Mirada
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La comunidad del hongo Entre lo sagrado y lo profano, entre lo tóxico y lo terapéutico se debate la relación del hombre con los hongos alucinógenos. Este es un viaje por el universo onírico y real de estas setas que en Medellín también tienen sus seguidores.
Leandro Vásquez S. lvasquezsanchez@yahoo.es
se nos ocurrió que éramos nosotros. Al día siguiente, cada uno se consiguió 30 mil pesos y nos fuimos en una tractomula hasta Barranquilla. Luego echamos dedo hasta Santa Marta y allá nos quedamos en un hotel en ruinas donde dormían los mochileros. Cuando se nos acabó la comida, empezamos a salir todos los días con los pescadores.
No sabía que los hongos alucinógenos sirven para curar. Cuando El Descalzo me los ofreció, recordé una leyenda que dice que en ellos habitaban los gnomos. Conocí a Los Pitufos cuando era niño y me parecieron mejores gentes que los de nuestra dimensión. La posibilidad de reencontrarme con estos seres que habitaron ni niñez, me animó a probar.
El hombre que salta
El descalzo
La primera vez que lo vi caminaba descalzo por la carretera. Sus pies grandes y llenos de tierra parecían raíces. En una mano sostenía unas sandalias y en la otra un cigarrillo que dejaba una estela de humo en la niebla. Lo acompañaba un perro pequeño y amarillento. Vivía en una casa de madera, en la vereda Mazo del corregimiento de Santa Elena. En su cuarto había una especie de escultura a la libertad: un marco de espejo del cual colgaban un pantalón deshilachado y mugroso, y una golondrina de juguete. —Así veo el mundo con los hongos —me dijo mostrándome un dibujo a tinta negra de un árbol que, si se miraba al revés, parecía un gnomo cargando un saco de manzanas. La imagen estaba guardada en un cofre de caoba, que hacia parte de un altar compuesto por unos cartuchos blancos y un totumo con una ofrenda de hongos. El Descalzo compartía la casa con dos músicos y un malabarista. Los unos ensayaban covers de rock en español y el otro balanceaba cuatro pelotas frente al espejo, mientras El Descalzo dormía la honguiza junto a su perro. Hace cuatro días no se bañaban él ni el animal.
Adorados y prohibidos
En los 60’s los jipies popularizaron los hongos. Uno de los primeros relatos sobre un rito lo publicó Gordon Wasson en la revista Life de 1957. Él quiso desligar los efectos de los hongos de palabras como psicodelia o alucinación, que quiere decir mentira. Para referirse a sus propiedades, acuñó el término “entogeno”, que significa dios dentro de mí. Pero la historia es quizá tan vieja como la humanidad. Giorgio Sammorini dice que en las zonas montañosas del desierto del Sahara, los hombres dejaron en las rocas escenas de recolección y adoración a los hongos con más de 7.000 años de antigüedad. Algunos recipientes, encontrados en las tumbas de los Faraones, se creyó que contenían polvos rituales, pero en los años sesenta se comprobó que se trataba de mezclas de distintos hongos molidos. También fueron utilizados entre las poblaciones americanas. Han sido encontradas figuras de piedra en forma de hongo que datan de 1500-1000 años a.c., el periodo de formación de la civilización Maya. Los conquistadores prohibieron su consumo por las visiones demoníacas que producían.
Dejar de dudar
Han pasado seis meses. El Descalzo ya no vive en Santa Elena. Ahora estudia construcción en bambú y creó una maqueta de un hotel ecológico, cuya estructura vio una vez que ingirió hongos. Tiene forma triangular y representa el padre, el hijo y la madre, la trinidad, la armonía. Estamos en la zona de tolerancia de la Universidad de Antioquia, en el bien llamado Aeropuerto. Aunque las graderías de la cancha de fútbol están casi llenas, logramos sentarnos a la sombra de un sauce. El Descalzo llegó una hora y media tarde a la cita. Se quita las sandalias, saca de su bolso una calilla de tabaco, la enciende y arroja una bocanada de humo que es franqueada por los lanzas de sol que se cuelan entre las hojas del árbol. Juega con una de sus trenzas de rastafari, envuelta en hilo verde, amarillo y rojo, los colores de la bandera de Jamaica. Lleva una camisilla y un chaleco gris que seguro pertenecía a un esmoquin muy viejo. Por las mangas salen sus brazos largos y nudosos como ramas. —¿La primera vez que probé los hongos? Desde ese día deje de dudar. Fue con una amiga. A mí me gusta comer hongos siempre con una mujer. Una vez estaba con ella y otros dos parceros y nos perdimos en el bosque. Muy adentro encontramos un ermitaño que nos llevó hasta su casa en un árbol. Desenterró unas botellas de vino y nos pusimos a tertuliar alrededor del fuego. Él leyó una historia de cinco personas que tenían una misión y en medio de la honguisa
El valle del Psilocybe Los hongos no son animales, pero tampoco plantas. Constituyen un reino de seres vivos independiente, el Fungi. A diferencia de los animales, que se nutren por ingestión, y de las plantas que lo hacen por fotosíntesis, los hongos obtienen su alimento por absorción. A nivel físico, su consumo provoca dilatación de pupilas, modificaciones en el pulso, la tensión y los reflejos, hipotensión y disminución del ritmo cardíaco, debilidad y desorientación. El hongo más fácil de conseguir en el Valle de Aburrá es el Psilocybe cubensis o San Isidro, que crece en la boñiga de la vaca. Puede alcanzar una altura de 8 a 15 cm. El sombrero mide entre 2 y 5 cm de diámetro, es acampanado al principio y posteriormente convexo o plano. Su color varía bastante, desde blanco casi puro con una mancha dorada en el centro, hasta café claro con la misma mancha anaranjada en el centro. Cuando el tallo se abre toma una coloración entre azul y morada. Las esporas son café púrpura. En Medellín, el lugar más frecuentado para consumir estas setas alucinógenas era el Valle de los Hongos, en Santa Elena. Este sitio, donde se podía encontrar visitantes de toda América y Europa, fue militarizado porque se presentaron algunas muertes por intoxicación. Las sobredosis con hongos psilocibos se hacen evidentes dentro de los 15 a 30 minutos después de la ingestión. Provoca dolor abdominal, náuseas y vómito. No existe dosis letal de psilocibina y no causa adicción física, pero cuando lo mezclan con drogas o los que se consumen son venenosos, la historia es diferente.
