Armonía en rojo, de Nýcolas Nomi

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Armonía en rojo

1ª ed. - Buenos Aires, enero de 2023. 69 págs.; A4.

Título original: Armonía en rojo, 2021

Imagen de portada: The red room (Harmony in red), Henri Matisse, 1908.

Imagen de contratapa: Bergantín Espora, Emilio Biggeri, 1965.

E d i c i o n e s N a n a s h i

Directora editorial: Maija Meier

Diseño y producción: Nýcolas Nomi

@COPYLEFT, 2023 Todos los errores reservados

Permitida la reproducción parcial o total de este libro sin la autorización previa del editor.

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UNA FIERA ENJAULADA CON FORMA DE HOMBRE 9 TODA CAMA ES TAMBIÉN UNA CANOA 10 EN ESTA NOCHE EN OTRO MUNDO 11 ALBORADA 12 EN LA MAÑANA 13 MEDIODÍA BLANQUECINO 14 EN LA HORA DE LA TARDE TODAVÍA ES TEMPRANO 16 EL ATARDECER TAMBIÉN ANOCHECE 18 ANOCHECIENDO, ANOCHECIENDO... 19 ADENTRÁNDOSE EN LA NOCHE BLANCA 20 INEQUÍVOCO ESTREMECIMIENTO 21 EN LA CELEBRACIÓN DEL SUEÑO 22 RECTÁNGULO ÁUREO 23 ISÓTROPA INCERTIDUMBRE 24 EN LAS OJERAS OSCURAS DEL AMANECER 26 LA IRREMEDIABLE LUZ DEL SOL 28 RUMOR MATUTINO -30 LA SIESTA 31 UNA REFLEXIÓN RECOSTADO EN SUS APOSENTOS 33 LAZURITA 34 SEÑORITA DURAZNO 35 CROMATO AUTOMÁTICO 37 CAE EL DIOS DE CROMO 40 SÁBADO PÓRFIDO DESDE UN MIÉRCOLES DE PENITENCIA 42 LA ESPECIE HUMANA EN LA BRUMA 43 I 43 II 44 EXTRAÑAMENTE 48 CUANDO LAS PÁLPEBRAS PESAN 50 LA NOCHE INTERMINABLE 53 LLOVIZNA ILUMINADA 54 NOCTURNIDAD 55 HIRSUTO NOCTAMBULISMO 56 TINIEBLA DE ALQUITRÁN 57 GLISSANDO 58 I 58 II 59 III 60 IV 61 V 62 EL PUNTO DE FEYNMAN 63 DÉSSERTE, HARMONIE ROUGE 67

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Índice
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Armonía en rojo Por Nýcolas Nomi

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UNA FIERA ENJAULADA CON FORMA DE HOMBRE

entre cuatro intensas paredes, con su cabello naranja, remera de profundo azul, observó en una esquina los surcos de la humedad debajo del retablo que narra la forma de su espíritu

Se precipitó en juzgar las formas y encontró blancas sierpes que se deslizaban de la esquina intensa por sus pantalones negros como la noche que no era hacia la ventana abierta que inauguraba un paisaje irreal.

Detrás del color de las paredes se esconde el blanco de la hoja o el lienzo, pensó. Sin embargo imaginó flores azules sobre un estampado azul claro de fondo.

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TODA CAMA ES TAMBIÉN UNA CANOA

Cuando la Tierra le daba la espalda al Sol en este hemisferio; en realidad, nuestro planeta es janiforme se introducía en el mundo onírico en su litera, abajo. Las sábanas, escarlata; libros y fotocopias, arriba. Estos parecían flotar en aquel ambiente, y él también parecía flotar (nuestras imágenes apenas están delimitadas por líneas negras). Esbozado ferozmente, suspendido en la nada, notó sobre sí la extraña cercanía del ventilador de techo. Sus tres luces rojas le otorgaban a esa caja a ese cuarto un curioso aspecto fucsia. Ese día todo estuvo esbozado sutilmente.

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EN ESTA NOCHE EN OTRO MUNDO

Postrado en la madrugada cuando todavía se atisban algunas estrellas, la luz artificial del poste frente a la gran ventana toda ventana es grande ilumina mágicamente la copa blanca del árbol.

A su alrededor, flotan pétalos amarillos impulsados por un viento mudo. Las hojas aguardan el color que les otorga el amanecer. Lo que se ve se otorga: abrió los ojos y en su alborear hizo del cielo negro algo celeste.

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ALBORADA

En las primeras horas dentro del espejo acontece la acromegalia. Mancillado por su propio reflejo procuró pronunciar su nombre, y colmado de excelente cólera rajó el vidrio de un puñetazo. ¿Quién soy?, alcanzó a decir. Y cuando se pronunció las palabras también se reflejaron quebradas. Tris-te-men-te, fue así como nació su escansión.

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EN LA MAÑANA

Una habitación no es la caja de un gato negro que duerme de día y de noche está despierto, sino el refugio fotónico de una criatura lunar atravesada por la estaca de lo cotidiano.

En las primeras horas, lámpara del instante un trueno entre las nubes; son las primeras lluvias.

