Correo del Maestro Núm. 246 - Noviembre de 2016

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Esclavos que educaron a sus conquistadores: LA ESCLAVITUD EN…

como equivalente del término paideia, para expresar el conjunto de la formación humana, aunque adjudicándole, sin duda, como correspondía a la mentalidad romana, un sentido más práctico, descriptivo y cosmopolita (Redondo, 2001: 182).

Ahora bien, ¿quiénes lograron transmitir la herencia filosófica griega en esta sociedad romana tan arraigada a las viejas tradiciones, consideradas como el bien supremo? Roma no era una potencia comercial, pero, cuando los barcos regresaban de las conquistas, llegaban cargados de esclavos de todas las razas y profesiones: “Gente toda ésta que tenía mucho que enseñar a los romanos de entonces, quienes frente a los intelectuales helenísticos se puede decir que parecían campesinos recién llegados a las ciudades” (Santoni, 1995: 158). Durante los siglos III y II a. C., aumentó enormemente el número de esclavos, quienes fueron formando verdaderas comunidades con formas autónomas de educación; y, debido a que provenían de todas partes del mundo y con las más variadas costumbres, podemos deducir que desarrollaron sociedades complejas. Pese a todo, el esclavo era considerado una “cosa”1 propiedad del patrón, no podía poseer nada y estaba sometido a toda sanción patronal, incluida la muerte. Algunos pagaban por su propia libertad, con una suma recabada del ahorro que el patrón les permitía tener, pero: La perspectiva de convertirse en hombre libre mantenía al esclavo bajo control y duramente dedicado al trabajo, mientras que la exigencia de un precio de mercado como coste de la libertad ponía al amo en condiciones de comprar un sustituto más joven. El humanitarismo se complementaba con el interés egoísta (Hopkins, 1981: 147).

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Con todas las obligaciones y ningún derecho.

CORREO del MAESTRO

núm. 246 noviembre 2016

De cualquier modo, no hay duda de la marginación social y el abuso a los que fueron sometidos los esclavos. Sin embargo, algunos eran valorados y bien empleados, como los preceptores privados, a los cuales en realidad podríamos denominar maestros domésticos. Debido a que tener que trabajar para recibir un sueldo y vivir de ello era un signo de inferioridad, la enseñanza como tal no era una actividad digna. A ello se sumaba que, si bien el maestro podía reprender duramente al alumno, éste podía golpear violentamente a su maestro y no entregarle su sueldo, sin mayor remordimiento o juicio social. De hecho, en la idea de que el maestro en Roma no debería recibir salario, encontramos una clara similitud socrática griega. Sobre este punto, Carolina Olivares afirma: Acerca de su labor educativa, Sócrates nunca se asumió a sí mismo como maestro, pero con su manera de ser fomentó en sus discípulos la esperanza de que, si lo imitaban, llegarían a ser como él. No cobraba, debido a su convicción de que así aseguraba su libertad y a que creía [que] su mayor ganancia era obtener un buen amigo. De acuerdo con este filósofo, quienes aceptaban una paga se vendían, pues se comprometían a conversar con los que les daban dinero (2009: 171).

Así pues, la actividad de maestros o preceptores en Roma se hizo propia de esclavos cualificados; incluso resulta interesante que muchos personajes romanos importantes obtuvieron su formación política y filosófica gracias a esclavos de procedencia griega. Sin embargo, en esta asimilación del pensamiento griego encontramos una paradoja: la filosofía griega transmitida por los esclavos griegos aceptaba y justificaba la condición de esclavitud. William Phillips recuerda una frase de Aristóteles, pronunciada durante los buenos tiempos de Grecia, que dice: “Se puede clasificar al esclavo como una herramienta

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