Fui detenida en los últimos días del año 1941 en mi domicilio de Albacete, donde vivía con mi madre y hermanos. Militaba en el Partido desde la guerra y, como soy sastra de profesión, trabajaba en los talleres que se creaban para la confección de ropa militar y mi labor fue muy fructífera en todo momento. Al terminar la guerra me incorporo al trabajo clandestino al mismo tiempo que sigo mi profesión en un taller de sastrería incluso llevando prendas militares a mi casa para poder ayudar al mantenimiento de la misma. Soy estafeta de la organización y consigo de una mujer de la sastrería, que durante la guerra estuvo militando en Mujeres Antifascistas, que me perrrutiera recibir las cartas que tendrían que llegar a mi nombre, poniéndole como disculpa que dichas cartas son de un novio que no agrada a mi familia y por eso no las quiero recibir en mi casa. Al caer gente en Madrid detienen a la destinataria oficial, que explica su papel, y a continuación soy detenida. Se da la circunstancia de que en mi casa está oculto el marido de una de mis hermanas, Enrique Navarro, persona destacada como comunista tanto en Albacete como en Valencia. Nadie, ni siquiera la hijita del encerrado, de corta edad, lo sabe; únicamente estamos en el secreto mi madre, su esposa, que es mi hermana, y yo. Nada se descubre cuando me detienen y desde Albacete me traen a Madrid, a Gobernación, donde soy bestialmente golpeada desnuda; es estremecedor recordar que mientras descansaban los policías tras la primera paliza, fumando un cigarrillo, yo tiritaba arrebujada en el abrigo que me tiraron para cubrirme; ellos preparaban sus planes del domingo inmediato: cine, teatro, visitas ... y a renglón seguido me arrancaron el abrigo y empezaron a golpearme de nuevo. Estuve largo tiempo en aquellos terribles sótanos de Gobernación. A causa de negarme a hablar, por mi silencio. En este expediente íbamos encausados tres hombres y dos mujeres; a nosotras nos pedían dieciocho años de condena, por lo que suponía que la rebajarían y no tardaríamos en recobrar la libertad. Pero, como en muchos otros casos de los juzgados franquistas, nos condenaron a muerte y estuvimos en el sótano de condenados once largos meses, desde el 25 de enero de 1943 en que nos juzgaron hasta el día de Navidad de ese mismo año, en que fuimos conmutadas por treinta años. Ingresé en la cárcel a últimos del año 1941 (mejor dicho en la comisaría de Albacete), estuve de forma ininterrumpida hasta el primero de mayo de 1955. No voy a repetir todo el calvario de la cárcel, ya que es más o menos el de otras camaradas que han hecho su relato, pero sí que pasé por las cárceles de Ventas, Amorebieta y Segovia, y que en el transcurso de estos años padecí castigos, hambre y enfermedades, y que participé con el entusiasmo que caracteriza a una revolucionaria en cuantos plantes y huelgas de hambre se produjeron en esos largos años. Estando en la cárcel ya varios años, recibí la noticia de que mi cuñado, el que estaba en mi casa escondido, había sido detenido de forma fortuita, ya que la causa fue que buscaban a un estraperlista y en los registros que efectuaron en la barriada le descubrieron a él. Le condenaron a veinte años por delitos de guerra y su mujer también estuvo encarcelada durante un año por encubridora. No cabe duda de que este camarada se salvó de una muerte segura por haber podido estar esos años escondido. De mi expediente fusilaron a dos camaradas que estaban en la prisión de Porlier.
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