Sidney Morago

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DON QUIJOTE Segunda parte, capítulo 1 El cura y el barbero, por no recordar el pasado, no veían a don Quijote hacía ya un mes.

Aunque a su sobrina y su ama sí visitaban para dejarles encargado

qué cosas para el cerebro, y por tanto mala ventura, tenían que darle de comer.

Éstas veían que su señor estaba cuerdo y en buen estado,

así que en traerlo en el carro de los bueyes les pareció haber acertado.

Así, para ver su mejoría, los hombres fueron a visitarlo.

Con elegantes palabras fueron recibidos y en su conversación entraron el gobierno y el estado.

Hablando de cómo gobernaría cada uno, los tres se hacían legisladores.

Don Quijote habló tan discretamente que creyeron que estaba bueno, los dos examinadores.

La sobrina y el ama se hallaban también expectando,


y no paraban de agradecer a Dios el entendimiento que su señor tenía.

Pero el cura junto al barbero decidió verificarlo, abandonando la idea de no hablar de caballerías.

Para esto contó algunas nuevas de la corte, el Turco bajaba con una poderosa armada.

Como un prudente guerrero ha hecho el rey, dijo Don Quijote, aunque le aconsejaría dando una alarma.

El cura dijo entre sí:

- ¡Pobre Don Quijote, que te despeñas desde la más alta cumbre de tu irracionalidad hasta el profundo abismo de tu simplicidad!

El barbero preguntó por la advertencia, ya que lo mismo pensaba, y que ésta iba a ser dañina para el reino, imposible o disparatada.

Don Quijote respondió que la suya era fácil, justa y breve,

y el cura quiso oírla, pero don Quijote dijo: “No quiero que otro mi mérito se lleve”.

Los hombres juraron ser discretos y don Quijote fue explicando,

había que reunir a los de España andantes caballeros y acabar con los que estaban


bajando.

El barbero, después de pedir permiso, un cuento empezó a contar, y así exponer la idea de la locura ante él y en razón hacerlo entrar.

Pero don Quijote replicó con la importancia y felicidad de la caballería, y, de los caballeros andantes, la humildad, prudencia, valentía y cortesía.

El rapador se disculpó, y aunque ya en vano, no enfadarse a don Quijote rogó. Y el cura preguntó sobre estos, sus damiselas y los gigantes, ya que le parecía divertido.

De repente oyeron al ama y la sobrina, que habían dejado la conversación ya y acudieron al patio, allí las habían oído gritar.

SIDNEY MORAGO RODRÍGUEZ


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