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per Carlos Gómez Bellard

Celia Topp

UNA ARQUEÓLOGA INGLESA EN LAS PITIUSAS1

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Carlos Gómez Bellard

Para Lali Juan y Lina Colomar, sin quienes buena parte de esta historia no podría ser contada.

Voy a empezar por el final. En marzo de 2011, John Topp, el hijo de Celia, fallecía repentinamente en su casa de Londres. En un proceso relativamente rápido, sus bienes mayores (incluida la casa de Sant Carles) fueron vendidos y el dinero entregado a diferentes organizaciones benéficas. La biblioteca arqueológica de Celia (unos 300 volúmenes) ingresó en la Biblioteca d’Humanitats de la Universitat de Valencia, el resto de los bienes ibicencos fue repartido entre amigos. Hacía años que John había confiado a quien escribe la mayoría de los archivos de su madre (cartas, fotos, separatas de sus artículos) y el resto de ellos me fue confiado de nuevo. Con ello se cerraba, algo más de 50 años después de su inicio, la historia de los Topp en Ibiza.

Conocí a Celia en 1979, en Formentera, en las excavaciones del fuerte romano de Can Pins o Can Blai. La traté con frecuencia, especialmente entre 1981 y 1984, cuando trabajé en el entonces Museo Arqueológico de Ibiza, y los años siguientes mantuvimos nuestra amistad en las largas estancias con mi familia en la casa que tuvimos en Illa Plana, cerca de Vila, especialmente en Pascuas y en los meses de

1. Salvo mención contraria, la documentación gráfica procede de los Archivos Topp.

Celia Topp en las excavaciones de Ca Na Costa (foto J.H. Fernández)

verano. Estuve con ella varias veces en la Clínica Vilás en julio de 1992, hasta pocos días antes de que falleciera en Palma. Por tanto, son sólo algo más de doce años, pero para mí supusieron una amistad sin igual, y me marcaron personal y profesionalmente. Luego esa amistad se prolongó con su hijo John, hasta su fallecimiento.

Pero se trata de exponer en este breve texto su faceta como arqueóloga, así en femenino. De hablar de una mujer que persiguió toda la vida su sueño de vivir la Arqueología, y que en cierta medida lo consiguió en los más de 30 años que vivió en nuestras islas.

He pensado que para mayor claridad, esta exposición se dividirá en tres grandes apartados: el entorno de Celia y su labor hasta finales de los 50, el intermedio de Santa Eulària (1960-1970) y Celia en Sant Carles y en la arqueología de las Pitiusas y de Menorca (1973-1992).

Celia nació como Cecily Béatrice Claire Hamson en Londres, en 1915. Es ya de por sí un hecho curioso, porque el resto de sus hermanos (tres chicas y dos chicos, ella la menor de los seis) había nacido en Estambul (Constantinopla), aún corazón del Imperio Otomano. Pero claro en 1915 la Iª Guerra Mundial era un hecho, y eso explica que la familia se mudara temporalmente a Gran Bretaña. Volvieron pronto, y Celia siguió creciendo en ese ambiente especial del Bósforo, en Estambul, pero también en las largas temporadas en la preciosa isla de Prinkipo, situada en el mar de Mármara, a escasa distancia al SE de la ciudad.

Volvamos a la familia, porque aquí hay datos muy interesantes que nos ayudan a explicar la formación cultural de Celia, y tal vez algunos rasgos de su personalidad.

Ella era una inglesa católica, lo cual no es muy frecuente, y casada con otro inglés católico, aunque de origen irlandés. Pero es que la familia de Celia descendía de “recusants”, y aquí hay que dar una explicación. Recusantes, réfractaires en francés, son aquellos católicos ingleses que no aceptaron en el siglo XVI la imposición de una nueva iglesia, la anglicana, por parte del rey Enrique VIII y sobre todo de la hija de éste, Isabel I (Magee, 1938). La negativa a cumplir con los preceptos anglicanos se tradujo pronto en diversas sanciones, que iban de las multas a gravosos impuestos colectivos (había muchos nobles entre ellos), pero también la reclusión y en algunos casos excepcionales la ejecución. El estatuto contra los Papistas es de 1593, y allí se endurecieron las condiciones. La persecución más dura se llevó a cabo hasta 1679, y supuso la muerte de unas 300 personas en ese periodo, básicamente sacerdotes y personas que les protegieron. La Iglesia Católica los conoce como los “Mártires de Inglaterra”. En cualquier caso, supuso la huida del país de un buen número de per-

