encontremos a la Dama −dijo un Peón que intentaba tranquilizar el ambiente. −Entonces, ¿quién es el voluntario para investigar? −preguntó el Rey que se empezaba a preocupar. −¡Yo, yo! −respondió con ilusión el Peón que en ese momento se encontraba delante del Caballo. Al Peón le encantaban las películas y los libros de misterio. Su detective preferido era Sherlock Holmes. Vestía igual que él y quería ser de mayor un detective, por eso le dio tanta ilusión la investigación. −Vale, pues tú eres el encargado de encontrar las pistas −le ordenó el Rey. Al día siguiente, el Peón seleccionado fue al pueblo negro, para ser exactos, a la cuadra del Caballo. Allí no encontró nada. Después, se fue a una de las esquinas del tablero, donde vivían las Torres, pero tampoco encontró nada. También fue al trono del Rey que se encontraba en el medio. Pero no hubo suerte.

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El Cuentacuentos Fue casilla por casilla, hasta que registró el pueblo entero, pero no encontró ninguna pista. Como ya se hacía tarde, todos fueron a dormir. La Torre se fue enfadada, el Rey preocupado, el Peón detective decepcionado, el Alfil triste… A la mañana siguiente las blancas se despertaron y la Dama blanca estaba de nuevo allí. −¿Ya te han liberado las negras? −preguntó la Torre, sorprendida. −¡No! −contestó la dama sorprendida e intrigada por la pregunta. −Entonces, ¿de dónde vienes? −preguntó el Rey que era muy curioso. −Pues de ver a mi abuelo, el Dado de Parchís −contesto la Dama. −¡Ahhhh! −exclamaron todos. Desde ese mismo día las blancas no le echaron la culpa a nadie, porque aprendieron que a ellos no les gustaría que alguien les echara la culpa sin ellos haberlo hecho. Las blancas siguieron discutiendo, peleándose… con las negras, aunque nunca nadie incumplía las normas, al fin y al cabo esto es un juego. También, las blancas de vez en cuando visitaban al abuelo de la Dama, el dado de parchís, que se hizo famoso por el tablero.

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El Cuentacuentos 2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA

Alberto Fernández

LOS JUEGOS DEL FIRMAMENTO

Inés Fernández-Caro Acero, 11años Colegio Everest Monteclaro de Torrelodones, Madrid

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eguramente muy pocos habréis oído hablar del poblado de los Saltadores de nubes. Voy a contaros un poco sobre él. Nadie sabe dónde está situado en realidad, si en Europa, América, Asia, África, Oceanía o incluso en uno de los dos Polos, oculto en un valle secreto. La aldea está formada por tres clases de casas: unos viven en las ramas y troncos de los árboles; otros en el suelo musgoso; los últimos bajo tierra. Aun así, es raro que un Saltador de nubes viva en una de las pocas villas subterráneas del poblado, porque ellos aman el cielo con pasión desbordante y los que viven en la parte alta de los árboles no son capaces de estar dos horas seguidas bajo un techo cubierto, por eso sus casas tienen un agujero en el tejado. Los Saltadores de nubes son gente muy festiva y alegre, a los que les gusta vestir de colores y lucir los peinados más extravagantes. Pasan horas tirados en la hierba contemplando el cielo, ya sea de día o de noche. Adoran los carnavales, festivales (que no faltan en su calendario) o fiestas privadas en casa de sus vecinos, que casi nunca suelen ser privadas porque para ellos "Todo vecino es un amigo, pero si alguien no es amigo, no puede vivir aquí." Ya los conocéis un poco más, y espero que esta información me baste para contar la historia de Olga. Era una Saltadora de nubes con el pelo zanahoria, la nariz respingona y los ojos, como todos los saltadores, de todos los colores del arcoíris. Llevaba toda su vida queriendo participar en un evento muy importante en el poblado, los Juegos del Firmamento, cuatro pruebas relacionadas con la fortaleza, la velocidad, la astucia y la creatividad. Aquel año, su sueño iba a hacerse realidad. -oEsa mañana, Olga se levantó temprano. El rocío acumulado en las hojas durante la noche comenzaba a evaporarse. Aprovechó el tiempo que le quedaba hasta la hora de la inauguración de los Juegos para lavarse y vestirse. Cuando terminó de hacerse las 27


El Cuentacuentos trenzas, todo el poblado estaba ya en las gradas en mitad del valle. Ella, como los demás participantes, se encaminó pegando brincos hasta el centro del anfiteatro y se puso en fila. El Sol acababa de salir, y les daba en la cara a los cinco jóvenes que se habían presentado aquel año. ¿El premio? A los Saltadores de nubes no les gustaba que se recompensaran sus hazañas con sacos de oro, trofeos, etc., les bastaba con divertirse mientras demostraban ser los mejores en las destrezas que implicaban las cuatro pruebas. Olga era muy orgullosa y tozuda, con una gran confianza en sí misma, y eso la había hecho convencerse de que ganaría los Juegos. No le faltaban fuerza y velocidad, por lo que para ella, las dos primeras pruebas estaban ganadas. Era muy inteligente también. Creatividad tenía de sobra. Toda su casa estaba decorada con distintos adornos que ella misma había diseñado y confeccionado con materiales que encontraba por ahí, y la falda de tela y plumas que llevaba aquella mañana era obra suya. El cuerno de entrada fue soplado, y un gran estrépito fue levantado por los espectadores. El Jefe del poblado, Pulga saltarina II, repartió unos cubos del tamaño de monedas de céntimo. Eran dados de marfil, pero no tenían números grabados, sino dibujos. El dibujo que le saliera a cada uno era el objeto que deberían elaborar para completar la primera prueba, la Carrera de altura. Los corredores deberían llegar tan alto como pudieran y el que llegara abajo más rápido era el ganador. Olga recibió el dado de manos del Jefe y, a la siguiente señal de cuerno, lo arrojó al suelo. Le había salido un paracaídas. -oTrató inmediatamente de pensar en cómo elaborarlo. Se le encendió la bombilla. Pensó en una de las dos montañas que rodeaban el valle, donde había una pequeña cueva que solo ella conocía. Allí, en un pequeño arcón de madera negra, guardaba uno o dos metros de tela de colores que utilizaba para confeccionar prendas. Pensó también en unas lianas muy 28


El Cuentacuentos resistentes que crecían en las faldas del mismo monte. En cuanto sonó la tercera señal de cuerno, los corredores salieron disparados, unos saltando, otros corriendo y otros, en el caso de Olga, escalando monte arriba. No tardó en llegar a la pequeña cueva excavada entre las rocas, pero se entretuvo comprobando la resistencia y longitud de las lianas. Dándose impulso con los brazos, se coló dentro, raspándose las rodillas como siempre. Sin embargo, aquel día se había puesto medias de algodón y rodilleras de cuero, que amortiguaron la caída. Se levantó de un salto y corrió hacia el interior de la montaña. Llegó a una bifurcación del camino en la cual tuvo que agacharse y tantear el suelo a ciegas. Se puso de pie frente al corredor de la izquierda. Cogió una antorcha que había al pie de ese túnel y la encendió. Con la claridad de la luz, avanzó aún más deprisa. Por fin, gritó: −¡Ahí está! Se refería al cofre de madera negra. Lo abrió sin ningún temor pensando ya en cómo iba a tejer las telas para que quedaran acolchadas, ligeras y cómodas para que pudiera llevarlas monte arriba cuando... −¡NO ES POSIBLE! ¡Mis telas para parches! ¡Se las han llevado! La fechoría debería haber sido cometida esa mañana, porque el día anterior ella había bajado a por dos pedazos de tela para terminar de confeccionar la falda, y al despertarse había ido a por un trapo para lavarse la cara. Tenía que haber sido durante la prueba. Al fijarse mejor en el suelo de la caverna, vio un objeto curioso. Era un pequeño rectángulo de metal, con una pantalla de plástico. Era un teléfono móvil aunque claro, ella no lo sabía. De repente, se dio cuenta de quién había sido el ladrón. Un chico que cogía todos los aparatos raros que los exploradores llevaban consigo. −¡Linux! ¡Que la furia del rayo y cuarenta mil granos de granizo te azoten la cara! (maldición muy popular entre los

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El Cuentacuentos Saltadores de nubes, aunque nunca había sido dirigida hacia uno del mismo poblado). Olga sintió que la ira le bullía en la cara. Corrió como nunca en su vida hacia la salida y, una vez allí, saltó sobre la primera nube que vio. Remó con los brazos en el aire hasta que llegó a la cima de la montaña, brincó sobre el permanente arcoíris que allí había. Desde su posición contempló a los demás corredores, que iban cada vez más y más alto, desafiando la ley de gravedad. Linux, el que más, porque había conseguido subirse a la Luna. -oBrincando de árbol en árbol, de nube en nube, de estrella en estrella, llegó a la Luna y se posó al lado de Linux. Este, al notar la presencia de su compañera, saltó agarrado al paracaídas. Olga, sin pensarlo, saltó detrás de él. Era más rápido de lo que esperaban; no amortiguó la caída hasta que se posaron los dos en el centro del anfiteatro, donde los jueces esperaban al primer participante en llegar. Los dos pisaron el suelo a la vez. −Y bien jovencitos, ¿a qué se debe todo esto? −Linux me ha robado los recursos para la bajada de la carrera. Es un tramposo. Los espectadores lanzaron exclamaciones de asombro. Un tramposo era lo peor que se podía encontrar en el poblado, y se castigaba con una dura condena... −¿Y qué pruebas tienes? −la retó Linux. Ella sacó el móvil de su bota y el candado del cofre del bolsillo de Linux. Él fue declarado culpable y Olga vencedora. ¿Su condena por tramposo? Atado a una flecha gigante, ser lanzado lo más lejos que pudiera ser. -oAl día siguiente, la segunda prueba tuvo lugar; la Culebrada de salto. Con una culebra a modo de cuerda, se saltaba a la comba durante el máximo tiempo posible. Olga pensó que no lo tenía muy difícil, porque ya sólo quedaban tres participantes además de ella en el torneo. Le gustaba saltar, como a todos los de su 30


El Cuentacuentos raza, pues llevaba toda su vida saltando a la comba. Pero el hecho de que la cuerda fuera una serpiente era tal vez lo que más le atemorizaba; una vez una culebra se le había caído en el cuenco de sopa siendo pequeña. Le aterrorizaban las serpientes. Sin embargo, estaba segura de que lo iba a conseguir. Salió de nuevo de la casa en el árbol y fue brincando hasta el punto de encuentro de la segunda prueba. Allí ya estaba el más mayor de los competidores: Olson, un chico de mirada petulante. Los jueces comenzaron a llegar, seguidos de los otros dos participantes. Por fin, cuando estuvieron todos reunidos, dio comienzo la explicación. El campeón de salto Yunyún sacó una culebra de la cesta que llevaba uno de los jueces y les demostró lo que tenían que hacer. Tocó el cuerno. Les repartieron otros dados distintos a los del día anterior, con números grabados. Olga tiró, y le salió el dos. Segunda en coger serpiente. Una delgada culebrilla de tonos morados se enroscó en torno a su brazo. Una vez se libró de ella y pudo sujetarla de manera que pareciera una cuerda, les asignaron sus trozos de terreno. Olga se tuvo que colocar en frente de un tranquilo riachuelo de agua cristalina en el cual nadaban pececillos de colores. A la señal de cuerno, comenzaron a saltar. Olga lo hacía con entusiasmo y moderación al mismo tiempo. Pasaron cinco minutos. Comenzaba a sudar. Se obligó a si misma a concentrarse en el frescor del río. La primera hora. La chica se sentía desfallecer del cansancio. No había hecho más que empezar. Tres horas. Ya había caído un concursante víctima de un golpe de calor. Medio día. Olga seguía saltando. Catorce horas. Otro cayó. Ya anochecía. Olga estaba convencida de que tenía por lo menos diez ampollas en cada pie, aunque sus botas de pelo eran blanditas. Medianoche. Miles de antorchas se habían encendido alrededor de los últimos dos concursantes; Olga y Olson. Ella marcaba el ritmo de una canción con los pies. Una canción que le hacía olvidarse del dolor que sentía cada vez que sus pies tocaban el suelo. De repente, escuchó un grito ahogado. Olson 31


