mente incomunicada durante nueve meses, pero su comportamiento fue estupendo. Hubo el juicio correspondiente, pero salió absuelta. También estuvimos incomunicadas todas las de la segunda galería y en celdas aisladas las que vivían en la celda con Chon. Fue un acto tan inaudito para las funcionarias y para el propio director, que su estado de nervios y confusionismo fue favorable para las fuguistas toda vez que cuando dieron parte a los organismos superiores habían transcurrido más de tres horas. Y es que en su cerebro estrecho no cabía la posibilidad de que hubieran saltado los muros de la cárcel, perfectamente vigilados por guardias o soldados (no lo recuerdo bien), sino que pensaban que se habían escondido en la misma cárcel atemorizadas porque podían ser fusiladas de un momento a otro. ¡Qué poco debían conocer el temple de las revolucionarias! Pero vino bien, para Chon y Elvira, ya que ello \es dio tiempo para ponerse a buen recaudo. Como anécdota recuerdo que nuestra segunda galería derecha la contaba una funcionaria llamada Victoria Úbeda, y siempre lo hacía deprisa y bien, como persona muy acostumbraba. Esa noche, en cuanto cundió la alarma nos hicieron levantar de las camas (colchones en el suelo) para contarnos una y otra vez (ya con la falta de Chon), y siempre le salía bien la cuenta, diciéndonos al terminar: "Lo siento, acuéstense"; y así cuatro o cinco veces, hasta que la acompañó otra funcionaria y se dieron cuenta de que faltaba una. Ya estaban avisadas que faltaba otra del sótano de penadas (Elvira), pues en este departamento fue una de las allí penadas la que empezó a dar gritos al notar que, de repente, se abrió la puerta del sótano al tiempo que se apagaba la luz y, una vez cerrada la puerta y encendida la luz, al echar de menos a Elvira prorrumpieron en grandes gritos. Fue un magnífico hecho donde se mostró de forma total la solidaridad de todas las políticas con las fugadas y con las que de una u otra forma fuimos sancionadas, sin que en ninguna hubiera el más pequeño resentimiento; antes al contrario, una enorme satisfacción en todas y cada una de nosotras. Es una de las mejores enseñanzas y más gratas experiencias de todos los años transcurridos en aquella prisión y en cualquiera de las que nos hayamos encontrado. Nunca faltó el sentido de solidaridad y compañerismo, mucho más acentuado en momentos graves y trascendentales. Cualquier motivo, en aquella década de los 40 a los 50, justificaba la imposición de sanciones y castigos en gran número. Iban desde quitarte la comunicación, paquete y correo, hasta meterte en celda de castigo totalmente incomunicada no solo con el exterior, sino con las propias compañeras. Y además con una estrecha vigilancia para evitar todo contacto; pero la mayoría de las ocasiones era inútil aún en los casos realmente graves, pues siempre le llegaban a la castigada noticias de sus familiares y lo mejor de cada paquete, por lo que la incomunicación era una cura de reposo y engorde gracias al sacrificio de las compañeras, pues en algunos casos las cogían pasando comida o noticias y venían a engrosar el número de incomunicadas. Otro hecho importantísimo de Ventas fue la primera huelga de hambre que se realizó en el mes de enero de 1946, en protesta y solidaridad por la incomunicación de una reclusa (común) que se negó a coger la comida, ya que era realmente un cazo de agua sucia caliente, pues siempre llevaban lo peor del rancho a la galería de comunes, que protestaban menos. Esto ocurrió naturalmente en la galería de comunes, y la que rechazó el rancho incomible fue la mandanta (reclusa encargada del orden en las galerías); tan pronto como nos enteramos la población política, nos declaramos en 384