Las cenizas del volcán Verónica Bunge Vivier
O
ír la palabra volcán hace pensar inmediatamente en un agente destructivo, explosivo y violento que nos provoca temor. Sin embargo la actividad volcánica ha sido muy importante en el modelado de la superficie de la Tierra, formando continentes e islas y transformando los ecosistemas. Cuando un volcán entra en actividad, expulsa lava, cenizas y gases. La lava (roca fundida) puede cubrir un bosque convirtiendo la zona en un espacio árido por décadas o incluso siglos; el tiempo que las plantas tarden en colonizar la lava dependerá de la naturaleza del material volcánico y del clima. Pero el volcán también puede arrojar cenizas y fertilizar un terreno pobre, permitiendo que en éste crezca una vegetación abundante.
La ceniza volcánica está llena de nutrimentos que enriquecen el suelo: se compone por finas partículas de minerales como potasio, fósforo, calcio, magnesio y sulfatos, todos ellos esenciales en el desarrollo de las plantas. Además de aportar material rico para la alimentación de los vegetales, las cenizas volcánicas contienen cristales que retienen gran cantidad de agua y brindan humedad al suelo. Sin embargo éstas también tienen su lado negativo: liberadas en grandes cantidades por un volcán cercano a zonas urbanas pueden provocar la obstrucción de alcantarillas e impedir el buen drenaje de la ciudad; asimismo, las cenizas pueden destruir campos de cultivos o acumularse en la estratósfera, modificando el clima al impedir el paso normal de los rayos del Sol.
Correo del Maestro. Núm. 31, diciembre 1998.
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