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Las ruinas del lugar en el que un dios derrocó a otro dios A cuatro kilómetros de Andes se encuentra el resguardo indígena Karmata Rua, un lugar en el que conviven cerca de 1.700 emberá chamíes. A lo largo de los años, esta población nativa del suroeste antioqueño ha debido acostumbrase a la imposición de creencias y costumbres ajenas. Un enfermizo fenómeno de cambio que, en pleno 2016, sigue causando estragos. José Andrés Rubiano Franco Estudiante de Comunicación Social Periodismo j.a.rubiano@hotmail.com
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El padre Ezequiel J. Pérez se encontró el diablo varias veces; en una de esas, él venía de una vereda, allá abajo por Caramanta, ahí donde están los indígenas. En ese lugar se encontró con el diablo y entonces lo echó; se dice que de ahí para abajo cayó un vendaval el verraco” —cuenta Luis Gonzaga en el museo Clara Rojas Peláez, en Jardín. “Es que el padre Pérez había llegado a cristianizar a los indígenas. Cuando eso, las mujeres vestían solo la mera faldita, llevaban el cabello suelto y sencillos adornos; además todas hablaban en dialecto. Y para el sacerdote todo eso era ‘del diablo’” — comenta Gloria Tamanis, líder comunitaria emberá chamí. “Los colonos llegaron a tratarnos de brutos, salvajes y raros. Pensaban que a toda esta gente había que educarla y evangelizarla. Además, fue el sacerdote Ezequiel Pérez quien decidió bautizar esta tierra bajo el nombre de Cristianía” —puntualiza Gilberto Tascón, gestor de la emisora Chamí Estéreo. Pero Cristianía no existe, es Karmata Rua el nombre original de uno de los principales resguardos indígenas del suroeste antioqueño; una aldea situada entre los municipios de Andes y Jardín, a 120 kilómetros de Medellín. Su nombre podría traducirse como “Tierra de Pringamosa”: los primeros pobladores encontraron el lugar lleno de matas de pringamosa, que al florecer les dieron la sensación de adornar el paraíso. Aunque la fe de los cerca de 1.700 pobladores del resguardo está comandada por la parroquia de Andes, jurisdiccionalmente hacen parte de los jardineños. Sin embargo, y ante la duda, el no pertenecer directamente a ninguno de estos dos pueblos ha sido una de sus acciones más representativas. Prueba de ello es que Karmata Rua posee sus propias leyes y además confía su seguridad a la Guardia Indígena, una especie de policía que custodia las 325 hectáreas que comprende el resguardo. ***
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En el espacio pueden habitar muchos dioses, sin importar su grandeza. La misma infinidad del universo les permite sentirse oq nt i u i a omnipotentes y les ahorra la posibilidad de que exista uno que otro vecino por ahí. Los primeros habitantes de Karmata Rua creían en Karabi, un dios ancestral que tenía la certeza de nd a que la amputación del clítoris n í
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No. 79 Julio - agosto de 2016
era una forma de salvar al mundo y evitar desgracias. Hoy día hablan de Cristo o Jesús (usted puede nombrarlo según su gusto o creencia, la mayoría le dice dios). En la capilla católica del resguardo indígena conviven varias figuras de cerámica y barro, entre ellas una de la Madre Laura Montoya evangelizando a un niño indígena. Según un mito local, Laura castigaba con alambres de púas a los indios que se rehusaban a llevar una vida católica; Ezequiel J. Pérez era uno de sus acompañantes en estas misiones religiosas. En Karmata Rua la capilla permanece cerrada, generalmente, siendo el lugar en el que los indígenas cumplen con todos sus sacramentos, como todo buen cristiano lo haría. En la memoria de los habitantes del resguardo se mantienen latentes algunos recuerdos que los constituyeron como comunidad. Dos de ellos, los asesinatos de Mario González y Luis Aníbal Tascón; al primero lo asesinaron mientras subía a pie con algunos tragos en la cabeza, dicen que olvidó acatar las recomendaciones de los vecinos y jamás volvió a dormir en su cama. A Luis Aníbal lo mataron a quemarropa en el Puente Pizano, se rumora que viajaba con su propio asesino y que este hizo detener el vehículo para acabar con la vida de quien fuera el primer