6 Madre naturaleza
Entre la coca y el conflicto “La hoja de coca no es droga” le gritan al mundo los indígenas bolivianos. Pero aquí, en el corazón del Magdalena Medio y entre la guerra, se cultiva es para producir cocaína: los campesinos se olvidan que en té, masticada o untada, esta planta tiene ancestrales propiedades curativas. Roger García Díaz fgarciadiaz@gmail.com
C
inco busetas que partieron de la Universidad Nacional, sede Bogotá, en la fría mañana del 9 de enero de 2010, llegaron en la noche a las instalaciones de la Unión Sindical Obrera en Barrancabermeja, Santander. En medio del calor pegachento de la ciudad más caliente de Colombia, los viajeros, en su mayoría estudiantes universitarios, organizados en siete recorridos por el Valle del Río Cimitarra, estuvieron inmersos durante casi dos semanas en la realización de diversos talleres de conciencia ambiental, entre ellos, uno sobre los usos medicinales y ancestrales de la planta de coca. Coca, koka, es una palabra derivada del vocablo quechua kuka que significa “lo que es sagrado”. Y esta planta sí que es sagrada entre indígenas de casi todo el continente americano, desde el norte de la Patagonia hasta el sur de Nicaragua. Empleada con fines médicos y sociales, el compartir coca es una tradición que fortalece los lazos comunitarios. Su valor cultural es tan grande que en algunas comunidades fue utilizada como moneda. Erythroxylum novogranatense -conocida popularmente como Pringa María- es la variedad más cultivada en Colombia y debe su nombre científico a que nuestro país se llamó Nueva Granada. Fue en el Magdalena Medio donde la Expedición Botánica de 1784, orientada por José Celestino Mutis, registró y recolectó, por primera vez, esta variedad de coca. Cientos de años después, su cultivo sigue vigente en esa zona, especialmente en el Valle del Cimitarra, subregión cruzada por los ríos Ité y Tamar que, al unirse, forman el Cimitarra. Su extensión es de cerca de 500 mil hectáreas en los municipios de Yondó y Remedios (Antioquia) más San Pablo y Cantagallo (Bolívar).
Los campesinos del Cimitarra
El Valle del Río Cimitarra es una región que históricamente ha sido poblada y colonizada por campesinos que huyen, desde la época de la “Violencia” en la década de los 50 hasta la paramilitarización del país en los años 80. En general, las condiciones de vida de sus pobladores son precarias; los cultivos ilícitos son una de las pocas actividades que les permiten recibir ganancias. Allí la presencia del Estado se restringe, casi exclusivamente, a acciones represivas de las fuerzas militares. Los servicios públicos se limitan a acueductos comunales: no existe alcantarillado, y la electricidad depende de las plantas eléctricas mantenidas por las mismas comunidades. Las condiciones de salud y de educación son paupérrimas o inexistentes. Como consecuencia, las comunidades han aprendido de la autogestión, a organizarse para sobrevivir. Una de esas formas de organización es la de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra -ACVC- que tiene sus antecedentes en el cooperativismo de la década de los 80. En estas zonas rurales se estructuraron tejidos sociales basados en las relaciones económicas de cooperación como el trueque y la economía solidaria, que luego serían perseguidas violentamente con el argumento de que sus productos eran para la guerrilla. Esos tiempos difíciles sirvieron para consolidar el proceso organizativo que devino en las marchas de 1996 y en el llamado Gran Éxodo Campesino de 1998: durante 100
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días se tomó a Barrancabermeja, considerada la capital del Magdalena Medio. Allí se fundó la ACVC. El respeto a las organizaciones campesinas y la agudización del conflicto, tras la arremetida paramilitar en la zona, fueron algunos de los temas que se discutieron durante esa movilización y que llevaron a que el Gobierno firmara unos acuerdos que hasta hoy siguen sin cumplirse. Uno de éstos, firmado por el presidente Andrés Pastrana, fue el de la creación de una Zona de Reserva Campesina -ZRC-, un territorio en el que la tierra es propiedad colectiva y es manejada por las Juntas de Acción Comunal de cada vereda. El Estado debe transferirle fondos, así como lo hace con los Resguardos Indígenas y con los Afrocolombianos; a cambio, las comunidades deben respetar una Zona de Reserva Forestal. En 2002, Álvaro Uribe decretó la suspensión de la ZRC. En 2007, la Fiscalía Tercera de Barrancabermeja emitió una orden de captura contra 18 integrantes de la ACVC, con pruebas aportadas por el DAS. Seis personas fueron capturadas y sindicadas de terrorismo, concierto para delinquir y rebelión, pero todos recuperaron su libertad. Tras superar las acusaciones penales, la ACVC se encuentra en un proceso de reorganización. Y una de sus acciones fue la creación de los Campamentos Ecológicos en la Zona de Reserva Campesina, con los cuales se busca el trabajo conjunto de campesinos, universidades y diversas organizaciones, para crear conciencia sobre la protección ambiental en la región. El segundo Campamento tuvo como lema La organización campesina, universidad e investigación en unidad por la tenencia de la tierra y defensa del territorio. Estudiantes, líderes comunales y defensores de derechos humanos, provenientes de Bogotá, Medellín y Bucaramanga, se dieron cita en la capital petrolera, punto de partida de las siete rutas para realizar talleres de conciencia ambiental, soberanía alimentaria, agroecología, manejo de desechos y los usos medicinales y ancestrales de la planta de coca.
