El unicornio en el café libertad

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ANOTACIONES PARA UNA CRÓNICA DE LA DIFERENCIA LOS INICIOS

El 23 de marzo de 1993 del pasado siglo, un nutrido grupo de

jóvenes poetas se dieron cita en el madrileño “Café Libertad” para la realización de una lectura poética en cuyo tarjetón, de color verde, se definía como “Acto de amistad”, presidido por una cita de “El conde de Malveolo” que decía: “Solamente sé distinguir entre la poesía que me gusta y la que no me gusta”, postulado del que, en la presentación del acto, discrepé porque me parecía rotundamente subjetivo ya que, paradójicamente, negaba la esencia de lo que no habría de tardar en conocerse como la rebelión de los diferentes, simplificándose en “La Diferencia”. Esta discrepancia la expresé así: “En un país como el nuestro donde la ecuanimidad es una rara especie en galopante estado de extinción, donde el etiquetado y exótico escandallo es más apreciado que el producto que lo lleva, que la subjetividad del gusto se imponga a la calidad intrínseca del objeto, es la raíz de un problema que a todos nos sensibiliza en mayor o menor grado, pero del que todos podemos ser víctimas de su equívoca solución. Y, ¿no es por ventura, esta la razón que a todos no reúne hoy aquí?” Hoy, a los 25 años del acto del Café Libertad, acaso sea necesario reflexionar sobre esa razón de asistencia, estadía y esencia, porque el tiempo en su discurrir acelerado desdibuja perfiles, difumina objetos, desvirtúa discursos, manipula la realidad. Si


tuemos al Unicornio -fue nuestro símbolo- en aquella amistosa y fraterna reunión madrileña y, el cómo, desde distintos puntos de España, fuimos confluyendo al centro geográfico capitalino desde donde surgió un mensaje, una opinión, un planteamiento que había de significar un antes y un después en el panorama poético español en las postrimerías del siglo XX. En aquella explosión de juventud creadora, la única excepción, acaso, era yo mismo y, consciente de ello, cuestioné mi presencia poética argumentando que discernía bien que mi tiempo era otro tiempo, el mío era evocación y el de aquellos jóvenes inauguración y, por tanto, el protagonismo poético correspondía a ellos. Pero, ¿cómo había sucedido todo? Esa es la historia de la Diferencia, la que sitúa a los protagonistas de aquel “Acto de amistad” y las causas, próximas y remotas, que nos llevaron a su convocatoria y realización. Es preciso, aunque sea, simplemente, como síntesis, reflexionar sobre lo que para algunos puede parecer, a estas alturas, obviedades; pero, aun así, se creó en la poesía española una sensación de asfixia intolerable y una opresión que imposibilitaba la libertad e independencia creadora. Tendencias hegemónicas excluyentes y, como consecuencia, proscripciones y epigonías -si no clonaciones- habían creado un paisaje monótono en sus detalles y áspero en las exclusiones. Y de éstas últimas, el afán de independencia creadora. Esta independencia creadora en libertad fue la que motivó el movimiento sísmico del Café Libertad. Aquellos jóvenes creadores no querían sentirse víctimas del sistema de corrientes estéticas hegemónicas, ni de preceptivas reduccionistas, ni de cánones castradores. Querían ser ellos sin otros imperativos categóricos que sus obras; fue tal ambición, la que se había ido fraguando en la década de los 80 y haciéndose visible por pequeñas revistas periféricas, por periódicos provinciales, colectivos sensibilizados que no estaban dispuestos a ser considerados los humillados y ofendidos por la implantación de un sistema que monopolizaba 


la creación poética de una manera tan poco ética que premiaba a los que se avenían a los condicionantes estéticos de la sistematización y condenaba al silencio y a la invisibilidad a los desafectos. Argumentaban, los sustentadores de tales corrientes, que el devenir literario, sus movimientos pendulares, siempre habían sido así en el discurrir de la historia… Pero aquellos jóvenes creadores replicaban que por qué tenía que seguir siendo así, por qué había de perpetuarse esa especie de statu feudal a la que había, dócilmente, que juramentarse con los cánones o los intereses de la orden del monopolio. Esto, aparte, de la falacia de tratar de asemejar movimientos tan definitivos y espectaculares como pudieron ser el Renacimiento, el Barroco o el Romanticismo no era de recibo… Dicen que las comparaciones son siempre odiosas, pero salvando, caritativamente, lo odioso que pueda significar la comparación, lo que no salva nadie es la imagen, de patética ridiculez, que conlleva la comparanza… Para mí, a título personal, lo más importante de aquella rebelión de jóvenes amigos era la seguridad que tenían en sus obras, en sus poemas, en sus creatividades, a despecho de cautelas y cortapisas, ellos -lo sabían- eran el futuro: y lo son, lo siguen siendo. No por otra cosa celebramos la conmemoración de aquel acto primero diferencial, porque aquella seguridad en sí mismos ya era una celebración del futuro que les esperaba. La rebelión contra la sistematización -antes del acto de Madrid- ya había cristalizado y se manifestaba en una serie de publicaciones (revistas, periódicos, pliegos, etc.) con el único fin de poner término a una situación injusta, constituyéndose en furtivos en los cotos detentados por las hegemonías, que eran casi todos. Y sin ánimo de ser exhaustivo habría que significar algunas de estas plataformas: “El signo del gorrión”, “La factoría valenciana”, “Alicia bajo cero”, el suplemento “Azul” del Diario del Guadalete, de Jerez de la Frontera, los pliegos “La Torre”, de Sevilla, con un artículo impactante de Juan José Lanz en su primer número; la granadina “Los tiempos”, con el artículo iniciá


tico “Los decorados de la derrota” de José Lupiáñez; en Talavera de la Reina, Miguel Argaya, con su revista “Norma. Revista de poesía y pensamiento”, en Barcelona el colectivo formado, entre otros, por Sergio Gaspar, Jordi Virallonga, Concha García y su revista “Newman”, en Extremadura el colectivo “Almendro” y en Andalucía, la almeriense “Batarro”, el “Papel Literario” del Diario Málaga-Costa del Sol y, por fin, el magnífico suplemento cultural del Diario Córdoba, “Los Cuadernos del Sur”, coordinados por el poeta Antonio Rodríguez Jiménez… Y hacia él fuimos confluyendo desde todos los rincones de España, si el suplemento, por él coordinado, se estaba convirtiendo -en terminología náutica- en el buque insignia, en el alado mascarón de proa de una rebelión que, gracias a él y a su hospitalidad, era ya una realidad imparable. Debo ser sincero: yo asistía -ya digo, mi tiempo era otro tiempo-, jubiloso y perplejo pese a la contradicción que esto pueda suponer; jubiloso, porque constataba que mis planteamientos y mis resistencias ante el discurrir de tendencias y corrientes eran compartidos por generaciones de nuevos poetas con todo un horizonte abierto ante ellos; perplejo, por ese desplante juvenil, sabio, culto, insolente, con el que se plantaban en el centro del ruedo ibérico: sin complejos, con audacia, conjunto de argonautas en pos del vellocino de la igualdad, la libertad, la creatividad… Ante ellos -tengo que confesarlo- glosando a Juan Ramón Jiménez, podía, al fin, decir: qué bien le sienta al corazón hallar su nido.

HISTORIANDO, DEFINIENDO

Los Cuadernos del Sur, en manos de Rodríguez Jiménez, se convirtieron en la potencialidad visible de los sublevados y, Córdoba, gracias a su inteligente e incesante actividad, en la capital poética de Andalucía. Y, tal potencialidad, no pasó desapercibida. Que Antonio Rodríguez Jiménez diera voz y espacio a los desconten


tos de Galicia, Valencia, de las Castillas, Andalucía, etc., creando un estado de opinión, planteando un estado de la cuestión -ya irremplazable-, significaba que los monopolios quedaban emplazados y se abría una posibilidad a otras expectativas nuevas, impactantes y saludables que enriquecían el viciado dominio literario español. Se escribió, por ejemplo, sobre la originalidad: todos éramos conscientes de lo arduo de la encomienda, pero al decir de Rilke, “es lo arduo lo que nos está encomendado” y, desde luego, con impedimentos del tipo de pragmáticas, preceptivas, ortodoxias y cánones, lo único que se avizoraba era impotencia y mediocridad, una muralla ante el futuro, y aquella juventud creadora creía que “las canciones de la nueva luz” -otra vez Juan Ramón- eran posibles… Se criticó a la crítica imperante, su parcialidad, su sectarismo, su carencia de profesionalidad, de garantías como vínculo de unión entre el escritor y los posibles lectores y tal crítica a la crítica fue tan fundamentada que un crítico estrella -mi perdido amigo Miguel García-Posada- se posicionó, dándonos la razón, en un magnífico artículo aparecido en “La tercera de ABC” y titulado “La crítica en la picota”. Más tarde -ya levantada por los diferentes la liebre, aparecerían escritos, estudios o publicaciones cuestionando la crítica que se estaba haciendo, como el estudio aparecido en la Editorial Pamiela, “De brumas y veras”, del que es autor Víctor Moreno. Se denunció -también- la manipulación de los premios literarios, su orquestación propagandística en función de las editoriales famosas que editarían los poemarios ganadores, pero se hurtaba que esas editoriales ya habían pactado jurados, presencias optantes y así, antes de convocarse, los premios estaban fallados a conveniencia de quienes editarían a los poetas de su sello: cada vez había más caminos cerrados y, hasta la servidumbre de paso, fue atropellada. Quedaba un tema candente: El Poder… El fin de la dictadura y la construcción de la democracia, con la concurrencia 