abogado de la comunidad indígena. Estas dos muertes, ocurridas entre 1986 y 1990, se atribuyen a disputas por tierras que los colonos habían invadido tiempo atrás, a pesar de que en 1870 Gabriel Echeverry Mejía donó el terreno y de que existieran documentos legales en poder de los indígenas. Por suerte, justicia, intervención del gobierno, perseverancia o por sangre derramada, Karmata Rua recuperó sus terrenos. Tanto los Emberá Chamí como los Emberá Katíos (estos últimos asentados en los corregimientos Quebrada Arriba y Santa Inés del municipio de Andes) compran los artículos de su canasta familiar en los principales supermercados del comercio andino. Arroz, panela, fríjol, zanahoria, gaseosas y mecato son sus principales y primordiales adquisiciones. Los comerciantes del sector Estación de Jardín, en Andes, se muestran complacidos por el flujo de efectivo que representan los domingos en esta zona. Eso sin contar que son las cantinas de la galería y del parque principal las que se quedan con la mayor parte de las ganancias de la población indígena que habita estas tierras. Cristianía es el nombre del equipo de fútbol que el resguardo conformó hace cinco meses para jugar el III Torneo Interbarrios de Andes. El conjunto indígena cayó derrotado cinco goles a dos ante Celusofi, equipo que se ha consagrado campeón en las dos versiones anteriores de la competición. Los muchachos de Karmata Rua se reúnen a practicar el buen trato a la pelota en la cancha de la comunidad, contigua
a las instalaciones de la institución educativa. Durante el recorrido por la vía destapada que traza el ingreso al resguardo es posible que los sonidos de músicas modernas acompañen el trayecto. Los merengues, vallenatos y el reguetón hacen parte de un ambiente recurrente y habitual. La gran mayoría de estas canciones son programadas desde Chamí Estéreo, estación radial ubicada al costado derecho de la iglesia donde la Madre Laura aún sigue evangelizando al mismo indígena. “Yo soñaba con tener una emisora comunitaria para el servicio de la comunidad y para servir, desde aquí, a otros hermanos indígenas”, rememora Gilberto Tascón, quien además de ser el gestor de la emisora es licenciado en Pedagogía de la Madre Tierra. En los 90.3 fm se puede sintonizar la estación radial del resguardo. Los viernes en la noche los vallenatos invaden el dial. En Karmata Rua está prohibida la venta y consumo de bebidas embriagantes. Durante la gobernación de Gloria Tamanis se decidió esta medida, con el fin de reducir los incidentes entre los miembros de la comunidad. Aunque en Karmata Rua están acostumbrados al constante arribo de visitantes, hay ciertos personajes por quienes sienten apatía: “A mí no me gusta que vengan los evangélicos, llegan siempre con sus libros a echar cuentos”, dice Gloria, que aparte de líder comunitaria es una de las integrantes de Imaginando con las manos, un colectivo de mujeres artesanas del resguardo. “Los Emberá Chamí han sufrido un proceso de aculturación, que tiene mucho que ver con su posición geográfica, ahí a bordo de carretera. Han perdido rasgos autóctonos por adecuarse a la vida occidental, por así decirlo. Los Emberá Katíos son víctimas del conflicto armado y aquí llevan veinte años desplazados, a pesar de los intentos por reubicarlos, no se ha pensado en sus necesidades ni en sus concepciones sobre la vida ni tampoco en las diferencias entre ambas etnias”, explica Juan Diego Restrepo, trabajador social que estuvo de cerca con ambas comunidades indígenas. Es posible que a Ezequiel Pérez no se le haya aparecido el diablo. Tal vez fueron los mismos indígenas quienes intentaron resistirse a las leyes católicas en algún momento, quizás el clima contribuyó a la creación del mito. En cualquier caso, la derrota de Karabi a manos de Cristo no es otra cosa que la transición misma a la que está sometida la población indígena de la zona. El ahora único conflicto ancestral radica en la lucha por conservar su nombre: Cristianía no quiere dejar de ser el orgullo y el símbolo de la colonización católica; Karmata Rua, por su parte, agoniza pero aún le quedan fuerzas para rendir un homenaje a su herencia y a su legado indígena, aunque ahora solo sea simbólicamente.