Celia y casi todo el equipo en Can Blai, 1979 (foto J.H. Fernández)

Vista de la isla de Büyük, en Prinkipo a principios del s.XX

sonas a lo largo del tiempo (las restricciones a los católicos no acabarían totalmente hasta bien entrado el s. XIX). Si bien el destino inicial de muchos fue Francia, otros fueron recalando más lejos. Y así el bisabuelo paterno de Celia ya aparece inscrito en 1840 en los registros comerciales de Galata, en Estambul, con derecho a ejercer el comercio. Su hijo Joseph Paul siguió la tradición al igual que Charles Edward, el padre de Celia, quien llegaría a ser el vice-cónsul británico en la ciudad y se casaría con Therèse Gabrielle Boudon, de una familia católica francesa establecida también allí.

El resto de familia estaba compuesto por: May Annie (1893-1980), Margaret (Daisy) (1895-1969), Catherine Charlotte (casada en 1928), Charles John “Jack” (1905-1987) y Denys (1906-1963).

Jack y Denys recibieron una buena educación, al igual que Celia. De sus hermanas nada puedo decir por falta de datos en lo referente a este tema. May Annie, que era la mayor, vivió sus últimos años en Sant Carles en casa de Celia. De Daisy sabemos que se casó y tuvo varios hijos. Precisamente uno de sus nietos, Guy Jordan, abogado de un prestigioso bufete londinense, fue el ejecutor testamentario de John Topp.

Los dos hermanos, por la edad, fueron movilizados en la II Guerra Mundial. Pero no lo harían en cualquier sitio, por supuesto. Ambos fueron reclutados por el SOE (Special Operations Executive), que para entendernos fue el antecesor del MI6. Es decir: servicio secreto, espionaje, la primera agencia de la que luego fuera la de James Bond… Era lógico, dada su preparación y su conocimiento de idiomas. Jack no tuvo suerte, fue enviado a la isla de Creta, que los alemanes habían invadido en una histórica operación con paracaidistas. Su grupo cayó prisionero rápidamente, y entre las bajas mortales cabe recordar aquí a John Pendlebury, una de las figuras señeras de la arqueología minoica. Jack fue trasladado a Alemania, donde estuvo preso cuatro años, hasta el final de la guerra.

Denys, sin embargo, fue lanzado sobre Grecia continental en una arriesgada misión: volar un puente fundamental para las comunicaciones del ejército alemán. Tuvo suerte, se unió al equipo anglo-griego, pudo ayudar al entendimiento entre los resistentes comunistas y los monárquicos (nada fácil, como se vería en la guerra civil griega después de 1945), volar el puente y regresar a casa sano y salvo. Sus vivencias fueron escritas y publicadas rápidamente: “We fell among Greeks” constituyó un éxito editorial y es uno de los primeros testimonios de primera mano de la guerra que apareció en Inglaterra (Hamson, 1947), junto con el conocido de Iris Origo sobre la guerra en el norte de Italia (Origo, 1947).

Jack fue siempre el modelo de Celia. Regresó con 40 años de una larga y no fácil prisión (experiencia que plasmó en un pequeño y profundo libro, Hamson 1987) pero siguió

adelante con el tiempo perdido como muchos otros. Volvió a la Universidad de Cambridge (Trinity College) donde había entrado de joven profesor en 1934, y llegó a ser Catedrático de Derecho Comparado, ejerciendo allí una muy brillante carrera académica.

Me he permitido extenderme un poco en estos episodios porque sé que ayudan a entender a Celia. Fueron tiempos duros para medio mundo, en su caso con gran parte de la familia repartida por una Europa en guerra. Su marido, Robin, estaba obviamente también inmerso en ella, a bordo de un crucero de la Royal Navy en el Atlántico. Y por eso se puede entender sus angustias 40 años después, cuando Celia tuvo que revivirlo todo al ser enviado su hijo John con la flota británica destinada a recuperar las Malvinas, en 1982.

