03 desde boedo ene 2002

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ESPECTACULOS *LOS DE LA MESA 10:

El clásico de Osvaldo Dragún recreado por un juvenil elenco integrado por Natalia Avila, Pablo Bellocchio, Natalia De Elía y Juan Sasiain dirigido por Pablo Bellocchio. VIERNES 1, 8, 15 y 22 a las 21 hs. (Entrada a la gorra)

*GRUPO OPERA ENCANDILADA:

Sábados 9, 16 y 23: UNA VOCAL Y TRES CONSONANTES -Teatro de sombras con participación actoral, para jóvenes y adultos - a las 22 hs. (Entrada a la gorra) --- Sábados 16 y 23: LA NOCHE - Adaptación para niños de un mito brasilero llevado a

teatro de sombras - a las 18 hs. (Entrada a la gorra)

*ADORABLES ENGENDROS:

Domingos 17 y 24: Grupo “Actores en extinción”presenta la

“Vermouth de Varieté” de Omar Pini - a las 19 hs. Reservas: 4 957-6702 / 6564.

CURSOS - CONVOCATORIAS *TEATRO BOEDO Y LA FUENTE TEATRO: Convocan a músicos, bailarines, actores, troupes de circo, titiriteros, artistas plásticos, vecinos y todo aquel interesado en la propuesta, a participar en la creación del espectáculo callejero “Boedo Antiguo”. Informes e inscripción en el Teatro Boedo, Boedo 878. Tel.:4 957-6702 / 4 912-2135 / E-mail: estanislaos@hotmail.com.

*ESCUELITA DE ARTES VISUALES “LA VÍA”: Talleres para

niños los días martes de 17.30 a 19 hs. Para jóvenes y adultos los días jueves de 18 a 20 hs. El Centro Cultural cuenta con un espacio de exposición que puede visitarse de lunes a sábados de 9 a 21 hs. Informes, Lucas Marín: 4 957-6702.

*EL ARTE VECINAL EN LA VEREDA DE BOEDO: Invitamos a todos los vecinos los SABADOS a las 18.30 hs. Traiga su arte a la vereda de Boedo. Más detalles en recuadro aparte.

BAR - RESTAURANTE - VENTA EN MOSTRADOR *COMIDAS CON ARTE: de lunes a sábados desde las 8.30, el bar-restaurante del espacio “Vida y Arte” ofrece su propuesta de “comidas con arte” y disfrutarlos mientras presencia cualquiera de los espectáculos . de lunes a sábados de 10 a 21 hs., la producción de comidas y repostería, y productos regionales, pueden adquirirse en el acceso de Boedo 878. *LOS VINOS MENDOCINOS: Algunos de ellos de bodegas exclusivas, pueden degustarse en el barrestaurante o mientras se presencia algún espectáculo, y adquirirse –para llevar– en el acceso de Boedo 878.

*PRODUCTOS ARTESANALES:

El “barrio plateado por la luna “ que tácitamente pusimos en boca de Manzi en nuestro número anterior, resulta ser la primera estrofa de “Melodía de arrabal” –nada menos–, letra tanguera que, como se sabe, pertenece a Alfredo Le Pera y Mario Battistella. El afectuoso cuchillito me lo clavó Mario Salerno. Hubo pedido personal de disculpas. Ahora lo hacemos públicamente. MB. Este complicado verano nos ha puesto a prueba. Sepan disculpar la ausencia de enero y la falta, en algunos casos, de respuesta personal a los mails y correspondencia recibida. De todos modos, adelantamos el aviso de recepción y pronta respuesta personal a Maica Alen, Javier Ovidio, Katherine Crichigno, Beatriz Clavenna, Roberto Socolovsky, Mario A. Rodríguez y Mario Benincasa a quienes agradecemos especialmente su interés. Algunas conclusiones surgidas de las reuniones vecinales: Los vecinos de Boedo, que nos solemos reunir los días jueves en Casa d´Italia, (N. de la R.: actualmente lo hacen en el Teatro “El Quijote”, ver nota) asumimos que nuestra preocupación y nuestras reflexiones, como así también nuestras acciones son de carácter políticas. No nos asusta la palabra política ni confundimos política con partidos. Creemos que la política como “ocupación de los asuntos públicos” nos atraviesa en cada acto y a cada instante. Adscribir al “por algo será”, “yo, argentino” para decir no me meto, hago la mía, fue una actitud política, fue cerrar los ojos y dejar hacer, fuimos cómplices por omisión. Todas las generalizaciones encierran un grado de injusticia, pero en general fuimos creyendo en el “no te metás”, como resolución de los problemas de cada uno. Nos fuimos sintiendo individuos que nos burlábamos del sentido de soberanía, de patria, de pueblo. Creímos que éramos lo que teníamos, lo que el mercado y los medios nos marcaban como individuos exitosos...

