La sal y las salinas de Naval

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La sal y las salinas de Naval El oro blanco del Somontano

Juan Miguel Rodríguez Gómez


i nv es t i gac i ón y t er r i tor i o


La sal y las salinas de Naval El oro blanco del Somontano Juan Miguel Rodríguez Gómez


Rodríguez Gómez, Juan Miguel La sal y las salinas de Naval: el oro blanco del Somontano / Juan Miguel Rodríguez Gómez Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2015 268 p. : il. col. ; 20 cm (Iter: investigación y territorio ; 1) Bibliografía: pp. 262-268 ISBN 978-84-8127-268-0 Salinas – Naval 622.362.1 (460.222 Naval) 338.45 (460.222 Naval)

i n v estig ac ió n y t erritorio

Colección que trata de cubrir las diferentes visiones locales que transitan entre lo académico y lo divulgativo, prestando especial atención a los análisis históricos, pero sin olvidar otras disciplinas.

© Juan Miguel Rodríguez Gómez © De la presente edición, Instituto de Estudios Altoaragoneses

1.ª edición, 2015 Iter: investigación y territorio, 1 Directora de la colección: Irene Abad Buil Comité editorial: Antonio Alagón Castán, Ramón Lasaosa Susín, Sescún Marías Cadenas y Enrique Sarasa Bara Coordinación editorial: Teresa Sas Bernad Corrección: Ana Bescós García Diseño editorial: David Adiego Sánchez Fotografía de cubierta: Miguel Ortega Martínez

Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación de Huesca) Parque, 10. E-22002 Huesca Tel.: 974 294 120. Fax: 974 294 122 www.iea.es / publicaciones@iea.es Colabora: Ayuntamiento de Naval Imprime: Gráficas Alós. Huesca ISBN 978-84-8127-268-0 DL HU-112/2015 IBIC KNAT, MBNH3, HBJD, 1DSEC



Índice


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Introducción

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Las salinas de Naval: producción y transporte de la sal

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Las salinas: ¿parques triásicos? El ciclo productivo de la sal La distribución de la sal Los navateros: ¿la otra vía de la sal?

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La sal en la memoria popular La sal, saborizante La sal, anticorruptiva y medicinal La sal, mística y mágica La sal, ¿marciana?

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Historia de las salinas de Naval La sal, un artículo esencial Un negocio real La Edad Moderna El estanco oficial de la sal El retorno al real patrimonio La primera mitad del siglo xix El desestanco Un preciado objeto de contrabando La muerte ronda las salinas El siglo xxi

La sal o la vida: de la fisiología a la conservación de los alimentos El cloruro sódico: propiedades y aplicaciones Sal y salud humana Sal y salud del ganado La sal como condimento y conservante

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Apéndices

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Bibliografía y fuentes

263 268

Bibliografía Fuentes


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Introducción

La sal es un nutriente esencial sin el cual no podríamos vivir, ya que de ella dependen procesos fisiológicos básicos. Puesto que el cuerpo no puede sintetizarla, es absolutamente necesario ingerir sal o alimentos que la contengan para seguir vivos. Se da la feliz circunstancia de que, además, la sal resalta y potencia el sabor de una gran variedad de alimentos, motivo por el que ocupa un lugar privilegiado en la gastronomía mundial de todos los tiempos. Tampoco hay que olvidar que la sal ha sido, y sigue siendo, la base de algunos de los grandes sistemas de conservación de alimentos, que tan honda influencia han tenido en el devenir de la humanidad, ni que para el ganado resulta tan esencial como para los humanos o que es fundamental en los procesos de elaboración de numerosos productos no alimentarios: desde medicamentos hasta metales, pasando por papel, jabón, cuero

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y materiales textiles. Por todo ello, no es de extrañar que desde las primeras civilizaciones los humanos se vieran forzados o bien a establecerse en las proximidades de fuentes de sal, o bien a disponer de sistemas que les permitiesen abastecerse regularmente de las cantidades necesarias para su supervivencia y la de su ganado. En consecuencia, todas las culturas —sin excepción— han considerado la sal como un objeto muy valioso, por lo que la lucha por su control ha marcado el desarrollo de la historia en sus distintas etapas, con repercusiones económicas y políticas mucho mayores de lo que nos podríamos imaginar. Tanto es así que hasta hace no demasiado tiempo la sal era conocida como el oro blanco. En Europa han existido explotaciones de sal desde la Edad del Bronce, lo que ha contribuido de una forma muy relevante a la creación de una extensa infraestructura viaria. En el Neolítico se establecen rutas comerciales que conectan poblaciones distantes debido a dos necesidades imperiosas: la trashumancia y la sal. En la Edad Media la sal se convirtió en el principal producto de comercio, y, conscientes de su importancia, señores feudales y monarcas no tardaron en imponer grandes tributos sobre su comercialización y su consumo, que llegaron a suponer uno de los ingresos más elevados de las arcas reales. De hecho, el estanco de la sal fue el más importante de la Corona —primero de la aragonesa y luego de la española— durante siglos, y no desapareció hasta 1870. Hasta entonces, la relevancia económica y política de la sal fue comparable a la que ha tenido la gasolina —y otros derivados del petróleo— desde la segunda mitad del siglo xx hasta nuestros días. Nuestros abuelos todavía decían aquello de «Dios nos guarde el pan y la sal». Obviamente, su importancia estratégica declinó rápidamente entre finales del xix y mediados del xx, debido a la aparición de métodos alternativos de conservación de los alimentos, a la mejora de los sistemas de extracción y elaboración de la sal y a la disponibilidad de nuevos medios de transporte. Todo ello hizo que la sal, que sigue siendo necesaria para nuestra salud, pasase a ser una materia prima fácilmente disponible a un precio muy asequible. Por lo que respecta al territorio aragonés, las salinas de Naval destacaron históricamente sobre todas las demás, no solo por la cantidad de manantiales salinos que existen en su término, sino también por la calidad excepcional de la sal que se obtiene de ellos. En su célebre Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, Pascual Madoz afirmaba que

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Las salinas de Naval son indisputablemente de las mejores que se conocen en España, pues a la abundancia de sus fuentes, que bien aprovechadas bastarían a surtir la mitad del reino, se reúne la escelente calidad de la sal y la hace superior a cuantas el terr. español encierra, pues su estremada fortaleza, compite con el esquisito gusto y brillante presencia. (Madoz, 1845-1850, t. xii: 50)

Al ser un producto tan relevante durante la historia de la humanidad, no es de extrañar que la propia historia de Naval, desde su origen hasta nuestros días, haya estado siempre ligada, de una manera u otra, a la de sus salinas y su sal. De hecho, el control de las salinas de Naval fue un asunto de Estado —fuese quien fuese el que gobernase en cada momento— hasta finales del siglo xix. La grandísima cantidad de información existente en el Archivo de la Corona de Aragón sobre Naval y sus salinas es buen testigo de ello. La extracción de la sal, que había sido desde tiempos inmemoriales una fuente de riqueza para las poblaciones que tuvieron —y tienen— la fortuna de disponer de ese recurso natural, entró en una profunda crisis que condujo, en muchos casos, al cierre de salinas milenarias y que tuvo un profundo impacto socioeconómico sobre las localidades afectadas. Naval no fue una excepción. Y, así, una villa en la que había nacido todo un virrey de Perú y que había disfrutado de casi todos los servicios disponibles en cada época histórica (fábricas de vajilla, jabón, alpargatas, alcoholes y licores, bodegas, tejedores, arrieros, carreteros, constructores de carros, herreros, carpinteros, zapateros, boteros, albañiles, camineros, caldereros-hojalateros, basteros, sastres, modistas, músicos, comercios, panaderías, confiterías, posadas, cafés, alumbrado público, molinos harineros y aceiteros, dos ferias, mercado, dos iglesias, varios sacerdotes, gran romería, dos farmacias, tres médicos, instituto local de higiene, abogados, notarios, telégrafo, cine, coto, comandancia de la Guardia Civil…) asistió en unas pocas décadas a la pérdida de muchos de ellos… y de sus propios habitantes. De las 1681 personas de 1857 se pasó a 1214 en 1900, a 265 en 2010 y a 250 en 2012. La situación la describía bien un texto anónimo en El Cruzado Aragonés: Uno de los pueblos más notables de nuestra provincia, no hay duda que es Naval, cuna de ilustres hijos, pueblo industrioso que durante siglos sirvió de eslabón que encadenaba la montaña con el llano, mediador generoso que con una de sus manos pródigas llegaba a todos los pueblos de la alta montaña y con la otra recogía e intercambiaba los frutos del llano.

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Pero Naval está sintiendo la angustia de las crisis que los pueblos sufren en sus transformaciones. Tenía una industria típica en sus acreditadas alfarerías y está muriendo, tenía una fuente clara y abundante de riquezas en sus salinas y está en ella sintiendo agobiantes competencias. Sus brazos, que llegaban a la montaña y al somontano con sus famosos arrieros, han quedado mancos y sus manos se van convirtiendo en dos inútiles muñones. ¡Naval está en crisis! Recibió de sus antepasados esas tres fuentes (alfarería, salinas, arrierismo) y esas tres fuentes de riqueza ven con tristeza que se están mermando, que se están algunas extinguiendo. (El Cruzado Aragonés, 1819, 20 de agosto de 1954)

Naval, por su importancia estratégica y su ubicación geográfica, a los pies de la sierra de Arbe, fue el camino natural de comunicación del Somontano con Sobrarbe y Francia. Durante siglos nadie se preguntó por qué la vía más importante para el tránsito de personas y mercancías tenía que pasar precisamente por Naval

Vista general de Naval hacia 1940. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. Foto: Diego Quiroga)

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y el puerto del Alto del Pino en vez de ir pegada al río Cinca, o por qué una de las cabañeras con más tránsito de todo Aragón también pasaba por la mismísima plaza Mayor de Naval. Todos necesitaban la sal navalesa. A partir del siglo xx la antigua relevancia de las salinas va cayendo en el olvido y la desmemoria hace que tanto las gentes de la montaña como las del somontano empiecen a considerar un sinsentido el antiguo trazado viario: ¡Parecerá increíble! Pero es realidad. Al llegar a El Grado, en el mismo sitio en el que empalma la carretera para Boltaña y Broto, experimenté un choque desagradable. Me causaba amargura tener que dejar el curso del Cinca, para iniciar un ascenso inútil a una cima más inútil, y haber de descender por la otra pendiente aún con más sin susto. Chocaba mi espíritu contra aquel trazado irracional, que estanca la corriente humana de la Montaña al llano, sin provecho para otras regiones ni para otros pueblos. Suelen ir siempre bien maridadas las carreteras con los ríos; pero, ¿quién impuso ese divorcio entre el Cinca y su única carretera? ¿Qué político sabrá, por fin, dar fin a esos continuados choques? ¿Qué patriota sabrá hacer ese bien a la Montaña y al Somontano? (Un barbastrense, El Cruzado Aragonés, 1807, 5 de junio de 1954)

Hoy a Naval solo llega el que se dirige expresamente a esta villa. Pero la vista del caserío viniendo desde el Alto del Pino, con su estructura urbana y muchas de sus casonas de tres y cuatro plantas aún en pie, claramente indica que no estamos ante un pequeño pueblo perdido en la geografía altoaragonesa, sino ante una villa que jugó un papel protagonista en la historia de Aragón, gracias, en buena parte, a sus afamadas salinas. Afortunadamente, la sociedad salinera de Naval, bajo un nombre u otro, no desapareció nunca, y tanto la menguada población como su Ayuntamiento han tratado de conservar, en la medida de sus posibilidades, sus construcciones más singulares. Por otra parte, la sal es un producto en cuyo proceso de extracción y producción se aprovechan fuentes energéticas tan naturales, limpias y respetuosas con el medio ambiente como el calor solar y la energía cinética del aire. De esta manera se ha conseguido que tanto la infraestructura básica (eras, canales, manaderos…) de las salinas de la Rolda y de Iruelas como los ecosistemas en los que se ubican hayan persistido casi intactos hasta la actualidad. Este hecho otorga a los salinares de Naval un valor histórico, cultural, gastronómico, medioambiental y científico incalculable y posibilita tanto la recuperación de

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Núcleo urbano de Naval en los años cuarenta. Después de la guerra las salinas vuelven a estar a pleno rendimiento. En el centro de la imagen, al fondo, se aprecia el salinar de la Rolda. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. Foto: Ismael Pascual)

la antigua actividad salinera como nuevos usos turísticos que deberían respetar la singularidad de las instalaciones y su entorno. En este contexto, el objetivo de esta obra es, por una parte, dar a conocer de una forma divulgativa la extraordinaria historia de las salinas de Naval y, por otra, que las generaciones más jóvenes comprendan la importancia económica, política, cultural y social que tuvo uno de los pocos alimentos que son esenciales para la vida: la sal. Los naturales de Naval podrán entender mejor el pasado tan intenso que tuvo la villa, mientras que el resto de los lectores la verán con otros ojos, e incluso es posible que algunos se animen a visitarla o revisitarla. No les defraudará. El texto consta de cuatro grandes partes: la primera y más extensa está dedicada a la historia de las salinas de Naval; la segunda describe el sistema de producción

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y transporte de la sal; la tercera explica la necesidad fisiológica de este mineral y sus principales aplicaciones prácticas; finalmente, la cuarta y última parte expone el impacto de la sal en la memoria popular y, al igual que la tercera, presta especial atención al territorio altoaragonés. No querría acabar esta introducción sin expresar mi mayor gratitud y afecto a todas las personas que, con su información o su apoyo, han contribuido a hacer realidad esta obra. Entre ellos quisiera destacar al personal del Archivo de la Corona de Aragón, de la Biblioteca Nacional de España y de otros muchos archivos públicos y privados; a los navaleses Simón Carruesco, Pilar Carruesco y Antonio Bellosta; a los autores cuyas obras me han servido de referencia —en especial al también navalés Privato Cajal, gran precursor de este libro—, y, para no olvidarme de ninguno, a tantos y tantos informantes de la montaña y del somontano que me han ofrecido desinteresadamente lo más preciado que tienen: sus recuerdos y su tiempo. •


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Historia de las salinas de Naval

La sal, un artículo esencial Personas y animales estamos hermanados por una necesidad universal y permanente del único alimento de origen mineral: la sal. Carecer de ella supone un peligro para la supervivencia, de tal manera que, como bien se ha dicho, en el cotidiano gesto de echar sal a la comida se resume la historia del mundo. Incluso en los países más desarrollados, su trascendencia no se trivializó hasta hace bien pocos años, ya en pleno siglo xx, cuando la eliminación de impuestos históricos y la disponibilidad de procesos industriales permitieron su extracción y su comercialización a gran escala a un precio muy reducido. Hasta entonces la sal era escasa y tan apreciada que llegó a calificarse como oro blanco. Es bien conocido que los

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El salero, objeto cotidiano por excelencia.

legionarios romanos recibían como parte de su retribución una porción de sal, el salarium ‘salario’, término que acabó por extenderse a cualquier pago regular, fuese en metálico o en especie, y que ha perdurado hasta nuestros días.

De la caza a la ganadería: un repaso a las pinturas rupestres de Guara Las paredes de los espectaculares cañones de la sierra de Guara albergan un conjunto de pinturas rupestres único en España. En aproximadamente sesenta abrigos rocosos se esconden representaciones que recorren todo el abanico estilístico de la prehistoria, desde el arte paleolítico al esquemático, pasando por las manifestaciones más septentrionales de arte levantino de la península ibérica. Estas pinturas están datadas entre el 22000 y el 1500 a. C. y suponen unas auténticas crónicas de los cambios climáticos que sufrió la zona y de las transformaciones culturales y socioeconómicas que experimentaron las personas que la habitaban, que resultaron claves para el futuro de la humanidad.

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Tozal de Mallata. El río Vero es un libro abierto de la transición del Paleolítico al Neolítico.

Entorno de la cueva de la Fuente del Trucho y de las covachas de Arpán. Al fondo y a la izquierda, Alquézar.

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Las primeras pinturas aparecieron en el Paleolítico Superior, hacia el año 25000 a. C., y se extienden hasta aproximadamente el 10000 a. C. Durante ese período los autores de las pinturas de la Fuente del Trucho, la única muestra de este tipo de arte en Aragón, vivían en el interior de cuevas para protegerse del intenso frío glaciar. Su subsistencia se basaba en la caza, la pesca y la recolección, lo que implicaba una vida nómada, subordinada a las variaciones estacionales y, en consecuencia, a la migración de las especies cinegéticas (caballos, cabras, ciervos…). Durante todo este periodo, el hombre parece considerarse inferior a las imponentes criaturas con las que comparte su ecosistema. Los animales son sagrados, los ídolos indiscutibles de los que se depende y a los que se admira. Se trata de una iconografía eminentemente zoomórfica: las representaciones realistas de animales constituyen el tema fundamental del arte del Paleolítico Superior, así como su cima más alta (Giedion, 1981). Incluso el chamán (el mago-artista) intentaba aprehender los rasgos animales: iba vestido con pieles, llevaba máscaras y cornamentas y se movía imitando sus movimientos (¿el origen de la danza?). En contraste, las figuras humanas son escasas y muy poco elaboradas en comparación con las de animales. La mujer no aparece en ninguna pintura de este periodo. Estas pinturas se realizan en cuevas profundas y se localizan en habitáculos recónditos donde las numerosas siluetas se acumulan unas sobre otras. Resulta evidente que no estaban destinadas a la exhibición pública, sino que se reservaban para los iniciados en los secretos de la cueva o de la pintura. Las figuras se distribuyen sobre un espacio libre e irregular, sin segundo plano, sin línea de suelo ni de horizonte. Los animales se confrontan sin mantener las mismas proporciones de tamaño, e incluso con frecuencia se superponen en un mismo lugar. Este hecho ha llevado a pensar que el acto de pintar era un ritual mágico que se llevaba a cabo sobre un lugar de características sagradas; de ahí que se reutilizara periódicamente. La regularidad de los repintes insinúa la posible regulación a través de rudimentarios calendarios (ciclos astronómicos, migraciones animales, etcétera). En cualquier caso, el significado se nos escapa, a pesar de las numerosas interpretaciones que se han realizado hasta la fecha. Por otra parte, resulta cada vez más evidente que el arte paleolítico responde a unas condiciones de vida muy particulares, de tal manera que podemos encontrar puntos comunes entre las expresiones gráficas de los lejanos cazadores paleolíticos y las recientes de pueblos cazadores vivos como los esquimales del Ártico, los

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aborígenes de la zona septentrional de Australia o los bosquimanos del África austral. Es decir, a pesar de la distancia en el espacio o en el tiempo, habría que hablar de un arte de cazadores, nacido de un tipo de lucha por la supervivencia en la que la caza es una constante obsesiva (Beltrán, 1998). En el periodo epipaleolítico, hacia el año 10000 a. C., el clima de la península ibérica comienza a ser bastante más benigno y los glaciares inician su progresivo retroceso, hecho que constituye el pistoletazo de salida para un cambio sin precedentes en la forma de vida humana. Las grandes estepas de la era glacial se empiezan a cubrir con bosques, lo que provoca la emigración o la extinción de ciertas especies animales que estaban adaptadas a las frías condiciones glaciales y que constituían parte esencial de la dieta del hombre. Los grupos humanos, hasta entonces cazadores-recolectores, tuvieron que acostumbrarse a un nuevo modo de vida y elaborar nuevas estrategias, técnicas y herramientas de subsistencia. La retirada de los glaciares hacia el norte dejó libres muchas tierras que empezaron a ser ocupadas por el hombre. Ante la posibilidad de nuevos territorios aprovechables, los grupos se diseminaron y fueron apareciendo los primeros asentamientos estacionales, aunque el cambio no fue drástico ni repentino. En este contexto, hacia el 8000 a. C. se inicia el estilo artístico conocido como levantino, que se prolongará hasta el 4000. Los conjuntos pictóricos levantinos evolucionan gradualmente desde las figuras naturalistas relacionadas con el arte paleolítico hasta los signos esquemáticos sincrónicos de las culturas del Neolítico y la Edad del Bronce. Las pinturas levantinas, como las de Arpán, Chimiachas o Muriecho, se diferencian de las precedentes en que no se realizan en lo más recóndito de una cueva, sino en abrigos naturales, casi expuestos a la vista. En estos abrigos y cuevas se originó y desarrolló el arte de un pueblo todavía cazador pero que ya andaba inmerso en escarceos con unas prácticas agropecuarias rudimentarias. El hombre dejaba de ser depredador y carroñero para convertirse en productor de sus propios alimentos, un proceso gradual y secuencial que, en lo referente a los animales, implicó varias etapas: captura, cautividad, domesticación, pastoreo, cría y explotación (Beltrán, 1998). Se asistía a una de las revoluciones más profundas que haya sufrido la relación del hombre con el mundo: el destronamiento del animal. La naturaleza pasa de ser el hábitat del hombre, donde este vive en equilibrio con otras especies, a verse como un conjunto de recursos económicos que deben ser

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convenientemente gestionados. En la pintura esto se manifiesta con una presencia obsesiva de la figura humana en escenas que ofrecen una gran sensación de movilidad y que llegan a ser muy complejas. El hombre se convierte en protagonista de multitud de escenas de caza o de guerra, danzas o actividades de recolección e incluso faenas de pastoreo al final de este periodo. Algunos autores han sugerido que la aparición de escenas de lucha podría ser reflejo de una creciente competitividad entre los grupos por el control de los recursos alimentarios. La economía de producción y la sedentarización se abrían paso a marchas forzadas. Entonces pudieron nacer los primeros poblados estables, dotados de un urbanismo elemental. Finalmente, el arte esquemático se desarrolló entre el 5000 y el 1500 a. C. (Neolítico), y durante el primer milenio de su existencia convivió con el estilo levantino, del que en ocasiones es difícil diferenciarlo. Los enclaves en los que aparece el arte esquemático son muy similares a los que acogían el levantino. Se continúa pintando al aire libre, en pequeños abrigos apenas protegidos. Precisamente este estilo es el más abundante en Huesca, con una cincuentena de estaciones localizadas.

Arte levantino en las covachas de Arpán.

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Desde un punto de vista global, en este periodo ya se ha producido una completa transformación de los sistemas económicos, sociales y espirituales. La agricultura necesita del establecimiento de los pueblos en un lugar fijo, y esto conlleva el aumento del número de individuos que forman los distintos grupos humanos, que se organizan en nuevas formas jerárquicas. La densidad de la población mundial antes de la revolución neolítica no superaba los diez millones de habitantes, pero con el advenimiento del sedentarismo llegó a alrededor de trescientos millones hace cuatro mil años. El hombre depredador y carroñero que antes consumía en un pequeño margen de tiempo los alimentos que conseguía se ha convertido en agricultor y ganadero, y logra producciones que le permiten acumular excedentes. El nuevo ciclo vio aparecer conceptos hasta entonces inexistentes como los de la posesión de tierras, la colonización o el comercio. La capacidad de síntesis y la abstracción son las características más destacadas del arte de este periodo. Las figuras humanas aparecen con forma de ancla, cruces, líneas simples…, en escenas de caza, recolección, luchas reales o simuladas, danzas

Arte esquemático en las covachas del tozal de Mallata.

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Presencia humana continua en el Vero: arte rupestre y arnales en Barfaluy.

de arqueros, bailes de mujeres y hombres, etcétera, y en muchos casos portan utensilios (arcos, flechas, cestos, escalas…). Los animales se representan con la misma fórmula, en la que solo podemos distinguir su condición de cuadrúpedos. Otra de las principales novedades es la aparición de signos abstractos, cuyos códigos de interpretación desconocemos. Pero, además, ya se hace evidente la nueva situación productiva y tecnológica: se pueden ver escenas de domesticación y pastoreo, así como diversos instrumentos utilizables en labores agrícolas. Por ejemplo, en el grupo de abrigos de Mallata, Gallinero y Barfaluy, en los acantilados del Vero, destacan escenas en las que algunos personajes sujetan cuadrúpedos con cuerdas o directamente por el hocico. Fuera del entorno del río Vero, pero en sus cercanías, cabe mencionar las representaciones esquemáticas de carros en Olvena, así como las muestras de cuadrúpedos y signos en Estadilla. En otros lugares de Aragón, como el abrigo de los Borriquitos del Mortero (Alacón, Teruel), aparecen escenas de doma y monta de équidos (asnos). En conclusión, las primeras representaciones nos hablan de gente cazadora-recolectora y nómada, mientras que unos pocos miles de años después se refieren a una sociedad sedentaria que practica la agricultura y la ganadería. Pese a los notables adelantos en la técnica pictórica durante el final del Neolítico, el desarrollo de nuevos materiales condujo a cierto abandono de esta actividad en favor de las construcciones megalíticas, la escultura, la cestería, la actividad textil

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y la cerámica. Esta última fue particularmente importante, y se han encontrado ejemplares similares en regiones muy diversas. Entre los rasgos comunes en las piezas destaca la decoración simple de triángulos, espirales, líneas onduladas y otros motivos geométricos; no obstante, la cerámica adopta distintas formas (de cesta, calabaza, campana o saco de piel) dependiendo de la zona particular donde se produce. Una de las tipologías más espectaculares es la cerámica neolítica campaniforme, de origen ibérico y que logró extenderse a toda Europa. Precisamente las primeras noticias sobre alfarería en Naval aparecen ya en esta época, y todo parece indicar que, en esta localidad, alfarería, salinas y arriería tuvieron un desarrollo paralelo.

Sí, pero… ¿qué tiene que ver todo esto con la sal? Para un animal, la necesidad de sal depende de su dieta. Así, los que ingieren exclusiva o mayoritariamente carne tienen satisfechas sus necesidades de los dos elementos que proporciona la sal (sodio y cloro). Sin embargo, la situación es distinta para los herbívoros y para aquellos omnívoros que no consiguen consumir carne durante periodos de tiempo más o menos prolongados. Para ellos resulta imprescindible la ingestión de sal con cierta periodicidad. En principio, esto no supone ningún problema para los animales en libertad, ya que existen lugares en los que la sal se encuentra en la superficie de la tierra, y los herbívoros se desplazan a esos lugares para lamerla. Las lamidas de sal son tan necesarias para ellos como el alimento y el agua. Pero cuando las poblaciones humanas se hacen sedentarias los movimientos del ganado están muy restringidos y los animales no tienen acceso libre a los salares. Los seres humanos somos omnívoros y nuestras necesidades de sal dependen igualmente de nuestra dieta. Los cazadores paleolíticos acompañaban a las manadas y, si era necesario, recurrían a las mismas fuentes de sal. No obstante, su dieta era eminentemente cárnica, con lo que las deficiencias serían poco comunes. Mientras un grupo humano coma cantidades adecuadas de carne asada procedente de la caza o de los animales de abasto y consuma leche u otros productos lácteos, como los quesos, tendrá toda la sal que necesita. Sin embargo, y tal como

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sucedió en el Neolítico, cuando los cereales y otros productos de origen vegetal se convierten en el principal componente de la dieta, las cosas cambian. Si el avance en las técnicas alfareras hace posible cocer la carne complementaria, la situación se agrava, ya que con esta técnica culinaria la carne pierde gran parte de su sal. Con una dieta así se produciría la muerte por déficit de sal. En consecuencia, es la necesidad de sal la que impulsa al hombre neolítico a salar sus comidas, notando, además, que mejora su sabor y permite conservarlas durante largos períodos de tiempo. Este descubrimiento prolongó la disponibilidad de alimentos tras el sacrificio de los animales para su consumo, lo que solo se sigue poniendo de manifiesto actualmente en las matacías, e incluso se ha sugerido que fue una de las causas del crecimiento de la población humana (Asimov, 1986). Por otra parte, la sal empieza a multiplicar sus funciones básicas, tal y como veremos posteriormente. Resumiendo, una vez llegados al Neolítico la sal se convierte en un seguro de vida, o, mejor dicho, su carencia pasa a ser un seguro de muerte; en consecuencia,

Excedente

Necesidad por parte de otros grupos humanos

Explotación sistemática de las salinas

Neolítico Necesidad creciente de sal (alimentación humana y del ganado)

··Explosión demográfica ··Ocupación de nuevos territorios ··Sociedades complejas ··Propiedad privada ··Competitividad

Comercio

Arrieros trashumantes

Complejidad Especialización

El ciclo de la explotación de sal y otros minerales. (Fuente: Jiménez Guijarro, 2007)

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hay que garantizarse un suministro continuo de este mineral. La sedentarización de las comunidades humanas hizo que los viajes periódicos en busca de sal —a centros que podían estar bastante distantes— fueran una labor poco atractiva y eminentemente antieconómica si afectaban a muchos de sus miembros. Pero, a esas alturas, la suma de otros acontecimientos neolíticos ofrece una solución aceptable a este problema: — La estandarización de la cría y la doma de asnos y el inicio de la cría mular proporcionan medios de transporte más rápidos y con mayor capacidad de carga. — Las actividades cesteras, textiles y alfareras permiten obtener recipientes adecuados. — El aumento de los asentamientos estables propicia la creación de una serie de vías de comunicación entre los núcleos de población y, en su caso, entre las zonas de pastoreo de invierno y de verano. — Se empiezan a explotar muchas salinas, entre ellas las de Naval (Edad del Bronce). — La producción organizada de sal genera grandes excedentes que se pueden comercializar. — Empiezan a existir excedentes de otros productos alimentarios en otras zonas. Todo ello supone un caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de una figura que será clave en el comercio durante siglos y siglos: el arriero.

De las antiguas vías de la sal… ¿a la creación de los Estados? Como se ha señalado anteriormente, la importancia otorgada a la sal como factor esencial para la supervivencia del hombre y de su ganado fue uno de los grandes acontecimientos del Neolítico. La explotación de este mineral debió de surgir hacia el 4500 a. C., cuando se implantaron sistemas económicos lo suficientemente organizados como para garantizar su producción y distribución. No obstante, cabe preguntarse si tales sistemas permitieron su explotación o si, por el contrario, fue la sal una de las razones del cambio socioeconómico. En palabras de Jiménez Guijarro,

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la sal, al ser objeto de transformación, acopio y exportación, ha sido el sujeto perfecto para el establecimiento de diversas tesis sobre jefaturas, sociedades de estructura compleja y redes de intercambio. En este sentido, han sido muchos los investigadores que han creído ver en la sal la evidencia de un incipiente comercio inmerso en complejas —y a veces extensas— redes de intercambio en las que se trata de fundamentar el proceso evolutivo del cambio cultural. El número de evidencias y datos referentes a la sal, en relación con enclaves prehistóricos, ha crecido exponencialmente. (Jiménez Guijarro, 2007: 192)

Este mismo autor divide la prehistoria en tres grandes periodos en función del uso o la explotación de la sal. El primer periodo (Paleolítico) estaba caracterizado por un uso puntual en torno a las áreas ricas en sal, que servían como cazadero —por la atracción que este mineral supone para los herbívoros—. Arqueológicamente, este periodo se traduce en la presencia de elementos líticos dispersos y algunos asentamientos itinerantes de poca importancia. En el segundo periodo (Neolítico Antiguo y Medio) la sal era usada de forma habitual por el ganado, y ello se refleja en la existencia de asentamientos estacionales en las proximidades de las salinas. Finalmente, en el tercer periodo (resto del Neolítico) se asiste a la explotación de la sal como recurso necesario para el consumo humano, para la generación de excedentes (conservación de los alimentos) y para un ganado cada vez más numeroso. Este último hecho se asocia con un aumento demográfico humano que hace que la presión sobre los recursos y el territorio sea cada vez mayor. El número de asentamientos crece rápidamente y se empieza a delimitar el territorio. Es necesario garantizar la producción sistemática de sal, que se convierte en un recurso en crisis y, en consecuencia, en un recurso de poder. Surgen construcciones defensivas y comportamientos territoriales muy intensos alrededor de las zonas productoras. En conclusión, asistimos a un cambio socioeconómico de primera magnitud. Precisamente, los restos arqueológicos indican que las salinas de Naval se empezaron a explotar de una forma más o menos profesionalizada desde, al menos, la Edad del Bronce. Allí la sal se producía durante los meses cálidos en un proceso basado en la evaporación del agua. Es decir, su producción coincidía con el periodo en el que el ganado estaba pastando en la montaña. En otoño, cuando los rebaños descendían a tierra baja, las recuas de machos o burros que transportaban la sal partían en sentido contrario. En primavera los montañeses emprendían el

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Historia de las salinas de Naval


camino de regreso a sus pueblos bien provistos de sal para personas y animales. Poco después de llegar, esa sal ya empezaba a dar muestras de su protagonismo en la elaboración de los apreciados quesos de leche de oveja o en el proceso de curtido de pieles. Luego parte de esos quesos y esas pieles serían objeto de trueque y emprenderían nuevamente el camino hacia el sur con los arrieros: el ciclo de ida y vuelta de la sal. En resumen, las rutas de la sal, algunas de centenares de kilómetros, existieron desde los tiempos prehistóricos y unían los centros de producción con los de consumo. Y ya entonces las cabañeras para la trashumancia coincidían con los senderos empleados por los arrieros para el abastecimiento de sal. Desde este punto de vista, no resulta extraño que localidades salineras como Naval o Peralta de la Sal fueran puntos clave para diversas rutas cabañeras hasta ayer mismo. El transporte de la sal por caminos trazados desde tiempos remotos podía ser ciertamente complicado en ciertas zonas de montaña. Algunas vías se han transformado en carreteras, otras se han perdido, pero un número relativamente elevado han permanecido como antaño y ahora son senderos de gran o pequeño recorrido que nos permiten hacernos una idea aproximada de los inconvenientes de ir con animales cargados, especialmente cuando la climatología era adversa. Estos caminos, «caminos de mulas por no decir de cabras, tienen pasos difíciles, casi acrobáticos. Los burros o los machos, con una carga que podía ser muy voluminosa, avanzaban lo más cerca posible del abismo para no tocar la pared de la roca» (Laszlo, 2001). Como dice el refrán, «El que no haya pasado puerto o mar no sabe lo que es penar». La disponibilidad de sal era tan importante que se ha llegado a considerar que los Estados modernos han nacido de las caravanas de animales que transportaban este mineral y que aún existen en numerosas partes del planeta. Esta afirmación se basa en que su tráfico conllevaba numerosos problemas logísticos: transitabilidad y seguridad de las vías; creación, explotación, mantenimiento y custodia de salinas, alfolíes y otros depósitos de sal; disponibilidad de alojamiento y avituallamiento para hombres y reatas; red de aduanas y peajes; medidas disuasorias contra el contrabando; disponibilidad de animales de carga y de otros tipos de mercancías con los que intercambiar la sal… Todas estas exigencias requerían la existencia de un poder político fuerte (Laszlo, 2001).

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Un negocio real De los romanos a la Edad Media La importancia de los manantiales salinos explica la existencia de un próspero asentamiento de la Edad del Bronce en la cueva de Valdarazas, próxima a la villa de Naval. La explotación de las salinas navalesas se mantuvo durante toda la Antigüedad y experimentó un marcado auge en la época romana. De hecho, muchos siglos antes de la polémica sobre el trazado de la carretera Barbastro – Aínsa por el Alto del Pino, Naval ya constituía un punto clave de la calzada que unía Barbotania (Barbastro) y Boletania (Boltaña). Un antiguo proverbio latino, atribuido a Plinio, decía que «no hay nada más útil para la salud que la sal y el sol», mientras que Apicio afirmaba que «la sal […] impide todas las enfermedades, la peste y cualquier resfriado». Con tales avales, no es de extrañar que las industrias de

Entorno de la cueva de Valdarazas (Naval).

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Historia de las salinas de Naval


salazones constituyeran uno de los grandes pilares de la economía en la Hispania romana, junto con la metalurgia, la minería y la industria oleícola. Los romanos fueron buenos consumidores de estos productos y llegaron a decretar una ley (Ley Licinia, 318 a. C.) que establecía la obligatoriedad del consumo de pescado salado en ciertos días del año. Algunos autores achacan a esta ley el origen de las prácticas de Cuaresma de la doctrina cristiana. Ya en este periodo la explotación de los recursos salinos y el consumo de sal suponían una importante fuente de ingresos para las arcas públicas. En general, el Estado no explotaba las salinas directamente, sino que cedía esta tarea a intermediarios (negotians salinarum o salarii) agrupados en sociedades. Todavía se conservan lápidas funerarias en las que aparece la inscripción del oficio de salinator. Durante la Edad Media, la extracción de sal y su comercialización se convirtieron en un factor esencial de riqueza en Naval, tanto en el periodo de dominio musulmán como en el cristiano. Sin embargo, son los monarcas cristianos los que de una forma más marcada utilizan la sal como un medio rápido y seguro de obtener grandes beneficios que contribuyan a financiar campañas militares y otros gastos. El interés por controlar su producción y su comercialización hace que la Corona se apropie, de forma progresiva, de todas las salinas, pozos y manantiales de agua salada. La primera referencia documental conocida sobre la actividad salinera en Naval data del año 1094, cuando, en un acto aislado, micer De Sousa se introduce entre los habitantes de esta localidad y, subiendo a la peña que después se apodó de la Espada, grita el nombre de Sancho Ramírez. El rey, agradecido, le fija una pensión vitalicia de 24 sueldos anuales con cargo al treudo de los moriscos en las salinas. Este documento proporciona una idea de la forma de explotación de las salinas, ya que hay que recordar que el treudo aragonés (enfiteusis) era una fórmula de propiedad compartida entre el que cedía la propiedad y el arrendatario. Esta cesión era a perpetuidad, a cambio de una renta y con una serie de condiciones. El arrendatario y sus descendientes seguían siendo poseedores del dominio directo mientras cumplían con lo pactado; de lo contrario, el dominio de la propiedad retornaba al dueño. Este documento refleja la existencia de unas salinas plenamente productivas y desarrolladas, lo que revela su importancia durante la época musulmana. Entre los musulmanes la sal se utilizaba para cerrar un trato debido a su inmutabilidad, ya que cuando se disuelve en agua se puede volver a recuperar (resucita) mediante

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Sancho Ramírez Rey de Aragón: 1064-1094

1094: Conquista definitiva de Naval

Pedro I Rey de Aragón: 1094-1104

1099: Privilegios a vecinos de Naval

Alfonso I el Batallador Rey de Aragón: 1104-1134

Confirmación de privilegios

Ramiro II el Monje Rey de Aragón: 1134-1137

Confirmación de privilegios

Petronila Reina de Aragón: 1137-1164

Confirmación de privilegios

Alfonso II el Casto Rey de la Corona de Aragón: 1164-1196 Pedro II el Católico Rey de la Corona de Aragón: 1196-1213 Jaime I el Conquistador Rey de la Corona de Aragón: 1213-1276 Salinas de Naval: aval para hacer frente a deudas del rey 1274: Privilegio de monopolio o estanco 1274: Construcción del alfolí real Pedro III el Grande Rey de la Corona de Aragón: 1276-1285 1277: Exención de servicio en el Ejército a los vecinos de Naval Confirmación de privilegios

Jaime I el Conquistador

Alfonso III el Liberal Rey de la Corona de Aragón: 1285-1291 Jaime II el Justo Rey de la Corona de Aragón: 1291-1327 1294: Confirmación de privilegios 1294: Relación de rentas que se cobran en las salinas de Naval 1297: Se renueva el privilegio de exención de impuestos 1307: Confirmación de privilegios 1310: Exención del impuesto de monedaje a los vecinos de Naval 1313: Confirmación de monopolio para venta exclusiva Alfonso IV el Benigno Rey de la Corona de Aragón: 1327-1336

Confirmación de privilegios

Principales hechos relacionados con las salinas de Naval entre 1094 y 1336.

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Historia de las salinas de Naval


un proceso de evaporación. Sancho Ramírez tuvo un gran poder económico debido a las parias que cobraba a los reinos de taifas musulmanes y a la recaudación de los impuestos del paso de mercancías por sus peajes pirenaicos (Buesa, 1978). Estas mercancías procedían especialmente del territorio musulmán limítrofe (Naval y alrededores), lo que indica la existencia de una intensa actividad arrieril ya en aquella época. Sancho Ramírez muere ese mismo año durante el sitio de Huesca y le sucede su hijo Pedro I de Aragón. Al año siguiente se produce la entrega de Naval por sus propios habitantes a las tropas reales. En señal de gratitud, en 1099 el monarca concede numerosos privilegios a los moradores de Naval («moros de Napal»), como la autorización para seguir utilizando la antigua mezquita y, especialmente, el hecho de que solo tuvieran que entregarle el noveno de los frutos y ganados y la quinta parte de la sal obtenida cada año (Arco, 1946). A partir de ese momento se suceden periódicamente los documentos sobre las salinas, muchos de los cuales se conservan en el Archivo de la Corona de Aragón. Aunque los sucesivos monarcas confirman el privilegio otorgado por Pedro I, lo cierto es que, de una forma u otra, algunos monasterios (San Juan de la Peña, Escarpe, San Victorián, Montearagón, Sijena…) y nobles se van apropiando de eras salineras en detrimento de los antiguos propietarios moros. Durante este periodo, tanto los diezmos que los moros de Naval tenían que pagar para explotar las salinas como los derechos reales sobre ellas fueron constante moneda de cambio para pagar favores o comprar voluntades, según las necesidades políticas o financieras. Así, el monasterio de Escarpe pasa de renunciar a sus diezmos (300 sueldos anuales) en favor del rey Pedro I (año 1100) a suscribir un convenio con Jaime I (año 1242) sobre la percepción del quinto de las salinas (ACA, perg. 906 de Jaime I). Por su parte, el monasterio de San Victorián consigue que en 1198 Pedro II los exima del derecho real sobre las salinas que este cenobio poseía en Naval. El monasterio de San Juan de la Peña no quiso ser menos y, aunque no tenía el dominio de la villa, pues quedó bajo el poder real desde su conquista, sí que disfrutaba de la posesión de algunas eras salineras, cuya supervisión correspondía a un monje que ocupaba el cargo de prior de Naval. En 1300 Jaime II asigna a este monasterio 200 sueldos anuales sobre las rentas de las salinas navalesas (ACA, reg. 198, f. 414v), cantidad que seguía vigente en 1378, cuando reinaba Pedro IV

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(ACA, reg. 2240, f. 75). Como muchas otras cosas en el Pirineo, el pago se efectuaba al prior de Naval en la fiesta de San Miguel. La sal de Naval era vital para complementar la que se obtenía de las salinas, mucho más modestas, de Escalete, Ucar y Salinas de Jaca. De esa manera el monasterio de San Juan de la Peña podía asegurarse un suministro suficiente para sus necesidades y las de las poblaciones que dependían de él (Lapeña, 1984). Los privilegios que los sucesivos procuradores del citado monasterio presentan a los correspondientes administradores del alfolí de Naval confirman la importancia de este suministro (AHPHu, San Juan de la Peña, P-663 y P-739). Incluso monasterios bastante más distantes, como el de Scala Dei, en el priorato tarraconense, gozaron de privilegios reales para la obtención de sal de Naval (ACA, reg. 2234, f. 1, y reg. 2235, f. 1). También existen noticias sobre el arrendamiento de los derechos reales sobre las salinas, como el que hace la reina Violante de Hungría, esposa de Jaime I, en 1237 a favor de Abnalfachi, vecino de Monzón, a cambio de 4615 sueldos jaqueses anuales durante un periodo de siete años (ACA, perg. 696 de Jaime I). Incluso durante el reinado de Alfonso III (año 1286) se llegan a arrendar las propias salinas a un tal Íñigo Lope de Jassa por un periodo de dos años y se ordena a los oficiales que le aconsejen y le ayuden (ACA, reg. 674, f. 12). Sin embargo, este periodo debió de ser bastante convulso, ya que en 1288 algunos nobles expulsaron de las salinas de Naval a los empleados del arrendatario y quitaron las llaves y los libros de registro de albaranes al encargado (clavero) (Navarro, 2006). Además, durante el reinado de Jaime I el monarca pignora en varias ocasiones el castillo y las salinas de Naval para responder de diversas deudas que contrae, por ejemplo con el vizconde de Bearne (ACA, reg. 14, f. 29) o con el noble Eximino de Urrea (ACA, perg. 1992 de Jaime I). Pignorar significa ‘dejar en garantía o en prenda’, y aún hoy en día la pignoración de valores mobiliarios implica la solicitud de un crédito entregando como aval esos valores mobiliarios. Los propios navaleses debieron de ser los primeros damnificados por tantos privilegios, diezmos, derechos reales y avales, y en general por las luchas por el control de las salinas, como las que se produjeron a comienzos del reinado de Alfonso III, en pleno conflicto de la Unión aragonesa. Así, en las Cortes de Zaragoza de 1283 los procuradores del Concejo de Naval presentaron al rey una protesta porque se había llegado a una situación en la que los vecinos de la localidad no solo no

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podían vender la sal, tal y como habían hecho desde tiempo inmemorial, sino que ni siquiera les estaba permitido llevarla a sus casas para comer (González Antón, 1975). Ya en el año 1300, Jaime II da órdenes a varios caballeros, sobrejunteros y otros oficiales recaudadores para que se establezcan unas condiciones justas para la compra y la venta de la sal de Naval. Incluso, en ese mismo año, el rey mandó al noble Sancho de Antillón que dejase la explotación en manos de su enviado, se comprometió a pagar a dicho noble las cantidades por las que tenía concedida esa salina y ordenó a los infanzones de la población que no pusiesen impedimentos a la distribución del producto (ibidem).

El monopolio de la sal El 18 de junio de 1274 es una fecha importante en la historia de Naval. Ese día el rey firma en Huesca el privilegio de monopolio o estanco por el que la sal de esa villa pasa a ser la única que se puede adquirir en un amplio territorio que abarca desde Ballobar hasta el puerto de Bielsa, desde la sierra de Montes Negros o de Alcubierre hasta el puerto de Santa Cristina, desde el río Cinca hasta el Gállego, desde la sierra de Troncedo hasta Berdún y desde Berdún hasta San Esteban de Orastre. El privilegio de este distrito exclusivo es confirmado posteriormente por Jaime II (año 1313; ACA, reg. 241, f. 33), Pedro IV (año 1363; ACA, reg. 908, f. 108), Fernando el Católico (año 1481) y Carlos I (año 1537; ACA, reg. 3924, f. 318). Para evitar tentaciones, en 1512 la reina Germana de Foix, segunda esposa de Fernando el Católico, además de confirmar el privilegio, establece fuertes sanciones para todo aquel que introduzca o use sal que no sea de Naval en el territorio citado. Privato Cajal incluye en su obra X siglos de historia de Naval (Huesca) y sus salinas y anecdotario del autor (1969) una versión peculiar de la causa original que condujo a la concesión de este monopolio y que estaba recogida en un manuscrito del siglo xviii, escrito por el ilustre navalés Francisco Lorenzo de Torres, titulado Lucero de salinas. Torres parece una persona bastante autorizada, ya que en 1754 fue nombrado interventor real de las salinas y siempre estuvo vinculado a ellas. Según esta versión, la sal de Naval se venía vendiendo sin que se le aplicara derecho real ni ninguna otra traba. No obstante, los navaleses, para tener contento al rey, decidieron, motu proprio, entregarle un dinero de plata (al que se llamó dinerillo) por

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Privato Cajal, un navalés ilustre. (Colección Privato Cajal)

cada azar (o fanega de sal de 16 almudes) que llevasen a vender fuera de la villa. Obviamente, los productores no perdían nada, puesto que elevaban ligeramente el precio y así cargaban el muerto a los compradores. La sal viajaba con un albarán o guía que extendía el administrador que tenía el rey en Naval para asegurarse el cobro del derecho de dominicatura o vasallaje. De hecho, si alguien viajaba sin la guía, es decir, sin pagar el dinerillo, se exponía a perder la carga y las caballerías en caso de que se descubriera el fraude. Para aumentar la renta del dinerillo, el rey decidió establecer una amplia zona en la que exclusivamente se pudiera vender la sal de Naval. No existen pruebas para desmentir o corroborar esta historia, pero lo que sí está claro es que, con dinerillo o sin dinerillo, el negocio de las salinas reales era una importante fuente de ingresos para la Corona. La producción (salineros) y la comercialización (arrieros) de la sal eran tan importantes que en 1277 Pedro III de Aragón, hijo de Jaime I, eximió a los vecinos de la villa de Naval del servicio en el Ejército (ACA, reg. 39, f. 221v). Posteriormente, Jaime II (1310) les exoneró del impuesto de monedaje (ACA, reg. 207, f. 147v). Este tributo comprometía al rey a no rebajar la ley y peso de la moneda durante siete años. De otra manera, y como consecuencia de la regalía de acuñación, lo podría hacer a su antojo en función de las necesidades del erario. Tal situación habría significado una depreciación de la

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Historia de las salinas de Naval


moneda, a la que se le seguiría aplicando el mismo valor nominal pero que tendría un valor real menor (Cajal, 1983). Como vemos, los problemas relacionados con la inflación nos persiguen desde muy antiguo.

La grandeza del alfolí… y de los problemas de tránsito que ocasionaba Naval ya contaba con un algorín o depósito de sal con anterioridad al decreto del monopolio, tal y como lo atestigua el estatuto que establecieron los vecinos y la Corona para el transporte de la sal desde los salinares hasta el granero real de la villa en 1252 (ACA, reg. 24, f. 32). Sin embargo, la concesión del monopolio para una zona tan extensa obligó a construir un gran alfolí con capacidad para más de ochocientas mil fanegas y dotado de vivienda para el administrador. A alguno que otro la casa le debió de parecer demasiado modesta, ya que, por ejemplo, en 1301 Jaime II concedió a Pedro Garcés de Guarvardiello, que a la

El alfolí de Naval en 2007.

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sazón ocupaba dicho cargo, la vivienda del castillo de la villa (ACA, reg. 198, f. 351v). En el Lucero de salinas se dice que el coste total del alfolí rebasó los 20 000 pesos. El Grupo de Estudio del Patrimonio de Naval (2005) describe así el alfolí: Es un recinto rectangular, su fábrica es de piedra sillar. Se pueden diferenciar cuatro espacios. Los departamentos de la derecha están comunicados por el fondo y sobre ellos había una planta de viviendas para empleados del rey y guardianes o administradores de la sal. En el primero se encuentran columnas de yeso, decoradas con madera en sus capitales, y en la segunda pilares.

Calle de Daniel Ballarín

La parte izquierda se redujo a causa del ensanchamiento de la calle Daniel Ballarín.

Calle Mayor

Plaza Mayor

Representación esquemática de la ubicación y la estructura del alfolí de Naval en la actualidad. Los cuadrados y los círculos representan las columnas. La zona punteada corresponde a la que se eliminó durante el ensanchamiento de la calle Daniel Ballarín. (Fuente: Grupo de Estudio del Patrimonio de Naval, 2005)

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A la derecha, la esquina del alfolí, que fue eliminada debido a los muchos problemas que causaba. (Colección Privato Cajal)

Con la excusa del ensanche, abandonaremos de momento la época medieval y dedicaremos unas palabras a los históricos estragos que la estrechez de ese paso causó al tráfico de la sal, primero, y al transporte de viajeros después. Cajal (1969) realiza una descripción muy gráfica del problema y de la solución del ensanche: No deja de ser este [el ensanche], un pequeño hito en la historia urbanística de la villa, del que conviene dejar constancia, para conocimiento y curiosidad de las nuevas generaciones que no han vivido el estado anterior de esta entrada. Nos referimos a la de vehículos, limitada por el granero de la sal, en el lado Sur, y por las casas de Cajal y las de Echevarría y Sabás, lado Norte. Este estrecho paso, presenta, al salir del pueblo, una ligera pendiente en suave zigzag, lo suficiente para que resultase difícil y hasta peligrosa la salida de carros, cargados con dos o tres toneladas de sal ensacada, tirados por reatas de 4, 5 o 6 machos, de peor dominar que el volante de un camión.

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El carro tendía a estrellarse, por la inercia, en la esquina del granero, donde terminaba la recta, al bajar de la calle del Cuadro; y si, para salvar esta esquina, se arrimaba el carro a nuestra casa, se daba contra la esquina de esta; y es por ello que está un poco achaflanada y estaba antes protegida con un buen guardacantón. El carretero cogía la rienda derecha del macho de varas, para conducirlo en este zigzag; pero muchas veces les veíamos pasar hacia el lado de las casas, entre macho y macho, por debajo de los tirantes, para no verse atrapados contra la esquina del granero. Otro cogía el ronzal del macho delantero, para llevarlo por el lado conveniente, dentro del poco espacio disponible, para dirigir la tracción. Pero a pesar de tomar todas las medidas, eran muchos los carros que se atascaban en este estrecho y peligroso paso, secular escenario de juramentos, reniegos y palabrotas, hasta que desaparecieron los carros.

De Pedro IV a Pallarés: la pérdida de los derechos de la Corona en Naval El monarca no solía devolver en moneda los préstamos que recibía de judíos, banqueros o nobles, sino que lo hacía en hipotecas o posibles derechos sobre cualquiera de las rentas de la Hacienda Real, y las salinas se encontraban entre las más atractivas (Arroyo, 1961). Por este motivo, y como se ha comentado anteriormente, en ocasiones se veía obligado a pignorar o arrendar las salinas para poder hacer frente a deudas; no obstante, el rey —o sus asesores— solía calcular bien la jugada de manera que, transcurrido cierto tiempo, volviera a tener el control total. Pero, en lo referente a las salinas de Naval, el asunto se les fue de las manos a Pedro IV y Juan I, tal y como explicaremos a continuación. Pedro IV accedió al trono en 1336 con diecisiete años. Así inició un largo reinado de cincuenta y un años en el que no solo consolidó el Reino, sino que consiguió reintegrarle diferentes territorios que se habían desligado de la Corona en las anteriores sucesiones. Uno de los reinos separados era el de Mallorca, que fue conquistado en 1229 por Jaime I y, tras su muerte, en 1274, pasó a manos de su segundo hijo, desvinculándose de la Corona de Aragón. En 1343 Pedro IV inició el proceso de conquista derrotando al rey mallorquín Jaime III en la batalla de Llucmajor (1349), lo que supuso la definitiva recuperación de este Reino, así como el Rosellón, que también había quedado integrado en el Reino de Mallorca.

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Pedro IV el Ceremonioso Rey de la Corona de Aragón: 1336-1387 1336: Concesión de la escribanía de las salinas a Martín López (Boltaña) 1363: Confirmación de monopolio para venta exclusiva 1366-1378: Cuentas de los administradores de las salinas 1381: Escritura de venta a favor de Jaime Ombau, Pallarés Juan I el Cazador Rey de la Corona de Aragón: 1387-1396 1387: Venta a perpetuidad a Pallarés por 110 656 sueldos 1391: Aumento del precio final a 118 356 sueldos Martín I el Humano Rey de la Corona de Aragón: 1396-1410 1398: Pallarés vende Naval a Pedro de Torrellas por 75 000 sueldos jaqueses 1399: El rey aprueba y confirma la operación Renuncia de la Corona a todos sus derechos en Naval Compromiso de Caspe Fernando I el de Antequera Rey de la Corona de Aragón: 1412-1416 1413: Autorización del cambio de sal por trigo ante la necesidad de cereal Alfonso V el Magnánimo Rey de la Corona de Aragón: 1416-1458 Juan II el de Antequera Rey de la Corona de Aragón: 1458-1479 Fernando II el Católico Rey de la Corona de Aragón: 1479-1516 1481: Confirmación de monopolio para venta exclusiva 1512: Confirmación de monopolio para venta exclusiva (reina Germana de Foix) Carlos I el Emperador Rey de la Corona de Aragón: 1516-1556 1537: Confirmación de monopolio para venta exclusiva Felipe II el Prudente Rey de la Corona de Aragón: 1556-1598 1564: Pragmática (abolición de los distritos de venta exclusiva y de las obligaciones de consumo, incorporación de todas las salinas al Patrimonio Real; no tuvo efecto en Naval hasta 1707) Felipe III el Piadoso Rey de la Corona de Aragón: 1598-1621 1610: Expulsión de los moriscos de Naval (55 casas, 275 personas)

Principales hechos relacionados con las salinas de Naval entre 1336 y 1610.

