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Carlos Quintana
MALLORCA DURANTE LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO. INTERACCIÓN ENTRE EL MUNDO EBUSITANO Y LAS COMUNIDADES AUTÓCTONAS A PARTIR DEL MATERIAL ANFÓRICO (SEGUNDA MITAD DEL SIGLO V – SIGLO III ane)
Carlos Quintana Arqueouib. Grup de Recerca de Cultura Material y Gestió de Patrimoni Històric – UIB
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INTRODUCCIÓN 1
Se ha discutido mucho sobre el grado de influencia que el mundo fenicio-púnico, especialmente el ebusitano, tuvo sobre esta sociedad autóctona mallorquina de la segunda edad del hierro, denominada habitualmente postalayótica o baleárica, siendo un debate muy activo aún hoy en día.
El estudio de los materiales anfóricos que se recibieron en los yacimientos de Mallorca de esta época permite reconstruir las relaciones comerciales que la sociedad autóctona mantuvo con el mundo exterior. No debemos olvidar que las ánforas conforman una categoría vascular especialmente apta para evaluar transacciones comerciales. Es un producto que no se intercambia por el valor del contenedor en sí, sino por el de su contenido, que suele consistir en derivados agrícolas o, en menor medida, elaboraciones pesqueras; dichos productos no solo nos informan sobre las preferencias de sus receptores, sino
1. Queremos expresar nuestro agradecimiento a Yolanda Llergo, Gabriel Servera y Santiago Riera por permitirnos el uso de datos inéditos de su estudio polínico del Turó de les Abelles (Santa Ponça), y también a Beatriz Palomar, Damià Ramis y Nicolás Escanilla por habernos autorizado a hacer uso de material sin publicar del asentamiento autóctono de Talaies de Can Jordi (Santanyí), así como a Manel Calvo y Jaume García por los mismos motivos para el caso del Puig de sa Morisca.
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Figura 1. Yacimientos cuyos materiales forman parte de la muestra de este trabajo: 1. Puig de sa Morisca, 2. Son Ferrandell, 3. Son Fornés, 4. Bóquer, 5. Talaies de Can Jordi, 6. Hospitalet Vell, 7. Ses Païsses, 8. Túmul de Son Ferrer, 9. Illot des Porros, 10. Son Mas, 11. Punta des Patró, 12. Turó de les Abelles, 13. Son Fred, 14. Cascanar.
también de las economías de sus zonas de origen. Cabe recordar, además, que tanto los productos agrícolas propiamente dichos, como los citados derivados, son el motor de muchas transacciones comerciales en la época que estudiamos.
Lo cierto es que, según los datos anfóricos de los que disponemos en la actualidad, el contacto comercial entre ambas formaciones sociales, la postalayótica y la ebusitana, no parece cobrar cierta entidad hasta la segunda mitad del siglo V ane. Es ese el momento que marcamos como inicio de nuestro estudio. Este contacto, con probables altibajos, parece mantenerse de manera relativamente estable hasta el final de la segunda guerra púnica (202 ane).
Más allá de este conflicto, ya en el siglo II ane, la influencia comercial ebusitana no decrece durante los tres primeros cuartos de la centuria, aunque sí que es cierto que sus productos encuentran una mayor competencia en el mercado mallorquín, especialmente por parte de las importaciones itálicas, las cuales experimentan un auge notable. Los cambios geopolíticos que se dieron en esos momentos, los cuales parecen reflejarse en el material importado, y que por fuerza tuvieron que afectar en mayor o menor medida a la sociedad autóctona, merecen un trabajo aparte. Por ello, y aunque se considera que el período postalayótico perdura hasta la conquista romana (123 ane), este trabajo fija su límite cronológico en el final del siglo III ane.
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Figura 2. Yacimientos con materiales datados en la segunda mitad del siglo V ane. Ánforas ebusitanas T-1.3.2.3. del Puig de sa Morisca (1-2), Talaies de Can Jordi (3), y Túmul de Son Ferrer (4); ánfora masaliota A-MAS bd3 del Puig de sa Morisca (5).
¿COLONIZACIÓN PÚNICA DE MALLORCA?