Invitamos a todos los vecinos interesados en expresar sus inquietudes artísticas (Poesía, música, pintura, escultura, tango, danza, artesanía...) a integrar, en la puerta de Boedo 878, un espacio al aire libre destinado a la expresión. Los SABADOS a las 18.30 hs. Traiga su arte a la vereda de Boedo. Informes en el Teatro Boedo, Boedo 878. Tel.:4 957-6702.

Los almacenes de barrio nunca estaban a mitad de cuadra, sino en las esquinas. Eran edificios viejos, con un escalón de mármol en la entrada al que siempre le faltaba un pedazo. Tenían dos vidrieras y cada una daba a una calle distinta. Aunque no había nada en ellas, eran el lugar preferido para dormir del gato que tenía que estar, sí o sí; gato y trampera, solución asegurada, ausencia total de ratones. Además eran el sitio elegido por los chicos del barrio para reunirse en inocente bullicio. Manuel, el almacenero –seguramente también podría ser José o Jesús– era siempre español, robusto, bajo de estatura, barba espesa y lápiz en la oreja. Conocía a todos los clientes por sus nombres o apellidos y ese conocimiento generaba la confianza necesaria para darles libreta de crédito, la famosa libreta de tapas negras de hule en la que se anotaban día a día las compras que a fin de mes el cliente pagaba y que, a veces, don Manuel retribuía con una botellita de algo, como agradecimiento de la casa, cuando la cuenta era saldada, o con una dosis de paciencia cuando a un cliente en problemas había que estirarle el cobro. La mitad del negocio era el almacén de comestibles y la otra el despacho de bebidas, con un mostrador de chapa metálica –que siempre estaba mojado por el lavado de las

copas y los pocillos de café– y varias mesitas rengas con sus sillas. En ese lugar se hacía una parada para tomar una copita antes de entrar a casa, y el domingo, antes de almorzar, un vermucito con aceitunas y un platito de anchoas, mientras se discutía sobre fútbol y carreras como tema obligado. Nunca conocí un almacenero de mal carácter. Eran muy conversadores, tal vez, como a los peluqueros de señoras, el trato con mujeres les contagiaba la verborragia de sus clientas. Y era inevitable mientras despachaban, entrar en temas familiares de la clienta: el reuma de su suegra, la neurótica de su cuñada, o las intenciones del novio de la nena. Ese trato familiar los convertía en amigos que no desamparaban cuando alguien necesitaba su ayuda o su teléfono. Porque el teléfono de don Manuel fue el primer antecedente del teléfono público, sin cargo y sin más límite que algún cálido “¡Señora...!” cuando alguna charlatana se quedaba pegada al tubo. Yo soy rebelde con causa. Un día, como los grandes huracanes del Pacífico, llegaron los supermercados. Fríos, ordenados, tarros en línea perfecta como los cadetes de West Point –nada que ver con los estantes desordenados de don Manuel– y otra vez nos conquistaron con espejitos de colores. Nada ha cambiado, ni

siquiera la ingratitud. A los pobres almaceneros los dejamos solos. Don Manuel, don José, yapa de caramelos, esquina con el escalón roto, letrero de “se alquila”, tengo la esperanza de que alguna mañana estén nuevamente el gato en la vidriera, don Manuel barriendo la vereda diciéndome que me espera a la tarde para regalarme el almanaque de fin de año y pidiéndome noticias actualizadas del reuma de mi suegra y de la neurótica de mi cuñada. Otrosí digo (como dicen los abogados): me olvidé contar que en el almacén había dos cosas infaltables: un almanaque –de esos de taco– que nunca estaba en el día que correspondía, y el cartelito: “Hoy no se fía, mañana sí”. Pero en el de la esquina de mi casa, el que estaba en Solís y Progreso, –que después se llamó Pedro Echagüe– había uno más elaborado que advertía: “No fío porque pierdo lo que es mío. / No doy porque pierdo la ganancia de hoy. / No presto porque al cobrar me hacen mal gesto. / Así que para librarme de esto / ni doy, ni fío, ni presto.” ¿Habrá sido Neruda? Los chilenos son capaces de cualquier cosa. Delia Palma


