De la Urbe 83

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Encarcelada por un favor Entre octubre y noviembre de 2016, un grupo de reclusos de la cárcel de Envigado hiló letras y palabras en el Taller de Crónica coordinado por el periodista egresado de la U. de A. Róbinson Úsuga Henao. Esta es una de esas historias escritas entre rejas.

María Victoria Vanegas Osorio Fotografía: Róbinson Úsuga Henao

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ra temprano, 6:45 de la mañana. Me organizaba para ir a trabajar en la empresa de confecciones donde era inspectora en Control de Calidad. Ya mi hijo Jeison, de doce años, había salido para el colegio. Y mi otro hijo, Juan José, de seis, estaba desayunando. De pronto, tocaron la puerta. Abrí y vi a tres hombres de civil. –¿La señora María Victoria Vanegas Osorio? –Sí, soy yo. ¿Quiénes son ustedes? –Somos policías. Debe acompañarnos porque tiene una demanda por maltrato infantil –afirmó uno de ellos. Muy sorprendida, respondí: –Esto es una equivocación. ¡Jamás maltrato a mis hijos! Pero igual los acompaño y aclaramos el malentendido. Pensé en Juan Diego, mi exesposo: tal vez quería la custodia de mis hijos. Antes de salir, les pregunté si podía llevar a mi niño. –Miren que estoy sola con él, además debía llevarlo al preescolar. –Déjelo con un vecino, porque no podemos llevar al menor –me respondieron. Tuve que dejarlo con mi vecina del tercer piso, Liliana. Cuando salí a la calle, vi una patrulla, dos motos y un taxi. Subí al taxi con los tres policías. Adentro me hacían muchas preguntas que ya del susto no recuerdo. Solo pensaba: “esto es un engaño”, pues no me estaban llevando a la Comisaría de Familia más cercana. Cuando llegamos al Gaula, en el barrio Guayabal, les pregunté, angustiada: –Digan, por favor, qué pasa conmigo. ¡No me engañen más! Yo sabía que en el Gaula no se trataban casos de violencia y maltrato familiar. Uno de los policías, llamado Andrés, me respondió: –Tranquila. Le dijimos que era maltrato porque estaba frente a su hijo y no quisimos atemorizarlo. Entramos a una oficina y una señora gorda, grande y ojona, me preguntó: ¿Es usted María Victoria Vanegas? –Sí, señora, ese es mi nombre. –Entonces siéntese, que le voy a hacer una serie de preguntas. Nombres completos, edad, fecha de nacimiento y número de identificación. Yo le respondía muy nerviosa. Y por último, indagó: –¿En el momento de la visita, los funcionarios públicos la agredieron? ¿Hubo maltrato? –No, señora. Fueron muy respetuosos. Pero me trajeron con engaños, con el pretexto de que maltrato a mis hijos. Y jamás lo hago. Al momento llegó Andrés, ya con uniforme, chaqueta, gorra de policía y un documento: –Párese en esta pared, por favor –me ordenó. “A partir de la fecha, viernes 5 de febrero de 2016, usted queda arrestada por el delito de complicidad en extorsión”, dijo, leyendo el documento. Sentí mi corazón palpitar muy fuerte y un frío por todo el cuerpo. La luz se me fue de los ojos lentamente. Lo último que vi fue que también traían a mi tío Milton, esposado, y no supe más nada. Cuando recuperé el conocimiento, apareció mi tío, diciendo:

No. 83 Medellín, abril de 2017

A Victoria le gusta leer y escribir, así ocupa algunas de sus horas en la cárcel.

–Vicky, cálmese. Todo esto es por Mario. –¿Cuál Mario? –pregunté, aún nerviosa. Mario fue esposo de mi madre durante quince años, y en 2013 estaba encarcelado en Bellavista. Fue un hombre respetuoso y amable durante todo el tiempo que hizo parte de nuestras vidas. Mi hermana Sandra y yo lo queríamos mucho porque nos apoyaba para que saliéramos adelante. La tarde del 13 de septiembre de 2013 recibí una llamada telefónica suya. –Niña, ¿cómo estás? –Muy bien. ¿Y tú cómo vas? –Necesito que me hagas un favor muy grande. –¿Qué sería? –Que me facilites el número de tu cuenta de ahorros para que me consignen quinientos mil pesos que me deben. –Claro, con el mayor de los gustos. Mi padrastro había extorsionado a un comerciante de Envigado y yo ignoraba de dónde provenía ese dinero que, con mucho gusto, retiré y le hice llegar hasta la cárcel. El señor que era víctima de la extorsión denunció en el Gaula y la prueba que presentó era mi nombre y mi número de cuenta de ahorros. Empecé a ser investigada, al igual que mi tío Milton, pues Mario le había pedido el mismo favor. Comprendí todo el engaño de mi padrastro y me sentí indignada. Al día siguiente madrugamos a las oficinas de La Alpujarra, para la audiencia de legalización de captura. Me sentía morir cada que la fiscal decía que yo era un peligro para la sociedad. Mi abogado interpuso un derecho de petición para detención domiciliaria, por el hecho de ser madre cabeza de hogar. Me declaré inocente de los cargos. Al final concedieron el derecho que pidió mi abogado. Después de un día de audiencia me regresaron al Gaula. Debía quedarme allí el resto del fin de semana, para el lunes ser trasladada a la cárcel de El Pedregal. Allá me dejarían a cargo del Inpec y ellos se encargarían de llevarme a mi casa. La noche del sábado estuve más relajada, me consolaba saber que volvería a mi casa. El domingo me trataron súper bien en el Gaula y permitieron que me visitara mi familia para llevarme comida. El lunes 8 de febrero era el día de mi cumpleaños y amanecí de buen humor. Estaba segura de que en la tarde podría celebrar en mi casa, con mis papás y mis hijos. Recuerdo que el policía Andrés me decía que menos mal no tendría que quedarme en esa cárcel, pues allá había una negra grandota y gorda, conocida como La Chimpancé. Decía que a todas las mujeres que llegaban nuevas las hacía su mujer. Cuando llegamos a la cárcel de Pedregal, me dieron la triste noticia de que debía permanecer toda la semana porque solo los sábados sacaban al personal que era para domiciliaria. Pensé: “Dios mío, ¿y mi cumple?”. De nuevo mis lágrimas empezaron a salir, una tras otra, de solo saber que tenía que estar allá con miles de mujeres delincuentes, y con la tal Chimpancé. Me pasaron a una oficina y un señor empezó a reseñarme… También me tomó fotos para el expediente. En el momento de decirle mi fecha de nacimiento, se sorprendió y, dándome una palmada en el hombro, dijo:

–Felicitaciones. Y dentro de mí pensé: “Viejo hp, tan bobo, uno con esta aburrición y él felicitándome”. Al rato llamó a dos guardianas para que me hicieran una requisa corporal y pasarme a un calabozo, mientras me ubicaban en un patio. Todo era silencio hasta que escuché gritar a una mujer: “¡Sáquenme de aquí, gonorreas, perras hijueputas! ¿Por qué me separan de mi mujer? ¡Dios no existe, me quiero morir!”. Al rato abrieron la puerta y dijeron que me daban dos segundos para recoger mis pertenencias. –Vamos a buscar dónde hay posada para ti –dijo una dragoneante. Anduvimos por el patio sexto, pasando de celda en celda, pidiendo estadía. Otras mujeres me gritaban: “Traigan a esa buenona para acá, le hacemos la bienvenida”, y yo me sentía morir. Me dejaron en la celda 201. Corrí con la suerte de que en esa celda había tres mujeres decentes y amables. Me acosté y hasta pude dormir tranquilamente. Nos levantaron a las cuatro de la mañana y nos encendieron la luz para que nos organizáramos porque a las seis de la mañana todos debíamos estar en el patio para recibir el desayuno y la contada. Ya un poco más relajada, pude llamar a mi madre y mis hijos, les dije que estaba muy bien. Sentada en unas escalas, muy pensativa, vi que se me arrimó una negra grande y muy fea. Me dijo: –Póngase estas sandalias y páseme esos tenis, que están muy chimbas. Me di cuenta de que se trataba de La Chimpancé y, sin pensarlo dos veces, se los entregué. Me dio las gracias y me dijo: “Mami, si necesitas quién te consuele, yo lo hago, y hasta la conyugal”. Y se fue. Fue una semana larga, pero alimentada por la esperanza de salir el sábado. Precisamente ese día, como a las nueve de la mañana, una dragoneante gritó mi nombre. –¡Soy yo! –Venga le abro la celda. ¡Empacando, que nos vamos! –Vamos, que ya estoy lista –respondí, dichosa, y me fui sin empacar nada. Pasaron tres meses en mi casa, con mis niños, disfrutando su compañía, pues la verdad es que por mi trabajo nunca había compartido tanto con ellos. Durante esos meses mi abogado me convenció de que aceptara cargos para hacer un buen preacuerdo, reparábamos a la víctima y así mi pena sería más bajita a lo que me estaban dictando, que eran de diez a quince años de prisión. Según él, todas las pruebas me hacían culpable y solo había dos soluciones: irnos a juicio, que demoraría hasta cinco o seis años, o un acuerdo, con una conciliación que me dejaría libre en unos veinticuatro. Lo pensé mucho y al final acepté. Mi abogado me aseguraba que seguiría peleando mi detención domiciliaria. Llegó el 24 de mayo de 2016, día de mi última audiencia. Presentamos ante el juez el preacuerdo que hicimos con el fiscal que me acusaba, y aceptaron los veinticuatro meses de condena, pero ordenaron medida de aseguramiento intramural, algo con lo que no contábamos. De nuevo, esposada y para la cárcel. Y, bueno, aquí estoy, esperando que pasen los meses para cumplir con esta etapa de mi vida y estar de nuevo con mis hijos. Estoy sobreviviendo a una injusticia, pero no estoy derrotada.


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“Para nosotros, la independencia es el valor supremo”:

Juanita León

Ante el complejo engranaje de la política en el país, la labor del periodismo de investigación cobra una especial relevancia para desentrañar y entender los fenómenos, actores y hechos de los escenarios del poder colombiano. A propósito de estos retos, De la Urbe conversó con Juanita León, directora del portal web La Silla Vacía.

A veces las fuentes incluso nos dicen: “Yo te digo oficialmente tal cosa, pero aquí, off the record, te cuento que es todo lo contrario”. A mí me encantaría que a futuro nuestras fuentes dieran la cara, pero no soy muy optimista al respecto. ¿Cree que los otros medios tienen ese mismo nivel de acceso, pero se abstienen de usarlo? Yo creo que algunos tienen ese nivel de acceso. Por lo menos los directores de los medios, que son casi que asesores del Presidente muchas veces. Y no lo cuentan porque son parte del poder. Otros periodistas no tienen tan buena información porque hay una inercia en los medios de solo cubrir ruedas de prensa y en no tener una agenda propia de ir e investigar un poco más allá de lo que alguien está poniendo en dicha agenda de una manera más interesada.

Daniela Jiménez González Estudiante de Periodismo danielajimenezg09@gmail.com / @ÁgathaCartaRoja

¿Cómo sustraerse de las olas o modas informativas? ¿Cómo saber a qué temas darles continuidad? Tenemos el principio de que, una vez que cogemos un tema, lo tenemos que seguir cubriendo. Eso ha hecho que nos quedemos por fuera de temas muy mediáticos como el caso Colmenares y de muchos temas en los que no nos subimos porque sabemos que, si escribimos una nota, tenemos que seguir escribiendo de eso hasta que se agote realmente la historia. A mí me desespera que en Colombia hay unas cosas que parecen importantísimas hoy y, a los dos días, ya no pasa nada.

Colaboración: Juan Manuel Flórez Arias Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

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ace ocho años, la periodista Juanita León consolidó un proyecto ambicioso que consistió en la creación de un portal digital cuyo objetivo era seguir los rastros del poder y la política colombiana desde el ejercicio de un periodismo no militante que valorara, sobre todo, la información. Lo llamó La Silla Vacía, en obvia referencia al legendario plantón de Tirofijo a Andrés Pastrana en el inicio de los fracasados diálogos del Caguán (7 de enero de 1999), y, de la mano de periodistas jóvenes, se trazó como propósito contar la verdad sin caer en falsos equilibrios. León cree en el periodismo que está bien escrito, pero que no es arrogante, que cuando se equivoca puede rectificar, dar la cara. Considera, también, que es ridícula esa idea que a veces tienen los periodistas que se ven a sí mismos como unos seres heroicos que tumban presidentes o ponen ministros. Lo que siente, desde el periodismo que le gusta hacer y que aspira a que haga La Silla, es que el periodismo debe ayudar a la gente a cualificar sus opiniones y sus decisiones públicas. ¿De qué considera que depende la credibilidad de La Silla Vacía? ¿Está la credibilidad en el periodista o en el medio de comunicación? Creo que es una combinación de las dos cosas, que la credibilidad está realmente en la calidad de la información que nosotros aportamos, y eso es el resultado del buen trabajo y de un proceso de selección muy riguroso que tiene La Silla Vacía para contratar a sus periodistas, para editar los textos y para crear un ambiente en donde las cosas se hacen con cariño y consciencia. ¿Cómo mantener esa credibilidad cuando aparecen usted o algunos periodistas de La Silla Vacía en espacios como Hora 20? ¿Cómo es ese doble rol del periodista que a la vez opina? Nosotros, en los primeros años de La Silla Vacía, nunca íbamos a nada de opinión porque quisimos construir un nombre a partir de nuestra información. De hecho, yo deliberadamente no tengo cuenta en Twitter ni me gusta estar opinando, tampoco me quiero volver una opinadora profesional. Pero sí existe ese riesgo de que tus escritos comiencen a verse a través del filtro de tu opinión y no a través de la información que estás aportando y, casi siempre, lo que tratamos en Hora 20 es hablar sobre lo que ya hemos reporteado y reflejar el trabajo de reportería que hemos hecho, más que comenzar a opinar sobre todos los temas. ¿Qué idea tienen ustedes de independencia? Para nosotros la independencia es el valor supremo, junto con la transparencia. Lo definiría con el eslogan que tenemos: “Sabemos todo lo que contamos y contamos todo

lo que sabemos”. Cuando voy a fiestas con periodistas y me doy cuenta de todo lo que hablan, digo: “¿Pero, ¿dónde he visto esto publicado? Si saben todas esas cosas, ¿por qué no las han contado?”. Es una de dos: que no las han contado porque no tienen la independencia para contarlo o que están echando carreta en la fiesta y no lo tienen verificado. En La Silla Vacía siempre les digo a los periodistas: “El día que yo los oiga a ustedes decir algo en una fiesta que no han publicado, los echo”, porque si lo saben lo tienen que publicar y, si no lo saben, no lo deben decir en una fiesta. Así es como yo defino la independencia: saber que uno tiene la posibilidad, pero también la responsabilidad, para poder contar las cosas que uno sabe. ¿A qué responde el uso de fuentes anónimas que revelan, a veces, cosas que uno no vería en un medio tradicional? Yo creo que unas de las debilidades que tiene La Silla Vacía, que paradójicamente también es una fortaleza, es la abundancia de fuentes anónimas, porque cuando uno usa este tipo de fuentes casi que le está exigiendo al lector hacer un acto de fe en la credibilidad de uno. Al mismo tiempo, en Colombia, si nosotros solamente fuéramos a usar la información que nos dicen on the record, no podríamos contar ni una décima parte de las cosas que contamos y que sabemos que son verdad porque las hemos cruzado con varias fuentes. Siempre tenemos una prueba adicional que sustente la información y por eso creo que La Silla Vacía tiene como un superrécord en no rectificaciones, a pesar de que contamos cosas muy sensibles. Muchas de nuestras fuentes son funcionarios, gente muy cercana al lugar donde suceden las cosas, y ellos nunca arriesgarían su puesto o sus contratos por dar esa información. Lo que nos hemos dado cuenta en este trabajo es que muchas veces lo que realmente sucede es casi que contrario a lo que se declara.

¿Cómo conciliar la independencia y la credibilidad con el problema de la financiación? La Silla tiene el privilegio de contar con un alto porcentaje de cooperación internacional en donde lo que uno ofrece para que lo financien es precisamente su credibilidad. Con los otros mecanismos de financiación que tenemos y que hemos ido buscando, nuestro principal criterio es que no vaya en contravía de la independencia. Pero es un reto dificilísimo. A veces nos han llamado multinacionales que quieren entrar a invertir en Colombia y nos dicen: “Nos gustaría contratarlos para que investiguen si el alcalde o el gobernador de tal región es corrupto o no es corrupto”. Y nosotros les decimos que esas labores de inteligencia no las hacemos, porque todo lo que investigamos, lo publicamos. Antes teníamos un espacio de pauta electoral y hace como dos elecciones decidimos no ofrecerla, porque pensábamos que eso nos creaba un conflicto. Muchas veces las decisiones a favor de la independencia van en contra de la parte del negocio y… pues también son necesarios estos recursos para pagarles a los periodistas. Es todo un reto de creatividad, de poder encontrar un modelo de negocio que no vaya en contra del periodismo. ¿Cuál considera que es el panorama del periodismo de investigación en Colombia? Con la irrupción de internet, muchas de las funciones que cubrían los periodistas han sido reemplazadas por otras personas o por los mismos ciudadanos. Toda la idea del periodista como un mensajero entre el poder y el pueblo y viceversa, se ha reemplazado por Twitter. Lo que sí se necesita cada vez más es el periodismo investigativo, obviamente es difícil porque es costoso, porque seguir una pista te puede tomar dos semanas para después descubrir que no hay nada, porque los periodistas no estamos tan entrenados para leer documentos, ni para bajar bases de datos. Siento que en lo que realmente somos necesarios, es en donde más debilidades tenemos como periodistas. Las facultades de comunicación tienen que comenzar a orientar más su formación hacia eso en donde los periodistas sí somos indispensables y menos en lo que somos muy reemplazables y, de hecho, estamos siendo reemplazados.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Opinión Editorial

Permiso para quejarme, señor agente

Comité editorial Patricia Nieto, Ana Cristina Restrepo Jiménez, Heiner Castañeda Bustamante, Raúl Osorio Vargas, Gonzalo Medina Pérez. Dirección: César Alzate Vargas Asistencia editorial: Eliana Castro Gaviria Coordinación editorial: Daniela Jiménez González Editor invitado para el Especial: Julio César Orozco Equipo de redacción: Juan Manuel Flórez Arias, Karen Parrado Beltrán, Juan Manuel Valencia, Laura Cardona, Elisa Castrillón, Santiago Rodríguez Álvarez. Corrección de estilo: Alba Rocío Rojas León Coordinación de fotografía: Carolina Londoño Mosquera, Juan David Tamayo Mejía. Diseño gráfico: Sara Ortega Ramírez Impresión: La Patria, Manizales Circulación: 10.000 ejemplares Sistema Informativo De la Urbe Coordinación general y de Radio: Alejandro González Ochoa Coordinación Televisión: Alejandro Muñoz Cano Coordinación Digital: Walter Arias Coordinación Especiales y Regiones: Juan David Ortiz Corresponsal en Urabá: Juan Arturo Gómez Tobón Especial gratitud por su gestión a: Ximena Forero Arango, Diana Sanmartín, Adriana Ruiz. Calle 67 N° 53-108, Ciudad Universitaria, of. 12-122 Tel: (57-4) 219 5912 delaurbe.udea.edu.co delau.prensa@gmail.com facebook.com/sistemadelaurbe twitter.com/delaurbe Medellín, Colombia Acorde a los postulados sobre derecho a la información y libertad de expresión consagrados en la Constitución Política y las leyes de Colombia, las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia ni al Sistema Informativo De la Urbe. Universidad de Antioquia Mauricio Alviar Ramírez, Rector Edwin Carvajal, Decano Facultad de Comunicaciones Juan David Rodas Patiño, Jefe (e) Departamento de Comunicación Social

