Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas

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si no hubiera sido por la moral y los ánimos que los camaradas del Partido me han dado en todos estos largos años de sufrimiento, yo os digo sinceramente que hubiera sido imposible sobrevivir a tanto martirio y a tanta angustia; mi deseo es que nadie lo tenga que pasar.

Cecilia Cerdeño Me detuvieron el 29 de marzo; ingresé inmediatamente en la cárcel de Ventas, y de allí me sacaron a las ocho de la noche para meterme en una camioneta furgón que iba a recoger al alcázar de Toledo. Por cierto, que me llevé a mi hija conmigo. Como la niña no podía comprender lo que pasaba, yo le decía que íbamos al pueblo. Y me llevaron a Toledo. Allí los de la furgoneta no quisieron ir a Mora de Toledo; fuimos con los falangistas, porque la orden era de detención. Llegamos a Mora de Toledo ya muy tarde. Mi niña quería hacer pipí y yo quitándole las bragas allí de mala manera para no pedir permiso. Me estaba esperando la jefa de Falange y toda su gente; bueno, como si fueran a recoger yo que sé a quién; total que me dice: "Hombre, menos mal que ya la tenemos aquí a la Cerdeño". Me dieron dos bofetadas o tres bien dadas; mi niña se asustó, tenía dos añitos. Y yo les dije inmediatamente: "Si me vais a bajar a los calabozos, mi hija no baja". Estaban detenidos todos los responsables de allí y todos los de Mora de Toledo, fíjate, con todos los que había cogido. Yo no quería que mi niña viera todos esos espectáculos, y les dije: "Yo entrego mi hija a mi suegra, pero no me bajo a los calabozos con ella. Allí estaban como en una orgía, como si hubieran cogido yo que sé a quién. -¿Es que tú eres de Mora de Toledo? Yo pasé toda la guerra en Mora de Toledo. Mi marido, Eduardo Sánchez Biedma, era de allí, y estuvimos viviendo en el pueblo. A la niña me la recogió mi suegra y estuvimos en los calabozos todo el tiempo que quisieron; luego nos llevaron ajuzgar a Toledo, en la cárcel de Gilitos, en la provincial. Me condenaron a treinta años. En dos habitaciones que hacían unos tres metros por dos estábamos metidas sesenta mujeres con los petates, con una comida malísima. Estaban las hermanas de Trinidad García Vidales y muchas campesinas. Muchas estaban sin juzgar. Había una, Manuela Aguilar, que tenía dieciséis años, era de Orgaz (Toledo), y la habían cogido por su hermano; ella había sido siempre muy rebelde, pero nunca se había metido en nada. Solo que a los fascistas no los podía ver. Como decía ella: "Yo durante la guerra es que no les he podido ver". Eso de que bombardearan la ponía rabiosa, pero no sabía de política ni nada. Era muy rebelde, ya ves qué delito, y estaba allí con nosotras. Cuando nos juzgaron nos llevaron a Ocaña; a ella también le echaron treinta años; pobrecilla, era una criatura. En Ocaña había una situación malísima. Estábamos en el patio de los condenados a muerte, pero arriba, en un departamento que había en muy malas condiciones; había un celular y salas. A las que pensaban que nos habían juzgado y teníamos treinta años todavía sin notificar, o sea sin confirmar la sentencia, nos llevaban a celdas, y algunas veces estábamos siete u ocho en una celdita pequeña. Teníamos un cantar que me lo sé bastante bien: 718


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