Los vascos y el campo

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5 “La presencia del Consignatario, y su intermediación en el acto de comercializar la riqueza principal del país, constituía una necesidad impuesta por su dilatado territorio y la falta de medios modernos de comunicación. Era el mandatario de los hombres de la campaña, vendía sus productos, defendía su precio, adquiría y remitía las provisiones que estos solicitaban; atendía sus órdenes de pago y financiaba, mediante anticipos, las necesidades de su explotación o negocio. Era, a la vez, el hombre de confianza y de consejo y el único vínculo del extenso interior con la civilización de la urbe. En la tarea de promoción de su progreso, el consignatario constituyó la avanzada de toda acción tendiente a dicho objeto. Se adelantó a los bancos en su función crediticia y de fomento, confiando en la nación y en los hombres que, en la soledad del desierto, elaboraban su grandeza”.

La actividad del consignatario no tiene una fecha exacta de aparición. Sin embargo, varios autores coinciden en dar como fecha de nacimiento el año 1872, cuando se construyen los Corrales Viejos y se organizan los mercados de abasto, surpimiéndose los mataderos, sus antecesores en el negocio. Varios mercados existieron en la ciudad de Buenos Aires. Algunos de ellos, como el del Bajo, no prosperaron, otros, como el Mercado del Sur del alto o Constitución, se convirtió en un centro neurálgico donde comenzaron a florecer los negocios donde se proveía a los pasajeros transitorios los elementos mas necesarios para pasar su estadía en la ciudad. Existía asimismo el Mercado de Frutos del Oeste, ubicado en un principio en lo que fue la plaza Lorea, pasando luego a ocupar los corralones de Miserere, hoy Plaza Once. Dichos Corralones Viejos, que funcionaban en lo que hoy es Parque Patricios,


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