El Cuentacuentos había caído al suelo. Inmediatamente, ella también paró. Sonó el cuerno. Un hombre y una mujer se abalanzaron sobre ella. Se apresuraron a desatarle las botas y a darle de beber. Olga se desmayó del cansancio en el momento en que el juez gritaba su nombre y la nombraba ganadora de la Culebrada. -oEl tercer día tuvo lugar la tercera prueba, el Concurso de adivinanzas. Ya sabéis en que consiste. Olga, tras hacerse las trenzas y aplicarse una gruesa capa de resina en los doloridos talones, se encaminó al anfiteatro, donde tendría lugar el concurso. Los tres concursantes que quedaban (Olga, Olson y una chica llamada Flip) se colocaron en sus respectivas posiciones. Sonó el cuerno, como de costumbre. El barullo organizado por el público se acalló. El primer juez dijo: −Se os planteará una adivinanza a cada uno. Las deberéis responder en un minuto. De lo contrario, se os eliminará de la prueba. Comencemos. La primera es para Flip. "Un día estaba lloviendo en el campo. Una mujer estaba sola, sin mascotas ni ningún medio de comunicación. Apareció un ladrón y la mató. Minutos después, la guardia apareció y le arrestaron. ¿Cómo se enteró la guardia?" Flip titubeó. De repente, contestó. −Yo. Yo avisé a la policía porque estaba lloviendo. Yo-viendo. −Bien. La segunda es para Olga. "Se apagaron todas las antorchas y luces de una carretera. Un hombre iba con un carromato y una vaca se cruzó en su camino. Mágicamente, la esquivó. ¿Cómo fue?” Olga se quedó en blanco. No sabía que responder. Los segundos pasaban. Cincuenta y ocho... Cincuenta y nueve... −¡Era de día! Era de día. Y pudo ver a la vaca. −Muy bien. Olson: "El padre de Pad tenía cinco hijos. Fla, Kli, Plop y Usa. ¿Quién falta? Por extraño que os parezca, Olson no supo responderla. Eso dejaba a Flip y a Olga como las ganadoras de la prueba, Flip 32


El Cuentacuentos como absoluta porque Olga había tardado más en resolver la suya. Al día siguiente era la última prueba, la más difícil quizás para Flip, la más fácil quizás para Olga. Tenían que elaborar un objeto que representara toda la belleza del firmamento. -oOlga salió de la cama de un salto. Se peinó, se vistió, se lavó la cara y salió de la casa. De camino al anfiteatro iba pensando en los diferentes objetos que reflejaban la belleza del cielo. Una vez allí, se colocó junto a Flip. El toque de cuerno de aquel día sonó más enérgico que nunca. Los jueces se pusieron de pie y anunciaron: −Bienvenidos espectadores, pueblo de los Saltadores de nubes, hombres y mujeres, grandes y pequeños, jóvenes y viejos, altos y bajos, gordos y flacos, a este gran acontecimiento, la Prueba decisiva de los Juegos del Firmamento. Cada uno de nuestros dos concursantes finales deberá elaborar usando sólo el material que pueda obtener por sí mismo, un objeto que refleje la belleza de aquello que nosotros tanto amamos y al cual le dedicamos este torneo: el cielo. Que dé comienzo... ¡La Prueba decisiva! Olga y Flip salieron corriendo en una dirección distinta cada una. La primera, se paró en seco al borde de un arroyo, el mismo frente al que había completado la segunda prueba. Se miró en el agua y contempló su propio reflejo. Entonces, una idea le vino a la cabeza. Encima de ella estaba el cielo, reflejado también en el agua cristalina. Pasó todo el día elaborando y perfeccionando el objeto que la ayudaría, con suerte, a ganar el torneo. Cuando terminó, ya era medianoche. Lo envolvió en suaves hojas de loto y se dirigió con paso firme al anfiteatro. -oFlip presentó su creación. Era un bello cuadro pintado con jugo de frutas y tinte de pétalos de colores que representaba un trozo de cielo dividido en amanecer, mediodía, atardecer y noche. El jurado le dio el visto bueno. Fue el turno de Olga. Ella

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El Cuentacuentos desenvolvió su propio objeto. Era un espejo de cristal, perfectamente pulido y sin imperfección alguna. −El cielo es el cielo, y no hay nada que lo pueda igualar. Este espejo ofrece una imagen del mismo firmamento, ya esté soleado o nublado, llueva o granice, y a cualquier hora del día. No representa el cielo. Lo refleja; lo reproduce. Todos se quedaron callados. Los jueces se levantaron y aplaudieron. Se anunció: −La ganadora de estos Juegos del Firmamento es, indiscutiblemente... Olga. La fiesta de celebración duró días. El espejo era justo lo que los jueces estaban buscando. Olga había demostrado que era rápida, lista, perseverante y creativa. Y aquel, sin duda, fue el mejor día de su vida. -oYo no puedo deciros con exactitud donde se encuentra el poblado de los Saltadores de nubes, porque no he estado allí. Sólo puedo deciros que si queréis encontrarlo, preguntéis al viejo más loco de dónde os encontréis, porque seguro que recuerda por donde se va. Un ciego también habrá visto el camino y un mudo sabrá deciros la ruta que debéis seguir. Aun así, aunque lleguéis al lugar indicado, puede que no halléis nada, porque los Saltadores de nubes saben camuflarse muy bien. Si algún día os parece ver una figura sospechosa saltando tan alto que vuestros ojos la pierden de vista siguiéndola, corred tras ella, porque puede que sea un Saltador de nubes. O quizás veáis un chico jovencito atado a una flecha surcando los cielos. O que caminando por la selva veáis un espejo pequeño y redondo; conservadlo, porque puede que sea el que ayudó a Olga a lograr el sueño de su vida.

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El Cuentacuentos 1º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA

Marina Peiró

HACIA LOS GRANDES SUEÑOS Joana María Cladera Pocoví, 15 años IES Son Rullan de Palma de Mallorca 35


El Cuentacuentos

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El Cuentacuentos era un chico muy especial. Un soñador nato. Era muy J ames simpático y alegre. Un jovencito gracioso y guapo. Tenía el

pelo corto, liso y castaño, con los ojos verdosos y unos mofletes sonrosados, sin ninguna peca que pudiera oscurecer su piel blanca. No era demasiado alto pero deseaba serlo. Yo siempre le decía que con el cuerpo esbelto que tenía no debía desear nada más. Pero como ya he dicho antes, James era un gran soñador. No tenía más de siete años pero el juraba tener diez. No soy quien para juzgar a su familia, así que de momento solo les diré que los padres de James no eran perfectos, pero al fin y al cabo, nadie lo es. Del resto ya se irán dando cuenta durante la historia. Justo cuando acababa el colegio, James venía a verme. Entraba por la puerta de la trastienda, con la mochila cargada de libros. Inspeccionaba todo mi taller como si fuera un experto en carpintería. Yo le saluda y seguía con mi trabajo esperando a escuchar una frase que repetía todos los días contundentemente: −¡No hagas nada más sin mí! ¡Comeré muy rápido y vendré a ayudarte! ¡Adiós! Y en menos de un segundo ya había salido para ir a comer tan rápido como pudiera. Le veía correr a través de la ventana, calle abajo hacia su casa, saludando a todos los vecinos que se encontraba. Normalmente solía estar de vuelta en una media hora. A veces traía sus deberes para hacerlos con mi ayuda y otras se pasaba toda la tarde contándome lo que haría cuando fuera mayor. Cuando tenía cinco años me dijo que de mayor quería ser un deportista de élite, entonces le pregunté qué deporte quería hacer, pero resultó no tenerlo aún muy claro. A los seis años me dijo que le gustaría ser un león, nunca supe el por qué de esa afición por los felinos, pero tampoco quise indagar en el tema. Y a los seis años y medio me prometió que viajaría al Polo Norte para conocer a Papá Noel, y hablarle de mí. Últimamente se le había metido en la cabecita la idea de ser 37


El Cuentacuentos bailarín, debido a un libro que leyó en el colegio sobre un chico que bailaba ballet. A mí me encantaba oír esos sueños descabellados y brillantes a la vez, esas historietas que rebosaban imaginación, me recordaban a mi juventud. Por el contrario sus padres desaprobaban que su hijo se pasara el día en las nubes. Había sueños que les gustaban más que otros. Como es de imaginar, la idea de ser bailarín de ballet no les emocionó. Me acuerdo que ese día vino con la mejilla roja y los ojos mojados. Llevaba los cinco dedos de una mano marcados en la cara. No me contó lo que había pasado, solo me dijo que a sus padres no les había gustado la idea del ballet. Otro día vino lleno de tierra, con algunos moratones y heridas por todo el cuerpo, con un tutú rosa en la cintura. Ese día me relató con gran enfado, que al salir del colegio unos amigos de su hermano le querían poner un tutú y que él les había intentado explicar que los niños que bailan ballet no llevan tutú, pero esos estúpidos habían hecho caso omiso a su información. Yo le dije que lo olvidara y le ayudé a curarse todas las heridas y a lavar la ropa antes de ir a casa. James era un experto vendedor, siempre simpatizaba con los clientes de mi tienda, contándoles algunas de sus maravillosas historias. De tanto en cuando, yo le enseñaba alguna cosilla de carpintería, como lijar, cortar madera, poner barniz… Ya llevaba un tiempo diciéndome que quería ser piloto de avión. Me repetía una y otra vez que cuando fuera mayor me dejaría volar en su avión. Le regalé unas alas de avión, hechas de madera muy fina para que no le pesaran. En los laterales de las alas le escribí una bonita frase:

“Vuela hacia los sueños jovencito”.

Fue un regalo para agradecerle todas las horas que se pasaba ayudándome en la tienda. ¡Le encantó! Me dijo que cuando tuviera un avión de verdad escribiría esa frase en las alas. Se pasó toda la tarde jugando, entraba por la puerta de la trastienda y salía por la puerta principal esquivando todos los 38


El Cuentacuentos obstáculos que se cruzaban en su camino, imitando con la boca el ruido de una avioneta, mientras extendía los brazos en cruz, perpendiculares al cuerpo con las alas encima de los brazos, atadas con una cuerda a la mano. Sobre las seis de la tarde, un olor a tabaco inundo la tienda. Entró un señor robusto y alto. Con expresión seria y una mirada helada, con unos ojos grises y profundos. Tenía poco pelo, y el poco que le quedaba era canoso junto a una barba descuidada. Debía tener cerca de una cincuentena de años. Vestía con ropa de calle, vieja, con unos zapatos elegantes que contrastaban con todo lo demás. Me pidió fríamente que le construyera una cómoda de madera, barata y pequeña, hecha a medida. Mientras apuntaba las medidas que este deseaba, James entró por la puerta trasera, se oía el ruido que el chico hacía acercándose cada vez más. A mí me parecía divertido ese sonido, pero al comprador parecía molestarle. En cuestión de segundo James apareció de detrás del mostrados, luciendo con una gran sonrisa sus alas nuevas. El chico se detuvo en seco, el juego cesó y la expresión de su cara quedó muda. Sus ojos miraban atentamente al cliente y en ellos aún se podía ver la alegría propia de los niños. Se oía su respiración agitada a causa del correteo de toda la tarde. James no tardó en decir enérgicamente: −¡Hola papá! ¡Mira lo que me ha regalado el carpintero! ¡De mayor quiero ser piloto! Nunca me llamaba por mi nombre, no me molestaba que no lo hiciera, al contrario, me parecía divertido. James iba a seguir contándole a su padre lo mucho que deseaba volar cuando este le paró de golpe, agarrándolo del brazo bruscamente y sacándolo de la tienda mientras me gritaba y culpaba de las bobadas que se imaginaba su hijo. Di por hecho que el encargo quedaba anulado. Oí como el padre le decía al crío que no debía pasar tanto tiempo conmigo, pero al día siguiente el astuto jovencito volvía a estar en la puerta trasera, dispuesto a ayudarme con mi trabajo. Ese día le traje una pequeña tarta de 39


El Cuentacuentos chocolate con ocho velitas. Era su octavo cumpleaños. Él las sopló con entusiasmo mientras decía: −Deseo ir a la Luna. Comimos tarta mientras él hacía sus deberes de historia y yo esculpía en un trozo de madera la forma de un delfín. Insistí en acompañarlo a su casa, no me gustaba que anduviera solo a esas horas por un barrio tan conflictivo. Me dijo repetidamente que ya era mayor, que tenía ocho años, pero a mí me parecía el mismo crio de siempre. La calle estaba desierta, al cabo de veinte minutos nos detuvimos en un portal. La casa carecía de jardín delantero. James me abrazó, y me hizo prometerle que no le contaría a nadie su deseo de cumpleaños. Entró por una puerta estrecha y despintada, supuse que anteriormente había sido de color azul. A la izquierda de la puerta había una ventana, intuí que detrás estaba la cocina. Antes de que la puerta se cerrara puede ver una cocina diminuta que daba al salón, donde solo había un viejo sofá con una tela de color beige. Empecé a hacer el camino de vuelta, se oían gritos, golpes, patadas y llantos. Deseé que no le estuviera pasando nada a mi pequeño amigo, pero en el fondo sabía que todo ese ruido procedía de su casa. Pasaron semanas sin que James viniera a visitarme. Empecé a preocuparme. Un medio día, yo estaba puliendo un trozo de madera cuando lo vi por el cristal, yendo hacia su casa. Salí de la tienda para saludarle y asegurarme de que estaba bien, pero me gritó que le dejara en paz y eso hice. Tres meses después, lo vi sentado en un tejado, en frente de mi casa, mirando la luna fijamente. Subí al tejado con gran dificultad, a los setenta años uno ya no tiene la agilidad de la juventud. Me senté a su lado sin decir nada y miré la Luna, tratando de imitarle. Una hora después, derramó su primera lágrima. Apoyó su cabeza en mi muslo y empezó a llorar. Yo me limité a apoyar el brazo derecho sobre su tronco mientras mi otra mano le quitaba los mechones de pelo que le tapaban la cara. Me contó que el día que yo le 40