El pueblo sigue queriendo saber de qué se trata. Como en los primeros vagidos de aquel lejano 22 de mayo, los gobernantes reciben (?) el reclamo del pueblo reunido en la Plaza. Cerca de cumplir el segundo siglo de vida libre (?) hemos vuelto a salir a la calle, reclamando, exigiendo. Los “desiertos” eneros porteños perdieron su semivacío asfalto caliente para poblarse con reuniones vecinales en un inusual –hasta ahora– esfuerzo por hacerse oír. Aunque detrás de algunos “fervorosos cacerolistas” pueda advertirse un futuro “descorralizado en Miami”, la inoculación del suero Espacio Público –cuando prende– deja su marca como la antivariólica y no faltan en ese ámbito quienes con su activo ejemplo proveen la medicina en abundantes dosis. Por otra parte, si retornada la calma a sus bolsillos, devolvieran el menaje al sólo uso culinario y retornaran al escarnio de los “negros piqueteros” que interrumpen el andar de su vehículo, nada mejor que Miami para brindarles al alojamiento. Hace tan sólo tres meses –parece que habláramos de otro país– en nuestro primer “queremos decirles...” abogábamos por un mayor desenfado en el uso del espacio público como generador de energías comunes.

Viene a mi memoria la complicidad nocturna de un paredón en Villa Devoto, si mal no recuerdo por Chivilcoy, o acaso Bahía Blanca, pero de todos modos cerca de las vías del tren y no muy lejos de un cine pegado a éstas. ¿Por qué este paredón y no otros cercanos –que los había, y en profusión–, en barrios más trajinados en mis vagabundeos? Acaso porque ese recuerdo de alguna que otra noche devotense me llega orlado con una brisa de primavera avanzada que lo entorna y da marco a un encuentro amoroso, pasajero y tan fugaz, que el Tiempo tuvo tiempo de borrarme para siempre el rostro de la protagonista. Lo cierto que este paredón estaba bordeado por una fila de árboles compactos, de apretadas copas cuyas ramas caían desde la altura hasta el filo del alto muro formando una perfecta oquedad de oscuridad sumamente animada. Dije recordar ciertas actividades non sanctas al amparo de las sombras de esta pared, pero no a su protagonista, y es verdad. Tampoco cuándo sucedió, pero fue en un plano viejo de otra Buenos Aires; Villa Devoto aún tenía algunos lamparones de tierra baldía y su silencio era casi de recogimiento. Valga entonces la chispa del instante que prendió aquella visión y me acercó su imagen, para evocarlos a todos y dedicarles este elogio. Eran para tener en cuenta estos paredones de iniciación, ya fuera para rápidas escaramuzas al acaso, sin planes de futuro, o para algunos trabajos prácticos, prematrimoniales, que luego se ejercerían con las mismas herramientas, pero más meticulosamente y con una mayor tranquilidad, por cierto. No había madre que al pensar en sus hijas quinceañeras no les temiera a estos largos muros; temor que se acentuaba si la niña ya estaba de novia y no había en la casa un hermanito menor para oficiar de insufrible paje a pesar de él, aburrido monigote que caminaba cuatro pasos adelante de los enamorados.