de los partidos políticos, tuvo como consecuencia cultural que los partidos de izquierda exigieran el predominio cultural por el que tanto habían luchado antes de la muerte de Franco, incluso anteponiéndolo a los afanes políticos: era el botín esplendoroso que tenían que usufructuar sin que la derecha, aturdida, acomplejada, ignorante, quedaba en zona de nadie sin saber de qué iba aquello y, aun siendo ella la ganadora en las primeras elecciones democráticas, las de 1977, muchos escritores ideológicamente a ella vinculados que, incluso, ya habían sufrido el zarpazo de la dictadura, en aquellos inicios ilusionantes, pensaban que el Estado tenía que ser neutral y todo proceso de ayudas, viáticos, y subvenciones, siendo dineros públicos, debían repartirse -si es que habían que repartirse- según demostrada y notoria excelencia entre todos los intelectuales y artistas, fueran de la tendencia ideológica que fueran… Y, ¿cómo sabía aquella nueva derecha surgida de la Secretaría General del Movimiento quiénes eran, en pie de igualdad, excelentes y notorios? ¿Y qué mayor confusión para aquellos espíritus perplejos, que la defenestración de un enorme poeta, muerto en el exilio por no abdicar de sus convicciones republicanas, Juan Ramón Jiménez, había pasado de ser Premio Nobel de Literatura a “señorito de casino de pueblo”, según dictamen del círculo más acreditado y culto de España? Fueron incapaces de hacerse esta simple pregunta: ¿señorito?: ¿Juan Ramón sí y Alberti y García Lorca no? Pero qué sabían ellos… Se imponía -se empezaba a imponer- el pensamiento útil e interesado de lo intelectual y políticamente correcto.

PERSONALIZANDO

Acaso sea el momento de hacer una confesión personal: yo no creía conveniente la realización de esta antología, porque realizarla era enfrentarme a una hermosa ocasión perdida: yo 


creía en el futuro de los jóvenes poetas que se dieron cita en el Café Libertad y que se vieron, luego, defraudados por un devenir que, en lo que a mí respecta, nada tenía que ver con lo que ocurrió a partir del acto del Ateneo de Sevilla… Si me he enfrentado a mis nostalgias lo he hecho sólo y únicamente, para evitar la manipulación de los orígenes, las raíces de autenticidad, honradez, generosidad de los que se fueron convocando o se implicaron en el afán de conseguir un panorama ilusionante, fértil, creador… Ya lo he dicho, mi tiempo era otro; pero mi inquietud era de la misma estirpe que la que animaba a aquellos venturosos jóvenes poetas y, puedo decir con orgullo, que me entregué, en cuerpo y alma, a que la ventura fuera completa. Y, estas líneas, así lo confirman, aún… El horizonte -el que yo pensaba que pretendíamos- no era el del quítate tú para ponerme yo, sino, el de una plural concurrencia y, desde ahí, que cada cual pechara con sus obras, demostrando las excelencias de ellas, que se hicieran a sí mismos, consiguiendo, por tales excelencias, que si habían sido postergados y silenciados, la magnificencia de sus obras, evidenciara que, el ser diferentes, el no acatar directrices escriturales preestablecidas, era la fórmula válida y reivindicativa de todo creador que intente ser personal, que ansíe ser original, que tenga voluntad de estilo y personalidad propia e intransferible. Sus obras serían, en definitiva, el irrefutable argumento de la Diferencia y el cuestionamiento de Víctor García de la Concha cuando pedía obras y no manifiestos. Antonio Rodríguez Jiménez, desde los Cuadernos del Sur, había creado una plataforma espléndida desde donde expresarnos y visibilizar aquellas pretensiones tan diáfanas y necesarias; allí habíamos ido concurriendo, desde ahí pudimos ir definiéndonos; su carácter -el de Rodríguez Jiménez- nos permitió ir perfilando un movimiento de rebelión que sólo y gracias a él, pudo concretarse en propuestas de alcance nacional y, así, lo que después se definió como la Diferencia se hizo visible en todo los terrenos hasta entonces prohibidos. 


ARGUMENTANDO

Uno de los dominios denunciados fue la arbitrariedad mani-

fiesta en el reparto de subvenciones, ayudas, aportaciones, con las que el Estado -como centralidad nacional- y las autonomías -como suplencias periféricas- administraban los dineros públicos, con el objetivo de la mayor difusión de la cultura, arte, Letras, música, etc., de los creadores españoles. (Si insisto en este tema lo hago porque los tres actos inaugurales de la Diferencia se llevaron a efecto a expensas de quienes se comprometían a asistir a ellos: viajes, hoteles, manutención, todo corrió de sus bolsillos y fue esta ejemplaridad y altruismo los que se significaron a la hora de condicionar y criticar las ayudas estatales). Y ahí, en ese dominio de las subvenciones, había vuelto a ocurrir lo tan temido: las prebendas se entregaban en función de ideologías y los prebendados eran los sistemáticos, una y otra vez, proyectados como una sombra siniestra ocultando que había otra realidad y, ésta, estaba siendo preterida, soslayada, como si no existiera o, en caso de darle cierta visibilidad, condenada, igualmente, al desconocimiento porque los grandes premios institucionales, los estudios de la crítica de los medios o los foros, estaban reservados a los creadores instalados “en la alta modernidad” que significaba el futuro, un insignificante futuro, predecible, si, pronto, alguien o algunos, instaurarían una nueva corriente derivable de la anterior, pero, claro, con sus condicionantes estéticos de obligado cumplimiento, para estar y existir: la cuestión del ser, la esencia, la esencialidad quedaba para aquellos disparatados poetas provinciales que promovían la diferenciación en las escrituras, la voluntad de estilo, la afirmación de la genuinidad creadora, en libertad, en independencia, en ser lo que se es y el universo pende de tal soberana interpretación: el universo es mío porque yo lo creo, y mientras más universos existan más posibilidades habrá de que alguien se defina tan espléndidamen


te que, dinamitadas las limitaciones, se posibilitara un futuro, cuando menos, inquietante en sus posibilidades. ¿Qué de malo -si amábamos a la Poesía- era desear, procurar, tal horizonte? Porque, en definitiva, ¿qué era la Diferencia? En verdad, casi nada y tanto: casi nada, no se aportaba una sistematización preceptiva, sino, sólo, ilusionadamente, un estado de aseidad: ser lo que se es y no ser otra cosa. Y no ser otra cosa significaba que los creadores, aquellos que se manifestaban en Madrid, Córdoba y Sevilla, eran poetas absolutamente seguros del devenir de sus obras y, en esa seguridad, no estaban dispuestos a tolerar que los encasillaran en ningún círculo, cuyo centro estaba esquemáticamente sistematizado. Aquello, por ejemplo, no era el sueño bíblico de Jacob interpretado por su hijo José: las gavillas rindiéndose ante una sola, no se admitían genuflexiones, éstas iban contra la dignidad suprema de los creadores y tal rebelión fue la esencia de la Diferencia. Quienes hasta aquí han llegado, deben convenir que siempre primó la idea de la tolerancia; no éramos unos energúmenos, disparatados detentadores de ninguna verdad insoslayable, pensábamos, acaso, en un debate esclarecedor, en igualdad y significación de foros y publicaciones; creíamos en el juego limpio, en los descartes estéticos; pronunciamos el adjetivo de discurso “de la Diferencia” porque era una actitud -mejor- una condición ante la uniformación… Nuestra postura -la defendida- significaba que nadie, con suficientes valores, quedara al relente, en los exilios, en las marginaciones. La única potestad era una obra sobresaliente, con futuro, que respondiera de sí misma, sobradamente, sin necesidad de otros apoyos que los legítimos de su presencia y existencia: ser para estar y no al revés. ¿Ser de la Diferencia? ¿Qué era, qué es eso? Yo, tras tanto escribir sobre el tema, sigo sin saberlo; porque el diferente lo es ‘per se’, definía su espacio personalísimo y quedaba al margen de todo lo contingente que constriñera su libertad de expresión como creador. Lo que se defendió, fue tal libertad; nunca, jamás, se 


