Destakados Mayo 2013

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José Azueta frunció el ceño –si es que los fantasmas podían hacerlo-, por los datos que mencioné, y continuó su historia infantil: -En esas calles cercanas a la Catedral transcurrió mi infancia jugando con los amigos. Fue entonces, que por la vida nómada de los marinos, cuando tenía yo once años de edad, dejamos toda la familia el puerto de Acapulco, mi ciudad natal, porque mi padre Manuel Azueta fue llamado para ocupar el cargo de director de la Escuela Naval Militar en el puerto de Veracruz. Pues bien, al crecer en un ambiente de actividad y disciplina militar, al ser la carrera de las armas parte importante en la vida de mi padre, era muy lógico que me empezara a llamar la atención y siguiera sus pasos. Y ya en 1909, empiezo a acudir a clases de manera no oficial en esa misma escuela, es decir, como oyente.

Al igual que mi padre, al observar la férrea educación de los cadetes, eso me hizo sentir mi vocación. -Supongo que poco después solicitó su ingreso de manera oficial a la Escuela Naval Militar. -En 1910, a los 15 años de edad. Y la aceptación por parte del presidente de la República llegó el 17 de agosto de 1910, e inició el primer año el 1 de septiembre. Y pasa algo curioso, apenas tenía un mes en clases como alumno, cuando presenté el 13 de octubre, otra solicitud a la dirección de la escuela y a la Secretaría de Guerra y Marina donde mencioné que estaba preparado para presentar el examen correspondiente al primer año, debido a que en mi calidad de oyente conocía las materias y podía aprobar para ascender al segundo grado. Mi solicitud se aceptó y obtuve excelentes calificaciones –el joven Azueta hizo una pausa en sus remembranzas sin dejar de observar a la gente pasar por la banqueta y parece que le molestó, aunque nada dijo, ver a un hombre anglosajón, seguramente un turista gringo. Volteó a otro lado y tomó otro sorbo de la bebida aromática-. ¡Qué bueno está este café! -Café guerrerense joven Azueta, tan bueno como el veracruzano –dije sonriendo. -Y así se desarrolla mi instrucción naval. Recuerdo mis prácticas en mis primeros embarcos. El 18 de junio de 1911 a bordo del velero ‘Yucatán’, desembarcando el 18 de agosto; luego en el cañonero ‘Morelos’ el 16 de junio de 1912, y desembarcando el 14 de agosto del mismo año. Y volví a realizar otra navegación en el velero ‘Yucatán’ del 16 de

junio al 31 de julio de 1913. Barcos que mi padre había traído desde Inglaterra, inaugurado y destinado a las prácticas de los alumnos de la prestigiada Escuela Naval Militar.

¡Cómo disfruté mis prácticas izando las velas y sintiendo la brisa marina en mi rostro, con rachas por sotavento! -Si no me equivoco, a fines de 1913 solicita su baja de la Escuela Naval Militar… El joven Azueta niega tristemente con la cabeza mientras recuerda este hecho. -Mi conducta no era la mejor y por bajas calificaciones solicito mi baja el 23 de noviembre de 1913 y pido mi traslado al Ejército como oficial de Artillería, solicitud aprobada el 9 de diciembre del mismo año. Causo alta en la Batería Fija de Veracruz con el grado de Teniente Táctico de Artillería demostrando capacidad y aplicación en el manejo de las armas. Después que tomé la decisión de darme de baja de la Marina, Armada de México, platiqué con el capitán de navío Rafael Carrión sobre las razones para solicitar mi cambio. Él me apoyó con una carta de recomendación muy importante dirigida a las más altas autoridades militares. (Continúa en la siguiente edición)

Humor Una viejita va al supermercado y pone en su canasta las latas más caras de comida para gatos. Ya en la caja, le dice a la cajera: -Yo sólo compro lo mejor para mi gatito. La cajera le responde: -Lo siento, pero no podemos venderle comida para gato sin que compruebe que tiene un gato. Muchos ancianos compran comida para gatos y luego, por necesidad, ellos mismos se la comen. La gerencia necesita una prueba de que realmente usted tiene un gato. La anciana se va a su casa, toma a su gato, lo mete en un maletín y regresa al supermercado para comprobarlo. Le venden las latas. Al día siguiente, la misma viejita va al supermercado y compra 12 galletas para 12

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perro. La cajera le exige la prueba de que tiene un perro, aduciendo que muchos ancianos llegan a comerse la comida para perro. Frustrada, la viejita va a su casa y regresa con su perrito; al fin, le venden las dichosas galletas. Un día después la señora regresa al súpermercado y lleva una pequeña caja con un hueco en la tapa. Al entrar, se acerca a la cajera y le pide que meta un dedo en el hueco de la tapa. La cajera dice:

La viejita, con una sonrisa de oreja a oreja, le dice a la cajera: -Es cierto, querida. Y ahora... ¿puedo comprar cuatro rollos de papel higiénico hija de la chingada?

-No... Quizá usted tenga ahí una serpiente. La anciana le asegura que en la caja no hay algo que muerda. Entonces, la cajera mete el dedo... e inmediatamente lo retira y le grita a la viejita: - ¡Esto es mierda!

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