El chaman es el médico de la sociedad indígena. Sana a los hombres y a la naturaleza. María Sabina es una de las más conocidas. Cuando los jippies llegaban hasta su rancho en Huahuatla, México, buscando a dios, ella trataba de explicarles que esa no era la utilidad de los hongos, pues servían para curar a su gente. Según el antropólogo Leonardo Cataño, en Colombia no existen grupos indígenas que utilicen los hongos. Sin embargo, en el alto Putumayo, los inganos, camsas y cofanes realizan ritos con yagé. En la Sierra Nevada de Santa Marta, los wiwas, kankuanos, arhuacos y koguis mascan hoja de coca. En la zona del litoral pacifico, los emberas hacen ceremonias con chicha, canto y baile. Chamán es una palabra que viene del idioma tungu, de Siberia, significa hombre que salta. Según Cataño, todos los chamanismos parten del hecho de que existen diferentes planos de realidad y en el que se habita es sólo uno de ellos. El sabedor es un hombre que brinca de un plano a otro con música, palabra o plantas. Es peligroso que cualquiera pretenda manejar los hongos. Podría extraviarse en una de esos planos de realidad o confundirlos O, por ejemplo, consumir una dosis mayor a 50 miligramos de psilocibina, el principal componente alucinógeno de los hongos, y sufrir un ataque de pánico. O peor aún, comer por error un hongo venenoso en vez de uno alucinógeno, y morir.
La honguiza
El Descalzo tiene la calilla de tabaco entre los dedos, pero no encuentra los fósforos. Saca todo lo que hay en su mochila: monedas, una libreta, un ejemplar de Cien años de soledad, con la pasta estropeada, una bolsa de tabaco. —¿Y a vos cómo te fue con los hongos? me pregunta mientras se esculca de nuevo los bolsillos. Cuando los probé en Santa Elena me esforcé por ver a los gnomos, pero no pude. Sólo se me quitó el frío, dejé de temblar. Una vez comí unos de un potrero cercano a mi casa, en Niquía. Ese tipo de hongo, el psilocybe cubensis, crece en la boñiga de la vaca. Su sabor amargo se me quedó en la boca durante horas. Me senté en la sala de mi casa y sentí una alegría profunda e insólita. Al mirar por la ventana, vi un rayo de luz que era como un pez rojo incandescente que se coló en mi pupila. Cuando me levanté del mueble y comencé a andar por el corredor, las baldosas se meneaban como si fueran el mar y yo caminaba sobre sus aguas.
De María Sabina al LSD En 1969, el ejército mexicano expulsó a los jipies de Huahuatla, el pueblo de María Sabina. Los abusos en la utilización de los hongos llevaron a la prohibición de la psilocibina y truncaron las investigaciones acerca de sus posibilidades terapéuticas. Durante las ceremonias de María Sabina se rezaban plegarias, acompañadas de percusiones y la quema de copal, una resina natural sacada de la corteza de un árbol. Además, la persona que iba a efectuar el viaje debía guardar dos días de ayuno antes y después de la ingestión del hongo, sin alcohol y sin tener relaciones sexuales. Según los indígenas de la región, quién rompiera esas reglas sería severamente castigado por el hongo. Albert Hoffman fue un químico suizo que descubrió el LSD, alucinógeno que tendría su cuarto de hora en los eufóricos años sesenta. Se interesó en los fenómenos de alucinación y viajó a México para recolectar hongos. Logró aislar los principales componentes del psilocybe y los llamó psilocibina y psilocina. Murió en el 2008 a los 102 años. Un estudio realizado por el equipo del profesor Roland Griffiths reveló que los hongos alucinógenos producen experiencias místicas, mejoran el estado de ánimo y podrían ser utilizados contra la depresión y la drogadicción.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia