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Textos de Cristina Gámez
from CRISTINA GAMEZ
by Elena Gámez
«El proyecto La Casa Hilvanada formó parte de un proyecto más amplio llamado Ejercicios de Domismo propuesto por Juanjo Valencia en 2003, en el que nos reunimos varios grupos de artistas plásticos para intervenir artísticamente diferentes espacios privados. En nuestro caso el grupo lo formamos Tahíche Díaz, Lena Peñate y yo, Cristina Gámez. Elegimos como espacio de actuación una casa del siglo xvii en la ciudad patrimonio de la Humanidad de San Cristóbal de La Laguna en Tenerife que, en ese momento, estaba en proceso de restauración. Finalmente la restauración solo se hizo en los techos por falta de presupuesto, cosa que aprovechamos a nuestro favor. Nos encontramos con una casa que estaba como despellejada, todas las paredes eran de piedra, lo que le daba un carácter natural, como de cueva, podíamos ver en ellas las diferentes reformas que había sufrido esta vivienda a lo largo de los años o de los siglos por los materiales de que estaban hechas. Todo estaba empolvado y los suelos de madera ya no tenían barniz ni protección, estaban tal cual estarían en la naturaleza. Cuando entramos en la casa quedaban los restos de madera de los techos amontonados en una zona, una madera de tea (pinus canariensis) de gran valor. Nos dejaron llevarnos parte de esta madera y con ella realizamos una de las primeras intervenciones en la casa. Hicimos un nuevo techo a cuatro aguas, como el original de uno de los salones, pero a una escala menor, lo invertimos y lo colgamos del techo restaurado a modo de balsa o barco, a esa intervención le pusimos de nombre «Náufragos», aludiendo metafóricamente a los naufragios de la vida doméstica y creando, con esta intervención, una imagen espejo del techo de uno de los salones de donde se colgó esta balsa-techo.
«La casa hilvanada», 2019. Texto inédito.
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Otra de las intervenciones surgió de una vitrina empotrada en la pared que había en otra zona de la casa. Se diseñó en ella la propuesta que llevaría por título Recovecos del enigma; convirtiendo esa vitrina en una biblioteca llena de libros blancos de escayola realizados con unos moldes de unos libros que encontramos en la casa. Esta nueva biblioteca en blanco formaba, también, por la distribución de los libros y ciertas manipulaciones en ellos, una simulación de la propia casa a modo de maqueta de sus tres plantas, de manera que la biblioteca actuaría también como espejo de la propia casa, más bien de su estructura. Pero a esta intervención se le añadió otra imagen especular de sí misma, una foto a tamaño real de la propia biblioteca intervenida con los libros pero colocados con ciertas variaciones en su distribución y esta foto se colocó al lado de la biblioteca real. Se crearía así un juego temporal en la propia dinámica de la intervención en presente y, por otro lado, se hacía referencia al tiempo de la memoria, memoria de la casa, memoria mental de sus habitantes, memoria histórica y cultural.
A la entrada de la casa, en el primer pasillo tras el portón de madera colgamos de una de las paredes una viga de mármol tallada con un texto que decía ‘Guardó la casa e hilo’. Este texto, sugerido en algún momento por José

Gámez, era el epitafio que le ponían en la antigua Roma a las matronas en sus tumbas tras su muerte. Parecía de lo más oportuno para nuestra casa empezar por un epitafio en el que, además, la palabra hilo nos daría la pauta para dos nuevas intervenciones: Plano de lluvia y Reconstruyendo el camino de baldosas amarillas.
Justo bajo las escaleras que llevaban a la primera planta o planta noble de la vivienda encontramos un interesante suelo art nouveau hidráulico que funciona de detonante para diseñar la pieza «Reconstruyendo el camino de baldosas amarillas». En esta pieza, que por cierto quedaba camuflada o mimetizada bajo el hueco de la escalera, tanto que en ocasiones no lo veían los visitantes, desarrollamos una imagen espejo de ese suelo peculiar que de forma oblicua subía hacia la primera planta, evolucionando en otra fase como diseño en proceso o proceso de bocetaje de las mismas piezas (grafito sobre lienzo), hasta terminar con los módulos de estos azulejos tejidos con hilo de algodón y lino, reconstruidos de nuevo pero de una forma manual, más empática, corporizada. El título de esta intervención claramente alude al Mago de Oz y al tránsito a través del camino de baldosas amarillas a la zona de ficción que, en este caso, estará tras subir las escaleras.
En el tránsito por las escaleras, una serie de textos sobre unos pequeños soportes en las paredes de la escalera nos presentan frases como momentos posibles de la historia de la casa, instantes aleatorios de vivencias en diferentes épocas históricas de la casa.