La educación de Celia pasa por un sólido bachillerato francés (1933), estudiado en Estambul, en las llamadas Écoles Internationales, reconocidas por Francia. Obtendrá después su diplomatura en Letras por La Sorbona. La formación arqueológica es posterior, ya con más de 35 años, y la recibirá en el University College, Institute of Archaeology siendo su mentor ni más ni menos que Vere Gordon Childe, una de las figuras más importantes e influyentes de la Arqueologia del s.XX (véase entre otros: Green, 1981; Trigger, 1992, 162-166). Sin embargo, sus ocupaciones familiares y los continuos cambios de destino de su marido absorbían su tiempo. Se había casado en 1936 (con 21 años) con Robert Edward Topp, llamado Robin, y en 1937 nacería su hijo John. Al igual que su padre éste entró muy joven en la Royal Navy, y ambos se jubilaron con el cargo de Commander, que en nuestra armada equivale a Capitán de fragata (= Teniente Coronel).-

A pesar de las dificultades, pudo dedicarse al trabajo de campo, fundamental para los arqueólogos. La primera excavación de la que Celia fue responsable fue un pequeño monumento megalítico, un dolmen, situado como no, en Irlanda, en Dromanone, condado de Roscommon. Una única campaña en 1954 permitió limpiarlo, restaurarlo y hallar restos humanos, un hacha de piedra y algo de sílex. Esta primera intervención, demuestra ya la pulcritud en el trabajo, tan característica de ella. Datado en torno a finales del tercer milenio, Dromanone fue publicado en 1962 en el Bulletin of the Institute of Archaeology, Universidad de Londres (Topp, 1962).

Esta excavación debió de llevarse a cabo durante una estancia en Gran Bretaña, ya que, por entonces, si mi cronología no está equivocada, los Topp vivían en la isla de Malta, donde Robin estaba destinado. Allí Celia prosiguió con sus actividades relacionadas con la Arqueología, fascinada como todo el mundo por los grandes templos prehistóricos (4000-2500 a.J.C.). No nos constan trabajos estrictamente de

Tapa de un cuaderno escolar (latín) de Celia en Estambul. Nótese con su letra la mención “Bachelière es-Lettres!”

Vista del dolmen de Dromanone (foto de V. Gordon Childe)

campo, pero sí hizo una labor de difusión (radio, prensa) que luego incrementaría en Gibraltar. Y además sabemos que pudo colaborar de algún modo con el gran especialista de la arqueología de esa isla, John D.Evans (1925-2011). Diez años más joven, era inglés como ella y pronto profesor en la misma universidad donde habían estudiado, el Institute of Archaeology de Londres. Allí nació una gran amistad que sólo acabaría a la muerte de Celia.

La siguiente etapa, dentro de la obligada movilidad de un oficial de la Royal Navy, fue Gibraltar, que significaría el acercamiento físico de Celia a nuestro país y a la arqueología española. En efecto, y gracias sin duda a las recomendaciones de Gordon Childe, su maestro, Celia pudo participar ya en 1956 en las excavaciones de Los Millares, en Almería, dirigidas por el gran responsable de la arqueología de nuestro país, Martin Almagro Basch, pero realizadas de verdad por un meritorio joven arqueólogo, Antoni Arribas Palau, llamado a ser también una figura señera

de la arqueología española, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Granada de 1964 hasta 1978, y desde 1978 hasta su jubilación en 1991 de la entonces joven Universitat de les Illes Balears. Los Millares es simplemente uno de los yacimientos más destacados e impresionantes de la cultura prehistórica a la que da nombre. Se data entre el 3000-2000 a.J.C., y es una de las primeras formaciones sociales bien estructuradas que conocemos en la Península, hasta el punto que algunos investigadores hablan incluso de estado.

Todavía tuvo ocasión Celia de participar en las excavaciones de otro yacimiento emblemático y similar, Vilanova de San Pedro, en el sur de Portugal, dirigido en este caso por uno de los patriarcas de la arqueología del país vecino, Manuel Afonso do Paço (1895-1968).

Voy a abrir aquí un inciso. Hablar en 2020 de mujeres en una excavación arqueológica nos parece de lo más natural, pero hace 60 años no era tan habitual, y menos en España. Las mujeres podían estar vinculadas a la Arqueología, claro, pero básicamente a través del cuerpo de Conservadores de Archivos, Bibliotecas y Museos. Así en nuestro país es paradigmático el caso de Concepción Fernández Chicarro, que fue directora del Museo Arqueológico de Sevilla desde 1959, y que realizó numerosas excavaciones. Pero es recordada precisamente por eso, porque no era frecuente.

