ANÁLISIS.
DOMINGO 11 JUNIO DEL 2017
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La selfie ni las selfistas tienen la culpa ANTONIO CARMONA Periodista
E
l escándalo desatado por la publicación de una “selfie” en la culminación de un parto, un hecho trascendente y delicado en la vida de una mujer, de una familia, de la sociedad, porque representa la creación de la vida, convirtiendo un quirófano privado y hasta íntimo en una pantalla de televisión para todo público; no es culpa de las profesionales médicas que, con bastante inconsciencia, decidieron sacar la foto y “viralizarla”, porque, sea o no la intención de los emisores, una vez lanzada una imagen, o cualquier mensaje, a la “red”, no es de nadie y es de todos, como decía el poeta; es decir, que puede caer en el dispositivo de cualquiera que pueda decidir difundirla, deformarla, “memecizarla”.
Sin embargo, las cada día más escandalosas imágenes trasmitidas por los medios audiovisuales tienen una intencionalidad, la de vender. Y eso es más grave, jurídicamente hablando, aunque igualmente no estemos controlando ni siquiera las leyes vigentes, como la defensa de los horarios de menores; ni siquiera la responsabilidad de los progenitores que tienen el deber de proteger los menores a su cargo, y en este caso es evidente: desde que salen del vientre de la madre en adelante. La culpable es la inconsciencia mediática; el uso cada vez más masivo y permisivo de los aparatos de comunicación, y de los medios audiovisuales de comunicación, de mostrar todo en las pantallas abiertas a todos, sin distinguir entre lo público y lo privado, se ha convertido en el farandulismo mundial que denunció no hace mucho el Nobel Vargas Llosa. Que no tengan la culpa original las profesionales que viralizaron el momento del parto no significa que no tengan responsabilidad jurídica y penal, de acuerdo con nuestras leyes; significa solamente que es un hecho tan habitual, tan común, que parece hasta inocente. Sin duda hay un fallo legislativo en este rubro, porque el fenómeno vertiginoso de la comunicación, promovido por la competencia de mostrar cada vez más y con menor respeto por los protagonistas, que muchas veces se ven compelidos por la
necesidad cada día más escandalosa de la fama, a mostrar más y payasear más. La televisión desde la instalación de los “realitis”, del gran hermano escandaloso que dejó de lado al Gran Hermano de George Orwell, cuyo objetivo de controlar y dominar a la sociedad quedó en ridículo; la sociedad por sí sola se está convirtiendo, por vía del exhibicionismo en la propia delatora de su privacidad. Los dictadores no necesitan controlarnos, nos exponemos solos y de motu proprio, sin necesidad de espías, de pyragués. Hubiera sido el sueño de la dictadura, porque hubiera podido tener un gran ahorro para aumentar sus robos al bolsillo propio, ahorrándose el pago a los delatores. Hay sí una responsabilidad de los legisladores y de las tantas onegés y fundaciones que se dedican a los temas jurídicos y de defensa de los consumidores, incluidos los de mensajes inconscientemente, o a propósito, emitidos por la nueva realidad comunicacional. Ni siquiera tenemos un sistema de control de los famosos falsos perfiles que pululan tan campantes y son casi ya una parte de la estrategia de las campañas políticas, inmoralmente hablando. Volvamos al quirófano. No dudo que las profesionales emisoras de la privacidad ajena, hasta podría ser contando con la complicidad de la parturienta, como se publicó en algunos medios, no tenían la intención de perjudicar que hace a la difamación y la calumnia, sino que lo hicieron “inocentemente”. Sin embargo, las cada día más escandalosas imágenes trasmitidas por los medios audiovisuales tienen una intencionalidad, la de vender. Y eso es más grave, jurídicamente hablando, aunque igualmente no estemos controlando ni siquiera las leyes vigentes, como la defensa de los horarios de menores; ni siquiera la responsabilidad de los progenitores que tienen el deber de proteger los menores a su cargo, y en este caso es evidente: desde que salen del vientre de la madre en adelante.