intentó quitarle su sitio, su celebridad a nadie, pero que ese nadie, a quien se respetaba, no impusiera conductas, condiciones y suficiencias a los que rechazaban dignamente suficiencias, condiciones y conductas. Ser de la Diferencia, llanamente, era ser creadores distintos, sin normas, sin preceptivas, sin cánones; las normas, las de uno mismo; las preceptivas, las del impulso propio del creador; los cánones, el hondo devenir, el acontecer carismático del propio poema. Y, como compensación, que se reconociera el derecho a ser así, a expresarse según pulsión e iluminación, porque postergar términos de esta facundia era, ya en sí, uno de los determinantes del problema. El principio diferencial partía de los poetas más significados de aquel movimiento crítico que perturbó el plácido quehacer de quienes se creían instalados en “la alta modernidad” o ya -devorados por el tiempo- postmodernidad. Y, así, a manera de ejemplos, habría que visualizar las diferencias existentes entre los mismos que compartían aquel acontecimiento de inquietud y supervivencia… Porque, en definitiva, qué los unía: nos unía, la razón de la constatación objetiva de las obras, contra la opinión subjetiva de los críticos, teniendo en cuenta las disimilitudes de edades, circunstancias, intereses y obras. Nos unía el concepto de ser sujetos de culto, el no aceptar que la única opción para ser y estar era el sometimiento, lo epigonal; nos congregaba la búsqueda de la expresión que nos justificaba, la que, sin someterse a ninguna cuestión previa, es capaz de realizarse en su propio prodigio. Y así, podíamos constatar el principio de casualidad que determinaba que todo poeta que no se avenía a ningún reduccionismo específico era soslayado, marginado e incapacitado: no existían, no eran, no encontraban foros, editoriales de una mínima proyección en las que poder editar sus versos: fue a este ejército de invisibles a los que pretendíamos ayudar, a sabiendas, de que tantos de ellos, estarían dispuestos a darlo todo por un plato de lentejas de esa visibilidad absolutamente negada. ¿Qué había, entre ellos, mucha mediocridad? Cierto, 


pero también constatábamos mediocridades absolutas entre los que se sentaban en la mesa del festín, de ahí la serie de artículos que escribió Rodríguez Jiménez con el título genérico de “El paraíso de las migajas” en sus Cuadernos del Sur… Tal vez, esta consideración filantrópica y generosa fue nuestro mayor error, porque dimos por posible que entre aquellos ignorados podían encontrarse poetas valiosos y, porque -esto es importante- nuestro mensaje iba dirigido a personas inteligentes y no a interesados que, de buenas a primeras, desertaron ante el miedo que les produjo el hecho de visualizarse con nosotros, temiendo, que tales compañías, les iban a procurar un daño mayor que el seguir siendo invisibles, como así siguen. Pero, también, creyeron otra cosa, y fue la que nunca habíamos dicho, que nos constituíamos en corriente, en tendencia, en marca: un pelotón de enganche de todos aquellos que creyeron que todo el monte era de orégano y nosotros, los que tanto exponíamos en la proclama de la excelencia, le íbamos a otorgar unas credenciales que no estaban en nuestras manos dar a nadie, ésa era una labor personal de cada uno y de ella respondía solamente la obra. Este fue el talón de Aquiles de la Diferencia. Y fue, nuevamente, Antonio Rodríguez Jiménez, con su antología consultada “Elogio de la Diferencia”, quien puso las cosas en su sitio. En definitiva -y teniendo como patrón la antedicha antología- la Diferencia consistía sencilla, llanamente (sobre este asunto volveré en líneas más adelante), en la consideración de una serie de poetas independientes, dueños de sus versos, sin consignas rituales que, súbitamente, dejaron de ser visibles y sus obras habían desaparecido de los anuarios, recuentos estadísticos, vademécum, antologías, etc., sin otra motivación que la de no avenirse a ningún tipo de coacción intelectual que coartara su proyección creativa; iban y venían, de premio en premio, de editorial a editorial, de institución a institución, para visualizar su autenticidad poética. ¿Quién o quiénes asumen, ahora, la iniquidad que se consumó con “Cántico”; con Antonio Ga


moneda y, por excelencia, con Juan Ramón Jiménez? ¿Qué dice, por ejemplo -siempre, por ejemplo- José María Castellet de tales despilfarros? No dijo nada, no justificó nada -increíble en un intelectual que se envanecía de su talla- y ved, el tiempo ha dejado tantas cosas en sus verdaderos sitios. Basta leer a Caballero Bonald en la semblanza del antedicho contenida en su obra “Examen de ingenios”, para constatar, lo que aquí se dice y se dijo veinticinco años antes que él lo haya dicho. Pero aquellos jóvenes impacientes que se convocaban “en acto de amistad” en el Café Libertad, no estaban dispuestos a esperar al dictamen eventual de la Historia o el aleatorio del tiempo; y alzaron la voz señalando miserias y secuestros, promoviendo otro hacer, otra ética, otra moralidad y honradez por las que habría de examinarse, en sus justos términos, las obras de cada cual, sin otra condición que la que siempre adornó a la mejor crítica: la objetividad. Pasados tantos años, y con lo que significan tantos años pasados, acaso, para muchos que no vivieron aquel pronunciamiento, todo lo que llevo escrito carece de interés; pero los que tal piensan -solo por curiosidad intelectual-, debieran asomarse con respeto e interés, a lo que significó la aventura de la Diferencia. Nosotros abrimos senderos, trochas, caminos para que los que hoy sienten superadas aquellas insumisiones que promovimos -exponiendo tanto- fueran las que permitieron que el hacer de hoy sea, acaso, menos nocivo que la experiencia que conocimos ayer… Regresemos:

EL UNICORNIO: EL SÍMBOLO

“Un animal fabuloso…, con figura de caballo, que lleva un

solo cuerno muy puntiagudo sobre su frente. Es veloz y muy valeroso. Según la leyenda nadie podía cazarlo por la fuerza”… 


Así define J. A. Pérez-Rioja, en su “Diccionario de símbolos y Mitos” (Ed. Tecnos, Madrid, 1971) al Unicornio… “Según la leyenda, nadie podía cazarlo por la fuerza”; es decir, la libertad simbolizada y la imposibilidad de ser domesticado, la independencia de los espacios libres de corrupciones, acaso, simbólicamente, la pureza de la esencialidad creativa: ese fue nuestro símbolo, símbolo que se corporizó en presencia en el Café Libertad ante el estupor de quienes no creían tal osadía. Y esto es Historia de la Literatura Española del S. XX, al menos, de la poesía española del siglo XX, cuando la Poesía, significaba tanta primacía en el siglo XX. Fue nuestro símbolo, el que se enfrentaba a lo que hoy -como consecuencia del ayer- fueron los primeros y significativos brotes de corrupción: Y estuvimos -primeros que nadie- en su denuncia.

MÁS HISTORIA

Y seguimos historiando y, tal vez, en esta parte de mi crónica,

tenga que ser muy explícito, porque sólo la claridad permite la visión suficiente de la totalidad del problema y, en tal caso, siguiendo el consejo de mi buen amigo Manuel Jurado López, debo dejar a un lado “exquisiteces” y afrontar la definición de con lo que tuvimos que pechar: la inauguración de la Diferencia coincidió con la exaltación de la corriente o tendencia de la “poesía de la Experiencia” … Y me toca a mí cortar el Nudo Gordiano. Revistas, suplementos literarios, editoriales, poderes institucionales, se habían rendido a unas preceptivas que, endiabladamente, habían escogido el adjetivo de discurso “de la experiencia” para calificar el tipo de poesía que proponían y, naturalmente, quiénes podían apostatar de tal adjetivo. Todos, absolutamente todos, no teníamos otra referencia a la hora de 