Capítulo Antioquia

ISSN 16572556 Número 83 Abril de 2017

Ilustración de portada: Ricardo Cortázar

No. 83 Medellín, abril de 2017

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haya tanta obstrucción vehicular a causa de las protestas. l nuevo Código de Policía ya no es tan nuevo. Porque el flujo vehicular de Medellín es una maravilla. Los uniformados llevan casi dos meses estreTambién es curiosa la parte que dice que “toda reunándolo desde que se implementó el 31 de enenión y manifestación que cause alteraciones a la convivenro de este año. Y ahí va. La bulla que se hizo en los cia podrá ser disuelta”, y se habla de la existencia de un primeros días se ha ido aplacando de a poco: “¡Que es “fin legítimo” para protestar. Fin legítimo. ¿Qué es eso? Si represivo!, ¡que es puro garrote y sin zanahoria!, ¡que es alguien quisiera protestar contra el alcalde, ¿sería legítimo? inconstitucional!”. Y las voces se van haciendo más siO contra el nuevo Código, o contra la misma Policía: “Dislenciosas. La gente se adapta. Poco a poco, las personas culpe, señor agente, ¿nos se acostumbran a sacar a su pitbull con bozal, le deja protestar? No nos compran la póliza de sevaya a echar, señor agente, guro o, si no, lo abandoya sabemos que estamos El debate se va apagando, con sus ciclos nan por ahí a su suerte. diciendo cosas en contra La gente se adapta. de su institución, pero no naturales de picos en las coyunturas y Se acostumbran a ver nos vaya a echar”. el parque de El Poblado Ahí va el dichoso Cóvalles en los tiempos intermedios. Tal despoblado de jóvenes digo, valiéndose del poder con cervezas, con ese sitriste de la costumbre. El vez en unos meses, cuando acaben las lencio lejano de las disdebate se va apagando, cotecas, de las licoreras. con sus ciclos naturales medidas pedagógicas y se empiecen a Se acostumbran a la idea de picos en las coyuntuaplicar las multas económicas, el debate ras y valles en los tiempos del espacio público como intermedios. Tal vez en un lugar impoluto, libre se avive de nuevo. unos meses, cuando acade los gérmenes de las ben las medidas pedagómanifestaciones de afecgicas y se empiecen a aplito del artículo 33 o de las car las multas económicas, el debate se avive de nuevo. protestas sociales del artículo 53, las grandes perdedoras de Tal vez con menos fuerza porque habremos tenido tiempo este Código. para asimilar las normas, tal vez con mayor ímpetu porEn un país como Colombia, donde el ejercicio de la que ahí sí empezarán a castigar nuestros bolsillos. protesta es visto por muchos como un acto de mamertismo Por ahora, nos vamos acostumbrando, todos a ritmos y por otros como una actividad riesgosa, el nuevo Código diferentes. Hay quienes estamos dispuestos a seguir propose convierte en un obstáculo más para quienes se expreniendo el debate, a sembrar la duda sobre los límites que san de esta forma. Una traba burocrática que exige que las protestas sean notificadas por escrito o mediante correo dibujamos en el espacio público. Hay propuestas como las electrónico ante “la primera autoridad administrativa del del ‘concervezatorio’, aquella que se llevó a cabo el primero lugar”, o sea el alcalde. Se exige que tal comunicación sea de marzo en el parque de El Poblado, y que sirven para hacernos ese tipo de preguntas. ¿La calle es o no es un lugar suscrita por al menos tres personas y se debe expresar el adecuado para beber alcohol? ¿Quién sabe? El ejercicio de fin con el que se quiere protestar, el día, la hora, el sitio de preguntar es más importante que la pregunta en sí. Mienla reunión y la ruta que esta seguirá. Parte de la finalidad tras tanto, es fácil ceder ante la costumbre. Ahí va. de esto es que la ciudad prepare rutas alternas para que no

Opinión

Movilidad y

¿cultura ciudadana? Juan Pablo González Estudiante de Periodismo Jpgc23@gmail.com

¡Quítese de la vía, gran malparido!”, fue lo último que le escuché decir a un conductor de microbús cuando salía a pedalear por la vía al mar. El enojo que sentí fue inmediato, tanto que respondí enseguida: “¡Pase por encima si es que va de afán!”. El tipo me miró con desprecio y rabia y siguió su camino con el acelerador a fondo. Entonces pensé en los ciclistas que mueren en Colombia en accidentes de tránsito y en cómo hemos normalizado las tragedias que suceden en las carreteras y el morbo de un charco de sangre. Cada cierto tiempo, los medios de comunicación replican decenas de noticias en donde personas ebrias atropellan a peatones y ciclistas. Una vez pasa el ciclo mediático, la agenda nacional centra su opinión en otros temas que se vuelven noticia y poco o nada queda. ¿Dónde está la responsabilidad cívica y social por el otro, por el peatón, por el ciclista, por el motociclista? No se trata de victimizar a unos y culpar a los otros. Se trata de pensar en las dinámicas que ocurren afuera en las calles, donde la ciudadanía se construye a diario y donde el enojo y la desesperación

Un accidente no es un problema de movilidad, ni de salud; es un problema de convivencia y de formación en civismo. ¿Dónde queda la formación ciudadana? pueden acabar con la vida de alguien. Entretanto, adentro, las instituciones gubernamentales discuten una y otra vez fenómenos como la “movilidad” o la “sostenibilidad”, sin mayor alarma por las muertes en accidentes de tránsito. No es que no haya una preocupación por la vida: la hay, es un hecho, pero no va más allá de producir comerciales protagonizados por Pirry y dirigidos a todos y a nadie. No hace mucho, un grupo de jóvenes pertenecientes al colectivo La Magia de la Bici, junto con la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, invitaron a conductores de transporte público a montar en bicicleta por las principales calzadas de la ciudad. No se puede esperar más tiempo para motivar campañas —reales, en las calles— que alerten sobre la tasa de mortalidad provocada por accidentes de tránsito. Según los informes de la Secretaría de Movilidad, más de una docena de ciclistas murieron y más de medio millar resultaron lesionados en 2016. Para el caso de los peatones, el panorama es peor: cada tres días muere un peatón en Medellín. Lo preocupante es que, según el Plan Operativo Anual de Inversiones para 2017, los recursos que recibirá la Secretaría de Cultura Ciudadana son mínimos, en comparación con el capital que se le inyectará a la educación y a la salud. Está bien que se establezca una ruta que atienda prioridades en la ciudad, pero hay que tener conciencia de que un accidente no es un problema de movilidad, ni de salud; es un problema de convivencia y de formación en civismo. ¿Dónde queda la formación ciudadana? El hecho de respetar a la persona que comparte conmigo la vía es una acción mínima de inteligencia y cordura. El llamado de atención es para todos: conductores de motos, carros, buses, ciclistas y peatones: somos responsables de la integridad del otro.


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Radiografía

al pregrado en Periodismo Juan David Alzate Morales Coordinador, Autoevaluación del Pregrado en Periodismo juand.alzate@udea.edu.co

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n medio de un panorama nacional convulso en el segundo semestre del año 2001, entraron los primeros estudiantes al programa de Periodismo en la Universidad de Antioquia. Fueron la primera cohorte del único programa enfocado exclusivamente en la formación de periodistas en el país, marcando una diferencia frente a la gran cantidad de programas de comunicación social-periodismo existentes. Muchas cosas pasaron en ese segundo semestre del año 2001: los diálogos de Pastrana con las Farc estaban en crisis luego del asesinato de la exministra Consuelo Araújo, “La Cacica”; en televisión veíamos la caída de las Torres Gemelas en Nueva York; Álvaro Uribe Vélez, Horacio Serpa e Íngrid Bentancourt —quien meses después sería secuestrada— comenzaban una aguerrida contienda por la presidencia. Quince años han pasado y la formación de periodistas continúa en la Universidad de Antioquia. Los que ahora son estudiantes entran a analizar un mundo complejo: la polarización entre republicanos y demócratas en Estados Unidos, el acuerdo con la guerrilla de las Farc, medios de comunicación tradicionales y encuestas en crisis, un nuevo panorama en las redes sociales... Autoevaluarse para ponerse al día No es la primera vez que este pregrado se autoevalúa. Actualmente, gracias a un proceso finalizado en 2012, el programa cuenta con una acreditación en Alta Calidad otorgada por el Consejo Nacional de Acreditación del Ministerio de Educación Nacional. Pero la autoevaluación no tiene como único objetivo obtener un reconocimiento por parte del Mineducación. Es, también, el esfuerzo de garantizar un mejoramiento continuo en los procesos y, en especial, por parte del pregrado, de garantizar una formación adecuada y actualizada para sus estudiantes. Por eso, luego de la radiografía realizada en el pregrado a lo largo del año pasado, grandes retos se avecinan para la formación de los nuevos periodistas. El primero y más importante nace de las múltiples transformaciones en los últimos años en el consumo y generación de información. Luego de la subasta de la banda 4G en 2013, que implicó un incremento exponencial del uso de datos en la telefonía móvil, la dinámica de generación y consumo de contenidos es bastante particular y distinta entre usuarios y productores. El aumento exponencial de usuarios en redes sociales y la creación de sitios web y blogs denota una crisis de los medios tradicionales, y hoy, identificando estos cambios, muchos de los egresados en Periodismo emprenden proyectos mediáticos como independientes. Otros egresados llegan al mercado a fortalecer los sistemas de comunicaciones estratégicos de las empresas, con el uso de herramientas digitales; muchos otros llegan a ejercer en los medios tradicionales no como reporteros en las seccio-

nes convencionales, sino como estrategas en las nuevas salas de redacción digital. Las maneras en que se hacía periodismo hace quince años han cambiado y es por eso que la reflexión lleva a rediseñar el currículo como el nuevo y gran reto. El diagnóstico evidencia que el programa sigue siendo fuerte en sensibilizar a los nuevos periodistas hacia la búsqueda de historias que resalten lo humano. La dimensión social y política del periodismo no ha cambiado y es una apuesta natural de la formación en una universidad pública como la de Antioquia. El reflejo de estos criterios se evidencia en De la Urbe, un periódico que ha logrado ser reconocido como referente a la hora de hablar de periodismo universitario en el país. El otro reto, entonces: adaptarse, experimentar e innovar en las nuevas formas en que el periodismo se está desarrollando, pasando De la Urbe de ser un sistema de medios a ser, además, un laboratorio de ideas y de trabajo colaborativo frente a la reflexión del periodismo. Internacionalización e investigación Otro gran objetivo es comenzar a llegar a escenarios internacionales. La realidad del país muestra la necesidad de repensar la formación del periodista con una visión mucho más amplia del mundo, y esto implica trabajar para adquirir más experiencias en el ámbito internacional. En este punto, si bien falta consolidar de manera sistemática el trabajo desarrollado por estudiantes y docentes a la hora de realizar pasantías o visitas en instituciones y organismos en el exterior, es importante destacar dos grandes experiencias: DW Akademie (Alemania) y Casper Libero (Brasil). El convenio con la Deustche Welle Akademie constituyó un aporte a la reflexión sobre la memoria del conflicto colombiano. Apoyó la formación de los periodistas en zonas de conflicto y logró reconocer prácticas de recuperación de la memoria en otras regiones, comenzando por la misma Alemania y sus memorias del holocausto, hasta los trabajos desarrollados en países como Guatemala. Las relaciones académicas con la Casper Libero, la primera escuela de Periodismo de Brasil, han permitido que el programa se proyecte en términos investigativos con acciones claras como publicaciones conjuntas y experiencias que en un futuro permitirán la movilidad estudiantil. En cuanto a la investigación, es de destacar el surgimiento de nuevos semilleros, iniciativas que los estudiantes emprenden para reflexionar sobre diferentes aspectos propios del oficio. Una iniciativa que ha logrado poco a poco construir una comunidad más cercana a la cultura de la investigación y que invita a fortalecer la relación con los grupos de investigación ya existentes, como el de Estudios en Periodismo. En esta radiografía, es evidente lo mucho que se ha avanzado en estos años. Sin embargo, se tiene claro que el nuevo plan de mejoramiento deberá fortalecer la cultura investigativa de profesores y estudiantes, repensar y mantener una discusión abierta sobre la enseñanza del periodismo de hoy a la luz de los cambios sociales, velar por mantener y fortalecer una conexión con egresados y empleadores; y, sobre todo, pensar que la calidad no es un asunto eventual con fines de acreditación, sino que es permanente.

Cenicienta sin zapatilla Oh, qué será, qué será, nos preguntamos: ¿por qué en Antioquia solo se ejecutó el 55 por ciento del presupuesto asignado a la cultura en 2016? ¿Desaparecerán definitivamente los Antioquia Vive? ¿Seguirán abandonados los parques educativos? ¿Por qué no hay quién evalúe los proyectos de las convocatorias del Instituto de Cultura y Patrimonio? ¿Cuántas directoras pasarán este año por el Palacio ‘Rafael Uribe Uribe’? Oh, qué será, qué será: ¿por qué Medellín empezó este 2017 sin bibliotecas públicas, sin Casa de la Memoria, sin Teatro Lido? ¿Por qué las redes de creación tardaron tanto en iniciar sus procesos? ¿A qué se deben los múltiples cierres de teatros en la ciudad? ¿Hubo alguna charla entre la Secretaría de Cultura y la Alcaldía para que los primeros en aparecerse en el “Concervezatorio” fueran los agentes del Esmad? Oh, qué será, qué será: la cultura siendo la cenicienta de nuestras entidades; el cuarto de rebujos para las administraciones de Pérez y Gutiérrez. ¿Cuándo le daremos el respeto que se merece? Mientras tanto, hay por ahí doscientos libros que dicen que Helí Ramírez es una poetisa de Sevilla, Antioquia. Un error de antología. Por no leer, hermano, por no saber ni querer leer, y por no poner a hacer el trabajo a los que saben. La contaminación atardece Es casi cínico admirar la belleza de los atardeceres de finales de marzo en Medellín. No son atardeceres normales, sino que tienen unos morados, azules y naranjas intensos. Y no son naturales. En gran medida, se deben a la refracción de las partículas contaminantes que están en el aire de la ciudad. La contaminación ha generado que, en repetidas ocasiones este año y sobre todo durante el último mes, el Área Metropolitana haya tenido que declarar una alerta ambiental que pasó por varios colores hasta alcanzar un extremo del espectro: roja. Restricciones y bellezas aparte, lo cierto es que el cielo de la urbe ya no ofrece un aire óptimo y que los ciudadanos deben aprender a disminuir las emisiones contaminantes que producen; antes de que el rojo de las tardes se vuelva permanente y el veneno remplace a la belleza. La marcha de la culpa En todo un chascarrillo se ha convertido la marcha a la que convocaron Álvaro Uribe y Alejandro Ordóñez, que a costa de los asistentes pretenden legitimar los exóticos elefantes que han pasado por sus despachos. Una marcha convocada por un procurador destituido y un senador que brilla por el número de investigaciones que se le siguen —y más por las que deberían seguírsele—, no puede ser anticorrupción. La pérdida de memoria parece ser un mal necesario en la Colombia que olvida lo que su clase dirigente ha hecho durante años. Aparentemente, en este país, las marchas son para expiar las culpas y no para reivindicar derechos. Prodigiosos aquellos que tienen memoria para recordar, porque de ellos será la conciencia política. El hijo rebelde Aunque podría pensarse lo contrario, el exprocurador Alejandro Ordóñez no siempre reprueba la rebeldía. No al menos cuando él la ejerce. Desobedece las libertades individuales para discriminar públicamente –y, de ser posible, jurídicamente– a los homosexuales. Desobedece la legalidad para conservar su cargo, nombrando en la Procuraduría a los familiares de los magistrados encargados de postularlo. Desobedece la decisión de la Asamblea de Antioquia de no entregarle la Orden de la Antioqueñidad por incumplir los requisitos. “Soy y seguiré siendo hijo de Antioquia”, declara con su collar de arepas colgándole, y deja entre líneas este remate: “Quieran o no”. Un paisa no espera a que lo adopten, dirá. Un paisa verraco se hace adoptar. Y no queremos.

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6 Fronteras

Los ires y venires de Belén de Bajirá

Los habitantes de esta población no tienen claro en qué lugar de la geografía política de Colombia se encuentran. Solo saben que son ellos quienes deben aportar las respuestas sobre su pertenencia a uno de los departamentos que se disputan su jurisdicción, y tal vez no todos sepan lo único claro respecto a su ubicación en el mapa: coordenadas 7º22’18’’ de latitud Norte y 76º42’52’’ de longitud Oeste. Texto y fotografías: Luisa Fernanda Gómez Rincón Estudiante de Comunicación Social Periodismo herma7788@hotmail.com

A

Belén de Bajirá lo bautizaron así sus propios habitantes, aunque nadie recuerda muy bien por qué. Algunos dicen que es Belén porque los primeros pobladores leían mucho la Biblia y Bajirá por la palma de jira que abundaba en la zona; otros creen que es Bajirá por los terrenos bajos. Esa es solo una, la más baladí, de las muchas confusiones con las que los bajirenses han tenido que lidiar durante años sin saber muy bien a cuál departamento pertenece su jurisdicción, si es corregimiento o municipio, cuál himno cantar, cuál bandera honrar y cuáles fiestas celebrar. Este poblado está ubicado al sur del Urabá antioqueño, en la cuenca del río Atrato, a 43 kilómetros de la cabecera municipal de Mutatá. Los mapas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi —IGAC— lo ubican en el Chocó. La zona es reconocida en el país por su riqueza en recursos naturales —oro, níquel, cobre y petróleo—. Actualmente, en Bajirá viven unos 16.000 habitantes: cordobeses, antioqueños y chocoanos que han levantado un pueblo pluriétnico, paradójicamente sin identidad, al que le sobra pujanza para reclamar sus derechos. Con una extensión territorial aproximada de 2.050 kilómetros cuadrados, entre Antioquia y Chocó, Belén de Bajirá se ha convertido en la medalla de oro de una contienda política entre ambos departamentos desde hace diecisiete años. Pero, ¿qué tiene de especial este territorio para tal disputa, cuál es su historia y qué dicen sus habitantes? En me-

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dio de las diatribas, cartas y promesas de los mandatarios, los bajirenses tienen sus respuestas y reclaman, sobre todo, presencia estatal en una tierra huérfana por muchos años. Los orígenes En 1968 llegaron los primeros pobladores provenientes de Córdoba y municipios del Urabá antioqueño a Bajirá. Algunos venían huyendo de la violencia, otros buscaban tierras para vivir y trabajar. “Yo tengo de estar en esta tierra 48 años, fui una de las primeras personas en llegar por acá”, comenta José Marciglia, cordobés, camisa corta que deja ver su pecho, abarcas y pantalón corto. Prosigue: “En ese entonces esto era puro monte espeso. Un tío compró una parcela o puesto, como se le decía en la época, de cien hectáreas. La verdad, cuando llegamos no sabíamos de qué pueblo eran estas tierras. Empezamos a tumbar monte para empezar a hacer los ranchitos y detrás de nosotros fueron llegando más personas, unas de origen chocoano que vivían cerca al río. Recuerdo que llegó un señor de nombre Martín Lagos. Él gestionó unos préstamos con el Incora: nos entregaron 3.500 pesos. Era tanta la plata, que no me cabía en los bolsillos. Con eso mercamos y empezamos a construir. Ahora, con todo este problema, a mí me gusta Antioquia, pero la verdad actualmente nos interesa más ser municipio”. Ana María Muñoz también fue una de las primeras pobladoras de la zona y, como José, cordobesa. Cuando llegó, su esposo chocoano ya vivía en Bajirá y juntos empezaron a abrir camino en compañía de Marciglia. En poco tiempo levantaron catorce casas que construyeron colectivamente; es decir, planeaban qué día construirían la casa número uno, otro día la número dos y así sucesivamente hasta llegar a la catorce. A ese primer barrio lo nombraron Buenos Aires.