Periodismo para las graderías JORGE TORRES ROMERO Periodista
Q
ué fácil es hacer periodismo en Paraguay y tirotear hacia donde se percibe que recibiremos el mayor de los aplausos o elogios y sin importar la esencia de este oficio que es tender hacia la objetividad, ofrecer información veraz y ecuánime. Sin embargo, algunos prefieren estar en el tilinguerío periodístico. Donde putear más te genera más audiencia y seguidores en redes. Donde cuestionar todo te hace mostrar como el menos “vendido” y donde buscar la verdad dejó de ser lo importante porque solo vale mi credibilidad, mi imagen y mi ego. Así está, en gran parte, el periodismo paraguayo. La prensa es una de las instituciones que menos se han renovado en esta era democrática, no en nombres y personas sino en formación ética y principios. Es el sector que menos mea culpa y autocrítica ha hecho con el fin de ser un actor importante en el perfeccionamiento de nuestra democracia. Jamás pondría en tela de juicio el valor de una prensa crítica, sabuesa, contralora y capaz de desnudar las grandes trapisondas de quienes quieren seguir manteniendo ocultos sus negocios turbios en detrimento de la gente. Pero tampoco podemos dejar de cuestionar a la prensa tilinga, sin rigor, disparatera, manipuladora y oportunista. ¿O me dirán que en nombre de la libertad de prensa todo vale? Los periodistas nos hemos tomado esa atribución de cuestionar a todos, de comprar la tapa de un diario como verdadera, de calificar, atacar y juzgar sin el mayor detenimiento de corroborar la veracidad de los hechos, solo porque quien está en el blanco tiene una carga pública encima. Parecería que el solo hecho de tener esa carga pública sobre sus hombros, pone en dudas su reputación, honorabilidad, pasado, familia y hasta no verlos destruidos no paramos, por más aclaración, explicación o lógica que nos muestren en sus descargos. Pasa que tantas veces hemos acertado y tantas veces hemos sido engañados por todos ellos que
es hasta sano dudar, pero no podemos seguir alentando desde nuestros medios a mejorar la representatividad parlamentaria, alentando el saneamiento en el rol del funcionario público, que los buenos se metan en política y cuando lo hacen, ya partimos de la premisa de están de averiados, dañados y con sed de jodernos. Pongamos ejemplos actuales: Mario Ferreiro, hombre sincero, honesto y con buenas intenciones, pero hay un sector que ya lo fusila, observando solo lo que no ha hecho aún. Santiago Peña, hombre de buena formación académica, buena familia y capaz, pero hoy tildado de “títere” sin mirar su convicción. Hugo Rubin, comunicador, abogado, de buena familia, ayer tildado por un diario de dispuesto a venderse por un cargo en Diputados. Aunque estas tres personas del ejemplo pongan todas sus explicaciones ya no nos sirve, ya ni siquiera les damos el beneficio de la duda. ¿Por qué? También he leído estos días unos disparates mayúsculos cuya intención, según mi percepción, es la de hacer periodismo para las graderías: El caso del joven Steben Patrón. Algunos colegas lo presentaron como un preso político, cuyo único pecado fue haber participado de las protestas del 31 de marzo pasado y su situación hoy en la cárcel es una decisión del presidente de la República. O han planteado el disparate de que la prioridad de las fuerzas públicas para encarcelar deben ser los narcotraficantes, los asesinos de frontera y no Patrón. Con este criterio que sigan los motochorros, los robacoches, los ladrones comunes, porque para algunos la prioridad está en otro lugar. Cae de maduro que el presidente no puede ordenar ninguna detención. En todo caso fue la Fiscalía en base a una investigación y pruebas de circuito cerrado. Estos jóvenes no lucharon por la democracia, quizás algunos estaban naturalmente indignados, pero quienes se encargaron de violentar tenían sus objetivos sectarios o eran barras bravas contratados. Estas personas, como Patrón, incendiaron y saquearon el edificio del Congreso en hechos de bandalismo y delincuencia común. Estos no son perseguidos, son los que atacaron a la policía con piedras y bombas molotov, son quienes cometieron un delito y están investigados por eso, como sucede en cualquier Estado serio con imperio de la ley. ¿O esto debe quedar impune? Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.