Los estudios sobre la colonización púnica de Mallorca
Desde principios de la década de los 80 toma consistencia la hipótesis sobre la colonización de la isla por parte del mundo fenicio-púnico. Son esencialmente dos los investigadores que trabajaron en un principio este tema: Víctor Guerrero (1984) y Florencio Mayoral (1983). Si bien llevaron a cabo sus estudios desde visiones teóricas muy diferentes, ambos defienden la existencia de una colonización por parte del mundo púnico-ebusitano sobre la sociedad autóctona.
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Figura 3. Yacimientos con materiales datados en el siglo IV ane. Ánforas ebusitanas T-8.1.1.1. del Puig de sa Morisca (1-3) y Túmul de Son Ferrer (4-5); ánfora masaliota del Puig de sa Morisca A-MAS 3 / A-MAS 4 (6); ánfora ibérica contestana del Puig de sa Morisca (7).
No es intención de este estudio llevar a cabo una revisión exhaustiva de las tesis que defienden la colonización púnica de Mallorca, por lo que nos centraremos en dos trabajos concretos (Guerrero et alii, 2002; Guerrero, 2004), que recogían, y en parte reelaboraban, estudios anteriores desde la década de los 80 y que en cierta manera podríamos considerar como de “madurez” de la teoría colonial.2
Guerrero et alii (2002) aplicaron a Mallorca los modelos de intercambio que investigadores como Alvar (1999) y López Castro (2000) habían descrito para las dinámicas
2. El modelo descrito para la fase colonial propiamente dicha fue muy matizado más tarde por los propios Calvo y Guerrero (2011), con posterioridad a la prematura retirada del Dr. Víctor Guerrero de la investigación, en un momento en el que ya se estaba llevando a cabo una revisión de este modelo en Mallorca.
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Figura 4. Yacimientos con materiales datados en el siglo III ane. Ánfora ebusitana T-8.1.2.1. del Puig de sa Morisca (1); ánforas ebusitanas T-8.1.3.1. del Túmul de Son Ferrer (2) y del Puig de sa Morisca (3-4); ánforas grecoitálicas de Talaies de Can Jordi (5) y Puig de sa Morisca (6).
coloniales detectadas en la Península Ibérica. En base a dichos modelos, los contactos entre fenicios y púnicos por un lado, y comunidades autóctonas por otro, presentaron dos momentos notablemente diferenciados. El primero habría tenido lugar entre el 850 y el 400 ane, caracterizándose por los denominados intercambios aristocráticos donde los regalos estarían presumiblemente restringidos a las élites. Una segunda fase se desarrollaría entre el siglo IV ane y la conquista romana (123 ane), considerándose como “colonización plena” y estaría basada en el denominado “comercio empórico” y en ciertas relaciones de poder (Guerrero 2004: 171). En esta fase, son tres los aspectos que definen el marco colonial: el reclutamiento de mercenarios, la fundación de bases ebusitanas en la costa y el control y explotación de las salinas del sur de Mallorca, lo que comportaría la existencia de mano de obra local en régimen de trabajo presuntamente forzoso.
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Un buen número de investigadores que trataron este tema, entre ellos el que suscribe este trabajo, aceptaron y compartieron en su momento esta visión. No obstante, la teoría colonial en los términos que hemos apuntado empezó a ser contestada en la primera década de este siglo, en trabajos como los de Hernández-Gasch (2009), García Rosselló (2010) o, más tardíamente, Hernández-Gasch y Quintana (2013), enfocando el tema desde una óptica de carácter postcolonial, que dio por resultado matizar la teoría colonial, atribuyendo a la sociedad autóctona un rol mucho más activo en el proceso de interacción y difuminando en cierta manera el papel tutor del mundo fenicio-púnico sobre las comunidades locales. Cabe recordar, por otra parte, que también en la misma década empezó a ponerse en duda la cronología de una de las piedras angulares de la colonización: la base de Na Guardis, ubicada sobre un islote frente a la costa sur de Mallorca. Según Ramon (2005: 128-129), aunque podrían haber existido construcciones en el siglo IV ane sobre el islote, las mismas no adquieren envergadura hasta mediados del siglo III ane. Este punto ha sido ampliado recientemente en otro trabajo (Ramon, 2017), en el que se da un enfoque diametralmente opuesto al tradicional sobre el supuesto uso que los ebusitanos dieron a Na Guardis, otorgándole más un papel de hábitat duradero frente al de base de intercambio de productos de carácter estacional.