En 1973, un líder del caserío reunió a los pobladores para preguntarles a qué municipio querían pertenecer. La mayoría respondió que a Mutatá, Antioquia, por la cercanía. Posteriormente, según relatan José y Ana María, a través del Incora la comunidad gestionó la apertura de la carretera hacia dicho municipio y, con dineros del mismo


7 ¿Por qué la aperritorio, como la construcción de un megacolegio, el mejoramiento del centro de salud y la cobertura total de acueducto y tencia por Belén de “Antioquia está tomando territorios que alcantarillado para el pueblo. Por aquellos días, el Ministerio Bajirá? del Interior tumbó la propuesta del mandatario de realizar En Belén de Bajirá no le corresponden, quieren despojar a una consulta popular para que los bajirenses decidieran a qué se encuentra el cerro El departamento pertenecer. La comunidad, además, ya le había Cuchillo, rico en oro, un departamento mal administrado pero dado la espalda a dicha iniciativa, pues una consulta popular níquel, uranio, petrótraería violencia y politiquería y dividiría a la población. leo. Hace poco, explimuy rico por sus recursos naturales; El 7 de febrero, el IGAC ratificó el anuncio que, aparenca el líder comunitario Inicios del litigio temente, pone punto final al pleito histórico: Belén de Bajirá Henry Chaverra RobleEn 1996, pertenecienincluso los recursos que ya se explotan do a Antioquia, Bajirá prees del Chocó. El instituto inició los trámites respectivos para do, se descubrió fugas en Bajirá son del Chocó y las ganancias sentó un crecimiento pohacer público en los próximos días el mapa oficial del Chocó de gas. Estos son moblacional significativo tancon base en la Ley 13 de 1947, en la que se crea constituciotivos suficientes para monetarias se las lleva Antioquia”. to de antioqueños como de nalmente este departamento. Este mapa también considerará que este territorio cause chocoanos y cordobeses, y como territorio chocoano a tres corregimientos de Turbo, tanta polémica. un aumento en la actividad Antioquia: Blanquicet, Macondo y Nuevo Oriente. “Belén de Bajirá es comercial del pueblo. Con Entre ires y venires, los bajirenses siguen sin alcantaride Chocó, los límites la esperanza de desarrollo y al ver que Mutatá no podía llado ni acueducto, los centros de salud no cuentan con las nunca han desparecido; desde que Chocó era intendencia sostener un corregimiento tan grande, la comunidad, de suficientes herramientas y personal para atender a la poblaconservaba los mismos límites. Si Antioquia quiere ser la común acuerdo, creó la iniciativa de convertir a Belén de ción, y no hay programas de cultura, deporte, recreación, mejor esquina de América, necesita comunicarse con el PaBajirá en municipio. ni casa del adulto mayor. Dieciséis años tardó el gobierno cífico y necesita un pulmón como Bajirá”, sostiene Chaverra. Relata Amaury Arteaga: “Alberto Palacio como lícolombiano en resolver la pelea limítrofe. ¿Cuánto más tar“Antioquia está tomando territorios que no le corresponden, der y yo, en calidad de tesorero de la Junta de acción dará en reconocer la deuda histórica que tiene con este muquieren despojar a un departamento mal administrado pero comunal, hicimos el papeleo por la Asamblea de Antionicipio y ofrecerá la garantía para suplir sus derechos? muy rico por sus recursos naturales; incluso los recursos que quia. Alberto fue quien más luchó por estas tierras y lasya se explotan en Bajirá son del Chocó y las ganancias monetimosamente fue asesinado, creemos nosotros, por pertarias se las lleva Antioquia”. sonas a quienes no les convenía la municipalidad. Antes La mayoría de los comerciantes de Bade su muerte, radicamos el documento y la respuesta era jirá son antioqueños que llegaron a estableque no lo podían tramitar, que no era viable porque este cer sus negocios motivados por lo que conterritorio se encontraba dentro del Chocó”. sideran un potencial económico comercial. Luego de esa negativa, recuerda Arteaga, llevaron “Esto es una ventana de América del Sur el mismo proyecto al Concejo de Riosucio, bajo los esal mundo, está muy cerca a los dos océatándares legales de ese departamento. Allí lo gestionos: Pacífico y Atlántico. Es un corredor naron y en 2000 Bajirá se convirtió en municipio por comercial destacado que le aporta a toda medio de la Ordenanza 011 de la Asamblea del Chocó. Colombia. Para mí, todos somos Belén de Incluso llegó a haber alcaldes encargados por el Chocó; Bajirá”, dice William Betancourt, quien lleel primero de ellos fue Leopoldino Perea. va doce años en la zona y es oriundo del Fue entonces cuando surgió el litigio, porque AntioQuindío. “Antioquia nos puede brindar quia demandó dicha Ordenanza argumentando que se hamás en cuanto a salud, educación, infraesbían tomado franjas de su territorio para crear un municitructura, pero lo que realmente nosotros pio en el Chocó. Las autoridades antioqueñas reaccionaron queremos es ser un municipio, así sea de con una demanda ante el Consejo de Estado, que falló en Chocó. Aunque hemos vivido en comple2007 a favor de Antioquia, concluyendo que el territorio ta paz, los problemas de regionalismo los estaba en dicho departamento desde 1975 y que se había están trayendo los mismos líderes políticos beneficiado de sus servicios. Con la declaración de nulidad de ambos departamentos”. de la Ordenanza chocoana, Belén de Bajirá volvió a la naBajirá cuenta con riquezas naturales turaleza jurídica de antes como corregimiento de Mutatá. que los ‘chocuaqueños’ quieren aprovechar para el desarrollo de su gente y Centro de salud de Antioquia. Vivir en Bajirá de su pueblo. Cuando se camina por las La confusión jurídica dio inicio a la doble presencia calles de Belén de Bajirá, que son abuninstitucional de los departamentos en el territorio: hay dos dantes y extensas, se observa al negro, al colegios, dos inspecciones de policía, dos centros de salud, cordobés y el antioqueño compartir con dos alcaldes y hasta dos casas de apuestas. tranquilidad. El comercio es activo, se Los bajirenses conviven día a día con esa bipolaridad. ve mucha gente en las calles y hay gran Mientras en el colegio del Chocó, I.E. La Unión, los profesocantidad de motos y carros. res enseñan la historia de los palenques, hablan de cimarro“Si estas tierras fueran estériles no hanismo y sus alumnos izan una bandera verde, amarilla y azul; bría pelea alguna, pero como esta zona es en la I.E. Belén de Bajirá los estudiantes celebran el día de la tan rica y tiene una ubicación geográfica antioqueñidad el 11 de agosto. Si una de las dos inspecciones estratégica, por eso es la disputa”, insiste de policía niega un permiso, la otra lo concede. Henry Chaverra. Según él, Bajirá aporta el “En tiempo de campañas políticas vienen represencuarenta por ciento de la ganadería del Uratantes de otros municipios a dar sus discursos acá y el día bá antioqueño, al igual que el 35 por ciento de la votación mandan a buscar la gente. Nos convertimos del plátano de la región. Además cuenta con en un pueblo de nadie”, comenta Julio César Cuesta, ebagrandes proporciones de tierras vírgenes. nista de Bajirá. “Acá ni los alcaldes mandan, ya la gente no le cree a ninguno. En cualquier problema ambas admi¿Será el final? nistraciones nos dan la espalda porque no pueden invertir En 2014, los bajirenses llevaron a en un pueblo que se los pueden quitar. Necesitamos una cabo una protesta pacífica. Todos: los que solución pronto, de cualquiera de los departamentos; lo trabajaban por Antioquia, los que trabaque deseamos es que nos digan de dónde somos y poder jaban por el Chocó, el mestizo, el paisa convertirnos en un municipio desarrollado”. y el negro. Durante ocho días, cerraron Entre tanto, los jóvenes sienten que por este prolas instituciones educativas y las casas de blema no hay opciones de educación superior ni exisapuestas de ambas partes y el comercio no Centro de salud de Chocó. ten proyectos que los beneficien; no hay deporte, múse movió. Al tercer día lograron entablar sica, danza, pintura o teatro. conversaciones con del Ministerio del In“Con tanto tiempo que tenemos para conversar y terior, le expusieron la problemática y se creó una mesa de molestar, un día decidimos llamarnos los ‘chocuaquetrabajo en la que todos estaban representados. En julio de ños’”, agrega Yéiler Rentería, de diecinueve años, na2014 inició nuevamente el proceso de deslinde. El periódico informa cido y criado en la localidad: “No tenemos una idenEl comité se trasladó a Bogotá y empezó a trabajar en tidad definida y los que estamos pagando los platos un nuevo proceso de límites. El Instituto Geográfico AgusPortería del metro rotos somos las nuevas generaciones”. tín Codazzi expidió en febrero de 2016 el Informe Técnico de Los adultos también se sienten frustrados por la falta deslinde entre los departamentos de Antioquia y Chocó, Sector Belén de de oportunidades. Juan Derley Cuesta tenía el sueño de Bajirá. En dicho informe se estableció la existencia efectiva ser un futbolista profesional. Creía en sus capacidades, de la división de aguas entre el río Tumaradocito y el río-capero no tuvo un entrenador o un lugar adecuado para ño Tumaradó: según este informe, Belén de Bajirá pertenece desempeñarse como jugador. “Mi juventud se perdió acá, al Chocó. Antioquia contratacó y presentó una impugnación porque cuando empezó el diferendo limítrofe yo era un al Informe del IGAC ante el presidente de la Comisión de niño; me encantaba el fútbol, pero acá no había cancha, Ordenamiento Territorial, senador Carlos Enrique Soto. tampoco entrenador, nada relacionado con el deporte más El 14 de diciembre de 2016, la decisión del Congreso, que popular del mundo. No había, ni hay quién mande un bade acuerdo con la sentencia del Consejo de Estado era el encarlón, ni de Riosucio ni de Mutatá”, dice Cuesta. gado de resolver el deslinde de Belén de Bajirá, sostuvo que la Los bajirenses han aprendido a unirse como pueblo, competencia para definir los límites correspondía al IGAC, por a vivir con esa multiculturalidad. Siempre han vivido en lo tanto este quedó como el encargado de resolver la disputa. paz y no han dejado que este conflicto los divida. No obsEn medio de la contienda, a principios de febrero de tante, empiezan a temer por los niños y jóvenes, quienes este año, el gobernador de Antioquia, Luis Pérez, encabezó muestran rivalidad y se atacan verbalmente entre unos y un consejo de seguridad en Bajirá por la muerte de un líder otros criticando su procedencia y su raza. reclamante de tierras y aprovechó el espacio para divulgar a sus habitantes los nuevos proyectos e inversiones para el te-

organismo, consiguieron la construcción de una escuela para los niños. Sin embargo, las cédulas de ciudadanía eran expedidas por un inspector de Riosucio, Chocó.

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8 Obras

Domesticar las imágenes,

domesticar las palabras Pedro Agudelo Rendón, ganador del Premio Casa de las Américas en la categoría Ensayo de tema histórico-social, es profesor de cátedra de la Universidad de Antioquia en el Área de Lingüística y Literatura. Su búsqueda intelectual se encuentra en las palabras y las imágenes. En lo dicho y lo imaginado. Dos profesores, dos premios, una universidad Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo @juanduermevela Fotografía: Cortesía Pedro Agudelo Rendón

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edro Agudelo tomó una de sus tantas hojas sueltas y apuntó: “Escribir un libro sobre ecfrasis e imaginario”. Pudo usar el futuro simple: “Escribiré un libro”. También, y quizá más acertado, el imperativo: “Escribe un libro”, lo que sería como una orden autoimpartida, la voluntad como la obediencia a sí mismo. En cambio, la frase con el verbo en infinitivo señalaba una acción sin momento, sin espacio, que servía a lo sumo como recordatorio. La próxima vez que Pedro Agudelo leería esa línea perdida en una hoja en blanco habrían pasado años. Pocas semanas atrás había recibido un correo que lo anunciaba como ganador del Premio Casa de las Américas 2017 en la categoría Ensayo, por su libro América pintoresca y otros relatos ecfrásticos de América Latina. Entonces sonrió y pensó, como quien le habla a un mensajero del pasado: “Tienes razón, debía escribir ese libro”. El anterior inicio podría dar a entender que este texto trata sobre el libro premiado, lo que es solo parcialmente cierto. Aquí se habla de un libro no leído, que no ha sido publicado. Se habla, en rigor, de un libro que no puede leerse, un libro imaginado, rastreado a través de sus huellas: otros libros, consultas furtivas en internet, los pensamientos del profesor de cátedra que hace años apuntó en una hoja suelta, a modo de premonición o de orden, “escribir un libro sobre ecfrasis e imaginario”, y al que le sucedió este hombre que ahora habla, sentado en una plazoleta de la Universidad de Antioquia. Habla de arte, de ecfrasis, de imaginario. Hay palabras que generan insatisfacción, cuyas definiciones no bastan. Pedro Agudelo sabe por ejemplo que el imaginario “implica que una sociedad empieza a construir un relato, y en ese relato se representa a sí misma”; sabe también que “la ecfrasis es una representación textual de una representación visual”, un texto que describe o surge de una pintura o una escultura. Pero saberlo no lo tranquiliza. Esas definiciones, e incluso otras más amplias, son inferiores a su curiosidad. —He venido pensando la ecfrasis en otra dimensión —explica—, en la de las representaciones sociales, en un sentido más vinculado con lo ideológico, con lo social, con lo político. Los imaginarios tienen que ver con representaciones, con lo que vive, hace e imagina la gente. La ecfrasis también es representación y también es una imagen. Ahí se conectan ambos conceptos. Menciona una metáfora de Castoriadis, quien describe el imaginario como el magma que, al solidificarse, deja capas en la tierra. Preguntarse por el imaginario latinoamericano

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a través de sus evidencias —las obras de arte, los descubrimientos tecnológicos, la propia cotidianidad de las personas— sería pues como levantar cada una de esas capas. Es el caso de la instalación Musa Paradisíaca del artista colombiano José Alejandro Restrepo. Se trata de un recinto en penumbra con racimos de plátano hartón de tamaño humano que penden del techo y de cuyas puntas emergen, como flores, pequeños televisores que reproducen fragmentos de noticias de masacres en plantaciones bananeras en Colombia. —Lo que José Alejandro Restrepo hace es un esfuerzo por mostrar los imaginarios sociales —se detiene, niega con la cabeza—. No, eso no le importa a él. Él lo que hace es su obra, no un tratado. Soy yo quien lo mira desde ese punto de vista, porque me sirve para evidenciar cosas. Ahí hay algo que se está cosiendo. Ese verbo, coser, me gusta en términos del imaginario. A lo largo de la historia de nuestro país algo se ha ido cosiendo alrededor del vínculo entre las plantaciones de banano y la violencia. —Hay una forma de ecfrasis en eso —afirmo, pregunto—: una obra artística que pasa por el filtro de un análisis teórico como el que usted hace en el libro. —Eso, exacto —responde con entusiasmo—. Otro ejemplo sería Nadín Ospina y sus obras de estilo precolombino con la imagen de Bart Simpson o de Mickey Mouse. Lo que presenta es una hibridación, como diría Canclini, entre una obra precolombina y una imagen contemporánea. Ahí hay un imaginario —una capa del magma—. Ahí está conjugada esa mezcla que vemos en la cotidianidad, en el poncho que se le pone al Niño Jesús, en esa forma de domesticar las imágenes que no son nuestras, que las hacemos nuestras. —También hay imaginarios que nacen de vaguedades —continúa—, que solo tienen sustento en suposiciones o en otros imaginarios. Si una persona solo ve películas que presenten a Colombia como el único país del mundo que produce droga, quedará con esa idea. Es un imaginario externo, que se construye desde afuera para crear una imagen de adentro. Pienso entonces en el riesgo del imaginario e, inmediatamente, en un fragmento de Bonsái, una novela del chileno Alejandro Zambra: “No era bello Madrid, al menos para Anita, para la Anita que aquella mañana debió sortear a la salida del metro a un grupo de marroquíes que tramaban algo. En realidad eran ecuatorianos y colombianos, pero ella, que nunca en su vida había conocido un marroquí, los pensó como marroquíes, pues recordaba que un señor

El escritor Pablo Montoya obtuvo el premio de narrativa José María Arguedas, otorgado por Casa de las Américas de La Habana, Cuba, por su novela Tríptico de la infamia. En 2015 recibió en Venezuela el premio Rómulo Gallegos por esta misma novela y en 2016 el Premio José Donoso, de Chile, como reconocimiento a su obra literaria. Pablo Montoya y Pedro Agudelo, ambos profesores de la Universidad de Antioquia, se suman ahora a los colombianos laureados por Casa de las Américas en años anteriores, como Piedad Bonnett, William Ospina y Juan Manuel Roca. había dicho hacía poco en la tele que los marroquíes eran el gran problema de España”. —¿El imaginario puede incidir en la realidad, en las acciones de las personas? —pregunto. —Sí. Esa es una perspectiva pragmatista: nosotros tenemos efectos sobre la realidad porque tenemos fe en eso que hacemos. Uno pocas veces hace cosas en las que no tenga fe —“Nadie hace nada convencido de su injusticia”, diría Javier Marías, pero mis pensamientos no interrumpen las palabras del profesor—. Una acción puede desencadenar otras acciones o crear un acontecimiento, una gran acción, algo que no afecte solo a una persona, sino a muchas. Eso también produce imaginarios. Un ejemplo es la obra de Carlos Uribe, Nuevos horizontes, en donde se presenta a Pablo Escobar señalando al horizonte, imitando a un referente de la cultura antioqueña, la obra Horizontes de Francisco Antonio Cano. La obra de Uribe tuvo que ser desinstalada, pero lo que él señalaba era que Pablo Escobar creó un imaginario, que todavía hay quienes lo ven como un Robin Hood —el imaginario como espejo que asusta—. Pero ahí está la función de la política, de la educación, en transformar eso. Los imaginarios sociales nacen, crecen, se reproducen… y también pueden morir. Días antes de esta conversación, otro entrevistador le comentó a Pedro Agudelo que notaba cierto optimismo en su forma de abordar los imaginarios. Al principio no entendió, no estuvo de acuerdo, respondió automáticamente. Con los días se dijo que sí, que el concepto de imaginario le interesa más que el de utopía, porque a diferencia de este el imaginario no es “un camino para caminar”, como diría Eduardo Galeano —otro premiado con el Casa de las Américas—, sino un camino que lleva a algún lado, “un camino levantado sobre sueños, sobre deseos, sobre ideales, sobre cosas que son muy abstractas, pero que van definiendo cosas concretas”. Arte, ecfrasis, imaginario. Hay palabras que generan insatisfacción, cuyas definiciones no bastan, palabras que hacen que un profesor de cátedra invierta años de estudio para desentrañarlas y una mañana, sin mirar una orden autoimpartida perdida en un papel, decida verter sus pensamientos en un texto, firmarlos, enviarlos a un premio. Puede que esa insatisfacción albergue en el fondo una esperanza. Uno pocas veces hace cosas en las que no tenga fe.


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Ciento un años

pensando como un viejo Andrés Esteban Acosta Estudiante de Filosofía a-acosta29@hotmail.com

escribió en el prólogo del libro lo siguiente: “No pienso yo que González se haga el viejo o finja haber envejecido, ni tampoco que esto último le haya pasado en realidad: lo que me parece es que muy sinceramente se cree él llegado a interior vejez prematura, a causa de amargores que el ejercicio demasiado temprano de ciertas facultades del espíritu le ha nsistir en el camino del pensamiento propio asumienpuesto más que en el corazón en el cerebro”. do la vida como objeto de análisis fue el eco que dejó El joven hecho viejo emprendió un camino de escritor Fernando González desde su primera obra. De allí que y pensador que sería prolongado hasta el instante preciso sus búsquedas sean compartidas por diversos lectores. Estos de su muerte en 1964. Pese al paso del tiempo, Fernanse han encargado de dotar de inusitada vigencia al autor nacido González siguió siendo el vitalista y melancólico de su do en Envigado. Y digo inusitada vigencia porque otros autoprimer texto, características que acompañaron el resto de res de esos que solemos llamar “nuestros”, no han recibido el su obra que más que proyectos de escritura dirigidos a un mismo beneplácito que sí ha recibido el escritor que para 1916 determinado público, fueron verdaderos ejercicios de brega era un muchacho que sin complejos se lanzaba al escenario de íntima y de búsqueda constante. la publicación de pensamientos o reflexiones propias. Pensamientos de un viejo fue entonces el libro del muchaRevestido del aire de panida y con el serio deseo de cho que ya intuía el peso del paso del tiempo. Este decadedicarse a las cuestiones filosóficas, para él vivencias, Ferdentismo fue propio de un contexto de muchachos que nando González completó la tarea que años atrás ya había aceptaron un principio de nostalgia como forma de vivir dejado asomar en los números del cinco al diez de la rela juventud. Así fue como Fernando firmó a muy temprana vista Panida, publicación desvergonzada de muchachos que edad un compromiso con el pensamiento, un compromiso se dedicaban a leer, escribir, ver muchachas y otras actique nunca fue evadido por el autor. vidades de lo que es posible llamar una manifestación de El trayecto inaugurado por Pensamientos de un viejo marla bohemia montañera fluctuante entre la melancolía y la có el inicio de posiciones encontradas en torno a la figura ensoñación. Los textos que allí aparecieron y que fueron de Fernando González. Por un lado los que lo alabaron y publicados entre abril y junio de 1915 fueron sus “Meditapor otro los que despotricaron. Sin la necesidad de tomar ciones”, una serie que posteriormente pasaría a ser una secpartido por unos o por otros, lo que sí es posible decir es ción de Pensamientos de un viejo, y el texto “Juan Matías”, que que González fue leído desde que su primer libro vio la luz. pasaría a la sección “Desde mi tinglado” del mismo libro. Unos y otros reconocieron en él un pensamiento que propoPensamientos de un viejo como proyecto íntegro sale a la nía salirse del molde de la mera recepción de ideas europeas. luz en abril de 1916 acompañado de elogios y de buenos auSus intenciones eran atrevidas, consistían en dedicarse a pengurios sobre el nacimiento sar huyéndole al miedo que de un pensador en tierras significaba —y aún lo sigue antioqueñas. Don Fidel siendo— hacerlo por nosoCano, por aquellos días tros mismos. De un libro a otro, y toda su vida, director de El Espectador, y Pensamientos de un viejo fue Fernando González se encargó de conocedor de las andanzas el inicio de una trayectoria de del autor desde que este publicaciones que se cerraría ir a pie, como uno de sus títulos, se reunía con los panidas con La tragicomedia del padre en las instalaciones donElías y Martina la Velera (1962). caminando y gastando la existencia, de funcionaba su diario, De un libro a otro, y toda su se encargó de prologar vida, Fernando González se extrayendo de las experiencias propias la obra de un Fernando encargó de ir a pie, como uno González que, sabiéndode sus títulos, caminando y constante material de pensamiento. lo o no, estaba dejando gastando la existencia, exconsignados todos los trayendo de las experiencias problemas que luego se propias constante material de desarrollarían con mayor pensamiento. En su camino detenimiento en el resto de sus obras. supo ser otros sin dejar de ser él mismo, prueba de ello es su alter Para la segunda década del siglo xx, publicar pensamienego Lucas de Ochoa que aparece en algunas de sus obras; supo tos propios era una tarea difícil. De allí que fuera necesario, renunciar a la publicación de sus textos para tomarse un tiemmás allá del talento literario, contar con buena publicidad. po de silencio durante el cual aprenderse, silencio que inició al Las notas de prensa de El Espectador, El Sol, El Correo Libefinal del libro El maestro de escuela firmando como Ex Fernando ral, Renacimiento, impulsaron el nacimiento de un texto que González y que culminó con el Libro de los viajes o de las presencias quedaría en el recuerdo como la primera empresa libresca de en 1959, publicado gracias a la contribución de Alberto Aguirre. un escritor de veinte años que fluctuaba entre la lozanía y la González supo vivir escribiendo y en esa constante logró articuvejez. A propósito de esta oposición temporal, Fidel Cano lar todo un pensamiento diverso en sus temas.