escribir nuestros versos: la vida es experiencia, el amor es experiencia, la literatura es experiencia y comparación con otras experiencias escriturales; el lenguaje es comunicación y experiencia. Y así todo. Sólo la muerte quedaba exenta, porque al decir de Juan Ramón -el gran diferente de la literatura española del siglo XX-, “La muerte siempre es de los vecinos” … En esencia, nosotros no podíamos estar en contra de la experiencia como tal, pero sí contra la manipulación ideológica de la misma y, también, de encasillarla en fórmulas preceptivas que significaban adscripción o proscripción. Y esa fue la rebelión que se corporizó en el Café Libertad de Madrid; a no tardar, en la Posada del Potro en Córdoba y, finalmente, en el Ateneo de Sevilla. Por mucho que se diga, por más que se intente trivializar la cuestión, es un delito de lesa objetividad, decir que aquella actividad animosa y esperanzada pasó sin pena ni gloria; todo lo contrario: los medios de comunicación dedicaron generosos espacios a cada uno de los tres eventos reseñados, y revistas literarias de la seriedad intelectual de Ínsula, editaron números al seguimiento del estado de la cuestión, así como los suplementos culturales de los principales diarios del país. Y esto es imposible obviarlo si queremos tener una perspectiva rigurosa y exacta de los que fue el acontecer literario de la última década del siglo XX. Aún, hoy, ya siglo XXI, no hay ensayo que se refiera a cómo transcurrió la antedicha década que no tenga que referirse, al fenómeno insólito que significó la Diferencia, a los cuestionamientos de tantas cosas que entorpecían el normal desenvolvimiento, en plenitud, de la creatividad. Si el Siglo XX no terminó en una absoluta apatía, viciada inercia e inane mansedumbre, fue gracias a esos jóvenes poetas que decidieron que el carácter diferente de sus obras estaban al mismo nivel que la de los sistematizados y exigían, pues, los justos reconocimientos que, a su entender, les correspondían. Y, sorprendentemente, esto fue todo: no hubo encarnizamiento alguno, ni señalizaciones perso


nales, ni la intencionalidad -ni tan siquiera remota- del quítate tú para ponerme yo. Nada que significara descrédito personal para nadie: como demostración de lo que digo, al final de esta introducción, se añaden los textos de las tres presentaciones. Antes de continuar, es justo, necesario y saludable, hacer unas precisas distinciones. La Diferencia, en esencia, no era otra cosa -como ya he reiterado- que ser conscientes de que la obra de cada cual surgía libre, exenta, sin concomitancias limitadoras con ningunas de las tendencias y corrientes al uso. Y esta actitud era asumida con todas sus consecuencias. Es decir, ser diferente no significaba más que ser consecuente con la seguridad del propio universo creativo y, por supuesto, el legítimo propósito de expresarlo con la máxima excelencia. Era -es- su condición, su carácter, sin necesidad de otra defensa que la que el azar y las circunstancias -las gravosas circunstancia- depararan. Fue esta la excelente percepción que tuvo Rodríguez Jiménez en su antología “Elogio de la Diferencia”. Siendo esto así, hubo un nutrido grupo de poetas que no se conformaron con las expectativas del azar y quisieron asumir el protagonismo que conllevaba el reconocimiento de sus obras. Y fueron éstos los que dieron visibilidad a la Diferencia y son, una selección de ellos, los que protagonizan esta antología.

PERSONALIZANDO, OTRA VEZ

Tengo que ser imparcial y objetivo: los nombres que se pos-

tulan en esta antología y su significación inicial, no son todos. Es cierto que, en un noventa por ciento, son los nombres de quienes asumimos un compromiso con la libertad y la independencia, contra el arbitrismo, contra los monopolios y hegemonías que no tenían otros fundamentos que unas estipulaciones, más o menos secretas, entre el Poder y ese prestigio inherente 


al resistencialismo intelectual del que algunos aún seguían sacando “haberes monedados” apoyándose en ideologías de las llamadas progresistas y coincidentes con el poder político en aquella década constituido. Y no era eso lo que debía ofrecerse a unos creadores que querían olvidar cainismos y logias. Pero el veneno ideológico, el interés por estar según las marcas y, más aún, por aprovechar la situación que se había producido, y su brecha, en la muralla de los gestos, lo evitaron; se confundió un horizonte de libertad, amplitud, generosidad y respeto con un nuevo redil en el que, los llamados poetas de la Diferencia, expedían certificados de excelencias a cualquier mequetrefe que se acercaba -siempre avalado por otro mequetrefe- al fielato de la Diferencia para obtener pasaporte a la fama y a los renombres: ahí, ahí, estuvo nuestro pecado; ahí, ahí, estuvo nuestra torpeza: dar paso a tanta mediocridad que envileció nuestro discurso: ahí empezamos a encanecer y perder el espacio digno e inédito que se había iniciado en el Café Libertad. Y es que creían -y pienso que muchos aún lo creen- que la Diferencia era una corriente más y no un estado de opinión crítico en libertad, un condicionar y poner bajo la luz el estado de la cuestión, una cuestión cada día más urgente e insoslayable. Y, acaso, más subterráneamente, ante el éxito mediático de nuestros aconteceres -aún entre los que más se habían significado en la rebelión-, el prurito de las primacías, los apriorismos de las estrategias, los que consideraban mejor ser cola de león que cabeza de ratón… Lo que pudo ser una sana, legítima y saludable rivalidad, en el único terreno en el que la amistad y la lealtad no se viciaran, es decir, la consecución de obras memorables, fue disolviéndose en pequeños grupos tribales con escasas o mínimas posibilidades operativas. Y ante tal estado de cosas, el desánimo, el escepticismo ante un panorama que no era otro que el de los detentadores de las hegemonías, ante nuestros errores, eran más fuertes, más apencados a sus supremacías… Sobró soberbia, vanidad, engreimiento y faltó paciencia, inteligencia, y compromiso porque … 


Porque, ¿quién podía pensar que contra lo que nos rebelábamos no iba a presentar batalla si toda la prensa nacional se hacía eco de aquella sublevación nuestra y detallaba los vicios y sectarismos contra los que nos levantábamos? Para marcar lindes de supremacía y de futuro, se produjo una inflación de antologías, estudios, congresos, ensayos, polémicas, artículos, etc., en los que se nos atacaba, incluso, recurriendo a insultos y descalificaciones personales… Y desde ese momento, ya no fue posible evitar la radicalidad. No obstante, lo nuestro fue una revolución y no hay revolución que se precie que no ostente algunos grados de radicalidad.

EL FORMATO

He querido mantener el formato con el que se efectuaron los

tres actos iniciales para presentar esta antología: el enunciado de nuestras tesis contestatarias y el llamamiento a intervención de los poetas convocados a cada uno de los tres actos; si hago esta puntualización es en razón del párrafo que antecede donde se consigna la inevitable presencia de la radicalidad, pero de no ser ésta una antología conmemorativa, podría mostrar -como si de una edición crítica se tratara- decenas de artículos, antologías, entrevistas, prólogos, etc., en los que, las más suaves de las descalificaciones fueron, delatores, mediocres y envidiosos. Y sí, hubo que responder, por lo que, honradez e hidalguía, es decir, por considerarnos hijos de algo, de alguien: legítimos y suficientes en nuestro espacio y nuestro tiempo: ya digo, el Unicornio, en su imposible caza y secuestro, al menos así lo creía yo.




LOS NOMBRES CONFLICTIVOS

Fueron muchos los poetas que se significaron con sus versos en

los tres actos en los que se definió la Diferencia y sus distintas poéticas… Las deserciones, huidas y desplantes, habría que endosarlas, en parte, al momento en el que empezaron, tras el acto del Ateneo de Sevilla, a relativizarse lo que tan juvenilmente se inició en Madrid: algunas de las causas ya han sido referidas, pero en algunos de los abandonos, hubo honradez y coherencia desde el momento en que sus protagonistas lo fundamentaron al sentirse defraudados por la deriva que iba tomando nuestros planteamientos iniciales: fueron los casos de Federico Gallego Ripoll, Carmelo Guillén Acosta, Concha García, Sergio Gaspar, Juan Carlos Suñén, Julio Martínez Mesanza, Juan Carlos Mestre, Jordi Virallonga, etc. … Hubo razones suficientes para sus desvíos: algunos no se sintieron cómodos desde el principio; pensaron que sus obras pasarían el listón de quienes usufructuaban los certificados de excelencia y, pese a que sus obras eran perfectamente identificables con lo que pregonábamos, quisieron quedarse esperando, Dios sabe qué venturoso advenimiento: fue el caso de Sergio Gaspar, Juan Carlos Suñén, etc. Otros, como Federico Gallego Ripoll se implicaron desde el principio y estuvieron físicamente en varios de los actos, igual que Carmelo Guillén Acosta, pero en el acto de Sevilla, tras su celebración, en una Peña Flamenca en la que Carmelo nos organizó un epílogo amistoso y fraterno; su abandono se consumó, como el de Jordi Virallonga, cuando Antonio Enrique propuso a la firma el Manifiesto del granadino “Salón de Independientes”: aquello -para ellos- era otra cosa y una interrupción incomprensible de un proceso ya visible y en marcha: El tono victimista que se desprendía del manifiesto, según Virallonga, le llevó a proponer algunas correcciones, las cuales, de ser aceptadas, le llevarían a firmarlo. Entre Virallonga y Gui