Espesor algodonado (observando) algo gris de tan cargado (observando), y anunciando sobre el hombro de la luz un gran diluvio (observando). ¿Cuándo fue que mi visión adoptó la forma de un gerundio?, se preguntó atónito.

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MEDIODÍA BLANQUECINO

Soñó una vez un futuro con Belén sudando la mano que tomaba la suya cálida por la imposición de la seño a la salida a sus alumnos los niños en la escuela primaria, los únicos ojos eran los suyos los mismos que buscaban a sus padres.

Mientras los suyos, arrebatados por un temprano fulgor se apagaron prontamente ante la ausencia de aquellos que siempre llegan tarde porque la vida no espera a nadie, y se fue también el sueño de la mano de su madre, la esperanza, como una matrona fulmínea.

Aquel día su mirada le dejó el sabor de la lluvia que le permite los días como hoy evocar un llanto silencioso y sin lágrimas que utiliza para adornar su nostalgia.

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Y en cada gota de agua un recuerdo cuya lejana música configura un olvido tenue, un sonido blanco similar a la televisión de veintinueve pulgadas desintonizada a la espera de la mano arrugada sobre el control remoto de quien se ha dormido para siempre.

La memoria también pierde señal, y se aproxima la niebla, y de pronto aflora una imagen: una ventana salpicada en un mediodía blanquecino y detrás, un ruido blanco.

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EN LA HORA DE LA TARDE TODAVÍA ES TEMPRANO

¿Por qué hace ruido la computadora?

¿El ventilador desgastado o el disipador del procesador sucio?

La tecnología también envejece, ¿cuánto tiempo transcurrió? Nosotros respiramos y ellos expulsan el aire caliente.

¿Proviene de la tarjeta gráfica, de la placa base? ¿Es la computadora de Qohen Leth trabajando en el Teorema Cero?

Uno es pelado y el otro tiene cabello y ambos se preguntan por qué hace ruido la computadora...

¿Es el silencio en las calles o el sistema de ventilación? Son los discos duros de su hogar; la realidad es virtual y su silencio quizás acrecienta el ruido de la computadora en esta tarde pálida después de haber estado llorando todo el día. El ruido, al cabo de un instante, se torna somero.

Defectuoso probablemente, él o el ordenador. Las horas y las nubes, grises y lentamente. A punto de volver a llover retorna el ruido y retorna también la pregunta y es tarde para realizar una copia de seguridad del instante

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aunque en la hora de la tarde todavía es temprano.

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EL ATARDECER TAMBIÉN ANOCHECE

Cada casa, un computador. ¿Quiénes son? Las personas. Dispositivos de almacenamiento de datos.

El cerebro magnético, una estrella antigua. Una estrella gris en una cápsula ósea como el sol en un día nublado en una cápsula de algodón; la perla plateada de un molusco cascarado; la fuente plástica de los relámpagos; el lápiz que traza en la superficie del cielo laberintos; un generador eléctrico cuya sinapsis se ramifica. Labra la lengua de sol a sol busca la clara señal, no es un sol; un signo oscuro. Un animal salvaje y neural, el mito, no lo deja ni a sol ni sombra en la tarde en esta tarde en el atardecer que también anochece...

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El espaciado azul púrpura anunciaba al rayo, al golpe de luz en la piel desértica, a la obsesión por el tatuaje naturista: las bifurcaciones del estilo, esa raíz del mito ahora en su cuerpo le permitía orientarse en el desierto, la piel de otros, las mesetas de arena, aquello que no espera a nadie nunca, el Nilo que fluye en Egipto o el Riachuelo en Buenos Aires. Una marca divina amarillo naranja en su brazo recibiendo esa luz agreste. O en su espalda ilustrando la raíz del árbol de la vida, es decir la semilla germinada de aquello que no espera a nadie nunca. Es decir las paredes se apagan lentamente. Todos los colores se ensombrecen pero la luz del sonido retruena y todos los colores se avivan como si algún dios les sacara una foto mientras está anocheciendo, anocheciendo...

El impacto iluminado reverbera la imagen y él gusta en imaginar que en alguna parte del mundo el Dr. Frankenstein está reviviendo al horrendo huésped mientras está anocheciendo, anocheciendo...

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ADENTRÁNDOSE EN LA NOCHE BLANCA

En las inmediaciones de la noche brota la experiencia (del) entusiasmo púrpura (que) ilustra (el) cableado de fibra óptica en un adverbio de modo. Sorprende en el cielo negro el culto por la estela, contrasta con los cables de la red atravesando árboles. El perpetuo artificio de la luz a la persiana no del todo abierta la tiñe de amarillo; luna artificial e inspiración contemporánea. El claro que penetra junto al silencio imposible figura en las pupilas de café de la fina bestia palustre, flotando cual si fuese la flor del irupé cuya apertura nocturna hace de la noche algo blanco.

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INEQUÍVOCO ESTREMECIMIENTO

¿Cuándo fue que el viento sembró la palabra noche en mi cuerpo?, inquirió. La invocación de los grillos aforaba el cuerpo de su sombra. El canto que invoca invita al espejismo. El canto brilla. La reverberación del eco diminuto en su sombra, un encanto. Pequeñas estrellitas que trabajan cuando las fábricas duermen.