La reinterpretación de los datos anfóricos
Ya hemos mencionado previamente que, a partir de la primera década de este siglo, la teoría de la colonización púnica de Mallorca empezó a ser contestada, sobre todo por el hecho de que los datos arqueológicos que ofrecían los yacimientos autóctonos no parecían conectar bien con el escenario propuesto por dicha teoría, al menos en lo referente a los siglos IV-II ane.
El inicio de la aplicación de los sistemas de recuento cerámicos (esencialmente NMI –número mínimo de individuos- y NTI –número tipológico de individuos-) a las ánforas recuperadas en yacimientos autóctonos empezó a perfilar por primera vez un panorama detallado del número real de individuos que habían llegado a las costas de Mallorca (e.g. Quintana, 2000, 2006; Quintana y Guerrero, 2004; Sanmartí et alii, 2002; Fayas, 2010). Fue precisamente el estudio de los datos provenientes de un número ya considerable de yacimientos mallorquines lo que permitió a Hernández-Gasch y Quintana (2013) desmontar la existencia de un corte radical en el tipo de relación entre comunidades locales y comerciantes ebusitanos en el siglo IV ane (época que se fijó, en su momento, como de construcción de Na Guardis y, en consecuencia, del inicio de la fase colonial empórica). Por el contrario, observaron que las dinámicas de distribución del vino, que
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ya eran patentes en las zonas costeras de Mallorca en la segunda mitad del siglo V ane, esencialmente de la mano de las ánforas ebusitanas T-1.3.2.3., simplemente se expanden hacia el interior de la isla en la centuria siguiente, aumentando la presencia cuantitativa del vino en el mundo autóctono, sobre todo el envasado en ánforas ebusitanas T-8.1.1.1., ya que algunas de las producciones minoritarias no parecen llegar nunca al interior de Mallorca o lo hacen en muy escaso número.3
La ponderación de los resultados brutos ofrecidos por el NMI en base a los metros cuadrados excavados en los diferentes yacimientos tratados y, en ocasiones, también en base al período de fabricación del contenedor, ofrece un panorama de escasa llegada de ánforas y, por ende, de vino, el producto estrella de la colonización (Hernández-Gasch y Quintana, 2013: 327). A la misma conclusión llegó Gelabert (2012) en un detallado estudio para el caso particular del asentamiento de Son Fornés, constatando que la presencia del vino era ciertamente poco abundante en dicho yacimiento.
El estudio estadístico que incorporamos a este trabajo cuenta con una muestra de cuatrocientos seis individuos (NMI=406) provenientes de catorce yacimientos repartidos por todos los ámbitos geográficos de la isla (fig. 1) y con funcionalidades diversas: hábitat (Puig de sa Morisca, Son Ferrandell, Son Fornés, Bóquer, Talaies de Can Jordi, Hospitalet Vell, Ses Païsses), necrópolis (Túmul de Son Ferrer, Illot d’es Porros), santuarios (Son Mas, Punta des Patró), centro con funciones manufactureras y comerciales / hábitat (Turó de les Abelles), e indeterminados (Son Fred y Cascanar). Si bien es cierto que es difícil aglutinar una muestra tan variada funcionalmente, no es menos cierto que en todos ellos se han recuperado ánforas, por lo que está claro que en todos ellos debía de consumirse vino, aunque sin duda con fines distintos.
Durante la segunda mitad del siglo V ane, la llegada de ánforas, esencialmente contenedores vinarios ebusitanos T-1.3.2.3., se reduce a un fenómeno costero, mayoritariamente centrado en el occidente de Mallorca (fig. 2) y con escaso peso cuantitativo. Solamente los yacimientos costeros o que están a escasa distancia de la línea de costa muestran presencia de este tipo, ya sea de materiales provenientes de excavación o de prospección. Actualmente, en Mallorca, el recuento de individuos provenientes de excavación del tipo 1.3.2.3. asciende a 19 (NMI=19), repartidos entre cinco yacimientos distintos. Aparte, puede encontrarse este tipo entre los materiales de prospección de dos
3. Los diferentes estudios realizados sobre las ánforas de Son Fornés, asentamiento ubicado en el centro de la isla (Fayas, 2010; Gelabert, 2012), no mencionan la presencia de ánforas ibéricas, masaliotas o corintias, producciones que pueden encontrarse en yacimientos costeros de Mallorca.