Mambear entre lo ilícito
Para mambear las hojas se medio tuestan a fuego lento, sin dejar que se pierda su flexibilidad, hasta que queden crocantes. Luego, se toma un puñado y se le adiciona ceniza vegetal en el centro. Posteriormente, se forma una bola y se introduce en la boca, se deja entre los dientes y el cachete, removiéndola de vez en cuando. Hay muchas formas de mambear. Los Paeces, en el Cauca, lo hacen con cal sacada de la piedra caliza, en un largo ritual en el que se sopla la piedra al rojo vivo y, luego, se le adicionan gotas de agua que vuelve polvo la cal; los Kogui de la Sierra Nevada usan la cal que resulta de triturar caracoles; los Huitotos y otras comunidades del Amazonas usan las cenizas del yarumo y las mezclan con las hojas de coca tostadas y molidas. La cal extrae alcaloides y otros metabolitos de la planta, pero su cantidad debe manejarse con cuidado ya que puede causar laceraciones en las paredes bucales; la ceniza, en cambio, es más suave con la boca y menos potente como extractor. Los efectos energizantes que produce el mambear coca fueron de gran utilidad para afrontar las largas caminadas de algunos talleristas del Campamento Ecológico, en su paso por los caseríos del Valle del Cimitarra. El recorrido del Oso de Anteojos, al salir de Barrancabermeja, pasó por el puerto de San Pablo, un pueblo fuertemente militarizado y de habitantes con mirada curiosa y desconfiada. El primer Punto Ecológico fue Villanueva, un caserío fundado hace 20 años: hoy 14 viviendas están dispuestas en forma de T y sobresalen su cancha de fútbol y una pequeña colina con el característico verde resplandeciente del cultivo de coca. Allí, la avanzada paramilitar llegó sin aviso y los enfrentamientos lo dejaron despoblado. Ahora las cosas parecen calmadas en Villanueva, no obstante la tensión de sus habitantes. El segundo destino fue Durante la Colonia, los españoles Alto Cañabraval, un pueblito en el que repudiaron el hábito de mascar coca la mayoría de las casas tienen grafitis del Bloque del Magdalena Medio de las y la Iglesia lo condenó por ser una FARC EP que hacen referencia a las bapráctica de adoración del demonio. ses militares estadounidenses.
Medicina y droga
Pero los colonizadores entendieron que su uso permitía a los indígenas un mejor desempeño laboral en las minas de oro y empezaron a pagarles con hojas de coca y a controlar su comercio.
En los talleres, la comunidad se sienta alrededor del fuego y se presenta cuando les llega el té de coca, acto que genera mayor confianza en la charla y para que más gente se decida a mambear. El té, preparado con hojas frescas en agua hirviendo, se usa para el tratamiento de la úlcera, la diarrea y dolores estomacales e intestinales. Cuando la hoja se echa en alcohol, ayuda a calmar dolores musculares y luxaciones. Sobre las heridas abiertas, se pone coca a medio mambear: detiene el sangrado y acelera la cicatrización. Otro caserío del recorrido fue La Unión: 23 casas dispuestas a ambos lados de la carretera. Allí no hay Centro de Salud ni cancha de fútbol, pero sí Iglesia Cristiana Cuadrangular. Tiene cultivos de coca y pueden verse las cocinas en las que se hace la pasta base: las hojas amontonadas son picadas con guadaña y, luego, se esparcen sobre un plástico negro. Para cinco arrobas de hoja, se le adicionan 20 libras de cemento y dos litros de blanqueador; en un tanque se le agrega gasolina y se bate por dos horas. Así se deja por dos días y se corta con ácido sulfúrico; queda una pasta amarillenta en la parte superior, media libra. El gramo de pasta lo venden a $ 2.500; luego, la pasta se purifica en laboratorios para obtener los cristales de cocaína. A cinco horas de allí esta Vallecito. El presidente de la Acción Comunal agradece la visita, pues hace más de una año que la comunidad no se reunía. Cuenta que antes era la guerrilla la que congregaba a la gente y ordenaban las cosas que había que hacer. El recorrido terminó en El Paraíso, a ocho horas de camino. Este caserío fue quemado tres veces, pero hoy se recupera con orgullo. La montaña vecina es un peladero por el que se enfrentaron guerrilleros y paramilitares; ahora la comunidad piensa reforestarla. Allí se puede apreciar el paso de las avionetas que riegan glifosato. En la capa blanca, se nota que acaba hasta con los árboles cercanos; los palos no vuelven a crecer más, quedan secos. Y el agua contaminada, al consumirla, genera problemas cutáneos. Por eso, muchos vecinos han retomado el cultivo de sus huertas de autoconsumo y saben que no pueden sembrar sólo coca.