Sus inefables voces son la revelación, una paz negra similar al vapor del café caliente a las cuatro de la mañana, y al igual que el reflejo lunático se dibuja en el charco del cordón de la vereda después de un largo día de lluvia en la ciudad desolada, así se colorea el insomne rostro de su cuerpo frente al monitor después de un extenso día de escritura en el escritorio solitario.

El canto se apaga y da lugar al llamado de la paloma amarga. Cual una leve brisa sopla sobre el mosquito atrapado en una telaraña, auspicio de chupasangres y de quienes se arriman al sol que más calienta, así tiembla la sombra y se estremecen los límites de su sombra pues el cuerpo es la sombra, la oscuridad de su materia.

Él también es otra forma de la noche.

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EN LA CELEBRACIÓN DEL SUEÑO

Imaginaciones anaranjadas escogidas por el inconsciente parecidas a una pintura crepuscular desfilaron fragmentariamente en su fragmentaria mente, semejante al friso del palacio de la memoria, ornamentado por una narrativa mnemotécnica, que descubrió ese mismo día cuando las imaginaciones se volvieron azules. Como el rojizo avistamiento de un objeto no identificado en la noche de un febrero hace doce años1 tras la llegada de un recital de Peter Murphy, ese sorprendente estado de perplejidad incrédula, de tal manera es la sensación verdosa ante un estado de descubrimiento revelador. La revelación es un bug de la realidad. El bicho de su descubrimiento; la polilla de su visión.

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de febrero de 2009

RECTÁNGULO ÁUREO

I

Escribe en una pantalla cuyos lados están en razón áurea, de modo que todo lo que allí diga tiene la razón, la razón áurea. Puede decir, por ejemplo, que dos más dos es cinco y en todas las enciclopedias dirá que Bertrand Russell es el Papa. Y tendría razón, la razón áurea.

II

La pantalla tiene bordes azul verde, despega una luz dorada (encandila como un coche de frente en una ruta). Extrañamente, en su semblante se reproduce una reflexión rojo naranja.

Reflexiona sobre este hecho y de pronto es otro.

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ISÓTROPA INCERTIDUMBRE

Todas las mañanas se desprendían plumas de los meses, los días de la vacía ciudad habitaban fotografías extraordinarias. En las afueras acontecía la dispersión un relajamiento peligroso. Él, con su despeinado cabello, en un auténtico homenaje al ocaso, permanecía inmutable y callado como si un pintor le hubiese dicho sos el poeta abstraído y la hendidura escandida; se abstrajo profundamente y dijo: soy el poeta de la paz y de la espada el canto inútil de un corazón curioso. Y se quedó quieto como si un pintor lo estuviese pintando, quieto como soñando, como soñando que la lluvia que esta lluvia duraría al menos cien años de soledad esta lluvia que en las afueras de las afueras hace salir a los sapos y a los saltamontes. Y se quedó quieto, soñando y lloviendo; pues mientras afuera sonreían

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él estaba dentro, quieto y soñando, lloviendo pues mientras afuera acudían al encuentro él estaba soñando y quieto como Hiro Onoda en la selva filipina en plena guerra y paz, con la austera salvedad que aquí y ahora los ilusionados eran los otros: quienes creían que la catástrofe se había extinguido o al menos actuaban en consecuencia. Hizo mutis, el pintor se quedó sin su modelo y el joven Hiro actualizado entró al sueño donde no dejaba de llover ni los sapos de croar. Los saltamontes saltaban de aquí allá, entre monte y monte, entre mundo y mundo...

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EN LAS OJERAS OSCURAS DEL AMANECER

Cuando la temible noche agoniza en el azul purpúreo los sueños cerúleos se mezclan con la realidad. Los adoloridos párpados tiemblan ante la temible noche que muere, que renace en un nocturno tono zafiro en el amanecer apagado de un día al que le cuesta despertar.

Las cáscaras entreabiertas contenedoras de una negra mirada café, miran al niño de ojos carmín cuya temible mirada al modo de la noche que también es temible mira a un niño muerto sobre su espesa sangre de donde brotan rosas pequeñas a la espera de ser recogidas por otro niño que juega a ser el Señor de la cruz. (En el balcón la gata negra acecha al mes de enero que tras pasar volando guardó reposo en un cable telefónico, tenaz y alerta.)

El niño de ojos carmín, el niño muerto y el crucificado, ¡un lamentable jardín! El jardín del sueño que muere. El primer niño desvía su mirada mortuoria y mira hacia el cielo tembloroso haciéndolo violeta oscuro y dos sombras se resisten a despertar;

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el segundo niño se evapora constituyendo nubes;

el tercero, al ver las enormes sombras conjugándose en la bóveda zafiro dice que son las ojeras oscuras del amanecer.

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LA IRREMEDIABLE LUZ DEL SOL

Sirviéndose un té rojo indio cuando aún el Sol se le presentaba coral por el lado opuesto a la gran ventana, adquirió una visionaria imagen: era un mascarón de proa tallado en madera en un barco antiguo parecido al bergantín Espora que se dirigía hacia el poniente; su tripulación buscaba descender junto al Sol a los infiernos y en sus duros ojos se refractaba un rojo puro.