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yacimientos más, ambos en la zona occidental de Mallorca. Junto con las ánforas 1.3.2.3. debieron desembarcarse en la isla un número indeterminado, aunque poco numeroso, de individuos ibéricos y masaliotas. En realidad, disponemos únicamente de un individuo ibérico proveniente de excavación que pueda adscribirse con seguridad a este momento y proviene de Ses Païsses (Quintana, 2006). Con respecto a las ánforas masaliotas, un único borde entre los yacimientos autóctonos, del tipo A-MAS-bd3 (fig. 2.5), y proveniente de un vertedero del exterior del poblado Puig de sa Morisca (Quintana, 2013), y cuyos paralelos más exactos parecen darse entre el 475 y el 425 ane (Py et alii, 2001: 143-144), podría entrar, tal vez, en este grupo.
Sin embargo, en la centuria siguiente se observa una mayor presencia de vino en la isla, detectándose en lugares donde hasta entonces no constaba su llegada (fig. 3). Así, tenemos doscientos cuarenta y dos individuos (NMI= 242) adscribibles al tipo 8.1.1.1. ebusitano, el cual aparece en los catorce yacimientos anteriormente citados. Acompañando a las ánforas 8.1.1.1. también llegaron a las costas de Mallorca individuos ibéricos, así como algún ejemplar de ánfora masaliota (Sanmartí et alii, 2002; Quintana y Guerrero, 2004), corintia y centromediterránea (Sanmartí et alii, 2002).
Por su parte, el siglo III ane, aunque presenta unas cifras que significan un descenso con respecto al global de la centuria anterior, se observa un mantenimiento de la presencia del vino ebusitano sobre el terreno, a la vez que empieza a detectarse la introducción de vino itálico en Mallorca (fig. 4), incluso en el centro de la isla (Fayas, 2010; Gelabert, 2012). Presentándolo con más detalle, podemos indicar la existencia de cuarenta y tres individuos (NMI= 43) del tipo 8.1.2.1. y cincuenta y tres (NMI= 53) del 8.1.3.1. A su vez, habría que contabilizar también hasta veintidós individuos (NMI=22) de ánfora grecoitálica que podrían haberse fabricado en el siglo III ane, mayoritariamente en la segunda mitad, si bien es cierto que algunos de los mismos también podrían datar de principios del siglo II ane. A su vez, cabe también mencionar la existencia de al menos tres individuos centromediterráneos; el primero del tipo 5.2.3.1. en Hospitalet Vell (Rosselló, 1983: 20, fig. 8), el cual se fabrica a caballo entre los siglos III y II ane (Ramon, 1995: 198), por lo que no sería descartable que hubiese llegado a la isla fuera de nuestro ámbito temporal. Igual ocurre con el 7.2.1.1., de Son Fornés (Fayas, 2010: 89), de cronología similar al anterior (Ramon, 1995: 206). El último proviene del Turó de les Abelles y podría encuadrarse dentro del tipo 5.2.3.2. (Camps y Vallespir, 1998: 216).
A primera vista, estos números en bruto parecen evidenciar una elevada tasa de llegada de ánforas, especialmente en lo que respecta al siglo IV ane, pero no lo es tanto en el momento en que relativizamos estos datos. En la tabla 1 puede verse que, aún en el
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momento más álgido de la entrada de material anfórico, representado por el tipo 8.1.1.1. (al que habría que sumar varios ejemplares ibéricos, al menos dos masaliotas, otro corintio y, probablemente también algunas PE 22 ebusitanas), se recibirían poco más de diecisiete ánforas por yacimiento4 para el conjunto de la centuria, lo que equivaldría a hablar de 0,17 ánforas al año.
Al igual que ya hizo Gelabert (2012) para el caso de Son Fornés, queremos hacer mención a la cantidad de litros de la que estaríamos hablando en los datos ofrecidos en el párrafo anterior. Así pues, las personas que habitasen o llevasen a cabo actividades en los yacimientos incluidos en el estudio dispondrían de poco menos de siete litros al año5 (durante el siglo IV ane) para el conjunto de toda la población de cada uno de los yacimientos. No olvidemos que estamos hablando del período de mayor incidencia del vino según los datos expuestos. Y, desde luego, las producciones minoritarias (ibérica, masaliota y corintia) apenas sí aumentarían esta cantidad, al margen de las imprecisiones existentes sobre el contenido de las ánforas ibéricas (e.g. Juan-Tresserras y Matamala, 2004; Ribera y Tsantini, 2008: 618).
