024 nov 2003c

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Retrato de Sebastián Piana realizado por Ernesto Grafman en 1979

“Mi padre tocaba el piano. El me impulsó a ser músico.” Así sencillamente explicaba su oficio el “padre de la milonga”: Sebastián Piana. Había nacido un 26 de noviembre de 1903 en la calle Bogado casi esquina Río de Janeiro en el barrio de Almagro. Sus primeros años transcurrieron en un suburbio porteño emblemático: Villa Crespo. Los primeros conocimientos en materia musical los recibió de su padre entre los ocho y los diez años, continuándolos en el instituto musical Odeón con Antonio D’Agostino (que también formó musicalmente a Osvaldo Pugliese) y otros destacados maestros. Piana fue uno de los primeros que encaró seriamente la instrucción académica en una época cuando muchos intérpretes eran intuitivos, desconocían la notación, se los llamaba vulgarmente “orejeros”. Recordaba Piana: “...en mis primeros años la música popular me interesaba medianamente. Sí a mi padre que tocaba el piano y la guitarra. El con otros aficionados solía formar tríos o cuartetos con los que actuaban en algunos cafés como ‘El Venturita’ y el ‘Tontolín de Villa Crespo’ o en ‘La Paloma’ de Palermo. Yo escuchaba los ensayos que se hacían en nuestra casa y sin interesarme demasiado, ya tenía el tango adentro...” A los doce años debutó en un trío infantil y a sus catorce ya comenzó el trabajo como pianista en las salas de proyección de cine mudo, valses y fragmentos de óperas, labor oscura (y realizada a oscuras) pero que permitía por un lado “ponerse en dedos” y por otro ganar el pan. El joven se trasladaba tres veces por semana a una sala que quedaba en Villa del Parque a realizar su rutina; quizás en ese momento comenzó su larga relación con el cine. Tocaba obras de Chopin, Mozart, Bach y otros grandes compositores, que seguramente fueron los que agregaron color a su paleta inagotable de pintor de melodías y armonías novedosas. El otro elemento que posiblemente haya elaborado la alquimia fue el contacto de sus sentidos con los olores, sonidos y paisajes del barrio. La mezcla de lo clásico y lo popular fue el germen que dio como resultado la originalidad de su obra. A los dieciséis años elaboró su primer tango (inédito): Sabor popular, en esa época compuso La tapera y Tito, mas tarde El Hombre Orquesta, un tango evolucionista, siguiendo las pautas marcadas por Enrique Delfino. Era una prometedora “obertura” para el extenso desarrollo de su obra. Pero fue en 1922 cuando se produce su conversión definitiva como tanguista al participar del concurso para nuevos compositores que organizaba la marca de cigarrillos “Tango”. Es

bien conocido el episodio: le llevó su partitura para que le agregara la letra, nada menos que a don José González Castillo, ya consagrado dramaturgo, quien además de aceptar el pedido, con su brillantez habitual le sugirió el título del tema: Sobre el pucho, tango que obtuvo el segundo lugar en dicho certamen, premio que además de la popularidad les redituó ¡mil pesos moneda nacional! Recordó Piana en un reportaje: “...Yo tenía 19 años, González Castillo 38, un prestigio literario enorme y pude acceder a él porque era amigo de mi padre, un peluquero al que le gustaba la música, el tango, las cosas de Buenos Aires. Vivíamos en Almagro, cerca de Boedo, la ‘patria chica del tango’. La música la compuse un sábado a la tarde, él puso la letra el domingo, la armonicé el lunes por la mañana y entregamos el trabajo a mediodía, una hora antes que cerrara el concurso.” En ese mismo año se presentó por primera vez en radio y siguió con su labor en las salas de cine acompañando películas mudas. En 1923, con su amigo Cátulo Castillo, escribieron la música del tango Silbando y pidieron al padre del primero los versos correspondientes, su parte son las notas que acompañan la letra a partir de “y desde el fondo del Dock...”, la primera audición de la composición fue prodigiosamente brindada por Azucena Maizani, luego vendría la imperecedera versión de Carlos Gardel en la cual el Zorzal le incorpora por su cuenta el silbido del final. “Tenés que conocer a un tipo que escribe muy bien” –le dijo Cátulo en 1926– y en un bar de la avenida San Juan le presentó a Homero Nicolás Manzione, un muchacho de dieciocho años que tenía escrita una poesía titulada El ciego del violín. Se entusiasmaron tanto con ella que inmediatamente escribieron la música, Cátulo la primera parte y Piana la segunda. A los pocos días la composición era estrenada con el título de Viejo ciego por el cantor Roberto Fugazot en la pieza teatral Patadas y serenatas en el barrio de las latas de Ivo Pelay, un punto de referencia en la historia de las letras de tango. Allí comienza la amistad y dupla autoral con Manzi que florecería en una obra llena de colores y fructificaría a lo largo de 25 años de labor conjunta. De ellos fue Milonga sentimental, composición realizada en 1930, que no terminó de convencer lo suficiente a la intérprete que lo había requerido, Rosita Quiroga, como para ser grabada, por lo cual quedó sin estrenar. Posteriormente, en el Teatro Casino, la canción no encontró eco favorable en el público. Al poco tiempo en el Teatro San Martín de la calle Esmeralda, por fin la suerte le sonrió a esta creación cuando el cuñado de Piana, Pedro Maffia, y su gran