El Cuentacuentos había acompañado a su casa, su hermano mayor, alcohólico, había muerto, tras emborracharse muchísimo con unos amigos. Su padre había enfermado a causa de tanto fumar. Su madre nunca había trabajado, y ahora que ni su hermano, ni su padre podían aportar dinero, estaban pasando grandes dificultades económicas. Reconozco que me sorprendieron ese cúmulo de desgracias y no sabía cómo consolarlo, así que opté por cambiar de tema. Le pregunté: −¿Sigues queriendo ir a la Luna? Puede que no fuera la mejor pregunta para un momento triste, pero James dejó de llorar y eso fue suficiente para mí. Durante los meses siguientes James estuvo un poco cabizbajo. Reanudó su rutina de venir a verme al terminar el colegio. Yo cogí la costumbre de pararme en la panadería por la mañana, para prepararle la merienda. Había adelgazado en el último mes. Yo llevaba un tiempo trabajando en un encargo muy especial, tenía que construir una escalera, en la cual los barrotes para apoyar el pie debían tener esculpidas diferentes figuras que el cliente me había indicado. Había llegado el invierno, hacía frío y llovía. Una noche me quedé hasta tarde trabajando en la escalera en la trastienda. Llovía a cantaros. Hacía cuatro horas que había acompañado a James a su casa. Me sobresaltaron unos golpes en la puerta. Fui a abrirla, y me encontré a James empapado, respirando agitadamente, supuse que había venido corriendo, y con los ojos irritados por las lágrimas. Enseguida le dejé pasar. Se quitó la ropa mojada y se puso mi ropa de trabajo. Le venía un poco grande, pero al menos estaba seca. Le preparé una taza de café caliente y después me senté junto a él. Seguía llorando. Le pregunté si sus padres sabían que su hijo estaba conmigo, pero eso le hizo aumentar el llanto. Durante toda la noche, mi amiguito, solo fue capaz de decirme que quería construir una escalera para ir a la Luna. Finalmente se quedó dormido. Al día siguiente vi en la esquela del periódico que su padre había muerto la noche anterior, debido a un cáncer de pulmón. James 41


El Cuentacuentos nunca me comentó nada acerca de la muerte de su padre. A partir de ese día no pude quitarle la idea de la cabeza de construir una escalera para ir a la Luna. Una vez a la semana me pedía trozos de madera o clavos. Por su noveno cumpleaños le regalé unas cuantas herramientas para construir la escalera. En verano le ayudé con su proyecto, temía que se hiciera daño o que la escalera se desmontara de un momento a otro. Pasaba más tiempo conmigo que con su madre, pero al fin y al cabo yo creía que era mejor así. Por necesidad y dadas las circunstancias su madre había empezado a trabajar para ganar dinero, pero yo sospechaba que no eran trabajos muy honrados. La escalera de James empezó a alargarse mucho, ya no cabía en la tienda, así que decidimos trasladarla al patio trasero de mi casa. Me sorprendía el empeño que ponía el chico en aprender más y más cosas sobre carpintería, para luego poder aplicarlas a su escalera. Pasado medio año, quitamos la escalera de mi patio y la dejamos encima de los tejados planos. Había días que algún gamberro nos destruía una parte, pero el jovencito la rehacía y seguía. Pasado un año un vecino se quejó de que estorbáramos su tejado con tal chorrada, le dijo a James que nunca conseguiría ir a la Luna, que era imposible, pero como era de esperar, James ignoró esas palabras. El vecino, muy enfadado, destruyó parte de la escalera. James enfureció muchísimo, le rompió un cristal de la casa y le agujereo las ruedas del coche. Un día más tarde el vecino fue a casa de James y le pidió a su madre que pagara por los desperfectos del niño. La madre no tuvo más remedio que pagar. Castigó a su hijo, le prohibió seguir con esa estúpida idea de ir a la Luna y tampoco le dejó visitarme tan a menudo. Yo seguí trabajando en su sueño, cuidaba esa escalera como si fuera mi hija, hasta que llegado su cumpleaños su madre le permitió visitarme. Recorrimos los tejados, comprobando cada tramo de la escalera. Su cara reflejaba felicidad, asombro y estupefacción. Me dijo que era el día de ir a la Luna. Llamó a algunos de sus amigos y yo pedí ayuda a viejos compañeros, que se asombraban 42


El Cuentacuentos de verme tan unido al pequeño. Reunimos a toda la gente que pudimos para que nos ayudaran a levantarla. Esperamos al atardecer para poder ver la Luna. El cielo empezó a teñirse de preciosos colores, y mientras el Sol se escondía, la Luna salía. Con gran esfuerzo conseguimos apoyar la escalera sobre la superficie Lunar. James empezó a subir la escalera con entusiasmo y yo le seguí intentado olvidar en la locura en que nos habíamos enfrascado. Subimos lentamente bajo la mirada atenta de los vecinos. Nunca olvidaré la cara que puso su madre al vernos a más de veinte metros sobre el cielo subiendo y subiendo hacía los sueños. Intentó pararnos, pero era demasiado orgullosa como para mostrarse gritando asustada por la calle. Escalamos durante horas y a media noche me quedé petrificado. Delante de mis ojos había una luna bellísima, reluciente, grandiosa… Me habría pasado horas mirándola, pero James me estiro del brazo y me ordenó que subiera a la superficie lunar. Mis ojos no se lo creían, no daban crédito a lo que veían. James correteaba de un lado a otro, con una sonrisa de oreja a oreja, mirando los otros planetas y la misma Tierra. Se asombraba de ver todos esos océanos de los que le habían hablado en clase en unas dimensiones tan pequeñas y grandes a la vez. Reía, baila, cantaba, gritaba… No recordaba haberlo visto tan contento desde hacía mucho tiempo. Yo seguía estupefacto incapaz de creer lo que habíamos logrado. James me abrazó y me dio las gracias por todo, aunque en realidad era yo quien se las tenía que dar a él, pero mis labios eran incapaces de articular palabra. No recuerdo todo lo que me dijo ese día, ni todo lo que cantó, solo memoricé una frase que repitió cientos de veces la misma noche, gritándole al Universo: −¡Desde aquí todo parece más pequeño! ¡Incluso los grandes problemas parecen diminutos! ¡Carpintero, mírame! ¡He hecho como tú me dijiste, he volado hacia los sueños! Su grito se quedó flotando por el espacio. Me emocionó que aún se acordara de la frase que le había escrito en las alas, hacía 43


El Cuentacuentos casi tres años. Al amanecer bajamos por la escalera donde algunos de los vecinos que nos habían ayudado nos aplaudieron y otros se encerraron en sus casas envidiosos. Seguramente cuando James regresó a su casa, su madre debió de enfadarse mucho, pero nunca me lo contó. Yo seguí trabajando en la tienda, enseñando nuevas cosas al jovencito sobre el oficio de carpintería. Durante los años próximos James siguió subiendo a la Luna cada noche. Yo por lo contrario no volví a subir nunca más, ya era viejo para tanto ajetreo y siempre pensé que ese era su sueño, no el mío. Mi pequeño James se hizo mayor, fue a estudiar a una universidad y perdimos el contacto. Todas las noches, me parece mirar al cielo y ver a mi pequeño James sentado en el borde de la Luna. Cuando el pueblo está callado puedo oír como grita al espacio lo pequeño que parece todo desde tan arriba, como hizo a los diez años. La escalera que construimos James y yo, ya no está. Quiero creer que se la llevó él mismo, así como hizo con todos sus sueños. Hasta hace poco, cuando desde la ventana de la tienda veía a algún niño que salía del colegio contándoles a sus padres o amigos sus magníficos sueños, yo le decía: −¡Vuela hacia los sueños! Pero un día una niña de unos seis años me dijo que le daban miedo las alturas. Entonces ahora cuando salgo a la calle escuchando los maravillosos sueños de la infancia les digo a los grandes soñadores: −¡Volad, nadad, corred, pero nunca dejéis de perseguir vuestros sueños!

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El Cuentacuentos 2º PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA

Julia Insausti

SURIYA

Miriam Torres Fernández, 16 años Colegio Gredos San Diego, El Escorial, Madrid

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El Cuentacuentos

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El Cuentacuentos

H

acía tiempo que no dormía. Hacía tiempo que los sueños no amenizaban mis noches; sólo tenía pesadillas, cada una peor que la anterior. A la vez que lo hacía la oscuridad de la noche, me invadían miles de imágenes aterradoras, todas sobre lo mismo: el bombardeo que asoló mi pueblo. Me encontraba sentada en un tronco en medio de un bosque otomano, tratando de calentarme a la lumbre del fuego, cuando Ghada se revolvió en sueños. La luz anaranjada iluminaba su hermoso rostro. Recuerdo aquellos tiempos en los que la odiaba profundamente, no porque fuera mala persona, todo lo contrario, era perfecta. Su familia era de las más adineradas de la villa en la que vivíamos. Ghada tenía cinco hermanos, era lista, simpática, espontánea, correcta y la viva imagen de la belleza agarena. Tenía buenas curvas de mujer, pero no lo podía decir con certeza, porque vestía con trajes amplios. Su pelo, negro como el azabache, se adivinaba ondulado bajo el pañuelo que siempre llevaba. Sus rasgos eran delicados, su piel aceitunada y tras esos párpados, ahora cerrados, se escondían unos brillantes ojos negros. Yo, en cambio, era muy menuda, mi piel era algo más clara que la suya, mi pelo castaño y mis ojos… bueno, mis ojos eran verdes como los de mi padre. Lo sé, horribles. Supongo que por eso la había detestado, porque todos los chicos de la villa se fijaban en ella, pero, sobre todo, por su familia. Mi madre, que sí que tenía los ojos negros, era profesora en la escuela de la villa, falleció por una enfermedad cuando yo tenía diez años. Incluso ahora, siete años más tarde, me sigue doliendo. Mi padre, un militar occidental, tuvo que hacerse cargo de mí. Pero todo aquel desprecio hacia Ghada había desaparecido, porque ella también lo había perdido todo en aquel ataque. −Sara, ¿quién crees que lanzó las bombas? −me susurró una recién despertada Ghada.

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El Cuentacuentos −No lo sé −respondí con un suspiro de pena por el drástico cambio en nuestras vidas. Ese traumático recuerdo volvió a nublar mis sentidos. Hasta entonces, a nuestro pueblo no le habían afectado la crisis ni la guerra que asolaban nuestro país. Días antes del ataque, llegaron a la villa unos señores que promulgaban nuestro deber de morir para conseguir la salvación eterna. Todos les ignoramos y continuamos con nuestras vidas. Una mañana aparecieron en el cielo aviones, y comenzaron a bombardear la villa. Conseguí escapar al bosque gracias al sacrificio de mi padre. Allí me encontré con Ghada, que casualmente había ido a por leña y por eso sobrevivió. Nos escondimos el resto del día y de la noche hasta que terminaron los ataques. El paisaje era devastador, completamente desfigurado. Ninguna persona merece ver tal masacre y menos si sus seres queridos están involucrados. No recuerdo muy bien qué fue de mí ni de Ghada en ese instante, mi mente había decidido borrarlo; pero el recuerdo de la vista se repetía una y otra vez. −¿A dónde dice tu padre que tenemos que ir ahora? −el hecho de que ella le mencionase se clavó como otro puñal en mi pecho. Abrí un pequeño papel arrugado. Justo antes de morir, aparte de salvarme, mi padre me dio una mochila en la que estaba mi pasaporte, el dinero suficiente para abastecerme de comida durante un año, y una carta…, su última carta. En ella me explicaba cómo llegar a su tierra natal, Edén. Siguiendo sus indicaciones, durante seis meses cruzamos nuestro país en dirección norte hasta llegar a Turkiye. Fuimos de las últimas privilegiadas a las que permitieron pasar antes de censurar la entrada por completo, millones de personas quedaron fuera. Sin embargo, en la frontera con Helénica no conseguimos pasar la verja que daba paso a Occidente. Mi padre había previsto, no sé cómo, todo esto.