Tipo anfórico NMI Media por yacimiento NMI / duración del tipo
Litros por yacimiento y año T-1.3.2.3 19 3,80 0,08 3,08 - 3,42 T-8.1.1.1. 242 17,29 0,17 6,48 - 6,91 T-8.1.2.1. 43 6,14 0,10 3,64 - 4,16 T-8.1.3.1. 53 5,89 0,12 3,30
PE 22 12 1,20 0,08 2,00
Grecoitálica antigua 37 2,64 0,04 1,15
Tabla 1. Datos estadísticos de los tipos con mayor presencia cuantitativa de la muestra anfórica
Por lo que respecta a nuestra muestra, la cantidad de vino sería inferior en el siglo III ane con respecto a la centuria anterior, ya que a un menor número de individuos cabe sumar una reducción en las capacidades de las ánforas ebusitanas.
4. Aunque debemos ser conscientes de que las diferencias entre yacimientos ofrecerían grandes desviaciones con respecto a la media, debemos recalcar que lo que pretendemos con este ejercicio es demostrar la baja presencia de vino entre la sociedad autóctona de este período en un contexto global de toda la isla.
5. Para las capacidades de las ánforas ebusitanas, véase Ramon (1991); para la capacidad del ánfora grecoitálica hemos seguido a Pascual y Ribera (2013).
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DO UT DES
Es obvio que los comerciantes ebusitanos que llegaban a las costas de Mallorca y entregaban sus mercancías buscaban ciertas contraprestaciones a cambio. No existe unanimidad entre los investigadores, como ocurre en casi todos los aspectos de la protohistoria balear, sobre los productos que las comunidades locales ofrecían a cambio de los productos introducidos en la isla. De manera resumida podemos indicar que existen dos posturas principales contrapuestas. La primera defiende que los comerciantes foráneos visitaban las Baleares esencialmente para enrolar honderos en los ejércitos de Cartago (e.g. Lull et alii, 2001; Hernández y Quintana, 2013). La segunda postura mantiene la existencia de un mayor abanico de productos, encarnado principalmente en el ganado y sus derivados (e.g. Guerrero, 1997, 2004; Guerrero et alii, 2002), o bien mayoritariamente en el grano (Ramon, 2017).
Frecuentemente se ha caracterizado a la economía de las comunidades locales como de tipo mixto, con la agricultura extensiva y la ganadería (ovicápridos sobre todo) como pilares principales, observándose una elevada densidad de poblados en tierras muy aptas para el cultivo (Hernández-Gasch, 2009: 288). No obstante, aparecen ciertos problemas cuando se examinan estos dos pilares principales. En lo que a la agricultura se refiere, si bien es cierto que en excavaciones de yacimientos autóctonos se ha recuperado un buen número de molinos de mano, la mayoría de los cuales se supone que se utilizarían en tareas de molienda de grano,6 aún no se ha encontrado ningún silo digno de ese nombre, hecho que marcaría sin duda una intencionalidad de almacenaje de grano en cantidades considerables, tal y como se constata en la costa ibérica catalana en esta época (Asensio et alii, 2002). Hay que tener en cuenta, no obstante, que pudieron haber existido estructuras en superficie de tipo horrea, también documentadas en el mundo ibérico (Roldán y Adroher, 2017: 43), construidas en nuestro caso con materiales perecederos y de los que no hayan quedado apenas evidencias. Hasta el momento, que nosotros sepamos, ningún resto constructivo en los yacimientos autóctonos ha sido interpretado como tal.
En el caso de la ganadería asistimos a un proceso similar: es el otro puntal de la economía, pero no se aprecian cambios en la gestión ganadera entre el período talayótico y el postalayótico (Ramis, 2017: 211-213). Así pues, no disponemos de pruebas que nos hagan pensar en la existencia entre las comunidades autóctonas del concepto de cría de animales para la exportación.
6. Muchos autores (e.g. Risch, 2003; Roldán y Adroher, 2017) han señalado usos diversos para los molinos en diferentes cronologías y espacios geográficos. A modo de ejemplo y para un caso que toca de cerca a este estudio, podemos citar que Llergo et alii (2010) señalan, en un informe polínico inédito del yacimiento del Turó de les Abelles (Santa Ponça), que los indicios polínicos son débiles por lo que respecta al cultivo de cereal en la zona. Por lo tanto, el uso que pudo hacerse de los útiles macrolíticos documentados en este yacimiento pudo haber sido más diverso, como por ejemplo en un proceso de tintura textil.