orquesta la repetían noche a noche con gran éxito. Su vida autoral junto a Manzi produciría obras inolvidables: Milonga triste, Milonga del 900, Milonga de los fortines, Pena mulata, Milonga de Puente Alsina, Canción por la niña muerta, los tangos El pescante de 1934 y De barro, entre otros. Cuando ya había formado su propio cuarteto y compuesto con Pedro Maffia Arco Iris, participó en la agrupación de este bandoneonista. Integró también “Los Cinco Ases” con Ciriaco Ortiz, Pedro Maffia, Pedro Laurenz y Carlos Marcucci, hasta que en 1939 formó su Orquesta Típica Candombe –en realidad una atípica formación de diecisiete ejecutantes en la cual además de los instrumentos habituales para el tango incluía tres tamboriles– con la que grabó para el sello RCA Víctor, a pesar de la vida efímera de la agrupación, pues duró tan solo tres meses. Contaba el maestro Piana: “Se terminó pronto porque tenía que atender mis cátedras, mis alumnos particulares, no quise abandonar la enseñanza, que es casi la base de mi carrera. Si hubiera elegido la orquesta, habría ganado más dinero, pero no habría sido yo”. Sobre una letra de Ignacio Corsini compuso el vals Vengo a contarte mis penas, y creó el tango La macumba, al cual Carlos Marambio Catán puso los versos; Señor de añoranza, lo realizó en colaboración con el actor Zelmar Gueñol. De su obra con Cátulo Castillo surgieron, en 1941, ese suspiro nostálgico que es el vals Caserón de tejas y su obra maestra: Tinta roja, del año 1943, que en tan solo dos días Cátulo versificó. Compuso la música para la obra teatral Boina blanca, una Misa de Gloria, Escenas de ballet sobre la “Divina comedia”, dos sainetes musicales y su serie de estampas líricoteatrales. Su larga vida la dedicó no sólo a la composición y la ejecución; como vimos, ejerció también la docencia. En una oportunidad declaró: “Me llevo bien con los jóvenes. Debo ser el profesor que más alumnos tiene. Yo tendría que haberme jubilado hace rato, pero los chicos no me dejan. Me dicen: Como se va a ir, maestro, no diga macanas... Y ahí sigo, dando clases y trabajando en mi casa”. El “allegro vivace” de su vida profesional llegó sin duda con la creación que hizo de la milonga en su versión ciudadana, con un mayor grado de estilización armónica y melódica que su hermana campera. En ella fusionó el compás marcado del candombe con una melo-

día más amplia y flexible. Fue justamente el ritmo el elemento omnipresente en su obra; el lo tomó, haciéndole describir una enorme parábola: del manantial africano original al bautismo de sus porteñas creaciones.“Me interesa la cultura negra”, había dicho. Piana afirmaba: “El tango debe interpretarse tal cual es, sin modificaciones que lo desmejoran; tal como lo silba el hombre común. La melodía puede extenderse hasta donde la calle pueda admitirlo”. Polifacético, musicalizó poesía de León Benarós, de Córdova Iturburu, de Julián Centeya y hasta del propio Jorge Luis Borges en Milonga de un soldado. Trabajó como intérprete, como compositor de la música y canciones en veintitrés películas del cine argentino en el período que va desde 1933 hasta 1975. Podríamos nombrar entre ellas: Sombras porteñas, Una porteña optimista, Nobleza gaucha, Las de Barranco, El hombre que nació dos veces, Los caran-chos de la Florida, Carnaval de antaño, Confesión, Fortín alto, Vidalita, Arrabalera, Vivir un instante, La parda Flora, He nacido en Buenos Aires, Mi Buenos Aires querido y Los orilleros. Además de presidir en sus últimos años la Academia Porteña del Lunfardo, tomó como materia de estudio este lenguaje popular hasta sus últimos días. Citamos a José Gobello “...el tango del presente, para tener tono de tango, debe tener, en la manera de terminar las frases musicales, un dejo de aquel tango primero; ese dejo tan perceptible en los tango de Piana...” Quedaron letras de Cátulo Castillo sin musicalizar: El pasado, Retama, Metrópolis, Desván, Muchacha, Cierto, Será. Llegó, a partir de los años setenta, coincidiendo con la etapa que le tocó vivir a nuestra música ciudadana, el “moderato” de su existencia. Y un día de julio de 1994, en la Clínica Bazterrica, la melodía de la vida tenue como un último golpe de timbal, finalmente cesó. Ya casi no tenía corazón, había quedado en partes en cada una de sus creaciones; a sus 91 años, contaba con una hermosa familia, una cosecha de buenos amigos, un muy merecido prestigio, un universo de casi quinientas partituras, el agradecimiento de todo un pueblo y de todos los que amamos la música. Alberto Jorge Di Nardo

enviaba a don Sebastián la nota cuyo facsímil se adjunta: Buenos Aires, 4 de enero de 1983. Por la presente autorizo al maestro Sebastián Piana a musicalizar “Milonga de un soldado” cuya letra me pertenece. Jorge Luis Borges. Refrendaban la nota con sus firmas Borges y Piana. La milonga, referida a un soldado de Malvinas, fue censurada por la dictadura militar Un hecho curioso vinculó a la prosapia en uno de sus últimas bocanadas de arbitramusical de Piana con la literaria de Borges. A riedad. Eduardo Falú, sin embargo, lograría comienzos de 1983 nuestro célebre escri-tor registrar su interpretación en España.


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