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Por Fernando González han pasado, con sus lecturas y comentarios, muchos personajes relevantes en el panorama literario e intelectual de la región y del país. Entre tantos nombres que pueden ser mencionados sobresalen Tomás Carrasquilla —que en una de sus cartas (1934) además de llamarlo amigo le augura que con su texto El hermafrodita dormido cosechará muchos lauros—, el padre Alberto Restrepo —quien en su libro Para leer a Fernando González estudia extensiva y comprensivamente su obra—, Manuel Mejía Vallejo —que en uno de sus escritos mencionó que escribía sobre él “por un simple acto de agradecimiento” —, Alberto Aguirre —que le siguió sus acertados caprichos editoriales—, León de Greiff, Mario Escobar Velásquez, Óscar Hernández, los nadaístas y José Manuel Arango. Este último le dedicó unas bellas líneas en el poema que lleva por título “Pensamientos de un viejo”, dedicado a Fernando González hijo: 10. Nos pensó. Tuvo ojos para ver nuestro entorno. Conocía esta tierra. Una tierra como útero herido por el partero con la uña. 11. Y esa forma suya de hablar, con vocablos redondos, duros. Uno sabe: esto es mío. Se reconoce. Usó para pensarnos el dialecto que hablamos. [Fragmentos del poema] Paralelo al primer libro que publicó Fernando González quedaron en las libretas los apuntes de lo que sería, en publicación póstuma, El payaso interior (2005). En este texto, prologado por Ernesto Ochoa, González deja ver el carácter decadente que hay en sus primeros apuntes al referirse a la publicación de su primer libro: “Es preciso aceptar esta alegría nueva ya que mi vida es tan triste de continuo. Quizá el segundo libro no me proporcione semejante contento. Quizá la vida venidera sea una cadena de melancolías. Aceptemos este vaso de regocijo que se nos ofrece, ¡oh corazón mío!”. Ciento un años después, Pensamientos de un viejo sigue siendo un libro leído. Las diferentes ediciones que se han hecho son una muestra de la buena acogida que los lectores le han dado a un autor que continúa generando posiciones encontradas. Más allá de los opuestos que se puedan configurar en torno a este personaje, hay que aplaudir que por lo menos se esté leyendo, bien o mal, a un pensador local. Lo demás es cuestión de búsquedas y pretensiones. De estos primeros textos queda, además, por lo menos en términos de estilo, la constancia inicial de una escritura de apuntes. Escribir es apuntar lo que se extrae de la vida, parece decirnos González con el estilo de su texto. Quizá esta es una de las razones que han mantenido vivo a este autor. Su escritura fue honesta con su pensamiento, con su vida y con su lugar en el mundo.

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ESPECIAL E

CORTÍRMOENSEIGSLDO Julio César Orozco Ospina Profesor de Periodismo Judicial julioo43@gmail.com Fotografías del Especial: Juan David Tamayo Mejía

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n 1901, apenas despuntando el siglo XX, en esta Villa del Aburrá fue encanada Filomena Díaz por su actitud alcahueta frente a los comportamientos inmorales de sus dos hijas, quienes recibían hombres en su casa a cualquier hora del día. En pleno corazón de Guayaquil, once años después, Juan José Henao fue capturado y acusado de blasfemia en un caso que conmovió a la población y tuvo como ofendido a Dios. Una tarde cualquiera de febrero, por allá en 1940, Ángel María Barrientos moría desangrado sobre el piso de ladrillo de una vieja cocina, de una finca de Valdivia: había recibido diecinueve machetazos. Tres años después, en Medellín, ahí en la iglesia de la Veracruz, Jesús Abad era obligado a casarse con Alicia Franco, una jovencita de dieciséis años a quien él, hombre mayor, había despojado de su virginidad, apenas un par de semanas antes, mediante engaños y falsa promesa de matrimonio. Estas historias bien podrían estar enterradas en alguno de los trece mil expedientes judiciales que guarda con cuidado, desde 1985, el Archivo Histórico Judicial de Medellín, ubicado en la Universidad Nacional de Colombia en su sede de Medellín. Pero los historiadores, los investigadores y ahora los periodistas, nos atrevemos a hurgar en esos papeles frágiles y polvorientos para desentrañar, en duro combate, la historia nunca contada, la crónica judicial que los diarios apenas si reseñaron. La evolución de un crimen que, sin duda, conmovió a un pequeño pueblo, a una alejada vereda, a esa Medellín parroquiana que, entrado el siglo pasado, apenas si intentaba abrirse a los cambios que nos traería el desarrollo de la industria y el comercio. ¿Qué significa esta tarea? Primero, como ya se ha dicho, enfrentarse al expediente judicial. La documentación, que va desde 1664 hasta 1964 y corresponde a los períodos Colonial, siglo XIX y parte del XX, está clasificada apenas por unas cuantas palabras relacionadas con el lugar de ocurrencia de los hechos o el tipo de delito. Si nos atrevemos a indagar entre esos expedientes anteriores a los años treinta, entonces advertimos que no hay máquina de escribir, todo está manuscrito en una caligrafía que, bien por el paso del tiempo o por la escritura libre de quien levantó el expediente, requerirá de muchas lecturas, entrenar bien el ojo y, si es del caso, hacer un curso de grafología. De otro lado, un expediente judicial, y eso es así hasta nuestros días, es un amasijo de papeles poco uniforme que puede contener entre veinte y dos mil folios de declaraciones, testimonios, autos, descripciones, entrevistas, requerimientos o apelaciones, sin que la historia parezca llevarnos a ningún camino cierto. Por eso, estas crónicas judiciales deben nutrirse con aquellos libros de historia que nos relatan los usos y costumbres del momento; con la historia y evolución misma de la criminología, que nos habla de lo normal y lo anormal, de lo que la sociedad premia y castiga; por tanto, de lo que es o no delito. Pero, ante todo, toca ir siempre a esa fuente primaria que registró el hecho, los archivos de ese diario, folletín o revista que ya no son periódico de ayer, sino la crónica de hoy, que con todos sus detalles narró y puso a hablar a una sociedad entera de tal hecho escandaloso, de aquel acto reprochable, de este macabro crimen, de aquel aterrador malhechor. De la crónica judicial se dice casi de todo. Se la señala de haberse convertido en género menor, que tuvo sus días de gloria en esa mitad del siglo XX cuando sus reporteros llegaban al lugar de la noticia antes que los operadores de justicia y ayudaban con la solución del crimen y la condena

No. 83 Medellín, abril de 2017

del culpable, con gran celeridad y diligencia. Ahí están Felipe González Toledo, el “auténtico sabueso de la reportería policiaca”, cuyas crónicas sobre el mundo del crimen bogotano, compiladas en varios volúmenes, aún se leen como si fueran suceso de ayer; Octavio Vásquez y Jairo Zea Rendón, quienes desde Sucesos Sensacionales, en tierra antioqueña, pretendieron convertirse en los mejores aliados de la justicia y la moralidad pública; y el infaltable Alfonso Upegui, Don Upo, maestro de la sátira, la ironía y el arte de la titulación, capaz de convertir un expediente de mil páginas en su magistral cuartilla “De los estrados judiciales” en El Colombiano. Hay que decir que la crónica judicial sigue siendo género mayor, y no solo por el hecho de que las grandes historias que están narrando hoy los medios alrededor del mundo sean, ante todo, las grandes crónicas del crimen transnacional, sino por mi convencimiento personal (permítanme hablar desde mi experiencia de maestro) de que quien es capaz de contar una crónica judicial bien contada, de principio a fin, ya está preparado para enfrentarse a cualquier historia. Pues en ninguna parte, como en la crónica roja, palpitan con tan extraordinaria fuerza el pasado, el presente y el futuro, con sus hechos, detalles y protagonistas.

La Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, conserva los archivos judiciales de la región.

Historias olvidadas Estas, las crónicas que nos dejan narrar los archivos judiciales, se reducen en buena medida a pleitos de vecinos, conocidos y amigos que, en una cantina de barrio o en apartado paraje veredal, resolvieron sus más cotidianas diferencias personales, religiosas o políticas con el filo de una navaja o una rudimentaria arma de fuego. En otra esquina del delito, son protagonistas de primera línea, miren ustedes lo curioso, los amantes y los amados, aquellos que le perdieron una apuesta al amor o que, en su intento de ganarle, cometieron muchos delitos en su nombre. Las ofendidas: ellas, puras, castas, virginales, doncellas, enamoradizas. Los culpables: ellos, machos, donjuanes, aventureros, enamoradizos, defensores del honor, sinvergüenzas. Los testigos: sirvientas, celadores, curas, costureras, tenderos, amigos: todos, culpables de alcahuetería. Las pruebas del juicio: cartas, fotos, poemas, cancioneros, mechones de cabello, boletas, esquelas, pañuelos marcados con las iniciales del ofensor. Ahí están, en los expedientes, como prueba inmortal de un amor prohibido. La sentencia: la Ley absuelve al hombre y la sociedad condena a la mujer.

De la crónica judicial se dirá, también, que les da voz a aquellos sujetos anónimos, a esos personajes que, solo con su pequeña tragedia o su terrible muerte, la prensa reconoce para regalarles un instante de honor y de fama. Para quienes ni eso tuvieron, debemos intentar contar estas crónicas. Lo hemos hecho de la mano de un grupo de estudiantes de Periodismo Judicial. No ha sido tarea fácil, no solo por lo dicho hasta acá, sino por el propio reto que para nuestros nuevos periodistas implica enfrentarse a los intríngulis de un expediente judicial incompleto, denso y olvidado. Y porque siendo la nuestra una nación atravesada por el conflicto, a los reporteros aún nos cuesta mucho entendernos con la realidad del crimen. De las historias rescatadas, se hizo una selección que recoge diferentes momentos históricos, lugares, circunstancias y modalidades de los delitos, muchos de los cuales dejaron de existir hace décadas en el Código Penal colombiano. A su vez, cada periodista ha intentado imprimir su estilo y su voz narrativa, permitiendo que, dada la licencia literaria que otorga el paso del tiempo, sean incluso los mismos muertos quienes cuenten su historia. Quienes no encontraron justicia en la Tierra, quizá en estas crónicas se sientan redimidos para la eternidad.


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ESPECIAL

CORTÍMENES DE RO SIGLO

Luisa María Valencia Estudiante de Periodismo luisa.valenciaa@udea.edu.co

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l negocio de su vida lo había llevado en sus entrañas. O eso decían los vecinos del barrio Oriente de Medellín, quienes habían visto entrar y salir hombres de la casa de Díaz sin importar la hora. Hombres deseosos de lo fresco, en busca de jovencitas para atender sus pasiones; mientras ellas, las hijas de Díaz, estaban dispuestas a saciarlas desde la comodidad de su hogar. Filomena: la madre, la señora de la casa, la viuda. Filomena Díaz: la alcahueta. Maldina y Rosana Laverde Díaz vivían en boca de los vecinos: unos hablaban de ellas, otros las besaban.

Valentina Herrera González Estudiante de Periodismo valentina.herrera@udea.edu.co

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esulta, pues, que el 14 de septiembre de 1943, a Alicia Franco Marín, de tan solo dieciséis años, y a su amiga María Horfalina Gómez, les expidieron orden de detención por abandono de hogar. La primera, oriunda de San Vicente y vecina de Medellín, vivía en La Paz con Cúcuta y había trabajado durante los últimos nueve meses en la panadería de las Hernández. Hacía los pasteles de dulce y ganaba nueve pesos al mes.

Y Filomena, reprochada por su silencio permisivo, les concedía siempre el sitio de encuentro. Quienes seguían desde sus ventanas el transcurrir cotidiano de estas tres mujeres, aseguraban —por mayoría— que eran de vida fácil, prostitutas; mas lo cierto es que de pesos y ganancias nada sabían. Eso sí, a comienzos del siglo XX (1901) era preferible decir que ellas tenían un precio y no solo una vida para el placer. Maldina era la mayor y —chismeaban— la más furcia. Había vivido por un tiempo en Ciudad Bolívar, municipio, con Antonio Parra sin que este fuese su marido; allí mismo, un tiempo después, vivió con Francisco Mejía, quien pretendía también a Rosana. Las tres mujeres, oriundas de Medellín, habían vivido además en Andes y Jericó, pueblos en los que afianzaron la fama que ya cargaban desde su ciudad natal y en los que se juzgaba con mayor dureza a Díaz, por su omisión. Así, un día cualquiera, Filomena abandonó a sus hijas con la excusa de que se sentía agotada por la vida que llevaban. Los mismos vecinos, atentos a esas mujeres que les daban tema de conversación todo el día, decían que se había ido porque no soportaba lo que se vivía en su hogar, lo que ella permitía que se viviese. Filomena, la pobre, prefirió hacer y vender tabaco a seguir de alcahueta: no advirtió que el silencio y las excusas de su partida también podían condenarla.

Cuando decidió regresar a casa, nada había cambiado. La misma fama de sus hijas y los mismos vecinos chismosos, ahora más que antes. Había uno, José Joaquín Escobar, que estaba cansado, no de las hijas prostitutas, sino de la madre encubridora, y había decidido denunciarla ante la Inspectoría de Policía del barrio. Manuel Sencial fue el encargado de defender a la madre. Se distinguió por su talento para solicitar plazos y allegar testimonios que no tenían contrapeso en quienes declaraban en contra. Incluso, luego de la sentencia condenatoria, solicitó una prórroga para la entrega de Filomena, aduciendo que una de sus hijas estaba agonizando. No pudo comprobarlo y tuvo que pagar una multa de ochocientos pesos por obstrucción a la justicia. Uno a uno los vecinos testificaron, alimentando la denuncia del señor Escobar. Decían que Filomena autorizaba con su silencio, que alcahueteaba a sus hijas para que se entregaran, que en la noche las llamaba para que recibieran a los hombres que tocaban la puerta. La señora Díaz había sido cómplice de los actos de sus hijas y su alcahuetería tuvo condena. Fue sentenciada a permanecer un año en prisión. Delito: alcahuetería. Sindicada: Filomena Díaz. Ofendida: la moral.

¿Por qué estas niñas, conocidas por su buena conducta, eran acusadas de tal delito? Para desenredar este cuento, nos tenemos que devolver unas dos semanas, cuando la Marín —apellido que ella prefería— acompañó a Herminia Gómez, prima de su amiga, en busca de unos zapatos para María Horfalina. Anduvieron un rato por la ciudad. Primero, fueron a la plaza de mercado y, luego, al almacén de Jesús Abad Aguirre, donde al fin consiguieron los zapatos. Pero allí no acabó la historia. Abad, muy amable, atendió a las señoritas y prometió pasar por la panadería en la tarde para visitar a Alicia. La muchacha no pudo verlo porque no le dieron permiso en el trabajo. Al siguiente domingo, sin embargo, se encontraron en un bazar en la Estación Villa. El comerciante, de 35 años, le dio su número telefónico para que lo llamara. Y así lo hizo Alicia, al lunes siguiente. Conversaron un ratico, pero no quedaron en nada. La pareja volvió a verse antes de lo esperado, el mismo lunes, donde las Hernández, con la promesa de que solo conversarían cinco minutos. Pero como les habían cerrado la puerta de la panadería, a eso de las siete de la noche se fueron otra vez para la Estación Villa, donde los cinco minuticos se convirtieron en dos horas. Resultó, pues, que ese señor Abad era viudo y quería retomar la vida marital — quién sabe por qué— con la niña Alicia: le hizo manifestaciones de amor, pero le advirtió que no se encaprichara mucho, porque él primero tenía que averiguar quién era la familia de la agraciada muchacha, antes de tomar tan seria decisión. A todas estas, cuando ya se despedían, Jesús y Alicia se encontraron con Horfalina, su novio y un amigo de este. Los jóvenes se ofrecieron a

llevar a Alicia a casa de Horfalina, situada en el sector de Robledo, pues ya era muy tarde para que anduviera sola en la calle. Cuando llegaron, la vivienda de Horfalina estaba cerrada y con las luces apagadas. Por miedo a tocar la puerta y recibir el regaño de los padres, las dos jóvenes salieron a buscar una pensión donde pasar la noche. En la mañana del martes, Alicia llamó a Jesús, quien fue por ellas y se las llevó a la pensión San Antonio, ubicada en la calle San Juan. Allí pasaron todo el día. Por la noche, fueron al almacén de Abad y aprovecharon para sacar unos cuantos vestidos, carteras, abrigos y un par de botellas de Ginger. Cuando regresaron a la pensión, ya estaba ocupada la pieza. A sus allegados, entre tanto, lo que les sorprendía era que unas muchachas juiciosas, de conducta intachable, que no salían a ningún lado, se hubieran desaparecido como si nada. Por eso, después de averiguar y dar con el paradero de las jovencitas y de su acompañante, acudieron con prontitud a poner la denuncia y declararon que ese tal Jesús Abad Aguirre las había sacado de la casa con halagos, regalos y promesas de dinero. En la noche del miércoles 15 de septiembre, los agentes de la Sección de Detectivismo de la Policía detuvieron a las incautas señoritas, junto con Abad, en el Hotel Estrella, situado en el barrio Guayaquil, en el cruce de Maturín con La Alhambra. Cuando Alicia fue llamada a dar declaración, confesó que el hombre había alquilado una habitación con dos camas: en una dormía su amiga y en la otra ella. Cuando Alicia ya estaba dispuesta a dormirse, el susodicho le desnudó su tierno cuerpecito en contra de su voluntad diciéndole que tranquila, que él prometía casarse con ella uno de estos días —porque de los otros no hay, como diría mi tía—. Y así, quién se niega, pues. Esa noche, Jesús Abad desfloró a la joven Marín, usó carnalmente de ella en tres ocasiones —quién lo viera— mientras le reiteraba promesa de matrimonio, sagrado sacramento que le hicieron cumplir, junto con una multa de cien pesos, el 18 de septiembre en la Iglesia de la Veracruz. Se había configurado el delito de estupro.