El océano en bonanza, entre el radiante influjo solar y la nave aventurera, arrobado en un verde helecho, frisaba la eternidad que descendía del cielo dorado, invisible como un augurio.

A medida que dejaba detrás de sí al oriente la ensoñación se evaporaba, perdiéndose en el vapor del té que reposaba en la bandeja extraíble para el teclado en el escritorio de la computadora.

El recuerdo dulce del este se diluye: osadas meditaciones en un ventisquero fronterizo entre dos mundos.

La añoranza del norte se pierde: la centelleante conquista de fantasmas encarnados.

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El deseo del sur se aleja: la cruzada del vado que separa al ensueño de lo real.

El vapor nuboso se extinguió en una efímera iluminación adorada y detrás de sí, la gran ventana a la espera de la plenitud tras el transcurrir de las horas evaporándose como la vida; se dio vuelta y se encontró con el estío neblinoso que le susurraba ya es hora de dejar de soñar; le inundó una extraña tristeza, una incomprensión esmeralda... La conocen todos aquellos que alguna vez degustaron una despedida. Ya no quedaba té en la taza y el último rastro de su vapor se fue con la niebla; la irremediable luz del Sol lo iluminaba todo.

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RUMOR MATUTINO

El pitido de la grúa horquilla retrocediendo; un perro ladrando cual si hubiese avistado un espectro; en la casa ora voces, ora pasos; y en la calle el rumoroso proletariado y gruñidos homínidos, de vez en cuando.

La costumbre ha hecho del averno de los sonidos tempranos un paisaje sonoro soportable si sólo se borra con una extrema siesta.

¿Cómo

no ser de la noche?

En el centro del caos sin embargo fronterizo lindando la provincia enorme; algo de calma, al menos, nada de ajetreadas zonas metropolitanas que saben enloquecer al pueblo bajo y medio. En verdad, nunca necesitó excusas para la locura, más que, al menos, habitar el mundo este mundo.

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LA SIESTA

Aún estás a tiempo, se dijo; ciertamente en la tarde no era tarde para echarse a dormir la siesta. Se lanzó al lecho con la santa fuerza de la lanza de Longinos atravesando el músculo oblicuo externo del abdomen de Cristo, plácidamente en la tarde que no era tarde para echarse a dormir la siesta.

Placidez empalidecida que nos recuerda el descanso eterno de Ofelia, hermana de Laertes, sobre el gimiente arroyo. Echado sobre el verdegal, añadió; cerrados los ojos y la gran ventana abierta. Yacía como un muerto y aún vital. Entre las viñas, vichando las vides, se dijo ese castillo es más grande aún que aquel de mis fantasías, más tenebroso aún que en sus pesadillas; pero no entró. Estaba lejos. Antes que explorar el castillo deseaba su vergel. Sus aromas le producirían aún más confusión.

Infinitas flores rodeadas de magníficos farallones... Miró de soslayo un cuervo y siguió su rumbo. Era más precavido aún que su numen. Escribiré cientos de poemas, y aun miles, si encuentro allí a las entidades sirias, se prometió con sumo énfasis.

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Proseguía sigilosamente, entre los árboles que surgían al paso, y aun estando obnubilado, acentuó su marcha.

Nunca llegaba. ¿Será en verdad largo el camino o una ilusión? No tengo tanto tiempo, ni aun la mitad, se respondió. Palpaba el despertar. No renunciaré al vergel aun cuando tenga que renunciar a mi cordura, se replicó. Y frente a un cedro magno, frunció el ceño. No llegó nunca.

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UNA

REFLEXIÓN RECOSTADO EN SUS APOSENTOS

Cuando alguien dice que le gusta el calor, reflexionaba, piensa sus gustos opositivamente: no le gusta el calor, le gusta el ventarrón tras un día infernal, o el acariciar tímido de la corriente del aire sobre la piel sudada. Cuando alguien dice que le gusta el frío, proseguía, insiste en sus gustos opositivos: no es el frío lo que le gusta, sino el cálido abrigo en un día fresco, demasiado fresco; o la tierna llama en soledad o con amigos y amigas en una noche fresca, demasiado fresca. Se trata de la dialéctica del gusto, pensaba. Mientras tanto, un tifón bebé entró perdido por la gran ventana, llorando. La cerró inmediatamente y pronunció, turbado, las siguientes palabras: Se viene la tromba.

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LAZURITA

Por un lado, la pacífica mirada de Tánato. Su iluminación silenciosa.

En este sitio descansa su pupila de ultramar sobre el depósito finalizada la jornada laboral macabra, médica y precisa.

Los tensos cuerpos de piel aristocrática que reposan sobre bandejas de acero inoxidable aguardan mudos la identificación y la próxima jornada del bisturí.

Por otro lado, diabólicos sonidos que han dejado de danzar armónicamente aguardan la gota de lluvia que nunca llega de los tristes cuerpos que reposan en la barra del bar humeante. Una extraña melodía que hace que las pupilas viajen. Una iluminación apagada.