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El Cuentacuentos −Tendremos que entrar ilegalmente en Helénica, cruzarla en dirección sur hasta llegar a una isla en donde se encuentra el Monte Ida y una base militar secreta a la que pertenecía mi padre. Desde allí los soldados nos llevarán a Edén. Así lo hicimos. Nos colamos en Helénica robando una barca y remando hasta una de sus playas. Anduvimos por todo el país desde el norte hasta el sur durante otros seis meses. El dinero se nos acabó dos meses antes de lo esperado, pues mi padre no había contado con la presencia de Ghada. Nos vimos obligadas a romper todos nuestros principios tanto morales como religiosos, robando para comer, huyendo más de una vez de la justicia, e incluso, Ghada tuvo que quitarse el pañuelo de la cabeza para pasar desapercibida. Nos convertimos en otras personas, casi animales; aunque, supongo, que el instinto de supervivencia ganaba a la ética. Pero, a pesar de todo, nos mantuvimos juntas, uniéndonos hasta el punto de querernos como hermanas. Una vez llegamos al sur de Helénica, entramos como polizones en un barco de mercancías que se dirigía a nuestro destino. Tuvimos que ir hasta la falda del Monte Ida, en donde estaba la base militar secreta. Recuerdo llegar a unas grandes puertas de hierro blindadas arrastrando a Ghada, quien se había desmayado del cansancio y de la desnutrición un par de kilómetros atrás; y llamar con todas mis fuerzas hasta caer como mi amiga, desfallecida. Lo primero que vi al abrir los ojos fue azul con un punto negro en el centro, pero todo borroso. −Es ella, tiene sus mismos rasgos −dijo una voz masculina amortiguada y muy cerca de mi cara. Y volví a perder el conocimiento. Desperté en una cama mullida y con sábanas blancas. La luz del atardecer entraba por las ventanas con vistas al Monte Ida. Estaba muy relajada, aunque hambrienta. De repente recordé algo: ¡Ghada! Busqué por toda la estancia, pero no estaba. Salté de la cama, salí de la habitación y comencé a recorrer los monótonos y oscuros pasillos para 49


El Cuentacuentos encontrarla. Éstos me condujeron a una sala gris, triste y fría, muy diferente a la habitación en la que me había despertado, lujosa y acogedora. Esa amplia estancia tenía un montón de mesas esparcidas y una barra con comida. Según me acercaba, oí preguntar a la misma voz que había oído desmayada: −¿Y cómo os llamáis? Seguí el sonido de la voz y me llevó a una de las mesas en la que estaban sentados Ghada y un chico rubio occidental vestido de militar que tendría dos años más que yo. Llamé a mi amiga. −¡Sara! −exclamó claramente aliviada y se lanzó hacia mí para abrazarme−. Cuando me desperté y no te vi me asusté muchísimo. Empecé a… −hablaba muy rápido. −Tranquila, ¿estás bien? −ella asintió. Vi que el occidental seguía ahí−. ¿Hablas nuestro idioma? −Sí −tenía un acento exótico−, me enseñó tu padre. −¿Le conociste? −pregunté, todavía recelosa de ese chico. −Sí, ahora os cuento todo, pero antes comed algo, estaréis famélicas −dijo amablemente. Ni Ghada ni yo contestamos, simplemente nos lanzamos a por la comida. Me sentía tan afortunada y agradecida de poder comer, que se me escapó una lágrima… que rápidamente enjugué. −Bueno, me llamo Aarón −se sentó con una sonrisa preciosa y sincera−. Tu padre y el mío eran amigos desde la infancia. Se alistaron en el ejército a la vez y colaboraron en varias misiones. Incluso cuando tu padre se mudó a Suriya, seguían manteniendo el contacto −suspiró−. Pero hace unos cinco años fue a Edén a ver a mi padre para contarle que se avecinaba una guerra allí, que, seguramente también afectase de alguna manera a todo Occidente. Sorprendentemente, acertó; por lo que él y mi padre reunieron a varios militares de confianza, junto a los que fundaron una pequeña agencia secreta militar. Su objetivo sería averiguar el origen del problema y tratar de solucionarlo antes de que se expandiese más −hizo una pausa para mirarme a los ojos−. Contábamos con que tu padre vendría para ayudarnos a 50


El Cuentacuentos terminar esta misión; sin embargo, y lo siento mucho por tu pérdida, no logró llegar. Hace un par de meses, recibimos la última carta que tu padre nos mandó, en la que nos pedía que te llevásemos a Edén una vez llegaras a la base. Me quedé fascinada de lo que mi padre había hecho. Aunque, en vez de mostrarlo, aproveché ese momento en el que Aarón estaba dispuesto a explicarnos más cosas para preguntar: −¿Quién bombardeó nuestra villa? −No lo sabemos exactamente −dijo después de unos instantes de duda. Fui a preguntarle algo más, pero por la puerta del comedor apareció otro militar con más medallas y ante el que Aarón se puso en pie, firme y serio, mostrándole respeto. Mi padre me enseñó su idioma natal; así que entendí la conversación entre Aarón y el oficial. Según aquel militar debíamos zarpar en un barco lo antes posible para evitar llamar la atención de los otros países occidentales. También dijo algo de Ghada que no comprendí. Simulé no haber entendido nada. Poco después, Aarón nos contó lo que yo ya había entendido. También nos dijo que Ghada no podía venir con nosotros. Por supuesto no iba a dejar a mi amiga, así que les amenacé con gritar a los cuatro vientos que allí se encontraba una base militar secreta edénica. Aarón y su superior cruzaron un par de frases y decidieron que Ghada vendría con nosotros. A la mañana siguiente, Ghada, Aarón, varios soldados y yo nos subimos en un barco de mercancías falso; al parecer, navegaríamos por el Mare Nostrum para pasar desapercibidos. Veía rostros borrosos, a causa de algo que nos separaba. Aquellos semblantes comenzaron a acentuarse. Cuando los reconocí el aire se escapó de mis pulmones. Eran mis padres. Y también Ghada y su familia. Algo tiró de mí, alejándome de ellos. Se encontraban detrás de una alambrada y, tras ellos, miles de personas. Intentaba gritar con todas mis fuerzas, pero de mi

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El Cuentacuentos garganta no salía ningún sonido. Ese algo continuaba poniendo distancia entre mis seres queridos y yo. −¡Sara! −me desperté al oír mi nombre. Seguía con la imagen aun fresca en mi mente de millones de personas desesperadas atrapadas tras esa gran verja. Aarón me observaba con clara preocupación. Notaba las mejillas húmedas y la garganta irritada de gritar en sueños. Antes de que pudiese ser consciente de ello, me encontré entre sus brazos. El primer instinto fue apartarme, pero no pude, me sentía segura cerca de él. −Tranquila, solo ha sido un sueño −susurró en mi oído mientras me acariciaba el pelo. Aquello pudo conmigo, me derrumbé y lloré en su pecho hasta soltarlo todo. Lloré por la Sara que se había visto obligada a hacer cosas terribles, que no quiero ni mencionar, y por la Sara que jamás volvería a ser. Lloré por la muerte de mi padre, de mi madre, de la familia de Ghada y de las otras millones de personas. Lloré por la cantidad de gente desesperada por encontrar una vida decente, pero que no podía porque estaba detrás de la alambrada. Sin embargo, por lo que más lloré fue por miedo a no saber qué sería de mí y de Ghada. Aarón se quedó allí hasta que toda la tensión y tristeza desapareció, dejándome agotada. Me ayudó a tumbarme de nuevo y se dirigió a la puerta. Un miedo irracional se apoderó de mí. −No te vayas −dije sin pensar. Me miró con sorpresa. −No me iré, tranquila. Me quedaré en esta silla −sonrió para reconfortarme. A la mañana siguiente me desperté al despuntar el alba. Me extrañé al comprobar que Aarón no estaba, pero no me importó, sonreí cuando recordé lo que había hecho por mí. Aquel chico me caía muy bien, más de lo que debería. Me vestí y fui en busca de algo para comer. Recorrí los pasillos grises con la soltura de haber estado allí un tiempo, tres semanas en concreto. Como barco de carga, aunque fuese para disimular, 52


El Cuentacuentos debíamos entregar en ciertos puertos la mercancía que llevábamos en la cubierta. El viaje a Edén se alargó. En aquel momento nos encontrábamos en Siracusa y, al igual que en el resto de los puertos, Ghada y yo debíamos tener cuidado de no asomarnos a cubierta por si alguna fuerza de la ley nos veía y nos pedía los pasaportes. De camino al comedor me encontré con mi amiga y, juntas, nos dirigimos a desayunar. En un momento dado escuchamos a dos personas manteniendo una acalorada discusión. Nos picó la curiosidad y nos acercamos a escuchar; bueno, escuché yo, porque Ghada no entendía nada. −Con todo respeto, señor, no podemos ocultárselo más −la voz de Aarón sonaba fría. −Aarón, es por su bien −reconocí la voz grave del oficial−. ¿Qué crees que harán si se enteran que los que lanzaron las bombas fuimos los Occidentales? −Como usted diga, señor −la frialdad de Aarón se trasformó en sorpresa cuando abrió la puerta y nos encontró allí−. Sara…− empezó a excusarse. −No −estaba procesando lo que acababa de escuchar. Nos habían mentido. Ellos, los Occidentales, habían sido los que habían lanzado las bombas que mataron a mi padre y a todo mi pueblo−. No te atrevas a decir ni una palabra −dije con rabia. Intentó excusarse de nuevo, pero no le escuché, salí corriendo arrastrando conmigo a una confundida Ghada. Solo podía pensar en una cosa, salir de allí cuanto antes. A saber qué harían con nosotras si nos quedábamos; además, no podía perder también a Ghada, no me quedaría nada en este mundo. Respiré el aroma del mar cuando llegamos a la cubierta. Conduje a mi amiga hasta las escaleras que unían el barco con el puerto para huir. Ya nos las arreglaríamos como habíamos hecho durante el último año. No quería volver a hacer las cosas que hice para conseguir comida, pero no podía regresar al barco con la gente que había asesinado sin pestañear a cientos de personas. Quién 53


El Cuentacuentos sabía cuántos más habían perdido la vida por su culpa. No podía, de verdad que no podía volver. −¡Sara! −Aarón me llamó desde el barco−. ¡Sara, no te vayas te van a…! −no escuché el final de la advertencia, alguien se había interpuesto en nuestro camino. Mi mirada ascendió hasta cruzarse con la del hombre rudo que tenía delante. Vestía uniforme de policía. Maldije a mis adentros. La pobre Ghada me apretó la mano, sin saber qué estaba pasando. Me coloqué delante de ella como gesto protector, no sin antes mirarla y susurrar una maldición al ver que llevaba el pañuelo en la cabeza. Nos iban a pillar, nos iban a meter en la cárcel. Tenía que pensar en algún pretexto, pero no se me ocurría nada. −Los pasaportes −exigió el policía en la lengua anglosajona. −Están conmigo −Aarón apareció de la nada−. Son las hijas del embajador de Edén en Suriya. Empezó a dialogar con él, saliendo en nuestra defensa. El otro no parecía muy convencido, pero, Aarón era muy persuasivo. Se me ocurrió aprovechar el momento para escapar, sin embargo, Aarón debió de leer mi mente, porque nos agarró fuertemente a ambas del brazo para evitar que nos fuéramos. Cuando nos arrastró de vuelta al barco, nos echó la regañina del siglo. Le eché en cara el bombardeo. −Nosotros no fuimos, Sara. Fueron otros países. Nuestra misión es ayudar a devolver la paz como tu padre bien nos enseñó. No tuve contestación para eso. Él y el resto de la organización nos habían ayudado y yo había puesto en duda sus intenciones. Me sentía fatal y se lo dije. Él, como respuesta, me abrazó y me susurró: “No vuelvas a hacer algo así. No sé qué haría si te pasara algo”. Dos semanas después llegamos a Edén. Era el lugar más bonito que había visto jamás, tal y como me lo describió mi padre. Después de que nos presentasen en la base central, Ghada y yo 54


El Cuentacuentos subimos una colina y nos pusimos a contemplar el mar. Poco después se nos unió Aarón. En aquellos momentos mi corazón se encontraba en un dilema. Por un lado me sentía feliz y agradecida de tener a mi mejor amiga y a Aarón a mi lado en Edén, el Paraíso. Pero no podía dejar de pensar que Ghada y yo habíamos sido las únicas con suerte que habían logrado escapar de la miseria y que, al contrario que nosotras, había millones de personas muriéndose. Contemplando aquel atardecer en un puerto de Edén, me prometí que haría cualquier cosa para que más personas tuviesen la vida que todo el mundo debería tener.

