Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas

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hijos. Estuve muy contenta esos días con mi familia, pero todo no era bueno. Estaba muy preocupada porque unos días antes que yo, había salido una muchacha de la Juventud, que también iba a Barcelona, y no tenía donde ir: con diecinueve años, había estado cinco en la cárcel, su madre estaba enferma de tuberculosis en la enfermería de Ventas, donde murió. Al padre y a un hermano los habían fusilado y otro hermano había perdido una pierna en la guerra y vendía tabaco de estraperlo en la boca de un metro, para mantenerse. Tenía otra hermana más pequeña en un hospicio. Esta familia de luchadores, una más entre los muchos casos a lo largo y ancho de nuestra España, castigada por los vencedores. Los tres informes de la pequeña Bene, que así se llamaba, fueron para negarle la libertad, pero el telegrama había desaparecido, por el buen arte de nuestras compañeras de la oficina. La propusieron por la junta de la cárcel y así llegó su libertad, por la cual podía ir a cualquier lugar de España menos a Madrid. Dramas como estos no nos faltaban en las cárceles y en la calle. Bene estaba también enferma. Los camaradas de Segovia me dijeron que, como yo era mayor, podía hacerme cargo de ella. El caso es que en Barcelona ni una ni otra teníamos familia ni donde caernos muertas. Y le dije que al pasar por Guadalajara se bajara del tren; le di la dirección de mi familia y le dije que allí me esperara para continuar viaje las dos juntas. Al llegar a mi casa me encontré con que la chica no había pasado por allí; no sabía nada de ella y esto me preocupaba. Al fin me despedí de mi familia; mi madre tuvo la alegría de tenerme unos días junto a ella. Pero ahora voy a dejar aquí el cómo me desenvolví en la calle para subsistir. Lo veía tan difícil que, a veces, pensaba que en la cárcel vivía mejor, estaba entre los míos; la calle me pareció una cárcel más grande, pero con recelo porque no conocías al que iba delante o detrás de ti. Pero de todo esto hablaré más tarde. Ahora no puede pasar por alto la cárcel de Ventas, el hambre, miseria y muerte. A miles de mujeres las representan entre testimonios que vivieron las penalidades de esta cárcel y el deambular de un penal a otro, con los vagones precintados como si no fueran seres humanos. Aquí, queridos lectores os presento a mis compañeras, con ellas conviví con más o menos intensidad. Mujeres a las que es difícil olvidar a lo largo de los años. Entre tantos nombres que flotan en mi memoria siempre me acuerdo de Ramona, bajita, regordeta; la llamábamos Ramoneta porque era catalana. De Primitiva Paniagua, joven, muy poquita cosa, excelente chica, era muy buena compañera. De las hermanas Díaz, Chon, la asturiana, Juanita Corzo, Teresa Marrón, Merche Gómez, Florinda Puntós, Gloria Cueto y tantas, que la lista se haría larga, muy larga ... Pero entre tantas, algunas, muy pocas, de estas mujeres de la cárcel de Ventas vamos a tenerlas en estas páginas con sus testimonios; y también alguna canción, de las muchas que se cantaron en Ventas y se extendieron por los penales: Es la Pepa una Gachí que está de moda en Madrid y que tié predilección por los rojillos. Cuando pasa esta mujer desde Ventas a Porlier a cualquiera se le arruga hasta el ombligo.

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