Decíamos entonces... ...La voluntad avasallante del conjunto puede –debe– presentar lucha a la producción de individuos iguales, como salidos de una línea de montaje, aislados, individualistas, capaces de asimilar sin quejas y hasta con orgullo el despropósito de consumir hamburguesas en el “país del bife”. “Vida y Arte en Boedo” nació como un espacio dedicado a la cultura –particularmente la actividad cultural de nuestro barrio– donde pudiéramos reflejar los acontecimientos de esa índole, pasados, presentes y futuros. En la cotidianeidad, sintiéndonos cronistas culturales barriales de la difícil época que nos toca en suerte. En los propósitos, tratando de mantener vivo el alimento del espíritu a través de los proyectos artísticos, contribuyendo –en lo que esté a nuestro alcance– a que puedan concretarse. En la memoria, reflejando el pasado, convencidos de que “señalar la piedra” es la mejor manera de indicar el camino... para no volver a tropezar con ella.

De regreso del corto paseo, la pareja sería atraída por el imán de intimidad de una pared donde sus figuras se convertirían en una sombra indivisible, las palabras caerían hacia el susurro, y las manos, incursionando en lo todavía prohibido, comenzarían a gestar el lenguaje –universal y a la vez particular de cada uno– de la intimidad de los cuerpos. Acogedor era el paredón de dos largas cuadras, por 24 de Noviembre, del hospital Ramos Mejia, y aún la continuación del mismo si giramos por Venezuela; y nada despreciable por cierto el de enfrente, que eran los fondos de la estación tranviaria Caridad y su continuación, los depósito de un mayorista de comestibles. Ni qué hablar del que se extendía todo a lo largo de la acera del colegio de la calle Moreno entre General Urquiza y 24 de Noviembre, o el de Carlos Calvo, a espaldas de la iglesia Santa Cruz. Más lejos, pero de los

que también supe de su abrigo, estaban el de Castillo casi Serrano, breve pero de escasa circulación de peatones, y el de una calle reconcentrada en silencios y verano –¿Biedma?, ¿Seguí?– por uno de los flancos de plaza Irlanda. Sólo por nombrar algunos cuyo recuerdo nos es grato, ya que entre sus piedras y nuestra ansiedad se agitaba otro corazón, palpitaba una vida. Obviamente que los barrios con grandes establecimientos fabriles fueron los mayores “proveedores” de paredones; sin embargo no todos eran aptos para los menesteres de que estamos hablando.

Mario Bellocchio

El lugar en cuestión debía cumplir ciertos requisitos. El primero, desde luego, la oscuridad, que sólo era posible con una calle generosa en árboles, y el segundo, también para tener en cuenta, que la zona no fuera recorrida con mucha frecuencia por el patrullero, ya que nunca se sabía cuándo podrían bajar los policías y hacernos pasar un mal momento. Operar en lugares algo distantes de donde vivíamos también revestía su importancia, pero la distancia no debía exagerarse, pues la frecuentación al lugar de patotas juveniles en son de chacota –en el mejor de los casos–, alertada sobre lo que allí sucedía, más la impunidad que les otorgaba el saber que no éramos de ese barrio, podría hacer fracasar los planes amorosos, difícil la resistencia, por no decir imposible y convertir la retirada en otra desastrosa Ayohuma, con niñas incluidas. Pero como con la experiencia se aprende, cuando se tenían noticias de un paredón que ofrecía ciertas “garantías”, el lugar era sumamente concurrido. Y la ecuación era fácil: a mayor seguridad, más parejas. Por eso a veces se hacía arduo hallar en disponibilidad un tranquilo retazo de sombra nocturna. Hoy pienso que de haber existido entonces algún observador con ánimo de hacer psicología de entrecasa, sólo con situarse en una de sus esquina habría podido adivinar, marrando escasamente, o teorizar, si era perpicaz, acerca de lo acontecido entre tal o cual pareja, porque las conductas, al abandonar su íntima porción de pared, siempre repetían un mismo patrón. Si en la pareja que iba entrando a la luz de la calle, ella trataba de no ser vista, o bien podía ser una jovencita temerosa, en cuyo caso obligaba a su acompañante a apurar la marcha, o una mujer enredada en situación extramarital que prefería salir sola de la oscuridad; en ambos casos, y esto era de rigor, siempre doblaban en la esquina. Si la pareja salía abrazada, caminando lentamente, charlando como si nada, no giraba en la esquina, sino que cruzando seguía por la misma calle, seguramente que se trataba de novios que más tarde o más temprano terminarían dando el sí al pie del altar. Lo que exime de todo comentario, es