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El Cuentacuentos 1º PREMIO DE LA CATEGORIA DE BACHILLERATO

Julia Insausti

ERAN BUENOS TIEMPOS

Raquel Ruiz Incertis, 16 años IES Bernardo de Balbuena, Valdepeñas (Ciudad Real)

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−¿

En 1605 estaban permitidas este tipo de cosas? −¿A qué te refieres, jovencita? −A esto −arrojé sobre la mesa el periódico de la mañana, dejándome caer sobre una silla con un suspiro de agotamiento−. Léalo, abuelo. El abuelo se puso las gafas y miró con atención la página del diario que yo le señalaba, presa de la indignación. Permaneció un buen rato en absoluto silencio y, al cabo de unos minutos, levantó la cabeza e hizo un gesto de desaprobación. −No, muchacha. Esto en mis tiempos no pasaba. −¿Verdad que no? −corroboré−. Es alucinante. −No digas esas palabrejas, mujer. No acabo de acostumbrarme a oírte hablar así. Me levanté a prepararme una taza de café bien cargado. Realmente la necesitaba. −Pues yo hablo así, abuelo. No estamos en el siglo XVI. Él enmudeció. Sabía que le había dado donde más le dolía, en su punto débil. −Es verdad, y es una lástima. Todo era mejor en aquella época. Volví y me senté a su lado, sintiéndome un poco culpable. Había girado discretamente su mecedora hacia la ventana del salón, seguro que para evitar el contacto visual conmigo. Me disculpé y, para cambiar de tema y pasar el rato, le pedí que me contara otra de sus historias. Tal y como esperaba, no se hizo mucho de rogar; siempre parecía ansioso por hacerlo. Se mesó la espesa barba canosa y comenzó el relato: −Cuando por fin terminé La Galatea corrían tiempos difíciles, pero difíciles de verdad, no como estos que ahora los jóvenes llamáis crisis. Recuerdo que podías encontrar un pobre por cada esquina, aunque eran tantos que no era fácil distinguir entre aquellos que eran pícaros, aquellos que eran simples holgazanes y los hombres desgraciados por las vicisitudes de la vida. La sociedad estaba muy revuelta en todos los aspectos... −¿En qué aspectos? 59


El Cuentacuentos −Me llevaría una eternidad contártelos todos. Además, imagino que no querrás que este viejo escritor te imparta una lección de Historia a estas horas de la mañana, ¿no es así? Me vi obligada a asentir, aunque la verdad es que no me hubiera importado. −Bien. Pues entonces me limitaré a relatarte lo más importante y de lo que más se hablaba en esos años: de los canallas de los moriscos. La opinión popular era muy intransigente con ellos, y debido a esto creí conveniente plasmar mi punto de vista en cierta parte de la obra El coloquio de los perros… −Una idea estupenda, desde luego. Y muy sensata además. Mi abuelo Miguel siempre había sido un hombre muy fantasioso, como buen literato, pero lo era aún más desde que le llegó la enfermedad. Que se creyese el mismísimo Cervantes resultaba a veces entretenido, pero muchas otras desesperante e insoportable. Había que seguirle la corriente a todas horas si no queríamos que se alterase y sufriera otro infarto cardíaco. Cuando estaba cariñoso, solía llamarme incluso “su Dulcinea”. Al principio nos había costado bastante asumir aquella situación. −Sensata, sí −se rascó la barbilla−. No habría podido definirlo mejor, señorita. Siempre se me ha considerado un hombre sensato. La mayoría de los caballeros honorables de mi tiempo lo eran. −¿Incluso después de haber pasado un tiempo en la cárcel? El abuelo me fulminó con la mirada. Caí en que mi pregunta quizá había sido o demasiado directa o demasiado impertinente. −Estar entre rejas no acaba con la sensatez, la honra y la fuerza de espíritu de un buen hombre. −Bueno, pero sí le vuelve un poco “tarumba”, ¿no? −ante su gesto interrogante, me apresuré a aclarar−: loco, abuelo. Quería decir loco. −Loco decían que estaba también mi tan estimado don Alonso Quijano, a quien tanta gloria le debo, y no era por eso un caballero menos honrado ni menos valeroso, ¿me equivoco? 60


El Cuentacuentos −No, no se equivoca −tuve que reconocer. Tomé un nuevo sorbo del café, que ya se había enfriado. Contuve una mueca de disgusto. −¿Por dónde iba? −dijo él con un carraspeo, un poco molesto por el hecho de que le hubiera interrumpido en su charla. −Por lo de los canallas de los moriscos −le recordé. −Ah, claro. Bien, ellos eran el blanco del odio de toda persona cristiana. No importaba que estos fuesen descendientes de los musulmanes que levantaron la España que hoy conocemos y que brilla con luz propia. Muchos de mis coetáneos pensaban incluso que su expulsión de la península serviría para mitigar los efectos de la peste, el parasitismo, el subdesarrollo y la propia pobreza. −¿En serio? −¿Alguna vez te he mentido? Se les fue la cabeza, cegados como estaban por el odio y el resentimiento. El ser humano es demasiado pusilánime en ese aspecto: se deja llevar muy pronto por la inquina o la vanidad y no es capaz de mirar más allá de sus narices. −Estoy de acuerdo −asentí−. Somos unas pobres almas sin más sustento que el rencor, la envidia y los vicios. El abuelo Miguel se me quedó mirando un largo rato, con los ojos entrecerrados, para después inquirir: −¿A quién pertenece tan ingenioso decir? −A nadie, al menos que yo sepa. Es algo que me acaba de venir a la mente. Sonrió. −Vaya, jovencita. Sin duda serás una gran escritora si sigues así. Una célebre escritora, de esas cuyas historias perduran durante siglos. Sonreí. −¿Como las tuyas, abuelo? Se quitó las gafas para limpiar los cristales con parsimonia y tosió. 61


El Cuentacuentos −Como he tenido la ventura de que lo sean las mías, querida. Estuve contemplándole embobada por unos instantes. Ni siquiera recuerdo en qué estaba pensando exactamente en esos momentos. −¿Quieres que te lea algo? −interrumpió de repente mis cavilaciones con aquella inesperada proposición −¿Unas páginas de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, tal vez? −Claro, ¿por qué no? −me encogí de hombros y fui hasta la estantería más cercana a coger el primer ejemplar del libro que encontré. Cuando se lo tendí hizo una mueca mal disimulada. −¿Qué birria de libro es esta que me traes, tan atestada de imágenes y con tan poco contenido? −No es una birria, abuelo −le expliqué pacientemente−. Es una simple adaptación. −¿Una adaptación, Dulcinea? Las grandes obras de la literatura son para disfrutarlas tal y como su autor tuvo la gracia de inventarlas. Suspiré, aunque opinaba del mismo modo. −La está leyendo Carlota para la escuela. Solo tiene once años. Cuando oyó esto y comprendió lo que le decía, Miguel pareció de lo más complacido. −¿La pequeña está leyendo mi novela? −le brillaban los ojos− ¿Y les ha referido ya a sus compañeros que ese genio que la escribió no es ni más ni menos que su abuelo? Me hubiera gustado echarme a reír y llamarle loco, pero sabía que él me contestaría algo así como que era más bien un “loco cuerdo”. −No sé si les habrá dicho algo −me limité a responder−. Si quiere, luego le pregunto. Le bastó con mi promesa, abrió el libro por una página al azar y comenzó a leer: −«Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros 62


El Cuentacuentos mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento −hizo una pausa para recuperar el aliento−; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén». Dejé que leyera aquello de un tirón porque me encantaba ese fragmento en particular. −Es impresionante la manera que tenía de escribir −reconocí− y de decir las verdades que tantos otros optaron por callarse, bien por prudencia, bien por miedo. −Me llena de satisfacción que te guste tanto y que sepas apreciar mi trabajo, jovencita. Me quedé meditando unos segundos y cuando noté que su mirada se clavaba en la mía solté, sin poderlo evitar: −Eran buenos tiempos, ¿sabe? −¿A qué tiempos te refieres exactamente? −A aquellos en los que vivió el verdadero don Miguel de Cervantes Saavedra. Porque usted es consciente en el fondo de que no es ese Miguel de Cervantes que escribió El Quijote, ¿verdad? Contuve la respiración mientras veía como los ojos de mi anciano y enfermizo abuelo se abrían de par en par, y cuando temí haber cometido el error más grande de mi vida por pasarme de lista, él rezongó, con voz cansada: −Eran buenos tiempos, en efecto.

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El Cuentacuentos 2º PREMIO DE LA CATEGORIA DE BACHILLERATO

Ramón Requejo

VIOLET Y LOS MONSTRUOS

Pedro López López, 16 años IES La Rosaleda de Alahurín de la Torre, Málaga

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V

iolet no es miedosa. No le teme a casi nada. Violet sólo tiene miedo a los monstruos; ni a los vampiros, ni a los fantasmas, ni a los zombis, ni a las brujas, ni a los gatos negros. No son una amenaza, nunca lo fueron para ella. En prisión, por muy supersticiosa que fuera, de poco le valdría tratar de consolarse con que aquellos son los únicos seres a los que podría temer. A veces, los monstruos de verdad te visitan por la noche, cuando duermes. Al tratar de resistirte a lo que ellos ordenan, surgen de la oscuridad de la habitación y te obligan a comportarte de una forma u otra y manejan tu mente. −¿Estás sorda? ¡He dicho que te cambies de ropa! Otras veces, aparecen sin previo aviso, invaden la celda de Violet, la convencen por medio de trampas, rompen su voluntad a base de fuerza y terminan consiguiendo de ella todo lo que se proponen. Cuando se enfadan, gritan, replican, empujan, hieren. −¡Eres una inútil! ¡No sirves para nada! Violet sólo conoce de cerca un monstruo así, pero tiene entendido que hay muchos más repartidos por el mundo. No comprende por qué no se les teme tanto como a los monstruos de los cuentos y fantasías, pues éstos dan más miedo que ninguno de los otros. Utilizan como objetos a las personas con las que conviven, aunque parecen no estar vivos, sino que simplemente permanecen ahí y que su existencia tan sólo se basa en torturar a los demás. −¡Eres mía, así que cállate! Las pocas veces que Violet sale de su celda encuentra a otros monstruos que la impulsan e incitan al silencio. A la obediencia en la cárcel, a no rebelarse, a no plantarles cara, a no delatarles, a no combatirlos. −Eres una mujer y él es tu marido, no puedes hacer nada. 67


El Cuentacuentos De hecho, ella se considera a sí misma uno de ellos. Uno que calla, que disculpa, que no reprocha, que aguanta, que sufre sus miedos y que, sin embargo, siempre encuentra una excusa para seguir sin creer en ellos. −Él… lo hace porque me quiere. Son monstruos; de día, de noche, al amanecer, a media tarde, bajo la luna llena, al llegar el crepúsculo, en verano, en invierno, en la cárcel o fuera de ella, en el campo o en la ciudad. Violet vive asustada y oculta bajo las sábanas, teme la visita del monstruo cada día y noche. Violet es una niña que no crece desde que conoció a su monstruo en la adolescencia y se casó con él después. Violet no sale de la celda que hoy es su casa, pensando en el qué dirán. Violet no duerme, no vive, no siente, no ve, no juzga, no se mueve. Violet es una muñeca más del cajón de madera donde su hija guarda sus juguetes y que aún sigue roto tras la última pelea, en la que su monstruo y marido casi las mata a las dos. A Violet le duele que su hija pregunte por qué papá “habla tan alto” con mamá siempre y no la deja dormir. Se avergüenza de tener que consolarla cuando le cuenta que ha tenido una pesadilla poblada de terrores más amables que su padre. Se pregunta una y otra vez en qué ha fallado para que todo sea así. Una llave consigue que la cerradura de la entrada ceda. Se abre. El monstruo viene. Violet se esconde entre las sábanas de nuevo; una noche más, tendrá que soportarlo. Se cierra. Tiembla asustada. Pasos. Se acerca. Coge aire. Está frente a la puerta del cuarto. Ella aprieta los puños. Él gira el picaporte. Violet cierra los ojos. La mano del monstruo asoma sus dedos, sujeta la puerta y… la vuelve a cerrar. Escucha sus pasos alejarse, con tranquilidad. Respira calmada y feliz por primera vez en varios años. Se gira en la cama tratando de descansar; dormirá tranquila esta noche, por fin la ha dejado 68


El Cuentacuentos en paz. La dicha se le hace eterna, colmada de sosiego, bonanza y serenidad. El monstruo se ha cansado, quizás no vuelva más. Es entonces cuando un tímido sollozo llega a sus oídos desde la habitación contigua. Un lloriqueo infantil, un ahogado “suéltame”. Las pesadillas de su hija eran más reales de lo que Violet pensaba. −Servicio de Atención para Víctimas de la Violencia de Género ¿dígame? −…Ayuda, por favor; hay un monstruo en mi casa…

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El Cuentacuentos MEJOR CUENTO DEL COLEGIO ARTURO SORIA

Daniela Alemany

UN CUADRO EN LA MALETA Elisa Prieto Castilla, 8 años Colegio Arturo Soria

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E

n una pared de una bonita casa había un cuadro de un niño montando en bicicleta. −¡Ji ji ji! Que divertido es montar en bici, pero… si pudiera salir al mundo de ahí fuera, ¡La cantidad de cosas que podría hacer!......y yo aquí enmarcado como un cuadro que soy. Ojalá pudiera salir, haría lo que fuera aunque solo sea una vez. Entonces una bonita voz interrumpió sus pensamientos −¡Mamá! ¿Puedo llevarme este cuadro a la casa de la playa? −Sí, claro −contesta su mamá. −Lo que me faltaba, ahora estoy metido en una maleta. La misma voz infantil volvió a sonar. −¿Ya hemos llegado? Después, una voz más grave dijo: −Ya casi. Y, a continuación una voz de mujer añadió: −¡Ya estamos! Natalia, sacó el cuadro de la maleta y lo colocó encima del escritorio de su casa de la playa. Esa noche… −Natalia −dijo su madre− ¿sabes que vamos a salir a cenar? −¡Qué bien! −respondió la niña.

Oh, oh, ¡¡¡no!!! Natalia se ha dejado la ventana abierta. ¡¡Aaaaaaaaaaaaahhhh!! Me he caído, ¡ay!, ¡qué bien se ha roto el cristal, ahora puedo salir! ¡Hala! qué raro es pisar el suelo yo que he estado toda mi vida enmarcado. Me voy volando por la ventana y viviré muchas aventuras ¡que nervios! Alejop espero que Natalia no se enfade y que no me vea… El cuadro salió por la ventana y se coló en un tren que pasaba por allí con tanta fortuna que el tren le llevó de vuelta a la ciudad de Natalia y su familia. Y resulta que paso el revisor y al ver ese cuadro pregunto a todos los pasajeros pero como nadie

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El Cuentacuentos había perdido un cuadro decidió llevarlo al gran museo de la ciudad. Mientras tanto, Natalia había vuelto de cenar y al encontrar que se había perdido su cuadro, se puso muy triste. El tiempo pasó y dos años después fueron de visita con el colegio al gran museo de la ciudad, y ahí encontró su cuadro. Pero no dijo nada. Pensó que el cuadro estaría mucho mejor en el museo que en su habitación.

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El Cuentacuentos 1º PREMIO CATEGORÍA STORYTELLER

Marta & Julia

FOUR INGREDIENTS

Cristobal Álvarez-Pallete Bordallo, 17 años Colegio Arturo Soria de Madrid

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O

nce again, I’m back here, sitting by my desk trying to think of something to write. So far, none of my previous publications have done badly when it comes to success. Therefore, my current dilemma is finding an idea that at least levels up to the successes of my previous stories. For weeks! I’ve been tossing and turning in my bed! And I have been invaded by nerves and agony, trying desperately to find an idea of something to write! However, my idea finally arrived, and it only took a couple of seconds. My weeks and weeks of constant torment, were solved but in a matter of seconds. The couple of seconds it took me to turn around, and stare into a photograph in my drawing room. The photograph of the person to whom I owe everything I have today, the person who is truly to blame for my success, the person who planted in me the seed which grew into my passion for words and literature, she is the one who showed me that nothing is impossible, and that dreams can be reached with faith and hard work! That person, that guardian angel, is my grandmother, Judith Baker, and this is the story of how she made me who I am today, a story which will unveil the secrets to becoming a writer, and the beauty and wonders of words! This is our story. Our story starts back in London, when I was five years old. It was a rainy afternoon of fall of 1991; and I remember that afternoon as if it had just been today… I was returning home from school, proudly skipping through the pavement, wearing my favourite Mickey Mouse raincoat, and shiny red rubber boots, whilst tightly clutching my folder in my arm. I was too excited to care about the pouring rain! To me, it was the sunniest and happiest day of my life! I kept trotting along, jumping happily in the rain, like a man in a musical my mother adored! All the way from school to the doorsteps of my grandmother’s book shop. I whipped the dirty off my wet little

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El Cuentacuentos feet in the doormat, and when I was done, I burst into the shop like a bullet screaming at the top of my tiny lungs: “Granny! Granny! Oh Granny! Granny! You’ll never guess what! Granny! Granny! Where are you Granny?!” Of course, I was also too excited to notice the other customers in the store, which I had frightened with my yelling. Then suddenly out she came from the door of behind the counter desk; walking towards me in her natural slow and graceful walk. She approached me gently, kneeled down, and quietly exclaimed in her soft, sweet, and delicate voice: “My goodness Oliver! What have you been doing?! You are soaking wet from head to toe! Go straight into the bathroom and fix yourself a hot water bath before you catch a cold, do you understand?” “Oh but Granny you’ll never guess what happened today!” I tried to explain “I…” “Haven’t you heard what I said young man?” she interrupted “Yes Granny…” “Go on darling, I don’t want you to catch a cold” she said whilst slowly caressing my hair and forehead. “I’ll be up in a minute sweetie; just as soon as I finish helping this lady. Now off you go!” she kissed my forehead and sent me upstairs to her apartment. I went in, took off my boots and hung my coat, and went straight into the bathroom and fixed myself a hot, foamy, water bath, just as she had instructed. Before I undressed I decided to look at myself in the mirror. Granny was right, I was soaking wet from head to toe! My school uniform looked like rags! But it didn’t matter to me, instead, I saw a strong, confident and mature young man, who had come home from a triumphant day at work. I stood up straight, tucked my shirt in, fixed my bright red school tie, and started posing in front of the mirror thinking to myself 78


El Cuentacuentos “Oh look at you! My handsome smart little boy!” I then realised that this was no thought, but instead, it was Granny, who had been standing at the bathroom door observing how I modelled for myself in front of the bathroom mirror. I froze in shyness. “My goodness! I don’t recall having seen you looking so smart before! You look just like a prince! And what a beautiful tie you have! Did you tie it yourself?” I nodded “Well it looks just perfect!” she said whilst grabbing my arms and kissing my forehead. “Now!” she exclaimed, “Let’s turn this tap off before this house turns into a swimming pool, shall we?” she asked whilst I giggled “Good! Now, may I ask his royal highness to please take off his oh so very elegant robes, and kindly step into the hot bubble bath so his granny, who loves him very much, can wash him properly to make him look and smell even nicer?” she said putting silly accent “Yes!” I answered. I took off my “oh so very elegant robes”, and when I did, Granny grabbed me by the armpits and flung me straight into the water. I submerged myself in the foam, and came back out with a huge foamy lump on my head, which was yet another excuse for Granny to laugh and kiss me. I suddenly remembered what I had been trying to tell Granny since I left school! “Oh Granny!” I said leaping “Good heavens Oliver! Sit still!” Granny answered chuckling “You might slip!” “Oh but Granny you’ll never guess what happened to me today!” “What happened my love?” she asked staring at me with her pearl like eyes

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El Cuentacuentos “Well, I, I… Ms. Spenser! She, she, she handed back out the stories we had to do for homework last week! And, and, and, I, I, I got a ten out of ten!” I shouted in victory “A what?!” she replied “A ten?!” I nodded back smiling “Oh my dear boy! Congratulations!” she exclaimed whilst sinking me into her arms and kissing me “All hard work pays off you see? There is talent in you my baby, trust me, there is” she whispered into my ear, hugging and rocking me in her arms. “Granny?” “What is it dear child?” “I know what I want to be when I grow up!” “What my darling?” “I’m going to be a writer!” “A writer!” she exclaimed “Well that’s perfect! You are going to be the best writer in the world! And I’ll be the proudest Granny on Earth when I sell your best-selling books in my store!” “But Granny…” “Yes darling?” “What do I need to become a writer?” I asked worried “My darling;” she said softly whilst gently rubbing me with the sponge “The recipe for making a great writer is as simple as blinking!” “Really?!” I gasped “Oh yes! You only need four ingredients!” “And what are those?” I asked in confusion “Well, the first ingredient is speaking. Now, try and imagine what life would be like, if nobody knew how to speak any language.” “I guess they could write them… oh…” I replied stupidly “You see my boy?” she asked whilst carrying me out of the tub “If conversation did not exist, why, it would be practically like being dead wouldn’t it?! Texts could be said to be conversations from authors to readers aren’t they? This is why an author 80


El Cuentacuentos needs to learn to speak darling, to know the art of speech, and to see the beauty of language, so they can put across emotions to readers and produce art, my love.” “Oh” I answered in astonishment “Now, we have come to our second ingredient; an author may know to speak; but where does an author get language from?” “His mummy?” I asked innocently “No, try again darling” “Telly?” “No, dear” “A dictionary?” “Close! From books!” “Books? But how can he write a book of his own if he steals language from other books from other authors?” “Darling that’s not it! Let me explain; when you are thirsty, you drink from a tap, when you are sleepy, you go to bed, and when you need language, you read books! Books are like taps of language! Books are universes of knowledge darling!” “Universes?!” I exclaimed “Yes! You’ll learn more valuable and interesting things in one book than in a whole day! But one of the main things one learns in books, is language! Words! Expressions! For example; a person who wants to become a mathematician, can rely on a couple of textbooks for his study, but for an author apprentice, any book is valid! Because it contains language! And reading and learning language is the best way in which to make a great author! By filling in and enlarging your “swimming pool of words! ”with the tap of words which is a book! ” She finished, kissing my forehead, as I was now ready for dinner in my pajamas. "Now young man, we've come to our third ingredient! Once you have knowledge of language, the next ingredient is writing. Writing is what authors use to make art out of language" 81


El Cuentacuentos "Writing? But if you know how to talk, can't you just create art by talking?" "No my love, that's the same as saying: If you know how to walk, then you aren’t you able to ballet? Writing is what writers use to create beauty with a bunch of words! In other words, they bring out the best of each word, and they sort of enhance its meaning, to make it have an effect on you, the reader, and sometimes one word alone can be used to convey all sorts of different feelings to the reader! For instance, let's pick an ordinary word such as "hold" which in this case is a verb. Now, it may seem like just another normal ordinary verb, but, with the magic of writing, if we put it into a sentence, combined with other words we can transform it! And create all sorts of effects on the reader! Do you see what I mean?" "No..." "Well, imagine this scenario: A woman, hanging with one hand off the edge of a building, floors and floors away from the ground! A man is desperately trying to reach for her, but he could also fall down! Her fingers are slowly slipping down, thumb, index... Now her life is relying on the strength of her three remaining fingers! The man has almost caught her, but he can't stretch any further! "HOLD ON!" he yells "HOLD ON!" What do you think? "Wow" I gasped widely opening my mouth "Now let's go back to the same scenario. The woman has been saved by the man, and they are both hugging by the window from which she almost fell, and she says: "Oh Sam, you are probably the bravest and craziest man I've ever met; didn't you realize you could have fallen as well?!" "Julie, I would have fallen one and a million times more if it meant you were safe" "Oh Sam... Hold me, hold me and never let go..." Do you see the difference?" 82


El Cuentacuentos "I do!" I said "Words are a writer's paint brush, and through writing them, a writer crafts his art! They are also the “telephone line” which a writer uses to communicate with the reader! So, if you want to have a conversation with… Shakespeare himself! Just go and read one of his plays! Afterwards words may be said out load in a play, or sung in a song; but never forget from where those words really come from! From a text some author wrote.” “Wow! I thought that being an author would be so… beautiful!” I exclaimed “Are you sure there’s more ingredients?” “Why certainly!” She exclaimed back serving my dinner “Now we’ve come to one of the most important and crucial ingredients, listening” “Listening? To what?” I asked “To anything” she answered “What? This doesn’t make any sense!” “Oh it does! Tell me; what will a writer write about if he has no ideas?” I stood still, and said nothing. “Correct!” “But I didn’t say anything!” “That’s exactly it! Nothing! If a writer has no ideas, he cannot write! Ideas are fuel for writers! Without them, nothing occurs! And you can find these ideas, anywhere! By listening to music, or by listening to a train engine! You never know where ideas will come from, so never stop listening! Always be ready!” “Great!” I exclaimed in joy “Now I’m ready to become a writer!” “Not so fast young man!” Granny snapped back “Didn’t you say there were only four ingredients? Speaking, reading, writing and listening?” “That’s exactly right” she replied “Well?” 83