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A la vez trató de asegurar su presencia en Cerdeña, fuertemente contestada por Génova, que, de hecho, promovía constantes revueltas en la isla. Para ello se valió de una doble política: la militar y la matrimonial. Gracias a la primera derrotó a la flota genovesa en 1352, con el apoyo de Venecia. Mediante la segunda legitimó su derecho al trono siciliano al contraer matrimonio con Leonor de Sicilia en 1349, vínculo que reforzó en 1379 al casar a su nieto Martín con María de Sicilia. Estos conflictos se entrelazaban con otros en los que Aragón se vio envuelto. En Castilla pugnaban por el trono dos hijos de Alfonso XI: Pedro I (heredero legítimo) y Enrique II de Trastámara (hijo bastardo). Al igual que Francia, Aragón se puso de parte de Enrique II con el fin de debilitar a Castilla y favorecer su expansión por Murcia. Esta conjunción de intereses entre franceses y aragoneses facilitó la acción de Aragón en Cerdeña y Mallorca. Sin embargo, esta frenética actividad suponía un desgaste económico de tal magnitud que a duras penas lo podía soportar la Corona. Hacia 1380 el rey tuvo que solicitar una suma importante de dinero a algunos banqueros de Barcelona, como Pedro Pascasio, para garantizar la permanencia de Cerdeña dentro de la Corona de Aragón. Para hacer frente a la deuda, Pedro IV decidió que se enajenaran Naval y otros lugares del Real Patrimonio (Cajal, 1969). De esta manera, adjudicó la villa de Naval, con todos sus vasallos, sus términos, sus derechos y su jurisdicción, a Jaime Ombau, alias Pallarés, noble y consejero real. La primera escritura de venta se estableció el 29 de julio de 1381 en la Aljafería de Zaragoza por una cantidad inicial de 3000 florines. La escritura se realizó a carta de gracia, por lo que tenía carácter reversible (ACA, reg. 1001, f. 138v). Pallarés se convierte así en el primer señor temporal de Naval. El 10 de diciembre de ese mismo año el rey recibe 19 000 sueldos adicionales por la venta de Naval, y más tarde, en abril de 1383, su hijo (el infante don Juan) recibe, por el mismo concepto, otros 13 000. Llegados a este punto, la casa real había acumulado una deuda con Pallarés de 110 656 sueldos, que incluía la cantidad pagada por los derechos sobre Naval y los emolumentos que se le debían por sus servicios (45 656 sueldos barceloneses). Para tener una idea de la magnitud de la deuda real, baste citar que los cuantiosos bienes de Sibila de Forciá (última esposa del rey Pedro IV) en el Reino de Aragón ascendían a 66 059 sueldos cuando fueron confiscados por su hijastro Juan I. En 1387, y ante esta situación, el rey Juan I no tuvo más remedio que reconocer su incapacidad para reintegrar Naval

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al Patrimonio Real, por lo que firmó la venta de la villa a perpetuidad por la cantidad a la que ascendía la deuda (ACA, reg. 1972, f. 27). No obstante, el monarca trató de arañar un poco más de dinero: tras un tira y afloja, la cifra final quedó establecida en 118 356 sueldos y se firmó una nueva escritura de venta a perpetuidad en 1391 (ACA, reg. 1931, f. 134). La suerte de la relación Naval-Corona estaba echada. De hecho, el breve reinado de Juan I contrasta notablemente con el de su padre. Monarca aficionado a la caza y a la astrología, amante de las letras y de las artes, fue en cambio débil e indolente para los negocios públicos. Al desorden fiscal existente y a la desastrosa política hacendística que venía arrastrando la Corona se unían ahora los cuantiosos gastos de la corte y las prodigalidades de la reina. Ya en vida de Pedro IV las Cortes de Monzón de 1383 habían denunciado las exacciones y la corrupción de los malos consejeros que rodeaban tanto al monarca como a su hijo y que en gran medida fueron responsables de la salida de Naval del Patrimonio Real. En el reinado de Juan I continuó la escalada de enajenaciones, hipotecas y asignaciones de rentas públicas a la nobleza, a entidades religiosas y a particulares, por lo que las deudas se acumularon de tal forma que los monarcas tuvieron que recurrir frecuentemente a préstamos usurarios (Ledesma, 1979; GEA, 2000).

La Edad Moderna Los Torrellas El 4 de octubre de 1398 Pallarés vende el señorío de Naval («castillo, salinas y lugar de Naval, con sus tierras y aldeas») a don Pedro de Torrellas por 75 000 sueldos jaqueses. Don Pedro era camarlengo del rey, cargo de la casa real de Aragón, también denominado gran camarlengo, camarlengo mayor o camarero mayor, entre cuyas funciones (reglamentadas por Pedro IV) destacaban las de custodiar la persona real, aconsejarle, darle la ofrenda en misa, dormir cerca de su cama, ordenar su mesa, guardar las llaves del palacio o de la casa que sirviera de alojamiento real, organizar la guardia para la tienda cuando se hallara en campaña y otras actividades dentro de la misma línea de servicio al soberano. Nuevamente alguien muy próximo al soberano aparece en escena para quedarse con una posesión

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altamente productiva, por lo que parece que la denuncia de las Cortes de Monzón estaba totalmente justificada. Pocos meses después, concretamente el 21 de enero de 1399, el rey Martín el Humano aprueba la transacción entre Pallarés y Torrellas. Por si no bastara, el rey confirma la venta el 20 de mayo de 1399 (ACA, reg. 2316, f. 14) y renuncia a todos los derechos de la Corona sobre Naval. Aun así, los reyes Fernando I de Antequera (ACA, reg. 2422, f. 80) y Fernando el Católico siguen velando por los intereses de los navaleses. Este último confirma el privilegio de distrito para la venta de la sal de Naval en 1481. Debajo de su firma se encuentran las de su segunda esposa, la reina Germana de Foix, quien ratifica el privilegio en 1512, y la de su nieto Carlos I, que hace lo propio en 1537 (ACA, reg. 3924, f. 318). A partir de la renuncia de la Corona la documentación sobre las salinas se vuelve mucho más escasa. No obstante, sabemos que la saga de los Torrellas estuvo ligada a Naval hasta el siglo xix. En 1482, y ante la apurada situación económica en la que se encontraban el señor de Naval (don Juan López de Gurrea y Torrellas) y su madre (la vizcondesa de Roda), la villa acude en su auxilio y les proporciona 40 500 sueldos, a entregar en siete anualidades, con la contrapartida de que se confirmen todos sus privilegios, tanto los obtenidos cuando la villa y sus salinas pertenecían al Patrimonio Real como los adquiridos con los sucesivos señores temporales (Cajal, 1969). Durante el siglo xvi ostentaron el señorío de Naval Juan de Torrellas y Bardaxí, Pedro de Torrellas, el barón de la Roca y otro Juan de Torrellas (Cajal, 1969). A pesar de haber transcurrido más de cuatro siglos desde la reconquista definitiva de la villa de Naval, su morería seguía siendo más floreciente e importante que la de Barbastro. Según un protocolo del notario Bernardo de Toledo (año 1512), la aljama mora de Naval se componía de los siguientes cabezas de familia: Braym de Franco, alamín [que significa ‘juez de pequeñas cosas’, y por eso se llamaba alamina a la multa que se imponía a los alfareros por cargar demasiado los hornos]; Zalema, otro alamín, Braym de Barrio, alias Cabero; Mahoma de Ceit; Mahoma Galter; Mahoma Dalbacar; Mahoma Ferrero; Iza Nabarro; Iza Cayton; Mahoma Galbán; Mahoma Pasacalles; Mahoma Zalema; Amet Alamín; Jucé de Calvo; Jucé de Barrio; Alí de Barrio; Mahoma de Franquo Mayor; Mahoma de Franquo Menor; Mahoma Joyel; Brahem de Burro Menor; Joyel Cotón, y Monferriz Cotón. (Cabezudo, 1956: 109)

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Algunos de ellos eran afamados arrieros de largo recorrido, pues hacían viajes regulares a Francia. En contraste, la morería de Barbastro solo contaba con diez cabezas de familia, de los cuales dos eran caldereros, uno herrero, uno cantarero y uno alfaquí (doctor de la ley) de la mezquita (ibidem, p. 111).

La pragmática de Felipe II Desde los primeros monarcas de la Corona de Aragón hasta Carlos I, el férreo control de la producción de sal se basó en dos premisas: — La delimitación de las áreas de distribución de la sal (como el privilegio de distrito concedido a Naval por Jaime I) y el consiguiente derecho a establecer prohibiciones y penas a los pueblos comprendidos dentro de los respectivos límites a fin de impedir la compra de sal procedente de otras salinas. — La obligación de los pueblos de adquirir la cantidad de sal que los administradores les asignaran. Por ejemplo, en el año 1300 Jaime II decretó que todos los cabezas de casa tenían que comprar en las salinas del rey sendas pesas o arrobas de sal a 12 dineros cada una, «tanto para sí como para sus hijos mayores de 7 años». No obstante, en general, el cálculo anual se efectuaba de la siguiente manera: media fanega por vecino, una cuartilla por yunta y una fanega por cada cien cabezas de ganado (Plata, 2006). Estas dos condiciones ocasionaban numerosos problemas, pues «los habitantes de ciudades y villas dentro de algunos de esos límites se veían obligados a proveerse de sal en la salina correspondiente a pesar de estar muy distante y poder obtenerse de sitios más cercanos y más barata»; además, «el rigor excesivo y falta de moralidad de arrendadores, recaudadores» y otras personas implicadas en «ese pernicioso sistema de administración» ocasionaban «grandes molestias y daños, ya a pretexto de verificar averiguaciones y pesquisas, ya exigiendo crecidas sumas a los pueblos que se concertaban con ellos para poder tomar sal de otro punto distinto de aquel en el que estaban obligados a verificarlo» (Pastor, 1880: 27-31). Valga como ejemplo que los comisarios de salinas llegaban a levantar las losas de los hornos de cocer pan para investigar si en el suelo de estos había un espesor de sal superior al normal. Es fácil imaginar las enormes molestias que el exceso de celo causaba a los panaderos, que debieron de quejarse reiterada y amargamente,

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ya que en 1553 se añadió un nuevo fuero en Aragón por el que se prohibía desenlosar los hornos pasados seis años desde su construcción. Tal situación dio lugar a numerosas quejas durante varios siglos, pero una tras otra iban cayendo en saco roto. Sin embargo, Felipe II fue sensible a «la justicia de las reclamaciones» y por la Ley de 10 de agosto de 1564 elimina tanto los límites de venta como las obligaciones de consumo e incorpora todas las salinas al Patrimonio Real, prohibiendo hacer sal fuera de ellas. En la práctica, estamos ante la creación de un estanco, aunque todavía no se adopta ese nombre oficialmente. En el texto de esta ley se reconoce que muchas de las dichas ciudades y villas estando muy lejos y distantes de las salinas de cuyo límite son y pudiendo comer y haber la sal de más cerca y más barato, son compelidos y constreñidos por la razón de los dichos límites a comer de las dichas salinas con mucho coste y trabajo; y que además desto los arrendatarios y recaudadores y las otras personas que en esto intervienen con las averiguaciones y pesquisas y catas y otros achaques, les hacen extorsiones y vexaciones; y que algunas de las dichas ciudades y lugares se componen y conciertan con los dichos arrendadores y les llevan muchas cuantías de maravedíes, porque puedan comer sal de otra parte.

Por ello, el rey ordena que todas las ciudades, villas y lugares destos nuestros Reynos, y vecinos y moradores de ellos, así de los comprehendidos en los dichos límites y guías como de los demás, pueden comprar y comer la sal de las salinas y saleros y alfolíes, en que por mi mandato y orden se labrare y hiciere y proveyere, libremente, según que a cada uno les fuere más cerca y a propósito; sin que sean obligados a comprarla y comerla más de una parte que de otra […]. Y porque demás de las salinas que Nos tenemos y poseemos, que tienen las dichas guías y límites, hay, como dicho es, otras algunas salinas que tienen y poseen caballeros y personas particulares, los quales tienen título y privilegio para las dichas guías; y para que la merced y beneficio que hacemos a estos dichos nuestros Reynos, y a los súbditos y naturales de ellos, haya efecto, y por esta causa no tuviese impedimento ni dificultad, habemos mandado tomar e incorporar, y tomamos e incorporamos en nuestro Patrimonio todas las dichas salinas de guías y límites que los dichos caballeros y personas particulares tenían; y les habemos mandado dar, y les habemos dado recompensa [indemnización] justa, porque quedando como quedan todas las dichas salinas en nuestra mano y poder, se pueda libremente usar y gozar de la dicha merced y beneficio que a los dichos Reynos y súbditos se hace.

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Sin embargo, la entrada en vigor de esta ley fue muy desigual dependiendo de las salinas y sus circunstancias. En general, el proceso de enajenación fue muy lento. Además, en algunos casos la Hacienda llegó a acuerdos con los antiguos propietarios o arrendó las salinas. Por otra parte, había ciertos aspectos de la ley que podían entrar en conflicto con los fueros aragoneses. Todo ello propició que las salinas de Huesca no se incorporasen a la Real Hacienda hasta 1707, tras la abolición de los fueros por parte de Felipe V (solo ciento cuarenta y tres años después de que entrara en vigor la ley). Un hecho nos confirma que la administración de las salinas de Naval no había sufrido ninguna modificación en 1571. En diciembre de ese año se produjo una bajada de las ventas de sal en Naval. Inmediatamente las sospechas se centraron en la entrada de sal de otros orígenes en su distrito exclusivo, pues no era normal una caída precisamente en invierno, uno de los picos de mayor consumo, al resultar esencial la sal durante las matacías. La reacción no se hizo de esperar y Pedro de Torrellas, de acuerdo con la villa, solicitó al rey la aprehensión del distrito fijado a Naval en régimen de monopolio; es decir, se solicitaba que se vigilase la procedencia de la sal, de tal manera que quien estuviera facultado para vender tenía que exhibir los permisos correspondientes, y, en caso contrario, que se decomisara, como contrabando, toda la sal que no procediese de Naval. La solicitud no surtió efecto hasta el 23 de julio de 1703 (ciento treinta y dos años después), fecha en la que el rey nombró a Esteban Abad y Ferrer, vecino de Estadilla, comisario para ejercer los derechos de aprehensión. Por otra parte, los dueños de las salinas de Naval continuaron la explotación y la venta de la sal en su distrito sin traba alguna a lo largo del siglo xvii. Los elaboradores por cuenta ajena recibían la cuarta parte del valor de la sal producida, motivo por el que se les conocía como cuartistas (Cajal, 1969). Mientras tanto, la sal de Naval seguía recibiendo elogios. Así, en 1579 Bernardino Gómez Miedes, obispo de Albarracín, publicó un libro en latín titulado Commentariorum de sale (Comentarios sobre la sal). Gómez Miedes pertenece a la generación renacentista de teólogos humanistas que trabajan para aplicar las soluciones del mensaje cristiano a los nuevos problemas científicos, políticos, económicos y sociales planteados en la época. Humanismo y teología, separados durante muchos años, hacen una tregua en las universidades y llegan a una fecunda colaboración. Aunando divulgación científica y buen hacer literario, el autor, en un

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latín elegante y ciceroniano, diseña sus comentarios como un discurso hábilmente disfrazado de diálogo y situado en la Roma de 1554. Los protagonistas son Joan Quintana, ávido consumidor de sal, dos colegas antisales y el autor, que adopta el nombre de Metrófilo. Siendo un libro con un carácter universalista, es todo un piropo leer que en Huesca, dentro de la provincia tarraconense, no lejos de los montes Pirineos, existen unas salinas vulgo Nabalicas, o sea de Naval, de especiales cualidades, que al cuajar, tiene la sal viva semejanza a las flores llamadas violas, y no solo en el color, sino también en la fragancia; y que aventaja, por su excelencia, a cualesquiera otras sales conocidas.

Portada del Commentariorum de sale de Bernardino Gómez Miedes.

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La cuestión de los moriscos El siglo xvii iba a empezar de una forma traumática para Naval como consecuencia de una serie de acontecimientos que comenzaron más de un siglo atrás en lugares bastante alejados de la villa oscense y que, brevemente, relataremos a continuación. En 1491 Boabdil, el último rey nazarí, capitula ante los Reyes Católicos, con los que, entre otras cosas, acuerda: que los moros podrán mantener su religión y sus propiedades. Que los moros serán juzgados por sus jueces bajo su ley, que no llevarán identificaciones que delaten que son moros como las capas que llevan los judíos. Que no pagarán más tributo a los reyes cristianos que el que pagaban a los moros. Que podrán conservar todas sus armas salvo las municiones de pólvora. Que se respetará y no se tratará como renegado a ningún cristiano que se haya vuelto moro. Que los reyes solo pondrán de gobernantes gente que trate con respeto y amor a los moros y si estos faltasen en algo serían inmediatamente sustituidos y castigados. Que los moros tendrán derecho a gestionar su educación y la de sus hijos.

De esta manera, castellanos y aragoneses garantizaban a los musulmanes granadinos la preservación de su lengua, su religión y sus costumbres. Durante la primera mitad del siglo xvi hubo cierta tolerancia, pero unos años después las autoridades empezaron a reprobar esta fidelidad al islam y a combatirla mediante la Inquisición, al tiempo que esperaban la conversión espontánea de esta parte de la población. La presión aumentó paulatinamente y fue una de las causas de los levantamientos populares en Granada y zonas vecinas (el levantamiento de las Alpujarras), que fueron respondidos con una fuerte represión militar de la mano del conde Tendilla. Sofocados los levantamientos, Tendilla pidió «pasar por cuchillo a todos los moros que habían participado en las revueltas», a lo que el rey Fernando le contestó: «Cuando vuestro caballo hace alguna desgracia no echáis mano de la espada para matarle, antes le dais una palmada en las ancas, y le echáis la capa sobre los ojos; pues mi voto y el de la Reina es que estos moros se bauticen, y si ellos no fueron cristianos, lo serán sus hijos o sus nietos». Con la excusa del levantamiento, los reyes rompieron unilateralmente el pacto de 1491. En este sentido, dictaron la pragmática de 14 de febrero de 1502, que

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ordenaba la conversión —o, en caso negativo, la expulsión— de todos los musulmanes, exceptuando a los varones de menos de catorce años y las niñas menores de doce, antes de abril de ese año. También se excluyeron todos los del Reino de Aragón, independientemente de su edad, ante la presión de los señores aragoneses, que adivinaban las consecuencias económicas que tal medida les podía acarrear. Pero, en la práctica, los mudéjares de toda España tuvieron que ir a las iglesias a bautizarse para evitar el exilio. A partir de esta conversión forzada, dejaron oficialmente de ser mudéjares, ya que estaban bautizados y se les llamaba moriscos, expresión que en esa época tenía un matiz claramente peyorativo. Durante el reinado de Carlos V la Corona adoptó una posición un poco más flexible y les permitió que conservaran sus usos y costumbres. De hecho, la mayor parte de ellos mantuvieron también su lengua y su antigua religión. Las Cortes de Monzón del año 1528 establecieron una serie de disposiciones favorables a los moriscos, de acuerdo con los deseos de muchos nobles y señores de la Corona de Aragón. Conviene recordar que, ya en tiempos de Jaime I, la compilación de fueros de Vidal de Canellas (obispo de Huesca) inauguró una era de tolerancia y fraternidad que, «si tímida al principio, había de acabar en franca y decidida protección hacia los que daban elocuentes muestras de ser fieles vasallos» (Macho, 1923). Los sucesivos reyes de Aragón siguieron la senda trazada y concedieron toda una serie de privilegios a sus vasallos mudéjares. De esta forma, los moriscos lograron mantenerse hasta finales del siglo xv como una comunidad propia sin integrarse en la sociedad cristiana de su tiempo, lo que generaba grandes recelos. Como curiosidad, la expresión popular mala leche procede de la prohibición de que las amas reales tuvieran origen morisco o judío. Fijémonos en la visión que un historiador coetáneo tenía de los moriscos (Mármol, 1600): y si con fingida humildad usaban de algunas buenas costumbres morales en sus tratos, comunicaciones y trajes, en lo interior aborrecían el yugo de la religión cristiana, y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en los ritos y ceremonias de la secta de Mahoma. Esta mancha fue general en la gente común, y en particular hubo algunos nobles de buen entendimiento que se dieron a las cosas de la fe, y se honraron de ser y parecer cristianos, y destos tales no trata nuestra historia. Los demás, aunque no eran moros declarados, eran herejes secretos, faltando en ellos la fe y sobrando el baptismo, y cuando mostraban ser agudos y resabidos en su

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maldad, se hacían rudos e ignorantes en la virtud y la doctrina. Si iban a oír misa los domingos y días de fiesta, era por cumplimiento y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello. Jamás hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes guardaban y se lavaban, y hacían la zalá en sus casas a puerta cerrada, y los domingos y días de fiesta se encerraban a trabajar. Cuando habían baptizado algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la crisma y el óleo santo, y hacían sus ceremonias de retajarlas, y les ponían nombres de moros; las novias, que los curas les hacían llevar con vestidos de cristianas para recibir las bendiciones de la Iglesia, las desnudaban en yendo a sus casas y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con instrumentos y manjares de moros.

En 1566 Felipe II prohibió el uso de la lengua árabe y de trajes y ceremonias de origen musulmán, lo que provocó nuevas rebeliones y deportaciones. Durante la segunda mitad del siglo xvi hubo varias ocasiones en las que se pensó en decretar su expulsión, pero la medida se fue posponiendo debido a las presiones de la nobleza de Aragón y Valencia, precisamente los territorios en los que su número era mayor. La opinión acerca de los moriscos se encontraba muy dividida entre los que consideraban que eran buenos profesionales y se les debía seguir tolerando con su religión y costumbres, los que creían que había que dar tiempo a su cristianización y los que proponían expulsarlos. No obstante, los moriscos se convirtieron en objeto de toda clase de sospechas y fue tomando cada vez mayor peso la opinión de que esta minoría religiosa constituía un verdadero problema de seguridad nacional. Empezaron a ser considerados como una especie de quinta columna de las numerosas incursiones de los piratas berberiscos y como potenciales aliados de turcos y hugonotes franceses. En 1585, el inicio de la guerra entre los moriscos de Codo, Pina y alrededores y los montañeses del valle de Tena y Serrablo, en la que los primeros contaron con el apoyo de sus señores y de los bearneses, acrecentó los recelos (Melón, 1917). Tanto es así que tres años después el rey convocó una junta extraordinaria en el Pardo para analizar los problemas planteados por los moriscos aragoneses. En el informe se incluye esta reflexión: «Considerando el gran número de moriscos, que están muy armados, viven en su errada y perversa secta, tienen inteligencia con los turcos y herejes, y no pudiendo esperar de ellos sino una conmoción y rebelión, parece que es necesario y casi forzoso desarmarlos» (Reglà, 1974; ACA, Consejo de Aragón, 221, iv, 21).

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Finalmente, Felipe III decretó la expulsión de los moriscos el 4 de abril de 1609. Se estima que en esa fecha la población morisca estaba constituida por entre 275 000 y 325 000 personas en un país de unos 8,5 millones de habitantes. Estaban concentrados en los reinos de Aragón, donde constituían aproximadamente el 20% de la población, y de Valencia, donde representaban el 33% del total de habitantes. En los territorios de la antigua Corona de Aragón la expulsión se iniciaría con los moriscos valencianos, seguidos de los catalanes y los aragoneses. El 25 de noviembre de 1609 el Consejo de Aragón comunica a Felipe III la toma de posesión del nuevo virrey, Gastón de Moncada, marqués de Aitona, y añade que los moriscos están muy excitados temiendo lo que les puede a ocurrir y que los diputados quieren enviar una embajada a la corte «a representar el daño irreparable del dicho reyno si se sacan los moriscos dél» y que, si no hay más alternativa que la expulsión, que esta sea organizada por los propios señores de los moriscos (ACA, Consejo de Aragón, 221, iii, 2). La embajada no obtuvo ningún resultado (Boronat, 1901). El estado de ánimo de los moriscos aragoneses se puede deducir de un informe del virrey a Felipe III fechado en Zaragoza el 11 de diciembre de 1609 (ACA, Consejo de Aragón, 221, iv, 6): Los moriscos deste reyno están muy temerosos de que se a de hazer con ellos lo que se ha hecho con los del reyno de Valencia, venden quanto pueden y no quieren cultivar la tierra, pareciéndoles que no an de gozar el fruto de su trabajo. Los cristianos viejos les maltratan y les dan ocasión a que se pierdan con esperanza de gozar sus haziendas y posesiones. Los acreedores, de temor de perder sus deudas, los executan y aprietan con estraño rigor, nadie les fía y todo esto causa grandísimo daño en este reyno.

La forma de vida de los moriscos aragoneses En 1612 el canónigo Pedro Aznar Cardona publica en Huesca su libro Expulsión justificada de los moriscos españoles, con la aprobación de fray Juan de Iribarne, lector de Teología y guardián del convento de Nuestro Señor Padre San Francisco de Huesca, que escribe: «vide este libro y hallo que no tiene cosa repugnante a las buenas costumbres sino santa doctrina, sana y Católica, de mucha edificación y provecho para los fieles». La descripción de Aznar Cardona de las costumbres

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de los moriscos aragoneses (capítulo 10: «De la conducción, trato, traje, comida, oficio, vicio y pestilencia pegajosa de los moriscos») es particularmente relevante, ya que conocía bien diversas zonas de Huesca y Zaragoza en las que un porcentaje importante de la población era morisca. Su relato está repleto de prejuicios y descalificaciones gratuitas, pero también contiene algunas observaciones objetivas y valiosas sobre el modo de vida de los moriscos: Era una gente vilísima, descuidada, enemiga de las letras y ciencias ilustres, compañeras de la virtud, y por consiguiente, ajena de todo trato urbano, cortés y político. Cuidaban a sus hijos cerriles como bestias, sin enseñanza racional y doctrina de salud. Eran torpes en sus razones, bestiales en su discurso, bárbaros en su lenguaje, ridículos en su traje, yendo vestidos por la mayor parte con greguesquillos ligeros de lienzo, o de otra cosa baladí al modo de marineros, y con ropillas de poco valor y mal compuestas adrede; y las mujeres de la misma suerte, con un corpecito de color y una faja sola, de forraje amarillo, verde o azul, andando en todos tiempos ligeras y desembarazadas, con poca ropa, casi en camisa, pero muy peinadas las jóvenes, lavadas y limpias. Eran brutos en sus comidas, comiendo siempre en tierra (como quienes eran), sin mesa, sin otro aparejo que oliese a personas, durmiendo de la misma manera, en el suelo, en transportines, almadrabas que ellos decían, en los escaños de las cocinas o cerca de ellas. Comían cosas viles como son fresas de diversas harinas de legumbres, lentejas, panizo, habas, mijo y pan de lo mismo. En este pan los que podían juntaban pasas, higos, miel, arrope, leche y fruta a su tiempo, tras la cual bebían los aires, y no dejaban barda de huerto a vida; y como se mantenían todo el año de diversidad de frutas, verdes y secas, guardadas hasta casi podridas, y de pan y de agua sola, porque ni bebían vino ni compraban carne ni cosa de cazas muertas por perros o en los lazos o con escopeta o con redes ni la comían, sino que ellos la matasen según el rito de su Mahoma, por eso gastaban poco, así en el comer como en el vestir, aunque tenían harto que pagar de tributos a los Señores. Eran muy amigos de burlerías, cuentos, berlandinas y sobre todo amiguísimos (y así tenían comúnmente gaitas, sonajas, adufes) de bayles, danças, solazes, cantarzillos, alvadas, paseos de huertas y fuentes, y de todos los entretenimientos bestiales en que con descompuesto bullicio y griterío, suelen ir los mozos villanos vocinglando por las calles. Vanagloriábanse de bailones, jugadores de pelota y de la estornija, tiradores de bola y del canto, y corredores de toros, y de otros hechos semejantes de gañanes. Eran dados a oficios de poco trabajo: tejedores, sastres, sogueros, esparteñeros, olleros, zapateros, albéitares, colchoneros, hosteleros, recueros

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y revendedores de aceite, pescado, miel, pasas, azúcar, lienzos, huevos, gallinas, çapatillos y cosas de lana para los niños. […] Estaban ordinariamente ociosos vagabundos echados al sol en invierno con su botija al lado, y en sus porches en verano, sacadas las pocas horas que trabajaban con gran ahínco en sus oficios o en sus huertas, por la codicia entrañable de coger frutas, hortalizas y legumbres. […] En el menester de las armas eran bisoños (parte porque eran cobardes y afeminados). […] Así estos pusilánimes nunca andaban solos por los caminos ni por los términos de sus propios lugares sino a camaradas. Eran entregadísimos sobremanera al vicio de la carne.

Sin duda se trata de una descripción cuyo objetivo era ridiculizar las costumbres y los oficios de los moriscos a los ojos de la población cristiana. Cabe preguntarse cuántos cristianos sentirían cierta envidia ante la forma de tomarse la vida de los moriscos, ya que, salvando las distancias, el texto podría servir actualmente para presentar a una población trabajadora, pacifista, amante de la dieta mediterránea, de la ropa vistosa y práctica, de la higiene personal, de los paseos y de la música y el baile.

Danza morisca según el Trachtenbuch de Christoph Weiditz (1529).

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La expulsión de los moriscos aragoneses Felipe III firmó la orden de expulsión de los moriscos aragoneses el 18 de abril de 1610 (ACA, Consejo de Aragón, 221, ii, 17), decisión que, según el censo encargado por el marqués de Aitona, afectaba a 14 109 casas y 70 545 personas (se calcularon 5 personas por casa) (véase el apéndice 1). Se les permitía llevarse todo aquello que pudieran, pero sus casas y sus tierras pasarían a manos de sus señores, so pena de muerte en caso de quema o destrucción antes de la transferencia. Los moriscos aragoneses se concentraban especialmente en las comarcas del Bajo Cinca, Caspe, Alcañiz-Calanda, Pina-Sástago e Híjar, con numerosos pueblos en los que prácticamente toda la población era morisca (Calanda, 1905 moriscos; Gelsa, 1655; La Puebla de Híjar, 2035; Urrea de Híjar —Urrea de Gaén—, 2005; Vástago, 850…), y en la zona de Barbastro, donde existían algunos pueblos de mayoría cristiana pero con una comunidad morisca más o menos importante. Dentro de esta última comarca —la única ubicada en el Alto Aragón—, la localidad con mayor población morisca seguía siendo, con gran diferencia, Naval. Según los documentos oficiales, las cifras de moriscos de la comarca de Barbastro eran las siguientes: Naval, 275; El Pueyo, 80; Ripoll, 65; Barbastro, 15; y Enate, 15. Sin embargo, sorprendentemente —¿o intencionadamente?—, no aparecen en Monzón, Binéfar, Binaced, Alfántega y tantas otras localidades vecinas. Cinco días después de la orden, el vicecanciller de Aragón apremia al rey para que se haga efectiva lo antes posible (ACA, Consejo de Aragón, 221, ii, 11): los inconvenientes que se pueden seguir de la dilación estando el verano adelante y la cosecha tan cerca que ni ellos la levantarán por haber dexado el trabajo no se les permitirá, assí por los señores como por los acreedores, i la miseria que han sacado de los bienes muebles que an vendido, i no teniendo que comer, como es cierto les a de faltar, es mui contigente que con la necesidad tomen ocasión de cometer diversos delitos para perturbar la paz pública y rebelarse.

En este mismo sentido, y en plena fase de expulsión, el duque de Lerma envía un informe al vicecanciller de Aragón en el que se afirma que los moriscos aragoneses son los más pobres de España, ya que han malvendido sus bienes y prácticamente no pueden ya comer de ello. Entre los más pobres rige la miseria más

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absoluta y conviene expulsarlos en bloque lo antes posible (ACA, Consejo de Aragón, 221, ii, 11). En este mismo informe se recoge la preocupación por el paso de «esta gente» a Francia, ya que «no son buenos para vezinos de Aragón, particularmente si confinassen con las montañas de Jaca, de quien han sido tan capitales enemigos y se hallan tan ofendidos de las cosas pasadas en tiempo de Lupercio Latrás [la guerra de 1585] y es gente tan vengativa como lo ha demostrado la experiencia cuando tenían armas». En principio, la expulsión de todos los moriscos aragoneses debía realizarse a través de los Alfaques, en la desembocadura del Ebro. Sin embargo, teniendo en cuenta que inicialmente los navíos concentrados en dicho punto «son menester para los moriscos de Cataluña, que son los primeros siguiendo la orden de V. M., se començará en este reyno esta expulsión por los que an de ir por tierra», es decir, por los que se tenían que dirigir a Francia a través del Pirineo. Por Somport pasan 12 470 personas (AGS, Estado, leg. 225, f. 66), procedentes de la zona de Huesca (capital), del valle del Ebro por encima de Zaragoza y de los valles del Jalón y el Huerva. El último grupo pasa la frontera el 4 de septiembre (AGS, Estado, leg. 224). Hay constancia de que varios moriscos aragoneses habían emigrado a Francia por el Pirineo antes de la expulsión (Boronat, 1901). Resulta tentador pensar que entre ellos podrían encontrarse algunos arrieros de Naval, tan acostumbrados a los pasos pirenaicos y con tantos contactos en Francia fruto de sus frecuentes viajes comerciales, o al menos que podrían haber facilitado la migración de moriscos de otras poblaciones aragonesas. Otras 9965 personas pasaron por los puertos navarros de Vera y Roncesvalles (AGS, Estado, leg. 228-20). Todos los moriscos que pasaron a Francia fueron encaminados hacia Languedoc y el puerto de Agde, donde fueron embarcados en dirección al norte de África. No obstante, la mayor parte de los moriscos aragoneses (38 286 personas), incluidos todos los de la provincia de Teruel, los de los pueblos de la de Huesca situados al este de la capital y los de la parte oriental de la de Zaragoza, fueron conducidos a los Alfaques, conforme al plan inicial (AGS, Estado, leg. 225). Para proceder a la evacuación, los pueblos con presencia morisca se agruparon en 35 itinerarios. Juan de la Sierra, de Barbastro, fue el comisionado para ejecutar la expulsión de los de Naval, que estaban comprendidos en el 33.er tránsito (o itinerario de expulsión). Se tenían que juntar con los de otros pueblos oscenses en Sariñena y seguir por Bujaraloz

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y Caspe hasta llegar a Maella, último lugar de Aragón. Desde allí serían conducidos a los Alfaques, puerto cercano a Tortosa. El embarque de tal cantidad de personas exigió tres meses, del 15 de junio al 16 de septiembre, y se desarrolló sin el menor incidente. El 21 de agosto de 1610 Agustín Mejía escribía desde Tortosa: Él [Dios] a sido serbido que en esta salida de los moriscos deste principado y reyno de Aragón se aya echo con tanta quietud que espanta; pienso que para Nuestra Señora de septiembre estará acabada y estubiéralo mucho antes si no nos ubiera embarasado el aser que los ricos paguen por los pobres, que prometo a V. P. que a sido una pesadumbre la más grande, mas al fin se a echo lo que S. M. a mandado. (Boronat, 1901)

La última frase revela una humillación más que tuvieron que sufrir los moriscos aragoneses: pagar el importe del viaje hacia su propio exilio forzoso. Veamos las palabras de Juan Núñez Gutiérrez, criado de Mejía, en una carta fechada el 1 de septiembre de 1610: Mañana se aguardan en esta ciudad dos tropas [expediciones de moriscos] de Aragón que tendrán 6000 personas; son las últimas que an salido de allá y traen bien con que pagar su flete y servir con alguna cosa al rey, que esta diferencia ha avido de la comodidad con que se embarcava los de esse reyno [Valencia], pues se hizo la mayor parte de Hazienda real, y de los servicios que an hecho los que se an embarcado aquí, que serán más de 40 000, se abrán sacado 24 000 maravedíes. (Boronat, 1901)

El viaje de los moriscos desde sus pueblos al exilio tuvo, en la mayoría de los casos, un carácter trágico. Aznar Cardona, testigo directo de los hechos, lo plasma perfectamente en el libro citado anteriormente, en el que el autor confiesa que no pretende escribir la historia de la expulsión de los moriscos, sino manifestar su justicia y responder a ciertas proposiciones heréticas y escandalosas que oí en los últimos días de su ejecución cuando sacaban a los moriscos. Entendí por ciertos cristianos, sencillos y de pocas letras, las titubaciones, y escrúpulos de dudas infieles, que había causado en sus pechos, razones y acotaciones hereticales, afirmadas con ánimo desosado, por aquellos perros removidos ya para el viaje de su merecido destierro.

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Para él, el género humano está dividido en dos bandos contrarios: uno cuyo capitán es Dios (los cristianos) y otro cuyo guía es el demonio, en el que se encuentran judíos y moriscos. Según su opinión, el rey Felipe había intentado la sincera conversión de los moriscos mediante la vigilancia de los reverendísimos obispos, que proporcionaban constante instrucción y adoctrinamiento, y «sobretodo habiéndolos estercolado, echándoles en cara el estiércol de sus pecados, prodimentos y herejías, amonestándoles con caridad en los Autos Públicos y fuera de ellos, a la enmienda y al fruto de ella». Pero había descubierto que con estas paternales diligencias, llenas de misericordia, que ni por esas se pudo hallar jamás en tiempo alguno, ni en algunos de ellos, presentes ni pasados, el fruto deseado de la bondad, sino siempre espinas de infidelidad, blasfemias, crímenes de lesa Majestad divina y humana, que son las conspiraciones y prodimentos actualmente intentados contra la persona Real, en este año y en el otro, y casi en todos los años.

Por este motivo, y con autoridad del santo pontífice, determinó no de mandarles quitar las vidas ni dar lugar a que se viesen correr ríos de sangre enemiga y traidora, sino mezclando la justicia con la misericordia, como es costumbre en Dios, y de sustitutos suyos en la tierra, desterrarlos para siempre por sentencia y edicto público, de toda España, y tierras y estados suyos [so pena de muerte].

En un exceso de bondad, les concedió que para su camino sacasen el precio de todos sus bienes muebles y les guio con su autoridad Real, hasta ponerlos fuera de los mojones del sus Reinos y señoríos, para que nadie en ellos se atreviese (aun conociéndoles por tan perros descreídos) a hacerles afrenta, injuria ni vejación alguna, ni por obra ni de palabra. Así que mandó arrancar de raíz tan malas plantas infructuosas, de amargos y mortales efectos, indignos de tanto favor, y de ocupar tan santa y fructuosa tierra. Comienzan a salir, ejecutando su merecido destierro, el año de 1609, por el mes de octubre, los del Reino apacible de Valencia. Prosiguen la salida los de Aragón, Cataluña y Castilla, el año 1610, y se remató por último escombro en este año, de 1611, por lo que [España] habrá quedado bajo color de Cristiandad, como consta por última publicación del edicto definitivo de

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su Majestad, el cual vi publicar en la ciudad de Zaragoza, a 12 de mayo del presente de 1611. Y después también me hallé presente cuando lo publicaron en la ciudad de Huesca, a 15 de junio del mismo año. Salieron los más de ellos por mar, embarcándoles en los Alfaques, y para este efecto presidía con grandes poderes de su Majestad, un famoso caballero anciano, llamado Don Agustín Mexía, Maese de Campo, General de España, y del Consejo de Guerra de su Majestad, a quienes los moriscos decían el Mecedor porque venía a removerlos. Los demás que eran los menos, salieron por tierra, por estas partes de Jaca y de Navarra, y algunos millares por las montañas de Jaca. ¿Qué hombre habrá ahora tan capaz que pueda bien contar lo que los ojos vieron? ¿Qué lengua podrá narrar, qué juicio podrá bien ponderar, las cosas tan memorables como aquí se ofrecieron? Ninguno; más quiero relatar algunas aunque sea cortamente.

En el capítulo 2 del libro, Aznar Cardona trata precisamente «del modo como salieron los moriscos a cumplir su destierro y del número de los que salieron, y murieron no por respeto de Cristo, sino por sus bienes». La descripción pone los pelos de punta: Salieron, pues, los desventurados moriscos en los días señalados por los ministros Reales, en orden de procesión desordenada, mezclados los de a pie con los de a caballo, yendo unos entre otros, reventando de dolor y de lágrimas, llevando gran estruendo y confuso vocerío, cargados de sus hijos y mujeres, y de sus enfermos, y de sus viejos y niños, llenos de polvo, sudando y jadeando, los unos en carros, apretados allí con sus personas, alhajas y baratijas; otros en cabalgaduras con extrañas invenciones y posturas rústicas, en sillones, albardones, espuertas, aguaderas, rodeados de alforjas, botijas, cestillas, ropas, sayos, camisas, lienzos, manteles, pedazos de cáñamo, piezas de lino, con otras cosas semejantes, cada cual con lo que tenía. Unos iban a pie, rotos, mal vestidos, calzados con una esparteña y un zapato, otros con sus capas al cuello, otros con sus fardelillos, y otros con diversos envoltorios y líos, todos saludando a los que les miraban o encontraban, diciéndoles: «el Señor les guarde», «Señores queden con Dios». Entre los sobredichos de los carros y cabalgaduras (todo alquilado, porque no podían sacar ni llevar sino lo que pudiesen de sus personas, como eran sus vestidos, y el dinero de los bienes muebles que hubiesen vendido) iban de cuando en cuando (de algunos moros ricos) muchas mujeres hechas unas devanaderas, con diversas patenillas de plata en los pechos, colgadas de los cuellos, con gargantillas, collares, arracadas, manillas, corales, y con mil gaiterías, y colores, con sus trajes y ropas, con que disimulaban algo el dolor del corazón.

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Los otros que eran más sin comparación, iban a pie, cansados, doloridos, perdidos, fatigados, tristes, confusos, corridos, rabiosos, corrompidos, enojados, aburridos, sedientos y hambrientos; tanto, que por justo castigo del cielo no se veían hartos, ni satisfechos, ni les bastaba el pan de los lugares, ni el agua de las fuentes con ser tierra tan abundante y con darles el pan sin límite con su dinero. En fin, así los de a caballo (no obstante sus tristes galas) como los de a pie, padecieron en los principios de su destierro trabajos insoportables, grandísimas amarguras, dolores y sentimientos agudos en el cuerpo y en el alma, muriendo muchos de pura aflicción, pagando el agua y la sombra por el camino, por ser en tiempo de estío cuando salían los desdichados. Y más adelante, salidos ya de los señoríos de nuestro Católico Rey, perecieron en pocos días, aquejados de mil duras pesadumbres y oprimidos de otras inevitables necesidades, según ha llegado a mi noticia, más de 60 000. Unos por esos mares hacia Oriente y Poniente; otros por esos montes, caminos y despoblados, y otros a manos de sus amigos los Alarbes [árabes] en esas costas de Berbería, cuyos cuerpos han servido para henchir los buches desaforados de las bestias marinas y los estómagos de los animales cuadrúpedos y fieras alimañas de la tierra, sin hacer más cuenta de ellos que del estiércol de la calle. ¿No ves el desastroso fin de los malos? Pues por ahí sacarás la victoria de los buenos.

Como hiciera Agustín Mexía, Aznar Cardona también señala la ausencia de incidentes dignos de destacar durante los traslados de los moriscos aragoneses. Tanto es así que dedica el tercer capítulo de su libro a «la suavidad milagrosa de la expulsión sin suceder muerte ni rebelión», ya que resultaba sorprendente que llevase rendidos y humillados por esos caminos, montes y soledades un solo fiel ministro del Rey, 500, y 1000, y 2000 de ellos juntos, como quien lleva un rebaño de ganado, sin que alguno de ellos osase descomedirse, ni echar mano de una piedra, ni aun hacer ademán de ello. Maravilla es, que dos pares de hombres leales, sin otras armas algunas, más de ser el uno de ellos comisario real, sacasen y guiasen por donde dicho es, 1000 y 3000 de ellos, sin suceder escándalo, sedición, alboroto ni muerte de algún cristiano. ¿Quién lo creyera? Pues pasó así en realidad de verdad. Los escándalos mayores, y perjuicios nuestros y principalmente de Dios, que sucedieron en Aragón fueron de lengua […]. Halleme presente en la expulsión [de los de varios lugares de Aragón] y yo les oí decir (no sin dolor interno del corazón) algunas proposiciones heréticas tan impías, que por no ofender los oídos cristianos, dejo de ponerlas aquí.

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Los moriscos de Naval no figuran en la relación de embarcados en los Alfaques ni entre los que fueron expulsados por Navarra o Somport. Este hecho ha llevado a especular si lograron evitar la expulsión gracias a la mediación del obispo de Barbastro, a la evasión o a su dedicación a oficios como la arriería —que tan bien conocían— sin una localidad fija de residencia. La idea es atractiva, pero parece poco probable; de hecho, diversos autores coinciden en el carácter radical de la expulsión de los moriscos aragoneses. En 1618, con motivo de la detención en Borja de dos moriscas que habían regresado a sus hogares, el vicecanciller informa al rey de que el Reino de Aragón «es el que más limpio se halla en España desta semilla y no se sabe que aya en él más que estas dos moriscas» (ACA, Consejo de Aragón, 221, vi, 7). En cualquier caso, resulta prácticamente seguro que no quedaron moriscos en Naval, ya que pocos años después (el 27 de abril de 1627) el obispo de Barbastro autoriza la venta del cementerio que tenían en la villa (ADB, leg. 577): El Muy Ilustre Señor Don Fray Alonso de Requesens y Fenollet por la Gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de Barbastro y del Consejo del Rey Nuestro Señor, hallando en visita general de su Obispado et por ciertas causas y razones a su Reverendísima bien vista dijo que daba licencia y dio licencia y permiso y facultad a Mosén Miguel Almalilla vecino de la villa de Naval para que pueda vender y venda a Jerónimo Sanz Broto, natural de la villa un censal de 400 sueldos de propiedad y suerte principal con 20 sueldos jaqueses de común pensión pagaderos en cada un año por el día de los Reyes. El cual fue vendido y originalmente cargado por Pedro Cavero de la misma villa de Naval sobre unas casas suyas como consta por institución fecha en la dicha villa de Naval a 4 días del mes de enero del año 1600 y por el dicho Jerónimo Sanz de Broto testificado y las dichas casas donde fue cargado el sobredicho censal las tiene y posee de presente el dicho Jerónimo Sanz Broto y confronta con casas de su habitación y calle de los herederos de Juan de Almalilla y calle pública caídas y prorreten corridas y asimismo dio licencia, permiso y facultad su Señoría para que puedan vender al dicho Jerónimo Sanz de Broto un pedazo de cementerio que era de Cristianos Nuevos junto a la ermita de San Miguel y confronta con vía pública que va a las heras de cuello y con cuadrón de Tomás Morillo. Et quibus Ecclesia.

No se trataba de un cementerio morisco cualquiera, sino del más importante de la provincia. Tanto es así que hasta los moriscos más destacados de Barbastro eran enterrados allí, tal y como relata Aznar Cardona:

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Escalereta de los Moros (Naval).

El hijo querido del Morisco Baltasar [vecino de Barbastro], estimado entre moriscos, habiéndose muerto en su propia casa de enfermedad, ninguna iglesia ni cementerio le estuvo bien a su padre, antes procuró llevarlo al cementerio particular de los moriscos, en la villa de Naval, a donde le enterraron entre aquellos abominables condenados, poniéndole oro, higos y pasas en la boca y en el seno de la mortaja para el camino. Son cosas tan ridículas estas y tan indignas de asiento en juicio humano, que no solamente contradice a toda razón y verdad católica, más también a los que ellos mismos profesan de su Alcorán.

Repercusión de la expulsión de los moriscos Forzosamente, la expulsión de cincuenta y cinco familias de Naval se tuvo que notar durante cierto tiempo en las actividades que hasta ese momento habían sido típicamente moriscas, como la alfarería, la arriería o la producción salinera. Poco a poco parte de la población cristiana, que era mayoritaria en la villa, fue ocupando los puestos vacantes y las actividades comerciales retornaron a la normalidad. En

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general las consecuencias de la expulsión fueron graves y afectaron fundamentalmente a los dos reinos que perdieron más población: Valencia y Aragón. En estas zonas la expulsión tuvo unos efectos despobladores que duraron décadas y causó un vacío importante en el artesanado, la producción de telas, el comercio y el trabajo del campo. Conviene tener en cuenta que la población morisca constituía una parte importante de la masa trabajadora, mientras que los cristianos viejos eran en su mayoría nobles, hidalgos, soldados o sacerdotes. Los grandes señores, perjudicados por la expulsión de un contingente importante de su mano de obra, se ven compensados con la incorporación de las tierras confiscadas a los moriscos; sin embargo, parte de la burguesía se arruina, puesto que se suspende el pago de rentas por los créditos (los censales) concedidos a los moriscos. En este sentido, resulta ilustrativa la comunicación que hace el virrey de Aragón a Felipe III el 22 de junio de 1610 (ACA, Consejo de Aragón, 221, ii, 18): Los señores de vasallos son los que más pierden [con la expulsión] con mucha voluntad, y aunque en esto no se ofrecen dificultades, las ay muy grandes y comiençan ya a inquietarse los ánimos de todos en la paga de los censales que están cargados sobre lugares de moriscos, porque el señor que tenía veynte mil ducados de renta pierde los diez y seis, y no quedándole sino quatro mil, paga de censales doze mil cada año […]. Los censalistas quieren cobrar por entero, los señores de vasallos no pueden pagarles y les a de quedar algo que comer, véense obligados a lo imposible y que an de ser vexados y executados de sus acreedores, no solo en las haziendas si no en las personas, procurando ponerles en la cárcel, de donde no saldrán jamás porque no tienen de qué pagar, están desesperados y afligidos, y los censalistas poco menos porque pierden sus haziendas, que si los señores no tienen nada, ni ellos lo tendrán. De las necesidades de los unos y de los otros nacen grandes disturbios y enemistades, y si no se toma algún buen remedio y assiento en lo que toca a los censales, no solo quedará este reyno destruydo y todos son haziendas, pero se perderá y revolverá, y se pondrán en armas unos contra otros, porque los censalistas son muchos sin tener otra cosa de que sustentarse más que de sus censales y executarán con rigor.

Finalmente, gran parte de los campesinos cristianos vieron con impotencia cómo las tierras que habían pertenecido a los moriscos pasaron a manos de unos nobles que, con el fin de recuperar sus pérdidas a corto plazo, impusieron unas condiciones abusivas para su explotación.

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La vida sigue… ¿igual? El resto del siglo xvii no iba a ser demasiado tranquilo para Naval y sus salinas. El 12 de noviembre de 1622, Pedro Luis Gan, juez de Zaragoza, ordena «aprehender» (embargar) la villa, con sus términos, derechos, rentas, etcétera, a instancias del señor temporal de Naval, que pretendía cobrar el dinerillo sobre toda la producción de sal. La villa entabló un recurso y lo ganó, pues la sentencia reconocía que el dinerillo solo era aplicable a la sal que los vecinos vendían fuera de Naval. No obstante, la resolución se publicó el 3 de agosto de 1654, por lo que la villa tardó treinta y dos años en tomar posesión de todos sus bienes y derechos (Cajal, 1969). El 13 de enero de 1633 las salinas se arriendan a José Luis de la Sierra, barón de Letosa, quien se compromete a pagar a los dueños 1 sueldo por cada fanega de sal recibida en el alfolí; a cambio, el barón tiene la potestad de imponer una multa de 500 sueldos a quien no le entregue la sal (ibidem). Poco después, en 1634, la villa de Naval compra al señor temporal las salinas que habían pertenecido a los moriscos por un precio de 15 000 sueldos.

El estanco oficial de la sal Camino del estanco Durante el reinado de Felipe IV, y bajo la tutela del conde-duque de Olivares, se creó el estanco de la sal, monopolio constituido en favor del Estado para procurar provecho al fisco, con un funcionamiento análogo al del tabaco y artículos afines. En esa época, el prestigio internacional de la monarquía española caía en picado y el contexto económico era desolador: 1) los ingresos ordinarios de la Hacienda Real estaban hipotecados, con préstamos de los asentistas genoveses por valor de 6 612 000 ducados de plata; 2) la tasa de inflación era superior al 13% a consecuencia de la acuñación de 20 millones de ducados entre 1621 y 1626, lo que además supuso una desvalorización de la moneda de cobre respecto de la de plata del 34%; 3) se produjeron sucesivas suspensiones de pagos y se redujo el valor facial de la moneda de vellón. Entre 1629 y 1631 las urgencias financieras se hicieron aún más imperiosas y, ante la imposibilidad de cargar con nuevas contribuciones,

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el monarca ordenó que se estudiase la manera de aumentar las rentas. El resultado fue la ejecución de varias medidas para obtener dinero con que costear las campañas militares en Europa, como el secuestro de las remesas de plata con destino a los particulares en calidad de préstamo forzoso, la retención de un 5% de todos los ingresos procedentes de mercedes y encomiendas, el cobro de la media anata de los sueldos del primer año a todas las personas que tomasen posesión de un cargo o la creación de nuevos impuestos sobre papel sellado, tabaco y, cómo no, sal. Tales medidas suscitaron vivas protestas, en especial el sobreprecio de la sal decretado el 3 de enero de 1631. El precio se fijaba en 40 reales la fanega, y aumentaba considerablemente con los costes de conducción, administración y venta. Además, en esa misma fecha se creó el Consejo de la Sal, un tribunal especial para la administración de la renta producida por este artículo. Para el conde-duque era evidente que el cambio beneficiaría a las grandes regiones cerealistas y viticultoras de Castilla y Andalucía, las más afectadas hasta entonces por la presión fiscal; sin embargo, este tributo resultaba muy gravoso en el norte de España, donde la demanda de sal para la alimentación del ganado o la salazón de carnes y pescados era considerable. Con todo, las primeras manifestaciones en contra del impuesto procedieron del clero, que veía en peligro su inmunidad fiscal al tener que pagar la sal al mismo precio que lo hacían los seglares. La sal era un bien muy importante para la clerecía. Tanto es así que en un memorial de 1736 de José Chesa, vicario de Naval, se dice que «de este modo se conservará el culto de la Iglesia, cuyo Cabildo y Sacristía tienen consignados sus alimentos, por la villa, en su recompensa de la sal; que, negada, causaría la deserción de todo el clero, que se compone de 14 eclesiásticos». De hecho, eran muy apreciadas las limosnas de sal. Inmediatamente la población ideó diversos métodos para evitar el consumo de la sal expedida por la Administración. Por este motivo, tres meses después de decretarse el sobreprecio el Gobierno impone la Real Cédula de 4 de marzo de 1631 por la que se obliga a los pueblos a proveerse de la cantidad de sal que estimasen adecuada. Para que no quede ningún cabo suelto, el 22 de junio de ese mismo año se emite una nueva cédula por la que el Estado se reserva la venta exclusiva de este artículo. Desde ese momento queda oficialmente instaurado el estanco de la sal en España (Pastor, 1880). Para el establecimiento efectivo del estanco era necesario crear una red de alfolíes en los sitios más convenientes para el aprovisionamiento

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de los consumidores. Sin embargo, ante la imposibilidad material de instalar depósitos en todos los pueblos, la Administración teme que aquellos pueblos que estén más próximos a una salina que al alfolí que les corresponda tengan la tentación de surtirse directamente de la salina y no del depósito. Para evitarlo se establece la reglamentación de acopios, que se desarrolla a través de numerosísimas reales cédulas en las que se detallan minuciosamente las diligencias que deben practicarse para averiguar el número de vecinos y de cabezas de ganado y cualquier otra circunstancia que sirva para precisar la cantidad de sal que corresponde a cada pueblo. La protesta popular se inicia nada más adoptarse estas medidas, pero estalla abiertamente en octubre de 1632. Para frenar los desórdenes, el conde-duque amenaza con aplicar al comercio las severas reglamentaciones del Almirantazgo. La élite mercantil, que no está dispuesta a que sus negocios corran el más mínimo riesgo, se asocia con la Corona para abortar la revuelta, que es sofocada poco tiempo después. No obstante, y ante el temor de una confrontación con Francia, el monarca otorga un perdón general. Simultáneamente, las Cortes de 1632 autorizan que el rey obtenga 750 000 ducados anuales de la administración, el beneficio y el cobro del estanco de la sal, pero a cambio instan a que se aplique una reducción notable en su precio, que retorna prácticamente a los valores vigentes antes del decreto de sobreprecio. De momento todas estas medidas no afectaron a las salinas aragonesas, protegidas por los fueros del Reino de Aragón. No obstante, resulta conveniente tenerlas en cuenta, ya que se aplicarían con todo rigor a partir de 1707, con la implantación del Decreto de Nueva Planta de Felipe V y la consiguiente pérdida de los fueros.

Concesión de feria y mercado a la villa de Naval No todo son sobresaltos durante este siglo y, así, a iniciativa de Naval, el rey adopta una medida que va a suponer un importante impulso comercial. Todo empieza en el siglo xvii, durante la guerra de Secesión de Cataluña (1640-1652), cuando Pedro de Aragón (virrey, lugarteniente y capitán general del Principado de Cataluña) toma al servicio de la Corona carros y arrieros de Naval con el fin de transportar los víveres que necesitaba su ejército. En 1645 la villa envía al rey un

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memorial en el que manifiesta que «en satisfaçión de lo que se les debe por los bagages que dieron y se perdieron en la rota de don Pedro de Aragón vuelven a suplicar a Vuestra Magestad haga merced a esta villa de dos ferias y un mercado cada año libre de derechos de media annata». La petición es acogida favorablemente por parte de las instancias competentes: Los días pasados fue servido Vuestra Magestad remitir a esta Junta con su Real Orden un memorial de la villa de Nabal, en que suplicaba a su Magestad que en recompensa de 20 354 reales que le deven de los jornales y azémilas que se perdieron de los vezinos della en la rota de Don Pedro de Aragón, sea servido Vuestra Magestad hazerle merced de dos ferias y un mercado cada año para tener algún alivio de tantos gastos como se le ofrezen en servicio de Vuestra Magestad. Para consultar a Vuestra Magestad sobre esta pretensión se pidió a la Audienzia y Junta de Patrimonio de este Reyno que informasen lo que se les ofrecía, y han respondido que atento que por aora no se reconoze inconveniente alguno en la concesión desta gracia, pero por el que en adelante se puede conocer podría servirse de conceder a la villa de Nabal privilegio para tener en cada un año una feria y un mercado que dure ocho días en el tiempo que a Vuestra Magestad paresciere, en recompensa a lo que se deva a la villa y que dicho privilegio dure por diez años tan solamente, para que si en el ínterim se reconociese que se sigue algún perjuicio al Patrimonio Real de Vuestra Magestad ase dicho privilegio pasado dicho tiempo. Y haviéndose visto en la junta se conforma con parezer de la Audiencia y Junta Patrimonial, con que el tiempo en que tuviere la villa de Nabal la feria i mercado que se le conçeden cada año, no se encuentre con las ferias de Barbastro y Huesca por el perjuizio que se les seguiría a estas ciudades. Vuestra Magestad mandará lo que fuere servido. En Çaragoza a 8 de julio de 1645.