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ESPECIASLDE

CORTÍRMOENSEIGLO

Jeffer Camilo Correa Estudiante de Periodismo cam.poyc23@gmail.com

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odo ocurrió un 23 de noviembre, día inusualmente tranquilo. De haber sido de otra manera, las autoridades que daban ronda no habrían escuchado lo que se decía en la tienda de Eliseo Medina y no habrían capturado al ‘criminal’ que allí se encontraba. El blasfemo Juan José Henao tenía entonces treinta años. Artista y librepensador, había vivido gran parte de su vida en España, donde participaba de una escuela de arte dramático. Por aquellos días, Henao había vuelto a Medellín, después de ocho años de ausencia, con el fin de visitar a sus padres, Luis María Henao y María Dolores Upegui. Por su regreso, varios de sus amigos lo habían visitado y esa mañana de noviembre lo sacaron de casa de sus padres para llevarlo al barrio Guayaquil a tomarse unas cuantas copas de aguardiente antioqueño, como era costumbre. Henao trató de resistirse a la invitación de sus amigos, pues sabía lo mal que le sentaba el licor; pero ante la insistencia no tuvo más opción y fue a parar a la tienda de don Eliseo. La bebeta empezó a eso de las diez de la mañana. Para las dos de la tarde, Juan José ya se encontraba bastante mareado por el efecto de aquello que los investigadores, dentro del sumario, catalogarían como la causa del crimen. De repente, el ambiente en la tienda de Eliseo se había tornado tenso. Entre gritos y disputas con sus compañeros, Henao se levantó y a grito vivo profirió las palabras que marcarían su destino y el de Guayaquil: —¡Dios es un cabrón. Me cago en el hijo de puta de Dios y en la puta de María Santísima! Por aquellos días, las autoridades públicas, tan cercanas a la fe católica, no dudaban en combatir cualquier acto que atentara contra el buen nombre de Cristo y su santa Iglesia. Y fue quizá por esta razón que, instantes después de que Henao pronunciara sus palabras, el agente Martín Piedrahíta ingresó al lugar para detenerlo. La irrupción de la Policía no hizo más que acrecentar la furia del ebrio Henao, quien trató de impedir que se lo llevaran mientras gritaba con todas sus fuerzas, tratando de articular lo mejor posible con su lengua adormilada:

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—¡Yo soy libre de decir lo que se me dé la puta gana! Una semana después, un investigador visitó a Henao en una de las celdas de la penitenciaria departamental donde el blasfemo se hallaba retenido. Allí comenzó un intensivo interrogatorio para saber quién era realmente Juan José Henao. Después de las preguntas de rigor, el agente investigador indagó por lo sucedido aquel sábado de noviembre, pero el acusado parecía haber borrado de su memoria lo ocurrido. Simultáneamente, se recibieron las declaraciones de varios testigos. Los investigadores se propusieron hallar, por lo menos, a quince personas que hubieran pasado aquella tarde de noviembre en la tienda de don Eliseo. Todas repitieron las mismas palabras injuriosas lanzadas por Henao, aunque con pequeñas variaciones en el orden. El juicio Siete meses después de los hechos se reunieron las pruebas necesarias para el juicio en contra del blasfemo y la audiencia pública fue convocada para el primero de julio. La sala de audiencia estaba llena de curiosos que querían saber el castigo que se le impondría a Henao; otros tenían la ilusión de ver cómo Dios participaba en un juicio por la defensa de su nombre. Henao se hizo acompañar de Francisco P. Muñoz, un abogado amigo de la familia que había decidido defenderlo. La audiencia inició con las acusaciones contra el artista y se presentaron las declaraciones de múltiples testigos. Posteriormente, se le cedió la palabra al acusado para que diera su testimonio. Henao, que siempre se había jactado de ser un buen orador, se levantó de su silla para presentar su defensa: —Siendo, en mi humilde concepto, inútil el poseer vastos conocimientos, o estar dotado de gran elocuencia para demostrar mi palmaria inocencia, tomo la palabra en este recinto respetable donde se me acusa, con el fin exclusivo de desvanecer los cargos que se me hacen, cargos hechos a impulsos de la pasión o quizá por haber dado erróneas interpretaciones a las frases que dicen proferí el día 23 de noviembre del pasado año. Las palabras de Henao tenían un marcado acento español. Con ese mismo argumento sostuvo haber aprendido las costumbres de la madre patria y olvidado las de su tierra natal. Sus palabras no eran, pues, más que una expresión común de donde venía. Henao aseguró que el dios al que se refería no era más que Baco, el dios

romano del vino, la locura y el éxtasis, el dios al que los artistas piden inspiración mientras llenan su cabeza del licor celestial; un dios que era muy probable encontrar caminando por las calles de Guayaquil disfrutando de todos los pecados que se cometían allí. Henao se dirigió al juez. Con halagos invocó el raciocinio que esperaba le proveyera ese Dios que lo acusaban de ofender. Se sentía inocente. Un hombre de buenos modales no podía ser culpable de tan aberrantes actos, y, si así lo fuera, era una trampa impuesta por el dios romano. Antes de concluir su alegato, se dirigió de nuevo al juez: —Si grandes ingenios esclarecidos, multitud de teólogos y metafísicos virtuosos y eminentes no han encontrado palabras en el lenguaje humano para cantar la omnipotencia y la grandeza de Dios, ¿seré yo, ente ignorante y miserable, quien las encuentre para profanarlo? Esto no es verosímil, señor juez, esto queda fuera de la razón. Finalmente, el juez se pronunció. Dirigió su mirada al reo y comenzó su intervención señalando que no creía en sus palabras, pues la madre de Baco no era María Santísima y no tenía conocimiento de que aquel dios tuviera una hostia sagrada. En cuanto a las costumbres de los pueblos europeos, dijo que poco importaban, pues si en Europa nada hacían para proteger la imagen de Dios, en el tribunal paisa sí lo harían. En su sentencia, el juez le impuso una pena de dos años de prisión a Juan José Henao, además de quitarle cualquier pensión que pudiera poseer y cancelar cualquier trabajo para el cual pudiera haber sido contratado. Inconforme por esta decisión, Henao recurrió al Tribunal Superior de Medellín, donde, después de varios meses de lucha, consiguió que su pena se rebajara a un año. En defensa del buen nombre de Dios, finalmente se hizo justicia. Pero la ofensa proferida por Henao fue tan grave que, se rumora, el Omnipotente nunca volvió a Guayaquil y lo condenó al abandono, a ser el epicentro de atroces crímenes que años más tarde marcarían a este barrio como uno de los más peligrosos y paganos de la ciudad, el hogar de Baco, un dios ebrio de aguardiente, cuya hostia se encuentra, si acaso, en las piernas de las prostitutas que no abandonan sus calles.


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ESPECIAL

CORTÍMENES DE RO SIGLO

Natalia Duque Vergara Estudiante de Periodismo nataliadv.06@gmail.com

o tuve más opción, lo siento, lo siento mucho, tuve que matar a esas pobres niñas, hijas mías: estaban llenas de lombrices. Pero yo las quiero, siempre las quise, fue por ellas y por su bien. Es hora de la cena. Sentado en el comedor observo a mi familia, sus rostros, sus cabellos, sus ojos. Los ojos de la pequeña María Jesús quien, con apenas dos años, no se ha dado cuenta de que su padre no es capaz de darle una vida digna, una vida como la merecen ella y mis otras dos hijas —María Lucila y Julia—, mi hijito Alonso y mi mujer: vestidos de todo tipo, reuniones con gente importante. Cuánto lo siento, hija mía, siento no poder llenarte de lujos, pero más aún, siento que esta noche no haya más para comer que un pan y un par de bocadillos. Hace unos días creí haber encontrado la solución: dejarlos morir de hambre. No llevé comida a la casa por casi una semana. Ellos me rogaban por alimentos y yo solo les repetía que se dejaran morir de hambre. Esperé a ver cómo sus energías disminuían, mientras aumentaba el odio que sentían por mí. No pude hacerlo, los ojos de tristeza y rabia de mis hijitas penetraron en mí con más fuerza que mi propia voluntad. Hoy ha llovido todo el día, no es raro, teniendo en cuenta que estamos en agosto. No aguanto la voz de mi mujer —Julia, como la hija—, que me recuerda las tareas realizadas y por realizar: que hay que llevar a los niños a tal parte, que se acabó la panela, que ya no hay pan. Mi dulce Julia, no eres más que una memoria de esta vida cruel que nos ha tocado, por eso te odio. Te quiero, Julia, pero si no muero estoy seguro de que te mataré o que en el intento te llevaré conmigo. Una semana atrás volví de Pueblorrico, tuve tiempo para pensar algunos asuntos. Conversé en el parque principal con otros hombres de bien, o sea, de carriel bien puesto. Me contaron que algunos de sus hijos habían estado enfermos, tenían lombrices. ¡¿Lombrices?! Pero, ¡¿cómo pudieron llegar unos gusanos al interior de esos pobres niños?! Me fue difícil ocultar mi sorpresa, razón por la que los hombres afirmaron que no era más que un castigo de Dios, pero que ya estaban bien. En fin, me puse entonces a pensar y gracias a esa conversa llegué a la conclusión de que la culpa de todos

mis males debían ser esas terribles lombrices. ¿Cómo no lo vi antes? A mi familia se la ha estado comiendo, desde adentro, un animalejo rastrero. Yo mismo he comenzado a sentirlas mientras se deslizan por mis venas; las veo a través de mi piel y puedo jurar que hasta vi una salir arrastrándose de mi boca. Afortunadamente, en mi viaje de vuelta a Caramanta conseguí la cura a nuestro mal. Es un remedio algo espeso y de aspecto pegajoso, viene en un frasquito pequeño, de color blanco. La sustancia tiene un color que da como visos, parecido al de la sangre. A mi parecer es muy poco para toda mi familia, pero el que me lo vendió me aseguró que un par de gotas podrían ser suficientes para una persona. Al volver, le conté a mi mujer acerca de mis planes y le insistí que ella, al igual que yo, debería tomar de la sustancia para dejar de padecer este mal. —¿Qué es eso de ese frasco, Manuel? —me preguntó Julia. —Es veneno para las lombrices. Me voy a buscar la vida, Julia, pero antes de irme quiero hacer arrojar a los niños todas las lombrices —le respondí. —Yo estoy bien. No pienso tomar nada de eso. Entonces, aquí me encuentro, en medio de la sala que separa las dos habitaciones de esta diminuta vivienda. Observo a mi familia alrededor de la mesa, a mis cuatro hijos, sus platos, y mis manos. Pobres todos los que comparten la mesa conmigo, pero eso se solucionará. Ha terminado la cena y ya en nuestra pieza he sentido que, tal vez, Julia pueda cambiar de opinión. —Mija, tome de ese remedio, las mujeres casi siempre se mueren de lombrices. No dice nada. Quizá ya está dormida. No pienso insistirle más, pues ya verá con el tiempo el grave error que ha cometido y, tarde que temprano, me seguirá.

Desde que volví del viaje, intento dormir, pero no puedo y, como era de esperarse, hoy no es la excepción. Siento las lombrices salir de mis pies e ir hasta el cuarto de los niños. Debería ejecutar mi plan de una vez por todas, ya han pasado diecisiete días desde mi regreso y esta noche, más que ninguna otra, siento que es hora. Mientras camino hacia la cocina en busca de un pocillo para el remedio, me doy cuenta de que en esta casa habita un silencio terrible; ni siquiera a las cuatro de la madrugada, que es la hora en que la gente comienza a despertar, se oye un mínimo alarido. El olor de la sustancia es agrio, como una almendra amarga; pero no es desagradable. El líquido se desliza despacio hasta el pocillo, se mezcla con el agua y queda como un jugo. Mis niñas, mis pequeñas lombrices, despierten y les prometo que todo va a mejorar, vengan a mis brazos y les canto como lo hacía antes. María Lucila, la mayor de mis niñas, has crecido como una hermosa mujer. Pero Dios nos ha castigado, por eso he venido también a ustedes, mis dos hijitas más pequeñas, vengan a mis brazos, beban, no tengan miedo porque pronto se irá esta terrible maldición. No tengan miedo de cerrar los ojos, duerman, yo también beberé, pues sepan que yo estaré ahí cuando despierten y nuestra suerte sea al fin favorable. Tomo un sorbo. Siento un elemento viscoso viajar por mi garganta esparciéndose por cada uno de mis nervios. Alonso, hijo mío, por qué miras con tanta sorpresa a tus hermanas. Mira a María Lucila, parece como si estuviera soñando preciosuras. —Quédese tranquilo, esto es veneno, déjeme darle a su mamá un poquito. —¡No lo haga, papá, por favor! —el niño me arrebata el frasco de las manos. —Devuélvamelo, Alonso —le digo—. Qué le hace, hijito, que todos muramos, o si no quiere tomar no tome usted, para que quede solo en el mundo. Mientras camino hacia mi habitación, me siento mareado, no puedo mantenerme de pie. Mi mujer ha despertado y me mira como pasmada y con los ojos inundados. No paro de repetirle que no se preocupe, que todo va a estar mejor, que ya les saqué las lombrices a las niñas y se portaron bien, se quedaron tranquilitas. Me siento cansado, solo debo dormir un poco y, al despertar, tendré fuerza y honor. Por fin he llegado a la esquina de la cama, por fin he cumplido mi deber como padre y he salvado a mis pequeñas. Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, escucha mis oraciones. —Reza a Dios por mí, Julia. Ahora iremos a donde pertenecemos.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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ESPECIASLDE

CORTÍRMOENSEIGLO

Camila Palacio Hidalgo Estudiante de Periodismo camila.palacio@udea.edu.co

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so de raptar a una mujer para casarse con ella al escondido de sus padres o disfrutar de las mieles del amor, era cosa común hasta casi finales del siglo pasado. El 18 de mayo de 1925, alrededor de las 4:30 de la tarde, Aníbal Barrientos, de unos treinta años y oriundo del municipio de Fredonia, estaba en una cantina del barrio Guayaquil cuando Aurora Palacio se acercó a pedirle un trago de aguardiente. Aníbal ya la conocía, era la joven que durante años lo había perseguido en busca de amores. Él la había aceptado tan solo unos meses atrás. Conocía su fama de mujer pública y sabía que podía hacer uso de ella para lo que quisiera. Él la invitó a un trago y luego la envió de regreso a casa, pero ella se rehusó a abandonarlo, decía que lo único que quería realmente era estar con él. Aníbal no hizo caso a las palabras de la joven, salió de la cantina, pasó por una tienda y luego se dirigió a otra cantina ubicada en la carrera Carabobo. Aurora lo siguió hasta el interior del lugar, allí bailaron y continuaron bebiendo hasta que los echaron del local por encontrarse muy embriagados. Ya afuera, caminaron en dirección al puente de Guayaquil, pero a eso de las 5:30 a.m., antes de llegar al puente, fueron detenidos por Escobar y Mejía, agentes de la Policía Nacional, quienes, en compañía de la señora Julia Naudín de Palacio, buscaban a Aurora y al hombre que, según la madre de la menor, había raptado a su hija horas antes. Ambos fueron conducidos a la Inspección de Policía hasta que Aurora se resistió a continuar con los agentes y armó un escándalo en plena vía pública. Gritaba a todo pulmón: “¡Devuélvanme a mi Aníbal!”. Aníbal no se hizo esperar e intervino en el forcejeo, gritando también a los agentes: “¡Suéltenla, cabrones, hijos de puta!”. Rosario Mesa de Vásquez, una vecina del sector de Guayaquil que había presenciado el alboroto, escondió a Aurora y a su madre, mientras que otros policías llegaban al lugar para llevarse a Aníbal y dispersar a los vecinos. La mujer recibió a Aurora en su casa creyéndola “una señorita honrada”, pero una rabieta desmedida, sumada a distintos improperios y palabras obscenas vociferadas por la enfurecida y alcoholizada joven, convenció a su madre y a la vecina de lo contrario. Entre tanto, Aníbal fue conducido a los calabozos con la orden de comparecer ante la Inspección Primera Municipal de Medellín, al día siguiente, a las 8:00 a.m.,

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para responder por el delito de rapto, según la denuncia presentada por la madre de Aurora. No era la primera vez que Aníbal Barrientos tenía problemas con la ley. El 20 de junio de 1921 había sido condenado a tres años de prisión por el delito de homicidio, hecho que se comprobó y salió a la luz pública en el trascurso de la investigación. El homicidio también fue confirmado por José S. Atehortúa, quien era vecino de Aníbal y lo consideraba “un hombre de una conducta inapropiada, carente de moralidad, enemigo de la Ley, pobre, ignorante y de bajos principios”. Ya en otras ocasiones, según recordaba Atehortúa, Aníbal había sido sindicado de infligir heridas de gravedad durante riñas callejeras. A pesar de esto, no consideraba verdadera la versión del rapto, pues en algunas ocasiones había visto a Aurora pasearse en compañía de Barrientos de forma voluntaria. Durante la indagatoria, Aníbal relató brevemente la historia de sus amoríos con Aurora, así como de otros enredos amorosos que la propia Aurora le había confesado. La menor “había dejado de ser ‘señorita’” con uno de sus tíos tres años antes de iniciar la relación con Aníbal. El tío de Aurora, un hombre ya mayor, la introdujo en el mundo de las cantinas y el alcohol. Se sabía que Aurora había sostenido relaciones con un cantinero y el dueño de una tienda de lazos, entre otros hombres. Para Aureliano Álvarez y Roberto Vélez, vecinos de Aurora en el sector de Guayaquil, la joven era una vagabunda, mujer pública, de vida alegre, descarriada y perdida, que había ejecutado actos carnales con diferentes hombres, a quienes recibía en su casa y con quienes se la veía hasta altas horas de la noche recorriendo las cantinas de la ciudad. Coincidían en que la conducta y la moralidad de Aníbal siempre habían sido buenas desde que lo conocían, al contrario de Aurora. El 8 de noviembre de 1926, la Fiscalía Segunda Superior de Medellín le notificó al juez que llevaba la causa contra Aníbal, que Aurora Palacio, tras las respectivas investigaciones, debía ser considerada “una mujer prostituida y de bajas condiciones morales, que comerciaba con su cuerpo y salía voluntariamente con diferentes hombres a visitar las cantinas de la ciudad con el objetivo de embriagarse, y era ya una vagabunda antes de conocer al acusado”. Así las cosas, acto seguido la Fiscalía dictó el sobreseimiento del caso a favor del acusado, por falta de pruebas que indicaran el rapto. Aníbal Barrientos fue liberado de prisión un año y medio después de su captura. Para entonces, la sociedad ya había condenado a la joven por mujer pública. Por puta.

El periódico forma Plazoleta Barrientos, junto a la cafetería de Pastora


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ESPECIAL

CORTÍMENES DE RO SIGLO

Laura Franco Salazar Estudiante de Periodismo laura.franco2@udea.edu.co

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armato, 1926 El frío nace en el nordeste de Caldas, exactamente en Marmato. Amanece y el alma se congela a unos nueve grados centígrados. Nunca hay días cálidos, el cielo está siempre gris, blanco o noche; aquí el firmamento es el mismo a cualquier hora. Las temperaturas bajas son doblemente punzantes, pues sus habitantes viven en fincas que distan mucho unas de otras y aquellas cinco cuadras equidistantes, a lado y lado de cada residencia, diluyen cualquier rastro de calidez. En Montecristo, una de las fincas de la región, las labores de agricultura, ganadería y limpieza empiezan a las 5:30 de la mañana; los peones alimentan el ganado, recogen el café, ordeñan las vacas y asean la vivienda. Carmen Jaramillo, encargada de la limpieza doméstica, prepara la comida para los señores, barre, sacude y trapea. Todo, en el mismo orden siempre. Es una mujer que luce joven y vital en medio del paisaje gélido de Marmato. Camina lento mientras sus ojos claros se pasean atentos con una viveza tal que parecen no haber llorado nunca. Es bella, su cabello rizado negro azabache armoniza perfectamente con su tez morena. De aquella belleza solo podrían esperarse cosas buenas. Juan de Dios Jaramillo, hermano medio de Carmen, también trabaja allí. Es el encargado de alimentar el ganado y poner a secar el café. Aunque hijos de diferente madre, Juan de Dios y Carmen son bastante cercanos. —¿Cómo está Carmen? — le pregunta casi a diario su padre. —Mejor, ya no llora tan a menudo. Es viuda. Asesinó a su marido, Pedro Zapata, hace cinco meses, con una peinilla. Del crimen no se supo mucho, ni el porqué ni el cómo. Su olvido fue inmediato, igual que su redención. Por eso, José Félix, el mayordomo de Montecristo, a pesar de lo ocurrido, accedió a darle empleo. *** Son las 4:15 p.m. Cae la tarde gris. Ricardo Correa, uno de los encargados de la vigilancia de Montecristo, se prepara para dar la última ronda antes de salir a su descanso. Circunda la finca y revisa cada habitación por igual, las de los señores y las de los trabajadores. Inspecciona cada pieza con lentitud. Al ingresar en el cuarto de Carmen, Ricardo advierte manchas de sangre en las baldosas. Al pasar la mirada

sobre la cama, se encuentra con una criatura, el hijo de Carmen, de unos cuatro meses, empapado en su propia sangre. El niño, con varias heridas en el cuello y el pecho, está muerto. Ricardo se sobrecoge y sale rápidamente de la habitación en busca de Juan de Dios. Lo encuentra extendiendo sobre un costal los granos de café, de cara al sol, para que comiencen a secarse. —¡Juan, hombre, camine y verá que su hermana Carmen acaba de quitarle la vida al niño! —grita Correa. Ambos, estupefactos, observan la escena por minutos. Al volver en sí, Juan de Dios sale de la finca en dirección a la Alcaldía para poner el denuncio. “Vi regueros de sangre y en la tarima, allí en la misma pieza, estaba tendido desnudo y muerto el niño”. El alcalde de Marmato, Luis Saldarriaga, tras escuchar las declaraciones de Juan de Dios, ordena a la Policía la captura inmediata de Carmen. Sin embargo, la mujer escapa de la cárcel y huye hacia Caicedonia, al Valle del Cauca.

Caicedonia, julio de 1931 Juan de Dios Jaramillo llega a Caicedonia desde La Tebaida, Armenia, enfermo y vestido con ropas que no alcanzan a ser ni harapos. Es ahora mendigo y limosnero. —Hombre, ¿vusté no tiene familia por acá? —le pregunta Arturo, el herrero del pueblo. —No sé. Yo tengo una hermana que se llama Carmen Jaramillo, es mujer pública aquí en Caicedonia, es morena, de ojos zarcos, nariz chata y pelo rizo. —Oiga, por las señas que vusté me da, esa mujer vive acá, pero con el nombre cambiado. Aquí se llama Ana Féliz Cardona. Arturo le comenta el incidente ocurrido afuera de una de las cantinas del pueblo. Como si se tratara de la trama de un cuento, se emociona y dramatiza las escenas. Juan de Dios, inquieto, al día siguiente va a buscar al sargento Rivera para ponerlo en conocimiento de que aquella mujer, detenida hace un mes por herir a otra, podría ser su hermana prófuga de la cárcel de Marmato. —Es la misma Carmen Jaramillo —asegura Juan de Dios después de verla y reconocerla en la cárcel. De inmediato, Rivera se comunica con la Alcaldía: es posible que la mujer que tienen en la cárcel sea prófuga de Marmato, Caldas, por el delito de infanticidio. Carmen o Ana Féliz es llamada a indagatoria el 3 de agosto de 1931. Con el rostro maquillado y el cabello peinado, asiste a la Alcaldía. Responde a lo que se le pregunta con intervalos largos de silencio; su mal humor aumenta con los minutos. “No, señor, yo no conozco Marmato, ni he vivido por allá y tampoco conocí a ningún Pedro Zapata”.

