ME GUSTAS MUCHO

Jaime Guadalupe Lobato

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Para todos aquellos que se atreven a conquistar sus sueĂąos.

Jaime Guadalupe Lobato

¡DIABLOS!, ESTOY QUE ME MUERO DE NERVIOS. Hoy es el cumple de Gonzalo y ha armado un tono en su casa. Hace unos minutos que ha llegado mi amor platónico, está mmmmmmm, lindísima, me muero por ella… La Gata está que te mira, Gordo, bromea Gonzalo a mis oídos. Paty, que está colgada de su brazo, masca chicle sin control. Algún tiempo atrás, ella me gustaba mucho, hasta que, por estar pensando si le caigo o no, Gonzalo me la ganó. ¿Por qué siempre llego tarde?

He ensayado muchos pasos y movimientos; tengo que sorprender a Karla. Hay chiquillas que se pegan a uno cuando tienes ritmo, cuando la haces linda. Gonzalo dice que lo primero que debo hacer para que las mujeres me quieran es dejar de comer hamburguesas y tomar gaseosa; esas vainas te inflan, Gordo, me dice. Pero, mientras más pienso en ella, en Karla, más ganas de comer tengo, ¡qué estúpido es el amor!

La música suena; baila mi corazón de nervios; Karla es un alfiler que se hunde en mi cabeza. Karla, por ti soy capaz de dejar de comer hasta quedar como Gonzalo, flaco y con buen porte. No aguanto las ganas de orinar.

En el baño me cruzo con Ángel. Estás papacito, Gordo, me cochinea; con esa ropa pareces un hombre de verdad.

Antes de quitarse, me dice que no me duerma, alguien te 3

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puede ganar otra vez. Él fue el primero en enterarse de que Karla me gustaba. ¡Qué roche pasé aquel día! Sucedió antes de que Karla saliera con el Goliat. Como ella me gustaba mucho, un día decidí lanzarme con todo. En el colegio me era difícil meterle floro; tampoco confiaba en mis amigos para que me hagan el bajo. Sé que fue una idea estúpida, pero en ese momento no me di cuenta.

Sabía qué canción le encantaba a Karla; ella y su mejor amiga la coreaban a diario. En una hoja de cuaderno copié la letra y al final escribí una breve dedicatoria. El lunes, le pedí a Karla que me prestara su tajador. Al momento de devolvérselo, dejé el papel en su mesa. ¿Quién te lo ha dado?, me preguntó en el recreo; no logro descifrar las iniciales. ¿No te ha gustado?, le pregunté. Es mi canción preferida, sonrió, pero me gustaría saber quién me la está dedicando. Mi cuerpo temblaba, mis palabras temblaban. ¿Y si te digo que soy yo?, me aventuré a pronunciar. Ya deja de bromear, volvió a sonreír, y no insistió más. De hecho, había visto que las iniciales coincidían con mi nombre, solo que una noticia como esta no la esperaba.

En mi casa, escribí otro papel, esta vez inspiración pura.

Y para que Karla no tuviera dudas, al final coloqué: De Diego M. L. Al día siguiente, para jugar básquet, dejé mi casaca en el corredor. Quizá buscando algo de dinero en mis bolsillos, Ángel encontró la prueba que me delataba. ¡Oigan, oigan, miren lo que encontré!, vociferaba; 4

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¡Oigan, el Gordo está templado! Cuando escuché la palabra templado, me puse saltón. ¿Quieren saber de quién?, seguía Ángel. ¡Maldición! En su mano levantada colgaba el papelito que abría las puertas de mis intimidades. Al ver que me acercaba, Ángel se dio a la fuga. Corrí para alcanzarlo, esquivando estudiantes que a esa hora del recreo caminaban o jugaban por todas partes.

Mis compañeros, como leones hambrientos, me seguían. Ángel tiene piernas cortas, pero corre bien. La idea de que todo el salón supiera que Karla me tenía embobado, me atormentaba. No sé de dónde saqué fuerzas. Cuando Ángel sintió que ya no podía más, se metió en el baño. Yo sabía que, si no actuaba de prisa, Ángel iba a tirar el papel a manos de mis compañeros, apenas los veía llegar. En los recreos te invitaré lo que quieras, le supliqué. Los leones aparecieron antes de que lograse desaparecer el papel. ¡Al ataque!, gritó alguien. Me acorralaron contra la pared. Yo movía pies y manos; más, al verme perdido, se me ocurrió una última jugada: eché el papel en mi boca y me lo tragué. Gordo de mierda, me decían; Gordo, panza de basurero. No se quedaron quietos, cogieron de las piernas y brazos a Ángel y lo amenazaron con meter su cabeza en el wáter si es que no vomitaba el secreto. El huevas de Ángel, perro acorralado y vencido, soltó la nota que nos dejó paralíticos a todos: El Gordo está templado de la Gata, aulló. El mundo se me cayó de golpe en la 5

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cabeza. Estar templado de la Gata significaba ser un pobre diablo, el jodido más jodido. Mis compañeros se rieron hasta las lágrimas: ¡Gordo de mierda!; ¡Qué buen estómago tiene este panzón!; ¡Un chancho con una gata!