En vista de ello, se emite una resolución por la que, con fecha del documento anterior, el rey concede una feria y mercado a la villa de Naval (ACA, Consejo de Aragón, leg. 99): La villa de Nabal diçe sirvieron sus veçinos con dineros vagajes en el exérçito de Don Pedro de Aragón en Cataluña y en su rota murieron, nuebe vagageros y se llebó el enemigo las açémilas por todo lo qual se les debe onçe mil çiento y çinquenta y quatro reales de solos los jornales y más nuebe mil y doscientos reales por el valor de 23 açémilas perdidas que la villa, a pagado a sus veçinos (como hará relaçión el General Don Francisco Foralto que se halló en

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dicha jornada) y consta por las relaciones del Marqués de Fabara que lo mandó pagar y del Marqués de Ribas y otras probanças, han suplicado a Vuestra Magestad en otras ocasiones se les mandarsse pagar dichas cantidades y casso de que no huviesse forma para ello les hiçiesse graçia, de dos ferias y un mercado en cada un año para algún alivio de tantos gastos y los que continuamente tienen en serviçio de Vuestra Magestad agora suplican humildemente a Vuestra Magestad lo mismo y que sea dicha gracia y privilegio de dos ferias y un mercado, libre de media annata (por no tener con qué pagalla) que recivirán de Vuestra Magestad singular favor y merced. [Escrita al margen, la resolución del Consejo: Execútese].

Tras diversos avatares, la feria sigue celebrándose hoy en día. La revista digital Ronda Somontano, bajo el titular «Vecinos del Somontano y otras comarcas se citan en la Feria de Artesanía de Naval: el recuperado mercado recuperó el esplendor de siglos pasados», describía así la edición celebrada el 15 de noviembre de 2009:

Feria de Artesanía de Naval. (Foto: José Luis Pano)

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La plaza Mayor de Naval recobró el esplendor de antaño con la tradicional Feria de Artesanía que reunió a gentes del Somontano y de otras comarcas vecinas para disfrutar de un día de mercado al aire libre, de degustación de productos agroalimentarios típicos del Alto Aragón y de una jornada de ocio. Un total de 42 expositores llegados de Aragón y Cataluña presentaron todo tipo de productos artesanales, desde la agroalimentación (quesos, embutidos, jamones, repostería), pasando por los licores, la bisutería y el textil, antigüedades, libros, y por supuesto la alfarería de la mano de varios ceramistas de la localidad y de Pueyo de Santa Cruz. La alfarería constituye una seña de identidad de esta villa somontanesa y cuenta con un centro de interpretación dedicado a este oficio que ayer tuvo jornadas de puertas abiertas a los numerosos visitantes que acudieron a esta feria. Una gran hoguera en medio de la plaza sirvió para caldear un día en el que la amenaza de lluvia no se llegó a materializar. En torno a ella, los expositores vendían sus productos a numerosos visitantes, a la vez que un grupo de animación y los Dulzaineros del Somontano ponían la nota amena a la feria. En torno a las tres de la tarde las mujeres de Naval sirvieron en cuencos de barro «made in Naval» una caldereta de cerdo con patatas, acompañada por pan y vino para todos los asistentes que lo desearon para poner el broche de oro a esta feria. La feria de Naval se remonta a 1645 cuando en plena Guerra de Secesión catalana, la villa solicita a la Corona de España, en compensación de los gastos ocasionados por la contienda, la concesión de ferias y mercado para reactivar la economía local. El Reino concedió una feria siempre y cuando no coincidiera con las ferias de Barbastro ni de Huesca. Así el tercer domingo de noviembre, Naval organizó un mercado que sirvió de punto de encuentro entre las gentes del llano y de la montaña hasta mediados del siglo

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cuando desapareció. En el año 2000, el Ayuntamiento

decidió recuperar con acierto esta feria. (http://www.rondasomontano.com/revista/9454)

La picaresca en torno al dinerillo Cuando las salinas pasaron a mano de señores temporales, estos adquirieron el derecho a percibir el dinerillo instituido en tiempos de Jaime I por cada azar de sal que llevasen a vender fuera de la villa, pero hacia 1660 el señor de Naval renunció a seguir cobrándolo, ya que, al parecer, la cantidad de sal que se vendía en ese momento fuera de Naval no compensaba el gasto en la contratación de un procurador que extendiera las correspondientes guías. Sin embargo, el dinerillo prolongó su vida de una forma un tanto peculiar.

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En aquellos años se estaban acometiendo grandes reformas en la iglesia de Naval y todo el dinero que se conseguía para afrontarlas parecía poco. Para obtener una especie de préstamo extraordinario, la junta de las salinas recurrió a la picaresca y, en complicidad con el vicario Tomás Sarvisé y otros sacerdotes, siguió simulando el pago del dinerillo al señor de Naval en las cuentas de la sal. Y no solo sobre la sal que se vendía fuera de Naval, sino sobre toda la producción (Cajal, 1969). La cantidad recaudada de esta forma irregular sería devuelta por la iglesia al Concejo una vez finalizadas las obras (año 1679) a un ritmo hecho a la medida de las posibilidades eclesiásticas. Los perjudicados por esta buena obra eran los censalistas que prestaban dinero al condominio de las salinas, ya que cobraban con bastante retraso los intereses de los préstamos. No se sabe exactamente en qué año se descubrió la trama, pero el hecho es que los propios libros de contabilidad de las salinas sirvieron muchos años después (en 1733) para que el señor de Naval —a la sazón, Miguel López de Heredia Julbe y Antillón— ganase el pleito que interpuso sobre ese dinerillo que el señorío no había percibido y, en consecuencia, lo cobrase íntegramente.

El impuesto de 1686 La gabela sobre la sal es anterior a la moneda, y tuvo tanta trascendencia que se considera que los impuestos modernos son los herederos históricos de aquellos con los que se gravaba la sal. De hecho, si se analizan las diversas modalidades de los que pagamos hoy en día, se aprecian tipos de fiscalidad que recuerdan mucho a los antiguos impuestos sobre este mineral. El más evidente es el de carburantes, en el que solo una pequeña fracción del precio de la gasolina es la cantidad que perciben las refinerías, mientras que la mayor parte va a parar a las arcas de las administraciones públicas. El número relativamente reducido de centros de producción de sal, junto con su consumo masivo, facilitó la fijación de un impuesto sobre la sal desde tiempos remotos, lo que encarecía su precio. Ya hemos visto que se había producido un intento fallido de utilizar la sal como gran fuente de impuestos en 1631. Esta vez los consumidores no tuvieron tanta suerte. En este sentido, las Cortes de 1686 aprobaron una medida peculiarmente impopular: un nuevo impuesto sobre la arroba de este producto básico. El comentario

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que hace el marqués de Vauban, mariscal de Francia, sobre la situación en su país resulta ilustrativo y es extrapolable a lo que sucedía en España: el elevado precio de la sal la hace tan escasa que provoca una suerte de hambruna en el Reino, especialmente notoria entre el pueblo llano, que no puede proceder a la salazón de la carne para el consumo por falta de sal. No tiene sentido que alimenten a un puerco, y no lo hacen, si luego no tienen con qué salarlo. Únicamente salan a medias su comida y muchas veces ni siquiera eso. (Vauban, 1709: 11)

Las clases populares fueron, como siempre, las más perjudicadas, pero productores y mercaderes aragoneses también levantaron su voz contra el impuesto, argumentando el grave perjuicio que ocasionaría en el lucrativo tráfico de la sal con Francia y Cataluña, adonde se llevaban «más de 4000 cahíces cada año de las salinas de Peralta, Calasanz, Juséu y Aguinalíu, computándose a real y 6 dineros la fanega». Para Naval ese impuesto significaba una agresión en toda regla, y por ese motivo la villa envío un memorial al rey «suplicando se sirva excusar la aplicación del impuesto de un real por cada arroba de sal al comprador» (BNE, VE/200/118) (véase el apéndice 2). Se desconoce la respuesta del rey.

Peligra la venta de sal de Naval en el condado de Ribagorza La sal de Naval siempre ha sido muy apreciada debido a sus propiedades, de tal manera que era demandada incluso en comarcas que poseían salinas bastante más cercanas, como la Ribagorza. Obviamente, tal competencia iba en contra de los ingresos de las salinas de Peralta, Juséu y Aguinalíu. Por este motivo, el condado de Ribagorza solicitó la prohibición de la entrada y de la venta de sal cogida fuera de su territorio. La villa de Naval contraatacó en defensa de sus intereses y envío al rey un memorial «en que solicita sea suspendido el Acuerdo del Condado de Ribagorza de la prohibición por fuero de la entrada y venta de sal cogida fuera del condado» (BNE, VE/201/33) (véase el apéndice 3). Tampoco se conoce cuál fue la decisión —en caso de que la hubiese— del monarca sobre este asunto.

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Salinar de Peralta de la Sal en 1897. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. Archivo Andrés Burrel. Foto: José Salinas)

Salinar de Peralta de la Sal en la actualidad.

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Ruinas del salinar de Aguinalíu en 2011. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. Foto: Esteban Anía)

El fin del siglo xvii El 26 de noviembre de 1688 la villa ganó la posesión de las salinas sobre la base de una concordia que, según Francisco de Torres, era apócrifa. De este modo, los dueños se vieron obligados durante un tiempo a vender toda la producción al Concejo de Naval al precio de 1 sueldo por fanega —lo mismo que pagaba el barón de Letosa cincuenta y cinco años antes—, mientras que el municipio lo revendía a 3 sueldos por fanega. Finalmente, el cabildo de Naval adquirió en 1691 una participación en el proindiviso de las salinas por un importe de 600 escudos, origen de las acciones que todavía posee la parroquia (Cajal, 1969).

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El retorno al real patrimonio La abolición de los fueros A principios del siglo xviii en la provincia de Huesca se explotaban las salinas de Naval, Peralta de la Sal, Calasanz, Juséu y Aguinalíu. Sus dueños eran, en general, vecinos de los pueblos en cuyos términos se ubicaban. Hasta entonces ninguna de las salinas se había visto afectada por el estanco decretado por Felipe II en 1564. Esta situación cambia radicalmente en 1707, en plena guerra de Sucesión (1701-1713), cuando Felipe V decreta la abolición del Consejo de Aragón y sus fueros. Desde ese momento Aragón se rige por las mismas leyes que Castilla y, en consecuencia, las salinas son incorporadas a la Hacienda Pública a cambio de 2 reales de plata (3 reales de vellón y 26 maravedíes) (Plata, 2006). Inmediatamente se ordena a los visores de salinas Juan Bautista Mariete y Juan Antonio Mañas que inspeccionen todas las de la provincia de Huesca. Tras recibir los correspondientes informes, la Hacienda opta por mantener el funcionamiento de las dos principales (Naval y Peralta) para abastecer a la provincia. Por el contrario, se abandona la explotación del resto, pero se mantendrán custodiadas para evitar tentaciones. La Ley de 5 de febrero de 1728 recuerda que está prohibido hacer sal fuera de las salinas destinadas por real orden a tal fin, «inclusive en las de la Corona de Aragón», bajo penas severas. Desde 1708 los antiguos dueños siguen produciendo la sal en Naval, pero la entregan al rey a cambio del precio que se determine. La incorporación de las salinas al Real Patrimonio no empieza con buen pie, ya que el administrador Juan Antonio Mostalac da mal la cuenta de la sal existente en los graneros de Naval (unas 100 000 fanegas), motivo por el que se le forma causa en la Superintendencia de Zaragoza y le sucede en el cargo Ignacio Alamán. En 1718 las salinas de Naval se devuelven a sus antiguos dueños, situación que continuará hasta 1733, cuando la Real Hacienda decide fabricar la sal por su cuenta (Real Orden de 9 de marzo de 1736) y se compromete a pagar a los condóminos una compensación basada en el beneficio líquido medio obtenido en los años precedentes. El cálculo de la indemnización fue motivo de diversos pleitos entre los propietarios y el Consejo de Castilla. Finalmente, el 31 de diciembre de 1738, José del Campillo y Cossío, superintendente general de Rentas Reales Generales

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Felipe V, el monarca que abolió los fueros de Aragón. Grabado de Georg Friedrich Schmidt a partir de un retrato de Louis-Michel van Loo. (Biblioteca Nacional de España)

y Salinas del Reino de Aragón, ordena que se pague a la villa de Naval la recompensa de los años 1736 a 1738, y posteriormente la de los años sucesivos. Más concretamente, la compensación económica a los dueños de las salinas de Naval se fijó en 36 426 reales de plata anuales. Este pago se mantuvo hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo xix, cuando se produjo el desestanco de la sal. La Hacienda Pública nunca se ha caracterizado por su rapidez en saldar las deudas, y mucho menos en aquellos tiempos. De hecho, las cuentas llegaban a tardar más de treinta años en liquidarse. Así, en 1762, y siendo señor de Naval el conde de Contamina, la Hacienda debía a la villa 561 163 reales de plata de a 16 cuartos, según el correspondiente libro de cuentas (Cajal, 1974):

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Resto, por sal entregada en los alfolíes reales, desde 1708 hasta 1733 Total recompensa atrasada de los años 1734 y 1735

96 394 reales 72 852 reales

Total recompensa atrasada de los años 1741 a 1746, inclusives

218 556 reales

Total recompensa atrasada de los años 1747 a 1756, inclusives

182 130 reales

Total

569 932 reales

Pago de la Real Hacienda al señor de Naval, por cuenta de la villa Crédito por atrasos, a favor de la villa de Naval, en el año 1762

8 769 reales 561 163 reales

El 15 de marzo de 1764 la deuda del rey había disminuido considerablemente (39 332 reales, 18 sueldos y 9 dineros), según el ya citado manuscrito Lucero de Salinas, de Francisco Lorenzo de Torres. Como ya se ha indicado, este navalés fue nombrado interventor real de las salinas de Naval en 1754, cuando el rey Fernando VI las arrendó al marqués de Villa Castel. Dicho manuscrito es una fuente importante de datos sobre la historia de las salinas hasta esa época y se ha conservado gracias al celo de los descendientes de Torres.

A vueltas con los censos y los censalistas Anteriormente ya hemos mencionado los censos, una fórmula que permitió la viabilidad económica de las salinas desde la época medieval hasta la modernidad. Ha llegado el momento de hablar de ellos con más detalle. Los censos, en derecho, fueron una institución parecida al actual préstamo hipotecario, salvo que el deudor conservaba plenos derechos sobre el inmueble gravado. Se generalizaron especialmente en regiones y tiempos en los que el capital efectivo era escaso. Aunque existían distintos tipos de censos —consignativos, reservativos y vitalicios—, los más utilizados fueron los de tipo consignativo redimible, que consistían en la adquisición de un capital bajo la garantía de una finca o un inmueble, sujetándola al gravamen de una pensión anual. El censuatario —aquel que solicitaba el préstamo— conservaba el pleno derecho sobre el bien inmueble y podía venderlo, enajenarlo, si el comprador aceptaba el censo y las obligaciones que se derivaban del mismo y el censualista —quien otorgaba el censo— daba la autorización. Las propiedades gravadas no podían ser divididas.

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El porcentaje que se pagaba sobre la tierra puesta en censo era bajo: en el siglo xvi era de poco más del 7%, en el xvii se redujo al 5% y a comienzos del xviii solo era del 3%, de acuerdo con las cifras ordenadas por las pragmáticas reales españolas. Generalmente los censos impuestos se mantenían durante un largo período de tiempo. En efecto, no había interés en redención del censo, ya que al quedar libre el capital había que buscar una nueva inversión, lo que no presentaba ningún beneficio y podía significar pérdidas, pues no existía la posibilidad de aumentar las ganancias con inversiones que dieran rentabilidad sin perder la estabilidad. Por otra parte, la economía rural frecuentemente tenía dificultades y no podía hacer las liquidaciones del caso. Aunque el dinero otorgado en censo era generalmente muy menor que el costo real de la propiedad, si el censualista dejaba de percibir los réditos podía exigir al censuatario el pago; si este era insolvente, el bien gravado pasaba a pertenecer al censualista. Fue de esta manera como muchas propiedades urbanas y rurales pasaron a manos eclesiásticas, pues la Iglesia católica y sus organizaciones (comunidades religiosas, parroquias, diócesis) recurrieron con frecuencia a los censos redimibles como formas de inversión de capital. La reglamentación de los censos seguía las recomendaciones del derecho canónico y, dados los bajos intereses, nunca se consideraron como usura, práctica prohibida por el catolicismo. Naval no fue una excepción y, así, en la lista de «acreedores zensualistas» de 1768 son mayoría los vinculados con la Iglesia: los canónigos de Barbastro, el vicario de Naval, mosén Tomás Cabrero, mosén Antonio Salas, la capellanía del Rosal, el beneficio del Rosal, la capellanía de Cosculluela, San Nicolás, mosén Mur, la cofradía del Sacramento, la Cofradía de San Sebastián, la cofradía de San Antón, mosén Loriente Franco, mosén Gerónimo Almalilla, la cofradía de San Pedro de Barbastro, la cofradía de la Asunción, la Sacristanía, mosén Luvias, Santa Bárbara, Santa Lucía, el priorato y mosén Pérez, entre otros. Dada la idiosincrasia de los censos, lo mejor tanto para censuatarios como para censualistas era que se estableciese una relación lo más duradera posible, y para ello recurrían a fórmulas variopintas. Por ejemplo, en la concordia que se estableció entre la villa y sus acreedores censalistas en el año 1721 se acordó, entre otras cosas, la cesión por parte de la villa de: a) las rentas y emolumentos que tenía la villa —como podía ser el pago que tenían que realizar los rebaños trashumantes

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a su paso por el municipio—; b) los derechos de carnicería, tienda, panadería y taberna; y c) el beneficio de la sal fabricada en sus salinas. Como para los censalistas podía ser un auténtico engorro la administración de los efectos cedidos, la villa los tomó en arriendo por los veinticuatro años de duración del convenio por 3500 libras jaquesas anuales, de las que 400 correspondían al apartado a, 100 al b y 3000 al c. Los encargados de velar por el correcto cumplimiento del convenio —«conservadores de la concordia»— eran el cabildo de la catedral de Barbastro, «el Reverendo Capítulo de Vicario y Racioneros» de la iglesia parroquial de Naval, Miguel de Torres —canónigo de Barbastro—, el regidor primero de la villa de Naval, Blas de Sesé —caballero noble del Reino de Aragón, domiciliado en Zaragoza— y Diego Loriente. Además, se nombró juez protector de los pactos a Jaime Ric Veyán. No eran infrecuentes los años en los que había déficit en el pago a los censalistas. Así, en 1768 el valor de los censos ascendía a 53 708 libras jaquesas y 12 sueldos, lo que al 3% suponía un pago anual de 1611 libras. Una vez hechas las cuentas, a la villa le faltaban 175 libras, 5 sueldos y 5 dineros para completar la citada suma. Nuevamente la villa se valió de sus propios recursos, que se contabilizaron de la siguiente manera: «por carnicerías, 30 libras; por tiendas, 70; por tabernas, 80; por hierbas, 80; por molino de alberniz [barniz de alfareros], 10; por mesones, 10; por huerto de molino y hacienda de la Sosa, 4; por censos del señor, 22; por ollerías, 11; y por leña para los hornos, 8». Tales recursos sumaban 325 libras. Tras restar lo que se necesitaba para censos —175 libras, 5 sueldos y 5 dineros—, quedaba un remanente de 149 libras, 14 sueldos y 11 dineros, que se destinaron a hacer frente a salarios y a la Administración de Justicia.

Un curioso documento del Archivo Municipal de Naval El Archivo Municipal de Naval conserva una parte muy pequeña de la rica colección documental que debió de poseer en otros tiempos. No obstante, alberga un interesante documento fechado en 1755 (signatura 128/19) por el que se vendían unas «heras salineras» a un integrante de la ilustre saga de los Franco. Se trata de una adveración hecha por Felipe Gassós, notario de la villa de Naval, sobre una

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aceptación y una venta realizadas en 1753. En palabras de Alonso et alii (2007), el contenido de esta venta ilustra las miserias de la vida en el Antiguo Régimen, ya que muestra la difícil situación de unos niños, menores de edad, por las deudas contraídas en vida por su difunto padre, que debió e fallecer de forma prematura y sin poner en orden su hacienda. Ante la avalancha de deudas contraídas, los tutores de los niños, entre los que se encuentran su madre y algunos de los acreedores de su padre, se ven obligados a tomar ciertas decisiones. Estas eran las deudas: que los bienes de dichos menores tienen contra sí diversos censos y otras deudas contraídas por el difunto […] que son las siguientes. Primeramente, al hospital de esta villa se deben 20 L. jaq. de mayor cantidad que (el difunto) dejó en su último testamento. Al capítulo eclesiástico de esta villa un censo de 52 L. de propiedad y otro de 70 L. de capital, de cuyas pensiones se están debiendo… 10 L. jaq. A D. Joseph Chessa un censo de 100 L. jaq. de capital y otro de 60 L. y 10 s. de de capital de cuyas pensiones se están debiendo… 48 L. jaq. A la hermandad del Ángel custodio de esta villa un censal de 25 L. de capital… de cuyas pensiones se están debiendo… 8 L. jaq. A Martín Carruesco, vecino de esta villa, un censal de 25 L. jaq. de capital de cuyas pensiones se están debiendo… 19 L. 15 s. jaq. A Martín Carruesco, vecino de esta villa, 8 L. jaq. por un vale… a más 11 L. 2 s. jaq. a cuenta particular. A Bernardo Mostolac, mercader, vecino de la villa, por recados tomados… de su botiga 21 L. 14 s. 12 d. jaq. A Pedro Lines y Naya, mercader, vecino de la villa, por lo mismo 4 L. 2 s. 6 d jaq. A Gerónimo Abizanda, vecino de la villa, 74 L. 10 s. jaq. A Francisco Franco, vecino de la villa, 10 L. jaq. A Joseph Artal, vecino de la ciudad de Barbastro, 8 L. 15 s. 4 d. jaq. A Pedro Pena, hermano de dicho Joseph Pena, residente en la ciudad de Huesca, 40 L. jaq. restas de su dote. A dicho Joaquín Abadía, presbítero, por su funeral, 6 L. jaq. A Francisco Cortés, maestro de niños de la villa, 1 L. 16 s. jaq. Al ayuntamiento de la villa… por contribuciones 5 L. 3 s. jaq. A Alejandro Abizanda Bartola, vecino de dicha villa, 1 L. 14 s. 8 d. jaq. A Esteban Pena, hermano de dicho Joseph Pena, restas de su dote, 24 L. jaq.

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Como señalan Alonso et alii (2007), se deben pensiones censales y vales (facturas) a los mercaderes locales, probablemente por alimentos y aperos, e incluso partes de capitulaciones matrimoniales que se han de pagar a los hermanos del difunto, de cuyos matrimonios debió de hacerse cargo por ser el cabeza de familia. Incluso encontramos una piadosa donación realizada por el finado al hospital de la villa y, cómo no, los gastos de su entierro. Pero nuestra sorpresa, y la raíz de las dificultades de los tutores, radica en que estos bienes «se hallan ejecutados», es decir, inmovilizados al estar sometidos a un proceso judicial de reclamación de cantidades. Este proceso no ha sido incoado por la malvada codicia de censalistas o mercaderes, sino porque «dicho Esteban Pena, hermano de dicho Joseph Pena, por restas que quedaban de su dote […] a puesto demanda contra los bienes de dichos menores». Parece que el amante tío de los muchachos quería poner fin a sus apuros económicos apremiando a los de su sangre. Tanto es así que los tutores se ven en la obligación de vender parte de esos bienes para hacerse cargo de los gastos del juicio y de paso librarse de las deudas contraídas. Piden para ello su aceptación al juez ordinario de la villa, quien debe darla por estar los bienes ejecutados, y que no es otro que el alcalde de Naval, Martín Carruesco, otro de los acreedores, quien da su permiso para vender por precio de 600 L. que aparece en los autos […] deviendo dicha cantidad emplearse en la satisfacción de los créditos que se deben […] reservando 30 L. para los alimentos y manutención de los menores. Así las cosas se procede a la venta de la mitad de las heras salineras propias de dichos pupilos […] a favor de Joseph Franco […] por 630 L. jaq. con pacto de lo que se perciba por dicha salina en este año ha de ser en la quarta parte de dicho comprador y en los demás años siguientes la mitad, y restante de los menores.

Es interesante constatar que los niños de casa Pena no eran de una familia menesterosa, pues tenían al menos 1400 libras jaquesas en eras salineras, que constituían la mayor parte o un importante complemento de su economía, una situación que compartirían con muchas familias de la villa. También son interesantes los pactos de usufructo que los preocupados tutores imponen al contrato de venta.

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La sal, un producto cargado de impuestos Hasta el siglo xviii la administración de la renta de la sal en España se realizó mediante diversos sistemas, sin obedecer nunca a un plan fijo. En 1749 la Hacienda realiza el primer intento serio de centralización de la gestión de las distintas salinas. Para ese año «habían desaparecido los principales obstáculos que dificultaban la organización definitiva y estable de dicha renta» (Pastor, 1880: 48). La incorporación de las salinas aragonesas al Real Patrimonio despejó el camino a la unificación de criterios. En palabras de Pastor, en la referida época habíanse en efecto incorporado a la Corona todas las salinas del Reino de Aragón, dando a sus poseedores las correspondientes recompensas, como se había venido haciendo con las demás desde Felipe II, de donde tomaron origen la mayor parte de los juros impuestos sobre las rentas de la sal. Mas a pesar de que desde este momento queda completamente centralizada la administración de la misma, no se dictaron en todo el resto del siglo

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instrucciones generales que la regulasen. (Ibidem, p. 49)

Realmente las circunstancias tan especiales de esta renta hacían muy difícil la unidad, ya que cada salina tenía peculiaridades propias (dimensión, sistema de explotación, sistema de transporte, tipo de clientes, calidad de la sal, etcétera). La aplicación de las disposiciones del estanco no solo no solucionó los problemas de la industria salinera, sino que perjudicó a productores y consumidores de una forma bastante más acusada que el impuesto de 1686 citado anteriormente. Los precios de venta por fanega no dejaron de subir durante prácticamente todo el tiempo en el que estuvieron en vigor, situación que condujo a una enorme carestía del producto. La razón fue la constante adición de sobreprecios. Entre 1725 y 1748 se decretó un sobreprecio de 13 reales (siempre por fanega) ante los cuantiosos gastos que ocasionaban los nuevos conflictos bélicos. El sobreprecio se redujo a la mitad el 16 de diciembre de 1748 y se extinguió el 1 de enero de 1750, una vez firmada la paz (Real Decreto de 2 de diciembre de 1749). Pero esto solo fue un espejismo, una pequeña calma antes de la tempestad. En 1761 (Real Decreto de 10 de junio) se añadieron 2 reales para financiar la construcción del canal de Castilla y de «buenos caminos» en Cataluña, Galicia y Valencia. Aunque se trataba

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de un recargo era «temporal», todavía estaba vigente en 1795 (Pastor, 1880). Desde el 1 de enero de 1767 se suma un sobreprecio perpetuo de 2 reales para el sostenimiento de las milicias provinciales (Real Decreto de 18 de noviembre de 1766). Desde el 1 de enero de 1780, 4 reales más para los gastos de la guerra con Gran Bretaña (Real Decreto de 17 de noviembre de 1779). La guerra con Francia hace que se añadan otros 4 en 1794 y 24 más en 1795. Durante todo este tiempo la sal fue considerada «manantial de abundantes y poco costosos recursos para el empobrecido erario de nuestra nación». Ningún lugar, por alto o mal comunicado que estuviese, quedaba a salvo del impuesto de la sal. En el recibo expedido por José García Fager, tesorero de la Renta de Salinas del Reino Aragón, por el importe

Recibo de acopio de sal datado en Escartín en 1786. (Cortesía de José M.ª Satué Sanromán)

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(200 reales) del acopio de Escartín correspondiente al primer tercio de 1786 se desglosa perfectamente el precio principal (160 reales), el sobreprecio para las presentaciones urgentes (26,22 reales) y el impuesto de milicias (13,12 reales). La suma de las cifras muestra el redondeo para casa practicado por Hacienda. El mismísimo Ignacio Jordán de Asso, en su célebre Historia de la economía política de Aragón (1798), afirma que «en el día el estanco de la sal es una de las mejores rentas de S. M.»; de hecho, las salinas rentaron 2 millones de reales de vellón solo en el año 1787. En la subida de 1794, el Real Decreto justifica el sobreprecio porque «la renta de la sal lo admite por su naturaleza, por el precio moderado a que se venden con relación a los demás géneros estancados, por el que tenía en otras potencias europeas y por la igualdad y justa proporción con que recae este impuesto sobre todos los vasallos». Más de dos siglos después se oirían argumentos similares en torno a la gasolina. En un alarde de generosidad, el sobreprecio pasa de 24 a 14 reales el 23 de enero de 1796, una vez finalizada la guerra con Francia. El Real Decreto que comunica esta reducción dice que la medida está «llamada a obtener más inmediato alivio, por constituir [la imposición sobre la sal] una de las que gravando generalmente a todos, son más onerosas para los pobres». Como vemos, cuando cesaba la situación que motivaba el impuesto, este no se eliminaba, sino que se reducía modestamente. Nuevamente surgen los paralelismos entre la sal del pasado y la gasolina del presente. Estamos acostumbrados a que la subida del barril de petróleo signifique un aumento inmediato en el coste de la gasolina, mientras que la bajada del precio del barril conlleva, en el mejor de los casos, una disminución del precio de la gasolina inferior al aumento inicial. Para hacernos una idea del encarecimiento que supuso esta espiral de impuestos, baste decir que en 1724 el precio unificado de la fanega de sal era de 22 reales en las salinas de Aragón, Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía, Extremadura y «Castilla de puertos acá», de 17 en las de Castilla la Vieja y de 11 en las de Galicia y Asturias (Real Decreto de 16 de febrero de 1824, que contiene el historial de lo que había sido hasta ese momento la renta de sal para la monarquía). Es decir, el coste de la sal era bastante inferior al valor de los impuestos que la gravaban (nuevamente, como sucede con la gasolina actual). Globalmente, la escalada de sobreprecios tuvo consecuencias nefastas para el desarrollo de la industria salinera, ya que con tales precios se estimulaba el fraude y el contrabando, además de que

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significaban un freno para la exportación. La situación era particularmente dura en villas como Naval, en las que la explotación y el transporte de la sal constituían uno de los pilares básicos de la economía. Por otra parte, existían otros sectores muy afectados por su dependencia de la sal, entre los que destacaban la pesca y la ganadería. La espiral de impuestos en torno a la sal continuó durante el siglo xix, tal y como veremos más adelante.

Naval a finales del siglo xviii El 5 de marzo de 1779 el municipio acuerda canalizar el agua de la fuente de la Canal desde su nacimiento hasta el barranco de Suelves, donde se construye un pilón y un abrevadero. La canalización no llegará al pueblo hasta pasados ciento cuarenta años. Fuster (1987) reproduce parcialmente un parte anual enviado por el rector Francisco Carrera al Obispado de Barbastro en el año 1791 en el que se resalta el trabajo duro y poco remunerado de las mujeres en las salinas: Hay doscientos treinta fuegos, veinte viudas y mil doscientas almas de ambos sexos. Hay fábricas de sal pertenecientes a la Real Hacienda, de cuya orden se han las labores de la sal en el que se emplean en tiempo de primavera y verano una grande número de gente, casi todas mujeres y estas las más infelices por ser corto el estipendio y no su trabajo y esto con el fin de recoger para pagar el alquiler de sus habitaciones. Hay también doce o catorce fábricas de alfarería.

La primera mitad del siglo xix Siglo nuevo, impuestos nuevos Al inicio del siglo xix la producción de sal en las salinas aragonesas autorizadas seguía a buen ritmo, de tal modo que en 1814 la producción (en fanegas) era la siguiente: Arcos, 9252; Armillas, 3521; Baltablado, 3600; Castellar, 12 228; Naval, 21463; Ojos Negros, 3173; Peralta, 16 318; Remolinos, 25 587; y Sástago, 6910. En ese mismo año, el número de empleados ascendía a cuarenta, los sueldos y otros gastos suponían 248 123 reales y el coste de una fanega era de 2,15 reales. Es decir, seguía siendo un artículo atractivo para continuar imponiéndole nuevos impuestos.

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La guerra de la Independencia, recientemente acabada, hace que los regimientos de milicias provinciales tengan necesidad de mayores recursos, por lo que se vuelve a imponer el arbitrio de la contribución de 2 reales de vellón en cada fanega de sal (Real Orden de 18 de mayo de 1815). Debía de haber prisa, porque la Real Orden conminaba a cobrar el impuesto a partir del 1 de junio y a ponerlo inmediatamente a disposición del inspector general de milicias. Pero las necesidades de la población también eran grandes, de tal modo que la recaudación del arbitrio tuvo poco éxito y por circular de Hacienda del 11 de noviembre de 1815 se reconocía que no se había ingresado cantidad alguna de diversas salinas, entre las que se incluían todas las de Aragón. Tuvo que pasar poco más de un año para que el Gobierno, en otra vuelta de tuerca, aumentara el arbitrio a 3 reales de vellón (Real Orden de 9 de diciembre de 1816). El real aumentado quedaba a disposición del Consejo Supremo de Guerra, destinado especialmente a «auxiliar el pago de los haberes de los ministros y dependientes» (¿llegaría algo a los dependientes?). Como Hacienda eran todos, la Dirección de Rentas emitió una circular (31 de diciembre de 1816) con su particular mensaje de fin de año: se recuerda «a los administradores de las provincias la orden de acopio de sal a todos los pueblos del reino para aumentar la Renta y evitar el fraude, viéndose los padrones del vecindario, ganados y tratos para que con respecto a ellos se arregle el cupo que a cada uno le corresponda». El verano también traía alegrías a los consumidores: por ejemplo, la Real Orden de 8 de agosto de 1817 ordenaba hacer efectivo el pago del impuesto de 2 reales por fanega de sal destinado a la conservación y la construcción de carreteras del Reino. Ya se podría haber dedicado, aunque fuera una pequeña parte de ese impuesto, a la creación de una modesta red de carreteras en el Alto Aragón. A pesar de los recordatorios, las cuentas seguían sin salir conforme a los cálculos gubernamentales y, así, mediante la Real Orden 8 de abril de 1818 se amenazaba «a los administradores de provincias con la pérdida de empleo y sueldo si en todo lo que resta de año no finalizan completamente cuanto se refiere a los acopios de sal». En este mismo sentido, pocos meses después se encarga a los administradores de las salinas «la remisión de un estado sobre el producto que en lo que va de año ha tenido el impuesto de un real en cada fanega que se consuma para sueldos y gastos del Consejo Supremo de Guerra» (circular de la Dirección de Rentas, junio de

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1818) y se les advierte seriamente para que «eviten los errores que se cometen en los estados mensuales» (circular de la Dirección de Rentas, 26 de enero de 1819). Por otra parte, a los administradores y contadores de Rentas se les encarga «la formación y remisión de certificados al inspector de Milicias de las fanegas de sal que se hubiesen distribuido durante el año 1818» (circular de la Dirección de Rentas, 24 de noviembre de 1818). En 1820 las Cortes empiezan a plantearse la posibilidad de desestancar la sal, y a tal efecto se declara la libertad de su tráfico y comercio a partir del 1 de marzo de 1821 (Real Decreto de 9 de noviembre de 1820). Se debía vender a pie de fábrica a 20 reales la fanega para el consumo de los pueblos, mientras que seguía vigente la prohibición de introducir sal extranjera. Sin embargo, este intento de desestanco no era sinónimo de libertad en la industria salinera, ya que, si bien desaparecen gran parte de las trabas a su comercio, la fabricación continuaba sometida a la «opresora influencia del Estado» (Pastor, 1880: 27). En otras palabras, las salinas particulares tenían que continuar vendiendo la sal que fabricasen al Gobierno, a los precios que este estableciese. Por si fuera poco, el Gobierno cuidaría de que en los puntos más convenientes hubiera acopios para provisión de particulares (al precio asignado por él) cuando prefiriesen estos depósitos públicos a los privados. En los meses siguientes desaparecieron las obligaciones de hacer acopios para los pueblos (Real Orden de 13 de noviembre de 1820), los gravámenes especiales (Real Orden de 1 de marzo de 1821) y las limitaciones al tráfico en el interior del Reino (Real Orden de 14 de agosto de 1821); además, se elaboró una nueva reglamentación sobre la circulación de la sal (Real Orden de 29 de junio de 1821). Pero salió mal. El Gobierno, tras hacer sus cuentas, apreció un notable descenso en los ingresos obtenidos por la renta de la sal, así que en menos de dos años volvió a decretar el estanco de la sal (Real Decreto de 29 de junio de 1822). El Gobierno restableció las leyes, los reglamentos y los impuestos anteriores al Real Decreto de 9 de noviembre de 1820. Pero no se paró aquí, sino que su afán recaudatorio se multiplicó en pos de lo que había dejado de ingresar en los meses precedentes, sin reparar en el coste que tal medida pudiera tener para los pueblos y sus habitantes. De esta manera, y mediante la Real Orden de 18 de marzo de 1824, obliga a que «a todos los pueblos que no hubiesen recibido la sal que les corresponde se les reparta la parte que debieron consumir desde el restablecimiento

86

Historia de las salinas de Naval


del Gobierno legítimo [en 1812] hasta el fin de Diciembre último». No había que dejar ningún cabo suelto, de tal manera que en los siguientes años se regula desde lo que debe hacerse para la provisión de la sal de los pueblos cuando esta falte en las salinas designadas (Real Orden de 22 de julio de 1826) hasta cómo se han de dar las limosnas de sal a las comunidades religiosas y otros establecimientos (Real Orden de 16 de enero de 1831), pasando por la obligación de que «las tropas en guarnición se provean de sal al contado en los alfolíes de la Real Hacienda» (Real Orden de 10 de enero de 1830), la de que todos los eclesiásticos y militares paguen la sal que les repartan los ayuntamientos (Real Orden de 26 de enero de 1830) o el modo de expender la sal a los ganaderos trashumantes (Real Orden de 8 de marzo de 1830), por poner algunos ejemplos. Si la recaudación de los impuestos que gravaban la sal era un asunto que corría prisa al Gobierno de turno, el pago de las recompensas acordadas con los antiguos propietarios se seguía demorando indefinidamente. Así, transcurrido casi un cuarto del xix, los propietarios de las salinas de Huesca llevaban sin cobrar desde el siglo anterior. La Real Orden de 27 de noviembre de 1823 debió de parecerles casi milagrosa, ya que mandaba el pago de las recompensas a los propietarios de las salinas de los pueblos de Naval, Peralta de la Sal, Palo, Clamosa, Secastilla, Estadilla y El Grado. El precio de la sal en 1824 era de 24 reales por fanega, lo que no incluía gastos de conducción pero sí de entroje e impuesto para milicias (Real Orden de 23 de junio de 1824). A partir del 1 de enero de 1835 quedan abolidos los acopios de sal a los pueblos (Real Decreto de 3 de agosto de 1834). Además, el precio de la sal queda unificado para todos los pueblos, independientemente de su distancia, en 52 reales de vellón por fanega, franco de portes hasta la expendeduría. A partir de ese momento, «tanto en las fábricas como en los alfolíes y toldos, se venderá la sal por peso, en vez de medida en uso, siendo el peso el mismo en todas partes y haciéndose a la vista del público». La venta por peso era un cambio razonable, ya que la exactitud de la apreciación por medida no podía equipararse a la que se hacía por peso, pues sabido es que el volumen de una fanega de sal en tiempo seco es muy diferente del que tiene en tiempo húmedo y, si es verdad que tampoco es el mismo peso en ambos casos, la diferencia es mucho menor tratándose del peso que de la medida. (Pastor, 1880: 79)

87


La nueva normativa debió de plantear dudas y pleitos en torno a las compensaciones económicas que recibían los antiguos propietarios de las salinas; afortunadamente, la Real Orden de 25 de septiembre de 1834 reiteraba que debían continuar satisfaciéndose las respectivas recompensas a los propietarios e interesados de las salinas del reino de Aragón por considerar que eran «justas compensaciones del respetable derecho de propiedad». Lo que quedaba claro era que la sal seguía siendo la reina de los impuestos, y, por si a alguien le quedaban dudas, la Real Orden de 28 de noviembre de 1836 determinaba «el modo de seguir recaudando el arbitrio de la sal, para caminos y equipo de Milicias».

Los libros de la intervención de Naval El Archivo Municipal de Naval conserva dos libros de administración de las salinas correspondientes al año 1827; lamentablemente, se trata solo de una pequeña muestra de lo que debió de ser una completa colección de libros de cuentas y administración de unas explotaciones de las que dependía gran parte de la vida económica de la villa y que eran sometidas a un control más o menos férreo por parte de la Hacienda Pública. El primer libro se titula Año 1827. Intervención de Naval: libro para acopios de sal (signatura 117/6) y se compone de 104 hojas, de las que faltan de la 85 a la 103. La diligencia de apertura (firmada en Zaragoza el 31 de diciembre de 1826 por José Sánchez de Toledo) explica claramente las funciones que tenían los libros de cuentas: Ha de servir para que el Interventor de Naval lleve los asientos del cargo y data de Sal por todas razones, con la clasificación correspondiente de las fanegas que quedaron existentes en fin del año 1826; de las que se fabricaren y recibieren en 1827, demostrando en fojas separadas las regalías de Sal de los Empleados; y con citación de órdenes las limosnas, situados y remesas a Alfolíes, si las hubiere. Por el orden que se están en el libramiento, que se remitirá de la Administración de Provincia, se pondrán los pueblos con la cantidad señalada dejando a cada uno el blanco necesario para sentar las partidas que a cuenta vayan sacando, graduando el papel preciso, a fin de que consten los acopios como una clase sin interrupción, y en fin de año se acreditará los que hayan recibido toda su Sal, y los restos por sacar, que quedan a beneficio de la Real Hacienda conforme a Instrucción; cerrando cada pueblo con la fecha de 31 de Diciembre

88

Historia de las salinas de Naval


Portada del libro de acopios de sal de Naval correspondiente al año 1827.

y firma: en todo se han de observar las clases, con distinción y claridad, uniformando con los documentos, que encarpetados por su orden de fechas y cantidades, han de acompañar a la cuenta de Sales de fin de año, para que sus totales sumas convengan con las del libro, y con el resumen que al fin del mismo ha de estenderse, de los cargos, datas y existencias que resulte.

El libro está dividido en partidos (Zaragoza, Barbastro, Benabarre, Cinco Villas, Huesca y Jaca) y contiene una relación pormenorizada de los acopios realizados hasta por la más pequeña población localizada en el perímetro que debía ser aprovisionado por las salinas de Naval. El análisis de los acopios podría ser una buena medida para comparar la importancia socioeconómica —y particularmente ganadera— de las diversas localidades en esos años. A modo de ejemplo, los acopios

89


realizados por los pueblos de Serrablo y por las principales ciudades y villas de la provincia de Huesca se relacionan en la tabla 1.

Localidad

Acopio

Serrablo Abenilla y Atós

20

Acumuer

52

Aineto

22

Ainielle

15

Allué

12

Aquilué y Caldearenas

31

Arguisal

12

Arruaba

4

Artaso

31

Arto

13

Aso de Sobremonte

32

Asqués

7

Asún

12

Aurín

8

Bara y Miz

24

Baranguá

32

Baranguá y Mesón del Puente de Fanlo

7

Barbenuta

20

Basarán

22

Belarra

9

Berbusa

14

Bergua

23

Bescós de Sarrablo

90

6

Historia de las salinas de Naval


Localidad Betés de Sobremonte

Acopio 17

Biescas

123

Borrés

19

Cañardo, pardina

3

Cartirana

15

Casbas

11

Castillo de Guarga

12

Ceresola

14

Cillas

14

Cortillas

40

Escartín

22

Escuer

32

Escusaguas

3

Espierre

18

Espín

11

Estallo

14

Fablo

14

Fenillosa

5

Gavín

45

Gésera

16

Gillué

24

Grasa

9

Ibirque

10

Ibort y Mesón del Señor

15

Ipiés y Mesón [Hostal] de Ipiés

11

Isín

11

Isún de Basa

22

91


Localidad Jabarrella

Acopio 4

Javierre del Obispo

21

Javierrelatre

69

Laguarta

21

Lanave

5

Lárrede

15

Larrés

30

Lasaosa

11

Lasieso

11

Latas

7

Latrás

15

Latre

26

Layes y Lerés

13

Matidero y Honor de Matidero

36

Oliván

23

Ordovés y Alavés

7

Orna

19

Orós Alto y Orós Bajo

16

Orús y Fanlillo

21

Osán

22

Otal

28

Pardina de Villotas Pardinilla Rapún Sabiñánigo y El Puente San Esteban San Julián

92

4 27 5 38 6 21

Historia de las salinas de Naval


Localidad San Román

Acopio 13

Sandiás

9

Sardas

20

Sasa

14

Sasal

18

Secorún

28

Senegüé y Sorripas

36

Serué

18

Sieso

13

Sobas

18

Solanilla

14

Susín

11

Villacampa

7

Yebra

50

Yésero

45

Yosa de Sobremonte

19

Otras localidades Aínsa

57

Almudévar

355

Alquézar

149

Bielsa

309

Boltaña

160

Broto

56

Fanlo

86

Fiscal

27

Gistaín

142

Hecho

159

93


Localidad

Acopio

Huesca

1 190

Jaca

285

Naval

163

Sallent de Gállego

119

Torla

140

Tramacastilla

75

Tabla 1. Acopios de sal (en fanegas) en las localidades de Serrablo y otras de la provincia de Huesca en 1827.

El segundo libro contiene 54 hojas, se titula Año 1827. Intervención de Naval: libro para caudales (signatura 128/22) y es complementario del anterior. Si en el primero se contabilizaban los movimientos de sal, en este se hacía lo propio con el dinero. En este sentido, servía para que el Interventor de Naval lleve los asientos diarios de cargo y data de caudales por todas razones, con la clasificación correspondiente, demostrando en fojas separadas, primeramente lo que se recibe de la Tesorería de Rentas por vía de socorro para sueldos y gastos de esta Salina, y después el valor de la sal vendida mensualmente, con referencia al pormenor del número de fanegas que resulta en el libro de sales, en esta forma: el impuesto de dos reales para caminos generales; el de otros dos con destino a los Cuerpos de milicias provinciales del Reino; el de un real para sueldos de los Ministros y subalternos del Supremo Consejo, y Cámara de Guerra, aplicado últimamente por la Dirección general de Rentas para el auxilio de la fábrica de Salinas; y últimamente lo que corresponde al precio principal e impuestos unidos para la Real Hacienda. Igualmente se harán los asientos de data cada día que ocurran en las fojas señaladas prudentemente, con destino a las clases siguientes: para los sueldos de los empleados de dicha Salina por reglamento; para los gastos ordinarios de administración, inclusos en ellos los sueldos temporeros que puedan ofrecerse; para los extraordinarios de obras y compras de efectos necesarios, con citación de las órdenes de su aprobación; para los gastos puramente de fabricación hasta recoger la sal de las heras; para las conducciones desde la fábrica a los graneros de repuesto; y finalmente para sentar lo que se ponga dentro del año a cuenta del precio principal, o con separación de los impuestos, expresando las distintas cartas de pago; cuyas seis clases se han de

94

Historia de las salinas de Naval


Portada del libro de caudales de Naval correspondiente al año 1827.

observar sin alterarlas, y los documentos que pertenezcan a cada una, han de acompañarse con la cuenta de caudales acabado el año en sus respectivas carpetas, individualizándolos en ellas por el orden de sus fechas; de manera que sus totales sumas convengan con las del libro, y con el resumen que en las últimas fojas del mismo ha de estender de los cargos, datas y existencia de dinero que aparezca; y con esta resulta ha de darse cuenta, sin demostrar su igualamiento con cartas de pago sin fecha por despachar, pues deberá ejecutarse en el año siguiente, y la Contaduría de Provincia pondrá las notas convenientes cuando se verifique la igualación en la Tesorería de la Provincia.

El libro de caudales se inicia con la renta disponible a 31 de diciembre del año anterior (5058 reales y 31 maravedíes). A continuación figura la relación «de lo que el Administrador fuere pagando mensualmente a cada uno de los Dependientes

95


Elaboración de la sal Salinar

Era

Elaborantes

Cahíces y medias fanegas

Marta

Tomás Campo

74 y 8

Lacambra

Gerónimo Grimal

29 y –

Ranero

Rolda Mostolac y Planos

José Salanoba

Tuella

Joaquín Ubiergo

Torres y Almalilla

Gregorio Ferrer

4 de Torres

José Fumanal

Del rey (la única que se explota)

Miguel Garcés

105 y 15 38 y 4

Iruelas 176 y 12 34 y –

Nuevo 268 y 7

Conducción de sal al alfolí de la villa (pago proporcional a la distancia, aunque la Real Hacienda abona un fijo de 150 maravedíes por cahíz) Salinar

Era

Elaborantes

Cahíces y medias fanegas

Marta

Sebastián Mediano

74 y 8

Lacambra

Félix Zazurca

29 y –

Ranero

Rolda Mostolac y Planos

Mariano Almazor

Tuella

Juan Mompesar

Torres y Almalilla

Mariano Almazor

4 de Torres

José Pardina

105 y 15 38 y 4

Iruelas 176 y 12 34 y –

Tabla 2. Sal elaborada en 1827 en las salinas de Naval y coste de la producción (valores máximos y mínimos en cada salinar). (Fuente: Libro

96

Historia de las salinas de Naval


Precio del calar

Les corresponde Reales

Maravedíes

Dieciseisavos

5 reales

372

17

5 reales

145

5 reales

529

23

6

5 reales

191

8

8

4 reales y 26 maravedíes

842

5

8

4 reales y 26 maravedíes

162

4 reales y 26 maravedíes

1 279

14

Les corresponde Reales

Maravedíes

481

8

172

2

397

22

146

14

580

6

157

6

o de caudales de la administración de la salina durante el año 1827)

97


Salinar

Componen Cahíces

Medias fanegas

Fanegas

Elaboración Celemines

Reales

Maravedíes

Dieciseisavos

Ranero

430

6

3 443

2 151

29

12

Rolda

892

2

7 137

4 460

21

4

Iruelas

895

15

7 167

6

4 843

19

4

Nuevo

268

7

2 147

6

1 279

2 486

14

19 895

Total

12 735

14 3

2

Tabla 3. Resumen de la producción y los costes en los salinares de Naval en 1827.

Alcance

El que resultó contra la renta en fin del año anterior El del administrador El del interventor

Sueldo

El del guarda mayor El del alarife El del medidor

Gastos ordinarios

Escritorio y correo Limpieza y preparación de salinares Elaboración de sales Acarreo

Gastos extraordinarios

Medición Entroje Compra de utensilios Ministros temporeros

Por el 1% de comisión y conducción de los caudales que en e

Tabla 4. Data resumen de los gastos totales de las salinas de Naval en 1827.

98

Historia de las salinas de Naval


Acarreo

Medición

Reales

Maravedíes

Reales

Total Maravedíes

Reales

Maravedíes

Dieciseisavos

2 618

18

202

18

4 972

31

12

3 536

30

419

28

8 417

11

4

3 951

18

421

21

9 216

24

4

864

19

126

11

2 269

30

14

10 971

17

1 170

10

24 876

30

2

Reales

5 050

Maravedíes

31

5 000 4 141

6

2 190 1 825 1 277

17

254

14

366 12 735

3

10 971

17

1 170

10

880 445

16

6 620

el año de esta cuenta se han librado a esta dependencia

489

7

Suma la data

53 424

19

Suma el cargo

49 086

19

Se alcanza a la renta en la fecha

4 338

99


fijos de esta Salina según el Sueldo que por su empleo cada uno goza», a saber: administrador (José Castillazuelo), 5000 reales anuales (416,22 reales mensuales); interventor (Juan Manuel Torres), 4143 reales y 6 maravedíes anuales (345,3 reales mensuales); guarda mayor (Pascual Abizanda), 6 reales diarios (entre 168 y 186 reales mensuales); ministro alarife (Bernardo Pena), 5 reales diarios (entre 140 y 155 reales mensuales); guarda medidor (José Buerba), 3 reales y 17 maravedíes diarios (entre 98,17 y 108,17 reales mensuales). Seguidamente se relacionan los gastos de los saques de agua muera para el entroje (a 20 reales por saque), los jornales de peonías «por trabajos en reparos menores» (entre 5 y 170 reales según el trabajo: conducir oficios a otros pueblos, retejar graneros, limpiar acequias, etcétera), los gastos de escritorio (48 reales la resma de papel) y de correspondencia oficial (entre 15 y 20 reales mensuales), el pago «a los Ministros temporeros durante la elaboración del corriente año con arreglo a los días que cada uno tiene de servicio, a razón de 4 reales diarios», los gastos «por compra de utensilios y su recomposición» (soguetas de espartos a 6 maravedíes la unidad; «baciones» a 3 reales la unidad, etcétera) y los gastos «por agencias de extraer y librar a esta Dependencia los caudales asignados para la misma al 1 por 100» (por ejemplo, en el mes de junio hubo un movimiento de 15 211 reales y 7 maravedíes cuyo porte costó 152 reales). Finalmente, se relacionan los cahíces y las medias fanegas de sal producidos en los distintos salinares explotados (Ranero, Rolda, Iruelas y Salinar Nuevo), era por era y elaborador por elaborador (tabla 2), y el gasto que supusieron para la administración de las salinas la producción, el acarreo y la medida de la sal (tabla 3). El resumen de los gastos totales de las salinas de Naval en 1827 se muestra en la tabla 4.

Las salinas en el Diccionario de Madoz La importancia de las salinas de Naval tampoco pasó desaperciba para Pascual Madoz, a juzgar por la pormenorizada descripción que hace de ellas en su célebre Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar: Salinas. Las salinas de Naval son indisputablemente de las mejores que se conocen en España, pues a la abundancia de sus fuentes, que bien aprovechadas bastarían a surtir la mitad del

100

Historia de las salinas de Naval


reino, se reúne la escelente calidad de la sal y la hace superior a cuantas el terr. español encierra, pues su estremada fortaleza, compite con el esquisito gusto y brillante presencia. Tres son los puntos en que se hallan establecidas las fábricas de sal, a saber: La Roda, Ranero e Iruelas; las dos primeras al S y 1/4 de leg. de la v., dist. entre sí un tiro de fusil; y la otra al N e igual dist.: en estos sitios aparecen las cinco mencionadas fuentes salinosas muy abundantes, cuyo caudal conducido desde su nacimiento por canales de madera, ya subterráneas, ya superficiales, según la nivelación del terreno, va a depositarse en pozos o balsas provisionales, y cuando a entrada de verano da principio la elavoración, se estienden las aguas en unas planicies divididas en plazas y estas en horas, es decir en paralelogramo de 4 varas de long, por 3 de lat., trazados con tablas puestas de canto, que forman borde o dique para contener el elemento: estas plazas son iguales generalmente y están encomendadas a varios vec. para la fabricación de la sal, que consiste en cuidar de que constantemente haya una cuarta de agua en ellas, y remover con palas la sal, que con la fuerza del sol se coagula, y después la recolectan y conducen a los almacenes provisionales contiguos a las heras, contándose aquellos, tantos, cuantas son estas; tienen un especial cuidado sus fabricantes cuando amenaza alguna tempestad o temporal de lluvia, de recoger la sal, pues que por poco que llueva se deshace y a veces quedan inutilizados los trabajos de 15 o más días. Concluida la temporada que acostumbra prolongarse desde mayo hasta setiembre, se conduce la sal al almacén general que existe en la v., sin que se permita ya la entrada en dichas fábricas, hasta el año y temporada siguientes. Para la administración y custodia, tiene el Gobierno de la nación un administrador con 8000 rs., un interventor con 5000, un guarda mayor, un medidor continuo, 4 guardas fijos, y en la temporada de fabricación se aumentan estos últimos hasta 20 o 24 además del destacamento de tropa que generalmente hay. Nuevamente se ha creado un resguardo especial de la sal, compuesto de 40 infantes y 7 caballos, a las órdenes de un titulado comandante con el sueldo de 10 300 rs. que residen en Naval, como punto céntrico a los salobreros de la provincia. Esta fuerza aunque escesivamente gravosa, aumenta de un modo considerable los consumos, en términos de que en estos últimos años, no ha sido posible surtir la prov. con las dos fáb. de Naval y Peralta; a pesar de esto, pudiera la nación ahorrarse el gasto de los caballos, los cuales son inútiles completamente, en un país tan quebrado y desigual. Los hab. de esta v. tienen un buen recurso en estas fáb., porque además de poder cooperar a la elavoración las mugeres y muchachos, por quienes generalmente son servidas, reportan los beneficios de la conducción y medición, pagándose incontinenti a prorata de lo que cada uno ha elavorado, como igualmente la conducción que también es de cuenta del erario, satisfaciendo 5, 5 1/2 y 6 rs. por cada cahíz de 8 fan. por trasporte, según la mayor o menor dist. desde su procedencia.