El viernes 8 de febrero la Asamblea convocó a los vecinos en San Juan y Boedo a las 20 hs. y posterior marcha hacia Plaza de Mayo. Las consignas acordadas en las reuniones semanales fueron: ¡Basta de corrupción!, Juicio y renovación de la Corte Suprema y que el pueblo NO PAGUE la deuda de las grandes empresas. La Asamblea se reúne todos los martes a las 20 hs. en el Teatro “El Quijote” ubicado en Independencia 4053 (esq. Quintino Bocayuva). Están invitados todos los vecinos de Boedo a participar, aportar ideas, plantear reclamos y contribuir a organizar la protesta.

Asamblea Popular San Cristóbal- Boedo En la reunión del sábado 9 de febrero a las 17.30 en la Plaza Martín Fierro, la Comisión de Desocupados y Trabajadores de Brukman exhibió un video inédito de la represión del 19 y 20 de diciembre. Hubo radio abierta, música y choripaneada. Se invita a participar en las Asambleas de los sábados a las 18 hs.

cuando ella, cabizbaja, trataba de ahogar o de disimular su llanto, mientras él, llevándola por los hombros, en actitud protectora, intentaba consolarla con palabras que creemos saber cuáles fueron, aunque nunca logramos escucharlas. El paredón fue para mi generación –las nuevas son más libres, desprejuiciadas, y no necesitarían de sus favores en el caso de que los hubiera– la escuela libre del amor y sus entresijos, donde no nos recibimos ni de amantes, ni de amadores: sólo concurrimos a sus singulares “aulas” hasta terminar el ciclo. Junto a él suplimos, mediante prácticas no

exentas de errores y equivocaciones, más algunos datos teóricos aportados por los amigos mayores que ya cursaban la academia del bar y billares, la falta de una palabra familiar que no pudo darse, porque de eso no se habla. La ciudad creció en hormigón y en habitantes: las entradas a las casas de departamentos llegan con sus luces hasta los edificios de enfrente; la gran cantidad de automotores barren con sus faros de amplitud angular calles, veredas y paredes. La iluminación a mercurio transforma en falso día la noche y dispersa la apretada penumbra nocturna. El paredón del que hablo ya no puede ser: en la ciudad no queda sombra para resucitarlo, pero fundamentalmente porque la cultura del aprendizaje del amor del nuevo siglo pasa por otros parámetros, ¿mejores?, ¿peores? –me inclinaría por lo primero–, pero de todos modos distintos a aquellos dentro de los cuales se movieron nuestras juveniles apetencias amorosas. Rubén Derlis (De la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo)


La pretensión de reflejar el paso de la historia barrial puede resultar una desmesura en época de “corralitos” y “cacerolazos”, cuando la cotidianeidad le gana a la memoria por goleada. Sin embargo, las simetrías, la coincidencia de los escenarios, ofrecen tentadores paralelos a quien pretende trazar la crónica. En los atardeceres de domingo los vecinos de Boedo y San Cristóbal se reúnen en la Plaza Martín Fierro. El heterogéneo grupo se aglutina bajo los jacarandaes vomitando sus broncas, tratando de organizar la protesta, redescubierta la eficacia de la ocupación del espacio público. En ese mismo lugar, bajo sus propios pies, yacen enterrados los cimientos de los talleres Vasena, donde hace 83 años –en enero de 1919– se desencadenaban los sucesos de la Semana Trágica. Hoy la protesta vecinal reconoce nuevas banderas, poniéndose de pie sobre las viejas injusticias que han mutado su disfraz buscando la supervivencia. Pero las motivaciones esenciales siguen vigentes: “La paralización de las inversiones y las dificultades para exportar e importar acarrearon la pérdida del poder adquisitivo de salarios y jornales. El malestar popular fue cundiendo hasta estallar...” ; “la politiquería, el personalismo y las vacilaciones...” ; “el traslado de la renta a manos de unos pocos que hacen su negocio con la situación, en detrimento de la clase obrera”. ¿Quién se atrevería a asegurar –en una primera lectura– que éstos son sólo epígrafes de fotografías de los sucesos de 1919? No hay duda de que ese país tenía realidades y proyecciones distintas, que el desempleo no era una lacra de la actual magnitud y que a raíz de la explotación a que era sometida la clase obrera, la irrupción del sindicalismo revolucionario aportaba luchas por mejoras concretas, reivindicaciones comunes y tangibles, antes que propaganda ideológica. La consecuente federación de los gremios estaba sembrando así la semilla de la legislación del trabajo, ésa que hoy cae a pedazos bajo la necesidad de la conservación del empleo.