Yo trataba de defenderme, pero las frases salían de mi boca como inofensivos manotazos. A la hora siguiente, toda el aula sabía que el Gordo estaba templado de la Gata. La Gata, al principio, ronroneó palabrotas y arañó —ahora más que nunca—, a todo aquel que se atrevía a lanzar bromas indirectas o directas. A disimuladas, traté de encontrar algo que me pudiera gustar de ella. ¡Ni michi! Cuanto más buscaba, menos atractiva la veía. Una mañana, me descubrió en plena exploración. Nuestros ojos se encontraron en un breve movimiento. No sé qué sucedió. Yo bajé la cabeza un tanto avergonzado, ella, en cambio, sonreía y sonreía, mientras jugaba con sus uñas largas de gata ociosa. Me quedé pensando en Karla (siempre me quedo pensando en ella), en esa chica en la que yo solo encontraba un defecto: ser la enamorada de Goliat.

Karla, tú eres mi amor platónico (mi crush, como dicen las huachafas de mis compañeras). ¿Por qué le dirán amor platónico? Camino con las manos en los bolsillos, quiero que de una vez empiece el baile. Me hace falta un trago. Otra vez me paro junto a 6

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Gonzalo. Me quedo pensando no sé cuánto tiempo. Al fin empiezan a cantar el japiverdetuyú. Mi corazón es un caballo alocado. Sí, ahí está, me refiero a Karla, detrás de su mejor amiga: polo crema descotado, pantalón azul apretadito. ¡Qué linda que está! ¿A qué hora empezará el baile?

Las vacaciones siempre traen novedades, y a mí, las vacaciones de medio año me trajeron una buena: Karla había terminado con el Goliat. ¡Qué tonazo que se armó en mi corazón! De la alegría, ese día, resolví dos ejercicios de Mate al hilo. La profe se quedó medio atontada. Aplausos para este chico, dijo. Hoy sí que has venido trayendo tus neuronas, chilló Ángel, dándome un manotazo en la cabeza. Hasta la profe se rio. Al día siguiente, en Comunicación, también me lucí. Hicimos una representación teatral y, sin alabarme, lo hice mejor que todos. Paty dijo que yo había venido inspirado, y Ángel otra vez metió su cuchara: El Gordo quiere impresionar a una personita, gritó. Pero si la Gata no ha venido, murmuró alguien. A otra personita, dijo Ángel. ¿A quién, a quién?, curiosearon varios compañeros.

Menos mal que el ticher les hizo callar con un bramido de toro viejo que tiene y Ángel dejó de joder. La verdad es que Paty y Ángel tenían razón. Los ojos, la voz, el pelo castaño de Karla, y saber que yo podría ser su próximo 7

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gil, me inspiraban, y esa inspiración desembocaba en hechos, en querer demostrar a mis compañeros —sobre todo a Karla— que todo es posible en la vida, que el Gordo flojo y fastidioso de la clase podía sacarse un doce de nota. No obstante, hasta que lo esté pensando, una mañana a la hora de recreo, vi que el Goliat y ella conversaban en las gradas del pabellón de quinto. Él parecía explicarle algo y ella, contradecirlo. Luego se marcharon por el pasillo, y ya no vi más. El resto de la semana, me la pasé vigilando los pasos de Karla, y al constatar que durante los recreos y las salidas no se encontraba con el pataslargas de la A, mi corazón se apaciguó.

Por fin, ha empezado el baile.

Pucha, me he zampado tres copas de vino, a escondidas nomás. Karlita es una gota de vino que se ha quedado en mis labios, viva y fresca, dulce y no sé qué más; para ti siempre tengo oraciones incompletas, Karlita, pienso. Recuerdo lo de la semana pasada. En Historia, me tocó hacer un trabajo grupal con ella. Con él no, con él no, me rechazó su mejor amiga. Karla se puso de mi lado, No le hagas roche, dijo, ven gordito, ven, siéntate a mi lado. Eso me levantó la moral. Nunca me había esforzado durante los trabajos grupales (tampoco en los individuales, ja); cada vez que participaba en uno, me lo 8

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pasaba disimulando y jodiendo a todos. Esta vez, sin embargo, puse mucho empeño. El amor hace milagros; el amor es chévere. Como entré en confianza, y aprovechando que Karla y yo nos quedamos solos al momento de las exposiciones, entre broma y broma, me atreví a confesarle que me gustaba mucho. Mejor prestemos atención, cortó mis pretensiones. De verdad, siempre has sido mi… La voz se me acabó. Hice un esfuerzo grande para completar la frase, y apenas me salió un desafinado «platónico». Se puso coloradita y no me dijo nada. Ya no hablamos más. Su silencio me pareció el mejor silencio del mundo. De no querer nada conmigo, hubiera cerrado mis aspiraciones tal vez con un «Tú no eres mi tipo de chico», u otra frase cortante, o un gesto de «fuera de aquí, Gordo». Desde entonces, he buscado la manera de acercarme a ella, de seguir echando labia, mas, se me hace un nudo en la garganta cada vez que estoy a su lado, como ahora, por ejemplo. Karla y yo estamos bailando una salsa, agarraditos como tiene que ser.