llén Acosta, allí mismo, modificaron el texto, y supeditaron sus firmas a que lo corregido fuera aceptado en Granada. Llegado a este extremo, Federico Gallego Ripoll expuso su opinión de que él había venido a Sevilla para apoyar a la disidencia que significaba nuestro movimiento de opinión crítica y, por lo tanto, él, se excluía de firmarlo. Al final, el Manifiesto no se alteró en su redacción, y ni Virallonga ni Federico lo aceptaron; argüían que tenían una obra en marcha que se desenvolvía sin mayores cortapisas y, pese a ella, las reivindicaciones de la Diferencia, para ellos, eran asumibles desde el principio natural de la salud pública literaria. Finalmente, Guillén Acosta, supeditó su postura a lo que ocurriera en Granada en la constitución del Salón de Independientes… Y lo que allí sucedió le hizo desistir. Otros comportamientos fueron los de Juan Carlos Mestre y Juan Carlos Suñén. El primero, en verdad, su acercamiento fue episódico, como el de Julio Martínez Mesanza, Andrea Luca o Dulce Chacón…; pero Suñén tenía otras expectativas fundamentadas en el llamado Círculo de Valladolid y allí sus ambiciones se fueron disolviendo como las de Miguel Casado. Pero llegado a este momento hay que hacer un inciso y reflexionar sobre la constitución del Salón de Independientes… Uno, pasados tantos años, sigue sumido en un mar de confusiones y sigue haciéndose muchas preguntas puntuales: ¿A qué vino el Salón? ¿Qué motivó su aparición? ¿No existía ya un proyecto en marcha que concitaba -por entonces- la atención expectante de la República de las Letras? No hay respuestas razonables ni fáciles. En Granada aparece el novelista Gregorio Morales, gran amigo de Antonio Enrique, y que nunca se había significado, pese a esta amistad, con los de la Diferencia. Él tenía otras motivaciones y metas y las tales se perciben en el Manifiesto de Granada con la media decena de vistosos escritores que destacaban entre los firmantes. ¿Qué aportaban si no los nombres de J. Goytisolo, Antonio Gala, Javier Tomeo, etc.? 


No deja de ser curioso que el 7 de septiembre de 1994, el Diario ABC de Sevilla, al hablar de Gregorio Morales, como promotor del Manifiesto, deslizara este matiz: “Gregorio Morales, miembro de Izquierda Unida” … Si se hace precisión sobre el tal no es más que para significar que en ninguno de los actos de la Diferencia nunca se hizo mención a la adscripción ideológica de nadie; contravenía a nuestros principios de libertad e independencia. Se constituiría el Salón, su “comisión permanente”, en la que, como Coordinador se nombra -por votación- a Gregorio Morales… En dicha constitución se leen varias ponencias, entre ellas una de Antonio Enrique cuyo título es, ya, todo un indicio de que se abrían caminos divergentes que, acaso, era la intencionalidad ‘in pectore’ de algunos de los salonistas; la ponencia de A. Enrique, se titulaba: “Salón de Independientes y Literatura de la Diferencia, dos procesos poco separables”. Hubo otra ponencia que creó auténtica alarma entre alguno de los diferentes y, de hecho, fue la determinante de varias de las deserciones que se siguieron, y fue la leída por Miguel Ángel Diéguez, y titulada, “Proposición de un posible manifiesto estético”. El desplante juvenil que caracterizó los actos de Madrid Córdoba y Sevilla quedó en evidencia por la ranciedad de manifiestos, comisiones permanentes, coordinadores, proposiciones estéticas (de obligado cumplimiento, como marca preceptiva de los salonistas: estética cuántica) y otras liturgias acartonadas de jerarquías que quedaban sospechosamente esquematizadas en las propuestas constitutivas del Salón. Y, entre ellas, la más alejada de nuestros proyectos: la de constituirse en tendencia, como se demostró -tras fallar el gran congreso de Madrid-, en el otro de consolación que, en 1996, se celebró en Granada, en el Campo de los Mártires: “Las nuevas tendencias literarias”, ante las cuales -como no podía ser de otra manera- se proponía la estética cuántica que Ricardo Bellveser se atrevió a denominar como “Diferencia cuántica”. ¿Cómo es posible que lo que es 


diverso y libre se unifique en los postulados físicos y unitarios de lo cuántico? No es de extrañar que, en Valencia, terminado el bodrio de “La Diferencia posible”, Jordi Virallonga sentenciara desoladamente: “La Diferencia ha muerto” … Era preciso este inciso para situar lo que vendría más tarde como consecuencia de lo expuesto: el declive de la Diferencia ante tan poca sensibilidad y tan grande incoherencia… Pero sigamos haciendo historia. El 6 de mayo de 1994, ABC Cultural en su número 131, publicaba un reportaje y encuesta titulado “Los poetas de la Diferencia arremeten contra la poesía clónica y oficial”, había opiniones para todos los gustos, pero naturalmente las más chirriantes estuvieron a cargo de quienes monopolizaban las hegemonías de aquellos años; uno de los encuestados, Víctor García de la Concha, decía, “No me den manifiestos, denme libros”. La publicación del manifiesto había significado la voladura controlada de la Diferencia; nosotros nunca habíamos publicado ningún manifiesto. Queda por concretar la postura de Concha García -que está con sus poemas representada en esta antología-, pero es cierto que, tras el acto de Córdoba en la Posada del Potro, se la notó incómoda, dicho lo cual -porque es de justicia hacerlo-, Concha García nunca estuvo expresamente en contra nuestra; en lo que a mí respecta, siempre mostró una cordialidad, una consideración, un respeto y -siempre- una amistad que ha llegado al día de hoy sin fisuras. No ha habido vez que en lo literario Concha García me haya dado la espalda. Y es por eso, que, en este acontecimiento, su amistad siga incólume 25 años después: esa fue la integridad de la aventura que hoy conmemoramos. Pero hay que volver al Café Libertad, cuya efeméride celebramos. Aquel acto de amistad no pasó desapercibido: aparte de los que intervinieron, fueron muchos los que allí se concentraron por solidaridad, por curiosidad, por ver de qué iba aquello; allí estaban: Rafael Montesinos, Rafael Soto Vergés, Antonio Por


petta, Antonio Hernández, Jesús Hilario Tundidor, Ana María Navales, Pedro J. de la Peña, Luis Jiménez Martos, Abelardo Linares, Andrea Luca, etc., etc. No pasó desapercibido, en absoluto; y su repercusión determinó que todo lo que allí se dijo tuviera eco en numerosos puntos de España y, consecuentemente, los que por sus posicionamientos hegemónicos se sintieron aludidos, iniciaron una campaña de desprestigio que no cesó en años.

SINTETIZANDO

La Diferencia consistió: 1. Un despertar de las conciencias literarias adormecidas por los cantos de sirena de quienes no tuvieron, como Ulises, la previsión de taponar con cera los oídos de sus marineros antes de que él se amarrarse al palo mayor de su nave. Quedó claro que no existían caudillismos -ya lo habíamos padecido hasta la saciedad- y que los manifiestos, adoctrinamientos, corrientes, cánones y modas quedaban muy bonitos en las décadas anteriores, pero, ahora -en aquel ahora-, sobraban, entorpecían, desalentaban al futuro. 2. Asentadas las bases de las igualdades y las independencias creadoras, significar que el único valor consistente era el de la propia obra, y ésta no podía ser oscurecida por ningún tipo de amaño, sectarismo ni abducción dirigida desde el poder, ni oficial ni oficioso. Nos vinculamos al valor de las obras y fue este valor el que quedó en entredicho con la publicación del Manifiesto del Salón de Independientes, de ahí la frase de Víctor García de la Concha: “No me den manifiestos, denme libros.” 