“que puede ser un medio de lucha eficaz cuando sea declarada contando con una previa organización que ofrezca posibilidades de triunfo; que puede ser útil en cuestiones que afecten directamente al pueblo trabajador y como acto de resistencia y de protesta; que rechaza en absoluto la huelga general toda vez que sea intentada con fines de violencia y resuelva, por considerar que, lejos de favorecer al proletariado, determina en todos los casos reacciones violentas de la clase capitalista que contribuyen a debilitar la organización obrera”. Declaración del 1er. Congreso de la UGT (Unión General de Trabajadores) 1903 Jacinto Oddone, Gremialismo Proletario Argentino -

La guerra, la Revolución Soviética, la aparición como nueva fuerza laboral de los hijos de los viejos inmigrantes, fogueaban la crisis del cambio. El conflicto en el Viejo Mundo y sus consecuencias ominosas para el salario –cuya depreciación 1914-18 rondaba el 40%–, la paranoia de las clases altas y medias que creían ver “soviets” bajo las ropas de cualquier reclamante y las luchas obreras en plena transformación, acumulaban chispas

para encender la mecha. Los anarquistas –los viejos ácratas negándose a perder protagonismo– debieron sin embargo digerir la escisión al encontrarse en minoría en el Congreso de 1915. La FORA (Federación Obrera Regional Argentina) resultó dividida en “V Congreso” –defensores de la “línea dura”– y “FORA IX Congreso” concesora de espacio a la lucha sindical junto a la revolucionaria. Anarquistas y socialistas abrían paso –a su pesar– al sindicalismo revolucionario cuya propuesta esencial –prepararse para la revolución– no abandonaba la consolidación de su principal instrumento: el sindicato. Así, el gobierno radical (Yrigoyen) se encontraba pulseando en medio de los conflictos obreros, que en los años 17 y 18 sumaban a más de 300.000 trabajadores involucrados. La masividad de las protestas –en contraste con la focalización en pequeñas empresas a principios de siglo– daba una nueva trascendencia pública a las medidas de acción directa. Ya no eran pequeños focos de pequeñas industrias o comercios. Ahora se trataba de los marítimos, los ferroviarios, el transporte... En ese bullente clima social –en diciembre de 1918– se inició la huelga metalúrgica en los Talleres Vasena. El enorme establecimiento se hallaba ubicado en el predio que hoy ocupa la Plaza Martín Fierro –Rioja, Barcala, Urquiza, Oruro y Constitución, separado en dos alas por Cochabamba que en aquel entonces tenía continuidad– y sería el escenario del comienzo de los trágicos sucesos de enero del 19. El día 7, lo que no pasaba de ser el acostumbrado “garroteo y sablazos” de la montada, se transformó en una feroz represión exacerbada por la muerte de un soboficial de policía. Cuatro muertos y cuarenta heridos