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Otros investigadores que también han tratado este tema han remarcado el hecho de que parece poco probable que una economía mixta sin signos de especialización hubiese podido producir los excedentes necesarios para la exportación (Hernández-Gasch et alii, 2011), abundando nuevamente en la dificultad de defender el grano o el ganado como principal producto atractivo para los comerciantes foráneos.
Por lo tanto, en base a los datos de los que disponemos en la actualidad, tanto el grano como el ganado o sus derivados pudieron usarse en los intercambios, pero de manera puntual, no sistemática. Tampoco parece que los metales pudieran ser un objeto frecuente de intercambio por parte autóctona, ya que la isla prácticamente carece de ellos, y hoy en día hay escasas evidencias que demuestren la explotación de los mismos durante la protohistoria.7
Llegados a este punto debemos referirnos a la sal, otro punto clave de la colonización púnica de Mallorca. Desde los inicios de la sistematización de la misma, siempre ha sido un producto recurrente en la bibliografía (e.g. Guerrero, 1984, 1987, 1997; Guerrero et alii, 2002; Calvo y Guerrero, 2011). La explotación de las salinas estaría en manos de los representantes ebusitanos establecidos en Na Guardis, mientras que la mano de obra sería, por supuesto, autóctona.
En el apartado dedicado a la reinterpretación de los datos anfóricos ya hemos llevado a cabo la relectura de datos de diferentes yacimientos. No hemos incluido el caso de las salinas de la Colònia de Sant Jordi en el apartado anterior, ya que sus materiales no figuraban en la muestra de los catorce yacimientos indicados. No obstante, ahora debemos ofrecer algunos datos sobre las ánforas allí recuperadas.
La inmensa mayoría de material anfórico publicado de la zona de los “campamentos de la sal”, y proveniente de prospecciones (Guerrero, 1987), se data a partir del último cuarto del siglo II ane. Sobre un total de doscientos quince individuos (NMI=215), ciento noventa y cinco (NMI=195) son atribuibles a cronologías tan tardías como la que hemos señalado. Es más, de estos ciento noventa y cinco individuos, ciento catorce (NMI=114) son ánforas ebusitanas PE 25 (gráfico 1), con una cronología que oscila entre el segundo cuarto del siglo I dne y finales del siglo II o principios del III (Ramon, 2006). Por el contrario, las ánforas que pueden atribuirse a los siglos IV y III ane suman siete individuos (NMI=7). Por lo tanto, a la pregunta de si las salinas eran un recurso ampliamente explotado desde Na Guardis parece que hay que contestar negativamente.
7. Perelló y Llull (2019).
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Gráfico 1. Tipologías anfóricas recuperadas en los “campamentos de explotación de la sal”
Por supuesto, al margen de los productos ya mencionados, existe otro recurso interesante: el humano, cuyo distinto grado de consideración por parte de los investigadores ha generado las posiciones encontradas que hemos señalado al principio del apartado. Como ya hemos mencionado previamente, a día de hoy no se dispone de pruebas fehacientes que nos inclinen a pensar que los productos primarios de Mallorca representasen una contraprestación sistemática a los bienes entrantes. Por su parte, el recurso sobre el cual las fuentes clásicas hacen especial hincapié es el humano. Son de sobra conocidas las obras de autores clásicos como Diodoro, Polibio o Tito Livio que describen levas y actuaciones en combate de los mercenarios baleáricos en el ejército cartaginés durante alrededor de doscientos años (ca. finales del V – finales III ane).
Mucho menos explotado por la historiografía moderna es un pasaje de Diodoro en el cual señala que las comunidades locales de la isla apreciaban mucho a las mujeres: “las valoran tanto que cuando algunas mujeres son capturadas por los piratas que atacan por mar, las rescatan ofreciendo tres o cuatro hombres a cambio de una mujer” (Diodoro, 5, 16-18). Este pasaje inevitablemente obliga a preguntarnos si las relaciones entre los habitantes autóctonos (o una parte de ellos) y los ebusitanos (o una parte de ellos) eran siempre pacíficas y cordiales. Baste recordar en este punto que comercio y piratería no eran siempre excluyentes (e.g. Signes, 2008), principio que incluso es posible que se aplicase a sí misma una parte de la población postalayótica durante el siglo II ane, si hacemos caso a las fuentes clásicas.