Es cierto que algunas mujeres tuvieron un papel más o menos relevante, incluso en los trabajos de campo, pero a menudo era, inicialmente, por ser “la esposa de”, y cito los casos de Matilde Font y de Gloria Trías, casadas respectivamente con Tarradell y Arribas. Quisiera mencionar un caso aparte, raro, el de Gabriela Martín, discípula precisamente de Tarradell en Valencia, en el Departamento de Prehistoria y Arqueología, una mujer excepcional que entre otras cosas fue una pionera en las excavaciones subacuáticas, cuando incluso muy pocos hombres se dedicaban a ellas. La profesora Martín encontró su oportunidad en Brasil, allí fue catedrática de Arqueología de la Universidad de Pernambuco en Recife, donde sigue viviendo a sus 85 años.

Así que la presencia de Celia en esas excavaciones peninsulares no era lo habitual. Pero es cierto que las mujeres extranjeras tenían seguramente mayores posibilidades, sobre todo si venían avaladas por personalidades como Gordon Childe, en su caso. No puedo dejar de mencionar aquí a la malograda Miriam Astruc, quién se dedicó con entusiasmo a la arqueología fenicio-púnica, en Argelia, Túnez, Almería y en Ibiza. Trabajó mucho en nuestra isla, con publicaciones que aún son de referencia, y excavó entre otros lugares en Illa Plana en los años 1950 con José María Mañá

de Angulo, director del Museo de Ibiza de 1944 a 1964 (Fernández de Avilés, 1964; Fernández, 2004).

Voy cerrando este inciso. Las arqueólogas anglosajonas sí que jugaban un papel científico desde mucho antes, tanto en la Egiptología como en la Prehistoria, por ejemplo, y no voy a dar nombres y lugares por no cansar. Sin embargo, una de las que más hizo a favor de la difusión popular de la Arqueología desde los años 30 fue una aficionada inglesa. Apasionada por esa ciencia, acompañó durante muchas campañas de varios meses a su marido, el eminente Max Mallowan, en complicadas excavaciones en Siria e Irak. Llevaba la intendencia, pero también diarios de excavación y ayudaba en la ardua tarea de hacer el inventario de materiales. Nos dejó un relato fiel y muy entretenido de sus experiencias en el delicioso libro “Ven y dime como vives”, se supone que escrito para dar respuesta a la curiosidad de sus innumerables amigos de Londres. Era una excepcional escritora de novelas de misterio que todos conocemos como Agatha Christie (Mallowan,1977; Christie, 1987).

Pero 1956 fue precisamente el punto de inflexión, y es cuando cambia radicalmente la vida de Celia. En otoño de ese año tuvo la alegría de recibir a su maestro, Gordon Childe, en Gibraltar, y organizar para él algunas excursiones en yacimientos andaluces cercanos. Poco tiempo después Childe volvió a Australia, su tierra natal, tras haberse jubilado a los 65 años de su muy brillante carrera. Lo que no dijo a nadie es que se iba a su país a suicidarse: en octubre de 1957 se subió a lo alto de un acantilado de sus queridas Blue Mountains, se quitó la chaqueta y la dejó bien plegada en el suelo, sus redondas gafas encima, y se lanzó al vacío. Durante muchos años se habló de un desgraciado accidente, pero el entorno del profesor lo tenía claro. Es más, dejó una carta explicativa que el destinatario publicó en 1980, más de veinte años después de los hechos (Daniel, 1980).

Celia se vio muy afectada, a nivel personal pero también académico, pues perdía a un importante valedor en un mundo que no la conocía bastante. Pero no se arredró por ello, e intentó seguir en lo posible, aunque la opción de hacer algún día su soñada tesis doctoral se escapaba por el horizonte.