Al llegar a la primera planta o planta noble nos encontramos con Plano de lluvia, que literalmente simula, a través de un manto vertical de hilos de yute, la lluvia cayendo desde el techo al suelo. La estructura está compuesta por dos planchas transparentes de metacrilato, con el diseño del plano de la casa tallado formando pequeños agujeros que serán atravesados y tejidos por estos hilos desde el plano superior al plano inferior, de modo que estos quedan atravesados por los hilos atados y conformando finalmente una única pieza. Este plano de lluvia de alguna manera parece prevenirnos de la posibilidad de una tormenta interior o la constatación de que la aparente protección de estos techos no es tal, que las apariencias engañan tal vez o que, simplemente, resulta muy sensual ver esas fibras caer tan plásticamente en ese espacio inmutable.
En algunos pequeños habitáculos que aparecen por esta planta encontramos unas figuras en cerámica, a modo
de Sombras blancas, pues así se llaman, que nos hablan de que por ahí estuvieron sus equivalentes en persona (los artistas, actuantes o activistas) realizando algunas acciones más o menos concretas o figuradas en blanco, en positivo, en esos espacios singulares sobre tarimas flotantes de madera.
En otra habitación se encontraba una mesa, casi un pupitre, con unas gavetas largas, desproporcionadas, abiertas, llenas de unos dibujos recortados, dibujos que eran polillas, o polillas venidas a menos, agrupadas en papeles vegetales; también sobre la mesa se desplegaban hojas, papeles, polillas, comiendo, danzando, revoloteando o a la espera.
Tras visualizar estas propuestas y estos espacios y si se le ocurriera al visitante o invitado asomarse a las ventanas que, desde la planta primera, dejaban ver el patio interior, podrían ver un despliegue de otras sombras, en este caso no tan blancas, merodeando y bailando por toda la casa al ritmo de un sonido proveniente de un mecanismo autómata desconocido aunque presente, transparente, a modo de reloj, que pareciera recordarnos algo con ese tintineo, tal vez que el tiempo pasa o que por un instante indefinido se ha parado hasta percatarnos de ello, tal vez con un sobresalto».

«Abadia», en O. Franco y M. Santa Ana (Eds.). Paisaje y Esfera Pública, Centro Atlántico de Arte Moderno, Demarcación de Gran Canaria del Colegio Oficial de Arquitectos de Canarias, Las Palmas de Gran Canaria, 2008, p. 97.
«En mis años de estudio en la facultad de Bellas Artes me propusieron como ejercicio construir o imaginar una ciudad invisible partiendo del libro Las ciudades invisibles de Italo Calvino, en el que se presentan metáforas en forma de pequeñas ciudades del alma. Y yo me encontré con esta cantera que no era más que un montón de piedras caóticas pero manipuladas por el hombre, con cortes rectilíneos y marcas o hendiduras de haber sido levantadas por grandes máquinas humanas, piedras que tenían como finalidad el construir casas. Paseando un día por aquella cantera encontré que aquellos grupos de piedras (algunas tenían tamaños monumentales) conformaban aparentes construcciones en forma de dólmenes o un pequeño anfiteatro, unos soportes para esculturas, etc. Me dediqué a hacer una reconstrucción fotográfica de todo lo que creía haber descubierto como restos de una antigua civilización posible. Además de esto, me aventuré a intervenir escultóricamente en forma de talla aquellas piedras. Realicé unos cortes geométricos conformando un diseño a modo de signo o patrón en el frontal de un escenario con unas escaleras en su frente, que daba la impresión de enmarcarlo y convertirlo en obra intemporal, señal legible y misteriosa para posibles paseantes curiosos capaces de adentrarse en territorios no delimitados o desconocidos». «Apuntes para Mar de Plataneras», 2019. Texto inédito.
«Hoy he tenido un encuentro delicioso con una historia, «La Gaviota» de Chejov, llevada al cine. Curiosamente, en el prólogo de la película había alguien que volaba, como en nuestra imagen, una gaviota sobre un palo, esa imagen me hizo conectar inmediatamente la película con este plano que grabamos el 20 de agosto como boceto para nuestro próximo proyecto, «Mar de Plataneras». El relato de «La Gaviota» habla del arte y del amor, todos los personajes son artistas, pero también todos muestran una dificultad hacia el amor, todos ellos aman pero no a quien les ama, parece que nunca se acabaran de encontrar. «La Gaviota» es la inocencia y la libertad representada por una chica joven que, a medida que avanza la historia, también acaba perdiendo su inocencia y, por lo tanto, su capacidad o posibilidad de amar realmente. ¿Tiene que ver el amor con la inocencia? ¿Qué mecanismo pone a funcionar el amor realmente? ¿Qué conexión hay entre el amor y el arte? ¿Dejamos de amar cuando dejamos de fantasear con el mundo y con las personas? Y, por otro lado, ¿qué pasa entonces con el amor consciente, adulto? ¿Son excluyentes las dos cosas o pueden atravesarse? Yo creo que sí, o quiero creer que sí, que se pueden atravesar, podemos llegar a recuperar la inocencia en la madurez tras haber hecho un largo recorrido circular por la vida y por la cultura, como dijo Alain Resnais en alguna ocasión, y que eso pueda dialogar con un amor consciente adulto en un amplio sentido. Creo que esto sí sería una obra de arte, la gran obra de arte de la vida podría ser aprender a amar así».