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Tanta es la sal que puede fabricarse en estas salinas, que durante el tiempo en que se distribuía por acopios, daban el abasto a todos los pueblos de Aragón situados a la izquierda del Ebro, hasta el Pirineo; produciendo 800 000 rs. libres al Estado, y hasta fines del siglo último, dieron más de 1 000 000, con motivo de la mucha sal que se vendía a los franceses en los alfolíes de Benasque y Torla. Las salinas que nos ocupan con todos sus establecimientos adherentes, fueron propiedad de los propios y de varios particulares de Naval, beneficiándolas y utilizándolas hasta principios del reinado de Felipe V, que las incorporó a la corona, por suponerlas inherentes al derecho de conquista. Sus legítimos dueños pusieron pleito, y por sentencia del Supremo Consejo de Hacienda, se declaró pertenecerles la propiedad y que en recompensa e indemnizacion debía pagarles anualmente el erario la cantidad de 68 544 rs. 24 mrs., los cuales por desgracia se hallan en el día con notabilísimo retraso, a pesar de figurar esta obligación entre las cargas de justicia, viéndose sus dueños en la necesidad las más veces de sufrir descuentos considerables, para sacar como gracia lo que se les debe de rigurosa justicia. (Madoz, 1845-1850, t. xii: 50-51)

Segundo intento de desestanco de la sal Tras el intento fallido de desestanco en el bienio 1820-1822, en 1852 se nombra una comisión para evaluar la posibilidad de levantar el estanco de la sal (Real Decreto de 18 de agosto). La comisión se tomó su tiempo, dadas la complejidad y la importancia del tema, y hubo que esperar hasta el 9 de noviembre de 1855 para que se presentase el primer proyecto de ley, en el que se contemplaba la completa libertad para la fabricación y la venta de este artículo desde el 1 de julio de 1857. La sal se incluiría en la tarifa general de las especias generales sujetas al impuesto de consumos con un derecho uniforme para todas las poblaciones de 16 reales por quintal. Además, el comercio de la sal se incorporaría en las matrículas de la contribución industrial y de comercio, dentro de las siguientes categorías: a) 1.ª clase, tarifa general n.º 1 (Real Decreto de 20 de octubre de 1852): almacenistas que venden sal al por mayor, o al por mayor y al por menor; b) 6.ª clase, tarifa n.º 1: venta solo al por menor (en cantidades no superiores a 12 libras); c) tarifa n.º 2: tarifa no sujeta a la base de población, sino destinada a los mercaderes ambulantes que recorren pueblos, ferias o mercados con el objeto de vender sal al por menor (se les asigna una cuota fija de 70 reales anuales).

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Este proyecto de ley fue aprobado por las Cortes y obtuvo la correspondiente sanción real, pero ni se promulgó ni se llegó a aprobar debido a las dificultades encontradas para sustituir esta importantísima fuente de ingresos para las arcas del Estado. Había que volver a empezar.

El desestanco Un documento clave: la memoria del estado de las salinas de España (1851-1853) El proyecto de desestanco no se materializó, pero el intento proporcionó un documento de importancia capital para conocer las instalaciones salineras y su repercusión en la economía española hasta ese momento: Salinas de España: memorias redactadas durante los años 1851-1853. La Dirección General de Rentas Reales solicitaba cada cierto tiempo a todos los administradores de los partidos salineros informes más o menos detallados sobre las fábricas de sal que estaban en manos de la Corona. De este modo se intentaba valorar la producción, los costes, las condiciones de conservación de las infraestructuras, la cualificación del personal, los problemas de transporte, etcétera, con el fin de tener bajo control una renta que proporcionaba cuantiosos beneficios a la Hacienda Real (Plata, 2006). Los datos de algunos de estos expedientes fueron incluidos en algunas publicaciones de la época, como el Diccionario de hacienda con aplicación a España, redactado en 1834 por el que fue ministro del Consejo Real y Supremo de las Indias José Canga Argüelles, que utilizó una memoria remitida al Gobierno por la Dirección General en 1814, o el complejo trabajo sobre el desestanco de la sal realizado por Julián de Pastor y Rodríguez en 1880 —que se ha citado reiteradamente—, que usó datos de un estudio fechado en 1850. Desafortunadamente, la mayor parte de los dosieres que se remitieron a la Dirección General han desaparecido; sin embargo, tenemos la fortuna de que uno de ellos, quizás el más completo y relevante, fue recuperado el 28 de noviembre de 1884 de una forma un tanto surrealista. En esa fecha, un particular, José Escolar, consiguió vender por 40 pesetas al Ministerio de Hacienda tres tomos encuadernados que había adquirido de

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estraperlo. En ellos se recogían las memorias emitidas por todos los administradores de las salinas de la Corona en 1853, en orden alfabético (i, Albacete-Córdoba; ii, Cuenca-Jaén; iii, Lérida-Zaragoza). El origen de los escritos se sitúa en el día 7 de diciembre del año 1852, cuando la Dirección General de Fábricas de Efectos Estancados, Casas de Moneda y Minas remitió a todos los administradores generales de las salinas de la Corona una circular en la que se ordenaba la redacción de una memoria descriptiva de cada establecimiento. Dicha memoria tenía por objeto reunir toda la información posible con el fin de presentar al Gobierno una especie de fotografía del estado general de la industria salinera. En la circular se establecía la primera quincena de enero de 1853 como plazo máximo de entrega y se especificaban los puntos que debían incluirse. Más concretamente, las memorias tenían que girar en torno a dieciocho apartados que abordaban todos los factores internos y externos que afectaban a las salinas, desde la situación de las infraestructuras hasta el régimen interno de los empleados de la fábrica. El volumen de información que se recogió convierte a estas memorias en una herramienta de conocimiento de primer orden tanto para el conjunto de las principales fábricas de sal de España como para el territorio y las gentes que habitaban en su entorno. Además, como bien señala Plata (2006: 10), «su redacción es anterior al proceso del desestanco de la sal, por lo que la imagen que nos aporta es muy parecida a la que ofrecían siglos atrás, y que se vio profundamente trastocada con los cambios que ocasionó, en todos los ámbitos de las salinas, la liberación de la producción por parte de la Corona». El capítulo correspondiente a Huesca se divide en tres partes: una memoria general de las salinas de la provincia y, a continuación, las memorias específicas de las de Naval y Peralta de la Sal. Dado su interés histórico, los fragmentos más interesantes relacionados con las salinas de la provincia de Huesca en general y con las de Naval en particular se recogen en el apéndice 4 de este libro.

El reglamento de 1858 El cuadro orgánico del resguardo de salinas contenido en el reglamento del año 1858 divide las salinas en cuatro clases (1.ª a 4.ª) y establece una única

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comandancia de salinas por provincia. En el caso de la comandancia de la provincia de Huesca (2.ª clase), su sede es Naval, y se le otorga la siguiente dotación de personal («resguardo»): 1 comandante jefe, 1 sargento, 3 cabos, 12 dependientes de primera y 60 dependientes de segunda. En total, 77 personas, lo que convierte a Naval en la quinta comandancia española por orden de dotación de personal. El mismo reglamento establece un «haber anual» de 12 000 reales de vellón para el comandante jefe, con una gratificación anual «para caballo» de 1825 reales y unos gastos de escritorio de 700 reales. El sargento de infantería, los cabos, los dependientes de primera y los dependientes de segunda reciben 5000, 4000, 3285 y 2920 reales respectivamente, sin ningún tipo de gratificación «para caballo», al ser considerados todos ellos como «de infantería».

El desestanco definitivo de la sal En 1863 (Real Orden de 28 de octubre) se encarga un nuevo estudio para un eventual desestanco. Tras otros tres años de espera, en 1869 se presenta un segundo proyecto de ley, y esta vez hay fumata blanca: el 16 de junio nace la «Ley declarando libres la fabricación y venta de la sal» (Gaceta de Madrid, 23 de junio de 1869). Entre sus artículos destacan los siguientes: Artículo 1.º. Desde 1.º de Enero de 1870 serán completamente libres la fabricación y venta de la sal, desapareciendo por consiguiente el estanco y el monopolio ejercido hoy por el Estado. Todos los propietarios de salinas beneficiadas o inutilizadas actualmente por el Estado, ya mediante el pago de determinados derechos, o ya por precio alzado de compra exclusiva del artículo, dejarán de cobrar las sumas que por estos conceptos vengan percibiendo bajo cualquier título que sea desde el día que, dentro del segundo semestre del año económico de 1869 a 1870, señale en cada caso el Poder Ejecutivo para que dichos propietarios vuelvan a posesionarse de sus salinas, mediante liquidación y pago del valor de los edificios, máquinas y mejoras que la Hacienda hubiese hecho en ellas. Las existencias de sales se enajenarán por la Hacienda según fuese más conveniente. Art. 6.º. La importación de sal procedente del extranjero, es libre en las Aduanas españolas desde 1.º de enero de 1870 mediante el pago de 13 reales por quintal métrico.

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Será completamente libre la exportación de sal […], cualquiera que sea su cabida. Art. 7.º. Los propietarios de minas de sal, salinas o espumeros, pagarán la contribución conforme a lo territorial, por los que tengan en explotación. Art. 8.º. Se incluirá en las matrículas de la contribución industrial a los que al por mayor o al por menor se dediquen a la venta de la sal.

Para afinar la puesta en práctica de la ley, el 9 de diciembre de ese mismo año se publica la «Circular dictando reglas para llevar a efecto el desestanco de la sal, dispuesto por la ley de 16 de Junio de este año» (apéndice 5). Al día siguiente se publica otra circular, «dictando varias disposiciones relativas al surtido de sal a precio de gracia, con motivo del desestanco de dicho artículo», en la que se indica que desde el 1 de enero del 1870 «estarán en completa libertad de surtirse en el punto y la forma que más les convenga, los ganaderos, los fabricantes de productos químicos, fundición de metales, barrilla y jabón, cristal, vidrio y loza, y demás industriales de esta clase que al presente disfrutan la gracia de recibir aquel artículo a más bajo precio que el de estanco». Unos días después se concreta la «tarifa del impuesto para la industria de la venta de sal» (Real Orden de 21 de diciembre de 1869), que queda como sigue: a) Tarifa de primera: a.1) 1.ª clase: «vendedores por cuenta propia o en comisión al por mayor y menor o al por menor solamente de sal común o purificada»; a.2) 6.ª clase: «expendedurías de sal en cantidades menores de 10 kilogramos». b) Tarifa de patentes: «mercaderes ambulantes vendiendo sal en cantidad menor de 10 kilogramos: 10 escudos».

El desestanco llega a Naval El 20 de octubre de 1871 los propietarios de las salinas firman en la notaría de Pascual Estrada (Barbastro) la escritura de un convenio por el que se establece un régimen administrativo al margen de la Real Hacienda que es el que, con pequeños matices, ha llegado a nuestros días. A tal efecto se designa una junta integrada por tres condóminos: un presidente (Juan Gavín y Almalilla, cuarenta y ocho años, farmacéutico y alcalde de la villa), un cajero (Francisco de Víu y Abizanda, setenta años, abogado) y un secretario (Enrique de Fuentes y Montes, treinta y

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Las salinas de la Rolda con un aspecto similar al que debían de presentar en el momento del desestanco. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

seis años, propietario). En este documento se determina el número de partes que constituyen la masa total del proindiviso y el número de partes que corresponden a cada condómino. La posesión se tuvo que justificar mediante la presentación de las oportunas escrituras notariales de compra, que debían estar inscritas en el registro de la propiedad. A partir de ese momento las partes pasaron a denominarse acciones y se adjudicó un valor de 5 pesetas a cada una de ellas (Cajal, 1983). En 1882 las actas municipales del Consistorio de Jaca recogen la decisión de dejar de cobrar el impuesto de la sal. Al año siguiente todavía había gente en Jaca que se acordaba del antiguo impuesto y del exceso de celo con que era aplicado, tal y como se reflejaba en el periódico El Pirineo Aragonés: Aún llegamos a tiempo para dar a nuestros lectores la noticia de la caída del Ministerio, siempre grata a los oídos de todo buen español. Hasta los montes públicos han caído sobre el gabinete.

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Solo han dejado de ser aplastados por tan enorme peso el ministro de Estado, gracias a su diplomacia, y los Sres. Sagasta y Martínez Campos, convenientemente resguardados, el uno con su tieso tupé y el otro con su blando llorón. Kmacho, el que hacía pagar a El Pirineo Aragonés la contribución de la sal, ha sido el primer aplastado. Séanle los montes leves, y quiera Dios que si vuelve, lo haga con más salero y menos sal… Mire V. que se necesitan ganas de buscar materia imponible para encontrar sal en El Pirineo Aragonés». (El Pirineo Aragonés, 38, 7 de enero de 1883)

Un preciado objeto de contrabando El contrabando: una práctica natural en el Pirineo Hasta tiempos relativamente modernos, el espacio pirenaico —y en particular el Pirineo central— era un ámbito con cierta homogeneidad socioeconómica. Sus habitantes se consideraban montañeses pirenaicos antes que franceses o españoles (Bielza, 1993). La frontera natural no impedía el comercio entre ambas vertientes del Pirineo ni la asistencia a las mismas ferias y mercados. De hecho, y simplemente a modo de ejemplo, «antes de abrirse el paso del Ventanillo o de las Devotas, un benasqués o un chistabino que iba a comprar a Barbastro invertía cuatro días en ir y volver. A Luchón, sin embargo, le costaba cinco horas de ir por casa» (Andolz, 1988: 16). Pero el establecimiento de límites interestatales más o menos fijos hacia el siglo xii (mucho antes del Tratado de los Pirineos de 1659 o del de Límites de 1862) conllevó la implantación de un control legal sobre el comercio fronterizo. Las administraciones de los distintos reinos instauraron un sistema de vigilancia de caminos y pasos estratégicos con el objetivo de fiscalizar el comercio y beneficiarse del intercambio comercial mediante la exigencia del pago de los derechos correspondientes. En consecuencia, una actividad económica libre hasta ese momento pasó a ser una actividad fraudulenta —y, por lo tanto, un comportamiento delictivo— si no se hacía de acuerdo con las nuevas exigencias legales. Desde entonces, y de una forma prácticamente inevitable, contrabando y frontera se convirtieron en dos términos hermanados. Como subraya Castaño (2007),

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el estudio del contrabando plantea un conflicto de intereses entre las necesidades recaudatorias de la Hacienda Real en un periodo determinado y las costumbres de la población local, responsable durante generaciones de llevar a cabo libremente el intercambio comercial entre dos países. […] El estudio plantea una realidad dicotómica en la que se contraponen dos posturas diferentes: por un lado, la conducta reforzada socialmente del contrabandista, y por otro, la visión y los objetivos de los poderes del estado y sus representantes legales.

Además de por la costumbre ancestral de comerciar con sus vecinos, el contrabando en el Pirineo se vio favorecido por diversas causas: el pago de derechos de aduana elevados, el aislamiento en ciertas épocas del año, el alejamiento de los centros de poder, la escasa conciencia de la pertenencia a uno u otro medio, la necesidad de encontrar un medio de subsistencia en épocas de pobreza y en aquellas en las que predominan los efectos de las guerras entre ambos países y la relajación por parte de los encargados de hacer cumplir la ley —e incluso su participación activa en el contrabando—. No es ningún secreto que la actividad contrabandista tuvo, durante siglos, una notable importancia socioeconómica en los territorios fronterizos. En ambas vertientes del Pirineo y del Prepirineo existían redes de caminos y refugios que eran utilizados indistintamente por arrieros, buhoneros, ganaderos, recaudadores, soldados, bandoleros… y contrabandistas. Todos ellos establecían las condiciones en las que se desarrollaban los intercambios comerciales, tanto los legales como los ilegales. Aparte del indudable impacto económico del fenómeno del contrabando, no es menos cierto que sirvió para cimentar las relaciones sociales que se establecían entre las poblaciones fronterizas (Castaño, 2007). Se creaban dependencias económicas que tenían como consecuencia una cohesión social panpirenaica. La comunidad pirenaica se convertía en encubridora y protectora de una actividad ilegal para los dos Estados, pero perfectamente natural para la población local. Este hecho se refleja en unas palabras pronunciadas en 1812 por el procurador imperial del tribunal de Saint-Gaudens: «una triste verdad que no se puede disimular es que, en materia de contrabando, en estas comarcas situadas junto a la frontera es inútil invocar el testimonio de los habitantes de estas comarcas, porque la prevención refutadora de la complicidad prevalece siempre sobre la religión del juramento» (Brives, 1984: 42). Las redes de sendas, refugios

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y contactos que se fueron estableciendo en ambas vertientes pasaban de generación en generación como el secreto mejor guardado de la frontera. Según el cancionero popular oscense (Mur, 1986), Todos los contrabandistas son hombres de corazón, pasan a cargarlo a Francia y a venderlo en Aragón.

La simpatía de la población por los contrabandistas también tenía mucho que ver con que el contrabando afectaba normalmente a productos básicos para la economía pirenaica. Se solían pasar a España artículos tan variados como telas, prendas confeccionadas, calzado, esquilas, relojes, aventadoras o pescado salado, además de ganado mular y caballar. A Francia se llevaban seis productos básicos (vajilla, lana, aceite, vino, azúcar y sal), aparte de otros secundarios (ajos, canela, licores, cerillas, tabaco…).

Contrabandistas por el Pirineo.

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El contrabando de la sal, un asunto de Estado La sal y el tabaco (los géneros estancados) se contaban entre los productos más codiciados por los contrabandistas que actuaban dentro de España o que cruzaban la frontera. La disparidad de los precios de producción de la sal dentro de las distintas salinas de la península ibérica contribuía a fomentar el contrabando. Ya en la pragmática de los Reyes Católicos de 1484 se establecía la prohibición de introducir sal de otros reinos en el de Aragón sin real licencia. Los infractores se enfrentaban a penas consistentes en la pérdida de la sal, bestias, carretas y otros cualquier carruajes y embarcaciones mayores y menores, ya sean propias del introductor o alquiladas, o de los maestres, pilotos, capitanes, arrieros y conductores, y además en la multa de 2000 ducados, según la condición de las personas y gravedad del hecho y 6 años de presidio en África si fuese noble o persona decorada, y no siéndolo, incluso los criados de librea, en 6 años de galera y 200 azotes.

En caso de reincidencia, se debían aumentar todas estas penas con arreglo a las leyes comunes. A pesar de ello, debía de ser una práctica común. En diciembre de 1571 se produjo una bajada de las ventas de sal en Naval; inmediatamente las sospechas se centraron en la entrada de sal de otros orígenes en su distrito exclusivo. Como se ha señalado en un apartado anterior, Pedro de Torrellas, de acuerdo con la villa, solicitó al rey que se vigilase la procedencia de la sal, de tal manera que quien estuviera facultado para vender tenía que exhibir los permisos correspondientes, y, en caso contrario, que se decomisara, como contrabando, toda la sal que no procediese de Naval (Cajal, 1969). El estanco conllevaba el monopolio de la elaboración y la venta por parte del Estado, y en consecuencia su tráfico ilegal era particularmente perseguido, aunque los resultados no solían ser los deseados. De hecho, la Real Cédula de 14 de diciembre de 1719 reconocía que el contrabando que sigue ordinariamente a tal régimen [el estanco] casi con la misma regularidad que la sombra al cuerpo, disminuía notablemente la renta de las salinas; y se consideró

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necesario para corregir tan grave mal ampliar a esta renta las severas penas que se hallaban establecidas contra los defraudadores de la del tabaco.

Para tratar de evitarlo se promulgó la Ley de 5 de febrero de 1728, en la que Felipe V recordaba que estaba prohibido traer sal de fuera de sus reinos, a no ser por cuenta de su Real Hacienda, bajo penas que iban desde el decomiso y la pérdida de la mercancía, las bestias y las carretas hasta el destierro y las multas, «más o menos según las calidades y circunstancias de los hechos y personas, posibilidad y hacienda de cada una, cuyo valor se aplique por tercias partes, Renta, Juez y denunciador». Para la imposición de todas las penas, bastaban «indicios, conjeturas, presunciones y cualquier clase de pruebas, pudiéndose proceder breve y sumariamente», lo que, según Altimir (1946), sugiere que el contrabando de la sal había llegado a ser de mucha importancia. El clero tampoco estaba exento de sospechas, ya que la ley también establecía que existiendo prueba semiplena de haberse introducido sal de mala entrada en casa de eclesiásticos, iglesias y conventos de religiosos, habíase de proceder a visitarlos, aprehender la que se encontrase y declararla por perdida, dándose cuenta de ello por cartas acordadas a los superiores respectivos, a fin de que pusieran pronto y debido remedio, aunque se mandaba al mismo tiempo que al hacer la mencionada visita procediesen con la debida modestia y templanza; y por lo que hace especialmente a los conventos de religiosas debía limitarse a las dependencias exteriores, no entrando en la clausura, sin perjuicio de poner guardias de vista si se probase la existencia del fraude.

El nuevo intento tampoco tuvo mucho éxito. En palabras de Pastor (1880: 82), «empero todas estas penas, no obstante su gran rigor, se estrellaron contra los incentivos del interés personal, como ha sucedido en todos tiempos y sucederá seguramente en adelante; y las disposiciones dictadas para reprimir el contrabando fueron de todo punto impotentes para obtener el resultado apetecido». La sal de Naval se vendía de contrabando en Francia —como se tratará más adelante— y en otros puntos de la Corona de Aragón y de España, pero a su vez tenía que soportar el flujo de sal de otras partes de España a su propio territorio: aquel en el que los alfolíes —y, en consecuencia, la población— se tenían que surtir oficialmente de sal de Naval. La clave estaba en el precio de la sal. La situación

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se expone claramente en el memorial que la villa de Naval envía al rey durante la segunda mitad del siglo xvii «suplicando se sirva excusar la aplicación del impuesto de un real por cada arroba de sal al comprador» (apéndice 2). Uno de los principales argumentos que da la villa para oponerse al impuesto es Que sin embargo de ser esta sal la mejor del Reino y de venderla la Villa a real por fanega de dieciocho almudes, y de portearla y revenderla sus vecinos por su distrito a seis, diez y dieciséis reales, respectivamente, según la distancia la carga de ella (que se compone de cuatro fanegas en la medida de la Villa y de seis en la ordinaria del Reino) y, muy frecuentemente, se da por menos precio, como se ve por la que se despacha en Huesca, Barbastro y Jaca, se hayan embarazados en venderla por la mucha que se introduce de Navarra y otras partes. Y montando este nuevo tributo en cada fanega dos reales, y seis dineros sobre el real del precio, por pesar cada fanega dos arrobas y nueve libras, y encarecerse la carga de ella, que solo cuesta cuatro reales, hasta diecinueve y medio, subiría el tributo con la desproporción de más de un doble que el justo valor (que es de alguna consideración) y se imposibilitaría su comercio y aumentaría la ocasión de los fraudes. (BNE, VE/200/118)

El contrabando de sal seguía siendo importante durante el siglo xix. A ello responden las provisiones dictadas contra los menores de diecisiete años aprehendidos como defraudadores (Real Orden de 30 de septiembre de 1836) y, sobre todo, el extenso y meditado decreto de 1852 (20 de junio) contra los delitos de contrabando y defraudación, que representó la base legislativa penal durante muchos años. El nuevo marco normativo también despertó escepticismo: «motivos más que bastantes había ya para producir la persuasión de que el contrabando no puede evitarse por muchas y muy buenas que fueran las disposiciones adoptadas para conseguirlo» (Pastor, 1880: 83). Uno de los principales problemas para la Hacienda era la «desaparición» de grandes cantidades de sal de las propias salinas o de sus almacenes, bien por la picaresca de los habitantes locales o por la corrupción de ciertos empleados y administradores. Para tratar de evitarlo, la Real Orden de 8 de octubre de 1836 estableció el «descuento por mermas naturales de sal en los almacenes, alfolíes y depósitos, consistente en 2 por 100 en la de agua [como era el caso de Naval] y 1 por 100 en la de piedra». El administrador de las salinas de la provincia de Huesca describe perfectamente la picaresca en la Memoria general descriptiva

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del estado y circunstancias de las salinas de esta provincia remitida a la Dirección General de Fábricas de Efectos Estancados, Casas de Moneda y Minas en 1853: En la [salina] de Naval es tal el escándalo con que los particulares se han introducido hasta las mismas eras y canales y el abuso que se ha hecho de la tolerancia de la administración en permitir el paso por un trozo de la salina, que hasta lo han considerado camino público y, con este motivo, ocurren a cada paso altercados entre los vecinos del pueblo y los empleados y resguardo encargado de la custodia de los salinares. […] Como tanto las eras como el depósito están al nivel del camino, y unidos a él, en lo cual hay una exposición inminente a cada paso al robo de sal por la facilidad de ejecutarlo, considerando dicha calle como camino público, no puede impedirse el tránsito por ella ni de día ni de noche, en cuyo caso es indispensable situar un dependiente que no haga otra cosa que acompañar a los transeúntes de un extremo a otro para impedir que aprovechen la ocasión que se les ofrece de defraudar a la Hacienda. […] Sería muy conveniente que V. I. obligase al ayuntamiento a que hiciese presentar los títulos de propiedad de todas las posesiones que se benefician por los vecinos de Naval alrededor de los salinares. Muchas de las que están pegando a las eras y canales y dentro por consiguiente de la línea que forman las casetas del resguardo, llegando el descaro hasta el punto de aprovechar para depositar la basura en sitios que se conoce han sido antiguamente eras o depósitos. Este abuso es como el del camino, un continuo manantial de cuestiones entre el resguardo y los dueños de las posesiones, a los cuales no es posible impedirles que, so pretexto de aguardarlas, se queden por la noche en ellas, dedicándose más que a este objeto a defraudar con toda seguridad, puesto que ocupando las salinas un terreno sumamente escabroso y lleno de sinuosidades les ofrece la ventaja de poder espiar al resguardo con facilidad y dar el golpe a mansalva, lo que solo podría impedirse estableciendo un centinela perenne sobre cada finca para lo que no habría bastante fuerza ni con treinta hombre. La mayor parte de estas posesiones se han abierto o agrandado quizá de unos diez a doce años a esta parte, y si no se pone remedio irá creciendo el abuso y los perjuicios que sufrirá la Hacienda serán cada día mayores.

La sal: contrabando con Francia Aparte del aspecto económico, la disparidad de la calidad de la sal también contribuía a fomentar el contrabando. Las salinas de Naval daban un producto muy apreciado en Francia, país en el que la sal no era, en general, de gran calidad. Allí

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prácticamente no existía la flor de la sal, tan abundante en España y Portugal, sino que dominaban las de color gris, negro o verde, dependiendo de dónde se recogiera. La gris se destinaba al consumo interno francés, la negra se colocaba en el mercado holandés —donde se refinaba— y la verde se exportaba a los países bálticos para la salazón del arenque y otros pescados (Porres, 2003). Los ingleses afirmaban que la sal española «no decoloraba la mantequilla ni el queso, ni consumía el jugo ni la humedad de los alimentos, ya fuera carne o pescado, como hacía la francesa» (Meyer, 1982). La importancia comercial de la sal hizo que este artículo se convirtiera en una de las principales armas económicas empleadas por españoles, franceses, portugueses, ingleses, holandeses, suecos y demás en sus continuas pugnas entre los siglos xv y xix. De hecho, durante siglos Francia prohibió la importación de sal española o le aplicó tasas tan fuertes que desanimaban al posible comercio legal…, pero, desde luego, no al ilegal. A pesar de que la sal era un producto que apenas figuraba en los registros de las aduanas aragonesas durante las edades Media y Moderna, numerosos pueblos franceses se surtían de la que provenía del otro lado de los Pirineos (Brives, 1984). Tanto es así que, en el memorial de Naval citado anteriormente, otro de los principales argumentos que da la villa para oponerse a un nuevo impuesto es que por los puertos de Benasque, Plan, Bielsa y Torla se sacan a Francia todos los años cuarenta mil fanegas de sal y, por la conveniencia de venderla a moderado precio, perciben el beneficio de la cantidad de más de 4000 libras y, si este se aumentase, perdería el Reino este útil, y entrada, y se irían los franceses a las salinas de Cataluña con mucha pérdida de la fábrica de esta sal, y de la de otros lugares, que también la portean a Francia. Y es constante que si cesa en esta Villa la facultad de portear y vender su sal, como se lleva dicho, no solo ha de faltar el sustento a sus vecinos sino que faltará toda su entrada y útiles. Y aun cuando se diese satisfacción al Señor por sus derechos, y a la Villa por lo que acostumbra llevar por cada fanega de sal, es cierto que no sacaría la cuarta parte de lo que ahora interesan, pues de presente salen 40 000 fanegas, y con la nueva imposición no se sacará a Francia, según se representa, y les cesará aquel beneficio y también se introducirá la forastera en este Reino, que son daños (al parecer) irremediables y muy difíciles de satisfacerse.

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Privato Cajal (1969: 29) reconocía que «la arriería o la trajinería, en Naval, era un “modus vivendi”; para unos básico, y para otros complementario, porque eran, a su vez, hacendados o comerciantes. Y los navaleses han demostrado su genio traficante y vividor, y hasta un poco contrabandista, dados su proximidad y trato con Francia». El propio Cajal señala la implicación de ciertos administradores en ese contrabando a Francia. Así, en un documento enviado por la villa de Naval al intendente de Salinas de Zaragoza el 4 de octubre de 1726 se expone que Antonio Gutiérrez del Pozo había sido administrador de las salinas de Naval durante muchos años, desde finales del siglo xvii hasta principios del xviii, salvo un periodo de cuatro meses en los que, por su ausencia, se había encargado de ellas Salvador Llovert. Pues bien, en esos cuatro meses bajo la administración de Llovert se habían vendido 690 fanegas castellanas, frente a las escasas 300 vendidas por Gutiérrez del Pozo en un periodo de dos años. Según varios testigos, la sal que faltaba «no estaba sentada en los libros» de la administración de Naval y era conducida a Francia «sin guía» de orden de Gutiérrez del Pozo. Este personaje fue depuesto de su empleo, pero la corrupción era más profunda, ya que, en vista de otros autos de cargo que se presentaron contra el medidor y otros ministros (empleados) de las salinas, compinches de Gutiérrez del Pozo, la villa de Naval propuso contratar a un interventor que vigilase a los sucesivos administradores de sus salinas (Cajal, 1969). Estos documentos se incluyen en el expediente de un proceso que abrió La Puebla de Castro contra Gutiérrez del Pozo por fraude en las salinas de dicha localidad, lo que indica que no solo las salinas de Naval sufrieron las prácticas de este individuo. El contrabando de sal a Francia podría haber dejado huella en varios topónimos y en algunas tradiciones pirenaicas. Entre los primeros destaca el circo de Salarons, actualmente dentro del Parque Nacional de Ordesa, «el cual, con su torreón colosal, se desmorona en ruinas grandiosas y trozos de muralla semejantes a una sucesión de parapetos. Por este anfiteatro bajaban en otro tiempo los contrabandistas de la brecha de Rolando, aventurándose por un paseo difícil» (Briet, 1913). Precisamente, se trata de uno de los parajes que más llamó la atención a Lucien Briet y a otros destacados pirineístas franceses, y parece haber estado vinculado al contrabando desde tiempos remotos. En su obra, Briet recoge la descripción que la Guía Joanne hacía del paso de Salarons en su edición de 1868:

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Historia de las salinas de Naval


Se abre a nuestros pies como una sima la garganta del Ara: en quince minutos llegamos a la cabaña de Salarons, y allí comienza el peligro. Precisa bajar por un muro casi vertical a una altura de 100 a 120 metros y este camino al borde del precipicio es en extremo arriesgado, ya que apenas puede el cuerpo pasar por la estrecha cornisa.

En la edición de 1885 de esa guía se elimina la descripción de ese paso y simplemente se dice que se trata de un «camino peligroso, que no se aconseja utilizar a nadie; paso de contrabandistas, no de alpinistas». Nuevamente los contrabandistas. Briet reprochó este comentario recordando «la multitud de pasos de contrabandistas [que] se han convertido en grandes caminos de alpinistas». Intrigado por el nombre del circo, Briet pregunta a «las personas más ancianas de Torla» y, «según unas, existió allí en otro tiempo un pequeño depósito de sal para introducirla de contrabando». En cualquier caso, se trata de un paso difícil hasta para los contrabandistas que, conviene recordar, iban cargados con mercancías, desde sacos de esquilas hasta aventadoras desmontadas en piezas. Por Salarons también pasó Antonio Nerín,

Circo de Salarons.

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Morilla, de casa Morilla de Yosa de Broto, célebre contrabandista de la primera mitad del siglo xx. Y pasó con un saco de esquilas a las espaldas… y de noche. Andolz (1988) recogió el testimonio de boca del propio Morilla: Con un amigo que vive en Tarbes y es también de Yosa bajemos a Gavarnie. On portait du liqueur espagnol —anís—. A la vuelta fuimos a ver al esquilero de Nay, comme d’habitude, pues teníamos para él dos paquetes de cardas para la lana. La vuelta la hicimos con esquilas. Pasemos por la izquierda de Bucaruelo, por el Cabieto de Torla a salir por Salarons al Puente de los Navarros. […] On devinait el abismo là-bas. (Y sus manos dibujan el gesto patético de tantear y acariciar un supuesto paredón, mientras cierra sus ojos: ya no puede ser más elocuente).

Claro, que la experiencia le marcó, ya que, «después de aquella noche en Salarons, la montaña la pasaba de día».

Antonio Nerín, Morilla, célebre contrabandista de la primera mitad del siglo xx. (Foto cedida por Montse Nerín Pardo, natural de Basarán y sobrina del fotografiado)

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Existen más topónimos que tienen que ver con la sal en lugares tradicionalmente vinculados al contrabando. El Pirineo Aragonés, periódico jaqués, publicó una noticia en su número 1651, del 21 de noviembre de 1914, que decía que «la superioridad ha aprobado el proyecto presentado por la Comandancia de Ingenieros de esta plaza para una Casa de Carbineros en el puesto de Aísa» con la finalidad de combatir el contrabando. Curiosamente, esa casa se iba a ubicar en el paraje conocido como Saleras. ¿Causalidad o casualidad? ¿Sal para el ganado o sal para el contrabando? Por lo que respecta a las tradiciones, la demanda de sal de Naval en la vertiente norte del Pirineo es la base de una antigua costumbre de las poblaciones pirenaicas francesas del valle de Arrens. Cuando un chico de ese valle pretendía a una muchacha, los futuros suegros le hacían una prueba que consistía en ir a España y traerles un saco de sal. El novio tenía que hacer el largo recorrido a pie por el collado de la Piedra de San Martín hasta el valle de Tena y, una vez allí, apañárselas para conseguir el preciado producto. Hace unos años esa antigua costumbre se transformó en la llamada Carrera de los Novios —una dura prueba atlética por parejas mixtas para los que están en plena forma— y una marcha transfronteriza —para los demás—, que suelen transcurrir entre la localidad francesa de ArrensMarsous y Sallent de Gállego, en un sentido o en otro, dependiendo del año. La nota de prensa de una de las ediciones decía: La iniciativa, organizada por Aragón Aventura, con el patrocinio del Ayuntamiento de Sallent de Gállego y la comarca del Alto Gállego, se plantea como una jornada de convivencia social y deportiva. El hermanamiento de ambos valles a través de la marcha transfronteriza, que este año llega a su sexta edición, y la competición por parejas de la Carrera de los Novios, que rememora la época en que los hombres del valle galo que estuvieran enamorados tenían que ir en busca de un saco de sal, bien entonces muy preciado en la vertiente norte pirenaica, a Sallent y trasportarlo, de regreso, en hombros para poder hacer frente a la dote. Este hecho es el que se rememora en la Carrera de los Novios. De ahí, que la misma se dispute en parejas mixtas, por un itinerario que aunque no toca ninguna cumbre pirenaica, es de gran dureza y espectacularidad. El 90% de los 35 kilómetros que se completan discurre por sendero de montaña. La salida en ArrensMarsous está prevista para las 8:30, pero existe un autobús para trasladar a los participantes desde Sallent, que partirá a las 6:00 horas desde la localidad tensina. Junto a la competición,

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existe una jornada de convivencia, que también sirve para recordar las pacerías y otros acuerdos que tenían ambos valles pactados. Esta marcha comenzará en Respomuso y llegará al collado de la Piedra de San Martín, donde habrá un picnic, un espectáculo de cantos populares y se ratificarán los convenios y acuerdos pactados en la antigüedad.

Una celebración que recuerda las ancestrales relaciones socioeconómicas que existían entre diversos valles de las dos vertientes pirenaicas y en la que se adivina la antigua importancia del contrabando, la sal y el establecimiento y mantenimiento de profundos vínculos afectivos.

La muerte ronda las salinas La producción de sal se desarrolló con pocos altibajos hasta mediados del siglo xx. La Guerra Civil, tan traumática para algunas poblaciones del Somontano, fue más o menos respetuosa con la producción salinera a pesar de la movilización de parte de la población de Naval… y de sus caballerías. Como en otras localidades en territorio republicano, se creó un comité revolucionario local que impuso la colectivización de los medios de producción. Incluso en esos duros años la población gozó de ciertos momentos de relativa tranquilidad, de tal manera que, al igual que localidades cercanas como Coscojuela de Fantova u Hoz de Barbastro, recibió evacuados procedentes de pueblos pirenaicos situados muy cerca del frente, como Barbenuta, Berbusa o Ainielle. Una escritura de aceptación de herencia otorgada en Zaragoza el 21 de abril de 1945 y recogida por Fuster (1987) nos da una idea de la situación de las salinas en los primeros años de la posguerra. En el documento se hace referencia a unas acciones de la Salinera de Naval y se relacionan las posesiones de esta: acciones o porciones indivisas de las sesenta y ocho mil quinientas sesenta con 50 céntimos de otras de las que constan las Salinas de Naval situadas en término de la misma villa y que en común y sin dividir poseen en unión de los demás socios o condóminos, bajo el régimen administrativo que tienen establecido, cuyas salinas las constituyen las fincas siguientes: A. Rústica denominada «Salinas de Iruelas», partida del mismo nombre, con un pozo manantial, almacenillos, casetillos y laceros adyacentes, todo junto de once hectáreas, 316 as. […].

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Las salinas de la Rolda en 1920. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Foto: Francisco Hernández Pacheco)

Billete emitido en Naval durante la Guerra Civil.

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B. Rústica denominada «Salinas de la Rolda» con sus pozos, almacenillos, casetillos de guardas, huertos y laderas adyacentes, partida llamada «la Rolda», de quince hectáreas, 696 as. […]. C. Rústica denominada «Salinas de Ranero», partido del mismo nombre, con sus almacenillos, pozos y casetillas, todo destruido, de 6 hectáreas, 923 as. […]. D. Urbana adherida a dichas salinas, que consta de un almacén, con una casetilla contigua al mismo, destinado para la vivienda de un guarda, en la calle del Cuadro, de 798 ms. y 90 cms. cuadrados […]. E. Trozo de yermo, sito en la partida Xarraniz, hacia el este, de 75 as., 21 cs. de extensión dentro del cual hay un manantial o fuente de agua salada […]. F. Trozo de monte, sito en la partida Pisa Xarraniz […].

Como se aprecia en la escritura, las salinas de Ranero no debieron de superar el envite de la guerra y dejaron de explotarse al estar «todo destruido». No obstante, los primeros años de la década de los cuarenta fueron buenos para Naval. Aún había veintidós alfareros y en las puertas de sus alfares hacían cola almacenistas venidos desde Huesca, Zaragoza o Lérida. Había que reponer lo que se había destruido en la guerra. Por la misma razón, los arrieros volvían a abastecer de vajilla y otros productos a la montaña. Todavía no habían llegado los recipientes de plástico, los frigoríficos o las cocinas de butano. Los vehículos eran escasos, igual que el combustible, y parte de las vías de comunicación estaban en mal estado. Sal, alfarería y arrieros seguían siendo una necesidad. Así lo recogía el periódico El Cruzado Aragonés: Hoy Naval ya no es aquella villa populosa, comerciante por excelencia, donde acudía gran parte de la Montaña y Somontano a comprar toda clase de géneros, ni son sus casas aquellas fábricas de jabón, vidrios y telares que hacían competencia con los productos importados de Cataluña. Hoy miramos y admiramos a Naval casi despoblado, con muchos edificios pero donde hace 40 años vivían tres o cuatro familias, ahora es una la que ocupa todo aquel solar. No obstante, Naval sigue su ruta comercial, gracias a las salinas y fábricas de loza. La sal finísima de Naval, reconocida como una de las mejores por su calidad y limpieza, está llenando los almacenes de Aragón y Cataluña, elevando su nivel económico, junto con los productos de loza, conocidísimos en los mercados de Huesca y Lérida. (El Cruzado Aragonés, 38, 19 de septiembre de 1953)

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Las salinas siguen funcionando tras la guerra. (Colección Privato Cajal)

En 1962, un despiste con la concesión de explotación estuvo a punto de costarles un disgusto a la sociedad y a sus condóminos (Cajal, 1969). El 8 de noviembre de ese año, Privato Cajal (que residía en Barcelona) recibió una carta de un amigo de Zaragoza que, como simple curiosidad, le informaba de que el Boletín Oficial del Estado del día 3 de ese mes hablaba de las salinas de Naval. Cajal consultó rápidamente el Boletín en cuestión y vio, con lógica preocupación, que lo que se había publicado era una resolución del Distrito Minero de Zaragoza por la que se hacía público que han sido caducadas las siguientes concesiones de explotación, con expresión del número, nombre, mineral, hectáreas y término municipal:

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Provincia de Huesca

1817 «Salinera Navalesa». Cloruro de sodio. 10. Naval. 1815 «Cuesta Monzón». Cloruro de sodio. 10. Naval. 1814 «La Rolda». Cloruro de sodio. 10. Naval. 1816 «Iruelas». Cloruro de sodio. 10. Naval y Mipanas.

[…]

Lo que se hace público declarando franco y registrable el terreno comprendido en sus perímetros, excepto para sustancias reservadas a favor del Estado, no admitiéndose nuevas solicitudes hasta transcurridos ocho días, a partir del siguiente al de esta publicación.

Cajal, alarmado, envió el día 9 de noviembre dos telegramas, uno dirigido al presidente del condominio y otro a Luis Fumanal Arias, deán de la catedral de Jaca, que se encontraba pasando unos días en su casa de Naval. Al día siguiente recibió un telegrama de Luis Fumanal con un mensaje tan escueto como gráfico: «Hoy salió comisión Zaragoza arreglar asunto». Ese mismo día la Jefatura de Minas le informó de que ya se estaba tramitando la nueva solicitud de las concesiones de explotación a favor de los navaleses, a quienes acompañaba el cura ecónomo de la villa, Daniel Ballarín Fondevila, que posteriormente sería nombrado administrador-secretario del condominio.

Las salinas corren peligro: telegrama de advertencia de Privato Cajal (1962). (Colección Privato Cajal)

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Según Cajal, mucho tuvieron que correr los comisionados de Naval, entre esta villa y Zaragoza, y entre esta ciudad y Madrid y regreso, en los días 10 y 11 y sus noches respectivas, para poder estar los primeros, a la hora del alba del día 12, ante la Jefatura de Minas; pues se daba el caso de que el Ingeniero que había de suscribir unos documentos para esta solicitud, se encontraba en la capital de España.

Poco a poco las circunstancias fueron cambiando y Naval también sufrió el éxodo del mundo rural. En 1952 ya solo quedaban siete alfareros…, prácticamente sin recambio generacional. Cajal (1969) describe la situación de la siguiente manera: Y ya hemos llegado a nuestro siglo

xx,

que tenemos que distinguirlo como el de la decadencia

de la villa, mal que nos pese; si bien mitiga este pesar, el ver que no es privativa de Naval, sino de todos los pueblos rurales de agricultura pobre, que no cuenten con algún medio industrial o fabril de cierta importancia. De ser Naval, quizás, la principal bodega de la provincia, pasó, casi, a la nada, en la producción de vino, a causa de la filoxera. Desaparecen, por tanto, las dos fábricas de alcoholes y licores que conocimos. Desaparece también, la jabonería o pequeña industria de jabón. Se extingue el numeroso gremio de alpargateros; y las estrechas y largas fajas de tierra, donde hilaban el cáñamo, se convierten en huertos de secano, que aún conservan el nombre de «hilador». De los tejedores no queda ni el recuerdo. De veinte ollerías u obradores de vajilla, solo uno funciona, porque ha derivado la producción de objetos de capricho, para turistas y viajantes. Han desaparecido, también, el constructor de carros, dos herreros, varios carpinteros, tres o cuatro zapateros, un calderero-hojalatero, tres boteros, un bastero, varios albañiles, sastres, modistas, comercios, confiterías, posadas, etc. De dos farmacias no queda ninguna. De tres médicos para la villa y comarca, ninguno reside, actualmente, en el pueblo. Hubo siempre notario; pero hace años que no lo hay. Había telégrafo; ahora ni telégrafo ni teléfono.

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El jefe del puesto de la Guardia Civil era un teniente; ahora el comandante es un cabo. Antes hubo varios sacerdotes; y ahora solo hay uno, y con múltiples misiones fuera de la villa, encomendadas por la Jerarquía de Barbastro. De más de 2000 habitantes en otro tiempo, de unos 1650 a mediados del siglo pasado, más de 1000 en la primera década del presente, hemos descendido a unos 400, en la actualidad. Muchos caserones, de tres y cuatro pisos, se vienen abajo, o hay que derribarlos por ruinosos. Y Naval ya no es la capitalidad comercial y arrieril, entre Barbastro y Francia, y el centro de aprovisionamiento de Sobrarbe, como lo era Graus de Ribagorza. Y ello debido a la facilidad y rapidez de las comunicaciones y transporte.

Simón Carruesco, cajero de la sociedad entre los años cincuenta y los setenta, es testigo directo de la evolución de las salinas en los últimos cincuenta años. La junta la conformaban diversos cargos (presidente, interventor, secretario…), que cobraban por el desempeño de sus funciones. Por ejemplo, Simón percibió 60 000 pesetas el último año que actuó como cajero, cantidad que se le antoja pequeña

Antigua fábrica de licores de Naval.

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teniendo en cuenta el dinero que administraba: 20 millones de pesetas de la época. Con ciertas oscilaciones en función de la climatología, en aquellos años se obtenían unas 1600 toneladas anuales (40 000 sacos de sal a 40 kilogramos por saco), que se vendían a un precio de unas 100 pesetas por saco. Los arrieros ya apenas transportaban sal. Lógicamente, se habían impuesto otras formas de comercialización y algunos clientes destacaban sobre los demás; por ejemplo, las empresas Acín y Palá, ambas de Barbastro, en cuyos almacenes convivían las pilas de sal con otros alimentos (arroz, naranjas…). Estas empresas podían comprar en un solo mes 300 000 pesetas de sal pagadas al contado. Palá tenía una flota de camiones que transportaban la sal y el resto de los géneros a diversos destinos de la montaña (Plan, Lacort, Fiscal, Broto, Torla, Biescas, Sabiñánigo, Jaca…).

Las salinas en verano en los años setenta.

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Vista general del salinar de la Rolda en los años setenta.

En las salinas había un trabajador asalariado, dado de alta en la Seguridad Social, que se ocupaba del mantenimiento básico de los dos salinares que seguían funcionado: la Rolda e Iruelas. Iba a un salinar por la mañana y al otro por la tarde. Sus funciones básicas eran dos: quitar la sal de los pozos, labor que tenía que realizar prácticamente todos los días para evitar que se perdiese la mina, y echar agua en las eras en verano. El último fue Jesús Cubero, que se jubiló a principios del siglo xxi a la edad de setenta y cuatro años y que complementaba sus ingresos económicos con la elaboración de calderos, canaleras y similares que vendía con gran éxito en el área comprendida entre Naval y Torla. Sin embargo, la producción propiamente dicha de la sal —que se describirá posteriormente— corría a cargo de las familias navalesas, cada una de las cuales se ocupaba de unas eras concretas. La circunstancia de que fuese una actividad típicamente veraniega facilitaba las cosas, ya que los niños se encontraban en periodo vacacional y podían participar en las tareas salineras.

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Miembros de casa Cocón de Naval trabajando en las salinas. (Ayuntamiento de Naval)

Pero en la década de los sesenta el fenómeno de la emigración dio el golpe final: llegó un momento en el que ni siquiera en verano había personas suficientes para trabajar las eras y recoger y almacenar la sal. En consecuencia, a partir de entonces la única salida para la sociedad salinera era contratar a trabajadores a jornal —Seguridad Social mediante— para que se hicieran cargo de unas faenas que tradicionalmente se habían realizado con carácter familiar y a coste prácticamente cero. La repercusión económica fue tan dura como rápida: se pasó de contar con unas reservas de aproximadamente 4 millones de pesetas a tener pérdidas de 10 millones en apenas cuatro años. De hecho, tuvieron que venderse los almacenes para poder desempeñar el resto de las instalaciones. El saco de sal obtenido en Castejón del Puente, por poner un ejemplo cercano, era incomparablemente más barato que el de Naval, y, como suele ocurrir, el precio ganó la batalla a la calidad —pues, en este sentido, la de Naval seguía sin tener rival—. Los años

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siguientes fueron peores, ya que el desarrollo de las comunicaciones y la creciente articulación del mercado interior llevó a la generalización del consumo de la sal procedente de las salinas del litoral mediterráneo, mucho más productivas y rentables. Las explotaciones a base de manantiales continentales iban teniendo mercados cada vez más locales y restringidos, hasta que llegó un momento en el que su importancia en el contexto global de la actividad salinera pasó a ser meramente anecdótica (Beltrán, 2007). Conclusión: la actividad salinera había dejado de ser rentable y en los años noventa se echó el cierre a la actividad, al menos en la forma en que se había desarrollado desde siglos atrás. En Naval, como en tantos otros lugares, la producción pasó a ser testimonial y a satisfacer a algunos clientes que se resistían al cambio, particularmente a ganaderos que percibían que la salud de su ganado no era la misma desde que dejaron de utilizar la sal navalesa.

El siglo xxi ¿El renacimiento de las salinas de Naval? El Ayuntamiento sigue siendo el mayor accionista de las salinas (en torno a las 15 000 acciones), pero, ante la falta de medios materiales para proceder a su correcto acondicionamiento, decide ceder su administración a gestores externos mediante acuerdos de arrendamiento. Primero a una empresa de Barcelona —Moviments Culturals— y posteriormente a un grupo de Zaragoza —el Centro de Exposiciones y Promoción de Aragón (CEPAR)—. La explotación queda reducida, al menos inicialmente, al salinar de la Rolda. En 2001 Moviments Culturals inició un proyecto de reconversión del salinar de Naval para recuperar la actividad extractiva tradicional, salvar un patrimonio cultural de valor incalculable y dotarlo de sostenibilidad mediante la adecuación de parte de las instalaciones a fines lúdicos, culturales, sanitarios y de ocio. Esta actuación se enmarcaba dentro de un plan más amplio del Ayuntamiento navalés, descrito por José Luis Pano en un artículo publicado en el Heraldo de Aragón y titulado «Naval recupera un centenario alfolí para acoger el museo de la sal»:

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El Ayuntamiento de Naval está trabajando en la recuperación del amplio legado secular ligado con la alfarería y la sal que tiene la villa para ofertarlo como reclamo turístico. En esta línea, tres son los grandes proyectos que la alcaldesa, Pilar Carruesco, apunta: El Alfar o Casa Palomera, Las Salinas y el Alfolí o almacén de la sal. La Casa Palomera albergaba uno de los más antiguos hornos donde se fabricó durante siglos platos, cuencos y demás objetos. El Ayuntamiento ha recuperado su estructura y lo ha convertido en un museo donde se explica la importancia que tuvo la alfarería para la villa. El segundo proyecto es la recuperación de las salinas que durante mil años han producido sal y han sido la principal fuente económica del municipio. De hecho en Lo Salinar de Naval se van a llevar a cabo iniciativas como baños terapéuticos en agua salada, visitas guiadas para escolares, y actividades de ocio como la segunda edición de un festival de música joven o la navegación con barcos teledirigidos. El otro gran proyecto en el que está inmerso Naval es la recuperación de un alfolí, unos grandes almacenes de sal, datado en el siglo xii. La obra de restauración debe concluir en mayo de 2003 y su interior acogerá un museo de la sal. Pero todos estos proyectos tienen que venir con una mejora en las comunicaciones. Los vecinos de Naval acuden a este municipio por la carretera de El Grado, recorriendo más de cuarenta kilómetros. Paradójicamente, la población cuenta con una vía que la une con Bárcabo y Colungo: doce kilómetros de pista, cuyo acondicionamiento acometerá la DPH. El proyecto está en fase de pequeñas expropiaciones para poder acometer el arcén. Carruesco considera este proyecto como vital para el futuro de Naval. (Heraldo de Aragón, 13 de septiembre de 2002)

En el verano del año 2002 Movements Culturals organiza la primera edición del Festival de Música Joven del Somontano (SOMA), con el objetivo de difundir la actividad que se estaba llevando a cabo en Lo Salinar de Naval. Para la edición del siguiente año se redactó una nota de prensa bajo el titular «El festival de música joven SOMA 03 arranca esta noche en Naval»: Este viernes y sábado arranca la segunda edición. Un total de 67 grupos procedentes de Huesca, Zaragoza, Navarra, País Vasco, Cataluña, Valencia, Madrid, Extremadura y Andalucía han enviado sus temas a este Festival de Música Joven y un jurado compuesto por periodistas, autoridades políticas, y gente ligada al mundo de la música ha hecho una reducida selección de formaciones. Algunas de estas actuarán en las salinas de Naval en las noches del 27 y 28 de junio y 4 y 5 de julio. Los conciertos comenzarán sobre las diez de la noche y la entrada será gratuita.

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Pero ¿qué tiene que ver la sal con la música? En Naval prácticamente todo. Esta población somontanesa ha convivido con la sal desde su existencia. Lo Salinar de Naval es uno de los más antiguos de Europa. Desde centurias, la economía de Naval ha girado en torno a la sal, dado que era el principal productor de la zona. Sin embargo con la modernidad a finales del siglo pasado ya no resultaba rentable producir sal para su comercialización y las salinas cayeron en desuso. No obstante, la empresa Movements Culturals ha sabido ver la importancia histórica, social que tiene este paraje y ha optado por su rehabilitación para convertirlo en un destino de turismo cultural y comercializar productos derivados del salinar como sales de baño, sales para cocinar y hasta ofrecer baños terapéuticos para el reuma, la piel, bajar la tensión… La rehabilitación está concluida y en su mantenimiento trabaja media docena de jóvenes de Naval. El objetivo de esta iniciativa es «dar vida a Naval y que este proyecto sea sostenible», explica Juan Ignacio Martínez, responsable de la empresa. Pero todo buen proyecto necesita de su difusión, por lo que desde Movements Culturals pensaron que la mejor forma para atraer visitas a este entorno era organizar un certamen musical y que a su vez diera la oportunidad de conocer grupos noveles. (27 de junio de 2003 <http://www.franjadigital.com>)

En la temporada 2005 Moviments Culturals extrae y comercializa 300 toneladas de sal por el sistema tradicional, lo que convierte el salinar de Naval en el último salinar de montaña en activo en el Pirineo y le hace recibir más de veinte mil visitas. Para llegar a este punto, durante cinco años se ha realizado una inversión total de más de un millón de euros, aportados por dicha empresa y diversas instituciones. No obstante, ese mismo año los propietarios del salinar y el Ayuntamiento de Naval deciden, en el legítimo uso de sus derechos, que Moviments Culturals se desvincule del proyecto. Su lugar lo ocupará poco después el grupo zaragozano CEPAR. La nueva estrategia aparece esbozada en una nota de prensa fechada el 4 de septiembre de 2007 y titulada «Las salinas de Naval tendrán dos hoteles de lujo y un balneario único en España»: Las obras comenzarán tras el verano. Los responsables de CEPAR, la empresa que explota el salinar, esperan que el complejo esté listo en 6 años y cree 140 empleos fijos. […] La empresa concesionaria de la explotación de las salinas de Naval, planea crear en torno a este espacio dos hoteles, uno de cuatro estrellas y otro de cinco, que estarían unidos por el primer balneario salado de España, con una extensión de 6000 metros cuadrados. Y es que el responsable del grupo

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zaragozano Centro de Exposiciones y Promoción de Aragón, S. L. (CEPAR), Santiago Estaún, junto con sus socios Pilar y Luis Vecino, quieren explotar al máximo las posibilidades del salinar y su privilegiada situación a caballo entre dos comarcas muy turísticas: el Somontano y el Sobrarbe. Este planteamiento empresarial, que giraría en torno a la sal, quiere convertir Naval en un balneario salado con tratamientos médicos de referencia en toda Europa. A él, irían ligados dos establecimientos hoteleros: uno de la máxima categoría, con 75 habitaciones, y otro de cuatro estrellas con 150. Los trabajos para poner en marcha este ambicioso complejo comenzarán una vez que termine el verano y se calcula que se empleará a unas 400 personas en todo el proceso de construcción. Una vez concluidas todas las obras, sus promotores estiman que se crearán 140 puestos de trabajo fijos, lo que contribuirá al asentamiento de población en la zona. Estaún comenta que, a más largo plazo, ya con el complejo termal salado en marcha, se acometería una segunda fase del proyecto, que consistiría en la construcción de un nuevo hotel y un balneario espá en otra de las salinas que tiene esta población. A su juicio, esta iniciativa contribuirá a desestacionalizar el turismo en el Pirineo y a dinamizar la zona puesto que se quiere aprovechar las oportunidades que ofrecerá la puesta en marcha de la autovía y del aeropuerto Huesca-Pirineos, ya que se fletarán vuelos chárter desde Bélgica. Asimismo, está previsto comercializar la conocida «flor de la sal», muy requerida por los grandes expertos en cocina por sus excelentes pruebas de salinidad y que se llevará a los mejores restaurantes para su promoción. En este sentido, se quiere crear una Denominación de Origen de la Sal de Naval, una marca bajo la cual se vendería sal para uso culinario pero también para usos dermatológicos. Los planes de esta firma —dedicada a la consultoría de empresas, proyectos agrícolas y a la promoción económica en la Comunidad Autónoma y que el verano pasado firmó con el Consistorio el arrendamiento de las instalaciones por un periodo de 60 años— fueron presentados a la comunidad de propietarios del salinar y a los vecinos de Naval, hace casi un año, y poco a poco se van concretando.