Así pues, siguió con la labor de difusión que había iniciado en Malta. Fundó la Sociedad Arqueológica de Gibraltar en el mismo año 1956, muy activa, organizando visitas a los yacimientos locales (las cuevas básicamente) pero también de Andalucía, y organizando conferencias y programas radiofónicos. Desde un punto de vista más profesional, el Gobierno del Peñón le encargó en 1957 un informe sobre el Museo de la ciudad, para que explicara cómo se podían mejorar sus obsoletas ins-

talaciones y sobre todo propusiera un proyecto expositivo digno y moderno. Celia se puso manos a la obra y en pocas semanas redactó un informe de 15 páginas lleno de propuestas. El material más destacado era (y sigue siendo) el de Gorham’s Cave, una cueva con niveles del Paleolítico Superior que es uno de los yacimientos más destacados del sur peninsular para esa época. Excavado primero en 1947-48, el material se había llevado a Inglaterra, y una vez estudiado tenía que volver a Gibraltar para ser conservado y, en parte expuesto. Celia tuvo además un notable papel en otra importante investigación llevada a cabo en la cueva. A petición del British Museum (Kenneth Oakley) tuvo el delicado encargo de coger una serie de muestras válidas que permitieron obtener la primera datación de C14 de la Península. La técnica apenas si estaba balbuceando, era complicada y cara, pero luego se establecería como el pilar fundamental para las cronologías prehistóricas que es hoy. Cierro este apartado con una anécdota. En nuestros manuales no figura como la primera datación hecha en España, por razones obvias. La que figura es la obtenida precisamente en Los Millares, por el equipo con el que ella colaboró.

Y en eso llegó la jubilación de Robin, casi a los 50. A mediados de 1958 ya estaban instalados en Inglaterra, como indican varias cartas dirigidas a ella desde Gibraltar a su domicilio en Tite Street, en Londres. Aprovecharían sin duda ese tiempo para organizarse y planificar su futuro.

La elección de Ibiza para instalarse fue relativamente casual. Una vez jubilado Robin, la opción de quedarse en Inglaterra para vivir ni se les ocurrió. Según Celia (información oral) unos amigos les habían hablado muy bien de Mallorca (clima, precios, etc..) y cogieron un barco para ir a ver. Nunca he sabido si salieron de Alicante o de Valencia, pero sí que había una larga escala en Ibiza y que se enamoraron de la isla. Pienso que a Celia le recordaba mucho Prinkipo y Malta, así que decidieron que no hacía falta ni mirar en Mallorca.

Cómo optaron por Santa Eulària no lo sé tampoco muy bien, el caso es que no sólo eligieron Sa Vila sino que decidieron construirse una casa allí, símbolo muy claro de su voluntad de quedarse, y de dejar atrás años y años de vivir en casas ajenas, sobre todo del gobierno de Su Majestad. Adquirieron un terreno en lo que entonces eran las afueras, al principio de la carretera de Sant Carles, y construyeron su primer hogar isleño, Els Delfins. La casa sigue existiendo sin el nombre.

Hay que recordar que Celia llegó a Ibiza con 45 años, una mujer que había vivido lo suyo y con una amplia experiencia del mundo, de culturas y lenguas diversas. Hablaba inglés, francés, español, turco, griego y algo de italiano y de alemán, y tenía

Carta del Museo de Gibraltar a Celia solicitándole su colaboración para el montaje de los materiales de Gorham´s Cave

Vista de Santa Eulalia hacia el E, desde el Puig de Missa (h. 1962)

Celia y Robin a la puerta de su casa Es Delfins, en construcción (hacia 1962)

Es Delfins terminada

un buen dominio del latín y el griego antiguo. Y por supuesto entendía perfectamente el ibicenco, aunque yo sólo le oí decir frases o expresiones sueltas. ¡También cantaba muy bien “Anarem a Sant Miquel…”! Así que se instalaron para una nueva vida, de la que poco puedo decir. La de unos jubilados más, sí, pero ella no dejó de llevar a cabo actividades relacionadas con la Arqueología. Así lo demuestran la copiosa correspondencia que recibía, y otro hecho muy indicativo de la labor difusora de Celia. La famosa editorial británica Thames and Hudson quería incorporar a su prestigiosa colección “Ancient People and Places” un volumen que tratara de la cultura ibérica, poco conocida en el ámbito anglo-sajón. Por ser breves, el encargo fue confiado al Prof. Antonio Arribas, quien lo redactó en castellano, y fue Celia quien tradujo el texto y preparó la edición inglesa. Se publicó en 1964, y al año siguiente apareció la edición castellana (Arribas, 1964; 1965). Ambas tuvieron un gran éxito, particularmente en España, donde la arqueología oficial prefería a los celtas y los íberos no eran muy estudiados, salvo tal vez en Cataluña y el País Valenciano.

