Málaga y sobre todo de Ventas, tras la huelga de hambre de esta prisión. La escuela, feudo del cura -mal enemigo- era bastante inoperante, salvo para grados elementalísimos y para el catecismo (ofrecido a cambio de unos meses de redención de la pena). No había talleres, aunque las mujeres tenían su trabajo de aguja, de punto, de bordado, vendido en la calle a través de las familias. Se trabajaba, por cierto, de forma incesante y se luchaba siempre con la escasa luz. La situación en Segovia era bastante tensa. Las condiciones de la prisión, los muchos años que llevaban de cárcel. Las salas atestadas, con goteras que caían sobre las mujeres, sin posibilidad de atenderlas. En este preciso momento, 26 de enero de 1948, nos avisan las compañeras que tenían destino en las oficinas de la inminente llegada de una chilena que viene a visitar la prisión. La visitante llega, pasa primero a la sala de comunes, después a la de ancianas e intentan los funcionarios hacerle ver que el resto de la prisión es igual. Insiste en ver las restantes salas y se dirige a la tercera galería. A petición suya le autorizan para interrogar a alguna reclusa, y mirando a las mujeres formadas reglamentariamente, se dirige a una, Merche Gómez, madrileña, joven, de una gran serenidad. La elección no podía ser más afortunada para nosotras. Explica que es conmutada de pena de muerte, cuáles son las condiciones en que se vive y aclara que su actitud de lucha es completamente consciente, puesto que habiendo cumplido una primera condena no ha dudado en volver a luchar. Señala a las mujeres de guerra. La visitante, visiblemente inquieta, le pide al director que no se tomen medidas contra la reclusa, que se ha limitado a contestar a sus preguntas. El director asegura que ninguna sanción recaerá sobre la reclusa y se retiran precipitadamente. A la cuarta no llegaron a entrar, así que nosotras ni siquiera sabemos cómo era la persona cuya visita iba a desencadenar semejantes consecuencias. A pesar de las palabras del director supimos que la cosa iba a traer cola y en las improvisadas reuniones de comunistas se acordó impedir por todos los medios que el castigo esperado cayese sobre Merche Gómez; sería colectivo. Las organizaciones de otros partidos mostraron igual disposición. Había hablado por todas y todas o ninguna seríamos responsables. Un funcionario acompañó a Merche a ver al director. La reclusión se inquietó. Pasó un rato y se oyó en el profundo silencio que reinaba en toda la prisión, cómo se cerraba una puerta en las celdas del primer piso, peores que las otras y consideradas de castigo. Como de esta huelga de Segovia ya se ha hablado mucho, solo me limito a dar algún dato, dando por hecho que la reclusión fue a la huelga por unanimidad. Cuando se acordó darla por terminada, muchísimas mujeres agotadas hubieron de ser llevadas a la enfermería y reanimadas con glucosa. El informe del inspector médico (doctor Botija, que era médico del hospital de Ventas) fue impresionante. DeCÍa que el olor a acetona se notaba, expresión clara de que las mujeres estaban viviendo de sus últimas reservas orgánicas. Cuando este médico, el viernes 28, entró en una de las celdas que no tenía ventanillo, ni luz eléctrica, donde estuvieron las mujeres en la más completa oscuridad, se impresionó de forma tal que se mareó y tuvo que salir a una pequeña taberna frontera al penal a tomar una copa de coñac. En esta celda estuvieron las mujeres acostadas en sus petates porque se las consideraba demasiado enfermas para estar sobre el frío cemento durante todo el día. 294