3. El respeto imanado de la igualdad objetiva a todo tipo de escrituras si, esencialmente, esa era la idea fundamental de la Diferencia y, sólo la bondad de las obras, justificaran a los autores y no su adscripción a los monopolios, a las hegemonías y a su corte de epígonos, aduladores acólitos y voceros. 4. La firme decisión de no sentirse, ninguno de los diferentes, víctimas de nada ni de nadie; el firme andar de la propia obra ya era suficiente prestigio, y aquel descaro y arrogancia juvenil que descontroló a la ancianidad del sistema. 5. Poner en cuestión al sistema, sus adocenamientos, su corrupción institucional, sus epicentros desastrosos donde toda venalidad tenía su sitio, y, por ello, la interesada promiscuidad de un poder siempre temeroso de la solvencia libérrima de la cultura. 6. Conciencia de honradez, liberalidad, ambición de futuro: dejar abierto todos los espacios para que nadie, con dones suficientes, quedara aislado y pudiera transitar o navegar hasta las islas vírgenes que sus posibilidades le permitieran. ¿En dónde pecamos para tanta difamada actitud sobre nuestras pretensiones? Cuando años más tarde José Ángel Valente, Blanca Andreu, José María Álvarez, Guillermo Carnero, Jaime Siles, etc., despertaron, el tiempo de la Diferencia había quedado empantanado en ese desinterés de los que ahora -sintiéndose víctimas-, trataron, inútilmente, de llevar a cabo una nueva insurrección de la que todos sabemos quiénes sufrieron las derrotas y quiénes se alzaron con las victorias. 7. La honradez y probidad de nuestros comportamientos: a nadie se le exigió nada… Nuestros actos se realizaron por voluntad personal de quienes estábamos comprometidos 


con la causa y, así, María Antonia Ortega organizó el acto de Madrid; Antonio R. Jiménez, el de Córdoba; y Carmelo Guillén Acosta, y yo mismo, organizamos el de Sevilla. En Sevilla, Pedro J. de la Peña, se ofreció a organizar un próximo acto en Valencia… Pero esta es una cuestión que quedó fallida ya que el acto de Valencia no se correspondió con lo que veníamos haciendo en los anteriores actos. (Sobre esto ya me he manifestado). 8. Jamás hubo jerarquías: todos éramos iguales en cuanto a lo que creíamos era necesario hacer para salir de la inercia en la que pensábamos estaba estancada la poesía española: aquellas limitaciones coyunturales no nos parecían de recibo. 9. La radicalidad que, desgraciadamente, hubo de asumirse, surgió cuando quienes se sintieron aludidos trataron de ridiculizar un mensaje que, a despecho de esa radicalidad, era ya un clamor en toda España. 10. El ser diferentes no era una marca, sino una condición, un carácter intelectual, una voluntad de estilo y personalidad; se era diferente “per se” , era algo inherente al factor humano de quienes aborrecían mimesis y sevicias, sin otra obsesión que su propia obra y, en ella, miraban al futuro igual que quienes ven amanecer sobre un mar de todos: el mismo sol, la misma luz, el mismo mar, “sin cesar comenzando” según la traducción del final de la primera estrofa del “Cementerio marino” de Paul Valéry, versión Jorge Guillén… ¡Qué hermoso era sentirse inmerso en la epopeya de todo nacimiento, dejando atrás tantos atropellos e injusticias!

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LAS MANIPULACIONES

Poco queda más por decir, acaso los que son nombres perdidos

en esta antología cuya presentación asumo, acaso, avisadamente, por preservar intencionalidad y formato -tan esenciales en su virtualidad- en los tres actos iniciales… La seducción inicial de la Diferencia, no fue otra que su liberalidad, su independencia, el júbilo de una juventud que, soslayando apriorismos, no veía otro horizonte que el que surgía desde sus propias obras y, por ellas, no estaban dispuestos a que nadie, ni Poder, ni interés, ni corrupción cultural las dejaran a la intemperie de lo que creían que estaban capacitados para hacer… Tal capacidad la han demostrado, y siguen demostrándola, hasta el límite de que quienes, desde la acera contraria, reconocen la solidez de sus creatividades, quieren adherirlas a las tendencias combatidas; como ejemplos, los casos de Concha García, María Antonia Ortega o Antonio Rodríguez Jiménez, los cuales han sido objeto de adopción interesada y deformante a la poesía de la Experiencia. Así, Diana Cullell, en su ensayo “La poesía de la Experiencia española de finales del siglo XX al siglo XXI” en el capítulo que dedica a María Antonia Ortega dice textualmente: “En un principio, y aunque tiempo después se desvincula de ella, la Poesía de la Diferencia sirve a María Antonia Ortega como recurso a través del cual defender su derecho al ejercicio de un tipo de poesía distinta a la corriente experiencial dominante”. La misma autora, aprovechando el estudio sobre María A. Ortega, utiliza un comentario de Luis Antonio de Villena y se centra en la “descripción de su lírica” extremadamente parecida a como Ortega organiza su habitus y articula la cotidianeidad de su experiencia. Finalmente, Luis Bagué Quílez en su obra “Poesía en pie de paz” -por cierto, muy desinformada en lo que respecta a la Diferencia-, me presenta como autor, en el Ateneo de Sevilla, del Manifiesto del Salón de Independientes… Así escriben la historia y sin pudor. 


La Cullell, en las páginas 60, 61 y parte de la 62, nos da un listado de los poetas que se caracterizan por escribir una poesía experiencial y, entre los nombres, aparece Antonio Rodríguez Jiménez. Son ejemplos que testifican que el movimiento de la Diferencia fue altamente significativo, y se trató de sustraer de él a poetas muy cualificados. Por todo lo que antecede, acaso sea necesario, transcurridos veinticinco años de la disidencia del Café Libertad, reunir a una selección de poetas que representen al espíritu de lo que allí ocurrió y, también, de quienes -en otras circunstancias- igualmente, se adhirieron. Pero, qué duda cabe que la Diferencia existió -existe-, que supuso una pica en Flandes, que quienes no querían darnos sitio, consideración y carta de naturaleza, aún en su negatividad, nos la dieron y tuvieron que convenir que constituíamos un contrapoder al que había que combatir: de ahí la radicalidad de muchos pronunciamientos -por parte de ellos y por parte nuestra-, pero no era lo que pretendíamos -la radicalidad-, sino un logos en igualdad de condiciones por el que se analizara en profundidad, serenidad, objetividad e inteligencia lo que pretendíamos, todos, en el anclaje de nuestra visibilidad tanto en el muestrario nacional como en el internacional: ser en el mundo, existir en el mundo, ser tenidos en cuenta en el mundo, no por la presencia de cuatro o cinco programados en cuatro o cinco certámenes internacionales, sino por esa opción vigilante, curiosa, sorpresiva que se produce cuando unas voces despiertan ante otras voces: demasiada ambición -la nuestrapara tan pocos mimbres. Pensamos que no habría de existir tal radicalidad, en todo caso, una polémica seria, sabia, objetiva, y no la que surgió como una humareda entorpecedora de la visión de los paisajes múltiples que auspiciábamos. Lo que hoy celebramos es la efeméride de esa ambición: ¿tenemos que avergonzarnos de haberla tenido? Que cada cual conteste desde el fondo de sus conciencias la respuesta definitiva: el deslumbre de la grandeza (la belleza) con todas sus infini


tas dificultades o, por el contrario, la “mediocritas aurea”, en la que todos están, pero ninguno es. Ser diferentes no es una marca -lo repetiré hasta la saciedad- es una condición que conlleva el riesgo de la soledad, la invisibilidad y el exilio interior. Nunca impusimos normas, preceptivas, cánones; siempre alentamos el ser sobre el estar. ¿Qué gran escritor, qué gran poeta, ha escrito nunca pendiente del clamor y la ovación del circo? Cuántos grandes poetas han vivido “la noche oscura del alma” sin pensar ni en la fama, ni en el éxito, sino sólo en descubrir y acercarse a la absoluta verdad que siempre entraña el lenguaje poético. Valientes y esforzados, como el Unicornio; a contracorriente, como el sábalo; predestinados, como el urogallo que, al decir del Bertolt Brecht, “canta y se delata, se delata y muere: pero canta”. Es lo que no nos han podido quitar, propiciar el canto y “las canciones de la nueva luz”. Ésas, de las que ahora, dicen los nuevos críticos que se escriben sin adscripciones preceptivas: vivir para ver.