En tan sólo una progresión de acordes de doce compases, un alcohólico similar al ángel de Durero puede evocar recuerdos que vibran, imágenes de su pasado deslizándose por su memoria frágil e irreversibles instantes bend.

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SEÑORITA DURAZNO

En estos días siempre blancos, recuerda.

En su juventud granizada, en un despreciable colegio cuyo uniforme se asemejaba al excremento; una real Ayanami Rei empero de corta cabellera naranja rojiza, expresaba una piel fructífera, una auténtica señorita durazno, de cuyos labios salmón se exhalaban los más bellos silencios... No recuerda su nombre y sólo una vez caminaron juntos, pero no olvidará jamás su mirada perdida...

La nueva..., era a su vez la incógnita. El misterio era a su vez un deseo tímido. ¿Qué estará haciendo?

El sueño de una mariposa monarca, cuyo aposematismo advierte a los depredadores su cruel naturaleza. La luna llena ruborizada en una palidez ámbar, en medio de la noche más profunda rodeada de estrellas.

El árbol katsura en otoño, o el Ceniza Coreana de Montaña en la misma estación donde todo cae...

En los altos médanos un cierzo mamey transporta el bramido de una añoranza que bordea el estrépito del mar.

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Los rondines fruncían el ceño cruzando el cieno, y en sus ojos el betacaroteno nos aludía un terrible alud. En estos días siempre blancos, compara.

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CROMATO AUTOMÁTICO

El hombre de humor trastornado y rostro amargo de yerba mate de los jesuitas, de pómulos de dicromato de potasio

El hombre de mirada cancerígena con síndrome de abstinencia; de ojos anuros de sapito minero.

El hombre de nariz recta de olfato pitagórico; de boquita curva de azucena bulbífera y de lengua sin pelos de rana dardo fresa. El hombre de pera de limón.

El hombre de cejas de inflorescencia en espiga, de frágiles orejas de diente de león y de frente amplia de loma con rarezas. El hombre de cabello estacional con colinas en la nuca; de incoloros dientes de cianuro.

El hombre, el hombre de manos de ratón de uñas de teobromina de onicófoga hikikomori, de manos delicadas de secretarias sadomasoquistas.

El hombre lampiño de huellas digitales electrónicas, de dedos tembleques de percepción ictérida.

El hombre, el hombre de pies de compuestos de xantina, de un dedo gordo avaro y jurásico. El hombre, el hombre de cuello de lagarto.

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El hombre, el hombre de antebrazo de goma, de muñeca japonesa, de codo cuarteado por el tiempo, de brazo pescante de vehículo de remolque.

El hombre, el hombre de muslos carnívoros, de espeso butano de la gran hostia, de bellos en umbela, de sabanas que conducen a misteriosos valles...

El hombre de piernas tropicales, de sudores gramíneos y de músculos de polímeros.

El hombre, el hombre de pantorrillas nudosas, de corvas juguetonas de osado trapecista.

El hombre, el hombre de pecho diamantino, de pectorales de crema. El hombre de suaves pechos abultados. de abdominales ocre y de tacto de las piedras movedizas del Valle de la Muerte.

El hombre, ese hombre de culo pecaminoso, de glúteos de antimonio, de raya rajiforme acuática y venenosa; de agujero negro supermasivo fuertemente gravitatorio.

El hombre, ese hombre de falo de palanca de cambios, de glande tomate,

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de tronco caqui, de testículos de cadmio.

Ese hombre de saliva verbórea, de sustantivos enclenques y de verbos de gurí y cilantro; ese hombre de esperma de nuestro satélite natural de potencialidades licántropas.

Ese hombre de axilas del Amazonas, de feroces perfumes entre el acecho de bestias desconocidas. Ese hombre, en fin, está enjaulado.

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CAE EL DIOS DE CROMO

Están los dos, el dios y la bestia.

Parecen perennes pero uno lo parece más que el otro. Tienen ondulaciones humanas, y el primero a su vez la de un reloj de bolsillo cuya batería es poderosa; el segundo está encerrado. Encadenados a su modo, viviendo una y otra vez lo mismo.

Lo que ve el dios lo ilumina, y cuando este cae las cosas devuelven su luz prestada al dios.

En el cubo bermellón persa una bestia hambrienta encadenada a la gravedad de las pasiones desprecia con horrible ternura al dios. Las líneas onduladas en la tierra dibujan un aullido, y en las alturas pincelan destrizadas huellas napoletos.

El cuerpo ardiente se colorea con pigmentos arilados, y el cálido terrestre con la arena del tiempo desvaneciéndose...

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Con la tinta negra del humo se ilustra un nuevo cielo. Una novedad antiquísima, sin embargo.

Se apagó la mirada guta del lobo resplandeciente, y aquí abajo un lobo solitario cuyos ojos hoy se tiñen de ascuas eleva su mirada al moderno firmamento.