Hacia finales de los 60, Santa Eulària se había vuelto para los Topp (información oral de Celia) un lugar demasiado ruidoso. Así que simplemente decidieron

volver a empezar, esta vez en Sant Carles. Se hicieron una casa larga y estrecha en una magnífica parcela del Puig d’en Basora, en medio de los pinos y con una vista impresionante.

Desgraciadamente lo que parecía que iba a ser la continuación de una plácida jubilación isleña se truncó, la vida le dio un vuelco de nuevo. En 1972 moría de repente Robin de un infarto. Los dos años siguientes fueron duros, superados gracias al apoyo de amigos y familia (en particular su hermano Jack) y la fortaleza de la propia Celia. No me detengo aquí, simplemente digo que esa fue la razón por la que ella volvió a la arqueología activa, como una ayuda para superar los malos tiempos.

En 1974 Jorge Fernández se hizo cargo del Museo Arqueológico, del que sería director hasta su jubilación, en 2015. Los Topp conocían a su familia, y Jorge ofreció a Celia la posibilidad de colaborar en sus actividades.

Y así es como Celia se encontró en 1975, veinte años después de Dromanone, excavando en Formentera el primer yacimiento prehistórico de las islas. Aquí debo hacer un breve inciso un poco técnico. En aquellos momentos la prehistoria de las Pitiusas sólo estaba atestiguada por el hallazgo, desde principios del s.XX, de diversos objetos metálicos, en particular hachas de bronce. Siempre hallazgos casuales, sin contexto, que daban unas fechas para la presencia humana aquí (entre 1400-800), pero no nos ofrecían prácticamente datos sobre la sociedad establecida: no se conocían poblados, tumbas, santuarios. Ca Na Costa vino a cambiarlo todo, y es obligado decir que en buena parte fue gracias a ella, a su experiencia como excavadora y a sus múltiples contactos académicos.

Excavado en 1975 y 1977, este sepulcro megalítico se presenta como una cámara casi circular de siete grandes ortostatos sujetos por un importante relleno de piedras y unas grandes losas radiales, un corredor de acceso y un pavimento empedrado al exterior de éste. Los hallazgos consistieron básicamente en pequeños fragmentos de cerámica, botones de hueso, concha o colmillo de cerdo y dos cuentas de collar. Además, se hallaron los restos de ocho individuos inhumados, seis hombres y dos mujeres, entre los 20 y los 55 años (edad alta para la época). Las mujeres medían alrededor de 1,50 m y los varones algo más de 1,60 m. Por ello llamó la atención la presencia de un varón de cerca de 1,95 m, algo excepcional. Todo el conjunto se fechó por los materiales en torno al 2000 a.J.C., lo que se vio confirmado por una datación de C14, la primera hecha para las Pitiusas (Topp et alii, 1976; Fernández et alii, 1987).

Ca Na Costa no sólo supuso el salto a la prehistoria de Formentera, como se dijo entonces. Se trata efectivamente de un monumento casi único, sin paralelos en las

Portada de la publicación en inglés del primer estudio de Ca Na Costa

Baleares y muy pocos en la Península. Porque sepulcros de cámara y corredor hay muchísimos por toda Europa occidental, pero con esos radiales tan especiales no.

Menos suerte tuvo el equipo al excavar en 1978 otro posible megalito en Can Sargent (o Sergent), situado en Sant Josep, no lejos del aeropuerto. Las alineaciones de piedra y el hallazgo de un pequeño puñal de bronce hicieron suponer que se trataba de otro sepulcro de corredor, pero revisiones posteriores han hecho que se planteen muchas dudas. Es posible que se trate de un modesto lugar de habitación (Topp et alii, 1979).