El Cuentacuentos “Well, there’s always a “secret ingredient” isn’t there?” “Secret ingredient?” I asked surprised “That’s right” she replied whilst putting the plates in the dishwasher. “This is the most important ingredient in the recipe for making a great writer, the secret for success. Without it, there is no writer, only a bad one. Do you want to know what it is?” “YES!” I said leaning forward and nodding quickly “Imagination” she replied “If a writer has no imagination; then he is blind folded, he has no sight, for imagination is the eye a writer uses to create! Imagination is what makes the other four ingredients work. It is the place from which stories and characters come from! Snow White and Peter Pan didn’t just pop out of nowhere my darling! They come from the imaginations of those who created their stories. And imagination can only be found in one place” “Where Granny?” “In you. Imagination is what makes you, as a writer, special, and different from the rest. The more imagination you have, the further you will get! It is from where all your stories will be born, and once they are, use the four ingredients!” she concluded A claxon honked; Mummy was waiting for me in her car. I head to the front door, put on my Mickey Mouse raincoat and red rubber boots on top of my pajamas, and picked up my folder and a bag with my dirty school uniform. I kissed Granny goodbye, and as I was heading towards the exit, I turned around, ran and hugged Granny tightly, as if part of me knew that in that afternoon, she had opened the doors to my future. “Thank you Granny…” I whispered “I love you” “Oh my sweet baby boy…”she whispered back, caressing my back We stopped hugging, and I stood up straight and said to her: 84


El Cuentacuentos “One day, I’ll be the best writer in the world Granny, and it will all be thanks to you! I promise!” “I know you will” she said, holding back her tears. The claxon honked again “Come on darling, hurry up before Mummy gets told off” “Yes Granny, goodbye! And thank you!” “Any time! Goodbye my darling; goodbye precious…”

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El Cuentacuentos 2º PREMIO CATEGORÍA STORYTELLER

Sandra Lázaro

ROUND-HAY´S DEMONSTRATION Arancha Royo Amat, 17 años Colegio Arturo Soria de Madrid 87


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I

could see in the distance how a dozen men walked steadily towards our house. The night was pitch dark so I couldn't tell one from another. I jumped of the chair I was using to reach the window and ran downstairs; hopefully papa would be one of those. I walked out of the room and closed the door behind me trying not to wake little Emily. In vain I went outside to meet papa but as soon as I reached them I knew he wasn't there. Miners smell of sweat and coal, these were probably just workers from the railroad. As soon as I got back inside Emily started crying. I took my time to get to our room, my legs hurt from standing all day in the factory, and I slowly lifted her from the cradle. Though we'd been eating less this month she had managed to gain some weigh. She kicked me and bawled until I held her to my chest, just as mom used to do, and started humming "Lavender’s blue" - Lavender’s blue, dilly, dilly, lavender’s green. When I am king dilly, dilly you shall be queen.- My voice isn't as beautiful as mom's but it did the trick, Emily was looking at me with her grey eyes, like my dad's, wide open and in absolute silence. I smiled and swayed. - Call up your maids, dilly, dilly, at four o'clock- I heard whistles in the distance and the sound of running footsteps. With my sister still in my arms I approached to the window.- Some to the wheel, some to the rock.- the cloud of smoke that covered Round-hay was denser than usual and flickering red lights glew in the night.- Some to make hay...- people appeared on the road- some to shear corn...- Four of them stopped by our house while the others scattered. One opened the door, other two helped a fourth man get inside.- But you and I...- the front door closed and men's voices filled the house.- shall keep the bed warm.- I whispered as I left Emily in the cradle. I saw light through the cracks in wooden floor. Someone must have turned on the stove. I crawled to the stairs and stayed there watching the scene. 89


El Cuentacuentos -Where do I put him?- one said. He was carrying a hefty man over his shoulder. -My hand…- he groaned. -Yes John, it hurts. Stay with us. – I recognized him, it was Doctor Radly. -Quickly, put him on the table and pull off his shirt-. That was father´s deep voice, always calm and bossy. I couldn´t feel but relief, he wasn´t hurt.- and lower your voice. My daughters are upstairs. Help us Donovan.-Aye sir.- the three of them lifted John on to the table. -My arm…I need to see my arm…-John don´t move- Doc ordered-. I need my scrapple, the needle, thread, alcohol and…- now to my father he whispered.and maybe a larger knife.- Donovan and my father exchanged a worried look. Now they were all bent over John´s body and I couldn´t see much but I knew that Doc had started his work when a howl, full of anguish and pain cut the silence.- Don´t be such a cry baby, we know it hurts.- and another cry joined in, it was my sister´s. I ran to her and hugged her and mumbled soothing words to her but she couldn´t hear me over the miner´s screams. -Stop it John! The police is out there in the streets, If they hear you we´re dead.-I´d rather be dead that numb. Redd, you know all I can do is work. I was born in a mine and I´ll die working in a…- The sound of broken glass put an end to his ravings. For a moment I could only hear my heart pounding in my chest heavily, and then I felt my gown´s neck wet, maybe from Emily´s tears or just cold sweat. For a few minutes an ominous silence fell upon the neighborhood, just enough time for Emily to fall asleep again. Once more I covered her up and went to the stairs. Papa, Donovan and Doc were putting on their coats and hats. -So what now, Redd?- Donovan asked worried.90


El Cuentacuentos -We have to get to McGrath´s. All the materials are there. If he gets caught we´re all in trouble.-Call me if there is any sing of infection.- Doc put a hand on papa´s shoulder.- I´ll be here as soon as I can tomorrow morning.Not until they all had gone did I dare to enter the living-room. The air was warm and heavily packed with the scent of blood and gin. Pieces of a glass bottle cracked under my socks as I walked to the kitchen table. There he was, John Henry, lying on his back covered with a blanket. His chest moved so slowly you could hardly tell if he was alive or not. My dad had told me stories about John. It´s said that in the past he and his crew were in the galleries when a tunnel collapsed and he cleared the way with the only help of his bare hands. They call him John “the bull” Henry. I´ve never seen a bull but I´m sure he would easily beat one. I was about to lift the blanket to see his face but a hand caught mine in midair. A scream died in his throat, it was John´s hand. -Hey you ginger hair-. He coughed-. What you think you´re doing?- He had a strong accent difficult to understand. Still holding my hand he tried to sit up but a pain in his chest forced him to stop. -You shouldn´t move…-I don´t care what I should or shouldn´t do. Come on, help me. He let go of me and I pushed him up-. There you go, good job little girl.-I´m not a girl, I´m a woman-. I said proudly. It´s true that I´m kind of short and my round face adds up to my childish look but I´m fourteen and the lady of the house. -And what makes you a woman?- he gave me a crocked smile and I couldn´t but flush. Mother had told me not to talk about certain topics with men.- Is it because you bleed?- he mocked me.- Look,- he showed me the stump on this right arm, the stiches were red and black bruises covered the rest of the limb- I 91


El Cuentacuentos bleed too- he threw his head back and laughed. In the dim light that the stove gave I looked at him closely. He wasn´t the man I remembered. His hair black hair, which he used to keep in a bun, had been cut short and showed some silver strands. He still had a strong yaw line but his sideburns had been shaved too. His nose was swollen, as well as his lips which, in addition were dry and stained with blood.- What you´re looking at sassenach?- still his green eyes looked as fierce as ever. -It´s just…- I felt my cheeks burning again. I´d been standing there, without saying a word, just staring at him-. You look thirsty. Would you like some water?-I need something stronger to ease me pain-. He pleaded. I went to the kitchen drawer and took out a bottle of whisky. I held it to his broken lips and he gulped in two long sips.- Way better, your father keeps some good booze over there.- he urged me for the bottle again. He drunk it all. -We stood there, his gaze fixed on mine. Then he looked away. -Girl, do you pity me? -What? No, of course not-. I babbled. The question took me by surprise. -Don´t lie. I can see it in your eyes-. He tried to reach my face with his left hand. At first I was afraid but he softly caressed my cheek. His hand was sweaty but still his touch felt warm, too warm. He had fever- look, you´re crying for your wounded fellow-. I hadn´t noticed it. For my surprise he smiled-. You know, it´s kind of comforting to know someone cares enough to cry for me. Now I can die knowing someone will cry me loss. -Of course there are people who care!- I managed to say in a trembling voice.- Your comrades would cry, the bells of the church will toll for you… -Who cares of those bloody bells of yours-. His fist hit the table. -I don´t know if heaven or hell exist, personally I don´t really mind…I´ve seen hell. It´s not that bad.

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El Cuentacuentos -Wait…what? How?-. He laughed at my confused expression and two strings of blood started flowing from his mouth. Mom used to cough blood, but she was sick. -Well little lady, I´ve been working in hell for the past thirty years-. He smiled.- Believe me, I´ve dug to the core of the earth, the walls are covered with black coal and the air carries tiny grains of… He coughed again, strong enough for blood to reach my nightgown. - Sorry there… He could see I was feeling nauseous so he moved a side so I could sit by him on the table. -Don´t you worry. It´ll soon be over. -Please don´t say such things. Doc will come tomorrow and he´ll give you something… I didn´t know what to say. He tenderly held my hand while he lifted the blanket with his wounded arm. He had a scar from the base of his neck to his belly button. I brought my hands to my mouth to avoid screaming-. Doc and the others told me it was just my arm, but your father´s eyes cannot lie, just like yours. It doesn´t look good, right?- the stiches were clumsily sewed and pink pieces of flesh stuck out of the wound. He started laughing again. –There is no point in fearing death, in the end will all end up as dust. I just regret my time has come so soon. I´d love to marry a good-, now looking at me and smiling- gingered haired woman. And have a bunch of annoying kids, see them grow old…you now-. I forced myself to smile and covered his body with the blanket-. Good girl. I stayed by his side all night, singing to him. I think I fell asleep before he did but when papa arrived we were both laying on the table with our eyes closed. He woke me and told me to go upstairs but when I tried to leave John got hold of me. -Please don´t leave me alone… -Stop it John, you mustn´t move-. He didn´t listen to my father and followed me. He pressed his left arm against his chest and 93


El Cuentacuentos walked to me-. You idiot! Stop this instant!- papa tackled him and forced him to sit on the table. With all the movement some stiches fell off and the wound opened-. Ada go upstairs and lock the door!- he ordered. -But papa!- and he slapped my face. I looked at him with terrified eyes and ran to my room. What a coward. I should have stayed by his side, like I did with mom, no one deserves to die alone. I cried my heart out until my eyes hurt. The next morning, when I went downstairs I found the room just as I´d left it last night, only that John Henry wasn´t there, but my father´s comrades from the syndicate were. -John..?- I saw their faces and none of them seemed to know what had happened. But my father´s eyes betrayed him. John was right, papa couldn´t keep secrets.

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CUADRO DE HONOR DEL CERTAMEN NACIONAL DE NARRACIÓN PARA JÓVENES EL CUENTACUENTOS 1996 PRIMER PREMIO Una cuestión de atrezzo, de Ignacio Vigalondo. Vitoria SEGUNDO PREMIO Egos, de Isaac González. Madrid ACCÉSIT FINALISTAS Mucho gusto en conocerla, de Brenda Otero. Madrid La Muerte de Venus, de Isabel Almería. Madrid Naricísimo Infinito, de Rubén Marcos. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Mi viaje por el Arco Iris, de Ana Álvaro 1997 PRIMER PREMIO CATEGORÍA PRIMARIA La Vieja Araceli, de Vanesa Alfaro. Novelda. Alicante FINALISTA CATEGORÍA PRIMARIA Un misterio en el vaso, de Rubén Bermejo. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA SECUNDARIA Cuando yo era niña, de Paula Martos. Madrid FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA El sol de los espejos, de Mercedes Cañeque. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA BACHILLERATO La fiebre, de Irene Vallejo. Zaragoza FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Tabaco y humo, de Nartalia Macías. Huelva PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA La casa encantada, de Daniel Amelang 1998 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA María, Juan y el burro que sabía leer, de Daniel Cancela. Santa Comba, A Coruña FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA El misterio de la casa de los abuelos, de Lucía Rodrigo. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Como una sonrisa del cielo, de Cristina Morral. Matadepera, Barcelona FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA El viajante, de Jorge Rus. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Gaviota herida, de Cristina Montellano. Talavera de la Reina, Toledo FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO El espejo de la ventana, de David Portaleoni. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El muro, de Paula Martos. Madrid