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SÁBADO PÓRFIDO DESDE UN MIÉRCOLES DE PENITENCIA

Si mezclamos eritrocitos y aciano, obtenemos la tintura que moldea al caracol marino que no quiere salir de su caracola porque afuera todo se está cayendo continuamente como si un sol se estuviera cayendo continuamente. Del morera negra se constituyen las miradas ajenas; del osario en ascuas, las aciagas ciudades. Una estera brumosa sobre las capitales ahogó de desesperanza al mundo; las flox se marchitan en los jardines esplendentes. Sentimientos orcela en las antenas de los caracoles que, a diferencia de las tortugas, continuaban en sus hogares espiralados.

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En el seno de una flor de cobalto proyectó matices lilas sobre el Río de la Plata, base pretérita de un frescor inmaculado.

En el planeta glasto, cubierto de corrientes desesperadas, descubrió el velo de la culpa de la especie humana. La impotencia de la hierba pastel; la sopa condimentada en altas dosis de especismo; la venganza del azul prusiano: el murciélago en un fotograma cianotipo.

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LA ESPECIE HUMANA EN LA BRUMA I

Culpó al sabor negruzco, empatía en cero. Culpó a la ignorancia caldo brillantina. Culpó al orgullo magenta respuesta velo, ceguera otredad lado lodos. Culpó a la zooantroponosis a la barbarie, a la justificación a la teoría al palabrerío, al dos mil veinte a la higiene a las gentes,

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a los monopolios a la burguesía a los omnívoros. Mucho culpó al oxígeno a los virus, a dormitar a la pereza a la fealdad, al dedo índice al reproche al futuro a las organizaciones a la historia a la ley. Culpas por la desdicha, por las manos, el dióxido de cloro la lavandina el éter, por la demencia senil y su normalización, la hegemonía la masculinidad el hombre

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el macho, la amargura el abandono la lejanía el desinterés.

Culpas al destino, a lo que es y a lo que fue, la injusticia la tragedia, el llanto sordo el ojo mudo la lengua ciega, las potencias los Estados el sistema.

Muchas culpas a Oli por permitirle culpar la gracia. Culpó así la ironía. Culpó las gracias, la perpetuidad. Culpó a la piedra gris de la enemiga. Muchas gracias por tus maldiciones. Muchas culpas por esto.

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Muchas culpas. Un feroz enjaulado, culpando.

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EXTRAÑAMENTE

Trizando alucinaciones de luz mediterránea, de vibrante natura, jugando con la flechita del ratón negro se percató de la falda corta de la montaña cuyas pétreas piernas en loto exhiben pedregosos poros a los transeúntes. Se percató de las vulvas en los valles, y de sus montañosas manos sosteniendo una cordillera eléctrica. Se percató de su clima añil rodillas templadas, húmedas. Se percató, insensato, de un pico exótico, un beso duro. Se percató de su glauco pie, inmóvil y meditativo. Se percató de su semejanza al mueble antiguo a sus espaldas, un escritorio alfonsino de finales del siglo diez y nueve en cuyo plano superior reposa un cuero verdinegro. Se percató, anodino, de sus patas de nogal

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cuyos rústicos pasos cuando todos duermen hace temblar al vino.

Se percató, entonces, de la botella en cuyo cuello encontró la forma de los días. Se percató de todo lo que reposaba sobre la superficie polvorienta un musgo triste y abandonado.

Tras trizar, ebrio de metáforas, sus iluminaciones de luz mediterránea procedió a percatarse del extraño ratón negro que lo miraba extrañamente desde una esquina con sus ojos rubí.

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CUANDO LAS PÁLPEBRAS PESAN

Dentro de ese par de grutas palpebrales dos estambres amargados, opacos lacres. En el umbral de ese mirar pesado peldaños. Los vidrios polarizados de su alma. Una vez dentro, tradicionales tinajas. Estas a su vez contenían pólipos deslumbrantes. Atisbó una rampa cuyo abismo conducía a las estancias del hambre. Retrocedió hacia el umbral de ese mirar pesado. Ante las gradas se despidió de su horrenda belleza

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interior. Latoso palpebral. El otro mundo fastidiaba como si estuviera sobre arenas movedizas. (Latoso tremedal) Se figuró un cadáver sonámbulo y la gatita negra súbitamente le extrajo sus amargados estambres para jugar. Él, en cambio, quedó padeciendo de par en par blefaroptosis. De este modo vislumbraba fantasmas, espectros matutinos que se relamían sus pliegues de mercurio. Se hartó y dijo basta.

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Se dejó sumergir

y enunció: a mimir.

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En el acromático regazo de la claridad nula. Las constelaciones duermen; sus tempranos rescoldos perviven en los soñadores. Al amparo de olivas promesas.

La esquina rezumada de orígenes serpentígeros gorgoteaba impunemente. Soterraba cascabeles invisibles.

El gorgoteo bifurcado clamaba una ablución desesperada, una significación clorofila. Una insomne molienda de los entes.

En el cobijo cordobán, un arcón blanquísimo de un interior punzó. Él por dentro, en una ambigüedad sínople. Raído a gritos bujía de gatos en celo orillaba un despeñadero prásino. En el pozo un trastorno grafito.