El otro gran proyecto de investigación sobre la prehistoria de nuestras islas fue la organización de las excavaciones en los yacimientos del Cap de Berbería (Barbaria ahora). Ya entonces se intuyó la importancia de esos restos, y los trabajos realizados entre 1979 y 1982 supusieron, el inicio de una investigación todavía en marcha. Su interés radica en que tal vez se pudiera conocer allí los lugares de residencia (hábitat) de las gentes que se habían hecho enterrar en Ca Na Costa. De allí el entusiasmo desplegado, y el hecho de que tras las excavaciones en las que participó Celia se volviera a trabajar en 1985-87 y, tras un largo e inexplicable paréntesis, en 2012 se reemprendieran los trabajos por parte de un amplio equipo multidisciplinar. Hoy sabemos que en esa zona se concentran una treintena de estructuras variadas, siendo, la más destacada el llamado CBII, un conjunto de naviformes es decir lugares de habitación, ocupados largamente entre 1600 y 850 a.J.C, abandonados antes o en el momento de la llegada de los fenicios. Los resultados de los últimos años están arrojando una nueva luz sobre la prehistoria de Formentera (véase con toda la bibliografía anterior Sureda et alii, 2017).

También en esos años se excavó, al menos parcialmente, el curioso yacimiento de Sa Penya Esbarrada. Y digo curioso porque está ubicado en uno de los muchos paisajes maravillosos de Ibiza, que las redes sociales han puesto de moda, en este caso, con el nombre más “elegante” de “Portes del Cel”. Localizado por Fernando Bertazioli, la aparición de muros de piedra bien trabados junto con cerámica tosca a mano sugirió la posibilidad de que fuese un asentamiento de la Edad del Bronce. Fue excavado, pero a pesar del hallazgo de elementos residuales púnicos (cerámica, una moneda), se trata sin duda de una construcción de época islámica, con planta rectangular, un patio y varias estancias, que fue abandonada después de la conquista (Fernández, 2001).

He dejado para el final el yacimiento de Can Blai, aunque no fue el último en el que participó Celia. Es porque cronológicamente es mucho más tardío, y el único

no prehistórico en el que intervino activamente. Se trata de un castellum romano, y a Celia no le gustaban nada los romanos, de hecho, los llamaba “los nazis de la Antigüedad”. Pero sí que le gustaba mucho Formentera, y la Arqueología más. Así que estuvo en las dos campañas de 1979 y 1980, que no proporcionaron demasiada información sobre el lugar, aparte de confirmar su cronología tardo-romana y su probable carácter defensivo, aunque parece que nunca se terminó de construir y por lo tanto no llegó a ser habitado. El interés del yacimiento ha hecho sin embargo que en 2013 un equipo internacional con la participación del Museo volviera a investigarlo durante varias campañas. A falta de una publicación definitiva, parece que es una estructura defensiva, civil o militar, que ahora puede fecharse mejor a inicios del s.IV d.J.C. (Fernández-González Villaescusa, 2017).

La actividad arqueológica de Celia se cierra en sus últimos años con varias actividades en Menorca. Este interés suyo por la otra isla es antiguo, sin embargo. Sus monumentos megalíticos tan peculiares la atrajeron como a muchos otros. Ya a inicios de los 80 estaba excavando junto a los inolvidables Manuel Fernández Miranda y William Waldren el maravilloso poblado de Torralba d’en Salord (Alayor), y poco después en el naviforme de Son Mercer de Baix (Ferrerías) bajo la dirección de Cristina Rita Larrucea. También publicó algunos materiales excepcionales de la isla, como un discutido jarrito picudo que se suponía una importación de las islas Cícladas (Topp, 1985). Pero hizo más. Desde finales de los años 30 se conservaban en Cambridge los materiales recuperados por la eminente arqueóloga (y egiptóloga pionera) Margaret Murray en varias excavaciones, particularmente Trepucó y Sa Torreta (Murray, 1934; 1938). El director del Museo de Menorca. Lluis Plantalamor, luchó denodadamente para conseguir que volvieran. Y se consiguió, con la ayuda de Celia y sin duda con la mediación de su hermano Jack, el catedrático de Cambridge.

Es la hora del balance.

No quiero sacar aquí conclusiones generales, y lo que voy a exponer ahora es más el resultado de mis impresiones y vivencias personales, mis recuerdos, que otra cosa. Cuando conocí a Celia estaba en mitad de mi carrera en Valencia, cuya universidad tenía un pequeño pero eficiente Departamento de Prehistoria y Arqueología, fundado oficialmente en 1921 y relanzado en los años 60 por el Prof. Miquel Tarradell (tan vinculado también a la Arqueología de Ibiza, baste decir que fue en Barce-

Placa entregada a Celia durante el homenaje organizado por el Consell Insular d’Eivissa i Formentera en 1990

lona maestro de Jordi H. Fernández y Joan Ramon Torres y autor junto a su mujer Matilde Font del fundamental libro “Eivissa cartaginesa”, 1975). Quiero decir que yo tenía una cierta formación teórica y casi nada de práctica.