Caicedonia, junio de 1931 En el barrio Pueblo Nuevo de Caicedonia cae la noche, es fin de semana. De una cantina salen dos mujeres dando alaridos y propinándose golpes. Ambas, prostitutas. Una de ellas, la morena de ojos claros y cabello rizado, hiere a la otra. La desesperación se apodera de los espectadores, el embrollo se vuelve cada vez más abrumador. —¡Llamen a la Policía! —vocifera alguien. La mujer es capturada por el sargento Francisco Rivera de la Policía Municipal. “Mi nombre es Ana Féliz Cardona, tengo veintiuno o veintidós años de edad. Soy soltera, natural de Belárcazar, Caldas. Vecina de aquí de Caicedonia desde hace como unos tres años, poco más o menos. De profesión oficios domésticos y cantinera”.

Caicedonia, noviembre de 1931 Son las 9:04 a.m., el sol comienza a sofocar a quienes caminan por el parque del pueblo. En la Alcaldía, el juez encargado del caso espera a los vecinos de Marmato y a los empleados más antiguos de la finca Montecristo, a quienes llamó a declarar, bajo gravedad de juramento, acerca de las imputaciones que cursan contra Ana Féliz. Con sorpresa, las respuestas a las preguntas no varían en absoluto. —De los hechos que se investigan, nada personalmente me consta. No conozco mujer alguna con el nombre de Ana Féliz Cardona o Carmen Jaramillo y menos conozco a los individuos que se relacionan con los nombres de Pedro Zapata o Juan de Dios Jaramillo —dice José, mayordomo de la finca Montecristo hace veinte años. Así, lo denunciado por Juan de Dios es dado por falso. No se halla constancia del delito, pues ninguno de los trabajadores da fe de conocer a Jaramillo. Por suerte, sin culpable, el infanticidio tampoco tiene apariencia de haber sido cierto. ¿O sí?

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ESPECIASLDE

CORTÍRMOENSEIGLO

Alejandra Zapata Quinchía Estudiante de Periodismo alezapataq03@gmail.com

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ra una noche fría de mayo de 1929. La humedad comenzaba a hacer estragos en cada rincón de Lloró, Chocó. Bajo la fuerte lluvia, Sixta Paneso, una indígena embarazada, y su hijo Indalecio, de cuatro años, llegaron a la puerta de la casa de Juan Arias Bugamá en busca de ayuda. El calor que se desprendía de aquellos cuerpos alcanzaba para aminorar el frío de la brisa que entraba a las casas que estaban a orillas del río Mumbú. El indígena Bugamá notó en los ojos de la mujer y en los de su hijo que algo no estaba bien, así que no pudo negarse a acogerlos en su casa. Sixta y su hijo residían junto a otras comunidades indígenas en el sector de Alto Capá, Lloró, una de las zonas más lluviosas de Colombia. Cada que llovía se formaban lodazales, los caminos se ponían casi intransitables y el olor a tierra mojada invadía toda la región. Por lo mismo, Sixta había buscado refugio. Aquella noche, mientras Bugamá buscaba algo con qué iluminar, Sixta y su hijo lanzaban angustiosos quejidos. Con las horas, la fiebre y un vómito fétido y de color renegruzco se intensificaban. El indio preparó agua de gama fresca, pues creía que los síntomas coincidían con el tabardillo, nombre con que se conocía al tifus. Más tarde se dio cuenta de que la enfermedad era más grave de lo que él creía. Bugamá decidió esperar hasta el siguiente día para preguntarle a Sixta si sabía qué le pasaba. Ella respondió que solo recordaba que ocho días antes había ido con su hijo a una troja a comer unos bananos y que no entendía por qué después de eso había comenzado a sentirse tan mal. —La boca se me puso amarga y el cuerpo malo —le dijo. Al indio Bugamá le parecía absurdo que todo hubiese comenzado con la ingesta de un banano. Pero en los días siguientes, la situación no mejoró; la fiebre y el vómito aumentaron, esta vez acompañados de diarrea. A Indalecio, el hijo de Sixta, la fiebre lo afectó más. Cada minuto que pasaba era un suplicio, el vómito y el dolor persistieron hasta que su pequeño cuerpo no aguantó más y murió. Dos días después, la india abortó y, al día siguiente ella, Sixta Paneso, también dejó de padecer los fuertes dolores que sentía en su cuerpo y en el alma por haber perdido a sus dos hijos. Cuando se enteraron de lo sucedido, los vecinos de Alto Capá fueron a ver qué pasaba y se encontraron con algo que los dejó consternados: los cadáveres se habían puesto negros, desprendían un olor nauseabundo y su descomposición se aceleraba. Para los indios solo había una explicación: esas muertes tenían que haber sido producto de un envenenamiento. Horas después llegó a la casa de Bugamá la india Dolores Paneso, una mujer de cuarenta años, soltera y vecina del río Capá. Dolores era tía materna de Sixta y había llegado para darles sepultura a los cuerpos. Antes de su preparación, Dolores puso en la boca de Sixta una moneda de plata vieja de cincuenta centavos. —Si mañana la moneda sale negra, a la chola y a sus hijos los envenenaron —dijo con seguridad. Al día

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siguiente, la sospecha se hizo cierta: la moneda parecía como si hubiese sido quemada con algún ácido. A los días, los indígenas decidieron dar parte a la Policía de Lloró luego de que Rosendo Olea, miembro de la comunidad, confesara que sabía quién había envenado a Sixta y a sus hijos. Tierras, bananos y veneno Fue durante el entierro de Sixta y sus hijos que todos escucharon la confesión de Rosendo Olea. Agricultor de unos cincuenta años, contó cómo el indio Hortensio Dumazá había sido el culpable de la muerte de aquella mujer. —Todo fue una enquivocación —dijo Rosendo—. Hortensio me había comprado una yerba venenosa llamada matazorros por seis pesos plata. Él me dijo a yo que era para matar a unos zorros que estaban echando a perder sus siembras. Yo simplemente le vendí la yerba, pero creo que en realidad ese cholo quería matar a Hipólito Quintero. Ellos tenían casada una pelea por un lote de terreno en el río Capá. Hipólito era el suegro de Sixta y tenía sentido lo que Olea decía. Los indígenas decidieron pedirle una explicación a Hortensio Dumazá y, como era de esperarse, Dumazá dijo que había comprado la yerba con el único fin de matar a unos zorros que estaban perjudicando sus siembras y animales. Sin embargo, en Alto Capá creían firmemente que Sixta había sido una víctima más de los líos de tierras. La yerba matazorros solía ser mezclada con caña para atraer a los zorros; al chuparla, estos caminaban hasta cierto punto y luego morían. Se decía también que la yerba, al ser machacada con una piedra y exprimida en los alimentos, era mortal para las personas. La rapidez de la muerte dependía de la cantidad de alimento que se consumía. El 20 de mayo de 1929, diez días después de los hechos, los indígenas de Alto Capá llevaron a la inspección de policía de Lloró el caso de Sixta Paneso. Realizadas las primeras diligencias, el 4 de junio fueron detenidos Rosendo y Hortensio, sindicados de triple homicidio. Rosendo Olea fue recibido en indagatoria. Al comienzo, sostuvo su relato inicial; pero el 14 de junio cambió su versión. —Hortensio habló a mí para que le vendiera yerba para envenenar a Quintero y matarlo. Entonces, yo ven-

dí yerba por seis pesos plata creyendo que iba a matar a ese nada más. Pero resulta que la chola y su hijo comieron primero banano y, entonces, murió; pero yo no tiene la culpa de eso. De esa yerba conocí yo en Ichó y, entonces, yo busqué en el monte de aquí y también encontré. A Dumazá, lo llamaron a indagatoria el 12 de junio. Cuando le preguntaron si sabía cómo se llamaba el hombre que se había presentado en casa de Rosendo para comprarle matazorros, dijo que era él; pero afirmó que solo le pidió el favor para matar a los zorros que estaban dañando sus siembras. —Yo lo único que sé de lo que le pasó a la chola es que dicen que quien la mató fue el médico Quijano Jabaquía, que fue el mismo que mató a un hijo mío. Yo no sé, hombre compadre, quién o quiénes mataron a la chola Sixta —concluyó Dumazá en la indagatoria. La justicia nunca llegó Siete meses después, el 7 de diciembre, llegaron a Lloró los dictámenes de laboratorio que se había ordenado hacer tanto a la moneda como a la yerba. La correspondencia señalaba que no se podía establecer que la yerba fuera venenosa y que los síntomas que habían presentado la mujer y sus hijos no permitían concluir que se tratase necesariamente de un envenenamiento. La exhumación de los cuerpos no había sido posible, entre otras razones, por el mal estado de las vías que impedía la llegada de un médico legista al pueblo. A pesar de los sentimientos de ira e impotencia de la comunidad, el 4 de febrero de 1930 el Juez Superior de Quibdó suspendió el proceso y dejó en libertad a Rosendo y a Hortensio, ante la falta de pruebas. En el expediente, quedó consignado que las declaraciones de Rosendo Olea en contra de Horacio Dumazá se constituían en un “caso aislado” dado el “semisalvajismo” de la raza a la que Olea pertenecía. Finalmente, la muerte se equivocó de cuerpos, de lugar y de hora, y les recordó a sus protagonistas que ella atiende si se le llama y que solo hace parte de las consecuencias que traen consigo la ambición y la indiferencia del hombre.


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ESPECIAL

CORTÍMENES DE RO SIGLO

Daniel Uribe Uribe Estudiante de Periodismo danielu1027@gmail.com

¡Me mató ese bandido! ¡Satanás, vení sacame esta sangre que tengo por dentro que me está ahogando! —dijo Ángel María Barrientos, mientras se quejaba de sus heridas, tendido sobre el empedrado de la cocina de la finca La Aguada, en Valdivia, Antioquia. Diecinueve machetazos ponían a Barrientos entre la vida y la muerte. Tenía la cara destrozada a la altura del tabique, múltiples heridas en el tórax y los brazos, le faltaba el dedo índice de la mano derecha que había sido cercenado por uno de los peinillazos que recibió. El guapo de Barrientos no volvió a pronunciar palabra. Esa tarde de febrero de 1940, los trabajadores de La Aguada se disponían a recibir la noche de forma tranquila. En el corredor de la finca se encontraban varios vecinos tocando el tiple y compartiendo tras la dura jornada de trabajo. Entre ellos, estaba Miguel Vásquez, un joven de veinte años que hacía un mes vivía en la vereda y trabajaba como jornalero. Con él, su hermano menor, Antonio, de doce años, que desde que era muy pequeño vivía en una casa de la misma vereda. A eso de las seis y media de la tarde, apareció en la finca Ángel María Barrientos, vecino. Era un hombre de unos sesenta años y con fama de guapo en el municipio. Barrientos llegó bastante ofuscado e insultando a su caballo, sin razón aparente. Desenjalmó la bestia, bajó un lazo de la silla de montar y caminó hacia el corredor, donde compartían los demás vecinos. Sin mediar palabra y con lazo en mano, arremetió contra Antonio, el hermano menor. Según Barrientos, esos juetazos se los había ganado por estar por fuera de la casa. Miguel Vásquez observaba tranquilamente cómo el anciano golpeaba a su hermano, pues Ángel María era quien se encargaba de la crianza del muchacho. En medio de la muenda que Barrientos le propinaba al niño, quizás alentado por el licor o provocado por algún motivo personal, uno de los latigazos golpeó en la cara a Miguel. El joven se mantuvo tranquilo y trató de parar la furia del anciano. —¡Si no le gustó, salga pa’l patio y nos matamos! —le dijo el viejo en tono desafiante. Manuel Vergara, uno de los vecinos presentes, al ver que Barrientos estaba tan exaltado, tomó a Vásquez por la espalda para evitar que accediera a las provocaciones. Ángel María, mientras tanto, bajó del cancel un güinche, como se le conoce al azadón en esta zona del país, y se lanzó contra Miguel. En cuatro oportunidades trató de golpear a su rival, que todavía estaba agarrado por la espalda para evitar un altercado peor, sin lograr su cometido. Vergara, viendo que si no soltaba al muchacho lo iban a terminar matando, permitió que Vásquez se defendiera. Con agilidad, Miguel cogió del mismo cancel un machete viejo que usaban para las diferentes tareas de

la finca y salió al patio. La noche de aquel 16 de febrero estuvo pasada por la lluvia, los testigos del hecho poco pudieron ver de la faena. —¡Hijueputa! ¡Verraco! ¡Bellaco! —gritaba Ángel María tratando de atinarle un golpe de güinche a su contrincante. Vásquez permaneció callado, concentrado en lo que hacía. El primer machetazo lo lanzó al brazo derecho. Otro alcanzó a arrancar un dedo de la mano de Barrientos. Uno más le dio en los hombros. El siguiente paró en la cara. En total, fueron diecinueve heridas, algunas mortales. La riña, que no duró más de cinco minutos, se hizo interminable para los presentes. Ángel María, sabiendo que ya esa pelea estaba perdida, se metió a la cocina y se tiró en el empedrado. —Esperate yo me alivio y verés —decía mientras se quejaba.

Algunos de los espectadores de la brutal pelea acudieron a la cocina para ayudar a estancar la sangre del viejo, mientras este seguía quejándose y retando a su agresor a una futura revancha. En la sala, el muchacho trataba de detener la sangre que brotaba de su frente. Vergara decidió que la gravedad de las heridas de Barrientos ameritaba la ayuda de un profesional y acudió al pueblo buscando la ayuda de la autoridá’. Al día siguiente, Vásquez fue llamado a declarar sobre los hechos por las autoridades judiciales de Valdivia. Sin dilaciones, aceptó que había sido él quien había dejado gravemente herido al anciano. —Ángel María me tiró cuatro güinchazos, de los cuales me cogió con tres. Uno en la frente, otro en la cabeza y otro en el hombro. Yo le tenía tanto miedo que tiré a matalo. —¿Conocía usted que Ángel María era muy guapo, le tenía miedo y por qué? —Yo conocía la fama de guapo que él tenía porque siempre nos contaba a los que estábamos con él lo bravo que era. Yo le tenía mucho miedo y por eso fue que tiré a

matalo, antes de que me matara él a mí —declaró Miguel. Tres días después de la contienda, Ángel María murió en el hospital de Valdivia. Vásquez fue detenido el 20 de febrero y procesado por el Circuito Penal del Municipio de Yarumal. Dos meses y siete días pasó en la cárcel. Finalmente, el fiscal encargado del caso acogió los argumentos de la defensa al demostrar que había actuado en defensa personal e impulsado por las provocaciones de Ángel María Barrientos. El caso fue sobreseído y Miguel salió en libertad. Al fin y al cabo, como Vásquez sostuvo en el interrogatorio, los diecinueve machetazos que le había propinado a Ángel María habían sido por purito miedo.

El periódico entretiene Plzoleta Barrientos, diagonal a Frutikas

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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La manigua

cerró los caminos

Por el camino de Mulatos, la antigua ruta caminera que conectaba a Medellín con el río Magdalena en el siglo XIX y parte del XX, los campesinos regresan a Aquitania cada fin de semana desde veredas como El Portón, San Pedro y Venado Chumurro. Fotografría: Diego González

Juan Camilo Gallego Castro Periodista jcamilogallego@gmail.com

Cuidado con el tigre —escuché mientras bajaba hasta el río Buga el segundo día de camino. A las 9:30 a.m. abandonamos el campamento con la imagen presente de un grupo de soldados que irrumpió en el camino en la noche, con sus voces perdidas de tanto pegante o marihuana, no sé, preguntando “¿Qué hay, pues, en Aquitania?”. En el primer ascenso, supimos entonces, nos miraban a lado y lado del camino, escondidos, aprovechando el canalón hecho surco, casi túnel, sobre el que andábamos. Eso sucedió hace rato. Cuando escuchaba que hablaban del tigre y caminaba solo, con unas chanclas plásticas negras de César —cualquier calzado sería mejor para un inexperto que las botas pantaneras— me pregunté si se trataba de César o Arcesio. Por un momento sentí miedo hasta que los hallé al lado de un puente de cemento con el torso desnudo. Luego hablaron de los arrieros. —Esos viejos estaban hechos de roca —dijo Arcesio—. Semanalmente pasaban por aquí treinta o cuarenta mulas. Este puente sobre el que hablamos, mientras esperamos a Fáber que acompaña el ritmo de mis estudiantes, no lo sabía entonces, lo ayudó a construir Chulo Guzmán, el viejo arriero de Aquitania, que llevó en sus mulas los materiales y los trabajadores; las varillas las cargaron sobre los hombros, en grupos, desde San Francisco. Tardaba tres días en viajar con su mulada hasta Cocorná. San Francisco era solo lugar de paso, no había sido erigido en municipio, por lo tanto Cocorná era la capital del mundo, la de este bosque y sus pueblos escondidos, claro. Caminaban de cotizas, como andar descalzos, por eso al final de cada jornada llegaban muertos, o eso dirá, “porque el camino es muy bravo”. Por muchos años Higinio Cardona fue el correo. Cada semana salía de Aquitania con una carga de huevos hasta Cocorná. A veces a dos centavos, a veces a tres. En una ocasión Obdulia Giraldo, la mamá de Ambrosio Pineda, lo envió con él para que llevara cincuenta huevos a su hermano Joaquín, que había aparecido después de varios años de vivir en el Eje Cafetero. —Virgen santísima, si sufría con ese señor —me dirá Ambrosio un par de días después—. Cogía uno de Rioverde para arriba a Boquerón y preguntaba qué había para tomar y me decían que chicha. Una chicha vieja, hasta con gusanos. —¿Esto es de cuándo? —preguntaba. —De ayer. —¿De ayer hace ocho días? —¡Sufría uno horrible! —dirá—. Yo venía con las uñas, los dedos como casqueros, de darle a las piedras. Me dio una pedradura: en un talón tenía una cosa negra de pura sangre.

No. 83 Medellín, abril de 2017

El camino que une al municipio de San Francisco, en el Oriente antioqueño, con su corregimiento de Aquitania toma tres días a pie. Por este, decenas de familias abandonaron o regresaron al corregimiento, que fue desplazado en su totalidad por las Farc en julio de 2003. El presente fragmento del libro Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor, publicado en diciembre de 2016 por el sello Sílaba Editores, corresponde a la segunda jornada de recorrido que el autor hizo en compañía de tres campesinos por veredas abandonadas y sembradas de minas antipersonal. Me dirá Ambrosio que los únicos que tenían zapatos eran los sacerdotes y el profesor Alfonso Serna, que por este camino que ahora me derrito sacaron enfermo en camilla al padre Isaac Cardona, que estuvo veinticinco años en Aquitania. Para completar, recordará la historia de un sacerdote de San Francisco que caminaba por primera vez y que dijo que quien fundó Aquitania debía estar más lejos que los infiernos. A la 1:04 p.m. me detengo con César y Arcesio sobre un alto. Me recuesto en un algarrobo y sus flores caen sobre mi cuaderno. Miro mis chanclas y las medias blancas que ya no son blancas de tanto pantano. A mi espalda está el Alto de la Teta, que tiene forma de todo menos de su nombre, y que es nuestra guía. El primer día la miramos de lejos, hoy está al frente y mañana quedará a nuestras espaldas. Nos alcanza un grupo de caminantes, guiados por un campesino de Comejenes que ahora vive en San Francisco. Justo en esta vereda el camino deja de ser camino, los helechales crecieron después de todo lo que pasó, el bosque retomó lo suyo, por eso César corta con su machete y se abre campo de nuevo. ¿Y si hay una mina o una serpiente verrugosa, una víbora considerada de las más venenosas de América? En Comejenes me percato de que estamos en veredas abandonadas —también La Honda, San Agustín, El Brillante, La Floresta y parte de El Portón—. Hace un año el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, declaró a San Francisco como municipio libre de sospecha de minas. Sospecha no quiere decir “sin”. Cerca de nueve meses atrás, cuando caminamos entre la autopista y Aquitania, nos encontramos con una cuerda de más de un metro que salía de la carretera. Grabé un video, lo envié a la Cuarta Brigada, de allí destinaron al Mayor Ortegón a visitar el lugar. Se encontraron con un artefacto explosivo y una mecha de más de veinte metros. Pero como ya habían declarado el municipio libre de sospecha de minas, cómo iban a dar declaraciones a un periodista sobre un hallazgo como este. Como estas veredas sobre las que caminamos no tenían habitantes, no hubo manera de dialogar con ellos para identificar zonas en las cuales habría minas. Por eso avanzamos como ciegos, sin saber si en el siguiente paso habrá una explosión, si bajo el helechal hay una serpiente. Sergio Navá, el guía del grupo de caminantes que nos alcanza, nos dice al ver la tierra naranja y un vacío al lado

del camino, que una mina hizo ese daño, que allí explotaron las bombas lanzadas por aviones, mientras los guerrilleros soportaban bajo la espesura de la montaña, que en este otro lugar, donde el camino se divide en dos, hay una mina enterrada, a lo mejor está cubierta con hojas. Más adelante César y Arcesio se toparán de frente con una verrugosa sobre el camino, envuelta en su cuerpo y con la cabeza frente a ellos. Yo los sigo. Los demás vienen atrás. —Arcesio —le dice—, mire ahí. César le pide que saque el machete que tiene sobre su bolso. No hay manera de esquivar el camino, a lado y lado los helechales se levantan sobre una pendiente. Hace unos minutos, luego de comer de las piñas que encontramos, resbalé y me fui al vacío, solo sostenido por ramas y helechos. Ahora que miro la serpiente me pregunto si es seguro seguir caminando de chanclas, si las botas que pesan dolores son una opción más segura para terminar la jornada. Arcesio reacciona como si caminara sobre el fuego. Corta el tronco delgado de un arbusto, le dice a César que se eche atrás y con sus brazos hechos plomo asesta un golpe en la cabeza de la serpiente, de inmediato levanta la hoja del machete y lo deja caer más rápido que su pensamiento y decapita el animal de casi dos metros. Los caminantes preguntan después si no hay un resort en el que puedan dormir hoy; que deberíamos dejarlos pasar la noche en nuestras carpas. Como el miedo es lo más contagioso que conozco, guardo las chanclas y camino en botas, con un dolor insoportable en la rodilla derecha y una punzada malvada en el tobillo izquierdo. A las 5:38 p.m. llegamos a La Honda, luego de horas de escalofrío. Sé de un poema de Horacio Benavides en Conversación a oscuras. Dice: —Cuando volvamos los hijos no nos reconocerán, los viejos habrán muerto, creo que ya es tiempo de regresar. —No te lo había querido decir ya es tarde la manigua cerró los caminos. Lo que encontraré no podré escribirlo esta noche.