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LA NOCHE INTERMINABLE

LLOVIZNA ILUMINADA

Un tronar altivo fotografió las nubes en la penumbra abovedada; la lámpara ultravioleta despidió un destello audaz. Esa luminiscencia afilada abrió la esfera noctámbula, un alfil que atraviesa el tablero desde b2, y un abundante fluido de plasma empapó el barrio; ese usual tinto de vampiros fue nuestra llovizna.

Y ese vértigo turquí contrastado por un aluvión sepia le inspiró una reflexión sobre el temporal:

El sonido monótono del líquido sagrado que desciende del iris morado conforma una musicalidad amatista. Desprende una emoción de paz en el apocalipsis. Un estado de calma y preocupación ulterior, un descanso entre la muerte y la vida; evoca el gotear constante en un frente de batalla, un respiro en las trincheras de la Gran Guerra, un cese el fuego entre los escombros de la Segunda Guerra Mundial, entre el barro y la sangre. Sin embargo, en nuestro futuro, las gotas viajeras tenuemente iluminadas por los faroles; circunferencias provisorias en los charcos; diminutas explosiones en las superficies. Y cuando se va nos deja el simulacro del silencio; nimias perlas en las hojas de los árboles, en las flores, brillando iluminadas; el sabor fresco de la humedad silenciosa, reflejando la cara de la luna y los faroles modernísimos, un artificio lumínico, el canto ausente de los lobos.

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NOCTURNIDAD

La mente también es una esquina en el cuarto cósmico de las risas magníficas: la misteriosa comunicación de los crótalos produce un sonido pedernal especialmente en la tercera vocal colérica, estableciendo estelas amarillo París. Nuestro astro, suspendido en una nada negrísima suspendida a su vez en una nada blanquita, grácil como el insecto de mismo nombre, vuela sobre el vacío que está más allá de toda blancura. El universo es un gargajo sangriento con sabor a petróleo. La lengua furiosa de un tumbo, y un arte galáctico, hacen de su insomnio una contemplación inaudita.

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HIRSUTO NOCTAMBULISMO

Un condenado a muerte sobre un tablón pirata; es él frente a las vastas horas hondas, agitadas, azuzando el mal genio y el vicio. Marejada saturada de muertes desconocidas.

En los pequeñísimos escapularios perdidos cuya misma suerte recorre un mensaje en la botella, se colorean ángeles caídos, genios del vicio. Lapas en las peñas costeras, a orillas del peligro.

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TINIEBLA DE ALQUITRÁN

Confinado, no sólo bajo un ciruela sombrío sino además bajo la tiniebla de alquitrán sino además bajo una malveína carbonizada además hipnótica al lub-dub delator entre el cual se oculta un silente viscoso entre el cual se oculta una sustancia líquida bituminosa abisal, aterido, avieso; ácaro, abigeo, abjurado: lo mismo que la abismal distancia entre cada yo.

Confinado, no obstante, a roer la mística ciruela; a enunciar el lenguaje hermético de Nut tal como una destilación destructiva de la materia tal que la fragua de un raposo Hefestos sazona el metal de la sombra última que irradia noches, urdimbre donde él, heredero de Prometeo y aprendiz de brujo, se entrelaza tejiendo la piedra del verbo, la hulla que es a su vez la resina siniestra de todo lo que es noche, es decir la tiniebla de alquitrán es decir el foso del ser , las cavidades orbitarias de una sombra inmensa que se ha perdido para siempre de su dios.

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Los días lunares transcurrían al modo de un saxo alto. El eterno retorno de la noche sombreaba menos que el velador vetusto, del cual dos velas ficcionadas semblaban una calidez resguardada. El refugio fue un templo. Él vestía más crespón que aceitunas negras.

Las velas ficcionadas, imitando dos luminarias de papel, resaltaban en el sacro Vantablack un fragmento de la bufanda, el rojo vivo de una dalia anunciando un porvenir invernal. Así como un crecimiento terroso, se ambientó la intimidad; la impaciencia de la compasión, un plañido incognoscible.

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GLISSANDO I

Nuestro sol en nuestra noche es una trompeta; por tanto nuestra luz, arcos melódicos líricos. No es una implicación necesaria, pero es nuestra implicación necesaria.

Una acústica plañidera impregnó en su rostro acerado una musculatura de hule. Conceptos poco condescendientes impregnaron en su consciencia un apaciguamiento tarlatán.

59 II

Las dimensiones espaciales: un damerograma. Su percepción, un tejido de ligamento tafetán plano, alzó la vista y se encontró una bóveda nervada. Faltó el profeta de Nazaret clavado con una cámara de vigilancia en la frente.

Arribó a las playas del estómago un animal de almidón, y sobre todo una sed opalina. Era la hora del almuerzo. La hora aureolada de almagra. La instancia rúbrica. Su afortunada volición sentenciaba un vibrato acalorado y expresivo tan afectuoso como siempre en las instancias de rubor.