Efectos de la crisis económica Poco después llega la crisis económica, que también tiene algo que decir en el asunto. Así, en julio de 2009 las noticias hablan de que la intención del grupo promotor de Zaragoza de convertir el Salinar de Rolda en el primer balneario al aire libre de Europa

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deberá esperar a una mejor coyuntura económica ya que los promotores […] pretenden ir «paso a paso» y primero consolidar Naval como una zona de baños tonificantes, dirigida a todas las edades, única en Aragón y quizás en España. El siguiente paso de este proyecto llegará en el invierno de 2010 con la construcción de los cerramientos y aclimatación del restaurante y de las piscinas de mayor tamaño para que las salinas puedan abrir todos los fines de semana del año. La conclusión de estos trabajos irá ligada con la puesta en servicio de la autovía Huesca – Lérida lo que permitirá acercar al turismo potencial de Zaragoza y Cataluña. […] Este grupo de promotores también está trabajando en la comercialización de Naval como destino turístico. Para ello ya ha contactado con varias agencias de viajes para que incluyan a este rincón del Somontano dentro de sus rutas o escapadas que incluyen lugares tan cercanos como Sobrarbe o Guara. En ese sentido, reclaman de las autoridades un mayor impulso al proyecto para la creación de la carretera que uniría los municipios de Naval y Bárcabo, a través de Suelves. Este eje carretero, una demanda del Ayuntamiento de Naval y de los empresarios del sector, supondría unir polos de gran potencial turístico como Sobrarbe, Guara y Alquézar y Torreciudad. («El Salinar de Rolda de Naval, baños relajantes y terapéuticos en el mar del Somontano», Ronda Somontano, 13 de julio de 2009 <http://www.rondasomontano.com/revista/4567>).

Pero no todo es malo en ese año. El 3 de febrero de 2009 el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio confirma el carácter mineroindustrial del cloruro sódico de las aguas alumbradas en los manantiales de Naval, así como su condición mineromedicinal para uso tópico. Al año siguiente se publica la «Resolución de 14 de julio de 2010 de la Dirección General de Energía y Minas, por la que se otorgan las Concesiones de Aprovechamiento de las aguas minero-medicinales procedentes de los manantiales ubicados en el término municipal de Naval (Huesca) denominados “Iruela” n.º 1920, “Cuesta de Monzón” n.º 1921, y “La Rolda” n.º 1922, a favor de Salinera de Naval, S. L., se determinan nuevos perímetros de protección del acuífero y se confirman las concesiones de aprovechamiento minero-industrial de las mencionadas aguas a favor de la misma empresa» (Boletín Oficial de Aragón, 232, 26/11/2010). Ya en pleno siglo xxi, todavía quedan muchas cosas por hacer en el alfolí y en los salinares, y la carretera que pasando por Suelves debe conducir a Bárcabo y

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Invierno de 2007 en las salinas de Naval.

Colungo se ha convertido en una reivindicación histórica del municipio… y en una necesidad obvia para las expectativas de los navaleses y de sus salinas. Algunas cosas están casi acabadas y otras esta en marcha, «o casi». Lo que es incontestable es el potencial de la sal de Naval para su puesta en valor, tanto en forma de baños terapéuticos como de sal alimentaria de una calidad exquisita. De hecho, ya cuenta con muchos clientes habituales, entre los que se encuentran no pocos extranjeros, a pesar de que el sistema de explotación actual tiene el inconveniente de limitarse a los meses veraniegos: desde el 1 de junio hasta el 15 de septiembre. En invierno las salinas vuelven a tener un aspecto un tanto desolador.

El redescubrimiento de las salinas En cualquier caso, los baños de sal en Naval gozan de una merecida fama para diversas indicaciones médicas (reuma, psoriasis, acné, problemas óseos…) o sencillamente para obtener una sensación inmediata de bienestar, y todo eso, de momento,

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a un precio de los de antes: entre 5 y 7 euros al día (http://www.salinardenaval.com). Las crónicas de los que las redescubren o cantan sus excelencias son cada vez más abundantes en Internet; para muestra, un par de botones: Asunto: Flotando más que en el Mar Muerto

Hola, el sábado en nuestra habitual escapada, estuvimos en un pueblo de la provincia de Huesca llamado Naval, llegamos casi por casualidad, me llevé una sorpresa, la verdad es que ni imaginaba el tesoro que nos regaló la Naturaleza […]. Las Salinas de Naval son muy famosas […]. Aprovechando sus pozas naturales de agua salada (más sal que en el Mar Muerto) han empezado a hacer un complejo con miras al turismo y a la salud, dado que sus aguas son beneficiosas para los problemas de piel y se están estudiando todas sus propiedades. La verdad es que es una sensación «rara»; flotas en apenas un palmo de agua, de tal manera que puedes adoptar la postura que más cómoda te sea, eso sí, evitando que no te entre ni una gota a los ojos, ni os cuento cómo escuece. […] aconsejan que no estés

Un nuevo público descubre las salinas.

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dentro del agua más de veinte minutos y luego otros tantos al Sol […], toda blanca incluidas las gafas, pero cuando te duchas… piel de seda, ni con las mejores cremas me queda una piel de criatura, suave como la seda, lo mismo que el pelo, pero lo mejor fue la relajación que sientes cuando estás en el agua, no sientes el cuerpo, no te pesa nada, parece increíble. (Marisa, 17 de julio de 2007)

Paseo fotográfico por las salinas de Naval

En el pueblo de Naval han encontrado la mejor manera para hacer resurgir las antiguas salinas milenarias que poseen en su localidad. Actualmente siguen explotando las salinas de la forma tradicional, pero combinándolo con unas instalaciones acuáticas muy acogedoras. La sal extraída la comercializan de varias formas. Incluyendo la venta de Sal de la mejor calidad en el mismo complejo. Zona de los baños de sal. Dispone unas 8 piscinas de diferentes tamaño y profundidad. Y lo más importante, con diferente tipo de agua. Así como duchas y zona de vestuarios. En varias de estas piscinas encontraremos agua con una concentración de sal superior a la del mar muerto. Esto le atribuye unas magníficas propiedades para el cuidado de la piel. Al introducirte en las piscinas saladas experimentarás una flotabilidad asombrosa, te sostienes en la superficie casi sin esfuerzo alguno. Aunque deben tomarse unas pequeñas precauciones. Evitar que el agua entre en contacto con los ojos o con heridas recientes. Pica un poco. En el borde de la piscina encontrarás jarras de agua dulce por si esto te ocurre. No prolongar excesivamente el baño en el agua salada, 15-20 minutos es más que suficiente. Al salir del agua debes beber agua para hidratarte. Después secarte al sol para que la sal quede fijada a tu piel y entonces empezar la sesión de exfoliado, simplemente frotándote la sal por el cuerpo con tus propias manos durante unos minutos. A continuación, ducharte con agua dulce y disfrutar de la piel más suave que has tenido jamás. Aquí concluye la visita virtual. Si algún día os desplazáis a la provincia de Huesca no olvidéis visitar el Salinar, pues es una visita casi obligada. Os atenderán de maravilla y os informarán de cómo realizar los baños correctamente. (http://www.lapsoriasis.com/foros/index. php?topic=48.0)

Finalmente, el balance que se realizaba al cerrar la temporada de 2009, en plena crisis, era muy positivo, y bajo el titular «El Salinar de Naval registra 12 300 visitas este verano. Sigue aumentando el interés por los baños relajantes del Salinar de Rolda» se señalaba que

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el Salinar de Rolda de Naval sigue ganando adeptos. Este domingo se clausuraba una nueva temporada de baños en las salinas milenarias de esta localidad del Somontano con un balance muy satisfactorio a juzgar por el número de personas que han disfrutado de los baños terapéuticos y relajantes de este entorno. Alrededor de 12 300 visitas han registrado estas salinas milenarias habilitadas para tomar baños, una cantidad notablemente superior a la de la temporada de 2008 en la que se registraron 10 000 visitantes. Durante el verano hasta las Salinas de Naval se han acercado personas llegadas de varios rincones de Aragón, en su mayoría de Zaragoza, así como de Cataluña y otras comunidades autónomas. Fuera de nuestras fronteras, los visitantes franceses también han mostrado su interés por esta propuesta de ocio terapéutico. (15 de septiembre de 2009 <http://www.rondasomontano.com/revista/6641>)

Las salinas como nuevos polos para el desarrollo socioeconómico y cultural El patrimonio salinero se ha ido perdiendo en las últimas décadas del siglo xx, en algunos lugares de forma irreversible. De las numerosísimas salinas de interior que existían en el área mediterránea, solo un 1,5% se encuentran operativas en la actualidad. Sin embargo, las salinas son lugares atractivos que, convenientemente gestionados, pueden interesar a personas con aficiones muy diversas, por los motivos que se expondrán posteriormente. De hecho, en los últimos años se está tratando de recuperar algunas salinas europeas de interior de forma similar a como se está haciendo en el caso de Naval. Se vuelve a producir sal, se ofrecen productos alternativos (baños, etcétera), se crean centros de interpretación. Así lo expone Hueso (2007): Las salinas de evaporación solar en el interior constituyen un fenómeno raro en el mundo pero abundante en la Península Ibérica. Junto a los valores naturales típicos de las salinas (hábitats halófilos, flora y fauna especializadas), se observa en ellas un patrimonio cultural tangible (edificios, infraestructuras) e intangible (técnicas de trabajo, tradiciones) de gran valor y singularidad. El conjunto de estos valores culturales y naturales es lo que denominamos el paisaje de la sal. En la actualidad la práctica totalidad de las salinas de interior en España han ido cesando su actividad productiva, cayendo en el olvido y desapareciendo bajo la maleza. Sin embargo, empiezan a aparecer ejemplos de recuperación de la actividad, en combinación con una puesta en valor

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del patrimonio natural y cultural, que permiten un desarrollo socioeconómico paulatino a escala local. Muchos de los lugares salineros del interior se encuentran en zonas relativamente aisladas, demográfica y económicamente deprimidas, y de escaso rendimiento industrial o agrícola, que podrían beneficiarse de una explotación responsable del recurso salino. Así, el paisaje de la sal, que antaño se asociaba a terrenos yermos e improductivos, puede hoy traducirse en un recurso local de calidad, si es explotado con inteligencia y responsabilidad.

La gestión sostenible de las salinas tradicionales se basa en cuatro pilares: la producción de sal, la educación, la conservación y el turismo. La producción de sal artesana puede encontrar una salida en la gastronomía, que cada vez demanda materias primas de mayor calidad. La sal se puede mezclar con otros ingredientes para obtener sales culinarias (sal de ajo, sal ahumada, sal de romero…) o cosméticas (sales de baño, cremas exfoliantes…) con aplicaciones específicas. Además, las salinas proporcionan subproductos muy valiosos para las industrias farmacéuticas y biotecnológicas y para los centros de investigación, desarrollo e innovación. Por lo que respecta a la educación, las salinas ofrecen la posibilidad de ser estudiadas de una forma integrada o desde prácticamente cualquier punto de vista o disciplina: historia, arqueología, etnología, geografía, geología, economía, biología, química, tecnología alimentaria…, e incluso investigación espacial, tan interesada en el estudio de los organismos extremófilos. La conservación afecta al patrimonio tangible, tanto natural como industrial, pero también al intangible: cuando se cierra una salina se empieza a perder un enorme caudal de técnicas de trabajo, tradiciones, creencias, leyendas… Finalmente, el turismo está cambiando rápidamente y muchos turistas ya no se limitan a sol y playa, sino que demandan productos de alta calidad que satisfagan su curiosidad. En este sentido, las salinas ofrecen paisajes naturales y culturales fuera de lo común en lugares habitualmente apartados de los destinos turísticos tradicionales. Además, tienen un gran potencial para los cada vez más solicitados viajes temáticos: gastronomía, geología, arqueología y tecnología preindustrial, ornitología, botánica… Y este turismo, estrechamente ligado a los tres pilares anteriores, puede proporcionar puestos de trabajo directos e indirectos y dinamizar las localidades que, como Naval, todavía albergan estas instalaciones. •


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Las salinas de Naval: producción y transporte de la sal

Las salinas: ¿parques triásicos? Los depósitos de sal gema se crearon hace millones de años, cuando el agua de mar o de lagos salados quedó estancada en zonas que actualmente son de tierra. La evaporación del agua propició que las sales que contenía precipitaran formando lechos de sal que, en algunos casos, fueron enterrados por otros materiales sedimentarios. En la actualidad, los ríos subterráneos que atraviesan estas vetas disuelven la sal y la transportan a la superficie en forma de manantiales de agua salada. La existencia de estos manantiales explica que ya en la Edad del Bronce hubiera un

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asentamiento cerca de Naval y que desde entonces las salinas se hayan explotado ininterrumpidamente hasta la actualidad. Y es que la elaboración de sal tenía como principal condicionante su fijación a emplazamientos muy concretos, no elegidos por el hombre sino seleccionados por las leyes de la naturaleza. […] Por ello, el ciclo de la sal se caracteriza por la adaptación del hombre a las particulares características del lugar en el que se emplacen las salinas. En definitiva es una adecuación constante del hombre al medio, en el que el éxito de la producción se fundamentaba en los inicios de la explotación en la habilidad del hombre y, posteriormente, en la transmisión durante generaciones de la experiencia adquirida. (Plata, 2006: 13)

En estos emplazamientos la sal estaba vinculada con unas estructuras geológicas denominadas diapiros, que básicamente consisten en un gradiente de densidad entre las rocas y materiales de distintos periodos geológicos. En pocas palabras, los materiales salinos formados en el Triásico (hace 230-210 millones de años), al poseer menor densidad que los estratos superiores, ascendieron a la superficie de una forma similar a como lo hace el aceite cuando lo cubrimos con una capa de agua. Pues bien, durante ese ascenso geológico los materiales salinos arrastraron consigo distintos tipos de rocas de los estratos superiores: rocas cataclásticas, ofitas, calizas, margas arcillosas, carniolas, arcillas abigarradas, etcétera, con lo que el fenómeno geológico de los diapiros no solo proporcionaba la sal, sino también prácticamente todos los materiales necesarios —a excepción de la madera— para las infraestructuras salineras: muros, suelos… (ibidem, pp. 15-16). Como vemos, el medio físico tenía una importancia determinante en la actividad salinera por varios motivos.

El ciclo productivo de la sal El ciclo productivo de la sal solía ser tecnológicamente simple, ya que no requería complejas herramientas de trabajo ni un gran número de operaciones para la consecución del producto final. La forma de producir sal en Naval ha permanecido prácticamente invariable a lo largo de los siglos. La Revolución Industrial apenas se asomó por las salinas. Tanto es así que la sucinta descripción hecha en 1610 por

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Diapiros

Manantiales naturales

Pozos / fuentes

elevación de la salmuera (cigüeñal)

Almacenamiento

Distribución (eras)

Evaporación (sol, viento)

Sal

Recogida y almacenamiento provisional (en salinas)

Pesado y almacenamiento final (alfolí de Naval)

Distribución (arrieros, carreteros, camiones)

Venta

Alfolíes secundarios (Huesca, Jaca, Ayerbe, Barbastro, Berdún, Aínsa, Biescas, Sariñena)

Etapas básicas de la producción de sal en las salinas de Naval.

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el geógrafo portugués João Baptista Lavanha aún sería válida en la actualidad: «el trato de él [refiriéndose a Naval] es la sal, la cual se hace de agua de una fuente que está al pie del lugar, recogida en pozos, de los cuales se saca o se lanza en unos tanques ladrillados en el verano y se cuaja y se hace buena sal» (Lavanha, 1895: 66). A continuación se ofrece una descripción más detallada del proceso. La obtención de la sal se ha basado siempre en la destreza de los navaleses para combinar los cuatro elementos básicos del proceso: el agua, el viento, el sol y el tiempo. De los tres salinares que se explotaban en Naval en 1853, uno disponía de un manantial que brotaba a ras de suelo (Ranero), mientras que en los dos restantes (Iruelas y la Rolda) los manantiales eran subterráneos y la salmuera se tenía que extraer a partir de pozos, lo que implicaba el empleo de sistemas que permitiesen elevar el agua hasta la superficie. Para ello se recurrió a distintos sistemas: máquinas cigüeñales (algataras), sistemas de poleas y, más recientemente, sistemas de bombeo con pequeños motores. Una vez controlada su emergencia, el agua salada era conducida a través de canales constituidos hasta una serie de grandes depósitos (balsas, pozos de encube o pozancas) que actuaban como centros de redistribución en los periodos productivos (verano) y de almacenamiento en los improductivos. La conservación de la salmuera permitía resolver de una manera efectiva la estacionalidad de la temporada de elaboración. Así, se acumulaba el agua a lo largo del año para disponer de la mayor cantidad posible de materia prima en el momento de iniciar la siguiente campaña. El conjunto de la salina estaba articulado por una red de canales que permitían, por efecto de la propia gravedad, la circulación del agua desde el nacimiento del manantial hasta los depósitos intermedios y desde estos hasta las eras, balsas poco profundas en las que cristalizaba la sal. En Naval se empleaba el sistema de producción conocido como a lleno, que consistía en llenar las eras con la salmuera y esperar simplemente a que el agua se evaporase. La cantidad con la que se llenaban las eras variaba dependiendo de la climatología y, sobre todo, de la concentración de sal del agua. Así, en el salinar de Iruelas, cuyo manantial proporcionaba una salmuera de gran concentración, las eras se llenaban con dos pulgadas y media de agua, mientras que en las de los salinares de Ranero y la Rolda el llenado no podía sobrepasar la pulgada y media. La concentración de sal en el agua se medía desde mediados del siglo xix con un instrumento denominado areómetro de Beaumé —nombre del farmacéutico

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Pozo de la sal en la salina de la Rolda.

Algatara de la Rolda.

francés que lo diseñó en 1750— o, popularmente, pesal. Este aparato permitía conocer la densidad de la salmuera de una forma rápida y sencilla mediante el uso de un flotador cilíndrico que cuando se sumergía en el líquido a cierta profundidad provocaba el desalojo de un determinado volumen. El areómetro de Beaumé tenía una escala arbitraria de grados en la que un grado se correspondía con una concentración de 11 gramos de sal por litro de agua. En Naval no se empleó hasta la segunda mitad del siglo xix. De hecho, en la memoria de 1853 el responsable de las salinas declaraba que se ignoraba «la graduación de las aguas que producen, por carecer de instrumento hidrostático para la prueba». La madera —habitualmente de pino— era un material profusamente empleado en las estructuras salineras debido a su resistencia a la acción de la sal. Se encontraba —y se encuentra— en los entramados de las eras, en los canales de distribución de la salmuera, en la delimitación de pozos, en la construcción de pasarelas y suelos y en las propias herramientas de trabajo. Los canales de madera se realizaban a partir de troncos que eran semiescuadrados y vaciados con azuelas para formar el

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Vista panorámica de las infraestructuras del salinar de la Rolda.

Pozancas o pozas de redistribución.

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Canales.

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Eras de cristalización de la sal en el salinar de Iruelas.

Manantial en el salinar de Iruelas.

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Areómetro de Beaumé o pesal. (Farmacia Museo Aramburu)

canal interior por el que circulaba la salmuera. Realmente, la sal ejerce dos efectos contrapuestos sobre la madera: por una parte, la protege del ataque de bacterias e insectos (efecto beneficioso), mientras que, por otra, ataca a la lignina y afecta a la cohesión de la madera (efecto negativo); sin embargo, este último proceso se desarrolla de una forma mucho más lenta que en otro tipo de materiales, como los metálicos, que se excluían de la actividad salinera siempre que era posible. A diferencia de otro tipo de construcciones, y dado que la madera iba a estar permanentemente humedecida —independientemente de su localización—, era necesario que su talla y su colocación se realizaran cuando aún se encontraba verde. De esta manera se evitaba que la madera seca se hinchara, tuviera grietas y desestabilizara las estructuras. Los depósitos y las eras tenían que estar revestidos de un material que reuniese tres condiciones: dureza, plasticidad e impermeabilidad. Para ello se recurría a losas de ladrillos rectangulares asentadas en una capa de buro de unos 30 centímetros de profundidad que actuaba como impermeable. El buro también se utilizaba para taponar las entradas y las salidas del agua de las eras cuando era conveniente. A lo largo del tiempo se probaron otros materiales (madera, losetas asfálticas…), pero los resultados no fueron buenos. Otra de las características constructivas de las salinas fue el empleo de tierras arcillosas en vez de mortero de cal para la trabazón de los materiales. Este hecho se debe a que el agua y la sal disuelven los morteros de cal, provocando la inestabilidad de las construcciones y, lo que no es menos importante, la contaminación de un producto final que debía ser apto para el consumo humano y animal.

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La madera, elemento esencial en las salinas.

Losas de ladrillos de las eras.

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Las flores de Naval.

Niños aprendiendo a utilizar los retraderos en el salinar de la Rolda.

Las tareas relacionadas con el manejo del agua —identificadas genéricamente con el término regar— no solían implicar un gran esfuerzo físico, pero requerían conocimientos específicos que establecían los criterios de actuación de la persona encargada y el ritmo del proceso productivo. El riego no se podía hacer en cualquier momento, sino en uno concreto (el punto), determinado por la humedad de la era, el grado de la salmuera y la velocidad de evaporación en ese momento del día. Como se ha comentado anteriormente, el control del manantial y su distribución a pozancas y eras era responsabilidad de un empleado fijo de la salinera. Sin embargo, una vez que el agua estaba en las eras comenzaba el trabajo familiar. La cosecha de la sal y su traslado a las casetas hacían necesaria una mayor aportación de trabajo (no cualificado), y la intervención coordinada de varias personas permitía que la tarea se realizase de una forma más rápida y efectiva. El marcado carácter estacional de la actividad salinera para la mayor parte de las personas que participaban en ella significaba que la elaboración de sal constituía una dedicación complementaria en el marco de la pluriactividad económica, tan extendida en el medio rural tradicional. El hecho de que el calendario de la producción salinera (junio-septiembre) se solapase con los momentos de mayor actividad agraria debía de conllevar importantes problemas de compatibilidad, lo que hacía necesario el concurso de toda la familia en una u otra tarea (Beltrán, 2007). Una vez en las eras, el agua se evaporaba por la acción del sol y del viento hasta que se producía la precipitación de la sal, que, al cristalizar, flotaba en la superficie y daba lugar a las flores, que caían al fondo cuando su peso aumentaba y disminuía su nivel de flotación. Cada dos días, más o menos, había que remover la capa de sal

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Replegado de la sal en las esquinas de las eras.

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Acarreo de sal en cestos de mimbre en el salinar de la Rolda a principios del siglo xx. (Colección Privato Cajal)

para evitar que se quedara pegada a los ladrillos. Esta acción (bater) la llevaban a cabo las mujeres a primera hora de la mañana o al atardecer con unos utensilios de madera denominados retraderos. Al mezclar el agua del fondo (más caliente) con la superficial (más fría) se aceleraba el proceso de evaporación. Cuando la capa de sal del fondo se endurecía por no realizar las batidas necesarias había que separarla con la ayuda de jadas o picos de ganchos. Si todo iba bien, el agua tardaba entre 6 y 14 días en evaporarse. Entonces la sal quedaba expuesta en la superficie de la era y se iba recogiendo con los retraderos (barrer) y se amontonaba en pilas (replegar o recoger) en un lado para que se acabase de secar antes de su almacenamiento en las casetas. En ese momento la superficie de la era quedaba liberada y se podía proceder a inundarla de nuevo e iniciar otro proceso productivo. Una vez seca —y con el menor grado de humedad posible—,

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Casetas para el almacenamiento temporal de la sal, junto a la era.

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la sal se almacenaba provisionalmente (entrar) en las casetas situadas en las propias salinas (una para cada grupo de eras). Tradicionalmente, las mujeres eran las encargadas de barrer las eras y de entrar la sal en canastos de mimbre, por lo general de media fanega, que portaban sobre su cabeza. En fechas más recientes eran los hombres los que iban llenado canastos o carretillas y la transportaban a las casetas. Los mayores enemigos de las salinas eran las lluvias y las tormentas estivales, ya que el agua precipitada disolvía la sal. Por este motivo cuando se preveía una tormenta era preciso recoger la sal antes de que se destruyese todo el proceso de evaporación. Como señala Fuster, en los años 60 se instalaron tejadillos plásticos transparentes que evitan estos inconvenientes, aumentando además la evaporación y ampliando el período de producción. Antaño existía el oficio de «temporero» que prevenía las lluvias y avisaba a cualquier hora a los salineros para que bajasen a recoger la sal antes de la tormenta; no siendo extraño la recogida a horas intempestivas bajo la luz de los candiles. (Fuster, 1987: 117)

Si, a pesar de las precauciones, la lluvia diluía la sal, había que realizar un sangrado de las eras; esta operación consistía en quitar con los dedos la parte superior de buro con el que se habían tapado los agujeros de drenaje de las eras. De esta manera fluía el agua de lluvia, ya que quedaba encima de la salada debido a su menor densidad. Una vez eliminado el exceso, se volvían a tapar los orificios con buro y se añadía salmuera. Obviamente, la experiencia del operario encargado de todo lo concerniente al riego de las salinas era fundamental para el éxito del sangrado. Al finalizar la temporada salinera las casetas (almacenillos) estaban llenas de sal y se efectuaba el acarreo, o acción de carriar, antiguamente con caballerías (a lomos o en carros) y en fechas más recientes con camiones o con tractores provistos de remolque. Así, la sal era conducida al almacén que la salinera tenía en el pueblo, donde a lo largo del resto del año se iba moliendo y envasando para su comercialización. En la época del estanco la conducción de sal al alfolí era controlada por los oficiales del resguardo, quienes vigilaban que no se produjeran adulteraciones para aumentar el peso. Al llegar al alfolí la sal era pesada por el oficial pesador antes de su almacenamiento. En la actualidad los sacos se llenan en las mismas salinas con la ayuda de cintas transportadoras.

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Techos en las eras para evitar los efectos negativos de las tormentas.

Agujeros de drenaje de las eras.

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Llenado de sacos en la actualidad.

La distribución de la sal Durante siglos el transporte de la sal desde los alfolíes centrales, situados en las propias localidades salineras, hasta los consumidores se realizó a lomos de caballerías o en carros. Una carreta tirada por bueyes podía transportar entre 11 y 13 fanegas de sal de 112 libras, lo que, a 51,6 kilogramos por fanega, representaba entre 570 y 670 kilogramos, mientras que la capacidad media de carga a lomos de un macho era de dos bultos de 5 arrobas cada uno, es decir, unos 125 kilogramos (Plata, 2006). Teniendo en cuenta que la producción media en el salinar de Naval entre 1847 y 1852 fue de 22 857 fanegas anuales (1 179 421 kilogramos) nos podemos hacer una idea del intenso tráfico que se ponía en marcha en el Alto Aragón simplemente como consecuencia del transporte de sal: unos 2000 desplazamientos en carros o carretas o 9435 en machos.

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Por otra parte, durante siglos la distribución de la sal estuvo, mayoritariamente, en manos de los vecinos de las localidades salineras. Esta actividad estaba vinculada con la particularidad del ciclo productivo: el mes de mayo se dedicaba a la reparación y el acondicionamiento de las infraestructuras salineras, las labores de producción de sal se realizaban entre junio y septiembre y el transporte se efectuaba entre octubre y abril. La participación de los vecinos y el precio del transporte se reflejan en un memorial que la villa de Naval remitió al rey en el siglo xvii y que ya se ha citado anteriormente (BNE, VE/200/118). No obstante, la producción era tal que el transporte no se podía limitar a los vecinos de la localidad, sino que normalmente exigía la participación de personas de otras localidades, comarcas e incluso provincias. Valga como referencia que en la localidad de Poza de la Sal (Burgos), con una producción anual media de 65 780 fanegas de sal, el transporte era efectuado por el gremio de arrieros de Poza, una asociación de carreteros de la serranía burgalesa (La Cabaña), una compañía de carreteros de la provincia de Santander y numerosos arrieros independientes de otras comarcas. En esa localidad, y según el catastro de Ensenada, existían 2 personas que asistían a los carreteros de La Cabaña y 71 arrieros o conductores de sal, que poseían 172 caballerías mayores y 140 menores, además de otros 13 vecinos que alquilaban regularmente 6 caballerías mayores y 8 menores para esa actividad (Plata, 2006). Proporcionalmente, la situación en Naval debió de ser muy similar. En la época del estanco la Hacienda Pública no se encargaba directamente de la conducción de la sal —ya que no le resultaba rentable—, sino que realizaba contratas con los transportistas. El transporte más o menos libre desapareció y se pasó a un sistema de contrata general: la conducción de la sal producida en las distintas provincias se adjudicaba a una compañía o a determinados particulares mediante una subasta que tenía lugar en Madrid. El pago se efectuaba por fanega y legua, y el precio fue variando a lo largo del período en que estuvo en vigor el estanco. Esas compañías contaban con sus propios conductores de sal, locales o foráneos, que la llevaban a los alfolíes secundarios, a partir de los cuales se surtían las distintas poblaciones. La Administración procuraba que los alfolíes se abastecieran de las salinas más cercanas, puesto que, cuanta mayor distancia hubiera entre ellos, menor era el beneficio obtenido. En 1853 la Corona pagaba a los conductores contratados 15,5 maravedíes por fanega y legua. En ese año Naval surtía a los alfolíes de

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Aínsa, Ayerbe, Barbastro, Berdún, Biescas, Jaca, Huesca y Sariñena, mientras que Peralta de la Sal hacía lo propio con los de Benasque, Campo, Benabarre y Fraga. El sistema de transporte de las salinas de Naval fue descrito por su administrador, Juan Manuel Torres, en la memoria de 1853: Siempre que llegan los conductores se les despacha, con tal que haya salido el sol y no se haya puesto, prefiriendo en el orden a los primeros que se presentan, y acompañándolos el dependiente encargado hasta fuera del pueblo. Como son de diferentes puntos, su carácter es variado pero en todos ellos resalta cierta aspereza, hija de su poco trato y civilización. Generalmente de los alfolíes de Biescas, Berdún y Jaca vienen indistintamente con libramientos expedidos por el representante de conducciones o sus autorizados y de los demás alfolíes empresarios particulares de cada uno y a su arbitrio, sin que satisfagan derecho ni gabela alguna. No dejaría de ofrecer inconvenientes el que todos los sacos tuviesen la misma cabida porque el transporte se verifica en caballerías y los conductores cargan con mucha variedad. El sistema actual de contratas generales es el más conveniente en concepto del que suscribe por las ventajas que todos reconocen en las subastas, en razón al mayor número de licitadores. Creo, sin embargo, que la Hacienda obtendría mejor resultado si en vez de contratas generales estableciesen las parciales o sea de cada provincia para evitar la especulación de los contratistas actuales. Por intereses particulares de estos y los conductores se verifican partidas de 4, 6 y 8 fanegas nada más en algunas ocasiones. Esto entorpece mucho la marcha de la Administración y sería conveniente, bajo este punto de vista, obligarles al hacer las contratas generales a surtir los alfolíes en determinado tiempo para poderse dedicar mejor a la oficina y los salinares especialmente en la época de elaboración.

La especialización en el transporte de la sal conllevó la aparición de la mencionada figura del conductor de sal para diferenciarlo del arriero tradicional, que seguía transportando el resto de los productos típicamente arrieriles (aceite, vino, vajilla, jabón…). La aparición en el siglo xix del ferrocarril —y, poco después, de coches, furgonetas y camiones— hizo que definitivamente la sal dejase de ser un artículo transportado por arrieros o carreteros. De esta manera, el artículo que posiblemente determinó la necesidad de la arriería (Rodríguez, 2008) se convirtió en el primer producto descatalogado por los propios arrieros. Antonio Bellostas, arriero navalés, nos recuerda que la sal era un artículo pesado, que ocupaba mucho

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espacio y que dejaba muy poco margen de beneficio, por lo que en el siglo xx apenas se transportaba en carro o caballería, salvo de las carreteras o las pistas a las localidades a las que se accedía por senda o camino de herradura. Pero de eso ya se encargaban los propios vecinos, no los arrieros. Con la desaparición del estanco y la aparición de nuevas formas de distribución (almacenistas y transportistas), la sal de Naval se empieza a vender en comercios de Jaca, Sabiñánigo, Biescas, Broto, Lacort, Boltaña, Benasque, etcétera. Así, en un periódico de Jaca observamos este anuncio: Sal

de

Naval. Se vende a 5 pesetas los 50,544 kilogramos (quintal) en los depósitos siguientes:

Calle Mayor, tienda de Juan Terrén; calle del Sol, en la de Juan Tomás; y Callejón del Lobo, en la de Ramón Escolano (Cartirana). (El Pirineo Aragonés, 145, 18 de enero de 1885)

Tradicionalmente, la conducción de la sal producida en las salinas de interior se enfrentó, como señala Madrazo (1984), a dos grandes problemas: el mal estado de los caminos y el carácter estacional del transporte. Según este autor, a partir de 1760 se establece la siguiente división de los caminos en función de su anchura: la senda o «iter» para el tránsito de un peatón o una caballería; el carril o «actus» daría paso a un carro o a dos caballerías; la carretera o vía permitía cruzarse dos vehículos y era apta para la comunicación interior de una provincia; el camino real provincial, algo más ancho, servía para comunicar dos provincias inmediatas, y, por fin, el majestuoso gran camino real para enlazar una provincia con Madrid. (Ibidem, p. 184)

Pues bien, la inmensa mayoría de los caminos del Alto Aragón de la época se podían englobar en la categoría de senda o iter, y muchos de ellos llegaron en ese estado hasta bien entrado el siglo xx. Precisamente una de las razones de la Corona para incrementar el precio de la sal era el mal estado que presentaban las vías de comunicación terrestres por las que tenían que circular ese y otros artículos: Tengo considerado que uno de los estorbos capitales de la felicidad pública de estos mis Reynos es el mal estado en que se hallan sus caminos, por la suma dificultad y aun imposibilidad de

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usarlos en todos los tiempos del año para conducir con facilidad los frutos y géneros que sobran en unas Provincias a otras que están necesitadas de ellos, introducir en las interiores los géneros extrangeros que influyen a la abundancia que conviene a los Pueblos, y llevar a los puertos para extraer a otros países los que no son precisos en estos, quedando privadas las Provincias estériles del socorro de las fértiles, y de los auxilios que mutuamente pueden comunicarse todas para la mayor comodidad de sus habitantes; […] he resuelto que desde el 1.º de Julio próximo, y por el tiempo de diez años, se cobren los expresados dos reales de vellón de sobreprecio en cada fanega de sal. (Real Decreto de 10 de junio de 1761)

Todo parece indicar que esos impuestos no se reflejaban precisamente en el acondicionamiento de las vías de la sal, ya que las malas comunicaciones fueron una de las principales quejas que mostraron numerosos administradores de salinas en la memoria de 1853. Sirva como ejemplo la reclamación del administrador de la salina de Espartinas: Si el comercio interior es la puerta del que se hace con el extranjero, la primera atención del Gobierno debe fijarse en lo interior del Estado. La construcción de caminos y canales de comunicación y riego son el mayor impulso que se puede dar al comercio y a las industrias por la facilidad y comodidad que ofrece para el transporte de los productos de varias provincias de un Estado. Ábranse pues nuevas vías de transporte, perfecciónense las que hoy existen.

Lo mismo era aplicable a la de Naval, como reflejaba el ya citado Diccionario de Madoz.

Los navateros: ¿la otra vía de la sal? Todo indica que la sal fue uno de los primeros productos responsables de la aparición de la arriería como actividad profesional (Rodríguez, 2008). Sin embargo, cabría preguntarse si los navateros, auténticos arrieros fluviales que llevaban la madera desde el Alto Aragón hasta Tortosa, jugaron algún papel en el comercio de sal entre la costa y ciertas zonas de la montaña. Parece ser que el oficio de salinero,

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el de arriero y el de leñador eran profesiones vinculadas al intercambio de sal, y se ha llegado a pensar «en una interdependencia económica y cultural entre las poblaciones de la costa situadas al lado de salinas y las de la montaña situadas al lado de bosques frondosos» (Laszlo, 2001: 5). Tortosa es una ciudad muy próxima a las salinas del Delta del Ebro y desde el siglo xiv contó con la que durante varias centurias fue una de las lonjas más importantes de la Corona de Aragón (la Lonja del Mar). Aunque la fuente básica de aprovisionamiento de sal en el Alto Aragón siempre fue Naval, y en menor medida otras salinas oscenses y zaragozanas, es posible que en localidades con un marcado carácter navatero una parte importante del suministro de sal procediera de la costa del Bajo Ebro tarraconense. Todavía en 1853 la salina de los Alfaques, cerca de San Carlos de la Rápita, conducía la sal remontando el río Ebro hasta los alfolíes de Tortosa y Flix. Por el curso del mismo río también se llevaba a Zaragoza la sal producida en la mina de Castellar hasta que quedó inutilizada en 1836. En cualquier caso, se trata de un tema digno de ser estudiado. De aquel trasiego de arrieros fluviales de la línea Cinca – Ebro todavía perduran algunas huellas culturales en el área de influencia de Tortosa (Terres de l’Ebre); por ejemplo, su «baile típico es la jota tortosina, traída por los antiguos almadieros aragoneses» (Terres de l’Ebre, 2005). Y es que por el Ebro subieron y bajaron, desde la noche de los tiempos, barcos de mediano calado, barcas, barcazas, chalanas, pontones, puntillas y los hermosos laúdes o llaüts, con su generosa carga de trigo, vino o carbón camino del mar. Y descendieron corriente abajo los navateros aragoneses, los almadieros navarros y los raiers catalanes. Este tráfico fluvial debió de ser tan temprano como intenso, y estaba asentado en las condiciones del Ebro como la vía de comunicación más rápida durante siglos. Por el Ebro subieron desde el mar los temibles vikingos, navegaron los esquifes y las chalanas de los musulmanes de la Marca Superior del al-Ándalus y realizaron sus viajes los primeros monarcas de la Corona de Aragón. El río ofrecía la posibilidad de trasportar mercancías voluminosas —como la sal— a precios asequibles. Por ello, el tráfico por el Ebro —especialmente el del aceite, el trigo y la lana de Aragón hacia Barcelona, y el de las maderas de los bosques pirenaicos— estuvo tempranamente regulado y protegido por los monarcas de la Corona aragonesa frente a la presión aduanera de las ciudades costeras y a los cada vez más numerosos obstáculos (presas, azudes…) construidos por los agricultores

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ribereños. Además, una vez que el delta se desarrolló como tal y fue posible explotar su potencial económico (sal, sosas, arroz…), el río sería el principal camino de acceso y de salida de estas mercancías. La mayor parte eran transportadas en barcas de unas 35 toneladas de capacidad hasta Tortosa, desde donde se embarcaban hacia Barcelona u otros destinos. Durante un tiempo este transporte de bajada se complementó con la introducción de productos de lujo orientales y especias hacia Aragón, que también se llevaba a cabo desde Tortosa por vía fluvial. Sin embargo en el siglo xiv, coincidiendo con un periodo de crisis de las rutas fluviales debido a la competencia que les hacían las rutas terrestres impulsadas por la ciudad de Barcelona, el tráfico de subida por el río decayó mucho. A partir de ese momento este tráfico se realizaba casi de vacío. El carácter de monopolio que en algunos aspectos, como el fiscal, quería imponer la ciudad de Tortosa hizo que parte de los comerciantes buscaran nuevas bases para sus negocios en el Ebro. En su búsqueda encontraron la ayuda de personas y pueblos interesados en participar en ese comercio al margen de Tortosa. Uno de estos pueblos fue Xerta, un destacado centro de exportación del valle del Ebro hacia Barcelona que desde finales de la época medieval tuvo importantes contactos directos con esta ciudad, hacia la que enviaba trigo, aceite y, a partir del siglo xviii, la sal y la sosa cáustica que se fabricaba en el delta, y también jabón. La base principal de su economía radicaba en la agricultura, los servicios, la avicultura y el comercio. Resulta ilustrativo que ese cambio de estatus conllevara la creación de industrias dedicadas al refinado de la sal. Arrieros terrestres y arrieros fluviales tuvieron en común el comercio de los productos de barro. Si los arrieros navaleses llevaron platos, jarras y pucheros a lomos de burros y machos a todos los rincones del Alto Aragón, los del Ebro comercializaron la cerámica de Miravet y otras localidades de la Ribera del Ebro, de tal modo que existía servicio diario entre Mora de Ebro y Tortosa, y el patrón de la embarcación avisaba con un toque característico de cuerno cuando pasaba por delante de cada pueblo. Los tiempos cambian y, así, el ferrocarril, la mejora del transporte por carretera y los grandes embalses (Mediano, El Grado, Mequinenza, Flix…) dieron la puntilla para siempre a una milenaria tradición. Los efectos sociales y económicos debieron de ser fatales, y puede que podamos atribuir a estos hechos las pérdidas de

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población que experimentaron pueblos relacionados con el tránsito fluvial como la propia Tortosa o Xerta. Y es que los ríos, con el continuo fluir de sus aguas, simbolizan no solo la fertilidad y la riqueza que proporcionan a la agricultura y al comercio, sino también el paso del tiempo y el olvido: El navatero no existe ya. Murió hace unos años, tanto ahogado en los embalses que detienen el agua de los ríos y que han hecho imposible el arrastre fluvial, como aplastado por el camión, que le ha suplantado en la tarea de proveer de madera a las ciudades y los pueblos. La humanidad es como el árbol de hoja caduca. En cada estación ha de renovar sus hojas, si no quiere morir. Cada nueva cultura marca un cambio de estación y trae nuevas profesiones y nuevas actividades, que son como hojas, que se van sucediendo. El navatero es una de esas hojas caídas, que no volveremos a ver brotar, si no es a causa de algún cataclismo que trastorne la marcha de la humanidad. En la época paleolítica, el que tenía una mina de pedernal, tenía un tesoro; y el que poseía el secreto de tallarlo, poseía la llave de la vida. Pero pasó el tallador de pedernal y así ha pasado también el navatero, de la misma suerte que pasó el arriero navalés. Dentro de poco, ya no sabrán explicarse la frase, que aún dicen por la montaña al niño que es castigado: —Te vas a ver más apaleado que burro navalés. Pero me expreso mal; el navatero no ha muerto, lo que ha hecho es transformar y cambiar el mango del remo, de 8 a 10 m de longitud, de la navata, por el volante del motor de explosión; y el río, por la carretera; y la navata, por el camión. Con el mismo garbo, comprensión y actividad con que reparaba sus navatas cuando el choque con las rocas de la orilla había desecho sus tramos, con la misma destreza repara ahora su vehículo tendido bajo él boca arriba. El navatero ha muerto. Ya no volverán los chicos, imitadores en su vida de la de los grandes, a juntar palos y navatear, lanzándose en mitad del regato con los zapatos, que acaban de estrenar. El navatero está ya muerto como el paleolítico tallador de pedernal. (El Arcediano, «Navatero», El Cruzado Aragonés, 1802, 1 de mayo de 1954)

Arrieros y navateros; un mismo final, un mismo sucesor: el camión. •


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La sal o la vida: de la fisiología a la conservación de los alimentos

El cloruro sódico: propiedades y aplicaciones El cloruro de sodio o cloruro sódico, popularmente denominado sal común o sal de mesa, es un compuesto químico integrado por un átomo de cloro y otro de sodio. Su fórmula es NaCl y tiene una masa molecular de 58, una densidad de 2,17 gramos por centímetro cúbico y un pH que oscila entre 6,7 y 7,3. La sal pura es inodora e incolora o blanca y puede presentar otro color cuando tiene impurezas. Se presenta en forma de cristales cúbicos que funden a 801 °C. A temperatura ambiente, una solución acuosa saturada de sal común contiene aproximadamente 26,5 gramos de

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Cl–

Na+

Estructura de la molécula de cloruro sódico.

NaCl por 100 gramos o 31,1 gramos por 100 mililitros. A modo de referencia, los manantiales de Naval contienen aproximadamente 24 gramos de sal en 100 gramos de agua, por lo que se trata de una salmuera cerca del límite de saturación. Es el único alimento de origen mineral, pero… ¡vaya alimento! Para el respetable ciudadano europeo de 2010, la sal es un polvito blanco que se compra en el híper por bastante menos de 1 euro el kilo, con un sinfín de aplicaciones en cocina y de cuyo abuso suele advertirle el médico de cabecera. Sin embargo, por la sal se han levantado pueblos, se han creado grandes vías de comunicación, se han provocado revoluciones, desatado guerras e invadido países. Con sus ingresos se han financiado ejércitos, imperios y obras de ingeniería. Ha servido como moneda en varias épocas y lugares. Poseerla era un privilegio; carecer de ella, un peligro para la supervivencia. Pero ¿por qué era tan importante? Pues básicamente debido a tres motivos: la necesidad fisiológica de sal, compartida por la especie humana y su ganado; su uso como condimento; y su importancia como agente conservante de alimentos. Además se ha empleado a lo largo y ancho de nuestro planeta en numerosos remedios curativos y como símbolo espiritual. De hecho, la humanidad tendió durante siglos «a venerarla y concederle poderes extraordinarios, más allá de los derivados de su utilidad biológica» (Porres, 2003: 108). Actualmente los usos de la sal van mucho más allá de la condimentación y la conservación de los alimentos. De hecho, se estima que la sal tiene actualmente más

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de catorce mil aplicaciones. Se utiliza en la elaboración de productos tan diversos como bronce, latón, cristal, plásticos, fibras, gomas sintéticas, pesticidas, jabones y detergentes, blanqueadores, colorantes sintéticos, barnices, fertilizantes, explosivos, numerosos alimentos, piensos y cientos de medicamentos, etcétera. Su empleo para evitar la formación de hielo en calles y carreteras resulta bien conocido, no así su aplicación para la refrigeración de reactores nucleares o para la producción de energía renovable en estanques solares. En resumidas cuentas, la sal sigue siendo tan importante en nuestras vidas como antaño, pero ha dejado de percibirse así en los países desarrollados debido a que ya no existen problemas de abastecimiento y a que su precio es bajo.

Sal y salud humana La sal común no solo es esencial para mantener la vida, sino también para gozar de una buena salud. Siempre ha sido así. Los animales carnívoros suelen satisfacer sus necesidades de sal por medio de su dieta. Sin embargo, los seres humanos somos omnívoros, y la necesidad de sal depende de la dieta de cada individuo o de cada sociedad. Vayamos a la prehistoria. Un grupo humano que obtuviera su alimento primordialmente de la caza o la ganadería y que ingiriera regularmente carne asada y leche tendría satisfecha su demanda de sal. Pero las cosas cambiaron con el desarrollo de la agricultura, cuando los cereales pasaron a ser el componente principal de la dieta. Además, los avances en la alfarería hicieron posible la cocción de la carne, con lo que esta perdía gran parte de su sal. La necesidad de sal impulsó a nuestros antepasados a salar sus comidas, y pronto advirtieron que de este modo se mejoraba su sabor y se retrasaban los procesos putrefactivos. Pero del sabor y del papel de la sal en la conservación de los alimentos nos ocuparemos más adelante. Ahora nos detendremos en sus efectos sobre la fisiología humana. La relación entre el cloruro sódico y el agua es un parámetro crítico para nuestro metabolismo. La sangre humana contiene un 0,9% de cloruro sódico, la misma concentración que las soluciones salinas empleadas comúnmente para irrigar los ojos o limpiar heridas. Sodio, cloruro y potasio están distribuidos en todos nuestros fluidos y tejidos, constituyen respectivamente el 2, el 3 y el 5% de nuestro contenido mineral total y sus funciones están íntimamente relacionadas. Sin embargo,

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mientras que los dos primeros son elementos primordialmente extracelulares, el potasio es un elemento básicamente intracelular. Los tres están implicados en, al menos, cuatro funciones fisiológicas vitales: la correcta distribución del agua corporal; el equilibrio osmótico y el mantenimiento del volumen plasmático; el equilibrio ácido-base; y la función muscular, incluida la cardiaca. Además, son necesarios en el mantenimiento del potencial de membrana de las células, en los procesos de neurotransmisión y en el transporte de la glucosa y de algunos aminoácidos, entre ellos la alanina, la prolina, la tirosina y el triptófano. Los tres elementos se absorben rápidamente en el tracto intestinal y se excretan a través de la orina (más del 90%), las heces y el sudor. Las pérdidas de sodio se realizan de forma proporcional a las pérdidas de cloruro. El cuerpo humano adulto contiene alrededor de 100 gramos de sodio. El 60 o el 70% se encuentra en los fluidos extracelulares, donde es el catión mayoritario, mientras que entre un 35 y un 40% está formando parte del esqueleto. Su concentración en el suero es de 136-145 miliequivalentes por litro, y está presente, en cantidades sustanciales, en diversas secreciones del aparato digestivo, como la bilis o el jugo pancreático. El cloruro es el principal anión extracelular, y un adulto sano posee alrededor de 30 miliequivalentes de cloruro por kilogramo de peso corporal (96-106 miliequivalentes por litro en suero). Sus mayores concentraciones se encuentran en el líquido cefalorraquídeo y en los jugos gástrico y pancreático. En el jugo gástrico se secreta en forma de ácido clorhídrico, que es esencial para la digestión de los alimentos. La deficiencia de cloro se compensa parcialmente mediante un aumento excesivo de bicarbonato en la sangre, lo que crea una situación de alcalosis; de hecho, cuando se produce una alcalosis metabólica como consecuencia de una enfermedad o del uso de diuréticos se necesita un aporte extra de cloruro. La principal fuente de ambos elementos son los alimentos, los aportes extras de sal y, en mucha menor medida, el agua. En el seno de las economías ganaderas tradicionales, los alimentos que más sodio proporcionaban eran los productos lácteos (leche, quesos, mantequilla), y los que hacían lo propio con el cloruro eran los lácteos, la carne, los huevos y el pescado. En los países occidentales se estima que la ingesta diaria de sal es de aproximadamente 10 o 12 gramos (4 o 5 gramos de sodio y 6 o 7 gramos de cloruro). De ellos, unos 3 gramos se encuentran presentes

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La sal es necesaria, pero debe consumirse con moderación.

de forma natural en los alimentos, otros 3 se agregan durante su procesado y los 4 restantes los añade el individuo al comer. Los alimentos de origen animal contienen, por regla general, más sodio que los cereales, las verduras y las hortalizas, mientras que las frutas apenas tienen. Actualmente diversos comités internacionales de expertos en nutrición sugieren ingerir un límite máximo de 6 gramos de cloruro sódico al día, que únicamente debería ser sobrepasado en momentos de mucha deshidratación, como puede ocurrir en jornadas muy cálidas o tras ejercicios intensos. Para los humanos pueden resultar tóxicas las dosis de entre 35 y 40 gramos de sal común, y para alcanzar dosis letales se requeriría la ingestión de concentraciones cercanas a los 12 gramos por kilogramo de peso corporal; sin embargo, esta es una situación harto improbable, ya que para ello una persona de 50 kilogramos de peso debería ingerir unos 600 gramos de sal de una sentada. Por lo que respecta a las necesidades de sodio, la Academia de Ciencias de Estados Unidos recomienda un consumo mínimo 500 miligramos al día para mantener la salud, a pesar de que las necesidades individuales pueden variar enormemente dependiendo de la constitución genética y de la forma de vida. La deficiencia

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de sodio (hiponatremia) hace que el paciente sufra apatía, debilidad, desvanecimiento, anorexia, baja presión arterial, colapso circulatorio, shock y, finalmente, la muerte. No obstante, la mayoría de las personas no tienen ningún problema para conseguir los requerimientos mínimos; de hecho, casi todos ingerimos más sodio (1150-5750 miligramos/día) del necesario, y los riñones se encargan de eliminar el exceso. El aporte externo de cloruro se sitúa en torno a los 750-2000 miligramos diarios, lo que igualmente garantiza las necesidades vitales de este anión. Como constituyente dietético vital, y usado en la producción de alimentos durante siglos, la sal común apenas está sujeta a restricciones legales, ni siquiera en lo que respecta a la concentración máxima permisible en los alimentos, con excepción de los productos dietéticos etiquetados como pobres en sal o sin sal. Tanto es así que la sal común no solo no se considera un aditivo conservante en la mayoría de los países, sino que, por su uso general, se utiliza como vehículo ideal de otros minerales necesarios para la salud, como el yodo.

Piedras de la sal en Escartín.

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Las dietas bajas en sal, tan de moda, son necesarias en ciertas patologías en las que un exceso de sodio colabora a la aparición de problemas como la hipertensión, pero tienen que estar sometidas a un estricto control médico. De lo contrario pueden crear problemas en poblaciones vulnerables, entre las que se incluyen los ancianos, las mujeres embarazadas y las personas que realizan esfuerzos físicos considerables. En el caso de los ancianos, una reducción drástica del consumo de sal puede conducir a una situación de hiponatremia, caracterizada por debilidad, mareo y confusión mental. Por lo que respecta a las embarazadas, hace unos años se les aconsejaba evitar el consumo de sal para no ganar mucho peso durante el embarazo. Sin embargo, pronto se observó que las dietas bajas en sal suponían un riesgo de prematuridad o de bajo peso en el recién nacido. De hecho, actualmente la Asociación Americana de Obstetricia y Ginecología considera que «no hay ningún beneficio clínico en la restricción del consumo de sodio durante el embarazo y sí un riesgo potencial».

Sal y salud del ganado Actualmente los piensos compuestos y las distintas presentaciones de la sal solucionan los requisitos minerales del ganado sin grandes problemas; sin embargo, el aporte de sal a los animales era un aspecto importante en la economía de la montaña hasta hace apenas unas décadas. Testigo de ello son algunos topónimos del Alto Aragón que hacen alusión a los lugares donde se suministraba sal a los rebaños, así como las famosas piedras de la sal, como las de Escartín, en la que cada casa depositaba la sal para su ganado. En los corrales de los aborrales o de las parideras de la tierra baja también era constante la presencia cercana de grandes piedras planas (saleras), con el mismo fin. Almagro (1942: 166), al hacer referencia a los megalitos vi, vii y viii de Guarrinza, describe una práctica que ha persistido hasta la actualidad: Megalito vi. Se aprecian en él toda la serie de enormes losas que le circundaron, algunas de las cuales todavía están en pie, pero hallándose en la actualidad la mayor parte de tales piedras tiradas en el suelo, unas por la acción del tiempo y otras por los pastores que las han derrumbado para aprovechar su superficie plana como poyo donde dar sal a los rebaños, pues tal cabezuelo

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es sumamente a propósito para reunir ganados con tal fin. Así hoy se aprecian dichas piedras caídas en círculo y como mesas donde toma la sal el ganado […]. Megalitos

vii

y

viii.

No lejos, a unos 40 o 50 m se halla el otro conjunto de túmulos. Lo forman

dos círculos de piedras casi perfectos, de los cuales se aprecia la forma clara por las losas que aún perduran, unas derechas aún, otras caídas y otras derribadas, con idéntico fin de servir de mesas de sal para los ganados.

Más cercano en el tiempo, Satué (1996: 23) describe cómo conoció a un pastor pirenaico «de los de toda la vida» (Antonio Oliván, Cabalero): Conocí a Antonio en las fuentes del río Gállego. Allí, a unos metros de la güega, de espaldas a Francia y al bienestar de sus pastores, estaba Antonio Oliván, de Casa Cabalero de Aso. Daba vueltas a la sal de las ovejas sobre un mandil ensanchado en la puerta de la mallata, una vieja cueva cerrada a media altura por una pared y ennegrecida de tanto recoger humos y relentes del mismo guiso: sopa de patatas, sopa de pan con ajo, sopa de pan con leche…; siempre la misma sopa durante siglos. Dolía la vista al juntarse el sol con la sal. Y Antonio y su entorno hacían de aquel momento un calidoscopio surrealista donde las pupilas se cargaban a la par de Neolítico y de modernidad: la zamarra de piel de cabra sobre el seboso traje de El Corte Inglés. La radio Lavis, colgada de un palo, junto al caldero. La vieja y negra cueva, junto a un pequeño recinto de ladrillos… Pronto Antonio me pareció distinto: afable, sensible, seguro y conocedor del oficio; tenía una fuerte personalidad.