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Por supuesto, tampoco deberíamos dejar de lado la posibilidad de que la sociedad autóctona entregase integrantes de su propio asentamiento (o más probablemente de otros) como esclavos en momentos puntuales ¿Unas pocas ánforas llegaron a los poblados ribereños por ese motivo? Es un punto muy difícil de constatar, pero tampoco puede ser totalmente excluido.
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Como hemos podido comprobar a lo largo de este trabajo, las cifras estadísticas que arrojan las ánforas parecen indicar que estamos ante un comercio cuyo volumen, en su conjunto, no parece ser especialmente elevado. Por otra parte, se ha expuesto que los datos actuales tampoco parecen apoyar la tesis a favor de una salida considerable y sistemática de productos primarios en compensación a la llegada de bienes foráneos. Ciertamente, los recursos que Ebusus puede captar en Mallorca, también puede conseguirlos, y en mayor cantidad, en la costa ibérica, tal y como parece que efectivamente ocurre (e.g. Asensio et alii, 2002).
Llegados a este punto cabe pensar si Mallorca (y también Menorca) no eran sino un mercado secundario para Ebusus. La ciudad podía obtener fácilmente grano y ganado de sociedades con una capacidad de acumulación de excedente mayor que la isleña y, por otra parte, al contrario que Cartago, Ebusus seguramente no estaba muy interesada en la contratación de mercenarios a gran escala, aunque sin duda los contactos establecidos por sus comerciantes les serían de gran utilidad a los dignatarios cartagineses encargados de llevar a cabo reclutamientos.
En ningún caso puede negarse que la interrelación establecida fue profunda, y así lo demuestra la introducción y expansión del consumo de vino, entre otros aspectos, aunque su peso sea menor de lo que se creía hace años. Por otro lado, tampoco debemos olvidar que determinadas particularidades de las comunidades locales isleñas, de sobra conocidas, nos indican que estamos ante una sociedad relativamente refractaria sociológicamente hablando: sabían de la existencia del torno, pero no lo incorporaron a su utillaje tecnológico; conocían la moneda, pero las fuentes clásicas explican que prohibían la importación de metales preciosos (Diodoro, 5, 17) -la presencia de numerario es ciertamente escasa con anterioridad a la conquista romana-; tampoco adoptaron ningún sistema de escritura y se ha especulado sobre la posibilidad de su rechazo hacia costumbres culinarias extranjeras.
Todo ello sin duda debió de condicionar de alguna manera las relaciones establecidas con los ebusitanos, e incluso ciertas actitudes podrían llegar a interpretarse como muestras
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de resistencia. Tal vez deberíamos considerar como su aspecto más extremo un episodio armado frente a fuerzas cartaginesas en el año 206 ane, cuando los isleños evitaron, haciendo uso de la fuerza, que la flota de Magón invernase en Mallorca.
Por otra parte, y en relación al plano más teórico de la interacción entre las dos sociedades, en muchas ocasiones parece que los desacuerdos o contradicciones sobre dicha interacción surgen por las diferencias respecto al concepto de colonización que manejan los investigadores. Esta discusión se corresponde más bien con lo que algunos teóricos postcoloniales han denominado degree of intensity of interaction (e.g. Van Dommelen y Rowlands, 2012: 24). Este grado de intensidad de la interacción oscila entre contactos esporádicos y una ocupación militar con explotación de recursos y esclavización de la población local.
En nuestro caso, el grado de intensidad es una de las claves para avanzar en el conocimiento de las relaciones establecidas entre ebusitanos y autóctonos. Ello obliga a los investigadores que trabajan este campo a fijar unos objetivos de futuro claros: conseguir establecer de manera certera dicho grado de intensidad de las relaciones; desgranar las consecuencias, tanto positivas como negativas, que de estos contactos se derivan para la sociedad autóctona; y determinar el nivel de agencia que la misma mantiene en estas relaciones. De momento, y a la luz de los datos actuales, tan infundado es negar la existencia de interacción entre ebusitanos y autóctonos, como hablar de una colonización en toda regla de la isla con explotación de recursos bajo control ebusitano.
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