dejaron su sangre y sus ideales regados en las calles del barrio e iniciaron la lista de la inédita semana. Un par de días después se realizó el sepelio de las víctimas. El cortejo fúnebre recorrió el largo trayecto hasta Chacarita en medio de disturbios y más represión. El propio cementerio fue escenario de una verdadera batalla entre quienes acompañaban a las víctimas y la policía. Un intento de asalto a los Talleres Vasena fue repelido con tal ferocidad, que una nueva lista de cuarenta muertos e incontables heridos se sumó al recuento trágico. Se extendió el descontrol. Las armerías fueron objeto de asalto y la ciudad entera se transformó en campo de combate. El general Dellepiane –comandante de la división con asiento en Campo de Mayo–, sin esperar orden alguna, desplegó sus tropas por todo Buenos Aires. Hasta nuestra modesta cortada San Ignacio se transformó en uno de los campamentos “vivac” del ejército. Paralelamente, bandas de jóvenes de clase alta –armados por oficiales de la Marina y el Ejército– constituyeron el Comité Patriota de la Juventud y se dieron a la cacería despiadada de presuntos “bolches”, quemando locales obreros y cometiendo toda clase de desmanes bajo la máscara de la “defensa del orden público”. Al día siguiente –10 de enero– las dos centrales obreras postergaron sus rencillas anarco-sindicales para acordar la huelga general. Se paralizó el país: ferrocarriles, industrias, comercio, toda actividad fue detenida, excepto los focos de batalla tras barricadas de ómnibus y carros volcados. La ciudad en guerra, con calles en las que en pleno día, la mera circulación ponía en riesgo la vida. Y noches interminables donde sólo el fogonazo de algún disparo furtivo interrumpía brevemente la oscuridad más absoluta. Así transcurrieron los tres días siguientes con Yrigoyen tratando de pacificar negociando con dirigentes sindicales y Dellepiane autorizando a la policía a practicar “redadas de indeseables” e instando a las bandas de “espontáneos” a cesar sus operativos. Los enfrentamientos disminuyeron su fragor y lentamente se recuperó una tensa calma.

El “complot maximalista”, los “futuros funcionarios de soviets porteños” a quienes la reaparecida prensa llevó a sus titulares, nunca fueron acompañados por elementos probatorios de la “conspiración”. Entre los detenidos, una minoría activista resultó minúscula ante una enorme mayoría obrera que luchaba por sus derechos y no pocos transeúntes “redados” en plena búsqueda del sustento diario para sus estómagos. La lista de vidas perdidas y la enorme cantidad de heridos nunca tuvo una versión oficial. El tiempo diría que no menos de 100 muertos y 500 heridos fue el saldo del enfrentamiento. Mal comienzo para un año –1919– en el que nuevos gremios se incorporaban a las reinvindicaciones haciendo uso de la huelga como elemento de presión. Bancarios, empleados de comercio, maestros, periodistas, hacheros del Ingenio Las Palmas en el Chaco y de La Forestal en Sante Fe terminaron logrando –en distintas proporciones y con disímiles resistencias– mejoras en sus condiciones de trabajo. El filtro del almanaque permite visualizar a la semana trágica como el recodo de un camino donde la explotación debió levantar el pie del acelerador. Hoy, en su 83º cumpleaños, la larga pelea por el equilibrio en el reparto de la torta sigue vigente. Unos pocos la digieren, los más se pelean por las migajas y al resto sólo le dejan apagar las velitas para aplacar su protesta. Aquí estamos en el genético lugar de los hechos. Es un nublado domingo de enero del 2002. El clima es benigno, el ánimo denso. Basta que alguien arroje un “compañero” para que reciba el rebote de “no usemos esos términos”, tratando de ubicar el diálogo lejos de toda práctica partidaria. No falta quien se despache con gruesos epítetos a “los políticos” y elevando su apuesta rechace toda conducción para el propio grupo de vecinos convocantes, identificando cualquier tipo de liderazgo con el engaño. Los viejos fantasmas anarquistas sobrevuelan la plaza y nadie –por respeto a un humilde desocupado con siete hijos– se atreve a preguntarle con qué sistema nos opondremos al “sistema”. Hartos de las viejas prácticas de políticos “mañeros” renegamos de “la política” sin advertir que la lucha es “esencialmente política”. Será entonces hora de ocupar el lugar de los ineptos o los corruptos, construyendo minuciosamente sin otra arma que las cacerolas, “ubicando” a los entusiastas desmedidos que queman instancias, aislando a los “megalómanos”, convenciendo a los partidarios del “roba pero hace” de que las ruinas humeantes que nos dejó el saqueo son irrecuperables y recordando a los defensores de la “mano dura” que muertos los derechos constitucionales no hay salvoconducto para la picana, le toca a cualquiera. El diccionario de las luchas populares recoge nuevos términos –globalización, piquetero, cacerolazo– reverdece otros –politiquería, corrupción– y la historia, describiendo una ominosa parábola, nos deposita en un presente cargado de presagios, de no mediar el alerta y la organización del pueblo, “eso” que hoy los medios llaman “gente”. M.B.


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