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Memoria

Tres secuestros Óscar Patiño.

Laura Cardona Estudiante de Periodismo laulccp@gmail.com Fotografías: Archivo familia Patiño

7 de abril de 2002 Mientras el padre Giovanni Présiga y Joaquín Patiño atravesaban la vereda La Anocosca en Caicedo, Antioquia, con setenta millones de pesos en efectivo y aguardaban el encuentro pactado con el frente 34 de las Farc-Ep, el gobernador Guillermo Gaviria empezaba la anunciada Marcha por la Paz, un viaje de cuatro días de Medellín a Caicedo… Mientras todos hacían, mientras todo pasaba, Óscar Patiño esperaba que este, su tercer secuestro por las Farc, fuera el último. *** Óscar vio, supo y actuó. Eran los años sesenta, vivía en Cañasgordas con su familia, era joven y sabía que la escuela y él no llegarían a feliz término. Por esos días su padre, Martín Patiño, compró por cien pesos el local de un hombre que le debía dinero y Óscar tuvo la oportunidad de tomar las riendas del nuevo negocio. Días después, un distribuidor buscó a Martín Patiño: que su hijo hizo un pedido, le dijo, uno muy grande, ¡de trescientos pesos!, que más vale lo que pidió que el local, que si estaba de acuerdo con esa locura. El padre asintió y Óscar inició su camino. Con los años fue él quien surtió los demás locales del pueblo, tuvo camiones a su disposición para llevar productos agrícolas a Medellín y para traer a los pueblos objetos preciados de la ciudad. Siempre fue bueno para los negocios. Sabía arriesgar y ganar. El tiempo hizo de su nombre el de un personaje reconocido por gente de la región, tanto negociantes como guerrilleros de las Farc. La nota que informa el primer secuestro de Óscar Patiño permanece intacta entre las cosas de Adiela Herrera, su segunda esposa. Es un papel pequeño, con espacio preciso para el mensaje, la fecha —8 de febrero de 1995— y una firma. La nota está escrita con tinta azul, letra pegada e ininteligible. Herrera descifra, palabra por palabra, el mensaje que guarda hace veintidós años: “Adiela me tienen secuestrado. Piden 100 millones. Espero que usted haga lo posible por recoger este dinero porque están jugando con mi vida y con la suya. Y esto no se lo diga a nadie porque nos perjudicamos”. —¿Cuánto tiempo estuvo secuestrado la primera vez? —Como veinte días, sí, entre veinte o veinticinco días. El primer secuestro fue corto. Esa vez querían poquita plata. *** Luego de un rato conduciendo, Joaquín y Giovanni lograron ver a los hombres de uniforme guerrillero. Entonces todo aquello que se hace con naturalidad tuvo otro significado: respirar, frenar, abrir la puerta, salir, acercarse a otro ser humano, saludar; cualquier movimiento, cualquier gesto, podía arruinar el trato: setenta millones a cambio del hermano de Joaquín Patiño. Pero Óscar no estaba con los guerrilleros. “Yo conozco a mi gente y ese hombre no se los van a entregar. Las Farc no perdonan nada que tenga que ver con paramilitares”, le había dicho Hugo, párroco de Santa Fe de Antioquia, a Giovanni Présiga antes de ir al intercambio.

Óscar con sus padres, Martín Patiño y Ana Mercedes Rodríguez.

*** Después del primer secuestro, Patiño vendió una finca que tenía a las afueras de Cañasgordas, siguió pagándole una vacuna a las Farc y fue testigo de la llegada de otro grupo que reclamaba autoridad en el sector: los paramilitares. Transcurría 1999, era un día de trabajo, como casi todos para Óscar. Dos hombres entraron al granero donde laboraba con sus quince empleados. Los extraños pasaron por clientes en busca de maíz, fríjol o dinero prestado, pero lo aprisionaron, lo golpearon, lo volvieron a secuestrar. El segundo fue un rapto fugaz. A caballo como lo llevaban, el recién secuestrado fue testigo del encuentro entre sus captores y los paramilitares. Presenció el combate. Quedó en medio de las balas. Una hirió al caballo. Óscar cayó al suelo. Arrastrándose, buscó refugio. Aguardó. Los paramilitares ganaron la batalla y él recobró pronto la libertad, sin embargo, ahora debía nutrir económicamente al bando ganador. Él, como muchos otros comerciantes en Cañasgordas que “cambiaron de bando”, se convirtió en objetivo de las Farc. Joaquín Patiño es el menor de dieciséis hermanos. Sentado en su oficina como Fiscal en Medellín, Juaco, como le dice su familia, recuerda los últimos días de Óscar: le tocaba viajar escondido, en los maleteros o en las madrugadas. Y cómo no viajar, si en la ciudad estaban sus padres, si sus negocios dependían precisamente de sus ires y venires a la capital. Sin embargo, fue inevitable, pronto sus visitas disminuyeron: la guerrilla lo buscaba, quemaba sus camiones de carga, e incluso los paramilitares robaban sus mercancías; el trabajo, el comercio, aquello que hizo desde joven, lo que siempre supo hacer, se desmoronaba. Quién era él, si no Óscar Patiño, ese hombre reconocido por sus hazañas comerciales, por arriesgarse cuando otros temían, por vivir día a día para sus negocios. ¿Quién era él? *** ¿Retroceder? ¿Exigir? ¿Cómo conciliar con un grupo de hombres que empuñan armas? Joaquín habló con alias “El Paisa” por una radio: que diera el dinero, que su hermano estaba bien. Patiño no cedía, quería ver en persona a Óscar. Una voz diferente por la radio lo calmó, era su hermano. “Tranquilo, Juaco, entregue la plata que yo ya voy bajando para allá”. El trato se cerró, las Farc tenían la plata, y ellos, una indicación: vayan por Óscar a La curva de La Oreja.

y la ropa que llevaban puesta. Desnudos y asustados, dieron la noticia. Después de quinientos millones más, de ventas y préstamos, después de cuatro meses sin Óscar y a cargo de tres hijas, Adiela pidió ayuda: integró a Joaquín Patiño a la negociación. Joaquín tenía el respaldo de la Cruz Roja y del padre Giovanni Présiga. Se encontró en dos ocasiones con los guerrilleros, en otros dos encuentros lo dejaron esperando, no paraba de viajar de Medellín a Santa Fe de Antioquia, dejando en suspenso a Maite, su esposa y a sus dos hijos. Hasta que el 16 de abril de 2002 recibió la llamada: iban a entregar a Óscar, que llevaran lo que tuvieran, que después pagaban el resto. El resto, después de nuevas negociaciones, eran 130 millones de pesos. El 17 de abril de 2002, Juaco empacó algo de comida, como la guerrilla le pidió que hiciera. Huevo, arepa y chocolate caliente para Óscar. El padre Présiga y Joaquín salieron del seminario donde habían pasado la noche anterior, buscaron el carro, abrieron la puerta, se montaron, iniciaron su viaje y dieron todos los pasos esperados para regresar con Óscar. Llevaron los setenta millones que tenían, se los entregaron a los guerrilleros e iniciaron su viaje hacia la curva de La Oreja; a Patiño y a su hermano los separaban treinta minutos de camino. *** Escucharon el tiro mientras iban en el carro, aceleraron. Al llegar encontraron el cuerpo de Óscar, sentado, con la vista puesta en el camino que traería a su hermano. Óscar estaba esperando... después de ocho meses, esperaba. Pero una bala en el cráneo le negó ver la llegada de Juaco. Estaba al borde de la trocha, atrás había una loma, una montaña con caminos de lodo. Ya no había nadie. No quedaba nada más que hacer, solo gritar, desquitarse con el viento, lanzar puños, retar a los asesinos, vociferar las peores cosas, las que solo salen cuando el alma tiene un hueco, una desilusión… pero nadie respondió. Después de cerrar el trato con las Farc, después de iniciada la marcha por la paz de Guillermo Gaviria, la marcha que terminaría en secuestro, en muerte, después de todos, después de todo, solo hubo silencio.

El periodismo escrito no ha muerto Primer piso del bloque 12

*** Hugo, párroco de Santa Fe de Antioquia, llamó a Óscar y lo convenció de negociar personalmente con la guerrilla para que pudiera trabajar en paz. Así lo había hecho una familia en Frontino. Adiela no creía en la oferta. Que a vos te dejan por allá, le decía, no te veás con ellos que están ardidos, ellos dicen que estás jugando a dos bandos, no vayás… El 28 de agosto de 2001, Óscar Patiño salió al encuentro con las Farc-Ep y fue secuestrado por tercera vez. Primero hubo una entrega de doscientos millones: “Es más dinero, necesitamos trescientos”, dijeron. Pasaron cuatro meses antes de reunir el dinero faltante. La hermana de Adiela los llevaba con su esposo, pero en el camino fueron atracados. La pareja vio cómo unos hombres se llevaban la libertad de Óscar

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


20 Posconflicto

Amplíe información en delaurbe.udea.edu.co Fotografía: Alejandro Muñoz Cano

Las montañas que cuna serán Crónica de un recorrido

Andrés Felipe Uribe Vasco Estudiante de Periodismo andres.uribev@udea.edu.co

¡No, en la esquina, que se monten en la esquina! —grita el hombre. Camisa azul, bluyín, tenis. Recibe los costales y los ordena—. Hágale, arranque, los demás que nos esperen en la esquina. Los rostros siguen los movimientos del ayudante que acomoda los equipajes. Bultos de café, bolsos, cántaras de leche, pipetas de gas y armarios. Todo ordenado en el centro de la chiva y lo que no alcanza en el techo. —No, aquí va la carga. Bájense que después los organizamos —dice el hombre mientras recibe los talegos. En la chiva hay seis filas de asientos, las tres primeras y las dos últimas para pasajeros; la antepenúltima, más amplia, para el equipaje y la parte superior para ambos. El ayudante despliega una escalera en la parte trasera de la chiva. Primero suben las mujeres, reciben objetos pequeños. Bolsas de mercados y machetes con la cuchilla envuelta en periódico. Luego los hombres y reciben los elementos más pesados. En los asientos las personas se estrechan y van abriendo espacio para quien desea subir. El alboroto se mantiene por unos diez minutos. Los cuerpos se acomodan en los puestos, desde las casas aparecen miradas tímidas que se esconden en cuanto los rostros se ubican en ellas. —¿Dónde está la bolsa del mercado? —Aquí, aquí arriba la tengo. La parte superior es solo una caja de varillas, donde es posible sentarse, amarrar los objetos y hasta recostarse en caso de no llevar mucha carga. Las personas se sientan atrás o adelante, pocos se ubican en el medio. Las mujeres y los niños agarran las varillas. El hombre de camisa azul se cerciora de quiénes están arriba, cuenta. Se queda en la escalera y da la señal de arranque: “¡Dele!”. Suena el pito, la chiva arranca. Una mujer observa el cielo. Camisa rosada, gorra, sudadera negra. Lleva entre sus manos una bolsa. —¿Sí ve? ¿Para qué nos montamos acá? Nos vamos a mojar todos. —No, tranquila, por ahí en una hora llueve y si algo sacamos la carpa —le responde el ayudante, mientras mira las montañas que se van tiñendo de blanco. Ituango, salida de la chiva hacia la vereda Santa Lucía. 3:00 p.m. 17 de noviembre del 2016 *

No. 83 Medellín, abril de 2017

De un tronco cuelgan tres banderas: una de Colombia, dos blancas —una de ellas, de la Marcha Patriótica—. La chiva se va llenando poco a poco. Bultos de café, cántara de leche. Diez personas silenciosas ubicadas distantemente, miran y esperan. Calma. El silencio inunda el lugar, el ayudante lo interrumpe raramente. —¿Monto eso acá? —Hágale. El aire parece limpiarse, purificarse. Se escucha el correr de una quebrada, una pequeña corriente. Desde la tienda algunos alternan la mirada entre el televisor y la chiva. El sol va alumbrando las banderas. —¿Vamos? —Esperemos otro rato Las miradas se posan en las montañas, el amanecer. Se siguen ubicando algunos costales. Las cinco hileras para pasajeros continúan casi vacías. —Vámonos. La chiva arranca. Parsimonia. Vereda Santa Lucía, salida de la chiva hacia el pueblo (Ituango). 7:30 a.m. 18 de noviembre del 2016. Ituango, Antioquia. Municipio. Ochenta y tres manzanas. Una parroquia. Dos parques. Una institución educativa, una escuela. Vereda Santa Lucía, Ituango, Antioquia. Ochenta y tres viviendas. Una iglesia. A tres horas y media, casi cuatro, de Ituango; una hora y media según datos oficiales del municipio. A treinta y dos kilómetros del casco urbano. Solo dos veces al día sale chiva o bus escalera de Ituango–vereda Santa Lucía, y viceversa. Salida vereda Santa Lucía: 7:30 a.m. y 3:00 p.m. Salida Ituango: 9:00 a.m. y 3:00 p.m. * La carretera es destapada. La ruta está marcada por la huella de buses, camionetas, chivas y otros carros. Las mulas y las motos se arrinconan en el camino cuando tiene que pasar alguno de estos. Cuando se encuentran los vehículos más grandes, uno de ellos se devuelve hasta encontrar un espacio de la carretera más ancho. La chiva oscila, se balancea. Izquierda, derecha. Todo el camino se mece. —¿Cómo le fue anoche en la subida? —Bien. —Con ese invierno pensé que no podía. Cuando llueve, los huecos en el camino se van haciendo más grandes. Corrientes de agua descienden de la mon-


21 taña cuando se acerca a Santa Lucía. Los huecos se secan, y en ocasiones son rellenados con ladrillos. * Imponentes, verdes. Verde oscuro. Las montañas y sus diferentes eventualidades son el único paisaje que ofrece el recorrido. Verde claro. Se pueden adivinar los caminos. Verde amarillento. Pequeñas líneas verdes, zigzagueantes. Verde helecho. Rayas que a medida que se acercan, cambian. Verde espárrago. El verde se va volviendo pantano. Verde bosque. Las montañas tienen líneas en la parte inferior. Verde cazador. Las casas en medio de la montaña. Verde malaquita. Las vacas pastando. Verde veronés. Eventualidad: el derrumbe que hiere la montaña. Verde oliva. Las nubes se desplazan bajas. Verde lima. La lluvia se adivina en la cima, en la punta. La lluvia recorre el río. Verde caribe. Río, quebradas. Verde menta. Montaña tras montaña tras montaña. Verde té. La montaña dividida en cuadros, en regiones, subregiones. Verde musgo. Casas: pequeños puntos blancos en la montaña. Verde jade. Las montañas imponentes y verdes. * El ganado se ve pastar a lo largo del recorrido. Detrás de las mallas, muchas de ellas improvisadas, mugen, bufan y rebuznan al paso de la chiva. Solo se ve un corral y a través de la valla se observan los cuerpos rosados de los marranos. Los ladridos no se escuchan aunque hay muchos perros. Una gata se extiende al sol y sus crías juegan en unos troncos. La chiva pita y los gatitos corren hacia su madre. En la carretera hay una vaca pastando. Ante el sonido de un pito, el animal corre camino abajo. El vehículo continúa su recorrido y en cada esquina se encuentra con la vaca. Se acerca y corre. Cada dos minutos la encuentra, y a medida que se acerca, se aleja. —Se va a perder, pobrecita, lleva como diez minutos corriendo detrás de nosotros. —No, eso alguien la sube ahora o ella misma sabe llegar. Antes era peor, se mantenían todos esos animales por el camino y corrían todos, pero luego empezaron a cercar todo el camino, y ya no se ve tanto animal por ahí; cercaron por ellos, no por nosotros. Cuando se alejaban, ellos volvían, pero muchas veces se caían esos animales, se iban al barranco. Dos, tres, cuatro, cinco, hasta diez animales muertos porque se caían de estas montañas —dice el chofer mientras un gallo huye de la chiva. —¡Ay, ojo, lo va a matar! —¡Qué lo voy a matar! Ellos no se dejan matar, ellos corren, no se dejan alcanzar, y si se mueren fue por bobos. * Quebrada del Medio. Río Ituango. Solo hay dos puentes para cruzar ambos, quebrada y río. Puentes de cemento con barandas amarillas. El puente para cruzar el río Ituango fue construido hace tres meses. El puente para cruzar la quebrada del Medio, hace dos meses. * Los bultos de café anuncian que hay personas cerca. El camino se hace distante de casa a casa, los árboles, los puntos blancos en la montaña. Los bultos aparecen, luego de diez minutos sin ver a alguien en el camino, y más adelante una mujer y dos niños. Parados, con su bolso entre las manos, miran y esperan. Interrogan, miran al chofer y la chiva para. No alzan la mano o silban, solo miran. El ayudante desciende, coge los bultos sin preguntarles nada, los ubica en la zona de carga, alternativamente la mujer va mirando los asientos disponibles. Sube a la última fila y envía a uno de los niños a la primera. —¡Dele! —la chiva arranca. Los bultos siguen apareciendo en el transcurso del viaje. Siempre: primero los bultos y adelante alguien, una familia, una mujer, un hombre. Hay quien se aventura y hace una señal al bus, pero este ya se ha detenido antes de recibirla.

—¡Qué recua! —el ayudante al ver más de doce personas en el camino, todas subieron al bus. —Ahí hay un puesto —un hombre buscando asiento para una anciana —Nos tocó irnos allá arriba —ríen, miran, se despiden y suben. * —¡Pare! A las dos horas de viaje se bajan las primeras personas. El sonido de la chiva va llamando a quienes se encuentran en las casas, se arriman a ella y ayudan a descender las bolsas. Los bultos se tiran al suelo y los hombres los entran. Los niños se asoman y observan con expectativa. Hay personas que descienden en caminos donde no se ve ninguna casa cercana. Tienen que cruzar el río y de ahí caminar hasta ella. La chiva también es mensajera. Bolsas naranjas con diferentes nombres ubicadas al lado del asiento del chofer son reclamadas en distintos lugares. —¿Una bolsa para Diego Agudelo? —pregunta una mujer. —No, aquí no hay nada. Pregúntele al ayudante, él la tiene —responde el conductor. —Yo voy a preguntar, pero espéreme, no arranque que yo también voy — replica la mujer. El chofer busca en los paquetes a su lado. —Pase todos los paquetes que hay —dice el ayudante—; todo eso se tiene que quedar acá. * Un hombre y un niño. Una manta roja envuelve todo su cuerpo. Una corona o chindau cubre sus cabezas, camisas de manga larga. Sentados en el corredor observan cómo la chiva sigue su camino. Después entiendo: Indígenas. Resguardo indígena Jaidukamá. Etnia Embera katío. Visten mantas rojas; las mujeres a manera de monja, los hombres a manera de turbante. Su comunidad vivió el auge del conflicto bipartidista en el país, de allí su predilección por el color rojo. “Un color que resalta en medio del color de la naturaleza”. * Ituango significa “Río de Chicha” en lengua indígena. Santa Lucía es una mártir de la Iglesia Católica, representada llevando sus propios ojos en un platillo. Lucía proviene del latín Lux = luz.

* —Ahí viene —gritan. Dos mujeres, un niño. El niño corre de un lado al otro del camino. —¡Ay, no!, yo arriba no me voy a montar, ¿no hay puesto por ahí? —tres mujeres, un hombre, dos niños. Miran cómo se acerca el vehículo. —Venga yo le ayudo con eso —un hombre. —Monten los niños abajo, que se caen —cuatro mujeres, seis niños. Suben a la parte superior. —Denle un puesto a la mujer que lleva un bebé —un hombre. Las personas se miran, mientras la mujer recorre con la mirada la chiva buscando un asiento. La cuarta hilera se mueve y le da un espacio.