Vamos de aquí para allá, haciéndola linda; Karlita, qué bonito bailas, le digo, a cada minuto me… Uy, otra vez con oraciones incompletas. La música termina.

Me tomo un trago más. Mira quién llegó, me habla bajito Ángel. ¡Estehijodesumadre! ¿Quién lo invitó?

Viene de colado, dice Ángel, acompañando a Piero.

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Gonzalo recibe el abrazo fuerte de su pata Piero, de la A, y yo me zampo un trago más de vino.

Mientras Gonzalo y Piero charlan, el Goliat cuchichea con Katy, sin dejar de mirar a Karla, por supuesto. Al cambio de música, me apresuro a sacar a bailar a Karla.

Esta vez ya no habrá oraciones incompletas, me doy aliento. Por fin, logro capturar sus manos y ya es presa mía. Bailamos con ritmo; los pasos que he ensayado me salen mejor que nunca. Karla —como la mayoría de chicos— sabe de memoria la letra de la canción (…que eres la más hermosa de todas las mujeres…). Aunque tengo una voz de perro pestoso, yo también me sumo al coro (… Me enamoré, sin querer, sin razón, sin motivo; no sé cómo fue, pero me enamoré). ¿Quién canta esa canción?, es lo único que se me ocurre decir. ¡Cómo no lo vas a saber!, me responde. ¿Por qué otros chicos meten labia y chapan jermas como si estuvieran tomando una gaseosa?, pienso. Te la dedico, sigo; el vino va soltando mi lengua. ¿Y la Gata?, hace un gesto, como diciendo «mírala». Sonrío: Tú sabes que Ángel para inventando tonterías; a mí solo me importas tú. Por fin he logrado culminar la frase. Karla menea la cintura, sus manos van abriendo surcos invisibles en el aire, su pelo largo y lacio es una catarata juguetona. No me ha escuchado o finge no haberme escuchado. La canción va muriendo.

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Estoy agitado y sudoroso. Me abro paso entre los bailarines. La Gata baila con una de sus amigas; no quiero toparme con ella, cambio de dirección. Antes de que llegue al baño, me encuentro frente a frente con el Goliat.

Me lleva más o menos unos quince centímetros.

Tranquilo con mi flaca, gordito, me dice. Trato de esquivarlo. Entonces me coge del brazo y lanza una advertencia: Estás avisado, cerdo asqueroso.

Por algunos minutos, no sé qué hacer. Mientras orino, pienso que no debería darle importancia a lo que acaba de suceder; perro que ladra no muerde. Tengo calentura en las venas, estoy decidido a conquistar el mundo.

Después de algunas piezas reguetoneras, logro llegar hasta Karla. Bailamos. Busco las palabras para resumir mis sentimientos, pero como siempre he sido malo haciendo resúmenes, me desapruebo otra vez en el examen más importante de mi vida. Miro los ojos de Karla vivaces y esquivos como mariposas; sus labios que saborean las notas de la canción. Trato de rodear su cintura con mis alocados brazos, de seguir su ritmo dulce.

Eso le gusta. Hago una pausa, fatigado, contento. Me gustas tanto, Karlita, vuelvo al ataque. Por primera vez, me mira a los ojos y sonríe. Quiero dar el siguiente paso, y me ahogo en la primera palabra. El empujón ha sido tan fuerte que he quedado tendido en el piso. De pronto, la 11

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música ha sido reemplazada por el grito de susto de las chicas. Nadie esperaba algo así. Goliat es un árbol poderoso junto a Karla. Siento las miradas en mi cuerpo como piedras pesadas. No sé si ponerme de pie o permanecer así. Te lo advertí, imbécil, vocifera Goliat.

Karla lo mira como si quisiera decirle ¡oye, que te pasa!

En seguida, da media vuelta y se escabulle entre los chismosos que se han amontonado a nuestro alrededor. Él la sigue. ¡Déjame en paz!, la voz de Karla es un vaso de agua que me devuelve el ánimo. Ángel me da la mano y me ayuda a levantarme. Mientras sacudo el polvo de mi ropa, me entra una alegría inmensa, desbordante. No he sido yo el choteado de la noche. Algo bueno se abría ante mis ojos, lo podía sentir… Alguien me limpia la espalda con suaves palmaditas: es la Gata. Cuidado con arañarlo, Gatita, le dice ángel. Nos reímos.

Lima, 2020

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