EL SÍNDROME TEÓRICO-ESTÉTICO

No ha sido fácil diagnosticarlo; como otros muchos estaba ahí,

a la vista, acaso desde el principio, pero como suele decirse, el árbol impedía ver al bosque y, fue él, la causa por la que tantos decían ser de la Diferencia ignorando, endógenamente, qué era tal cosa. Era el motivo de mi extrañeza cuando alguien me decía que pertenecía a la Diferencia y yo mostraba mi desconfianza ante tal pronunciamiento que me sonaba a bandería, logia o congregación de fieles creyentes, una secta de iniciados en no sé qué extraño rito: yo no sabía qué era aquel “ser de la Diferencia” y, acaso, fue ésta la causa de que se me motejara de intransigente o de purista, cuando sólo creía ser alguien que, cansado de los daños que corrientes y tendencias causaban en el tejido 


literario español, reivindicaba la libertad e independencia de los escritores porque creía, honradamente y por la experiencia que me daba mi mayor edad, que mis pronunciamientos -los que en definitiva coincidían con la mayoría de los diferentesfacilitaban una salida al empantanado panorama en el que se hundía la poesía española. La Diferencia, como entonces la entendíamos en sus inicios y como llegó a ser en su plenitud, era esa condición -hermosamente asumida- de la soledad del corredor de fondo, que no tiene otro objetivo que llegar a la meta, a la por él trabajada y deseada, sin mezcla de ningún condicionante que no fuera la propia seguridad en su esfuerzo y en los frutos obtenidos por él. El misterio o sintomatología de este ser, pero no ser de la Diferencia, se me ha desvelado, precisamente, elaborando este estudio introductorio que acompañará, Dios mediante, a la antología conmemorativa de los actos de la Diferencia. Ha sido releyendo entrevistas, artículos, declaraciones, ensayos y prólogos, cuando, de pronto, he tenido delante de mis ojos la verificación o descubrimiento de una especie de complejo que nos ha acompañado, acaso sigilosamente, a lo largo de toda nuestra trayectoria como movimiento regenerador, y que se ha manifestado, ya diáfanamente, en el tramo final de nuestro discurrir. He recordado, pensando sobre lo que antecede, una anécdota personal ocurrida en mi ya tan lejana juventud… Tenía un amigo médico -digámoslo, mi otorrino- con quien solía pasear por Sevilla departiendo sobre sus dos mayores aficiones: el cine y las buenas biografías de grandes hombres… Un día, por la sevillana calle Sierpes, me sujetó por el brazo, se detuvo y mirando a los transeúntes, me espetó: ¿Te has dado cuenta, Pedro, que casi todo el mundo padece el síndrome del braceo? Sorprendido, me quedé mirándole y le pregunté, ¿don José -era su nombre-, qué es eso del síndrome del braceo? Fíjate -me contestó- todos llevan carteras, bastones, bolsos, periódicos, carpetas, algo que 


sostener dándole utilidad a brazos y manos y así distraer el libre movimiento de las extremidades, porque no saben bracear y, solamente, portando esos objetos complementarios -auténticas prótesis- se sienten completos y seguros. Retraigo la anécdota redactando estas notas útiles para una posible crónica de la Diferencia… Algunos diferentes comenzaron a sentirse imperceptiblemente acomplejados de no poseer -como a los que combatíamos- un corpus teórico de definición estética -¿preceptiva?- que acompañara la acción de la Diferencia. Esta orfandad no fue evidente en los inicios, pero hubo un síntoma que debió ponernos en guardia: de la noche a la mañana se empezó a hablar de estrategias; teníamos que cambiar nuestro modus operandi, de hasta entonces, por otro cuyo alcance no terminábamos de comprender. La subliminal estrategia se empezó a avizorar en Valencia, pero seguimos sin constatar su trayectoria pese a ciertos fenómenos diagnosticables: 1. En la cartelería con la que se anunciaba a los valencianos las jornadas del Congreso de la Diferencia Posible, aparecía una cita de Rosa María Rodríguez Magda, entresacada de su ensayo “La seducción de la Diferencia” que decía: “La seducción es el triunfo de la Diferencia, todo lo demás se llama conquista” … Ya teníamos, in pectore, un tratado teórico sobre la Diferencia. 2. El Congreso de Valencia fue subvencionado por distintos organismos públicos: entre las denuncias de la Diferencia estaba, precisamente, el cuestionamiento y rechazo de la oficialidad y sus subvenciones como parte de la corrupción que denostábamos. 3. El Congreso, en su sección inaugural, estuvo presidido por la Excma. alcaldesa de Valencia, doña Rita Barberá. 


La diferencia pasaba de ser un movimiento libre, independiente y autosuficiente en lo económico a convertirse en algo institucionalizado e instrumentalizado por organismos de los que nunca habíamos pretendido -por coherencia- colaboración. (Ese ha sido el fin de otro fruto de la Diferencia, la Asociación Andaluza de Críticos Literarios, hoy mangoneada por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, a través de su Agencia Andaluza de Instituciones Culturales, en concreto, del llamado Centro Andaluz de las Letras). No es que algunos de nosotros -el señalado principalmente, era yo- fuéramos intransigentes o puristas, era que todo lo que estaba ocurriendo no se correspondía con las pretensiones que nos animaban en los tres actos iniciales: aquello era otra cosa, y la nueva cosa, con toda la carga de negatividad que para nosotros se seguía del término novedad -por voluble, modal y feble-, no era más que la necesidad de una teoría, estética, esotérica, cuántica o ideológica, que permitiera transitar airosamente por los acotados dominios de las corrientes y tendencias al uso, una apoyatura que diera constitución gremial a lo que se definía como independiente y no marcado, libre, si era la condición personal de la escritura de cada uno la que nos constituía en diferencia. La carencia de tal cuerpo teórico significaba la causa de esa inseguridad en sí mismos -indetectable entonces- que habría de configurar una especie de síndrome de indefinición estética. Sólo así, y ahora, he comprendido algunas cosas que estaban ahí desde bien temprano y no fuimos capaces de diagnosticar pese a los claros indicios. Y, así, por ejemplo, en 1995, en el Congreso de Valencia, se presenta la proposición de la “Estética cuántica”; en 1996, en Granada, en el Congreso “Nuevas tendencias”, la ponencia principal es la que se signa como “La Diferencia cuántica” y, finalmente, en 2016, en el volumen -ya consignado- coordinado por Remedios Sánchez, “Palabra heredada en el tiempo”, hay dos colaboraciones: “Por una recuperación del espíritu del Salón de Independientes”, de Ricardo Bellveser y 


otra de A. Enrique: “Fundamentos Históricos-literarios para un concepto de la Literatura de la Diferencia” (El uso de cursiva es mío). En ambas colaboraciones queda de evidencia ese complejo de necesidad de apoyaturas en las que asirse olvidándose de la condición primordial del ser diferente y sea ese algo la teoría, la estética que explique lo que, solamente, por condición se define. En su contribución, A. Enrique, por ejemplo, hace una síntesis admirable de su “Canon heterodoxo”; las tesis de heterodoxia que informan el Canon las extrapola al ser y razón de ser de la Diferencia, cuando sabe, mejor que nadie, que la acción de la Diferencia que se concretó en el Café Libertad, no estaba sostenida por ninguna tesis doctrinal, estética o ideológica, por ningún presupuesto teórico: aquellos jóvenes que allí se concitaron no tenían ningún complejo, sabían bracear, no necesitaban de prótesis subsidiarias para demostrar su autenticidad, no padecían de ningún síndrome victimista, ni de ausencia de seguridad en sí mismos; contaban con la única presencia necesaria: una obra en marcha con todo el juvenil descaro de saberla distinta, ufanamente diferente a la adocenada que les sitiaba, inútilmente, por mucha doctrina preceptiva de la que hicieran gala los sitiadores… Dicen que la contradicción mata al sistema; tal vez esa fue la suerte -la mala suerte- que corrimos.

LOS NOMBRES

Una antología es un proyecto siempre inconcluso; incluso la que

hoy pretendemos tiene una motivación precisa, pero no cerrada: una muestra de lo que fue aquel esperanzado acontecer y, algunos, de sus actores. El que asume su presentación -en este caso, el que suscribe- no deja de sentir cierta sensación de injusticia por aquellos que están, ahora, pero que estuvieron entonces, en los tiempos en los que cada piedra del camino era un enigma. 


A mí me llegó la propuesta por correo de Antonio Rodríguez Jiménez; Rodríguez Jiménez, una vez más, tras su periplo andaluz para presentar su estudio “La sociedad secreta de los poetas”, en su estancia en Granada, Fernando de Villena le instó a llevar a cabo esta antología y que ella significara, ejemplarmente, lo que había sido, en veinticinco años, el acontecer de la Diferencia. Esta propuesta, se me había hecho en diversas ocasiones, pero la había rechazado por no creer ni en su utilidad ni en su eficacia. Los tiempos habían pasado y cada cual respiraba por su herida o agonizaba entre sus versos. Entre los nombres acordados estaba el mío: yo no creo en las antologías, nunca he creído en el poder de proyección de ellas. Un poeta lo es o no lo es, y tenemos docenas de ellas que, sin pena ni gloria, para los antologados, siguen sin ser noticia de un momento específico del acontecer poético. Hay, quienes se lo montan en función de en cuántas antologías aparecen, pero ¿qué? ¿y, quiénes, en la masa lectora de un país que tan poco lee -y menos poesía- es conocido por sus versos y el prestigio social y cultural que conllevan sus versos? Con la inflación de poetas -desde la proclamación de que todo es verso y poema y todo es poesía-, ¿qué significación tiene una antología cuando su operatividad pedagógica es devorada por el desinterés absoluto de a quienes va dirigida? Siempre se ha tenido como modélica la antología de Gerardo Diego: pero ya me diréis con los poetas y el material poético que contó Gerardo; todo lo que vino después fue un querer sin poder, porque hubo nombres, pero los sectarismos cercenaron lo que, tal vez, podía haber sido la segunda gran antología del siglo XX: no voy a insistir en el conflictivo tahúr de las Ramblas catalanas y, menos, con la que está cayendo. En los correos que recibí de Rodríguez Jiménez, se me hacía una propuesta para la elaboración de una antología que conmemorase los veinticinco años del movimiento de opinión crítica de la Diferencia. Los poetas seleccionados -siempre en función 