60 III

Tras tener la dicha de alimentarse y tras beberse la claridad cristalina en un vaso de aluminio , al compás de melodías fundidas de remotos orígenes afroamericanos se dio el lujo de escribir soñando despierto lo siguiente:

Realizo tan exquisitos fideos tirabuzones con «champignones», más pulpa de tomate salteada con ají, un tercio de una taza de caldo de verdura y una rebanada de cebolla junto a cinco dientes de ajo picado, que tras finalizar tan apetitivos manjares pensaba que en ciertas condiciones podría poner un restaurante.

Sin duda podemos confirmar que semejante plato es uno de sus principales junto a sus ravioles de espinaca con abundante salsa y una pizca de picante, más unas pizzas caseras que resultan un híbrido tierno de al molde y a la piedra, finas y suaves; hela allí su santísima trinidad, de quienes era devoto en nombre de la nervadura de la hoja del placer.

61 IV

Con mucho apresto se dejó caer en la sordina de acero Harmon; el anuncio fécula de goteante parafina. Sus sombras, rabiosas de tenebrosidad, querían que fuese una pieza en el damero de mármol que ellas veían para batallar contra las luces prístinas, tal como lo habían sido los ángeles añejos, mas él no fue más que la conjunción en ese suelo de mármoles de Macael y Marquina, oro blanco, oro negro, configurando su vestimenta en un estampado damero.

Entre tanto, raras figuras de su línea de tiempo se resbalaban a tempo minio y calinoso; los días pasaban atemperadamente a la velocidad humilde de su piso de madera plastificada dejando atrás, por lejos, la sufriente y fantástica canícula.

62 V

EL PUNTO DE FEYNMAN

Se aproxima el final y él pronto se disolverá en otros. Impelido en la iniciativa espulgó su cuero cabelludo en busca de los últimos poemas. El cielo virgen expelía vetas de madera nebulosa de extrañas formas espiritistas; el globo ocular grandilocuente, cuya descomposición simulaba el tétrico mirar empañado de los muertos, apenas lograba sostenerse por los seis músculos de la musculatura extrínseca. Apuntando hacia el rincón misterioso ritualizó el verbo y dijo hágase una mirilla, por la cual pudo entrever la tela del Destino. Un horripilante telar cuya irónica trama escora cada cabo, cada existencia escorada. Cuadrados y espirales sostenidos por una tensión heraclítea: ¿Quién dijo que la resistencia ontológica carecía de origen?

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En la medida en que el viernes oscurezca las canicas acuáticas sobre los pétalos y las hojas se irán transformando en abalorios. Compungido, trenzó pulseras con los vestigios de la lluvia. Todo termina Pensaba en voz alta. El aljibe lagrimal escaseaba de agua, cloruro de sodio y albúmina.

Ristra, del color del sur en el Extremo Oriente, en la palma de su mapa; allí forjó la ubicación del ajuar en ese lejano castillo donde se vislumbraba con la Poesía. El baúl nupcial, receptáculo de inimaginables ramilletes. ¡Ah, viejas tradiciones y sueños estériles! Temblaba de pudor peor que escondido debajo del miriñaque de una alegoría antropológica, al pispear el patizambo contoneo de la Antipoesía cuya fabulosa estirpe provenía de las venas de Caín. En su hechura de poliéster contempló un incestuoso Hierosgamos, maravilloso atrevimiento. A cambio, obtuvo un orzuelo de muselina.

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Cerró ambos extremos del visillo imperial coloreado por la dinastía Ming y su osadía que apuntaba hacia delante de la acción le produjo un barquinazo. Posteriormente, la anunciación de los santos del sustantivo. A continuación, el espectáculo de los fonemas: danza de tutús y volados sonrojados.

Nubarrones escayolados. En tanto aquí, arcos apuntados y arbotantes. Evidentemente, quería habitar una mitología. El continuo susurro de sus composiciones por pirólisis le otorgaba una voz meliflua a pesar de su farfullo. Tan pocos metros cúbicos palaciegos y tan prominente imaginación trazaba su Ciudad Prohibida. El alborecer pungente dejaba ver sus primeros rayos. Él y su sombra de benceno fueron desapareciendo... Él y sus adjetivos pomada; él y sus aditivos microbicidas; él y sus aliteraciones de brea; él y sus sueños de abedul de las canoas; él y sus versos de trementina...

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En lejanísimos bosques caducifolios silentes de metanol. Cuando se cierran las válvulas mitral y tricúspide entre las ramas se oye una súplica; cuando se cierran las válvulas aórtica y pulmonar desde la savia se oye un sollozo. El terreno contiene su propio puño gules y habla.

El epílogo está resuelto. El hueso palatino ensombrecido tiñó las tonalidades etmoides.

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DÉSSERTE, HARMONIE ROUGE

Flotaban, nuevamente, pétalos amarillos. Una leve ventisca llegaba desde marzo. Las paredes de cármeso, sumidas en asombro, oyen, aun, la renuncia. Desde lejos se asoma una gran lepidóptera de alas de lapislázuli.

Esos ladrillos huecos, el oyente esqueleto; el seto y la casita distante y melosa; el silencio posible: bidimensional. Todas las formas: planas. Esta es la gran quietud. Y entre rectas y curvas, pruébase: Ya no hay nadie

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Armonía en rojo, de Nýcolas Nomi by Ediciones Nanashi - Issuu