*

El río se muestra por entre los matorrales, tranquilo, afable. Pocas construcciones se observan cerca de él; sereno, se bifurca entre rocas y se unifica instantáneamente. Acompaña la naturaleza agreste, y el viento refresca a los pasajeros. Calma, el recorrido lleva más de hora y media. El cansancio adormece a algunos pasajeros y el sonido de la corriente los arrulla. Antes de cruzar el puente, se tropieza con una tienda y una escuela. El ruido del río aumenta, acompaña las conversaciones. Una Virgen da la bienvenida. El ímpetu golpeando las rocas, el bus sigue su camino hacia arriba, siempre al lado del río. Por más que suba, al asomarse al precipicio, el río está ahí. Absuelto, libre. *

Fotografía: Alejandro Muñoz Cano

Santa Lucía Alejandro Muñoz Cano Profesor de Periodismo alejandroantropos@gmail.com

A lo lejos, desde el carro escalera, se ve la bandera de Colombia entre dos franjas blancas, como si fuera una sola. Una ilusión óptica que se desvanece cuando el viento pierde fuerza y cae cada bandera por separado. En el patio de la escuela de Santa Lucía, se apoya el larguero que en su punta corona las tres banderas. El blanco es paz, pero para los habitantes de Santa Lucía, vereda de Ituango que viene sirviendo como Zona Transitoria de Normalización para la desmovilización de la guerrilla de las Farc, especialmente del Frente 18, el blanco debe ser tranquilidad, ante todo. La vereda tiene 265 habitantes, y en la primera impresión uno juraría que 260 son niños. Pero no es así. Hay 78 niños entre cero y once años, y 47 entre doce y diecisiete; la mayoría, estudiantes del Centro Educativo Rural Santa Lucía, de preescolar hasta noveno, con tres profesores que se deben multiplicar, como ilusionistas. Los grandes de la vereda trabajan la agricultura, básicamente en cultivos de fríjol, café y maíz. Hay tiendas que venden al por mayor y al menudeo, con juegos de billar pool, y una pequeña parroquia liderada por un cura joven que tiene que distribuir sus obligaciones sacerdotales en otras veredas. La vereda suena a río, de día y de noche. El río siempre ha estado. Estuvo en el 2000, cuando llegaron los paras, quemaron el caserío y los desplazaron. Estuvo cuando reconstruyeron con su propia gestión y de nuevo se asentaron. Y está ahora, cuando deben ser un territorio de acogida para el proceso de paz entre Farc y Gobierno. El blanco también es esperanza porque, como dice don Samuel, agricultor de Santa Lucía, “si vivimos las peores, por qué no esperar y disfrutar en las mejores”.

Fotografía: Santiago Rodríguez Álvarez

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


22 Posconflicto Se orilla al lado izquierdo del camino, intenta subir por tercera vez. Acelera y se devuelve antes de llegar a la pendiente. Un agujero no permite la continuidad. —Hágale otra vez, pero más a la izquierda —grita el ayudante mientras señala la ruta que debe seguir. Retrocede. Un desnivel, un hueco. Se balancea y se va alejando para coger impulso. —Más, más. Se detiene, acelera y, aunque parece que va a subir con rapidez, cuando llega a la pendiente pierde velocidad, no logra sobrepasar el orificio y el empinado. —¡No, no! Que se bajen los del capacete, que se bajen los de arriba —vocifera el chofer. El ayudante corre y los ayuda a bajar. Las personas dicen cosas entre sí, se bajan lentamente, sin prisa. Mujeres, niños, hombres. Algunos bajan con sus pertenencias. Siete minutos. A medida que desocupan se van adelantando a la chiva, se adelantan y la empiezan a mirar desde lejos, expectantes, esperando. La observan. —¿Cuántas personas hay, pues? —pregunta el conductor. —Bastanticas, unas veinte o veinticinco, siempre hay gente —responde el ayudante. Ante la espera, algunas personas que se encuentran en la parte de abajo empiezan a evacuar el vehículo. —¿Y por qué casi todos se están bajando? —Les da miedo, algunas veces se han volteado chivas —responde el chofer. Doce minutos. Recogen rocas, grandes y pequeñas, y las van tirando al hueco. Quien se baja coge una roca y la tira. —Venga, ayúdeme con su hermana —dice una mujer mientras le entrega un bebé a un niño. Camisa amarilla, pañoleta roja, pantalón azul. La recibe, y se adelanta con ella. La mujer coge una roca, la tira y luego alcanza a sus hijos. La chiva retrocede más, acelera. Izquierda, derecha, izquierda, izquierda. Se orilla y logra subir. —¿Sí ve? Se tenían que bajar todos, es que con tanta gente y esto tan pantanoso no sube —concluye el conductor con felicidad. La gente empieza a buscar sus puestos de nuevo. Diez minutos. —Venga, ¿alguien le puede ayudar con un puesto a mi mamá, que viene toda aporreada allá arriba? —dice una mujer, mientras las personas se estrechan para darle un espacio. La chiva continúa su ruta. * Puente de la quebrada del Medio. Un respiro en el camino, extraño, extranjero entre la unión de las dos orillas. La quebrada fluye tranquila. La vista se posa en el letrero, en la pancarta. Pancarta: Letra amarilla. Mayúscula al iniciar cada palabra. ¡Bienvenidos! Zona Veredal Transitoria de Normalización. Parte superior derecha. Letra azul claro: Santa Lucía. Fondo: selva. Parte superior derecha: frente 18 y 36.

El desfile de los chalecos Santiago Rodríguez Álvarez Estudiante de Periodismo santiago.rodrigueza@udea.edu.co Fotografía: Cortesía Donaldo Zuluaga,El Colombiano

El gobierno de la República de Colombia y las Farc-EP se sentaron hace cuatro años a negociar la paz y el 24 de junio de 2016 anunciaron las zonas veredales transitorias de normalización. Santa Lucía, una vereda de Ituango en Antioquia, era una de estas zonas designadas para que los miembros de las Farc comenzaran su desarme y reincorporación a la vida civil. Al mismo tiempo comenzó el desfile de los chalecos.

Este es el nombre que le ha dado la gente al vaivén de personas y entidades que pasan por Ituango ―y especialmente por Santa Lucía― debido al proceso de paz, pero de espaldas a la comunidad o a costillas de ella. Karla Giraldo, comunicadora de la Alcaldía, habla sobre este tema como un fenómeno que viene cansando a la gen-

* El Ministerio de Defensa Nacional se permite comunicar que dentro de los acuerdos anunciados el día de ayer en La Habana, Cuba, se incluye el establecimiento de veintitrés zonas veredales transitorias de normalización (ZVTN), cuyo objeto es garantizar precisamente que cesen el fuego y las hostilidades de manera definitiva y que las Farc dejen las armas en manos de la Organización de las Naciones Unidas - ONU. Estas zonas son veredas o fracciones de veredas. La vereda es la más pequeña subdivisión en la estructura administrativa territorial colombiana. Tales fracciones veredales están localizadas en la jurisdicción de los siguientes veintidós municipios en doce departamentos: … Antioquia: Remedios, Ituango, Dabeiba … Comunicado de prensa del Ministerio de Defensa. Viernes 24 de junio del 2016. * —¿Se están mojando? Voy a sacar la carpa —dice el ayudante. Las gotas empiezan a molestar el rostro. La lluvia es suave, pero el movimiento del vehículo la hace fastidiosa, inoportuna. El hombre va extendiendo una carpa, un plástico desde la parte trasera. —Hágale, téngalo. No lo suelte porque se mojan. Las personas de los extremos sujetan la carpa para que no se corra, no se caiga, no se vuele. —Sujételo bien, que nos mojamos. Hágale, tranquila, que eso no está sucio. *

No. 83 Medellín, abril de 2017

Fotografía: Luisa Rojo

te, que tiene esperanza de progreso y desarrollo en la región por el proceso de paz, pero que hasta ahora solo ve a personas desfilar. Elkin Espinal, un cafetero de 44 años y líder social de la vereda Los Sauces, comenta en el parque principal de Ituango que “lo que nos ha matado en este país es el señalamiento”. La comunidad aprendió con los años que hablar mucho puede ser mortal. Por esto se cansó de que los medios de comunicación, y organizaciones de diferente índole, lleguen haciendo preguntas indiscriminadas a la población, obtengan la información requerida y se vayan. En Santa Lucía, las personas no ven los resultados de decirles a los medios, cada vez que van, que tienen necesidades, que no hay presencia estatal, que las carreteras está malas, que han sufrido la guerra, que desean trabajar tranquilamente, que anhelan la paz. Pero no son solo los chalecos de los periodistas, también organismos no gubernamentales, Naciones Unidas, comisiones verificadoras, representantes del Gobierno hacen presencia en Ituango. Samuel de Jesús Villa, agricultor y tendero en Santa Lucía, comenta que desde hace dos años ha entrado una tranquilidad a la región, que se siente a diario, pero las necesidades de la población siguen ahí: “Aquí ha venido mucha gente a entrevistarlo a uno, ahí quedarán ustedes, porque no sabemos si esto nos sirve pa’ bien o pa’ mal”. Lo dijo cuando aún no se había concretado el Acuerdo Final entre Gobierno y Farc. En 2017, con proceso de paz en marcha y el desarme paulatino de las Farc, las cosas no han cambiado drásticamente. Karla Giraldo nos cuenta que aún es visible el desfile de los chalecos y que, por eso, a principios de marzo tuvo lugar una reunión para tratar el tema entre la Alcaldía de Ituango, la Agencia de Renovación del Territorio, Defensoría del Pueblo y Naciones Unidas. Todo parece cambiar para bien, según informa la Agencia de Renovación del Territorio (ART), que, en coordinación con la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, ya está haciendo presencia en zonas veredales como Santa Lucía. Precisamente, la misión de la ART es coordinar este ingreso a los territorios y promover el desarrollo de estas regiones. Finalmente serán la comunidad y el tiempo los que dirán si estos no fueron unos chalecos más.


23 —Venga, ¿cómo se llama esta chiva? —Esta chiva no tiene nombre. En la empresa es el número 59, pero nombre como tal no tiene. Hay una que se llama “El rey de las trochas” y otra que la llaman “La consentida”. Pero esta no la hemos bautizado. * La carretera retrasa el tiempo, el espacio. No importa que Santa Lucía se vea cerca, el camino siempre es largo. El cuadro intacto de las primeras sietes casas que se ven a lo lejos permanece por más de una hora del recorrido. El camino serpentea. El bus se detiene, y por primera vez en todo el camino se apaga, es la única señal para saber que llegamos. * Una mula carga un hombre en la curva del camino. Poncho, bluyín, botas. El hombre lleva una linterna, al ver acercarse la chiva retrocede y se hace a un lado del camino. Espera, mira. La chiva no se detiene. —¿Llegamos? —Sí.

Ecos desde el Bajo Patía Texto y fotografías: población afro, en la más terrible de todas las miserias, porque no solo se trató de muerte o Víctor Chaves R., Reportero Nómada de hambre generalizada, sino de una dignidad Director del Informativo Web del Sur que pereció luego de una prolongada y muy Miembro de la Unidad de Medios Alternativos del azarosa agonía. Sur para la Paz, Umaspa Ahora que ya no hay guerra, o por lo meviccha2000@yahoo.com De los 52 años que duró la guerra de las Farc con el Estado colombiano, 38 se produjeron en el suroccidente, afectando de lleno y para siempre la vida en los departamentos de Cauca y Nariño; un territorio con un inmenso historial de acontecimientos propios de una confrontación que parecía eterna. Las balas y las explosiones de todos los actores armados de este conflicto sumieron a estos pobladores, campesinos mestizos, indígenas y

nos que han callado los fusiles de uno de los más férreos contendientes, se puede asegurar que gran parte de los territorios que ayer fueron escenarios para la violencia, hoy lo son para albergar a centenares, miles de familias, en la pobreza absoluta. Muchas llegaron sin un peso en el bolsillo, con la esperanza de sobrevivir de la hoja de coca o de la minería del oro. Pero mientras se acerca para ellos el día en que sus penas se acaben y sus sueños se hagan realidad, el hambre, el analfabetismo, la incapacidad para salir adelante por sus propios medios, los obligarán a permanecer allí, viendo cómo sus hijos siguen creciendo para repetir la historia, la de los olvidados de siempre. Con excepción del Ejército, la Policía o los erradicadores contratados por el Gobierno, las instituciones en temas como la salud, la educación y todo lo demás que debe proveer el Estado a sus ciudadanos, nunca han aparecido por esos lados. Ni siquiera en elecciones, porque muchos de los pobladores carecen de cédula y hasta de registro civil. Para los políticos ellos no valen ni siquiera el tamal con el que compran los votos. A la fecha, para los territorios de Cauca y Nariño se calculan cerca de cincuenta mil hectáreas sembradas con la planta de coca y la justificación está hoy más latente que nunca: no existe un producto legal que le genere al campesino de estos territorios una rentabilidad que aunque sea se aproxime a la ganancia que deja la hoja de coca. La mayoría son pequeños productores y por lo tanto esa ganancia apenas les ayuda a cubrir sus necesidades básicas. Pero claramente hay que decir que no existen otras alternativas. El río Patía, como el Mira, el Tapaje y tantos otros que viajan surcando al Macizo Colombiano antes de dirigirse hacia la costa pacífica para allí acabar de morir, son enormes monumentos a todo lo irresponsable que puede ser un humano con la vida misma. La contaminación supera todo cálculo y tolerancia racionales. La gente que extrae el oro de sus entrañas se encarga de darles el totazo final. Y así todo lo demás. Casi cuatro décadas de guerra en este territorio solo dejan la sensación de que todo está listo para la próxima confrontación.

Sonia, comandante y madre.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


24 Última

El deseo de Eva

Texto e ilustración: Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com

¿Te has enamorado hasta las medias? ¿Al punto de darlo todo por un hombre? —No sé. No creo estar segura de eso. —Entonces no te operes. De pronto llega ese hombre. La mujer no supera los cincuenta años, lleva el cabello recogido en una cola de caballo saboteada por el frizz y un carné de Profamilia. Intenta convencerme de que ligarme las trompas sin nunca haber sido madre sería un error. —¿Yo qué quiero? Que vivas ese amor. De ese amor solo hay una vez en la vida. Sentada, en un consultorio con modelos 3D de aparatos reproductivos femeninos y masculinos partidos a la mitad, escucho las consideraciones sobre el amor de una funcionaria encargada de orientarme en el proceso de esterilización femenina, uno de los métodos anticonceptivos legales ofrecidos en el país. Minutos antes, en un video del monitor del consultorio explicaban: “La esterilización quirúrgica femenina es un método anticonceptivo invasivo que sirve para evitar el embarazo en forma permanente”. Era sencillo: anestesiaban, ligaban, cortaban, cauterizaban y uno salía estéril… Todo aquello condensado en la pregunta posterior de la mujer: —¿Te quieres operar de verdad, corazón? *** En Colombia, la ligadura de trompas es un método anticonceptivo contemplado en la ley, permitido para mujeres mayores de edad que expresen el deseo de no tener hijos, incluso si nunca han dado a luz, y sustentado por la Ley 1412 de 2010, que promueve la progenitura responsable. El procedimiento es sencillo. La mujer es sedada con anestesia general. El médico introduce un laparoscopio a través de una pequeña incisión en su abdomen y, una vez dentro del útero, anuda las trompas de Falopio, hace un corte arriba y abajo del nudo, cauteriza los bordes del corte, retira el instrumento, cierra la herida y deja a la mujer esterilizada en un periodo de recuperación que toma de dos a tres horas. El doctor Germán Raigosa, especialista en medicina reproductiva, lleva treinta años trabajando con úteros. En su concepto, la esterilización es un método tan normal como las pastillas, las inyecciones, los dispositivos y el condón; incluso es un método que “las mujeres que no pueden tomar pastillas anticonceptivas o usar dispositivos intrauterinos por problemas de corazón, de coagulación o por las defensas bajas, pueden usar porque es muy inocuo”. Aunque la esterilización da la idea de cortar de raíz la maternidad —porque tiene el objetivo de ser definitiva—, en realidad puede ser revertida por medio de una cirugía de reconstrucción que ronda los tres o cuatro millones de pesos y que tiene un sesenta por ciento de efectividad. “El éxito depende de la edad de la mujer, porque no es lo mismo buscar embarazarse a los veinte años que a los

No. 83 Medellín, abril de 2017

En el cuerpo de una mujer transcurren entre diez y veinticuatro horas hasta que un óvulo es fecundado por un espermatozoide. En una sala de cirugía pasa poco menos de media hora para que a esa misma mujer le corten y cautericen las trompas de Falopio. ¿Qué pasa cuando una mujer desea eliminar definitivamente la posibilidad de ser madre? cuarenta. Es una cirugía ambulatoria. Y tiene los riesgos de cualquier cirugía… una complicación anestésica, hemorragia o infección”, aclara Raigosa. Manuela Miranda tiene veintiún años y se esterilizó hace pocos meses. Es de Medellín y estudia performance in jazz en Estados Unidos. Su caso hace parte de otros 20.283 (entre ligaduras y vasectomías) atendidos por Profamilia en población joven durante 2015. —Decidí un método definitivo porque nunca concebí mi vida con hijos. Tengo planes y proyectos en mi vida y tener un hijo dificultaría o cambiaría mi objetivo. Siempre consideré que la labor de una madre es demasiado compleja y requiere demasiado tiempo que yo simplemente no quiero dedicarle a alguien más. Creo que fue la manera más responsable y sana de no hacerle un mal a alguien ni frustrarme yo misma. Para Manuela la ligadura de trompas significó evitar un embarazo no deseado, es decir, poner una barrera a la fecunda cifra de 19,5 por ciento de embarazos adolescentes registrados en Colombia por el informe anual de Profamilia en 2015. Su procedimiento se realizó en esta entidad, que apareció en el país en 1965 y que trajo por primera vez el dispositivo intrauterino (la famosa T), así como la píldora del día después; dos métodos anticonceptivos todavía populares en nuestros días y que sirven para desligar la sexualidad del deshonroso ‘meter las patas’. Opciones de planificación que le permiten a la mujer decidir sobre su propio cuerpo. Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud de 2010, el 88 por ciento de las mujeres entre quince y diecinueve años comienzan el uso de anticonceptivos sin tener hijos. No es de extrañar que, cada vez más, mujeres jóvenes

sin hijos, como Manuela, lleguen al consultorio de Profamilia preguntando sobre la ligadura de trompas, vean el video de seis minutos sobre el procedimiento médico que las dejará estériles y terminen —de alguna manera— interrogadas sobre su experiencia con el amor. *** Traer hijos al mundo es, según las religiones monoteístas, un mandato divino. Para ellas, la vida es un don sagrado y una bendición que únicamente debería ser dada o negada por Dios. El padre Jorge Enrique García, delegado para la Pastoral Familiar de Medellín, está de acuerdo con el mandato del Génesis: reproducirse es una función ante la cual “no se puede ir en contra de la naturaleza”. Es síntesis, para el catolicismo se trata de un asunto de parejas —heterosexuales— que consagran el amor en el acto sexual bendecido por Dios a través del sacramento del matrimonio, y ante el cual es válida la opción de la planificación natural a raíz de un entendimiento pleno del ciclo menstrual de la mujer y de los deseos de la pareja casada. Nada nuevo si se considera que la Iglesia Católica ha promovido la familia como eje fundamental de la sociedad. Colgada de una pared de la oficina del padre García está una reproducción de La sagrada familia, cuadro en el que María arropa al niño con sus brazos y José vela por los dos. La postura religiosa le confía el control de la natalidad a la familia y al matrimonio. En otra orilla del mismo río se encuentran las palabras de Laura Torres, vocera de Católicas por el Derecho a Decidir, una organización social de mujeres creyentes… —La libertad de conciencia es uno de los principios católicos más importantes, porque se dice que la conciencia es lo que más cerca tenemos de Dios. Al ejercer la conciencia de manera libre tenemos la posibilidad de estar mucho más cerca de él. Torres habla de la posibilidad de disentir de los principios católicos, a fin de que la mujer encuentre la libre autonomía para su proyecto de vida. Esto involucra posibilidades como la de no ser madre y hacer una vida sin estar casada. —Buscamos que las mujeres se sientan con todo el poder y con toda la capacidad de tomar decisiones sobre su cuerpo sin necesidad de sentir que están siendo malas mujeres o malas católicas —indica la vocera de Católicas por el Derecho a Decidir. *** “Creced y multiplicaos”, dice el Génesis. Hay en el vientre de una mujer ecos de ese designio. “Llenad la tierra”, continúa el libro bíblico. Una vida piensa en el amor… al salir del consultorio de Profamilia tiene el corazón y las trompas de Falopio intactos. Otra trae al mundo una nueva vida… su óvulo, fecundado por un espermatozoide nueve meses atrás, abre los ojos y llora en una sala de partos. Si es niña, tal vez las dos se llamen Eva.


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