Acín (1996: 14-15) también relata el reparto de la sal cuando compartió mallata con Cabalero y Enrique Satué: Pronto amanecería, y con los primeros destellos de luz Antonio comenzaría su ajetreo diario, ese trajín que en ese día se iba a incrementar con el traslado del rebaño hasta las «saleras», hasta ese lugar reservado junto al barranco, allá abajo en el valle, en el que en unas grandes y preparadas piedras les echarían —les echaríamos— la necesaria sal al ganado. Nuestra suerte iba en aumento, íbamos a conocer un detalle más con el que en principio no contábamos. […] Pero esa jornada, la que estábamos viviendo, iba a ser diferente. Ya nos lo había advertido por la noche Antonio, para nuestro regocijo y experiencia. Era el día prefijado cada cierto tiempo

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para llevar —como ya se ha comentado— al ganado hasta las «saleras». Pronto llegaron otros miembros de «Casa Juana» de Aso de Sobremonte, propietarios del rebaño, para ayudar en el traslado de los animales hasta las orillas del río, muy cerca ya de las lindes del pueblo. Allí empezaron, tras su llegada, diversas labores necesarias, como el dar de mamar a las crías de sus respectivas madres, el separarlas para su traslado —cada una en un «zurrón», para que así no se peguen los olores, su distintivo, de una a otra, con lo que provocaría el rechazo de la madre al no reconocer a sus crías por el olfato—, o ya el inicio del camino en sí, los primeros pasos encaminados hacia ese río y esa sal, con la típica y usual configuración que en estos momentos —los del movimiento y traslado de las reses— adquiere la cabañera, con esas ramadas, esos regatos o hileras que los animales forman en sus desplazamientos. Camino de descenso inolvidable, viviendo y conviviendo todos los momentos, todos los pasos, los múltiples avatares que se suceden cuando se tiene que trasladar una cabañera. Así hasta llegar a la ribera del río, al lugar donde se encuentran las piedras a modo de comederos para las reses, a las «saleras». Allí, mientras se depositaban grandes cantidades de sal, nos vimos rodeados por las reses, ambiciosas y necesitadas de esa sal, la cual engullían y saboreaban como si de un manjar se tratara.

Antonio López, de casa Ballarín de Ligüerre de Ara, suministrando sal a su ganado en Góriz en julio de 2007.

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Esa estampa se sigue observando todos los años en los pastos estivales de Góriz y de tantos otros lugares del Pirineo aragonés. Dada la importancia de la sal para el sector, la ganadería disfrutó durante siglos de una protección especial de la Administración, que la libraba de los impuestos, cada día más crecidos, que pesaban sobre este género. Así aconteció, por ejemplo, cuando en 1795 se aumentó el recargo de la sal hasta 24 reales por fanega, recargo del que se declaró exenta la sal consumida por los ganados y cuya exacción se fundaba en que «lo demandaba de esta suerte la causa pública». Sin embargo, para gozar de la condición de ganadero en la época del estanco de la sal había que poseer al menos «diez reses vacunas, o ciento lanares». Pues bien, según los censos de ganadería de la época, «los propietarios de menos de diez cabezas de la primera clase estaban en la proporción de 377 a 4 [con respecto a los de más de diez cabezas de vacuno]; y los de la segunda en la de 556 a 48 [con respecto a los de más de cien cabezas de ovino]» (Pastor, 1880: 31). Por ese motivo, uno de los sectores más beneficiados por el desestanco de la sal de 1869 fue precisamente el de los ganaderos: No cabe duda que la sal es de suma importancia para la ganadería. […] La ventaja actual para el ganadero que tenga mayor o menor número de cabezas [es] el adquirirla como mejor le convenga y distribuirla con la abundancia que permite la baratura, sin las molestias que el fisco le imponía, y las trabas y socaliñas con que ciertos subalternos hostigaban, acuciaban y aburrían a los particulares para un provecho ilegítimo, en descrédito del gobierno que representan. Hay que tener en cuenta que el último censo de la ganadería hecho por la Junta de Estadística, arrojaba el guarismo de treinta y seis millones de cabezas, que durante el estanco consumían muy poca sal, y con el desestanco la consumen en progresión creciente con gran ventaja del país, tanto para la salud como para la riqueza pública, pues el ganado obtiene una mejora en sus carnes y un aumento en el cebo, que todos lo ganaderos reconocen, y por ello se felicitan, estimándola muchos en un veinte por ciento. (Ibidem, p. 47)

Pero ¿por qué es particularmente importante la sal para el ganado? La respuesta correcta la proporcionó Gustav von Bunge en el siglo xix. Este científico observó que los animales que ingerían carne —entre ellos los humanos— apenas tenían necesidad de consumir sal, al contrario de lo que sucedía con los herbívoros y

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con las personas que seguían una dieta estrictamente vegetariana. Hasta aquí, nada de particular, ya que, obviamente, este hecho ya era conocido por nuestros antepasados desde tiempos remotos. El mérito de Von Bunge fue explicar a qué se debía tal diferencia. Comprobó que los herbívoros excretan entre tres y cuatro veces más sodio que los carnívoros, y lo atribuyó, con acierto, al elevado contenido en potasio de las plantas. El organismo no tolera un desequilibrio entre sodio y potasio, por lo que ambos tienen que estar presentes en cantidades idénticas. Cuando el aporte de ión potasio es mayor —como sucede en una dieta herbívora—, el exceso se elimina por vía renal. El problema es que por cada ión de potasio que se excreta se debe eliminar otro de sodio. En consecuencia, un aumento de potasio en la ingesta —que se produce en primavera y otoño debido a la mayor concentración de ese ión en las plantas— conlleva un aumento de la excreción de potasio… y también de sodio. Como resultado se produce una disminución de sodio y el animal tiene que reponerlo rápidamente dirigiéndose a alguna de las fuentes de sal o saleros que existan en el territorio que habitan. Los herbívoros silvestres e incluso las reses sometidas a un régimen extensivo tienen cierta libertad de movimientos y buscan y consumen sal de forma instintiva. Sin embargo, la situación es bien distinta para los animales estabulados, semiestabulados o sujetos a régimen extensivo en zonas pobres en sal. De hecho, la existencia de áreas salobres o saladares tuvo una consecuencia importante: la creación de asentamientos humanos estacionales o permanentes a partir del Neolítico (Jiménez Guijarro, 2007). Este hecho se debe a dos motivos: por una parte, los herbívoros acuden regularmente a los saleros, por lo que estos constituyen excelentes cazaderos, y, por otra, los saleros eran visitados de forma obligatoria por los pastores prehistóricos en primavera y otoño para que el ganado aprovechara la sal de forma natural. La importancia de estos lugares y su fijación en el mapa mental de las incipientes sociedades ganaderas derivaría en la creación de asentamientos y de vías de comunicación. Naval es un buen ejemplo de asentamiento humano desde el Neolítico, y por sus calles han pasado los rebaños trashumantes cada otoño y cada primavera hasta hace bien pocos años. Pallaruelo (1988: 87-88) describe el paso de un rebaño por suelo navalés en los estertores de la trashumancia tradicional pirenaica:

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Poco después de iniciar el descenso hacia Naval se encuentran las ruinas de un humilde corral, y algo más abajo, se alcanzan los muros ruinosos de un enorme redil con su caseta para los pastores, también derruida. Milenios de trasiego ovino por estos caminos… ¡Qué pocos restos de construcción han dejado! Si ahora desapareciera la trashumancia y no quedaran documentos escritos sobre el recorrido de las cabañeras, dentro de un siglo nadie podría imaginar por dónde discurrían las vías pecuarias. […] Cerca de Naval los pastores se acercan a comprobar si han sobrevivido unos pequeños almendros que sus ganados destrozaron en junio, cuando subían. Si han muerto deberán pagarlos. En Naval, como en casi todos los pueblos, ya no hay guarda que salga a recibir la «cabaña» y la acompañe mientras recorre el término del pueblo. […] Ya oscurece cuando el rebaño se acerca a Naval. Está el pueblo celebrando sus fiestas y llegan —desde la villa de la sal, el barro y los arrieros— las notas de la música. El baile es en la plaza. Por la plaza pasa la cabañera. ¿Qué sucedería si, de momento, los que bailan alegres vieran la plaza invadida por tres mil ovejas? No las verán porque van a pernoctar sin entrar en el pueblo.

La sal formaba parte, por méritos propios, del ajuar de los pastores, y en las caballerías utilizadas por los trashumantes se cargaba ese producto para los animales y también para las personas. Y cuando en plena marcha o en estancia trashumante hacía falta más sal, se compraba. Así, entre las cuentas de Mariano Rocatallada, ganadero de Aragüés, citadas por Pallaruelo (1988), se encuentra la «Cuenta con Miguel el Mayoral desde que marchó a la Ribera en 6 de noviembre de 1863». En ella se incluyen las siguientes adquisiciones de sal: «Gasto de Ayerbe por sal: 12 r.», «6 faneg. sal: 108 r.» y «5 arrobas sal: 66 r. 16 m.». La sal seguía siendo importante en los puertos de verano, tal y como describe Pérez Berdusán (2004: 36-38): Una vez el pastor se establece definitivamente con su ganado en el puerto que le ha sido asignado en el sorteo, va a permanecer allí hasta el día de San Miguel (29 de septiembre) sin dejar ni un momento solo al rebaño; […] los relevos de pastores se producen cada diez o quince días por otro miembro de la familia, asalariado del mismo ganadero o compañero de la sociedad que ese verano han formado para cubrir el cupo del puerto. El que sube, porta con el burro víveres, mantas y sal para las ovejas. A esta carga se la denomina rapada.

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La cabañera pasa por la mismísima plaza Mayor de Naval. Fotografía realizada a mediados del siglo xx. (Colección Privato Cajal)

Para facilitar el consumo de la sal por parte de las reses se extiende en las saleras, piedras apropiadas para ello según el criterio del pastor. Estas saleras coinciden a veces con dólmenes megalíticos, que como ya se ha visto están muy extendidos por esta zona. Con un saco de 40 kg de sal gorda (granada) era suficiente para unas mil cabezas de ganado. La sal se adquiría en Ansó cuando el puerto de destino era Zuriza. Cuando los ganados estaban en Guarrinza y Aguatuerta, la sal se compraba en Siresa, en la tienda de casa Cabanas. Alrededor de 1966 este comerciante instaló una pequeña tienda en Oza, ahorrando así un tramo con peso a los burros.

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Ganado trashumante por la calle Mayor de Naval a mediados del siglo xx. (Colección Privato Cajal)

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El aporte de minerales a los animales domésticos de abasto (vacuno, ovino, caprino, porcino, conejos, gallinas y otras aves) está estrechamente vinculado con la mejora de la producción. Ya lo dice el refrán: «La sal hace al ganado y no el pastor afamado». Las dietas pobres en sodio no suelen originar problemas inmediatos, pero hacen que el apetito de los animales disminuya progresivamente, con un creciente retraso en el crecimiento y las subsiguientes pérdidas de peso y de producción (leche, carne, lana, huevos, fertilidad…). Además, la privación de estos minerales puede conducir a la aparición de comportamientos anómalos, entre ellos la ingestión de materiales inadecuados y los fenómenos de pica, picaje e incluso canibalismo entre congéneres. La adición de sal a la dieta de los animales suele hacer que recuperen rápidamente la normalidad. A pesar de que todos los animales de abasto comparten la necesidad de minerales, existen diferencias entre unas especies y otras. Así, una oveja de unos 45 kilogramos con una cría requiere unos 0,7 gramos de sodio (entre 1,8 y 4 gramos de sal) al día, mientras que una vaca de entre 350 y 400 kilogramos necesita entre 4 y 8 gramos de sodio (5 y 9 gramos de cloro) para su mantenimiento y entre 6 y 8 gramos de sodio (9 y 12 gramos de cloro) para un crecimiento óptimo y para la producción de un mínimo de 10 litros diarios de leche. No es de extrañar, por tanto, que en los documentos de arriendo de vacas, como uno de 1678 recogido por Costa (1879-1880), se soliera incluir la condición de que el arrendatario «haya de mantener la dicha vaca y su cría de yerba y sal». Aparte de sus usos zootécnicos, la sal era empleada en multitud de remedios para el ganado. En su Nuevo tratado de medicina veterinaria, Sugrañés y Mas (1899) señalan que el cloruro de sodio se puede usar como fundente, antiescrofuloso, purgante, vomitivo, febrífugo y antihelmíntico. Así es, que está indicado en infinidad de estados morbosos: reumatismo, tisis, glucosuria, albuminuria, lombrices intestinales, dispepsia, anemia, epilepsia, fiebres intestinales, en el cólera, en la escrófula, gota, bronquitis crónica, lamparones, etc., etc.

A continuación proporcionan una larga serie de fórmulas magistrales a base de cloruro sódico (colirio de sal, cloruro de sodio yodurado, crema de leche clorobromoyodada, enema de sal, inyección intravenosa anticolérica, jarabe de cloruro de sodio, píldoras antitíficas, poción contra la dispepsia…).

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En el Pirineo aragonés, Pallaruelo (1988) recoge diversas recetas y remedios para tratar diferentes problemas en el ganado. Dos de ellas proceden del archivo de casa Liró de Aragüés y fueron escritas en los últimos años del siglo xviii o en los primeros del xix: 1. Receta eficaz para ganado picado. Para cien cavezas un almud de sal. Triaca Magna seis onzas. Cominos amargos una libra. Pimienta longa media onza y si no de la otra. Azufre dos onzas. Pólbora dos onzas. Azufre dulce una onza. Vinagre fuerte medio jarro. Yerba bancera la que se pueda bien picada. Hecho todo lo preescrito se revolverá bien la sal con salvado, se dejará en agua un poco y se le dará al ganado y se le tendrá después de haberla comido dos horas sin comer ni beber, luego se le dará agua. Si se pueden lograr los altramuces y el escordio se ará un cocimiento aparte y se rociará la sal.

2. Sigue otra receta más eficaz para mil cavezas de ganado. Triaca del Poncil cinco onzas. Escordio dos libras. Altramuces medio almud. El escordio y altramuces se cuecen en un caldero de un cántaro de agua asta que sea mermado y quedado en una cuarta. Hecho esto se quitan los altramuces y el escordio. Se disuelve la triaca y el agua que quedó, luego se hecha en el salvado que se empape bien, y empapado bien el salvado, se revuelbe bien con la sal necesaria para el ganado que deberá comerla en ayunas y se tendrá después dos horas sin comer ni bever, y pasadas se llebará al agua.

Otra procede de casa Berná de Moriello de Sampietro: Año 1924. Medicina para curar la picueta [viruela] para el ganado de lana pa cada 100 cabez. Cuatro guardafuentes [tritones, salamandras] y medio que sean de la tripa roya estar vivos; se ponen en un puchero con una libra de aceite frío; se tapa que no pueda salir bapor y se pone hacer hervir asta que se comprende que están turrados y después se ponen en un almud de sal bien molida; se rebuelven los guardafuentes con la sal y se le da una cucharada a cada una y si son corderotes una cucharada de tomar café; si se puede se ponen en un puesto que estén bien calientes, se les da un pienso o hacerlas comer y a las horas que se les a dado la sal se abreban.

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En el ganado y, especialmente en las caballerías, eran frecuentes las liestreras, riscleros o pajeras, que consistían en infecciones bucales producidas por las liestras o risclas (trozos de paja, hierbas o espinas) cuando se clavaban en la boca. En Sobrepuerto, el valle de Vio y otros lugares del Pirineo se solía pinchar la herida con un cuerno de sarrio para que supurara y a continuación se lavaba la boca del animal con vinagre y sal (Pallaruelo, 1984). La patera era una enfermedad que causaba estragos en rumiantes y porcino y que se manifestaba por la aparición de lesiones (aftas) en la cavidad oral, la lengua y las extremidades. En Acumuer utilizaban el vitriolo mezclado con sal para el tratamiento de las aftas podales (idem, 1988). Además, en las heridas producidas al esquilar el ganado se introducía pez, hollín o carbón en polvo mezclados con sal para evitar que se infectaran.

Recetas del Cuaderno de Francisco López, de Cortillas (segunda mitad del siglo xix).

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En el Cuaderno de Francisco López, de Cortillas, para anotar mis cuentas, entregas y deudas y demás apuntes (1855-1920) también se incluyen algunas «recetas casaleras» que cuentan con la sal entre sus ingredientes. Así, «para los bueyes que tienen cojera o pedera en las uñas, binagre con sal, herbido, chapearle bien, y después con el mismo binagre se amasa con salvado y unos paños se le aplican bien a toda la parte doliente tarde y mañana». En el caso de «las cascaduras o inchazones de los bueyes en el cuello, medio jarro agua, medio jarro de binagre, medio jarro orinas de hombre, una cabeza de ajos, buen puñado de sal, todo junto herbido y una sartenada tocino o redetido, y se le chapea a menudo». Las aplicaciones terapéuticas de la sal —y sus aditivos— para el ganado también encontraban regularmente un hueco en la prensa. Así, y a modo de ejemplo, en el Heraldo de Aragón del día 10 de octubre de 1895 aparecía el siguiente anuncio: «A los ganaderos. Sal Faci. Contra la bacera o mal de bazo del ganado. Un paquete con instrucciones para el tratamiento de 100 cabezas, 6 euros. Verdad es. Depósito general: Farmacia de Faci, Jaime I, núm. 1». La sal también tenía utilidad para eliminar algunas plantas que eran problemáticas para los ganaderos: por ejemplo, los cornases o pampas (Heracleum sphondylium subsp. pyrenaicum), plantas megafórbicas de margen de bosque, pastos supraforestales o lugares majadeados que invaden los prados de siega mal gestionados o poco intervenidos. En algunos prados de siega alcanzan enormes proporciones. Sin embargo, como señala José Luis Benito en la página web Vegetación del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido (Sobrarbe, Pirineo Central Aragonés) (http://www.jolube.net/pnomp/vegetacion/Arrhenatheretalia.htm), es hierba malquerida por el ganadero ya que el cañote que saca es muy gordo, cuesta más de cortar y crea problemas de compactación en las pacas de hierba. Por ello se intenta eliminar de los prados por todos los medios, como echando sal en el interior de la caña, práctica habitual en San Juan de Plan en el valle de Chistáu.

Por supuesto, un exceso continuo de sal en la dieta de estos animales también resulta perjudicial, pues produce demasiada sed, debilidad muscular y edema. El envenenamiento salino es relativamente frecuente en cerdos y aves, sobre todo cuando tienen limitado su acceso al agua. Una dieta con más de 40 gramos de sal

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Cornases o pampas.

por kilogramo de materia seca puede producir la muerte en las gallinas cuando no disponen de agua abundante; sin embargo, toleran cantidades más elevadas si no les falta el agua. En los pollos el margen de tolerancia no es tan amplio como en los adultos, y sus dietas no deben contener cantidades superiores a 20 gramos por kilogramo, valor que tampoco debe ser superado en el caso de los cerdos. Acabaremos esta parte con un par de noticias que muestran cómo en nuestros días el aporte de sal sigue siendo fundamental para el ganado extensivo que pasa el periodo estival en el Pirineo y que, obviamente, no se alimenta con piensos compuestos. La primera procede del Diario del Alto Aragón (14 de junio de 2007) y dice así: Un helicóptero lleva sal a zonas de Los Valles con ganadería extensiva

[…] La campaña de transporte de sal a las zonas de Los Valles donde hay ganadería extensiva se llevó a cabo ayer por la mañana con la utilización de un helicóptero, informaron desde el Consorcio de Los valles. Este servicio de helitransporte se viene prestando por parte del Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Aragón en los últimos años, en colaboración con las asociaciones de los ganaderos de los Valles Occidentales, y con la coordinación del Consorcio de los Valles.

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La labor realizada han sido «más de 30 accesos desde los puntos de acopio en Lizara, Las Blancas, Guarrinza y Zuriza, con destino a los distintos puertos de montaña donde pastan la ganadería de los valles, como son Aguatuerta, Petrachema, Estanés, Acherito en el Valle de Ansó-Fago, Secús, Plandaniz, Lenito en el Valle de Hecho, Fetas en el Valle de Aragüés-Jasa e Igüer en el Valle de Aísa», concretan desde el Consorcio.

La segunda es un ejemplo de cómo un acto ancestral puede dar origen a una fiesta popular en pleno siglo xxi en una localidad del Pirineo catalán: El Ayuntamiento de Setcases (Valle de Camprodón-Girona) y los ganaderos que cada verano llevan el ganado a las montañas, han decidido potenciar el acto de dar sal a los animales, siguiendo la tradición de los pastores, con una fiesta popular. El próximo sábado 30 de julio, se concentrarán en la Balmeta, zona de montaña perteneciente al término municipal de Setcases, unas 1000 cabezas de ganado que se encuentran desde el principio de verano en los pastizales de alta montaña del valle de Camprodón. Seiscientas ovejas, trescientas vacas con sus terneros, un centenar de caballos y algunos burros recibirán el sábado la visita de ganaderos y pastores que procederán al tradicional acto de dar sal a los animales, convirtiendo esta necesidad de compensar la ausencia de minerales de los pastos, en una fiesta a la que puede acudir todo aquel que desee pasar un día inolvidable en un entorno natural y conocer de cerca el mundo rural y las tradiciones pastoriles.

La sal como condimento y conservante La sal es posiblemente el condimento más antiguo y más usado en alimentación y uno de los principales pilares de la cocina en casi cualquier cultura del mundo. Era —y es— un valor seguro, por lo que no es de extrañar el dicho «Aceite, hierro y sal, mercaduría real». El uso de la sal en la alimentación se centra en dos de sus cualidades: su capacidad para realzar sabores, que la convierte en un condimento insustituible, y su utilidad para conservar alimentos mediante salazón y otros procesos de conservación. Muchos alimentos poseen etimologías que recuerdan a la sal como uno de los ingredientes base: ensalada, salchicha (del latín salsus ‘en sal’), salsa, salmorejo, etcétera.

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Existe una serie de métodos de conservación de alimentos que se utilizan desde muy antiguo: salazón, curado, ahumado y escabechado. Todos ellos tienen en común el conseguir un doble efecto sobre el alimento al que se aplican: por una parte ejercen una acción bacteriostática (inhiben total o parcialmente el crecimiento de determinados grupos de microorganismos), lo que contribuye a alargar la vida útil del alimento, y, por otra, modifican las características sensoriales de las materias primas de partida, confiriéndoles sabores, olores, colores o texturas particularmente agradables. Y todos ellos tienen otra cosa en común: requieren el empleo de sal, bien sola (salazón) o combinada con otras sustancias (nitratos y nitritos, humo, vinagre, especias…). Estos métodos resultaron vitales para la humanidad hasta hace bien pocos años, cuando no existían frigoríficos, congeladores ni vehículos isotermos y la leche, la carne y el pescado se deterioraban rápidamente. Hoy día parece una barbaridad salar merluza, y sin embargo así se comercializó en el interior peninsular durante siglos. Sin ir más lejos, los arrieros navaleses traían la merluza de esta guisa desde las costas francesas y la vendían por todo el Alto Aragón. Hay que tener en cuenta que el valor nutritivo de los alimentos tratados con cualquiera de los métodos anteriores no difiere mucho del de las materias primas iniciales. En el peor de los casos, los alimentos desecados con sal presentan un valor nutritivo ligeramente inferior al de los productos frescos debido a la pérdida de agua y de un pequeño porcentaje de las sustancias hidrosolubles.

Salazón, ahumado y escabechado La conservación de la carne y del pescado mediante salazón se ha practicado desde la más remota antigüedad y consiste en la adición de cantidades más o menos grandes de sal al alimento. Esta adición se puede realizar utilizando sal seca o introduciendo el producto en salmueras (solución de sal en agua). El efecto conservador de la sal se basa principalmente en su gran facilidad para captar agua del alimento, provocando su deshidratación e impidiendo el desarrollo de microorganismos patógenos. La sal tiene, además, el efecto de disminuir la solubilidad del oxígeno en el agua, lo que también contribuye a inhibir la proliferación microbiana. Normalmente la salazón se aplicaba a pescados (bacalao, arenques, merluza, congrio…), carnes y ciertos vegetales, como las aceitunas o los pepinillos

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Pescado salado: sardinas arenques.

Salado del jamón.

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Salado de los quesos durante su elaboración artesanal en Guaso.

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(encurtidos). Además, la adición de sal a la cuajada o a la grasa láctea durante la manufactura de quesos y mantequilla, respectivamente, también representa procesos de salazón. Así, el contenido en sal de un queso maduro, como los que se elaboraban en Sobrepuerto, oscilaría entre un 1 y un 3%, mientras que a la mantequilla se le añadía entre un 0,3 y un 3% de sal antes de empezar el batido. En general, los productos salazonados se debían mantener en lugares frescos, secos y oscuros. En ciertas condiciones estos productos se pueden alterar, lo que da lugar a su putrefacción (en productos cárnicos), a la aparición de cristales de tirosina (en jamones) o a las alteraciones denominadas dum y rosado (en el bacalao y otros pescados). La putrefacción puede iniciarse antes, durante o después del salazonado. Las carnes más susceptibles de putrefacción son todas aquellas que proceden de animales febriles, fatigados o en deficiente estado de nutrición. Este proceso también se puede presentar cuando la higiene durante el sacrificio ha sido insuficiente y cuando la salazón ha sido incompleta (por empleo de de sal contaminada, deteriorada o en cantidad insuficiente). La putrefacción se suele iniciar en las zonas en las que la carne contacta con huesos (hueso hediondo en el jamón) y en las más vascularizadas. Durante el proceso putrefactivo las carnes adquieren un aspecto verde grisáceo o gris pálido, ceden fácilmente a la presión, presentan una secreción externa untuosa al tacto y un olor fétido. Las alteraciones propias del bacalao (dun y rosado) se suelen producir cuando se almacena en presencia de una humedad relativamente elevada. El dun se manifiesta por la aparición de manchas parduzcas que son consecuencia del desarrollo de mohos halófilos (que toleran concentraciones elevadas de sal). Las colonias de estos mohos son las que dan ese color pardo al producto. Por su parte, los indicios de la existencia del rosado son un color rojizo y un ablandamiento del bacalao debido al desarrollo de bacterias halófilas en su superficie. El ahumado es un proceso de conservación en el que se mezclan los efectos de la salazón y la desecación provocada por el humo que se desprende al quemar de forma incompleta ciertos tipos de maderas blandas. Se aplica principalmente a la carne y al pescado. En las casas del Alto Aragón este efecto, más o menos intenso, se obtenía a menudo en las piezas cárnicas que se colgaban en la cocina para acelerar su secado. Entre los pescados, los que más comúnmente se solían ahumar

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eran los arenques y las truchas. En ocasiones, el proceso del ahumado también se aplicaba a ciertos quesos. El escabechado es otro método de conservación tradicional, y se basa en la acción conjunta de la sal y el vinagre. La sal deseca parcialmente el alimento, mientras que el vinagre actúa aumentando considerablemente la acidez del medio y, por tanto, dificultando aún más el desarrollo de microorganismos. Los productos que más comúnmente se escabechaban o se adquirían escabechados eran pescados (atún, bonito…), carnes procedentes de aves de pequeño tamaño (perdices, codornices…) y algunas verduras y hortalizas.

El curado de las carnes Aunque durante siglos se desconoció la razón exacta por la que la sal llevaba a cabo su acción conservadora, sí se había observado que aquella que contenía pequeñas cantidades de salitre (mezcla de nitrato sódico y nitrato potásico) daba a las carnes un color rojo mucho más atractivo que el de las curadas con sal libre de tales contaminantes. En 1891 se comprobó que los agentes responsables de que la carne adquiriese ese color eran los nitritos, originados por reducción microbiana del nitrato. Los nitritos y sus productos de descomposición reaccionan con la mioglobina (pigmento de la carne) y dan lugar al color, el sabor y el aroma característico de los productos curados. Las mezclas utilizadas para el curado se componen habitualmente de cloruro sódico, nitrato sódico o potásico y nitrito sódico.

Aspecto típico de los productos cárnicos curados.

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Esporas de Clostridium botulinum.

Pero el curado tiene otra función más importante aún, ya que los nitritos resultan muy eficaces para inhibir la proliferación de estafilococos enterotoxigénicos y, particularmente, la germinación de las esporas de ciertas bacterias anaerobias: los clostridios. Entre estos destaca, con diferencia, el Clostridium botulinum, agente responsable del botulismo, una intoxicación alimentaria bien conocida desde la antigüedad. Este bacilo elabora una potente toxina (toxina botulínica) capaz de originar la muerte de hasta el 80% de las personas que accidentalmente consuman alimentos en los que se haya acumulado como consecuencia de la multiplicación de la bacteria. En este sentido, el curado de carnes y productos cárnicos ha jugado —y juega— un papel tan inadvertido como fundamental en la prevención de intoxicaciones y toxiinfecciones alimentarias. Actualmente, nitratos y nitritos están incluidos en la lista de aditivos conservantes autorizados y su concentración en los productos cárnicos está estrechamente regulada para evitar el riesgo de formación de nitrosaminas, unas sustancias potencialmente cancerígenas. Los niveles permitidos son considerados seguros por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), es decir, confieren al producto las características deseables e inhiben satisfactoriamente la proliferación de Clostridium botulinum sin originar concentraciones peligrosas de nitrosaminas.

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Por lo general el curado no se practicaba de forma aislada, sino en combinación con otros procedimientos de conservación, como la deshidratación, el ahumado o la fermentación láctica. Así, los embutidos y los jamones sometidos a maduración sufren, además del curado, una deshidratación parcial, y en el caso chorizos, salchichones, longanizas y fuets, una fermentación láctica adicional. La acción conjunta de la acidez producida por el ácido láctico, la deshidratación parcial —que origina una baja disponibilidad de agua para los microorganismos—, la sal y los nitritos confiere una gran estabilidad microbiológica al producto. En consecuencia, estos no requieren refrigeración para su conservación, debido a que el grado de deshidratación es tan acusado que permite la proliferación de los microorganismos responsables de la fermentación pero no la de aquellos potencialmente patógenos.

El salón En la alta montaña, el único modo de aprovechar la carne de las ovejas modorras o de las reses muertas por rayos o despeñamientos era el salón. Esta práctica solía realizarse durante la estancia veraniega en los pastos de puerto. Hoy se lleva a cabo en algunos pueblos altoaragoneses, recordando viejos sabores, y se suele hacer a partir de ovejas viejas. La elaboración es aparentemente simple, pero requiere gran destreza: se deshuesa el animal, se extiende la carne en una sola pieza, se mantiene en sal durante veinticuatro horas y se cuelga al sol en un escarpe rocoso a 3 o 4 metros del suelo (Pallaruelo, 1988) o en un palo (forcancha) que se encuentra clavado cerca de la caseta y que suele ser también muy alto, para que quede a salvo de animales salvajes y perros, a los que lógicamente atrae su olor (Pérez Berdusán, 2004). Pasados dos o tres días adquiere un color negruzco característico y ya está lista para ser consumida, bien asada o en seco; no obstante, su sabor es mejor si se deja transcurrir una semana. Durante el curado, el pastor vigilaba que las moscas no depositasen sus huevos sobre la carne: «Que no fayan cucos». Los huesos resultantes de hacer salón se cocían, pues siempre quedaba carne, y constituían un plato más en el recetario del pastor. La pelvis era uno de los bocados más apetitosos. Satué (1996: 76-77) describe otra forma de preparar el salón tras el deshuesado:

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Una vez tendida la pieza de carne en una roca, se salaba con tacto de boticario y se untaba con aceite y ajo macerado, para luego doblarla en una bola bien atada con cuerda y meterla después en un saco, para aplastarla durante tres o cuatro días con una piedra en el interior del refugio pastoril y luego desliarla y colgarla a la sombra de un extraplomo rocoso. Durante ocho o diez días había que vigilar el salón para que no acudieran a él las moscas cagaderas, cuyas larvas eran capaces de hacer estragos en la carne. Si todo había ido bien, pasado ese tiempo ya se podía empezar a cortar tiras para echarlo al puchero o para comerlo seco como cecina, pues, ya se sabía, como cabía esperar, el pastor pertenecía a la cultura carnívora: «De lo que come el grillo, poquillo».

A diferencia del salón, la cecina se elaboraba en invierno: se cortaba el animal en cuatro cuartos y, sin deshuesar, se dejaba en sal unos quince días.

Palluza para conservar la sal.

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El almacenamiento de la sal La artesanía ha estado estrechamente ligada a la sociedad agropecuaria, proporcionándole las piezas que esta le ha demandado. Más concretamente, la artesanía de la madera y el arte de la cestería han tenido su aplicación en la conservación de la sal en las casas altoaragonesas. Garcés, Gavín y Satué (1983) recogen, entre las piezas de cestería «utilizadas por el hombre», el orón. Se trata de un recipiente hecho de paja de centeno y pellejo de zarza que servía para guardar la sal antes de molerla y que generalmente se encontraba en la bodega. Los mismos autores incluyen la palluza entre las «utilizadas por la mujer». Esta pieza estaba hecha de corteza de salcera y paja de centeno, y podía tener diversos tamaños. Las que se empleaban para guardar la sal tenían forma esférica, y de ahí la expresión estar más gordo que una palluza. Estaban pensadas para contener sal y otros alimentos

Salero conservado en el Museo de Artes y Oficios Tradicionales de Aínsa.

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de forma estable y se ubicaban en la cocina. Casa Lobés de Yosa de Broto fue famosa por sus palluzas. Para el uso de la sal en la mesa se empleaban los saleros o salineras. Según Garcés, Gavín y Satué (1983: 65), en Serrablo y otras zonas del Alto Aragón eran similares a una bacía rebajada y con un tape giratorio; prácticamente todos eran lisos. No ocurría así en el Pirineo catalán, donde tomaban formas más barrocas, llegando algunos casi a estrangularse por la mitad; otros eran más cortos y profundos que los aragoneses, contando con abundantes adornos, entre ellos, sexifolias pirenaicas y esvásticas multirrayadas.

Los saleros altorribagorzanos solían ser de los que presentaban un estrangulamiento central que delimitaba dos pocillos, y tenían asa de avellano. Muchos pastores, como los de Fago, Hecho y Ansó, portaban cuchareteros, bolsas de piel de cabrito de forma piramidal compuestas por dos piezas cosidas por todos los lados, excepto por arriba. Incluían algún adorno de piel vuelta. La boca se cerraba con una cuerda de cuero corredera. El cucharetero portaba la rasera y la cuchara y siempre estaba unido a otra bolsa más pequeña que contenía sal. De una de esas dos bolsas colgaba un cascabel, una campanilla o un pequeño cencerro que permitía su localización entre los bultos amontonados o por la noche (Pérez Berdusán, 2004). •


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La sal en la memoria popular

Según Castillo (1958: 3), «seis significados perviven, a través del tiempo y del espacio, en la mente popular con relación a la sal, fundamentados unos por las propiedades físicas, químicas, biológicas y terapéuticas del cloruro de sodio, otros por elevado simbolismo espiritual, fantásticas cualidades mágicas, u otras razones ocultas». Todos ellos se encuentran reflejados, en mayor o menor medida, en refranes, adivinanzas, cuentos y demás, como veremos a continuación.

La sal, saborizante Como quedó de manifiesto anteriormente, la sal tiene dos grandes funciones en relación con los alimentos: darles sabor y conservarlos. Vamos a ocuparnos de la

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primera función. El mismísimo apóstol san Pablo exhortaba a que la predicación estuviera «sazonada con sal» para que la palabra de Dios resultase agradable a los que la escuchaban. La sal es el principal saborizante alimentario, ya que no solo proporciona su sabor característico, sino que intensifica los sabores propios de los alimentos a los que se aplica. Esta idea está grabada a fuego en la mente humana y aparece repetidamente en el folclore de cualquier país del mundo. Para el pueblo fueron muy apreciados el bacalao, el tocino, el jamón, la cecina y tantas otras salazones que constituyeron una parte básica de su alimentación. Pero, además, la sal resultaba crucial para que los huevos y algunos productos de la huerta (lechugas, tomates, patatas, pimientos…) alcanzaran otra dimensión, tanto cuando se comían crudos (ensaladas) como cuando se consumían cocidos o fritos. Veamos algunos de los muchos ejemplos que contiene el refranero popular, teniendo en cuenta que, si hacemos caso a Castillo (1958: 10), los refranes «no se aplican más que a los hechos verdaderos, no a las creencias falsas»: Ni sobre Dios hay señor, ni sobre la sal sabor.

No hay sabor tal como el de la sal.

Sobre sol, no hay señor; sobre sal, no hay sabor.

De los olores, el pan; de los sabores, la sal.

Manjar sin sal, al diablo se lo puedes dar.

Lo sabroso está entre lo salado y lo soso.

Mesa sin sal, haz cuenta que no tiene manjar.

Quien no tiene sal, ¿qué podrá guisar?

La sal y la aceitera hacen buena a la cocinera.

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La sal en la memoria popular


Por falta de un grano de sal, el mejor guisado sabe mal.

El que come un huevo sin sal se come a su padre si se lo dan.

Huevo sin sal, no hay peor manjar.

En el mesón de Almudévar, un huevo me costó un real, y aún dice la mesonera que no le pagué la sal.

El pepino, con sal y vino.

Olla bien sazonada, ¿a quién no agrada?

Olla sin sal no es manjar.

Pimienta, sal y cebolla, cuando se ponga la olla.

Sal con tomates, jamón de pobres.

Tomates crudos con sal, rico manjar.

Todo lo bueno quiere sal y fuego.

Ajo, sal y pimiento, y lo demás es un cuento.

Sin mujer ni sal, ni plática ni manjar.

Su importancia para todos los estratos sociales se pone de manifiesto en diversas adivinanzas, un tanto reiterativas…

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Me recorro el mundo entero y todo el mundo me aprecia: en los palacios del rey, sin mí no ponen la mesa.

Como a los perros me llaman diciéndome: «¡Sal aquí!». El mismo rey en persona no puede pasar sin mí.

El sabor de los sabores, todo se ha encerrado en mí, y me tratan como a un perro, y me dicen: «¡Sal aquí!».

… y en cuentos como el del rey y sus tres hijas, del que existen diversas versiones, pero que en síntesis dice así: Un rey tenía tres hijas. Cierto día dispuso que cada una le dijera cómo desearía que la hicieran feliz. La mayor deseaba tener más honores y riquezas, la mediana que aumentara la extensión del reino y la tercera que no le faltara sal en la comida. El rey, creyendo que la menor se estaba burlando de él, la expulsó de palacio. La infanta vagó por los caminos hasta que llegó a otro palacio, donde la admitieron como cocinera. Un día preparó una comida tan gustosa para el príncipe que este la hizo llamar para darle las gracias y, al verla tan hermosa, se enamoró de ella. Al saber que era infanta, inmediatamente fue a pedir su mano al rey y se concertó la boda; no obstante, la princesa pidió hacer personalmente el plato principal del banquete nupcial, que todos saborearon a placer, menos su padre, porque al suyo no le había echado sal. Cuando el rey se dio cuenta del error que había cometido despreciando a su hija por haber deseado que no le faltase nunca sal, la colmó de muestras de cariño y aumentó notablemente su dote.

Pero, para consumir gran cantidad de sal, o había que invitar a comer a muchas personas o vivir muchos años; de ahí los refranes «La talega de la sal quiere caudal» y «La talega de la sal es costosa de gastar».

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La sal en la memoria popular


La sal, anticorruptiva y medicinal Desde las culturas más primitivas se conoce la utilidad de la sal para evitar o retrasar la putrefacción de la materia orgánica, y esta propiedad se ha utilizado para dos grandes aplicaciones: la conservación de los alimentos para su consumo a medio y largo plazo y la preservación de los cadáveres mediante diversas técnicas de embalsamamiento y momificación. Antaño estas propiedades anticorruptivas se atribuían a un misterioso poder purificador; de hecho, se decía que los alimentos conservados con sal se curaban, término que seguimos empleando en la actualidad cuando hablamos de quesos, jamones y embutidos madurados. Por lo general, incluso solemos asociar más curado con más calidad (y con mayor precio), y de ahí el adagio «La sal, tanto sala, tanto val». En lenguaje popular se empleaba la expresión tener puesto en sal para hacer referencia a todo aquello que se tenía a buen resguardo para que no se estropease. Dado que la sal podía detener los procesos putrefactivos, es lógico que nuestros antepasados la asociaran con un gran poder curativo («Sol y sal preservan de todo mal»). Sorapán (1949: 23) señala que la gran mortandad que hubo en la tripulación de las naves de Hernando de Soto se debió a la carencia de sal; en palabras del conquistador de Florida, lo que comían «se corrompía en el organismo, pudresciéndoseles las entrañas y hinchándoseles el vientre a causa de comer todos los manjares sin sal». El refranero también recoge esta apreciación: «Manjar sin sal sabe mal y hace mal». Los marineros tenían la creencia de que sus heridas no se infectaban por estar en contacto con la sal del agua marina. La gente de tierra adentro empleaba igualmente en muchas aplicaciones locales (lavados oculares, colutorios orales, fomentos, maniluvios, pediluvios, enemas…) soluciones de agua salada que, sin grandes cambios, han llegado a las farmacias y parafarmacias actuales. Además, la sal formaba parte de numerosos remedios medicinales populares, tanto para las personas como para el ganado. Como decían los pastores, «Con la sal, sanan las ovejas de todo mal». Aparte del poder curativo de la sal por mecanismos que poseen una base científica, también se solían adoptar diversas actitudes supersticiosas, como

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por ejemplo llevar una bolsa de sal en el bolsillo para evitar el dolor de muelas, añadir a las comidas granos de sal en número impar o decir ensalmos al hacer cocimientos, emplastos y ungüentos. El exceso de sal es, desde luego, perjudicial, pero el pueblo tiene suficiente instinto para comprender la necesidad de una mayor o menor cantidad de sal dependiendo del alimento, y por eso previene a los que abusan de ella: «No comas mucha sal, que te harás viejo». Sin embargo, los que no están por la labor de restringir su consumo contraatacan con otra versión que hace alusión a que la vejez es una consecuencia de los muchos años que se alcanzan gracias —en parte— a haber comido mucha sal en la vida: «Quien come mucha sal viejo se hace…, a fuerza de tiempo».

La sal, mística y mágica Desde tiempos inmemoriales la sal ha tenido un sentido mágico y simbólico para el hombre. Y por buenas razones: es básica para el ganado, da sabor a los alimentos y fue el principal sistema para su conservación antes del invento del frigorífico. Todo un regalo de los dioses, por lo que «El fuego, el agua y la sal, a nadie se le deben negar». De hecho, el uso ritual de la sal es común en muchas culturas, y en la mayoría de los casos está asociado con la idea de pureza, desinfección o barrera contra el mal. Parece que, por regla general, los espíritus malignos de las diferentes culturas de la tierra odian la sal, y de ahí el refrán «A quien no echa sal en los manjares ni le mires ni le hables». Por ello, durante siglos ha existido la creencia de que protege del mal y es portadora de buena suerte. No es de extrañar que en ciertos rituales se hiciera un círculo de sal (el círculo mágico) alrededor de aquel al que había que proteger del diablo. Hasta Dios exige sal en los sacrificios que el hombre le ha de tributar; ya en el Antiguo Testamento se dice: «Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal» (Levítico 2, 13). Y Dios mismo sella con sal sus pactos más sagrados: «te lo doy a ti, a tus hijos y a tus hijas contigo, en estatuto perpetuo; es pacto de sal perpetuo, ante Yahvé contigo y con toda tu descendencia» (Números 18, 19). Y, por si hay algún olvidadizo, lanza un recordatorio: «¿No sabéis vosotros que Yahvé,

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Dios de Israel, dio a David el reino de Israel para siempre a él y a sus hijos en pacto de sal?» (Paralipómenos ii 13, 5). También san Mateo decía: «Tened entre vosotros sal y tened paz». Se trata de una cristianización de la antigua costumbre por la que los que tenían que pactar un acuerdo o sellar una amistad debían comer sal del mismo plato. Para los hebreos compartir el pan y la sal significaba establecer un lazo de fraternidad indestructible. En este sentido, la expresión haber comido con una persona una fanega de sal significa tener una amistad antigua con esa persona, ya que, dado que la sal se come en pequeñas cantidades, compartir una fanega era sinónimo de un trato muy frecuente. «Sal de sabiduría», decía el sacerdote al catecúmeno al administrarle el bautismo, a la par que ponía sobre sus labios un poco de sal que le haría alcanzar la sabiduría para salvar su alma. De ahí la adivinanza «Soy blanca como la nieve; en el campo fui criada; de cristiana tengo algo, aunque no estoy bautizada» y esta coplilla recogida por De Mur (1986): Cuando yo era mozo viejo y mi padre era chaval, bautizaron a mi abuelo y yo llevaba la sal.

Las coplas también dicen que esa sal no solo proporcionaba la gracia divina, sino también la humana (el salero), para ser grato y alegre en los actos y en la palabra: Bendita sea la madre que parió al cura que te volcó el salero, linda criatura.

Válgame Dios de los cielos, ¡qué desgraciada nací!, que cuando me bautizaron faltó la sal para mí.

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Y es que, en sentido figurado, se dice que tienen sal, tienen salero o son saladas todas aquellas personas, animales, cosas o palabras que resultan ingeniosas, simpáticas o graciosas. A veces ello se contraponía a la posesión de belleza física, a modo de consuelo cuando esta última brillaba por su ausencia. Veamos algunos ejemplos populares: Decir una cosa con su sal y pimienta.

Es más salado que la mar.

Tiene más sal que las pesetas.

Tiene la sal por arrobas.

La hermosura está en la cara; el salero sale del alma.

La fea graciosa vale más que la guapa y sosa.

El salero de la fea la guapa lo desea.

Estar hecho de sal.

En este mismo sentido, De Mur (1986) recoge dos ejemplos en los que aparecen nombradas las salinas de Naval: Gracias a Dios que he llegado a cantar a este portal, que me han dicho que aquí estaba toda la sal de Naval. (Albada de Villanúa)

Y había a quien la de la Naval aún le parecía insuficiente: Para qué quieren tus padres el estanco de la sal,

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si tú te la llevas toda, la de Peralta y Naval.

La sal también fue un elemento esencial para los alquimistas de todos los tiempos, y es que, «en Alquimia, la sal corresponde al principio fijo de substanciación, es el término medio gracias al cual el azufre anima al mercurio y este acepta al azufre; el hijo filosófico del que azufre y mercurio son Padre y Madre; simboliza la sabiduría y la ciencia» (Daza, 1997: 98). Incluso los primeros psicoanalistas se ocuparon de la obsesión humana por la sal, una fijación que encontraban irracional. Así, el neurólogo galés Ernest Jones, amigo y biógrafo oficial de Sigmund Freud, escribió en 1912 un ensayo sobre el tema en el que argumentaba que en todas las épocas la sal ha sido investida con una importancia que excede con mucho la que es inherente a sus propiedades naturales, por muy interesantes e importantes que sean estas. Homero la califica como una sustancia divina, Platón la describe como especialmente querida por los dioses y nosotros nos daremos cuenta en la actualidad de la importancia que tiene en ceremonias religiosas, pactos y ritos mágicos. Que esto sea así en todas las partes del mundo y en todos los tiempos muestra que se trata de una tendencia humana general y no de una costumbre, circunstancia o noción local.

Para este neurólogo, la durabilidad de la sal y su inmunidad a la descomposición la convirtieron en emblema de permanencia y, en consecuencia, de eternidad e inmortalidad, razón por la que el diablo la odiaba. Pero para Jones la verdadera razón de esa fijación humana era otra. Así, no solo sugirió que la necesidad de sal está grabada en el subconsciente sexual humano, sino que estableció una asociación entre sal y fertilidad, precisamente una de las razones por las que, como hemos visto anteriormente, es importante el aporte de sal al ganado. De hecho, Jones ofrece toda una serie de ejemplos vinculados a la fertilidad animal y a la humana. Entre estos últimos menciona que «en los Pirineos las parejas de novios iban a la iglesia con sal en sus bolsillos izquierdos para prevenir la impotencia». Curiosamente, durante la Edad Media se pensaba que la mera presencia de una mujer menstruante en un cuarto con alimentos en fermentación era suficiente para parar el proceso fermentativo debido a que estaba curada en sal.

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En el Pirineo se creía que cuando había sal en una casa siempre habría dinero, y que si se echaba sal en los rincones de las cuadras el día primero de abril se evitaban las enfermedades del ganado. Pero, haciendo gala del refrán «A Dios rogando y con el mazo dando», paralelamente se daba a las vacas preñadas una buena ración de sal. Además, Biarge y Biarge (2000) señalan que «hay numerosos ritos semimágicos asociados al suministro de sal al ganado. La sal suele mezclarse con cenizas de ciertas maderas que, a la par que añaden minerales necesarios a la dieta, se cree que evitan el mal de ojo y las enfermedades». En los humanos, el mal de ojo se contrarrestaba bañando las plantas de los pies y las palmas de las manos tres veces en agua con sal, bebiendo tres sorbos de esa agua salada y echando al fuego lo que sobrase. Igualmente, había un remedio infalible para conjurar la mala suerte: echar una pizca de sal por encima del hombro izquierdo, porque de este modo se cegaba al diablo y a los malos espíritus. También era una costumbre ancestral echar sal al fuego cuando en una casa entraba una persona sospechosa de dedicarse a la brujería, pues se pensaba que al crepitar la sal huían los espíritus malignos. Las bolsas con sal —especialmente si eran siete granos— se consideraban amuletos de buena suerte. Los niños sin bautizar estaban en una situación más arriesgada, y para impedir que fueran objeto de hechicerías se ataba un saquito con un poco de sal a sus ropas cuando se les ponía a dormir en la cuna. Para evitar las visitas de alguien indeseable se vertía sal en algún sitio donde hubiera estado, se recogía y se quemaba. Alternativamente, se podía echar sal en el umbral de la puerta después de su partida. Un plato con sal debajo de la cama de un enfermo absorbía el mal y protegía contra la enfermedad, mientras que si se ponía sobre el vientre del un cadáver evitaba que su espíritu volviera a entrar. El derramamiento de sal y la caída de un salero siempre han sido considerados como de mal agüero. Este maleficio está contenido en el famoso cuadro La última cena, de Leonardo de Vinci, donde aparece el salero volcado cerca del sitio de Judas en aquel cónclave de trece personas en torno a una mesa. No obstante, se trataba de un accidente que tenía su peculiar penitencia: el responsable de ese fatal descuido debía derramar tantas lágrimas como granos de sal se hubieran desperdigado. Además, se podía subsanar vertiendo vino encima o echando agua por la ventana más inmediata. Ya advertía el refranero: «Derramar el vino es buena señal, pero no la sal»; «Verterse el vino es buen sino; derramarse la sal, mala

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La sal, sustancia básica en la alquimia.

señal»; «Sal derramada, querella armada»; «Si se vierte el salero, faltará la razón, pero no el mal agüero». Por otra parte, el derramamiento de sal («Sal vertida, nunca bien recogida») era equiparado a las calumnias (“Calumnia, que algo queda»). Pero el mal no solo era para el torpe que la derramase, sino especialmente para el imprudente que la pisase (la profanase), ya que quien lo hiciese tendría grandes disgustos, y, si se trataba de alguien que se fuese a casar pronto, no cumpliría tal propósito (cabe preguntarse si no habría quien la pisase aposta). Para evitar las consecuencias, los pisoteadores tenían que echar sal en la puerta de la casa y en las de las cuadras para que no entrasen brujas ni otros malos espíritus. Y, si eso ocurría por

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pisarla, qué decir de quien se tumbase encima: bastaba con echar sal en el lecho nupcial para arruinar la felicidad de unos recién casados. Una de las misiones de la madrina de boda en muchos pueblos era vigilar el lecho de los recién casados para que ninguna persona envidiosa les echase sal, pues esto traería consigo ciertos problemillas, como esterilidad o impotencia. Con esa perspectiva, no es de extrañar el cuidado que había que tener para manipularla, de tal manera que en el siglo xvi se impartían instrucciones para manejarla de la única manera segura: con los dedos corazón y anular. Si alguien usaba el pulgar, sus hijos morirían; si utilizaba el meñique, perdería sus posesiones, y si empleaba el índice, él mismo se convertiría en asesino. La sal también se relacionaba en ocasiones con la meteorología. Por una parte, para pronosticar el tiempo con base en la delicuescencia salina. Así, eran señales de lluvia las que nos indican estos adagios: Luna con cerco, sal que se apeguja, puertas que se hinchan y piedras que sudan son claras señales de agua segura.

Mojadas las sales, agua a raudales.

Por otra, en rituales para combatir a las tormentas. Pallaruelo (1984) relata que «en muchos pueblos he visto llevar sal al hogar y echarla al fuego para alejar las tormentas. En Bara echaban sal para las tormentas y azufre para las centellas». En el blog http://tiocarlosproducciones02.blogspot.com.es/2012/10/la-magia-salada. html se recogen otras costumbres pirenaicas con relación a la sal: Hay un sentido profundo en el hecho de que una montañesa nunca devuelve la sal que le prestan; se devuelve todo: el pan, las cerillas, los ajos, todo, menos la sal porque traería desgracia a quien la prestó, y por tanto se tiene como una afrenta. Las mujeres del Pirineo antiguamente ponían sal en las costuras de las chaquetas que iban a llevar sus hijos y marido, sin que ellos lo supieran, para que no les sucediera nada malo. También trae desgracia el pisar la sal.

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Unidas con la sal circulan algunas leyendas por el Pirineo, como una que se describe en el mismo blog y que tiene estrechas similitudes con lo que le sucedió a la mujer de Lot durante el episodio de Sodoma y Gomorra: Un mendigo harapiento y fatigado que vivía de la compasión de las gentes de los pueblecillos montañeses de la comarca llegó un día pidiendo limosna a Salies-en-Béarn. Pero sus vecinos tenían el corazón endurecido, además de muy pocos recursos porque el año había sido muy malo en cosechas y el ganado no había medrado. El pordiosero recorrió todo el pueblo, de casa en casa, y de todas fue despedido sin la más mínima ayuda. Hacía mucho frío y se contentaba con un mendrugo de pan y un rinconcico en la cuadra para pasar la noche a cubierto. Pero nada. Solamente al final, en la última casa del pueblo, la del Boucau, fue acogido y tratado con cierto cariño. Allí le dieron un plato de sopas y pudo pasar la noche en un banco de la cocina, arrebujado en su astrosa manta, pero cerca del rescoldo del hogar. Pero antes de llegar a esa casa, fue motivo de burla continua por parte de mujeres que incluso azuzaban los perros contra él para perderlo de vista pronto. En la casa contigua a la que le recibió vivía una madre con dos hijas, las tres costureras y bien acomodadas, y ellas fueron las que más se burlaron del pobre hombre. A la mañana siguiente, cuando el mendigo iba a continuar su camino hacia Arancou, ahí estaban esas desgraciadas de nuevo a la puerta de su casa, metiéndose con él y llenándolo de oprobios. El hombre, aunque de carácter dulce, maldiciendo el egoísmo de sus habitantes salió del pueblo condenándolo en nombre de Dios. A las costureras aún les advirtió: «Por si acaso, no volváis la cabeza porque vais a escuchar un ruido ensordecedor». Ellas se mofaron de él y miraron descaradamente al pueblo de los lagos. Un horrible rumor, cada vez más violento, se levantó del vientre de la tierra y ellas se convirtieron en estatuas de sal. Las aguas que brotaron del suelo se tragaron el pueblo, llegando justamente hasta la última casa, la de Boucau, donde había pasado el mendigo la noche. Esa fue la única que respetaron. Dicen los montañeses de la redolada que cuentan la leyenda que ese mendigo era el mismo Dios, que había llegado el día de la fiesta del pueblo para ejecutar su justicia con los hombres. La casa de Boucau existe todavía. El pueblo fue re­construido años más tarde junto a los lagos salados.

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Cuentan también que hace un centenar de años se alzaba allí un menhir que remataba en dos puntas. La gente afirmaba que representaba a la madre y las hijas costureras castigadas por Dios. Y hasta en la roca se veía grabada la marca de las tijeras. Ya no existe el menhir que llamaban «de Cazes-Major» pues un labrador lo aprovechó para ha­ cerse un rodillo de apisonar la era.

La sal ¿marciana? Queda fuera de toda duda que la sal es fundamental para la vida en nuestro planeta, pero… ¿podría serlo en otros? La revista Science publicó en su número del 21 de marzo de 2008 un artículo sobre la localización de cientos de depósitos de sal de entre 1 y 25 kilómetros cuadrados de extensión en el hemisferio sur de Marte. La noticia fue recogida en algunas páginas webs (por ejemplo, http:// parquenaturalaltotajo.blogspot.com.es/2009/07/salinas-de-almalla.html) bajo el elocuente título «Los marcianos, unos seres mu salaos…»: Aunque no es la primera vez que se anuncia la presencia de sal en Marte, sí que esta vez la noticia ha creado revuelo porque aparece tras ciertos indicios que podrían sugerir la presencia de agua en Marte en algún momento del pasado. La presencia de sal reabre (¿ha estado cerrado alguna vez?) el debate sobre la existencia, actual o en el pasado, de vida en el rojizo planeta vecino. Los defensores de esa posibilidad argumentan que la vida, tal como la conocemos, depende de la existencia de la sal. Además de recordar las especiales características que, como conservante, tiene la sustancia y que podría proporcionar rastros de algún tipo de vida atrapado en las acumulaciones salinas descritas ahora. Ya veremos qué da de sí la historia, pero, para nosotros, resulta interesante saber que en Marte han aparecido una especie de salinas de interior… •

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Apéndices

1 Bando de expulsión de los moriscos aragoneses Bando que el excelentíssimo señor don Gastón de Moncada, Marqués de Aytona, Lugarteniente y Capitán General en el presente Reyno de Aragón, ha mandado publicar en nombre de la Magestad Cathólica del Rey Don Felipe Tercero, Nuestro Señor, para la expulsión de los moriscos de dicho Reyno, Zaragoza, Impresso por Lorenço de Robles, 1610.

Don Gastón de Moncada, Marqués de Aytona, Conde de Ossona, Vizconde de Cabrera y Bas, gran Senescal de Aragón, Virrey y Capitán General por su Magestad en el presente Reyno. A todos y qualesquier prelados, titulados, barones, cavalleros y señores de lugares, çalmedinas,

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iusticias, bayles, iurados de todas las ciudades, villas y lugares y otros qualesquier ministros de su Magestad, mayores y menores, ciudadanos, vezinos, moradores y particulares, personas de dicho presente Reyno de Aragón, hazemos saber cómo su Magestad, por su real carta fecha en la ciudad de Valladolid a diez y siete días del mes de abril de este presente año, firmada de su real mano y referendada por Antonio de Aróztegui, su secretario de Estado, nos escribe que por largo discurso de años ha procurado la conversión de los christianos nuevos de este Reyno, haviéndoseles concedido editos de gracia y otras muchas diligencias que con ellos se han hecho para instruyrlos en nuestra Santa Fe y lo poco que ha aprovechado, pues cresciendo en su obstinación y dureza han tratado de conspirar contra su Real Corona y estos sus Reynos de España; y que tratando de su reducción perseveravan en lo dicho como se entendió en el auto de Fe que últimamente se celebró en la presente ciudad de Çaragoça, solicitando el socorro del turco y de otros príncipes de quien se prometían ayuda offreciéndoles sus personas y haziendas. Y aunque por muy doctos y santos hombres se le avía representado la mala vida de los dichos moriscos y quán offendido tenían a nuestro Señor y que en conciencia estava su Magestad obligado al remedio assigurándole que podía sin escrúpulo castigarlos en las vidas y haziendas porque la notoriedad y continuación de sus delictos y la pravedad y atrocidad de ellos los tenían convencidos de hereges, apóstatas y proditores de lesa Magestad divina y humana y que por lo dicho podía proceder contra ellos con el rigor que sus culpas merecían, pero que desseando su salvación procuró reduzirlos por medios suaves y blandos. Y aviendo entendido que no han sido de provecho, antes bien que se preparavan para los susodichos y mayores daños creciendo en su obstinación y pertinacia, considerando que la razón de bueno y cristiano gobierno obligava en conciencia a su Magestad a expeler de sus reynos y repúblicas personas tan escandalosas, dañosas y peligrosas a los buenos súbditos, a su Estado y sobre todo de tanta offensa y deservicio de Dios nuestro Señor, desseando cumplir con su obligación en procurar la conservación y seguridad de sus reynos y en particular la de este de Aragón y de los buenos y fieles súbditos de él por ser más iminente su peligro, después de aver encomendado a Dios nuestro Señor este negocio, por lo que importa a su nombre y gloria, se ha resuelto con parecer de los de su Consejo de Estado, prelados y otras muchas personas doctas, christianas y prudentes, zelosas del servicio de Dios y suyo, que se saquen y expelan del presente Reyno todos los moriscos que en él ay. Y aviendo mandado que esta expulsión se haga para su cumplimento y ejecución avemos acordado que se haga en la forma siguiente. Primeramente, que todos los moriscos deste Reyno, assí hombres como mugeres, con sus hijos, dentro de tres días después de publicado este bando en los lugares donde cada uno vive y tiene

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su casa, salgan de él y vayan a embarcarse a la parte donde el comissario que fuere a tratar de esto les ordenare, siguiéndole y obedeciendo sus órdenes. Y se les permitirá que lleven consigo de sus haziendas, muebles lo que pudieren en sus personas para embarcarse en las galeras y navíos que están aprestadas para llevarlos a donde huvieren de yr, donde los desembarcarán sin que reciban mal tratamiento ni molestia, de obra ni de palabra en sus personas ni en lo que llevaren. Advirtiendo que los mismos moriscos lleven lo que huvieren menester para su sustento. Y el que no lo cumpliere y excediere en un punto de lo contenido en este bando, incurra en pena de la vida, la qual se executará irremissiblemente. Que a qualquiere de los dichos moriscos que publicado este bando, como arriba está dicho, y cumplidos los tres días, fuere hallado desmandado fuera del lugar donde al presente tiene su habitación, pueda qualquier persona sin incurrir en pena alguna prenderle y desbalijarle entregándole al justicia del lugar más cercano y si se defendiere lo pueda matar. Que so la misma pena ningún morisco, aviéndose publicado este dicho bando, salga del lugar donde habitare a otro ninguno sino que se estén quedos hasta que el comissario que los ha de conducir a la embarcación llegue por ellos. Ítem que si alguno de los dichos moriscos escondiere o encerrare alguna de la hazienda que tuviere por no la poder llevar consigo o la pusiere fuego y a las casas, sembrados, huertas o arboledas, incurran en la dicha pena de muerte él y todos los vecinos del lugar donde lo susodicho y qualquiere parte de ello sucediere. Ítem, por quanto es contingente que algunas criaturas (aunque de muy poca edad) tengan voluntad de quedarse y sus padres gusten de dexarlas, declaramos que los muchachos y muchachas menores de edad de quatro años que dixeren que se quieren quedar y sus padres o curadores, siendo huérfanos, lo tuvieren por bien o lo pidieren, no serán expellidos. Ítem, que puedan quedar los christianos viejos casados con moriscas, ellos, ellas y sus hijos y también los que de su propria voluntad huvieran venido de Berberia a convertirse y los descendientes de los tales. Y ansí mismo los que fueren esclavos. Ítem, declaramos que el morisco que estuviere casado con christiana vieja él ha de ser expellido y los hijos que tuvieren menores de edad de seys años quedarán con la madre si ella quisiere quedarse. Ítem, que se puedan quedar los que notoriamente fueren buenos christianos, de la qual notoriedad nos haya de constar por bastantes y legítimas informaciones. Ítem, para que lo sobre dicho se guarde y observe inviolablemente y quede prevenido el dolo que puede temerse, dezimos, ordenamos y mandamos que ningún christiano viejo assí soldado como el que no lo fuere, natural o estrangero del presente Reyno, sea osado de ocultar ni

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encubrir en sus casas ni fuera de ellas en parte alguna a qualesquier persona o personas de los dichos moriscos, assí hombres como mugeres, niños o niñas de qualquier edad y condición sean, ni bienes algunos suyos, ni den consejo, favor y ayuda para que los tales se ausenten o escondan en manera alguna por vía directa ni indirecta, so pena de que como fautores y encubridores de herejes y de personas que han cometido los crímenes y delictos arriba expressados, incurrirán por ello en el mismo delicto y crimen de lesa Magestad que los moriscos han cometido y de ser por ello, como serán, castigados irremisiblemente con pena de seys años de galeras y otras que a nuestro arbitrio reservamos. Y para que entiendan los moriscos que la intención de su Magestad solo es hecharlos de sus Reynos y que no se les hará vexación en el viage, demás de aver escrito (como se ha escrito) a los capitanes generales de las galeras y armada de navíos que no permitan que ningún soldado ni marinero les trate mal de obra ni de palabra, mandamos que ningún christiano viejo ni soldado, assí natural de este Reyno como de fuera de él, sea osado de tratar mal de obra ni de palabra a ninguno de los dichos moriscos, a sus mugeres o hijos ni a persona dellos, ni llegar a sus haziendas so pena que serán castigados conforme los delictos que en ello cometieren. Y porque lo susodicho es la real y determinada voluntad de su Magestad y de que las penas en el presente bando contenidas se executen como se executarán prompta y yrremisiblemente, para que venga a noticia de todos se manda publicar en la forma acostumbrada.

Datum en Çaragoça a xxix de Mayo mdcx El Marqués de Aytona Por mandado de su Excelencia, Pedro Polo, su secretario

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2 Memorial al rey «suplicando se sirva excusar la aplicación del impuesto de un real por cada arroba de sal al comprador» (BNE, VE/200/118) Ilustrísimo señor, la villa de Naval, que la componen ciento y ochenta vecinos, con el dominio temporal de la Pardina de Pisa, y con su Aldea, representa a V. S. I. que ha llegado a su noticia cómo, en la Junta que se ha formado en este Ilustrísimo Congreso de los Cuatro Estados del Reino, se ha resuelto por mayor parte que, para subrogar los medios de la baja que se supone hacer de las Generalidades, se imponga un real por cada arroba de sal al comprador de ella, arbitrando que será la renta de este impuesto suficiente para el suplemento y satisfacción de ella. Y porque la sobredicha deliberación es de gravísimo perjuicio para dicha Villa y sus vecinos, se halla obligada a poner en la prudentísima y cristiana consideración de V. S. I., con toda humildad y rendimiento, las razones que la asisten para suplicar a V. S. I. que no se dé lugar a que se introduzca y establezca por vía de fuero esta resolución, por los graves inconvenientes y perjuicios que [a] la sobredicha Villa y sus vecinos se les ha de seguir, y son (entre otros muchos): Que, habiendo querido darles Nuestro Señor con esta singularidad, y en lugar de los otros frutos que suele llevar la tierra en los demás Lugares del Reino, el de las aguas saladas, de las cuales, condensándose, se cría y coge el de la sal; todo lo que se impusiere al uso y comercio de los que la compran debilita y consume el beneficio que les ha dado Nuestro Señor para su necesario alimento, sin el cual no pueden vivir, en que se considera una gran desigualdad de los demás tributos que se hallan impuestos a los demás Regnícolas, así porque no tienen semejante fruto como porque en los que perciben no se les imponen. Y siendo, como va dicho, tanta su esterilidad, con solo esta imposición se les graba en todo cuanto se les puede, de lo que les dio la naturaleza para recompensa y socorro de su vivienda y conservación. Que la dicha Villa ha hecho desde los tiempos más antiguos, y conquistas del Reino, muy particulares servicios a los serenísimos señores Reyes, consumiendo gran parte de sus rentas, y especialmente en estos últimos años de las guerras de Cataluña; y en remuneración de ellos se han dado por muy servidos de esta Villa y concedido muchos privilegios, señalándoles distritos dentro del cual pudiesen venderla la Villa, sus vecinos y moradores, con prohibición a otra sal cualquiera en dicho Reino. En lo cual no solo atendieron a hacerles esta merced y favor para que fuese lleno y útil, sino que también reconocieron los serenísimos señores Reyes la necesidad que tenían de aprovecharse con esta ventaja, y mayor conveniencia, por no poderse sustentar ni conservar la población y buen

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estado de la Villa de otra suerte. Y cualquier alteración e innovación que en todo ello padeciesen sería la total perdición y ruina de la Villa y de sus privilegios. Que sin embargo de ser esta sal la mejor del Reino y de venderla la Villa a real por fanega de dieciocho almudes, y de portearla y revenderla sus vecinos por su distrito a seis, diez y dieciséis reales, respectivamente, según la distancia la carga de ella (que se compone de cuatro fanegas en la medida de la Villa y de seis en la ordinaria del Reino) y, muy frecuentemente, se da por menos precio, como se ve por la que se despacha en Huesca, Barbastro y Jaca, se hayan embarazados en venderla por la mucha que se introduce de Navarra y otras partes. Y montando este nuevo tributo en cada fanega dos reales, y seis dineros sobre el real del precio, por pesar cada fanega dos arrobas y nueve libras, y encarecerse la carga de ella, que solo cuesta cuatro reales, hasta diecinueve y medio, subiría el tributo con la desproporción de más de un doble que el justo valor (que es de alguna consideración) y se imposibilitaría su comercio y aumentaría la ocasión de los fraudes. Que por los puertos de Benasque, Plan, Bielsa y Torla se sacan a Francia todos los años cuarenta mil fanegas de sal y, por la conveniencia de venderla a moderado precio, perciben el beneficio de la cantidad de más de 4000 libras y, si este se aumentase, perdería el Reino este útil, y entrada, y se irían los franceses a las salinas de Cataluña con mucha pérdida de la fábrica de esta sal, y de la de otros lugares, que también la portean a Francia. Y es constante que si cesa en esta Villa la facultad de portear y vender su sal, como se lleva dicho, no solo ha de faltar el sustento a sus vecinos sino que faltará toda su entrada y útiles. Y aún cuando se diese satisfacción al Señor por sus derechos, y a la Villa por lo que acostumbra llevar por cada fanega de sal, es cierto que no sacaría la cuarta parte de lo que ahora interesan, pues de presente salen 40 000 fanegas, y con la nueva imposición no se sacará a Francia, según se representa, y les cesará aquel beneficio y también se introducirá la forastera en este Reino, que son daños (al parecer) irremediables y muy difíciles de satisfacerse. También hay otro daño muy considerable: Que los dueños de las salinas hacen en cada año sesenta y sesenta mil fanegas de sal, y esta se las recibe y paga la Villa y, cargando con este tributo, no se despacharían diez mil fanegas y quedarían engangrenadas y detenidas con el perjuicio del dinero, que la Villa suele anticipar, y del que había de percibir por su venta, y del beneficio de la aplicación y trabajo con que sus vecinos incesantemente la portean a otras partes con sus bagajes, en que consiste todo el empleo y modo de vivir y de sustentar sus familias. Asimismo se halla la Villa cargada con más de 60 000 libras jaquesas, de las cuales corresponde con réditos censales, y acude a otros gastos precisos de sus oficios y gobierno político, y en

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cualquier manera que se innovase esta forma de administración sería su total perdición. Lo cual jamás puede ser de la Real Intención y piedad de Su Majestad, que Dios guarde, ni de la equidad y justificación de este Nobilísimo Reino, pudiendo aplicar la subrogación de los medios en otros, que respectivamente sean iguales para todos. A que se añade que la imposición de la sal se ha procurado excusar más que en otra manera de comercios en todas las Provincias. Y en este Reino, no se entiende que jamás se halla impuesto tributo alguno sobre ella, y se puede creer (que entre otras razones) habrá sido por no gravar una provisión tan necesaria para la conservación de los ganados mayores y menores, de que resulta tan grande beneficio a todo este Reino. Y así se ha procurado siempre enfranquecer la sal y su comercio. Y antes bien se han quitado los inconvenientes y abusos de las salinas particulares, redimiéndolas de los señores particulares que las tenían, dando su justa satisfacción, como se ve en los Fueros. Y asimismo se proveyó que cesasen los comisarios que cuidaban la prohibición de vender la sal, por los daños y extorsiones que causaban en la inquisición de los fraudes y ejecución de sus penas. Por todo lo cual suplica humildemente a V. S. I., de poner en su prudentísima y muy justificada consideración de V. S. I. el consuelo con que llega esta Villa a los pies de V. S. I. con esta súplica, para que con vista de los graves inconvenientes y perjuicios que padecería esta Villa con esta imposición, que amenaza su total despoblación, se sirva de excusar la aplicación de este impuesto, pudiendo suplirse por otros más iguales, a donde no cargue tan desigual peso, que arruine enteramente a tan fidelísima Villa, que se conserva bien poblada, sin concordia y atrasos de sus obligaciones, con el medio de esta administración y a fuerza del continuado trabajo y sudor de sus vecinos no obstante la calamidad universal de los tiempos.

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3 Memorial en que se «solicita sea suspendido el Acuerdo del Condado de Ribagorza de la prohibición por fuero de la entrada y venta de sal cogida fuera del condado» (BNE, VE/201/33) Ilustrísimo Señor, el Síndico de la villa de Naval, suplicando a V. S. I. dice: Que habiéndose pedido por el Condado de Ribagorza, mediante memorial, la prohibición por fuero de la entrada y venta de la sal cogida fuera del Condado, y siendo esta demanda en derogación del derecho antiguo, tolerado y firme de la Villa, debe esta representar a V. S. I. para su cabal y entera información del hecho: Que las salinas de esta Villa por más antiguas y abundantes, más saludables, gustosas y cristalinas, son las que primero, después de las de Su Majestad, alaba Don Gerónimo Ximénez de Aragüés, con particular elogio del Obispo Miedes. Y para el buen gobierno y evitar altercados y disturbios necesarios en el comercio y gasto de sal de tantas salinas de que abundan este Reino tienen, según Ximénez, los Señores Reyes, por sus Privilegios y la costumbre inmemorial, señalados a cada una sus ciertos límites y Estancos, unas más ceñidas que otras y aun algunas (como las del Condado) no los tienen privativos ni pueden prohibir la entrada de otra sal y, mucho menos, la de Naval que por los motivos de arriba, de su calidad y bondad, mereció del Serenísimo Señor Rey Don Jaime, por particular Privilegio, confirmado de todos los Señores Reyes sus sucesores, que se señalase, además del libre comercio que por otras partes del Reino tenía y tiene, un Estanco, dentro del cual privativamente esta sal sola se usa y gasta, con prohibición a las demás. Tiene también la Villa ganado decreto de firma para entrar y vender libremente por todo el Condado su sal, con el noble y más incontrastable mérito de prescripción inmemorial, que es título de títulos y el mejor de todos, Fuero, Privilegio Real, y aún más poderosa, pues todo lo vence. Y puede ser que no sea tan probable, como se alega en el memorial, la utilidad pública del Condado en la prohibición que pretende su Síndico ni tampoco el perjuicio público en lo contrario. Porque, siendo como son, las salinas de Calasanz, Peralta, Juséu y Aguinalíu, privativamente de los particulares vecinos, o de los mismos cuatro Lugares, el beneficio, y daño, del mayor o menor despacho de su sal sería solo de ellos mismos y de los arrendadores, no empero de otras personas, ni puestos, a quienes no puede llegar, y mucho menos el cuerpo místico del Condado. Con que se hace inverificable que por la entrada de otra sal pueda padecer el patrimonio del Condado, ni de otras Villas ni Lugares, el detrimento que el memorial pondera y, mucho menos, que de ella dependan las facultades de aquel puesto de poder de

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servir más o menos a Su Majestad, con que se quiere pretextar la instancia para darla alguna aparente justificación. Y poniendo a la consideración de V. S. I. que muchas veces diversas Villas y Lugares del Condado han enviado a la de Naval síndicos para ajustar las compras y abasto de su sal, por tardar a entrar de la Villa y no bastar las de las salinas del Condado, y por ser mejor y tener en ella mayor conveniencia; y que uno de los dos Síndicos, que la última vez envió para este intento la Villa de Benavarre, Cabeza del Condado, a la de Naval fue Miguel Guardingo; se acabará de convencer no ser esta materia de perjuicio alguno del Condado, antes sí, resultarle útil y beneficioso, que sus pueblos han reconocido en el más abundante y mejor abasto de este mantenimiento, tan necesario a la salud humana y a la conservación y sazón de los demás, de cuya utilidad y gusto habló latamente, con muchos elogios, Gomecius. Es tan constantemente verdadero lo que se va diciendo que algunos Lugares del Condado y, entre ellos la villa de Benavarre, considerando cuán intolerable perjuicio sería a todos ceñirse a la sal de las cortas salinas del Condado, con que no pueden cumplidamente abastecerse, y sujetarse inevitablemente con la prohibición de sal extranjera a los precios subidos, que quisiesen, oponiéndose al intento de este memorial, como dañoso, han obtenido firma para poder libremente usar y comprar cualquier sal. Y si reserva el memorial las Regalías de Su Majestad, y sus Reales privilegios, equivaliendo a ellos la costumbre inmemorial que Naval tiene, pues declara y supone esta que en su principio e introducción las hubo, parece que el memorial reconocerá, deberse entresacar de su comprensión el derecho tan asentado y reconocido del suplicante. Este punto (Señor Ilustrísimo) es de pretensión sobre que pende pleito entre partes y sería muy de la soberana justificación de V. S. I. dejarlo a que la justicia adjudique el derecho […], como lo ejecuta cada día Su Majestad, que Dios guarde, suspendiendo sus reales mercedes en materias litigiosas y en que se atraviesa perjuicio a tercero. Y el Emperador Justiniano nos dejó advertido con suma elegancia, y título de por sí, que sobre negocios de que pende lite, se han de abstener los Príncipes y Legisladores de establecimientos de nuevas Leyes, y que se deben según las antiguas resolver aquellos. Y habiendo de ser la Ley (sobre justa) necesaria o al menos útil al bien común general, y no a favor de algún particular, y que ni damnifique al tercero en derecho adquirido, y faltándole a la que pretende el memorial contrario estos requisitos, pues se opone al justo derecho de esta parte, y no solo no se ve favorable al beneficio público del Condado, antes sí perniciosa y de daño y solo conveniente al interés de los vecinos de cuatro solos Lugares, en detrimento de los demás,

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que contradicen, y de la Villa de Naval que suplica, parece, que en el establecimiento de ella será V. S. I. servido por su gran cristiandad y justificación, de suspender el acuerdo, dejando el desengaño del Condado a la igual y recta balanza de la justicia, de quien la debe esperar favorable en todo aquello a que llegue su razón, como así lo suplica la Villa de Naval, y espera de la rectitud de V. S. I.

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4 Memoria general de las salinas de la provincia de Huesca y memoria específica de la salina de Naval (año 1853) El informe se inicia bajo el título Memoria general descriptiva del estado y circunstancias de las salinas de esta provincia formada en virtud de orden de la Dirección General de Fábricas de efectos estancados, casas de moneda y minas de siete de diciembre último con presencia de las particulares de cada establecimiento, y está firmado por Manuel Agustín Gómez (1853). Tras un breve repaso histórico, la memoria es prolija en detalles sobre la picaresca de los habitantes de los pueblos salineros, y especialmente de Naval, con relación a este producto, y pone de manifiesto el celo de los administradores. Ninguna de las [salinas] que están en uso tienen marcado término o redonda y solo en Peralta respetan sus vecinos, aunque no siempre, el terreno inmediato a la salina de vertientes a dentro. En la de Naval es tal el escándalo con que los particulares se han introducido hasta las mismas eras y canales y el abuso que se ha hecho de la tolerancia de la administración en permitir el paso por un trozo de la salina, que hasta lo han considerado camino público y, con este motivo, ocurren a cada paso altercados entre los vecinos del pueblo y los empleados y resguardo encargado de la custodia de los salinares. Esto, y el ir los propietarios introduciendo sus labores hasta la misma fábrica, canales y salobreros, obligaron al administrador de Naval y Comandante a hacer reclamaciones que esta Jefatura trasladó al Sr. Gobernador de la provincia en oficios de 30 de junio y 2 de julio 1852.

Las reclamaciones que el administrador había enviado a la Jefatura eran estas: Con fecha 9 del corriente dije al Sr. Alcalde de esta Villa lo siguiente: A pesar de las repetidas amonestaciones que se han hecho a varios vecinos de esta Villa para que no pasen por el camino que está junto a las eras y pozos de agua muera en el Salinar de Yruelas, y que conduce al pueblo de Paúl y varias heredades, no se ha podido conseguir el objeto. En este estado, y con el fin de que no se originen graves perjuicios a la renta del Estado que represento, he creído de mi deber decir a V. se sirva mandarles terminantemente no pasen por dicho camino puesto que hay otros que no pertenecen al salinar y conducen a los referidos puntos. Del cumplimiento de esto espero se servirá V. darme pronto aviso para, en caso contrario, proceder a ulteriores determinaciones.

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Ahí se podrían haber quedado las cosas si el alcalde hubiera colaborado con el administrador. Pero nada más lejos de la realidad. Veamos la contestación del alcalde (incluida en la reclamación remitida a la Jefatura): Y con fecha 12 del mismo mes, [el alcalde] contesta lo que copio: El Ayuntamiento Constitucional de esta Villa, a quien he enterado de su comunicación de 9 del actual referente a la prohibición del uso del camino que conduce al pueblo de Paúl y diferentes términos de la Villa por junto al salinar de Yruelas, ha determinado decir a V. que su especial cometido es el de sostener y amparar a sus representados en el goce de todos sus derechos, usos, costumbres y prerrogativas que las leyes, pactos e inmemorial costumbre tengan introducidos y creados y que, lejos de acceder a su exigencia, se cree en el deber de contrarrestar cualquier obstáculo que se oponga al uso libre y expedito del referido camino, el cual data de una fecha antiquísima y es, sin duda, anterior al establecimiento de los mismos salinares. La circunstancia de que haya otros caminos para el pueblo de Paúl y heredades de los vecinos de Naval, aunque incierta en mucha parte, en nada altera los derechos generales para el uso de un camino público. Esto aunque el caso presente no ocasionara perjuicios de grave consideración pues, como V. no ignora, los restantes caminos ni tienen la publicidad del que se cuestiona ni menos la comodidad y utilidad que deben buscarse. La Hacienda Pública en estos casos es un particular y, solo cuando se justificase que sin gravamen público podrá inutilizarse dicho camino en beneficio del Estado, sería admisible su exigencia, o bien cuando declarado aquel extremo como de interés nacional, se decretase la expropiación forzosa previa indemnización. Según datos antiguos y fidedignos que el Ayuntamiento ha consultado, el referido camino fue comprendido en los términos del Salinar en las obras de reparación y conservación del mismo a las cuales no se opusieron los Ayuntamientos por ser de utilidad común, toda vez que en nada se alteraba el uso en el cual han estado los vecinos y forasteros sin interrupción alguna por toda la memoria de los hombres. Ahora bien, si la Hacienda habilita un camino de iguales conveniencias por fuera del murallón que sostiene el actual, estrechando el álveo del barranco inmediato, no tendrá inconveniente, en bien del servicio, en declarar la prohibición que se solicita, a la cual no creo antes poder ni deber acceder. Al comunicar a V. la resolución anterior, debo prevenir a V. que exijo desde ahora la responsabilidad de cualquier acontecimiento que pueda ocasionar una providencia sobre el particular, la cual pesará exclusivamente sobre el que dé lugar a él, alterando el actual estado del asunto. Lo que digo a V. para su conocimiento, y con el fin de que resuelva lo que tenga por conveniente atendiendo a los antecedentes que tiene sobre el asunto.

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La Jefatura apoya la reclamación del administrador (nos tememos que con poco efecto en la práctica), ya que está en su derecho privando el paso de hombres y caballerías por el camino que hay encima del murallón: 1.º, porque en vez de camino es una calle de desahogo para la plaza de Salinas a cuyo lado está y que no debe servir para otra cosa que para uso de los empleados y trabajadores que se ocupan en las tareas propias de la elaboración. 2.º, porque el paso por él, especialmente de las caballerías, ocasiona continuos desperfectos no solo en el murallón de sostenimiento, no del camino, sino de la mencionada plaza de Salinas, y en el cotuello del depósito de agua, sino en las mismas balsas y eras, donde por la estrechez del camino, que no llega en su mayor anchura a dos varas, se entran a lo mejor en ellas rompiendo los ladrillos del pavimento. 3.º, porque como tanto las eras como el depósito están al nivel del camino, y unidos a él, en lo cual hay una exposición inminente a cada paso al robo de sal y agua por la facilidad de ejecutarlo, considerando dicha calle como camino público, no puede impedirse el tránsito por ella ni de día ni de noche, en cuyo caso es indispensable situar un dependiente que no haga otra cosa que acompañar a los transeúntes de un extremo a otro para impedir que aprovechen la ocasión que se les ofrece de defraudar a la Hacienda. 4.º, porque si siempre hubiese sido camino público, como dice el Alcalde, la Hacienda al aprovecharlo hubiese cuidado de separarlo de las salinas por medio de paredes de mampostería de la altura conveniente para evitar el robo de sal y agua, como hizo con la carretera de Barbastro que cruza por medio del salinar de la Rolda, habiendo quedado completamente aislado por las paredes que tiene a un lado y otro de las salinas. 5.º, porque el tránsito por él no impide cruzar el álveo del barranco por dos veces, una al principio y otra a la conclusión para tomar el camino que va a Paúl, ni andar barranco arriba para ir a las posesiones que casi dentro del salinar benefician a algunos vecinos de Naval, de cuyo extremo me haré cargo más adelante. 6.º, porque en medio del barranco, a la derecha del mal llamado camino, hay senda triada que manifiesta muy a las claras que el tránsito es por allí y no por el salinar. Aquí debo advertir que aquel tiene un piso muy firme y llano, sostenido de trecho en trecho por grandes y fuertes estacadas que no salen de la superficie de la tierra; que está seco, y que tiene una anchura de más de 20 pies en su parte más angosta.

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7.º, que si dicho camino fuese de aprovechamiento común contribuiría el Ayuntamiento a su recomposición y la del murallón que lo sostiene y esto no ha sucedido nunca. De la privación del uso del camino en cuestión ningún perjuicio se sigue a los vecinos de Naval ni a los forasteros, porque como dejo manifestado, no solo está seco el barranco, sino que hay que cruzarlo a la entrada y a la salida tanto para ir a Paúl como a las posesiones enunciadas, siendo el tal camino un trozo de unas 150 varas poco más o menos. De su continuación se irrogan a la hacienda gravámenes considerables no solo en los desperfectos que sufren las eras, el murallón y el depósito, si no en la defraudación a que están expuestos sus intereses y que no puede evitarse completamente si no se emplea exclusivamente en su vigilancia un dependiente que cuesta al año 2555 reales. Sea pues o no camino público debe cortarse porque como queda demostrado no se sigue de ello ningún perjuicio al paso, que de lo contrario solo es la hacienda la que sufre, lo cual me obliga a recurrir a la autoridad de V. I. [el Gobernador] demandándole para ello amparo y protección. […] En todas las Salinas que conozco, que son las de cinco provincias en que he servido, es opinión común que en el antiguo reglamento se asignó como redonda o coto propio de ellas el terreno comprendido en su circunferencia de aguas vertientes a dentro a menos que no tuvieran limites marcados de antemano. En todas se fijaron los mojones correspondientes, algunas de las que aún los conservan, habiendo desaparecido de la mayor parte por tolerancia o desidia de los respectivos administradores que han permitido el aprovechamiento de todos los terrenos susceptibles de ello situados dentro de dichos límites. La salina Naval la considero en este caso y sería muy conveniente que V. I. obligase al Ayuntamiento a que hiciese presentar los títulos de propiedad de todas las posesiones que se benefician por los vecinos de Naval alrededor de los salinares. Muchas de las que están pegando a las eras y canales y dentro por consiguiente de la línea que forman las casetas del resguardo, llegando el descaro hasta el punto de aprovechar para depositar la basura sitios que se conoce han sido antiguamente eras o depósitos. Este abuso es como el del camino, un continuo manantial de cuestiones entre el resguardo y los dueños de las posesiones a los cuales no es posible impedirles que, so pretexto de aguardarlas, se queden por la noche en ellas, dedicándose más que a este objeto a defraudar con toda seguridad, puesto que ocupando las salinas un terreno sumamente escabroso y lleno de sinuosidades les ofrece la ventaja de poder espiar al resguardo con facilidad y dar el golpe a mansalva, lo que solo podría impedirse estableciendo un centinela perenne sobre cada finca para lo que no habría bastante fuerza ni con treinta hombres. La mayor parte de estas posesiones se han abierto o agrandado quizá de unos diez a doce años a esta parte, y si no se pone remedio irá creciendo el abuso y los

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perjuicios que sufrirá la Hacienda serán cada día mayores. Ya no quieren los dueños subir por el barranco para ir a ellas, si no que han hecho senda por donde les a parecido mejor y hombres y caballerías se entran por medio del salinar sin respeto a la propiedad de la Hacienda, habiendo llegado hasta el punto de cortar la senda de comunicación que hay desde la penúltima a la última caseta del resguardo solo porque pasaba por una de las posesiones mencionadas lo cual indica de una manera terminante que esta se ha creado en terreno propio del salinar. Creo lo manifestado es lo bastante para convencer a V. I. de que se esta en el caso de adoptar una resolución que ponga término a estos males y que resuelva de una vez y con claridad los derechos de cada uno, a fin de que los empleados puedan obrar con la decisión e inteligencia conveniente al mejor servicio, siendo mi opinión que en el caso de que las posesiones citadas resulten efectivamente de propiedad legítima de los que las cultivan o se les reconoce por dueños, debe expropiárselos de ellas previa a correspondiente indemnización, porque sobre ser todos terrenos de poco valor, es menor el coste de este sacrificio que debe hacer el Estado, que el que le ocasiona la defraudación a que da lugar la actual situación y el aumento de fuerza que es necesario en las épocas de elaboración para evitarla. V. I. no obstante se servirá resolver lo que estime más conveniente.

El comandante del resguardo especial de las salinas de Huesca también andaba preocupado con este asunto y quería saber a qué carta atenerse para frenar la picaresca sin fastidiar a los pueblos, lo que le podía poner en algún que otro apuro. Así se lo comunicó a la Jefatura: No existiendo en esta comandancia instrucción ni antecedente alguno que demuestre los límites de los salobreros que custodia el resguardo, han ocurrido diferentes casos que me he visto en la necesidad de resolver del modo que a mi entender debe comprenderse el derecho que la Hacienda tiene a las inmediaciones de aquello. En diecisiete de octubre de 1850 hice a esa jefatura una consulta acerca de los linderos del salinar de Juséu con el fin de impedir el que los dueños de las posesiones inmediatas fueran introduciéndose como sucedió en el prado que a mi juicio pertenece a la hacienda, y no habiendo tenido resultado dicha consulta, me vi en la necesidad de permitir el roturamiento de parte de dicho prado por habérseme probado que los linderos de las citadas posesiones llegaban hasta el salinar, en cuyo caso me atuve a señales algo inciertas del confín del mismo. No menos suelen ser objeto de cuestiones las inmediaciones de otras fuentes por las cuales el Gobierno paga recompensa, así como las de otras

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descubiertas recientemente, ya en posesiones particulares o en terreno de común y por las cuales no paga tributo alguno. En ambos casos entiendo que deberá haber un límite de cuatro como seis o más varas que deba considerarse terreno de la fuente y en cuyo radio puede el resguardo cavar libremente para inutilizar el manantial e impedir su estancia a personas y ganados. También a mi modo de ver puede impedir el resguardo el que sobre una mina como la de Sin principalmente sobre el terreno que pertenece a monte común pase y paste el ganado. Pero si en este punto como en otros que el Gobierno no paga recompensa suelen ocurrir cuestiones que convendría resolver de una manera terminante. Conforme en un todo con las creencias que dejo indicadas, tiene el resguardo las órdenes; y aunque con algún trabajo se impide el que los ganados se aproximen a los salobreros y pasen sobre la indicada mina. Mas nunca acaban las replicas [y] no puedo dar una instrucción segura a los destacamentos como desearía para que conocido el terreno de la hacienda pudieran amojonarlo y proceder debidamente contra los que se introdujeran en él con ganados haciendo daño o no haciéndolo. En tal concepto creo de mi deber consultar a V. sobre los extremos indicados, suplicándole se sirva si lo tiene a bien manifestarme las reglas a que debo atenerme pues tanto como deseo hacer que se respeten debidamente los derechos de la hacienda, sentiría el que por falta de instrucciones perjudicara los intereses particulares de los pueblos, lo cual podría algún día envolverme en algún compromiso. Lo que tengo el honor de trasladar a V. I. para su superior conocimiento suplicándole se sirva disponer que a todos los salobreros, ya sean salinares inutilizados, ya fuentes, humedales o minas, se les señale una circunferencia de 20 a 40 varas por lo menos para que, quedando inculta e inaccesible a cualquier clase de aprovechamiento, puedan guardarse aquellos con más facilidad y evitarse las cuestiones que el resguardo se ve precisado a sostener a cada paso. V. I. sin embargo se servirá resolver lo que estime más conveniente.

La Jefatura no tuvo más remedio que reconocer que estos oficios que se habían trasladado a la Dirección General de Rentas Estancadas no habían tenido el menor resultado hasta la fecha, «a pesar del grande interés que la Hacienda tiene en que los asuntos que en ellas se tratan se resuelvan en los términos que en los mismos se proponen». La memoria prosigue de este modo: Ambas salinas [Naval y Peralta] son susceptibles de mejoras, y ya en 10 de noviembre de 1851, cuando el Sr. Visitador de Hacienda pública del distrito de Zaragoza se formase el presupuesto

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para la construcción de un nuevo calentador en la de Peralta y la Dirección General de Rentas Estancadas dispuso en 22 de diciembre de dicho año se formase otro para la de una noria y un calentador en la salina de Naval; mas como fuera esto se necesitaba que los manantiales diesen más agua era preciso también proveer lo necesario para conseguir este resultado. Al efecto, y con la competente orden de la Dirección citada se hizo venir un arquitecto, quien habiendo reconocido las salinas y habiendo oído la explicación del objeto para que se le había llamado, propuso la limpia y profundización de los manantiales, uniendo en uno los de cada salinar por medio de conductos subterráneos, extraer el agua por medio de máquinas para aumentar su caudal, construir un depósito nuevo en la de Peralta y cuatro en la de Naval, inutilizar los que actualmente existen en esta, convirtiéndolos en eras de hacer sal, componer casi todos los almacenes provisionales y casetas del resguardo, que están amenazando ruina en su mayor parte y los restantes inservibles para el objeto a que están destinados; componer el almacén y casa de la Administración de Naval y construir una casa para la Administración de Peralta unida al almacén en terreno propio de la Hacienda.

Los presupuestos se remitieron a la Dirección el 16 de octubre de 1852, y junto a ellos se incluyó una memoria adicional que, copiada a la letra, dice así: Memoria en que se expone la necesidad de las obras que se presupuestan y las ventajas que de su ejecución obtendrá la Hacienda Nacional. La limpia de los pozos manantiales y su profundización tiene por objeto aumentar el caudal de aguas que en el día es insuficiente para elaborar la sal de que es susceptible esta salina. Habiendo necesidad de extraer a mano el agua de estos pozos durante la elaboración se propone la reunión en uno solo de todos los manantiales por medio de caños subterráneos y la colocación en el principal de una máquina para extraer el agua por medio de un hombre solo en vez de los dos que ahora se necesitan para mover la palanca y volver el agua. Se propone la construcción de un cocedor o depósito nuevo con el fin de poder recoger las aguas que se aumenten y facilitar el riego que en el día se hace de una manera tan pausada que para regar toda la salina se invierten de 40 a 50 días. Como el instituto del maestro de fábrica y de los dependientes del resguardo es estar siempre sobre las salinas, el primero para preparar y dirigir la elaboración, verificando a tiempo los riegos y demás operaciones necesarias, y los segundos para custodiar el establecimiento impidiendo con su vigilancia la defraudación de agua y sal, es muy conveniente que se habiliten las dos casetas existentes para que puedan vivir en ellas con sus familias lo cual evitaría que se separen de la salina más que para las cosas más

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necesarias. Como el almacén está situado dentro del pueblo y rodeado de edificios de propiedad particular es muy conveniente para su seguridad, así como para la de los papeles y efectos de la Administración, la construcción de una casa para esta unida al mismo y tomando una pequeña parte de él en el piso alto, que es innecesaria, en el terreno descubierto que hay delante de él, de propiedad de la Hacienda. Por último la seguridad de la fábrica ganaría mucho a la vez que se podrían aminorar los gastos que actualmente ocasiona en tiempo de elaboración, si en algunos sitios se construyeran unas cuantas varas de pared de cal y canto y en otros se hicieran cortes en el terreno, dejando colgadas las entradas que ofrecen las vertientes de los barrancos construyendo para evitar que las aguas vuelvan a rebajar los murallones de piedra seca. De este modo podría ahorrarse anualmente el salario de dos o tres temporeros.

La memoria de las salinas de la provincia de Huesca sigue con una primera aproximación general al salinar de Naval: Esta salina es también muy escasa de aguas y el sistema que se sigue para su extracción sumamente costoso y pesado. En los salinares de Yruelas y la Rolda se hace esta operación de los manantiales por medio de grandes palancas que para ponerlas en movimiento se necesitan por lo menos tres hombres en cada una, los cuales cuestan de 5 a 6 reales diarios uno. Desde los pozos pasa por medio de canales a las pozas donde se depositan para el riego, y que por estar en piso mucho más bajo que el de las eras no puede salir el agua por su pie como debía ser y hay que extraerla de la misma manera que de los pozos, lo cual sucede también en el salinar de Ranero, y aun cuando esto se hace por las mujeres que hacen la elaboración, aumentando considerablemente el costo de esta. Para evitar todos estos gastos innecesarios y aumentar el caudal de las aguas es preciso limpiar los manantiales, reunir en uno solo los dos del salinar de la Rolda y colocar en cada uno una noria o máquina equivalente que ofrezca todas las debidas seguridades, para extraer el agua en todo tiempo y construir tres depósitos de dimensiones proporcionadas en el salinar de Yruelas, uno en el de la Rolda y otro en el de Ranero. Estos depósitos que se construirán en los sitios y a la altura convenientes para que el agua pueda salir por su pie hasta la última gota hacen innecesarias las pozas existentes, las cuales se terraplenarán convirtiéndolas en eras de hacer sal con las que se reemplazarán las que pueden inutilizarse para la construcción de aquellos. El único gasto que se aumentará con esto es el nombramiento de un empleado como ayudante del Maestro de fábrica y la compra y manutención de una caballería al cuidado de aquel para la noria, en el caso de que se adopten con preferencia a cualquiera otra ninguna, y esto es insignificante comparado con el ahorro que de dichas obras

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obtendrá la Hacienda en la elaboración, la que sin contar el entroje cuesta en el día por un término medio a ¾ de real de vellón la fanega de 112 libras castellanas, y entonces vendría a quedar reducido su coste a una mitad o poco más. Ahora bien, asignando al nuevo empleado 2200 reales anuales y 2000 para el mantenimiento de la caballería, asciende el aumento de gasto a 4200 reales. Se elaboran por término medio 23 000 fanegas que cuestan en el día 17 500 reales, rebájense 8250 reales de la reducción que hechas las obras sufriría el coste de la elaboración y rebájense de aquí los 4200 reales que se aumentan todos los años por el nuevo empleado y la caballería y resultará una economía real y efectiva de 4050 reales anuales sin contar el mayor número de fanegas de sal que se elaborarán por consecuencia de las obras, y el sostenimiento de la caballería si se adoptan, con preferencia a las norias, las bombas proyectadas. La plaza de maestro de fábrica es en el día casi innecesaria porque en obligación está reducida a presenciar lo que hacen los elaborantes y, cuando más, mandar echar más agua o menos en las eras según vea que se hace el riego; y como este se hace por 15 o 20 cuadrillas a la vez en los tres salinares, resulta que no puede atender a todo. Hechas las obras los riegos se harían por él, auxiliado del ayudante, saldrían mejor y, por último, se evitaría en mucho la exposición a la defraudación que hay en la actualidad a consecuencia de la estancia casi continua de tantas mujeres como trabajan en los salinares. Por las razones expuestas se demuestra la necesidad de las obras y aun cuando su importe en conjunto es de consideración es tan precisa su ejecución que, si no se verifica, dentro de pocos años tendrá que gastarse mucho más. Esto con respecto a la parte de reparos que en cuanto a las obras nuevas, abandonando el proyecto de aumentar la fabricación, puede decirse que son innecesarias; pues, conforme han subsistido hasta aquí las salinas, podían continuar del mismo modo por espacio de muchos años. Mas como el objeto de los deseos del Gobierno es el aumento y mejora de la fabricación unida a la mayor economía de los gastos para obtener semejante resultado es necesario hacer obras cuyo coste ha de ser crecido. Los citados presupuestos han sido devueltos con un informe del arquitecto general, que no es ocasión de calificar, en que se acusa a la administración de proponer gastos con lujo y se la hace otros varios cargos. Se han pasado al arquitecto que los formó para que los reformase en lo que sea posible y conteste lo que se le ofrezca y todavía no los ha devuelto. En cada salina solo hay un almacén y ambos tienen sus pisos y paredes mal acondicionadas. El de Naval especialmente está muy desigual siendo preciso reforzarle varios trozos de pared y levantarle el tejado dándole nueva forma y abriéndole varios tragaluces que alumbren el interior en vez de la grande abertura que el actual tiene y por donde es muy fácil penetrar en él y extraer la sal. Sobre el almacén está construida la casa Administración.

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En las memorias particulares, pero con más extensión en la de Peralta, se presentan los medios que se conceptúan más a propósito para asegurar el consumo de la sal que se elabora sin gravamen en los gastos de transporte y para evitar la defraudación de los intereses del Tesoro y de los consumidores con la venta y adulteración de la sal. Consiste en permitir a los expendedores de los pueblos inmediatos a las fábricas que saquen de estas la sal que necesitan para el consumo de sus distritos cada tres meses, por medio de libramiento del Administrador del alfolí del que dependan, donde han de satisfacer su importe, y a los pueblos que lo solicitasen sacar también de las fábricas por vía de acopio la que necesiten para su consumo. Como ni en una ni en otra fábrica existen inventarios generales valorados no es posible hacer observación alguna sobre este punto. A la memoria de Naval acompaña uno que solo trae valorados los efectos y útiles sin que haya comparación con el del anterior así es que no puede decirse nada sobre las causas que hayan influido en su aumento o disminución. En la de Peralta se ha unido uno formado expresamente al efecto en el que se ha señalado al salinar, comprendidas bajo este nombre las diferentes construcciones de que se compone desde los pozos manantiales hasta las casetas del resguardo, el valor de 15 400 000 reales que es el capital que, calculando a 3% de renta anual, produce 462 000 reales importe de 11 000 fanegas de sal, término medio de su producción, valuadas a 42 reales cada una. Para la valoración del almacén se ha consultado a un maestro alarife bastante entendido en su profesión quien ha tenido presente el valor relativo de los demás edificios del pueblo. Los demás efectos han sido valorados con muy corta variación en los mismos términos que estaban en el año pasado atendido a que, si bien unos se han inutilizado, han sido reemplazados con otros nuevos. Desde 1847 hasta la fecha no han recibido mejora alguna estas salinas. Solo en la de Peralta se construyó un pozo y un calentador para aprovechar las aguas de un escaso manantial que había en medio de la fábrica que, en mi concepto, debe proceder de filtraciones de la salina. Con el actual sistema de administración de la renta no es necesaria la rehabilitación de ninguna de las salinas, sino hacer en las existentes las obras presupuestadas bien sea de una vez, bien en un periodo de cuatro a seis años. Es conveniente sacar a pública licitación las conducciones de sal a los alfolíes cuando menos por provincias, y aún mejor cada alfolí separadamente porque así se interesarían los mismos que hacen este servicio, al paso que haciéndose por provincias ya necesitan ser personas de algún capital los que tomen parte de la licitación. El servicio de elaboración y entroje no debe subastarse porque no interesándose en él sino los vecinos del pueblo a cuyo término pertenece la salina

230

Apéndices


ocurre con frecuencia que se convienen antes de la licitación en perjuicio de la Hacienda. Y a veces, por el contrario, si están desavenidos, si bien se obtienen beneficios aunque no grandes por lo barato que está ya, también es necesario aumentar los gastos de vigilancia, porque lo que pierden los interesados por su empeño quieren resarcirlo a costa de los intereses de la Hacienda, hurtando cuanta sal puedan. Siempre que ha habido pujas en la licitación ha habido desórdenes entre los elaborantes en la salina. Esto es solo referente a la de Peralta porque en la de Naval solo se subasta la conducción de la sal desde la fábrica al almacén. Tampoco las obras deben subastarse porque de ello resultan inconvenientes que son: 1.º, convenio entre los licitadores de no hacerse daño presentándose uno, el que se ha de quedar con el servicio, a condición de dar a cada uno una cantidad alzada o de partir por igual la ganancia con los demás; 2.º, Que como en estos servicios se interesan por lo regular las personas facultativas que hay en el país, los reconocimientos de materiales y obras hechas se hacen siempre por peritos interesados en el negocio y, por consiguiente, sus informes no pueden ser imparciales; 3º, Que cuando se subasta una obra, si es de consideración, lo primero que procura el contratista es relacionarse con el arquitecto autor de los presupuestos y, por consiguiente, natural Director de ella, ofreciéndole participación en las ganancias o una cantidad alzada porque pase por todas las trampas que se quieran hacer. Los mismos ofrecimientos se hacen a los peritos nombrados por la administración, cuando no están interesados en el negocio para hacer los reconocimientos de las obras luego que están concluidas; y, como sus derechos los ha de pagar de todos modos el contratista, resulta que rara vez dejan de ponerse de acuerdo con notable perjuicio de los intereses de la Hacienda. El resultado es que rara vez obtiene la Hacienda en las subastas los beneficios que debe esperar, y si los tiene más bien deben llamarse perjuicios, puesto que lo que ganó en el menos coste que tienen las obras lo pierde con mucho exceso en la mala construcción, poca solidez y corta duración de las mismas. Las obras deben hacerse por Administración, así como para el acopio de materiales opino por que se hagan subastas parciales. Aquí es donde la Hacienda puede y debe obtener los beneficios y no en la mano de obra que es donde está el engaño. Si una pared, por ejemplo de 40 varas cuadradas y una de grueso, no puede construirse bien trabajando a conciencia en menos de quince días por un maestro, ¿podrá estarlo si en su construcción ha empleado el mismo albañil tan solo ocho días? Se puede asegurar que no. Sin embargo, este es el principal y más grave daño que acarrean las subastas porque la consecuencia natural es falta de solidez y, por consiguiente, corta duración de las construcciones. Es verdad que en las obras hechas por Administración suelen pagarse algunos jornales más de los debidos, porque los operarios procuran que les dure el trabajo pero, ni es

231


un exceso notable, ni tampoco pierde nada la Hacienda en razón a que la obra se hace con más cuidado y, por consiguiente, sale más sólida y perfecta. En resumen, la Hacienda se perjudica en las contratas generales porque, cuanto más capital se necesite para su ejecución, menos serán los beneficios que reporte, en razón a que serán menos las personas que puedan interesarse en la subasta. Subástense las conducciones de efectos estancados desde las fábricas a las administraciones, cada una por separado, y en las obras el acopio de materiales, clase por clase, y entonces serán grandes y positivos los beneficios. Para la dirección de las obras por cuenta de la Hacienda y formación de los presupuestos convendría mucho se estableciesen plazas de Arquitectos por distritos de dos o tres provincias, cuyas plazas podrían ser desempeñadas por los que actualmente sirven las de celadores o directores de caminos, siempre que pertenezcan a aquella clase, con un ligero aumento en el sueldo que ahora disfrutan, cuyo gasto se reintegraría quizá con exceso de las economías que este sistema ocasionaría en los presupuestos.

En el documento original se incluye a continuación una página en la que se da noticia de la situación y la importancia de los espumeros y las minas de sal de la provincia que no se explotaban en ese momento pero que eran custodiadas por el resguardo; también se señalan los gastos que ocasionaban y la fuerza del resguardo que los custodiaba (tabla 5). Tras este inciso, la memoria prosigue así: Además de la fuerza del Resguardo que consta en esta noticia hay cinco individuos destinados en la frontera de Navarra a la persecución del contrabando de sal. El número de manantiales suele sufrir alteraciones por la desaparición de algunos a causa de los trabajos, terraplenes y demás medios que se emplea en inutilizarlos y, por esta misma razón, buscando las aguas comprimidas otras salidas es de suponer que algunos que suelen aparecer como nuevos, ya sea a corta o larga distancia de los viejos, proceden de estos. Los gastos que causan los espumeros van consignados; el Resguardo trabaja en su inutilización siempre que es necesario. Para impedir el aprovechamiento de las aguas no hay otro medio que inutilizar los salobreros como se hace según las circunstancias de cada uno y custodiarlos. En la mayor parte de ellos no pueden inutilizarse sus aguas sino conduciendo al nacimiento otras dulces que, interpolándose con aquellas las desvirtúan. Para esto se hacen por el Resguardo encañados o trojes que se recargan de terraplenes, procurando que quede cubierto el ojo de la fuente y salgan sus aguas ya mezcladas

232

Apéndices


al correr fuera del encañado, o se hace aquella operación con las saladas hasta encontrar las otras. Pero como estas obras no pueden ser sólidas aunque se emplearan en ellas gastos considerables, hasta el punto de hacer imposible su destrucción, que tendría efecto tan pronto como se abandonaran, y, por otra parte, sería fácil también el dar otra dirección al agua dulce antes de entrar en el encañado, es preciso que se vigilen, reponiéndolas inmediatamente que se destruyan o sufran algún desperfecto por los defraudadores o por las avenidas de los barrancos en donde generalmente están los salobreros. Hay algunos que carecen de agua dulce próxima y, en tal caso, no hay otro medio que amontonar tierra hasta hacer que se contenga y se vaya filtrando todo lo posible pero en estas es de absoluta necesidad una vigilancia incesante porque al momento de hacerse un hoyo fluiría en abundancia el agua comprimida. Por esta razón ha sido necesario en algunas de ellas construir casetas desde las cuales están vigiladas constantemente por el Resguardo. El salobrero de mucha importancia que está a cargo del destacamento de Naval es el llamado de Cuesta Monzón, situado en un barranco a la izquierda del camino que va a Barbastro. Es una fuente de mucho caudal y graduación, cuyas aguas a poco coste y por medio de una cañería podrían conducirse al Salinar de Ranero, uno de los que componen la salina de Naval con lo que se conseguirían dos ventajas de consideración, que serían hacer imposible la defraudación de dicha fuente y aumentar el caudal de aguas nuevas de los salinares Ranero y la Rolda, aumentándose por consiguiente la producción. En ninguna de ambas salinas ingresa cantidad alguna por producto de ellas. En la memoria de la salina de Peralta se han fijado las bases en que, en concepto del que suscribe, puede fundarse una instrucción de fábrica y se deslinda los deberes y atribuciones de cada uno de los empleados en ella. También contiene dicha memoria las de una ordenanza especial para la misma, que puede hacerse extensiva a la de Naval por ser enteramente idénticas las circunstancias de una y otra fábrica. Según Real Decreto de 31 de octubre de 1851 fueron declarados empleos periciales los de Administradores y Contadores de fábrica y los Inspectores y auxiliares inspectores de labores señalando como circunstancias para poder optar al de la última clase en los de nueva entrada previo el oportuno examen tener conocimiento en aritmética decimal, sistema métrico, geografía, historia natural, química, en cuanto sea indispensable para la acertada fabricación de sales y tabacos, y ejercicios prácticos de la fabricación y de la legislación establecida para dichas rentas. En las fábricas de sal, los empleos verdaderamente periciales son los de Administrador, Inspector y Maestro de fábrica. Es verdad que los que los desempeñan deben estar si se quiere adornados de los mencionados conocimientos; pero estos tampoco son absolutamente necesarios ni serían

233


Manantiales 1 Mina 2 Manantiales 1 Prado 2 Manantiales 1 Pozo 1 Manantial 1 Pozo 1 Manantial 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 Pozo 1 Manantial 1 íd. 1 íd. 2 íd. 1 Pozo 1 Manantial 1 Pozo 1 Manantial 1 íd. 4 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 2 Manantiales 3 íd. 1 íd. 2 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 id 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 2 íd. 1 íd. 2 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 Mina 1 Manantial 1 íd. 2 íd. 1 Laguna 1 Manantial 1 íd. 1 íd. 1 íd. 1 íd.

234

Su importancia mucha poca íd. íd. íd. íd. mucha poca íd. íd. bastante poca mucha íd. poca mucha poca mucha íd. íd. poca mucha poca íd. mucha poca íd. mucha poca íd. poca íd. íd. mucha íd. poca íd. íd. mucha poca mucha poca mucha poca bastante poca íd. íd. mucha íd. poca íd. íd. mucha en verano poca íd. mucha poca íd.

Pueblos en cuyo término radican

Gastos que ocasionan

Estopiñán Caserras Camporrells Calasanz Gabasa Alins Aguinaliu Juséu Olvena

Una caseta construida en agosto de 1849 que costó 588 reales

Estadilla La Puebla de Castro

Íd. sept. de íd., 645 reales Íd. julio de íd., 866 reales

El Grado Secastilla Ubiergo Trillo Palo Clamosa Lapinilla Paúl Naval Salinas de Hoz Hoz Coscojuela

En uno de los primeros se construyó una bóveda en 7 de Ago. de 1852 que costó 192 reales más 8 mar. de vellón

Rodellar Aguas

Una caseta construida en agosto de 1849 que costó 1399 reales

Lierta Murillo de Gállego Escalete Concilio Biscarrués Salinas de Jaca Sin

Se construyó una caseta en agosto de 1852 que costó 1134 reales

Grañén Sariñena Poleñino Lalueza Cornudella S. Feliu Espés

Apéndices


Destacamentos que los custodian

N.º de individuos de que constan

Importe de los sueldos del Resguardo destinado a la custodia de manantiales

Estopiñán

3

7 665

Peralta

5

Aguinaliu

2

5 110

Caseta de Olvena

2

5 110

Íd. de Estadilla Íd. de La Puebla

2 2

5 110 5 110

El Grado

1

2 555

Secastilla

2

5 110

Trillo

2

2 111

Lapinilla

1

2 555

Naval

7

Mesón de Naval

4

10 220

Rodellar

2

5 110

Aguas

3

7 665

Lierta

1

2 555

Murillo de Gállego

4

10 220

A estos salobreros no se les asignan gastos de resguardo. Su custodia depende del destacamento de la salina.

No tienen gastos de resguardo estos salobreros por depender del destacamento de la salina.

Salinas de Jaca

1

2 555

Sin

3

7 665

Una pareja móvil y el destacamento de Murillo

2

5 110

La expresada pareja móvil

Tabla 5. «Situación e importancia de los espumeros y minas de sal existentes en esta provincia que no pertenecen a ninguno de los establecimientos de las fábricas de sal». 235


grandes las ventajas que representarían por cuanto la elaboración o fabricación de sal depende de causas naturales y su mejor o peor calidad en el estado en el que están las salinas. Que haya agua abundante, que haga tiempo seco, sol claro y viento fresco y se hará mucha sal. Que las balsas de cristalización tengan por lo menos un pie de profundidad, que estén separadas unas de otras por medio de tablones de madera en vez de caballones de mampostería, greda o ladrillo. Que su pavimento sea enlosado de piedra de buena calidad, de piezas grandes y bien cortadas de modo que junten bien los cantos de las unas con los de las otras y que se saque la sal que haya cristalizado conservando aún alguna agua, y aquella saldrá limpia, de grano grueso, pura y de buena calidad. Pero si hace un verano tempestuoso, si hay poca agua y la salina no tiene ninguna de las condiciones expresadas, se fabricará poca sal y está saldrá morena y de mala calidad. No basta la pericia de los empleados, no bastan tampoco su celo y eficacia; es indispensable que las fábricas mejoren sus actuales condiciones y para ello es preciso hacer obras de consideración. Lo primero de todo y más preciso es, previo un exacto y minucioso reconocimiento, trazar el proyecto de las salinas adoptando en él las mejoras de que son susceptibles. Después hágase la obra, ya sea en uno, dos o más años, y se conseguirá el aumento y mejora que se desea en la elaboración. Para optar a los destinos de Administrador y Oficial Inspector de fábrica a los cuales está asignado el sueldo anual de 6000 reales en adelante, convendría se exigiese como circunstancia indispensable haber servido en salinas de tres o más provincias destinos de Administración; pues habiendo en cada provincia generalmente un método especial de elaboración y usándose diferentes útiles, el Administrador y Oficial Inspector que tienen dichas circunstancias pueden aplicar a su establecimiento las mejoras que la experiencia les ha demostrado ser más convenientes, con más tino y más utilidad que los que por primera vez se encuentran rigiéndolo por más aplicados y celosos que sean.

Peralta de la Sal, 22 de marzo de 1853. Manuel Agustín Gómez [Firma]

Este documento finaliza con dos apéndices, a modo de resumen, que se muestran en las tablas 6 y 7. Seguidamente, se incluye una memoria destinada a describir específicamente las salinas de Naval en el año 1853. Como se ha comentado anteriormente, la memoria solicitada por la Dirección General giraba en torno a dieciocho apartados que había que cumplimentar para cada salina. En el primer punto se pedía la situación topográfica, las distancias a otros emplazamientos salineros o a la capital de la provincia, el clima del lugar, las enfermedades que afectaban a la

236

Apéndices


Peralta Salina, inclusas las casetas del Resguardo

Reales v.ón

mar.

15 400 000

25

Edificios Efectos de Oficina Íd. de Almacén Íd. de Fábrica

50 000 314 851 588 Total 15 451 753

Naval Salinas, inclusas las casetas del Resguardo y almacenillos provisionales. No están valorados pero haciendo el mismo cálculo que con respecto a la de Peralta, y calculándose en 22 000 fanegas el término medio de su producción a 42 reales fanega les resulta un valor de

25

30 800 000

Edificios: por un cálculo aproximado y comparado con el que se ha dado al almacén de Peralta

120 000

Efectos y útiles

2 474 Total 30 922 474

Resumen general Valor del establecimiento de Peralta Íd. del de Naval

15 451 753 25 30 922 474 Total general 46 374 227 25

Peralta de la Sal, 22 de Mayo de 1853 Manuel Agustín Gómez [firma]

Tabla 6. «Resumen clasificado de los inventarios que acompañan a las memorias particulares de las salinas de Peralta y Naval».

237


Reales de vellón Salina de Peralta Presupuesto para la caseta del sol núm.º 1 Íd. para la caseta alta núm.º 2 Íd. para la construcción de un nuevo depósito de agua n.º 3 Íd. para las obras de los pozos manantiales núm.º 4 Íd. para la construcción de pilares para sostener las canales y compra de estas n.º 5 Íd. para la de una casa para la Administración, delante del almacén y unido a este n.º 6

3 524,25 5 683,75 32 436 11 475,91 6 986 17 982,5 Total 78 088,41

Salinas de Naval Íd. para la composición del almacén general

24 293,25

Íd. Salinar de Yruelas Íd. para la construcción de un depósito de agua en la plaza del Rey n.º 1 Íd. para la de una atalaya de nueva planta n.º 2 Íd. para la reparación del almacén provisional de sal llamado Santana n.º 3 Íd. para la construcción de un gran depósito de agua en la plaza inutilizada llamada de Capellanes n.º 4 Íd. para aumentar un pico a la atalaya del pozo n.º 5 Íd. para la composición y reducción a uno de los dos almacenes provisionales de sal de Fuidias n.º 6 Íd. para la composición de la atalaya llamada Puyal n.º 7 Íd. para convertir en dos y componer los tres almacenes provisionales de sal de Puyaredos altos y bajos n.º 8 Íd. para la reparación del almacén provisional de sal de Puigcerens n.º 9 Íd. para la del de siete de Alemán n.º 10 Íd. para la del de diez y seis de Alemán n.º 11 Íd. para la construcción de un paredón de sostenimiento en el barranco Torrecilla y punto llamado el azud n.º 12 Íd. para la reparación del almacén provisional de sal de ocho de Alemán n.º 13 Íd. para la del de íd. seis de Heredia n.º 14

238

38 394 2 937,5 150,5 78 574 2 289,95 1 297,60 1 577 1 179,75 262 169 192 2 468 267 39

Apéndices


Reales de vellón Suma anterior Presupuesto para la construcción de una atalaya en la plaza de Almalilla n.º 15 Íd. para la de dos pilares en el barranco Torrecilla n.º 16 Íd. para la reparación del almacén provisional de sal Torres y Almalilla n.º 17 Íd. para la construcción de pilares para sostener las canales y compra de éstas n.º 18 Íd. para la compra y colocación de la máquina de extraer el agua en el pozo manantial n.º 19

129 747,30 6 621,84 497 159,5 10 328 9 261,5 Total 156 665,14

Íd. Salinar de la Rolda Íd. para la reparación del almacén provisional de sal Granero y Rincón n.º 1 Íd. para la reparación del almacén provisional de sal Torres n.º 2 Íd. para la de la pared de frente a los almacenes provisionales de sal n.º 3 Íd. para la del almacén provisional de sal Monasterio Linés n.º 4 Íd. para la de las obras de los pozos manantiales n.º 5 Íd. para la construcción de un depósito de agua n.º 6 Íd. para la construcción de la atalaya del pozo n.º 7 Íd. para la reparación del almacén provisional de sal Cuello n.º 8 Íd. para la del íd. Doctor Chesa n.º 9 Íd. para la del íd. Planos n.º 10 Íd. para la del íd. Serrate n.º 11

270 156 720 182 8 025,72 60 846 6 621,84 162 109 77 181 Total 77 350 56

Íd. Salinar de Ranero Íd. para la colocación de una puerta de hierro en la boca de la mina por donde sale el agua n.º 1 Íd. para la reparación del almacén provisional Marta n.º 2 Íd. para la construcción de nueva planta del almacén provisional de sal Mostalach n.º 3 Íd. para la reparación del íd. Mediano n.º 4 Íd. para la construcción de un trozo de pared de sostenimiento en el barranco frente al almacén provisional de sal Mostalach n.º 5

330 212 3 651,25 29,5 2 304

239


Íd. para la de nueva planta de la caseta llamada Atalaya 2.ª n.º 6 Íd. para la de íd. del almacén provisional de sal Fumanal n.º 7 Íd. para la reparación de íd. Heredia n.º 8 Íd. para la de íd. Villa y Capillanía n.º 9 Íd. para la del muro que sostiene las plazas Heredia, Fumanal, Gasós y Lacambra n.º 10

6 621,84 3 651,25 326 160 430 Reales de vellón

Suma anterior Presupuesto para la reparación de la caseta llamada Atalaya 1.ª n.º 11 Íd. para la del almacén provisional de sal Gasós y Lacambra n.º 12 Íd. para la construcción de un depósito de agua n.º 13

17715,84 127 47,7 45 680 Total 63 566,54

Salinas de Peralta y Naval Presupuesto de los honorarios del Arquitecto director de las obras y gastos imprevistos

15 000

Resumen general Salinas de Peralta Íd. de Naval Almacén general de sal Salinas de Yruelas Íd. de la Rolda Íd. de Ranero

78 088,41 24 293,25 156 665,14 77 350,56 63 566,54 321 875,49

Honorarios del director de las obras y gastos imprevistos

15 000 Total general 429 963,90

Peralta de la Sal, 22 de Mayo de 1853 Manuel Agustín Gómez [firma] Tabla 7. «Resumen de los presupuestos remitidos a la Dirección general de fábricas de efectos estancados el 16 de octubre de 1852».

240

Apéndices


población, los precios de los artículos de primera necesidad e incluso las costumbres y el carácter de los habitantes: 1.ª Esta salina se encuentra dividida en tres porciones diferentes denominadas Yruelas, Rolda y Ranero. La primera está situada al mediodía y entre dos barrancos dominados por varios caveros y las dos últimas igualmente y en dirección opuesta en otro barranco. Las tres porciones mencionadas distan un cuarto de hora de la villa de Naval, que es el término al que corresponden, 13 leguas de Huesca o su capital, 5 de Barbastro o su cabeza de partido y ocho de la Jefatura [Peralta en aquellos momentos]. No hay más fábricas en la provincia que la de la jefatura y la de su cargo, y a excepción de la ciudad de Barbastro ya nombrada, apenas habrá un pueblo en la circunferencia de 8 leguas que pase de 100 vecinos, no obstante, debe hacerse presente que aunque de escaso vecindario son muchos los que se encuentran a poca distancia. La clase de terreno ocupado por la salina es mala y de calidad de yeso en su mayor parte, abrazando una extensión de terreno de 26 fanegas de sembradura aproximadamente; todo él está aprovechado a excepción de un trozo inculto en la salina de Yruelas, de dos fanegas de sembradura, otro también de dos fanegas en el de la Rolda, y otro por fin en la porción de Ranero de unos 18 pasos que la escabrosidad del mismo no permite utilizar. Varias veces se ha oficiado con el objeto de que se fijen mojones que marquen los límites de los salinares pero nada se ha resuelto hasta la fecha por lo que frecuentemente se originan cuestiones con el Ayuntamiento y particulares. El clima es templado, de manera que, en los días de más calor sube el termómetro de Réaumur a 26 y 27 grados [32,5 y 33,7 °C respectivamente], y en los de más frío está a uno y dos bajo cero [–1,2 y –2,5 °C respectivamente]. Por lo cual, las enfermedades más reinantes de este país son las calenturas intermitentes y, según la opinión de los facultativos, minorarían mucho quitando los pozos y balsas de aguas pútridas inmediatas a la población. Tomando un término medio puede decirse que la fanega aragonesa de trigo se vende a 15 reales, la arroba de vino a 4 reales y la arroba de aceite a 50 reales. Estos son los artículos de primera necesidad y, a pesar de carecer de ellos mucha parte de los habitantes por la miseria del País, conservan el carácter adusto con que siempre se les ha calificado.

En el segundo punto se demandaba la descripción y el estado de las infraestructuras por las que circulaba la sal y de los pozos y los manantiales de agua potable que había en las salinas y sus inmediaciones, así como información relativa al funcionamiento del servicio de correspondencia:

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2.º Los caminos son de dos varas de latitud y se encuentran en un estado deplorable, y en el término de esta villa existen el Río denominado Mayor y los barrancos de Rienalglo, Talabradero y Panlellas, todos de escasa importancia; no hay más que un puente de tablas en el Río Mayor, que no se transita más que cuando este tiene alguna avenida y dos fuentes de agua potable, la primera llamada de la canal a un cuarto de hora del pueblo y la segunda de Romeo a medio cuarto paso más o menos. A la distancia de legua y media se encuentra la barca del Grado y poco más allá el puente de Olvena. La primera sirve para atravesar el Río Cinca y el segundo para el denominado Ésera, que son los mismos que pueden dificultar las comunicaciones con la Jefatura. El lunes, miércoles y sábado llega correo y sale dos veces el lunes y otra el miércoles; pero está tan mal combinado este servicio que la correspondencia sufre mucho retraso y es imposible decir fijamente el tiempo que tarda de ninguna parte porque depende del correo en que se remite; por un orden regular debía llegar de la Corte en 5 días, de la capital en 3 y de la Jefatura en otros 3, pero hay ocasiones en que se detiene en la Administración de Barbastro por no salir a tiempo para esta villa.

En tercer lugar, la Administración exigía una contextualización histórica en la que se tenían que detallar algunos aspectos concretos, como la época y el precio en que fue adquirida la fábrica por la Corona, el año en que se inició la explotación y los censos, recompensas y cargas que afectaban al conjunto salinero: 3.º A consecuencia de haberse incorporado a la corona esta salina en el reinado de Felipe 5.º y año de 1707, el pueblo de Naval entabló pleito ante el Consejo de Castilla que ganó en tres instancias, por la cual solicitaba que se señalase una cantidad de recompensa; en su virtud el citado consejo dispuso que se diese anualmente la de 36 426 reales de 16 cuartos, cuyo señalamiento es el que se paga en el día a los particulares que antes las poseían. No se sabe el año en que empezó a explotarse ni que el establecimiento tenga otra carga, censo ni gravamen.

El cuarto punto hacía referencia al primer paso del sistema de explotación: la salmuera. Se pedía la situación, las dimensiones y el estado de las diversas infraestructuras (manantiales, pozos, etcétera); las posibles mejoras y su coste en las granjas del Estado; una descripción del origen, la graduación y la cantidad de salmuera que se producía anualmente y su rendimiento en fanegas de sal, así como las causas de la abundancia o la escasez de líquido. También se requerían detalles específicos de los aparatos empleados para la extracción de muera cuando no surgía

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Apéndices


de manera natural; información sobre la forma, los materiales y las dimensiones de los diversos elementos utilizados en la producción (canales, acequias, etcétera), y, por último, la descripción de los minerales de piedra, las labores realizadas para su explotación y las precauciones tomadas para la limpieza de las infraestructuras: 4.º En el salinar llamado de Yruelas hay un pozo manantial de 8 pies de latitud, 10 de longitud y 18 de profundidad, en el de Ranero se encuentra una fuente desde la que se dirige el agua a los depósitos por canales de madera establecidos al efecto, y en el de la Rolda existen dos pozos manantiales, el 1.º de 12 pies de latitud, 12 de longitud y 8 de profundidad, y el 2.º de 9 pies de latitud, 20 de longitud y 7 de profundidad. Todos ellos pertenecen al establecimiento y están en buen estado, por cuya razón no se concibe mejora alguna. El pozo de Yruelas produce 80 502 pies cúbicos de agua, el 1.º de la Rolda 26 673, el 2.º 1125 y la fuente de Ranero 72 303, el pozo manantial de Yruelas llega a la altura de 18 pies, el 1.º de la Rolda a la de 5 y el 2.º del mismo salinar a la de 6, ignorándose con respecto a todos ellos la graduación de las aguas que producen, por carecer de instrumento hidrostático para la prueba; la abundancia o escasez de mueras depende por regla general de las muchas o pocas lluvias, pues el año que estas son muy frecuentes aumentan aquellas aunque tienen menos graduación; otra de las causas que aumentan considerablemente las aguas es la frecuente extracción de las mismas de los pozos manantiales para evitar que en llegar a cierto punto se filtre por los subterráneos y tome otra dirección; la cantidad de agua muera aplicada a la fabricación es de 180 603 pies cúbicos que aproximadamente producen 23 000 fanegas castellanas de sal, y se calcula que se desperdician más de 40 000 pies por la razón arriba indicada; pocas veces hay necesidad de limpiar los veneros porque se conservan con bastante curiosidad y vigilan con cuidado, pero cuando la necesidad exige algún pequeño reparo los dependientes del establecimiento son los encargados de ponerlos expeditos y en buen estado. Unos canales de madera de 20 a 30 palmos cada uno sirven para dirigir el agua a los depósitos y desde estos a las eras de cristalización, entendiéndose esto con respecto al salinar de Ranero pues, en los otros dos se saca de los pozos por medio de algataras establecidas al efecto. No son aplicables a esta salina las dos preguntas siguientes de la circular porque no se elabora más que del modo manifestado.

En el quinto punto de la circular se solicitaba a los administradores información sobre los recipientes utilizados para el almacenaje de la muera y sobre las canalizaciones que la transportaban (situación, denominación, forma en planta,

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materiales, dimensiones, capacidad, etcétera). Además, también se demandaban datos sobre los manantiales que los alimentaban, las épocas del año en que se llenaban los pozos y los instrumentos utilizados para el transvase de la muera a las superficies de evaporación: 5.º En el salinar de Yruelas se encuentran 13 depósitos, el 1.º llamado ocho Alamán, el 2.º diez y seis Alamán, el 3.º siete Alamán, el 4.º Fuizias, el 5.º Santara, el 6.º Santara, el 7.º puyaderos altos, el 8.º puyaderos bajos, el 9.º puycerens, el 10.º puycerens, el 11.º Heredia, el 12.º Torres y Almalilla, el 13.º Torres y Almalilla. En el salinar de la Rolda 19 depósitos denominados el 1.º Señor temporal, el 2.º Alamán, el 3.º canónigo Lacambra, el 4.º pena, el 5.º Sarrate, el 6.º Sarrate, el 7.º planos, el 8.º planos, el 9.º Tuella, el 10.º Torres, el 11.º Torres, el 12.º Torres, el 13.º Monasterio y Linés, el 14.º Monasterio y Linés, el 15.º Doctor Chesa, el 16.º Doctor Chesa, el 17.º Selva, el 18.º Granero y Rincón y el 19.º Granero y Rincón. En el salinar de Ranero 11 depósitos, el 1.º llamado Marta, el 2.º Mostolac, el 3.º Mediano, el 4.º Fumanal, el 5.º Heredia, el 6.º Villa y Capellania, el 7.º Villa y Capellania, el 8.º Villa y Capellanía, el 9.º Gasós y Lacambra, el 10.º Gasós y Lacambra y el 11.º Gasós y Lacambra. No hay albercas ni recipientes y los depósitos expresados sirven de calentadores, siendo su figura tan variada en todos ellos, que los hay cuadrados, largos, anchos por un lado y estrechos por otro y otros por fin que la tienen indefinible. En el suelo se encuentran multitud de deformidades, peñascos y terraplenes y por las paredes laterales se observan en unos puntos partes salientes y en otras grandes concavidades; estas razones hacen imposible el averiguar fijamente los pies cúbicos de agua que puede contener cada uno. Tomando todo en consideración por un cálculo prudente resulta, que en el 1.º del salinar de Yruela, que tiene 14 pies de latitud, 16 de longitud y 8 de profundidad se calcula que puedan caber 2048 pies cúbicos de agua; el 2.º de 22 pies de latitud, 40 de longitud y 7 de profundidad, 6728, el 3.º de 25 pies de latitud, 20 de longitud y 4 de profundidad, 2596, el 4.º de 28 pies de latitud, 32 de longitud y 5 de profundidad, 5400, el 5.º de 12 pies de latitud, 14 de longitud y 4 de profundidad, 484, el 6.º de 14 de latitud, 32 de longitud y 9 de profundidad, 4032, el 7.º de 10 de latitud, 21 de longitud y 6 de profundidad, 1458, el 8.º de 17 de latitud, 34 de longitud y 5 de profundidad, 2596, el 9.º de 14 de latitud, 16 de longitud y 6 de profundidad, 1176, el 10.º de 15 de latitud, 25 de longitud y 6 de profundidad, 2205, el 11.º de 21 de latitud, 22 de longitud y 4 de profundidad, 2028, el 12.º de 18 de latitud, 24 de longitud y 7 de profundidad, 3200, y el 13.º de 32 de latitud, 34 de longitud y 6 de profundidad, 6300. Total de pies cúbicos de agua: 40 251.

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Apéndices


En el 1.º del salinar de la Rolda, de 20 pies de latitud, 24 de longitud y 4 de profundidad, 2116; en el 2.º de 18 de latitud, 25 de longitud y 6 de profundidad, 2645, el 3.º de 32 de latitud, 43 de longitud y 3 de profundidad, 4107, el 4.º de 30 de latitud, 28 de longitud y 4 de profundidad, 2880, el 5.º de 12 de latitud, 33 de longitud y 8 de profundidad, 4608, el 6.º de 10 de latitud, 20 de longitud y 7 de profundidad, 1536, el 7.º de 10 de latitud, 21 de longitud y 4 de profundidad, 1296, el 8.º de 7 de latitud, 20 de longitud y 3 de profundidad, 567, el 9.º de 8 de latitud, 15 de longitud y 4 de profundidad, 450, el 10.º de 12 de latitud, 36 de longitud y 3 de profundidad, 1058, el 11.º de 26 de latitud, 46 de longitud y 3 de profundidad, 2178, el 12.º de 12 de latitud, 22 de longitud y uno y medio de profundidad, 412, el 13.º de 13 de latitud, 19 de longitud y 3 de profundidad, 588, el 14.º de 20 de latitud, 20 de longitud y 2 de profundidad, 392, el 15.º de 14 de latitud, 14 de longitud y 6 de profundidad, 864, el 16.º de 15 de latitud, 23 de longitud y 3 de profundidad, 960, el 17.º de 30 de latitud, 42 de longitud y 6 de profundidad, 7350, el 18.º de 28 de latitud, 41 de longitud y 4 de profundidad, 5476, y el 19.º de 22 de latitud, 22 de longitud y 5 de profundidad, 2400. Total: 41 883. En el 1.º del salinar de Ranero, de 23 pies de latitud, 44 de longitud y 7 de profundidad, 4887; en el 2.º de 10 de latitud, 32 de longitud y 6 de profundidad, 1805, en el 3.º de 10 de latitud, 40 de longitud y 6 de profundidad, 2420, en el 4.º de 18 de latitud, 40 de longitud y 5 de profundidad, 3920, en el 5.º de 12 de latitud, 30 de longitud y 5 de profundidad, 1805, en el 6.º de 15 de latitud, 16 de longitud y 6 de profundidad, 1176, en el 7.º de 16 de latitud, 22 de longitud y 4 de profundidad, 1536, en el 8.º de 14 de latitud, 15 de longitud y 4 de profundidad, 605, en el 9.º de 16 de latitud, 16 de longitud y 5 de profundidad, 1024, en el 10.º de 16 de latitud, 32 de longitud y 6 de profundidad, 2530, y en el 11.º de 12 de latitud, 16 de longitud y 7 de profundidad, 1393. Total: 24 101. Todos los depósitos son de piedra, cal y arena y cuando se construyen se hacen dos paredes en cada lado llenando el hueco o distancia que queda de una a otra con arcilla para evitar filtraciones. Siempre que alguno de ellos necesita reforma se incluye en los presupuestos formados para las demás necesidades de la fábrica. El primero de octubre en que concluye por lo regular la elaboración empieza a dirigirse el agua a los depósitos y siguen lo mismo hasta el 1.º de junio en que da principio aquella. Cada salinar tiene su manantial o venero que alimenta los depósitos del mismo y no se sabe la influencia que pueden tener las aguas en la mayor o menor graduación de las mueras porque estas se dirigen desde los manantiales a los depósitos y en la época de elaboración directamente a las eras donde se verifica el cuaje. Un experimento, que por ser vulgar no es menos exacto, sirve en esta fábrica para extraer de los depósitos las aguas llovedizas, y se reduce a dejar

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salir por los desaguaderos la cantidad de agua que cubre un huevo que al efecto se hecha en los mismos. Para la extracción de aquellas sirven las algataras que viene a ser una combinación de tres vigas con un voto al extremo de una de ellas. Desde algunos depósitos a otros hay unas acequias de ladrillos de un palmo de latitud y en otras partes son canales de madera de 20 a 30 palmos cada uno que convendría mucho reformar en razón del mal estado en el que se encuentran.

Continuando con el guion detallado en la circular, que seguía paso a paso el proceso de elaboración de la sal, el sexto punto correspondía a las plataformas de evaporación. Se requería información sobre la morfología de las eras y sobre todos aquellos aspectos relacionados con su cuidado y el número de fanegas obtenido en cada uso o saca: 6.º No es menos variada la figura de las eras de coagulación que la de los depósitos, de manera que es aplicable a ellas cuanto se expresa de aquellos y en la necesidad de tomar un término medio puede decirse que, unas con otras, tienen 20 pies de longitud, 12 de latitud y 5 pulgadas de profundidad, pudiendo contener 100 pies cúbicos de agua cada una. Todas están separadas por unos caballetes de madera de 5 pulgadas de altura y una y media de espesor, y sus suelos se encuentran revestidos de ladrillos y asegurados con cal, arena y arcilla. En las 185 eras que contiene el salinar de Yruelas se acostumbra poner dos pulgadas y media de agua para el cuaje, en las 167 del salinar de la Rolda y 89 del de Ranero se considera suficiente con una y media porque es de menor graduación que la primera. Cada una de ellas tiene su correspondiente desaguadero y producen en cada saca de 15 días 8 fanegas las correspondientes al primer salinar citado, seis las del segundo y 4 las del 3.º. Tanto el Maestro de la fábrica como los dependientes tienen un particular cuidado de reforzar los lados con arcilla; y están a la vista de todo y cuando la obra es de consideración se incluye en el primer presupuesto que se forma. Mucho convendría el cambiar algunos caballetes y enladrillar algunas eras pues hay bastantes trozos muy deteriorados.

El séptimo punto hacía alusión a aspectos relacionados con la producción, empezando por los datos sobre la mano de obra necesaria y la época en la que se llevaba a cabo cada uno de los trabajos que se realizaban en las salinas (limpieza, reparaciones, fabricación, entroje, etcétera). A continuación se pedían detalles sobre el método de evaporación empleado, el aspecto de la salmuera al comenzar la coagulación, los pormenores que aceleraban o retrasaban la cristalización de la

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Apéndices


sal, su color, su forma y su volumen, así como el número de sacas y el precio de venta de la sal generada: 7.º Para la limpia de los pozos manantiales, depósitos, eras, etc., se acostumbra formar un presupuesto, siendo obligación de los elaborantes el colocar el agua en las mismas y aumentarlas con frecuencia cuando el tiempo es muy caluroso, así como también revolverla con unos retraderos al 4.º o 5.º día para que el grano sea más gordo y abundante. Cuando llega el caso de recoger la sal, ya sea porque está bastante formada, ya porque se teme que una lluvia pueda perjudicar, se les da aviso, y con él se procede por los mismos elaborantes al apilamiento y depósito en los almacenes provisionales que en los salinares hay establecidos al efecto. No hay tiempo determinado para verificar el acarreo al almacén principal, y solo puede decirse que se acostumbra practicar en tres o cuatro veces, valiéndose para ello de caballerías y sacos. Por lo general este servicio se hace por contrata aprobada por la Dirección general, empleando en él 590 jornales de caballería y 76 de hombre aproximadamente, y en el apilamiento 190 de hombre. Unos y otros ganan a proporción de lo que trabajan por cuya razón no puede decirse el precio como en los 150 jornales que se invierten en los saques que están marcados a 6 reales y medio uno y no a cinco como los del país por ser el trabajo más penoso. La fabricación se hace solo por cuenta del establecimiento porque no hay quien tenga el privilegio para ello y, por consiguiente, no existe deferencia alguna en el precio a que se satisface a los consumidores. Así como la humedad y rocío de la noche retardan la cristalización de la sal, el excesivo calor y algo de viento la aceleran. Al empezar las aguas a cristalizar no cambian de aspecto ni varían de color y únicamente se observa que se van formando como unas mariposas o pastillitas que, a medida que se agrandan, bajan al fondo y producen el grano blanco y de buen sabor y calidad. Pocas veces se puede pasar 15 días sin hacer una saca que es el tiempo que convendría tardar de una a otra porque las frecuentes tronadas obligan a verificarlas antes de tiempo. No mediando este inconveniente desde el 1.º de junio que empieza la elaboración hasta el 1.º de octubre en que concluye, se practicarían 8 sacas generales que producirían, cada una de ellas, 2840 fanegas pero la razón indicada hace que casi todas sean parciales. Como la fabricación no se verifica en esta salina por medio de la acción del fuego, sino del modo ya expresado, no hay calderas ni todo lo demás concerniente a esta pregunta. Aunque son escasas las voces técnicas del establecimiento, no obstante debe hacerse mención de las siguientes: llámase algatara a un aparato para extraer el agua; cotuello a un pequeño apartado que hay en los depósitos con un conducto por la parte interior para segregar el agua salada dejando la dulce; llaman restregar

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a revolver la sal al 4.º o 5.º día que está trabajando para que adelante más; llaman barrer al acto de hacer la saca y últimamente se conoce con el nombre de dar recado al acto de aumentar el agua salada en las eras de cristalización.

En los dos siguientes puntos se trataba el tema del almacenaje. En primer lugar (punto octavo), se pedía información sobre el transporte y el acopio de la sal durante el período de producción, o, lo que es lo mismo, antes de llevarse a cabo el entroje de la producción: 8.º De las 17 casillas que existen en el salinar de Yruelas, 13 sirven para depósitos provisionales y 4 para los guardas. De las 20 de la Rolda, 18 se destinan para almacén y dos para atalayas, y de las 10 de Ranero, 8 para el primer objeto y 2 para el segundo. Poco más de un mes viene a ser el tiempo que allí queda depositada la sal desde donde se lleva al almacén principal para el entroje. El estado de las referidas casillas es malo porque no tienen más que cuatro paredes sin lavar y un mal tejado. El transporte de la sal se efectúa en caballerías y sacos. Con arreglo a la instrucción de 4 de enero de 1847, se llena un serón de sal dejándola a secar por espacio de 8 días y aquello sirve de tipo para las mermas que han de tomarse, que vienen a salir 4 o 5 libras por serón. No puede decirse más determinadamente ni hacerse un cargo exacto porque hay diversidad de sales y diversidad de aguas en los tres salinares.

En el punto noveno se solicitaban datos sobre los almacenes principales en relación con su número, sus características físicas y el proceso de medición de la sal que recibían: 9.º No hay más que un almacén dividido por una pared intermedia, que tiene 119 pies de longitud, sesenta de latitud y 32 de elevación, debiendo advertir que en este hueco y a un lado del mismo [¿está la?] casa Administración. Puede contener 80 000 fanegas de sal y no tiene más que un suelo de yeso tan desnivelado, que de unos a otros puntos habrá más de una vara de diferencia. Las paredes están sumamente desiguales y todo él se encuentra en mal estado y sin ninguna condición para el entroje y despacho. Convendría, por tanto, lavar las paredes, nivelar el suelo, cubrir una parte del tejado por donde entran los aires y el agua en días borrascosos, y últimamente hacer a la parte de arriba unos tragaluces para dar la claridad que se necesita. Las razones manifestadas con respecto al deplorable estado del almacén dan a conocer que es

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Apéndices


imposible hacer una cubicación exacta por tenerse que entregar casi todo a un cálculo prudencial. La medición y apilamiento se practica por 12 jornaleros de los cuales 4 llenan las medidas y ocho las conducen al punto destinado. Uno de los primeros está comisionado para cantar en voz clara e inteligible el número de aquellas, mientras los segundos están ordenados, de modo que no pasen hasta haberse despachado sus compañeros. El Administrador u oficial Inspector en representación suya hace la apuntación en el cuaderno llevado al efecto para poner el cargo en los libros en el momento de conducir el entroje.

En décimo lugar se instaba a los administradores a proporcionar información sobre otras infraestructuras que estuvieran al servicio de la fábrica (casas, garitas, chozas, etcétera), su número, su situación, el área que ocupaban, su distribución, su uso y su estado: 10.º El único edificio que posee el establecimiento es una casa dividida en dos partes y ocupada la primera por el Administrador y la segunda inhabitada en razón a su pequeñez y malísimo estado. Como parte del mismo edificio puede contarse el almacén principal que está debajo según se manifestó y está situado en la calle del cuadro ocupando una extensión de 129 pies de longitud y 52 de latitud, constando la parte habitada de dos piezas y otra que sirve para la oficina. Tanto esta como aquellas convendría reformar dándoles mayor extensión quitando el peligro que en algunas partes existe.

El undécimo punto de la circular pedía un inventario de los materiales usados en las labores de producción, en el que se debía detallar su descripción, su precio, su duración y el gasto que suponía su mantenimiento: 11.º En el artículo 5.º se hizo ya mención de las algataras que es el único aparato de que se sirve este establecimiento para las labores. Los demás utensilios, como palas, retraderos, escobas y canastas, son de cuenta de los elaborantes, por cuya razón se ignora el precio fijo de ellos así como su duración y demás. Sin embargo, para mayor claridad debo manifestar antes de concluir, que los retraderos son de madera figurando una cruz y las escobas y canastas de la figura común. El precio común de las primeras viene a ser a 6 reales la docena y el de las segundas a 18 reales id. Los demás utensilios propios del establecimiento como capazos, medidas, palas, azadones, votos, etc., aparecen en el inventario circunstancialmente.

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En el duodécimo punto se demandaban datos sobre la sal producida en los seis años anteriores, así como la proporción entre la muera utilizada y las fanegas obtenidas. También se solicitaba el coste que suponía elaborar una fanega de sal y las observaciones sobre los medios necesarios para aprovechar toda la muera y reducir los gastos de producción: 12.º El año 1847 se elaboraron 21 968 fanegas con 96 libras; el 1848, 18 698 con 104; el 1849, 21 308 con 24; el 1850, 21 159 con 80; el 1851, 30 936 con 7; y el 1852, 23 081 con 108. Total: 137 153 fanegas con 83 libras. Este resultado guarda con la cantidad de agua muera beneficiada en el mismo periodo la propiedad de 1 083 618 pies cúbicos. Debiendo advertirse que en esta salina no hay más fabricantes que la Hacienda. Para aprovechar todas las mueras y aumentar la producción era preciso que en el salinar de Yruelas y la Rolda se construyeran norias o bombas con el objeto de entrar el agua con frecuencia y evitar que, en llegar a cierta altura, no pasen adelante por filtrarse por los subterráneos y tomar distinta dirección. Nada se conseguiría con esto si, a la vez, no se construían también depósitos y eras de cristalización, pues actualmente aquellas y estas guardan proporción. Atendiendo a que algunos alfolíes de la provincia se surten también de otras fábricas mucho más distantes, convendría dar a esta salina más extensión, aprovechando el agua por los medios indicados, toda vez que esta es de tan buena calidad. De este modo se conseguiría además una notable economía en la extracción pues ahora se verifica a fuerza de jornales que se presupuestan para los saques.

El decimotercer apartado requería una relación de los alfolíes que recibían la sal, la distancia entre estos y el centro productor y lo que costaba transportar una fanega. También se pedía una comparación de precios con los de otras salinas e información sobre el número y el valor de las fanegas de sal vendidas al extranjero en los últimos tiempos, así como las causas que influían en la cantidad de sal exportada y los medios necesarios para fomentar su comercio: 13.º Con la producción de esta salina se surten 8 alfolíes a la distancia y precio que a continuación se expresa: Huesca a 13 leguas, 15 reales y 50 céntimos la fanega y legua; Barbastro a 5 leguas, íd., Jaca a 23 leguas, íd., Biescas a 18 leguas, íd., Aínsa a 7 leguas, íd., Berdún a 28 leguas, íd., Ayerbe a 18 leguas, íd. y Sariñena a 11 leguas íd. Del examen detenido que he practicado con respecto al precio de todos los alfolíes resulta que, según mi cálculo, el contratista en algunos pierde y en

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Apéndices


otros gana muy poco, porque el terreno es sumamente escabroso y las conducciones se hacen a lomo. En este concepto creo que la Hacienda nada ganaría con que se hiciese este servicio por Administración y lo más que podía prometerse es que todos en conjunto saliesen al mismo precio o sea a 15 reales y 50 céntimos por fanega y legua. Apenas hay un año en que no se consuma toda la sal que se elabora, por medio de las consignaciones a los alfolíes expresados. Únicamente se podría utilizar algo en los gastos de transporte, creando un alfolí o vendeduría en esta villa para el consumo de la misma y pueblos limítrofes. Mucha parte de los que ahora se surten del alfolí de Barbastro vendrían a este pero, como son de poco vecindario según se lleva dicho, tampoco daría grandes resultados. En esta salina no se ha verificado nunca despacho alguno para el extranjero por cuya razón se omite el contestar a lo que tiene relación con esta pregunta y las tres siguientes.

En el apartado decimocuarto se trataba uno de los grandes problemas que afectaban a las salinas, el transporte de la sal, puesto que era habitual el fraude en esta etapa del proceso. Se solicitaba una relación de las normativas que se utilizaban en el despacho de sal, el carácter y las costumbres de los transportistas y los impuestos a que estaban sometidos, los medios de transporte que empleaban y sugerencias sobre cómo remediar el fraude a la Hacienda y a los consumidores. También se exigía una lista de los inconvenientes que apreciaban los administradores en el proyecto promovido por la Hacienda de verificar y sellar los sacos antes de su transporte para evitar que la sal se viera adulterada por el camino: 14.º Siempre que llegan los conductores se les despacha, con tal que haya salido el sol y no se haya puesto, prefiriendo en el orden a los primeros que se presentan, y acompañándolos el dependiente encargado hasta fuera del pueblo. Como son de diferentes puntos, su carácter es variado pero en todos ellos resalta cierta aspereza, hija de su poco trato y civilización. Generalmente de los alfolíes de Biescas, Berdún y Jaca vienen indistintamente con libramientos expedidos por el representante de conducciones o sus autorizados y de los demás alfolíes empresarios particulares de cada uno y a su arbitrio, sin que satisfagan derecho ni gabela alguna. Difícilmente se encontrará un medio eficaz para evitar la adulteración de la sal pues, aunque a los conductores se les sella la atadura de uno de los sacos para comprobarlo con los demás y se les puede rechazar una partida en que se supone han practicado alguna mezcla, queda el fraude abierto en las administraciones y expendedurías. Para que en estas no pudieran impunemente adulterar la sal en perjuicio de la Hacienda y el consumidor deberían establecerse trabas obligándoles a que

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de cada partida depositasen un saco en la alcaldía u otro punto, que sirviese de tipo con la que despachasen. No se conseguiría totalmente el objeto a no establecer que las conducciones se hiciesen en grandes cantidades y fuesen vigilando los conductores dependientes del Resguardo. Este sería muy costoso pero únicamente así concluiría este abuso, y más radicalmente creando el sistema de acopios que el pueblo recibiría con gusto. No dejaría de ofrecer inconvenientes el que todos los sacos tuviesen la misma cabida porque el transporte se verifica en caballerías y los conductores cargan con mucha variedad. El sistema actual de contratas generales es el más conveniente en concepto del que suscribe por las ventajas que todos reconocen en las subastas, en razón al mayor número de licitadores. Creo, sin embargo, que la Hacienda obtendría mejor resultado si en vez de contratas generales estableciesen las parciales o sea de cada provincia para evitar la especulación de los contratistas actuales. Por intereses particulares de estos y los conductores se verifican partidas de 4, 6 y 8 fanegas nada más en algunas ocasiones. Esto entorpece mucho la marcha de la Administración y sería conveniente, bajo este punto de vista, obligarles al hacer las contratas generales a surtir los alfolíes en determinado tiempo para poderse dedicar mejor a la oficina y los salinares especialmente en la época de elaboración.

El decimoquinto punto de la circular requería la realización de una detallada tasación del valor de las existencias de sal almacenadas, los terrenos pertenecientes al Estado, las infraestructuras y los edificios de la salina, así como una relación de las causas del aumento o la disminución de su valor: 15.º La circunstancia de no haberse hecho nunca en esta salina más que inventarios parciales, o sea de bienes muebles, obliga al Administrador que suscribe a limitarse al que estampa en el apéndice sin valorar los raíces pues que en otro caso necesitaba hacer gastos para los que no está autorizado.

Los tres últimos puntos pedían información sobre las bases y las ordenanzas que regían el establecimiento y el personal adscrito a la salina, tanto de los empleados por la propia Administración como de los encargados de la seguridad y el cuidado de la fábrica (el resguardo). 16.º No hay en esta oficina instrucción alguna anterior a la publicada en el 4 de enero de 1847. Es indudable la necesidad de una aclaratoria que marque las atribuciones y deberes de cada

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Apéndices


empleado porque la actual no es bastante como a primera vista se deja conocer. Para ello debe tomarse por base la separación del Resguardo fijo y volante, haciendo el primero dependiente exclusivamente de los Administradores y el segundo de los comandantes. Así mismo debería autorizarse a los primeros para formar juicios de faltas por las aprensiones hechas en sus respectivas salinas e imponer castigos leves que recayesen en beneficio de las mismas, todo con arreglo a las instrucciones que se les dieran y con derecho de apelación ante los Jefes de Fábrica. De este modo se evitaría la formación de presupuestos anuales y se harían los reparos sin desembolso alguno por parte de la Hacienda. Los oficiales Inspectores podían intervenir en el procedimiento como fiscales y cuando la pena hubiera de ser grave se remitía al tribunal ordinario practicadas las primeras diligencias. Aunque cada empleado tenga sus deberes propios y peculiares, debe estar siempre dispuesto a practicar cualquier servicio en beneficio de la Renta con tal de que esto esté en armonía con el decoro correspondiente a su clase. Para el Gobierno interior de la salina debe obligarse en la ordenanza especial que se forme a dar un parte diario el Maestro de la fábrica al Administrador en el que manifieste cualquier novedad que haya ocurrido así como el servicio que han practicado los dependientes, los puntos que ocupan, estado de los manantiales, etc. 17.º Cuatro empleados componen el personal de este establecimiento con la aptitud y dotación que a continuación se expresan: un Administrador dotado con 8000 reales; un oficial Inspector de buena aptitud y conocimientos dotado con 5000 reales; un Maestro de fábrica de buena aptitud y conocimientos con 3000 reales y un pesador de buena aptitud y conocimientos con 2600 reales. Las obligaciones del primero son firmar las guías, autorizar y despachar los documentos y vigilar por el exacto cumplimiento de todo lo concerniente a la fábrica y administración. Las del segundo, intervenir en el despacho, firmar las guías y ayudar en la oficina al cumplimiento del servicio. Las del tercero, estar al inmediato cuidado de la fábrica, recorrer los salinares, fuentes, etc., y las del cuarto, verificar los despachos en el almacén y custodiar las fuentes, salinares, etc. Además de los requisitos de moralidad, etc., convendría que los empleados de nueva entrada estuviesen prácticos en contabilidad para que ayudasen al despacho de los asuntos de la oficina. En el artículo 14 se manifestó que no había hora determinada para el despacho por verificarse siempre que se presentan los conductores. Y para concluir esto, solo resta manifestar que hasta después de la Empresa no se ha conservado en esta oficina libros, documentos ni antecedente alguno, por cuya razón se tendrá en conocimiento del estado de su archivo. 18.º Para la custodia de los salinares y espumeros inmediatos hay un destacamento compuesto de 6 individuos del Resguardo, que se aumentan hasta 18 en la época de elaboración. La circunstancia de estar los salinares tan divididos hace indispensable aumentar el número de los

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primeros pues, a pesar del servicio que prestan el Maestro de la fábrica y [el] pesador, no pueden acudir a todas partes con la puntualidad y frecuencia que se desea. Cada dependiente tiene señalado el trozo que ha de vigilar y por la noche hacen el servicio unas veces los empleados y otras el encargado, sin que por esto se excuse de presenciar el peso en las horas de despacho y de firmar los cumplidos según está prevenido. Aunque la permanencia por largo tiempo de los dependientes en un establecimiento pudiera perjudicar para que contrajesen relaciones que les facilitasen el fraude, no obstante ejerciendo sobre ellos una vigilancia exquisita no deberían relevarse con frecuencia porque al principio ignoran los ardides y medios de que se valen los defraudadores. La división de esta salina en diferentes porciones y no convenir las explicaciones de las unas a las otras, la diversidad que se observa en cada una de ellas, el abandono en que ha estado la oficina hasta después de la Empresa, la falta de antecedentes, de inventario general, archivo, etc., impiden hacer una memoria tan acabada como en otras fábricas, así como poner una redacción correcta y contestar circunstancialmente a todos los extremos de la circular del 7 de diciembre último, por cuyas razones el Administrador que suscribe espera que la dirección le dispense este vacío y se persuada del buen deseo e interés con que, como buen subordinado, ha procurado llenar este servicio.

El documento termina con tres anexos en los que se muestran el inventario de los bienes muebles pertenecientes a la salina (tabla 8), el coste de cada fanega de sal elaborada en los seis años precedentes (tabla 9) y la tasación de los terrenos, los edificios y las construcciones pertenecientes a la fábrica de sal de Naval (tabla 10).

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Apéndices


Bienes Raíces Un salinar llamado Ranero con 11 depósitos, 89 eras, 10 casillas y una fuente de agua nueva. Otro llamado Rolda con 19 depósitos, 167 eras, 20 casillas y dos pozos manantiales. Otro llamado Yruelas con 13 depósitos, 185 eras, 17 casillas y un pozo manantial. Una casa sita en la calle del cuadro y marcada con el número 10. Un almacén confrontante con otra casa y la de D. Joaquín Viu. Bienes Muebles

47 algataras 37 candados 117 forcuños 6 perchas 4 azadones 6 ejes 4 votos 5 vaciones 4 corvillas Dos picos Un peso o balanza Una pesa de bronce de 50 libras Dos íd. de íd. de 25 libras Una pesa de bronce de 12 libras y media Otra íd. de íd. de 8 libras Otra íd. de íd. de 6 libras y un cuarto Otra íd. de íd. de 4 libras Otra íd. de íd. de 2 libras Otra íd. de íd. de 1 libra Otra íd. de íd. de ½ libra 36 capazos 6 palas Cinco medidas Cinco maderos

Valor Reales mar. 180 488 510 84 36 36 14 10 6 10 300 130 130 32 24 16 12 6 3 2 151 18 250 18 Total 2 474

Tabla 8. «Inventario de los bienes raíces y muebles pertenecientes a esta Salina valorados según previene la Instrucción de Fábricas de 4 de enero de 1847, y no haciendo lo mismo con los primeros por carecer de datos para ello y no haberse verificado hasta la fecha».

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Gastos de elaboración, conducción al almacén principal, apilamiento en el mismo y saques de agua muera Coste de cada fanega de sal

Año 1847

Año 1848

Año 1849

Año 1850

Año 1851

Año 1852

29 877,40

25 581,22

29 059,80

28 821,22

31 548,00

27 693,40

1.12,24

1.12,51

1.12,36

1.12,91

1.0,67

1.6,79

Naval, 13 de abril de 1853 El Administrador

Juan Manuel de Torres

Tabla 9. «Expresión del coste y costas de cada fanega de sal elaborada en cada uno de los últimos 6 años». Los gastos vienen dados en reales, mientras que el coste de cada fanega está expresado con la fórmula reales.maravedíes,céntimos.

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Apéndices


Salinar de Yruelas Reales vellón Este salinar consta de un pozo manantial de 8 pies de latitud 10 de longitud y 18 de profundidad, valorado en De trece depósitos o cocedores para las mueras, de diferentes e irregulares dimensiones, valoradas en 3000 reales cada uno De 185 balsas o eras para la fabricación de la sal, cuyas dimensiones no guardan proporción, valoradas por término medio con las paredes y obras de sostenimiento, en 800 reales cada una De 125 piezas de canal de pino para la conducción de las aguas a los depósitos y balsas, valoradas en 20 reales una De 17 casillas que sirven para almacenes provisionales y abrigo del resguardo, valoradas en 1900 reales cada una De un trozo de terreno inculto, de unas dos fanegas de sembradura, valorado en

5 000 39 000

148 000 2 500 32 300 500 227 300

Salinar de la Rolda Reales vellón Consta de dos pozos manantiales, el 1.º de 12 pies de latitud 12 de longitud y 8 de profundidad, el 2.º de 9 pies de latitud 20 de longitud y 7 de profundidad valorados en 3000 reales cada uno De 19 depósitos o cocedores para las mueras, de diferentes e irregulares dimensiones, valoradas en 3000 reales cada uno De 167 balsas o eras para la fabricación de la sal, cuyas dimensiones no guardan proporción, valoradas por término medio en 800 reales una De 20 casillas para almacenes provisionales y abrigo del resguardo, valoradas en 1880 reales cada una De 24 piezas de canal para conducir las aguas a 20 reales una De un trozo de terreno de dos fanegas de sementero que sirve de huertecitos para los empleados, valorado en

6 000 57 000 113 000 37 600 480 3 500 237 580

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Salinar de Ranero Reales vellón Consta de una fuente manantial, valorada su obra en De 11 depósitos o cocedores para las mueras, de diferentes dimensiones, valoradas en 3000 reales cada uno De 89 eras para la fabricación de la sal, de diferentes dimensiones, valoradas en 800 reales cada una De 192 piezas de canal de pino para conducir las aguas, valoradas en 20 reales una De 10 casillas para almacenes provisionales y abrigo del resguardo, valoradas en 1750 reales cada una De un trozo de terreno inculto de muy mala calidad y de unos seis almudes de sembradura

1 000 33 000 71 200 3 840 17 500 150 126 690

Edificios en la población Un almacén general que sirve para la existencia y despacho de sales valorado en Una casa Administración junto al primero valorada en

370 000 16 000 386 000

Resumen Salinar de Yruelas Íd. Rolda Íd. Ranero Almacén general y casa Administración

227 300 237 580 126 690 386 000 Total general 977 570

Naval, 10 de septiembre de 1853 Mariano Castán

Ant.º Pérez Valdés

Tabla 10. «Tasación valorada de los terrenos, edificios y construcciones de la fábrica de sal de Naval».

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Apéndices


5 «Circular dictando reglas para llevar a efecto el desestanco de la sal, dispuesto por la ley de 16 de Junio de este año [1869]» En su virtud, y siendo absolutamente necesario conocer las verdaderas existencias de sal que a la terminación del año corriente resulten en cada uno de los almacenes, depósitos y alfolíes, donde se hacen los acopios y la expendición de dicho artículo, este Centro directivo ha acordado que se practique un repeso general en todas las provincias del Reino con extricta sujeción a las reglas siguientes: 1.ª Desde el día 16 al 31 del presente mes indefectiblemente se repesarán todas las sales existentes en los almacenes, depósitos y alfolíes de las capitales y pueblos subalternos de las provincias en que se halle establecido el estanco. 2.ª Los Jefes de las Administraciones económicas nombrarán los empleados que consideren necesarios y aptos para desempeñar este servicio, designando a cada uno el número de alfolíes en que deben practicarlo, para lo cual tendrán en cuenta la importancia de sus respectivas existencias, la más o menos facilidad que haya en los almacenes para verificar el repeso, y la distancia que separa a unos de otros, con el objeto de que todos aquellos vengan a repesar aproximadamente igual número de quintales de sal, y que esta operación se termine en el menos tiempo posible. En las provincias cuyos alfolíes subalternos reúnan en junto una cantidad de sal que no exceda de la que pueda ser totalmente repesada en los días 16 al 31 ambos inclusives, al respecto por lo menos de 600 quintales diarios, solo se nombrará un empleado para este servicio en evitación de gastos innecesarios. 3.ª El repeso deberá comenzarse, en los alfolíes y depósitos subalternos, por los que cuenten mayores existencias, y practicarse sin interrupción de sol a sol. 4.ª En las capitales de provincia tendrá efecto el repeso con asistencia del Jefe de la Administración económica o funcionario que este designe y ante Notario, y en los pueblos subalternos con la del Alcalde presidente del Ayuntamiento o Concejal en quien tenga a bien delegar, de los Jefes del Resguardo especial de Rentas estancadas y Cuerpo de Carabineros, si los hubiese, y también ante Notario, y en su defecto ante el Secretario de la Corporación municipal. 5.ª Antes de dar principio al repeso se hará constar por diligencias, que suscribirán todos los asistentes al acto, las existencias que en aquel día arrojen los libros, a fin de que aumentando a ellas las remesas que se reciban, y deduciendo del total cargo las ventas que realicen durante aquella operación, pueda compararse el remanente con el resultado material del repeso, y apreciarse así

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con exactitud los aumentos o faltas que apareciesen, los cuales figurarán en el acta que de la operación deberá extenderse y a la que se acompañará la diligencia de que queda hecho mérito. 6.ª Al terminar e repeso en cada almacén, depósito o alfolí, si esto sucediere antes del día 31, quedará intervenido en la capital por el empleado que nombre la Administración económica y en los pueblos subalternos por la persona que designe el Alcalde, si este no quisiese hacerlo por sí mismo, a fin de que llevando cuenta formal de la entrada y salida de sales en aquellos establecimientos, durante los días que medien entre el en que se concluya el repeso y el 31 expresado, se extienda acta adicional del movimiento de sales, para que pueda conocerse la verdadera existencia resultante al cerrar la cuenta del presente mes. Con el acta adicional y la del repeso, se extenderá el testimonio de que se trata en la regla 9.ª. 7.ª En todos los almacenes de sal se cerrará la cuenta de recibo y expedición de este artículo al finalizar el día 31 del mes actual, cargándose como aumento en los repesos las sales que hayan resultado de más, y datándose, en el concepto de faltas reintegrables, las que hayan aparecido de menos, cuyo valor a precio de estanco deberán ingresar en el Tesoro público los empleados responsables. 8.ª En los almacenes y alfolíes que cuenten con una existencia mayor de nueve mil quintales el día 16 del presente mes, no se verificará el repeso, pero se establecerá una intervención en el mismo día, en las capitales por el empleado que designe el Jefe de la Administración económica, y en los pueblos por el Alcalde o un delegado de su autoridad. Esta intervención se llevará por cargo y data en forma de acta, extendida en papel de oficio, en la que figurará como primera partida la existencia que aparezca de los libros en aquella fecha, y no cesará hasta que se agoten las existencias, a no ser que la Dirección disponga otra cosa. 9.ª Reunidas que sean en las Administraciones económicas las actas de repeso e intervención, se pasará al Notario que corresponda para que extienda un testimonio general demostrativo de las existencias resultantes el día 31 en cada uno de los almacenes y expendedurías, con expresión de los aumentos y bajas que hayan aparecido. Del testimonio se librarán por el Notario dos copias, una para que sirva de comprobante a la cuenta, y otra para que por la Administración económica se remita, sin la menor demora, a esta Dirección general. 10.ª Los gastos que ocasione el repeso serán de cuenta de los encargados de los almacenes, depósitos y alfolíes cuando resulten faltas, cualquiera que sea su importancia, y cuando no las haya o resulten aumentos, se sufragarán del premio de la venta de la sal, con arreglo a lo dispuesto en orden de 4 de Diciembre de 1856, reproducida en 18 de Noviembre de 1861. Y 11.ª Los empleados nombrados por los Jefes de las Administraciones económicas para verificar el repeso fuera de las capitales, devengarán por razón de dietas diez escudos diarios, para que

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Apéndices


puedan subvenir a los gastos de locomoción y manutención, mediante ser extraordinario el servicio que deben prestar. Al efecto rendirán cuenta, acompañada del diario de operaciones, en el que harán constar el número de quintales de sal que repesen diariamente, y las Administraciones económicas las remitirán, con la censura del Jefe de la Intervención, a este Centro directivo para su aprobación si la mereciese. La Dirección espera que comprendiendo los Jefes de las Administraciones económicas toda la importancia del servicio que se les encomienda, tomarán las medidas más eficaces y conducentes a que se lleve a efecto con la mayor exactitud, a fin de conocer las verdaderas existencias de sal en 31 del presente mes. Lo comunico a V. S. para los efectos correspondientes, incluyéndole varios ejemplares de esta orden para que los trascriba y haga cumplir a sus subalternos, acusándome entretanto su recibo. Dios guarde a V. S. muchos años. Madrid 9 de Diciembre de 1869.– Lope Gisbert


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e dice que en el cotidiano gesto de echar sal a la comida se resume la historia del mundo. Y no es exagerado. La sal es esencial para la subsistencia humana, y en el pasado el control del oro blanco tuvo una importancia estratégica comparable a la del petróleo y sus derivados en la actualidad. En el territorio aragonés, Naval brilló con luz propia como centro salinero no solo por la cantidad de manantiales salinos que posee, sino también por la excepcional calidad de su sal. La historia de esta villa ha estado siempre ligada a la de sus salinas y ha jugado un papel tan relevante como, a menudo, desconocido en la historia de Aragón. Este libro aborda las vicisitudes del complejo salinar navalés a lo largo de los siglos e incluye una descripción de los sistemas tradicionales de producción y transporte de la sal, además de explicar la necesidad fisiológica de este mineral, sus principales aplicaciones prácticas y su impacto en la memoria popular.

ISBN: 978-84-8127-268-0 IBIC: KNAT MBNH3 HBJD 1DSEC

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