Celia nos cambió muchos conceptos, y ayudó a acercarnos mejor a los trabajos de campo. Nos enseñó a llevar un diario de excavaciones regular, en una época sin ordenadores ni fichas informáticas ni programas eficientes que basta con rellenar y seguir. La memoria eran cuadernos y lápiz, dibujos y planimetrías, muchos dibujos y muchas planimetrías, y por supuesto fotos en blanco y negro. Ya en los 80 se hizo más frecuente el uso de diapositivas en color, que son también un buen instrumento para trabajar a posteriori. Porque cabe recordar por si acaso que la excavación es destrucción: lo que excavamos deja de existir en ese momento, y nuestro trabajo es reconstruirlo de manera fidedigna. Por eso, cuanta más información tengamos guardada, mejor. Y eso es lo que Celia nos inculcó.

Pero había más. Tenía una no muy extensa pero excelente biblioteca de Arqueología, y estaba suscrita a dos muy buenas revistas inglesas que no se encontraban

en Ibiza: los PPS, la “biblia” prehistórica en inglés (Proceedings of the Prehistoric Society), y Antiquity, una revista fundada en 1927 y que sigue siendo hoy una ventana abierta a la Arqueología que se hace en todo el planeta. Las tardes en que nos podíamos reunir en su terraza abierta sobre todo Sant Carles eran estupendas, era una tertulia en la que predominaba la Arqueología claro, pero también se hablaba de la vida en general, de nuestras esperanzas. Ofrecía a los demás un estupendo whisky, pero ella bebía normalmente vino blanco o, para sorpresa de todos, coñac 103, a veces con hielo.

El papel de Celia Topp en la Arqueología de nuestras islas es el que es. Sin un puesto académico, extranjera pero integrada, llevó la vida que las circunstancias le depararon, como todos nosotros. Y perseveró en su amor por la Arqueología hasta el final. Que no lo hizo mal, lo demuestra que, si cogemos cualquier trabajo de síntesis o estudio de la Prehistoria pitiusa, en la bibliografía encontraremos siempre, todavía hoy, sus trabajos ineludibles (incontournables, que diríamos en francés, la lengua materna tanto de Celia como mía y en la que siempre hablábamos). El balance final tiene que ser positivo. No sólo fue la vuelta a la participación activa en las excavaciones con más de 60 años, es que fue un modelo para todos y sobre todo para las jóvenes isleñas y valencianas que participaban en esas campañas. Independientemente del elemento humano, Celia escribió un buen número de artículos de gran calidad, y no sólo los informes que he mencionado. Como he dicho, su obra permanece, plenamente vigente.

La labor de Celia en Sant Carles, dando clases particulares a muchos y muchos niños y adolescentes, es sin duda una de las facetas por la que más se la ha recordado. Esa labor pedagógica, tan importante y que también le ayudaba en los momentos de cierta penuria económica, le fue reconocida afortunadamente en vida, con unos emotivos homenajes públicos. De uno de ellos conservo una bonita placa (Fig.11), creo que sobran los comentarios. Pero sí quisiera hacer una reflexión.

Hace poco más de un año, cuando tuve ocasión de dar una charla sobre Celia en Santa Eulària, terminaba diciendo:

“Hay pocas calles dedicadas, que yo sepa, a mujeres en Santa Eulalia, aparte de Margarita Ankerman. Tal vez Celia merecería, por su contribución a la educación de tantos y tantos jóvenes y a la Arqueología de nuestras islas, un pequeño rótulo en una callecita de Sant Carles, en cuyo cementerio ella y los suyos reposan por expreso deseo de John.”

Entre el público estaba la concejala de Cultura, quién me aseguró que la idea le parecía estupenda. Y así, sorprendentemente, el Ayuntamiento en el pleno del 5 de

junio de 2019, acordó dedicarle una calle a Celia Topp en la misma Santa Eulalia, la elección de la cual aún no se ha concretado.

E tot aixó per memòria

BIBLIOGRAFÍA

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