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El Cuentacuentos 1999 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El detective Mostáchez en el misterio de los Reyes Magos, de Daniel Amelang. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Las frutas vivientes, de A. Mesurado, S. Martín, R. Pequenis y L. Moreno. Huelva PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Lo único, de Nacho Bilbao. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA El mundo paralelo de Rubén Ruiz. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO ¿Existen los Reyes Magos? de Juan Melgar. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO La Princesa de la Mandrágora de Cristina Montellano. Talavera de la Reina, Toledo PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Las aventuras de Cristina y Manolo, de Javier Sarmiento 2000 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA Lágrimas de sol, de Francisco Martínez. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Un verano increíble, de Laura Araque. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La alfombra, de Laura Gazpio. Miranda de Ebro, Burgos FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La belleza de tus ojos, de Lidia Zamora. Tudela, Navarra PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Cinco miradas, de Paula Martos. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Venganza de Beatriz Lorenzo. Ourense PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA ¿Adónde?, de Nacho Bilbao 2001 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA ¿Por qué a mí? de Javier Sarmiento. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA La maleta viajera, alumnos del C. P. Condado de Noreña, Asturias Querida ciudad, de Ivor García. Valladolid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Regalo de aniversario, de Manuel Cerdido. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Locura, de David Aribi. Madrid ...Cómo lágrimas en la lluvia, de Nacho Bilbao. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El crimen perfecto, de Francisco Martínez y David Amelang 2002 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA La flor mágica, de Laura López Campos. Nuevo Baztán, Madrid

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El Cuentacuentos FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Falsa alarma, de José Virgilio Torres Torres. Corral de Almaguer, Toledo PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA 500 metros, de Gillén Díaz Gerediaga. Bilbao, Vizcaya FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Un buen chocolate, de Belén García Galiana. Ajalvir, Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO El viejo de las palabras perdidas, de Inés Sevilla Llisterri. Valencia FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Ley de vida, de Andrea Gutiérrez Bermejo. Villanueva de la Cañada, Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Caminando entre la miseria, de Enrique Garrán López 2003 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El Viaje, de Beatriz García Maya. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA La fuga de las vocales, de Pablo Segovia Castillo. Badalona, Barcelona PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Retazos, de Enrique Garrán Gómez. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Angustia, de Esther Martínez González. Carrión de los Condes, Palencia PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO La rutina caracol, de Elena Rosauro. Madrid FINALISTA DE LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO Un sol menos, de Nacho Bilbao Gómez. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Historia de una joya, de Francisco Martínez Vélez 2004 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA Un problema esponjoso, de Cristina Reinoso. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Acabo de verla, de Celia Fernández. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE SECUNDARIA El estuche de terciopelo azul, de Noelia Martínez. Lugo FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Cuando muera este hombre, de Carlos Pedro Esteban. Guadalajara PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO El sillón de cuero, de Laura Marisela Martínez. Madrid FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Silencios y llamadas, de Alberto Ramos. Santiago de Compostela, A Coruña PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PERSONAL DOCENTE Los constructores de diques, de José Manuel de la Huerga. Valladolid FINALISTA PERSONAL DOCENTE Abrigo, de José Luis Bilbao. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Una vida para vivir, de Jacobo Ouviña. Madrid FINALISTA DEL COLEGIO ARTURO SORIA

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El Cuentacuentos El túnel de los colores, de Alicia García. Madrid 2005 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El cumpleaños de Kling-Jang, de Juan Manuel Aguilar. Sevilla FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Mi vida, de Berta Rubio Pascual. Madrid PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA Despertar la muerte, de Noelia Martínez Rey. Lugo FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Luces y sombras, de Carlos Ramos Maeso. Almería PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO Pesadilla, de Mª Eugenia Hernando Miñarro. Madrid FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO La hoja, de Jaime Villacampa Ortega. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Sueños de una noche de verano, de Alba Mínguez López-Acevedo. Madrid 2006 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El paraca que nunca regresó, de Val Huerta Pintado. Alcalá de Henares. FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Patas arriba, de los alumnos de primaria del CEIP prácticas-anejo. Sevilla. PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La mirada del halcón, de Máxin Roses Sitges. Barcelona. FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Sueños rotos, de Beatriz Velayos Amo. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO Encuentros en la segunda planta (sala de conferencias y oficinas), de Sara Molera Bastante. Madrid. FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO Crónicas de un crimen perfecto, de Alberto Sánchez Chacón. Madrid. PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Despertar, de Carmen García Rodríguez-Marín. Madrid 2007 PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE PRIMARIA El valle de las flores, la Raflexia, de Sara Alonso Blázquez. Madrid FINALISTA CATEGORÍA DE PRIMARIA Viki y los griegos, de María Ramos Gómez. Mata del Cuervo, Segovia. PRIMER PREMIO DE LA CATEGORÍA DE SECUNDARIA La receta, de Laura Berzal Plaza. Algete,Madrid. FINALISTA CATEGORÍA SECUNDARIA Caída en picado, de Beatriz Velayos Amo. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORÍA DE BACHILLERATO El atardecer de la amapola, de Carlos Ramos Maeso. Almería. FINALISTA CATEGORÍA BACHILLERATO (Premio desierto.) PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Quiero ser como papá y mamá, de Alicia García Rodríguez-Marín. Madrid

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El Cuentacuentos 2008 PRIMER PREMIO CATEGORIA DE PRIMARIA Maruxaina, de Nacho Maña Mesas. Ponferrada León FINALISTA CATEGORIA DE PRIMARÍA ¿Cómo puedo coger el tiempo?, de María García de la Torre. Madrid PRIMER PREMIO CATEGORIA DE SECUNDARIA La pesadilla de Amal, de Olivia Figueira Núñez. Padrón, A Coruña FINALISTA CATEGORIA DE SECUNDARIA Misterio en la catedral, de Alberte Villamarín Rodríguez. Padrón, A Coruña PRIMER PREMIO CATEGORIA DE BACHILLERATO Mil rosas, de Sara García Paz. Madrid FINALISTA CATEGORIA DE BACHILLERATO Hojas secas, de Sara Pérez Fariñas. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA El fin del mundo, de Raquel Fernández. Madrid 2009 PRIMER PREMIO DE 1º,2º,3º DE PRIMARIA El pato mensajero, de Jorge Sánchez Martín. Madrid FINALISTA DE 1º, 2º, 3º DE PRIMARIA Las puertas mágicas, de Patricia Montero. Madrid PRIMER PREMIO DE 4º,5º, 6º DE PRIMARIA Un deseo y medio, de María Arriola Gómez. Madrid FINALISTA DE 4º, 5º, 6º DE PRIMARIA Vicenzo Galilei, de Gonzalo Martínez Pérez. Madrid PRIMER PREMIO DE SECUNDARIA ¿Quién es usted?, de Santiago D´Ors Silva. Madrid FINALISTA DE SECUNDARIA Cuentos de princesas, de Alicia García Rodríguez-Marín. Madrid PRIMER PREMIO DE BACHILLERATO El narrador de los cuentos olvidados, de Raquel Silva León. Écija, Sevilla FINALISTA DE BACHILLERATO Próxima parada, de Carmen García Rodríguez-Marín. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA De color amarillo, de Lucía Gutiérrez Vázquez. Madrid 2010 1º PREMIO DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA Julia y las gotas de agua, de Julia Martínez de Velasco. Madrid 2º PREMIO DE 1º, 2º, 3º PRIMARIA El deseo de Chaomín, de Virginia Jiménez García. Madrid 1º PREMIO DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA Ratón pequeño pero valiente, de Julio San Román Cazorla. Madrid 2º PREMIO DE 4º, 5º, 6º PRIMARIA Regalo de cumpleaños, de Fernando Panizo Molero. Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Viaje al interior de una bombilla, de Bárbara Manzano Bello. Madrid 2º PREMIO SECUNDARIA

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El Cuentacuentos ¿Inevitable?, de Lucía Conde Moreno. Vizcaya 1º PREMIO BACHILLERATO Pequeños trozos de mundo, de Lucía Gutiérrez Vázquez. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA En busca del sueño, de Clara Rodríguez Azagra. Madrid 2011 1º PREMIO 1º, 2º, 3º PRIMARIA El viaje de maría, de María Monje Calvo. Madrid 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA A Rodrigo no le gusta la comida, de Santi Mira Almendro. Madrid 1º PREMIO 4º, 5º, 6º PRIMARIA Cinco historias antes de morir, de Irene García Carrera. Madrid 2º PREMIO 4º, 5º, 6º PRIMARIA El amigo invisible de Jaime Olivé Palacios. Las Rozas, Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Conjugar la vida de Paula Cuesta Urquía. Madrid 2º PREMIO SECUNDARIA 1939, de Daniel Fernández Iglesias. Madrid 1º PREMIO BACHILLERATO Estalactita, Santiago D´Ors Silva. Madrid 2º PREMIO BACHILLERATO En un edificio de sombra azul, de Marta González González. Ourense PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA La naranja asesina, de Rodrigo Parente Carrasco El odioso suspenso, de Joan Llorca Albareda 2012 1º PREMIO 1º, 2º, 3º PRIMARIA La pelota roja, de Tomás Villar Lozano. Madrid 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA Dentro del cajón, de Jorge Lázaro Mesa. Madrid 1º PREMIO 4º, 5º, 6º PRIMARIA El maravilloso cuento de Juana, de Jorge García Arroyo y Patricia Delgado del Castillo. Madrid 2º PREMIO 4º, 5º, 6º PRIMARIA Mi caballo anda y yo relincho, de Paula Anaya Hernández. Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Historia de una vida, de Lucía Morato Cordero. Madrid 2º PREMIO SECUNDARIA Te he echado de menos, de Raquel Cruz García. Las Rozas, Madrid 1º PREMIO BACHILLERATO Dos meses, de Marta González González. Ourense 2º PREMIO BACHILLERATO Intocable, de Lorena Morato Cordero. Madrid PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Bienvenidos, de Claudia Álvarez Varela. Madrid 2013 1º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA

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El Cuentacuentos El sol ha desaparecido, de Carla Delgado Vique. Sevilla 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA La niña que vivía en un calabozo, de Alicia Dissanayake Jorge. Madrid 1º PREMIO 4º,5º,6º, de PRIMARIA El tenedor aprensivo, de Mª Luján Fonseca de la Serna. Las Rozas, Madrid 2º PREMIO 4º,5º,6º de PRIMARIA El año del abuelo, de Clara Rivadulla Duró. Lleida 1º PREMIO SECUNDARIA Manías y obsesiones, de Christian Espadas Ruiz. Ciudad Real 2º PREMIO SECUNDARIA Como lágrimas en la lluvia, de Irene Reyes Noguerol. Sevilla 1º PREMIO BACHILLERATO Resucitar como el ave fénix, de Daniel Espadas Ruiz. Ciudad Real 2º PREMIO BACHILLERATO Cartas desde Okinawa, de Gonzalo Linares Matas. Murcia PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Chemin de fer, de Ricardo de Vega. Madrid 2014 1º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA Juanito el despistado, de Carla Delgado Vique. Sevilla 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA El arco iris que no podía brillar, de Alberto González Lanau. Huesca 1º PREMIO 4º,5º,6º, de PRIMARIA El eje de la vida, de Marta Ramírez Jiménez. Alcalá la Real, Jaén 2º PREMIO 4º,5º,6º de PRIMARIA El objeto que cambió mi vida, de Covadonga Fonseca de la Serna. Las Rozas, Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Cuando vuelvan las mariposas, de Alejandro González Anievas. Ponferrada, León 2º PREMIO SECUNDARIA Trece cuentos a razón de menos cinco, de Julia Flórez García. Madrid 1º PREMIO BACHILLERATO Ílome, de Raquel Mena Marcos. Madrid 2º PREMIO BACHILLERATO El último viaje, de Irene Reyes Noguerol. Sevilla PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA La fiesta nocturna, de Amelia Sánchez Vega. Madrid 2015 1º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA El cuento del sol y la luna, de Carla Delgado vique. Sevilla 2º PREMIO 1º,2º,3º PRIMARIA Ser feliz con menos, de Carlo Gallego García. Las rozas, Madrid 1º PREMIO 4º,5º,6º, de PRIMARIA Operación cupido, de Alegría Ibáñez Regil. Madrid 2º PREMIO 4º,5º,6º de PRIMARIA El pequeño mundo de los gigantes, de Lucía de Dios Pantoja. Torres de la Alameda, Madrid 1º PREMIO SECUNDARIA Les Quatre Chats Rouges, de Alejandro Mejías Reinoso. Barcelona

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El Cuentacuentos 2º PREMIO SECUNDARIA Última carta, de Lourdes Micaela Costa Pintos. Murcia 1º PREMIO BACHILLERATO El día que abandone mi pañuelo, de Eduardo de la Iglesia Pérez. Navahermosa, Toledo 2º PREMIO BACHILLERATO Nunca, de Carmen Sánchez Cabezas. Badajoz PREMIO COLEGIO ARTURO SORIA Érase una vez la naturaleza, de Vega González García. Madrid 1º PREMIO STORYTELLER To you, Green eyes, de Cecilia Lilianne Desmarescaux Santos de Madrid 2º PREMIO STORYTELLER Please, do not forget, de Álvaro Mandía Carrascosa. Madrid

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