de sus adherencias a los actos definitorios, eran: José Lupiáñez, Fernando de Villena, Pedro R. Pacheco, María A. Ortega, Ricardo Bellveser, Concha García, Pedro J. de la Peña, Antonio R. Jiménez, Manuel Jurado López y Antonio Enrique… Se proponían, otros: Domingo Faílde, Enrique Morón, Juan León, Carmelo Guillén Acosta, Carlos Clementson… Pero, tras muchas cavilaciones, la nómina quedó fijada en los que se citan primeramente y son, en definitiva, los que acoge esta antología, con una excepción, mi propio nombre: Si desde un principio, renuncié a todo protagonismo poético y, en concreto, la antología no tenía más objeto que celebrar -y recordar, emocionadamente- el desplante literario del Café Libertad, yo debía guardar el honroso principio que nos dio definición y alcance. Fue aquella juventud entusiasta la protagonista de la rebelión y, en todo caso, mi presencia debía circunscribirse -veinticinco años después- en hacer un resumen crítico de esos años -para muchos- de travesía del desierto y -para mí- de guardar los formatos, circunstancias, avatares y protocolos de aquella aventura. Habían pasado muchos años, habían cambiado muchas cosas. Los que no habíamos perdido el norte y seguíamos pendientes del acontecer poético español, nos quedábamos perplejos ante la falta de notoriedad de la poesía, pese a la inflación agobiante de libros de poemas entre insuficientes y válidos. Ahora -qué paradoja-, los pocos que aparecían por los escasos suplementos culturales resistentes, siempre, en las reseñas, se les reiteraba la siguiente coletilla, “poeta no adscrito a tendencias ni corrientes y ajeno a preceptivas reconocibles”…, vivir para ver … o para morir de pena. Ya no teníamos en Córdoba a Antonio Rodríguez Jiménez ni sus Cuadernos del Sur que, en otras manos, languidecía y languidece sin el nervio de capacidad y compromiso de quien los aupó al podio de los mejores de España. Y así, pues, esta antología, no significa más que recordar la última y gran aventura literaria de finales del siglo XX: toda una 


leyenda. Creí, que mi papel era simple y sencillamente, reseñarla, sin otra vanidad, sin otra notoriedad, sin otro compromiso que el de retraer, objetivamente, la verdad de aquella leyenda; recordar y hacer justicia de un proyecto que pudo alcanzar altas cotas de eficacia si los particularismos no hubieran viciado una estructura que se mostró suficiente en sus tres capítulos iniciales. Queda un tema importante, la fórmula con la que habría de encarar la elaboración de perfiles o semblanzas de los poetas seleccionados, y tal cometido se me presentaba conflictivo por dos razones: la primera, la extensión y complejidad de la obra de cada uno de ellos; y la segunda, mi propio estado anímico ante los seleccionados. Esta segunda, era la que más me perturbaba. No podía hacer tabla rasa de unos sentimientos de amistad -en tantos casos de fraternidad- que me ligaban a ellos. Me resultaba imposible de asumir un distanciamiento crítico con quienes me sentía, en creatividad y devoción, tan cercano, tan entusiásticamente unido… Este entusiasmo no podía verse defraudado por una impostación crítica que los alejara de mi realidad afectiva o de mi consideración, tan suficientemente constatada, de sus valiosas realidades autorales. Y puesto ante tan perturbador dilema, opté por contar la historia del corazón, puesto que, por la de la razón, ya había sido seducido, previamente, por sus versos. Así he solucionado mi, acaso, pueril dilema, mi íntimo conflicto: perfiles o semblanzas tendrían como principio uniformador la propia personalidad del poeta y, cómo ésta, incidiendo en su obra, y proyectándose en ella, determinaba ese creador diferente con el que había convivido y asistido, cuanto menos, veinticinco años de historia cordial. No pretendo más: sus versos fueron los que, cautivando mi razón, se hicieron huéspedes de mi sensibilidad y conquistaron, por tantas afinidades, todas mis resistencias. Se me podrá argüir que no es el procedimiento más indicado: asumo tal argumento; pero desde mi tiempo presente, pensan


do en el pasado y temiéndole, ya, al futuro, sólo me queda como suficiente justificación la de la abundancia del corazón y, de ella, tácitamente concordado con la razón, de tantas abundancias se desborda, cordialmente, la lengua.

LOS POETAS SELECCIONADOS

Los poetas seleccionados, no han sido cosecha propia; la única

gavilla mía ha sido la de desantologarme por las causas y razones ya expuestas a lo largo de esta introducción. Finalmente, los antologados son, por riguroso orden cronológico de nacimiento, los siguientes: Manuel Jurado López, Pedro J. de la Peña, Ricardo Bellveser, Antonio Enrique, María Antonia Ortega, José Lupiáñez, Concha García, Antonio Rodríguez Jiménez y Fernando de Villena. Los poemas que los representan, en esta antología, han sido seleccionados por sus autores.

MI CONTRIBUCIÓN PERSONAL

Así, ahora, mi mínima y testimonial presencia: yo publiqué

en la Editorial “El Bardo”, en 2005, el que pensaba, testamentariamente, mi último libro de poemas, “A solas con la edad”. Concha García tuvo la enorme generosidad de presentármelo en los ciclos que Rosa Lentini llevaba en la Casa del Libro de Barcelona. Era un poemario -es- de despedida. Hay, en esa línea, un poema intitulado “Beatus Ille”, que dice así:

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… Y después de batallas y de heridas, ya el daño acaecido irreparable, advertido y prudente, descansar en un pueblo andaluz de blancas calles, olvidando; tal vez, un tanto irónico, sin otra vanidad que mis rosales, a resguardo de envidias y de celos, sin querer ver a nadie que despierte del sueño a los demonios de la vida… Y que otra vez me engañen.

Todo un programa de desasimiento, de clausura en el pequeño pueblo sevillano en el que habito, y descanso en compañía de Griselda, la que nunca me ha abandonado y sigue al pie del cañón, ayudándome en todo lo que puede: correos, correcciones de pruebas, consejos, críticas … Si “advertido y prudente”, no quería ser sujeto activo de esta antología, ya no me impulsaba ni ilusión ni vanidad alguna y, menos, temiendo -temiéndole a mi carácter y temperamento- alguna salida de tono proveniente de tantos y tan recientes recuerdos. Y, aun así, pese “a no querer ver a nadie” había unos escollos de cariño y fraternidad irrenunciables: Rodríguez Jiménez, Concha García, Jurado López, Carmelo G. Acosta, José María Algaba, Antonio Enrique, José Lupiáñez, Ángel Moyano, Fernando de Villena, Enrique Morón…; fueron estos últimos, los que decidieron, con increíble y principesca generosidad, que un poemario que yo consideraba nonato, viera la luz, “El friso de las cinco fábulas”; con ellos, se restablecía esa “línea interior” de complicidades fluviales, marítimas, paisajísticas, estéticas y morales en las que estuvieron inmersos poetas tan diferentes como Manuel Machado y su hermano Antonio, Juan Ramón 


Jiménez, Cernuda, Aleixandre, Federico García Lorca, Rafael Alberti o el grupo “Cántico” de Córdoba… Y en esta vicisitud, cuando la ascética y la mística se ayuntan para tratar de resolver dudas, misterios y enigmas -acaso, miedos-, me llega la tentación para despertar del sueño a los demonios de mi vida, en forma de antología que refleje un tiempo apasionante y, a mi entender, decisivo de la poesía española del siglo XX; con ella tal vez, me enfrente al espejo al que se asomó Calígula, en la escena final de la obra de Albert Camus: “Calígula a la Historia: no he muerto todavía” … No, no hemos muerto, se sigue hablando de nosotros, de lo que significó -¿verdad Fernando de Villena?-, la Diferencia … Asumo el compromiso de darle presencia, visibilidad a tantas obras espléndidas que están ahí resistiendo, brillando, renaciéndose en tan claro esplendor. Sólo me queda consignarlo en el orgullo de haber estado al servicio de la excelencia. Acaso, en esto, mi última vanidad -puesto que “la de mis rosales” se ha visto eclipsada por el desánimo del silencio y el terrible verano de 2017 que agostó toda mi rosaleda… Veinticinco años ya del alba de la Diferencia, cuando “agostadas las rosas, ya en mis patios, silba la muerte como un mirlo en celo.”

Y, el fin.

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