De la Urbe 79

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P E R I O D I S M O U N I V E R S I TA R I O PA R A L A C I U D A D

Antioquia indígena

AÑO 16

# MEDELLÍN, JULIO-AGOSTO DE 2016 ISSN16572556

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Los cubanos de Turbo

FAC U LTA D D E C O M U N I C AC I O N E S / U N I V E R S I D A D D E A N T I O Q U I A


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Apuntes desde otro hemisferio Un egresado de la seccional Oriente de la Universidad de Antioquia relata su experiencia de volar a Australia con el fin de estudiar inglés. Para sostener el proyecto, su opción es trabajar. Esto le permite una rara inmersión en la cultura.

Mateo Jurado Comunicador Social Periodista mateojurado@gmail.com

Mesero, aseador, ayudante de cocina y barista (quien prepara cafés) son los trabajos más accesibles para estudiantes foráneos. El salario mínimo legal para este tipo de actividades clasificadas como Hospitality es AUD 17.29 por hora (el cambio del dólar australiano bordea los 2.200 pesos colombianos a julio de 2016).

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n Sídney, los primeros días de marzo y los últimos del verano, el sol no se torna tímido sino hasta las 7:30 de la noche. Ya oscureció y Lynda está en su cuarto con su bata floreada “antihombres” —la llamo así porque la cubre desde los hombros hasta los tobillos—, aguardando a que sea más tarde para cambiarse e irse a un club nocturno con David, el abogado que conoció hace unas horas en el bus camino a casa y al que invitó a quedarse en nuestra sala las dos noches que le restan en la ciudad. No la culpo, es un francés con una sonrisa y un aire de actor de telenovela mexicana, que canta y toca la guitarra. Hoy no me uno a la fiesta porque mañana debo madrugar. Programé la alarma del celular a las cinco para llegar puntual a mi cita diaria con Mohammed en el gimnasio; la última semana, en dos o tres ocasiones, me esperó quince minutos sentado en la entrada y aunque siempre me recibe con su habitual “no broblem”, no quiero medir más su paciencia. Me hice amigo de Mohammed porque al concluir mi primer día de clase en la escuela de inglés, el muchacho me abordó en el pasillo como si me conociera de hace tiempo, con una seguridad que no le atribuye uno a un joven de diecisiete años. Me preguntó hacia dónde iba con la intención implícita de unirse a mis planes. Lo invité a que me acompañara a almorzar, salimos de la calle Oxford donde está la escuela, y caminamos en busca de algún lugar en el

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corazón de la metrópoli. Desde ese día transcurrieron dos semanas en las que el árabe y yo nos dedicamos a recorrer la ciudad en las tardes, a apreciar, desde la tranquilidad del extenso Jardín Botánico, la vista de las siluetas curvas del famoso Opera House y la imponente estructura metálica del emblemático Harbour Bridge; a reposar el almuerzo en Centenial y Hyde Park y a tachar, de una lista de más de setenta playas, tres de las más famosas: Bondi, Bronte y Coogee, a solo treinta minutos de la escuela en bus. A pesar de que tiene visa de turista y no se le permite trabajar, a Mohammed el dinero no le preocupa. Su papá murió cuando él tenía tres años y desde entonces el gobierno de Arabia Saudita le ha estado consignando un subsidio mensual equivalente a tres mil dólares estadounidenses, que no había tocado hasta ahora que terminó sus estudios de bachillerato. Mohammed vino a Australia tres meses para mejorar su inglés antes de comenzar la carrera de ingeniería en la ciudad de Hofuf. Nos hemos hecho tan cercanos que ya la pronunciación de la “p” como una “b” natural de su lengua materna no es problema para mí: con él es “buplic” en vez de public, y si hablamos de fútbol, su gran pasión, dice “bosition” en vez de position para referirse al rol de los jugadores. Mi visa es diferente, es una visa de estudiante que me habilita para trabajar máximo veinte horas por semana. Como no cuento con un respaldo económico como el suyo,


Viajes

Asiático australiano es como se denomina hoy a los nativos de Australia con ascendencia asiática. Un 6.5% de los ancestros directos de los residentes de Sídney, por ejemplo, son chinos.

Cruzar una calle en luz roja o a más de veinte metros de la línea de cruce, acarrea una multa de AUD 71 a los peatones en Sídney.

nuestros días de turistas acabaron y mañana, después del mediodía, dejo de ser estudiante para convertirme en kitchen hand. Hace una hora me llegó el mensaje de texto que María, la dueña del restaurante, envía los domingos a todo el staff con el horario para la semana. A diferencia del de las meseras, el mío no varía mucho: empiezo a lavar platos, vasos, pocillos, ollas y sartenes a las 2:30 de la tarde en el pequeño pero ajetreado Café Nostra, que está en una esquina a cinco minutos caminando desde la estación Saint Leonards, a cuarenta minutos de la escuela en tren. Ya Lynda y David están saliendo de la casa y al cerrar la puerta, desde el umbral, se asoman por mi ventana despidiéndose. Curioso, en esta ciudad el domingo también es día de fiesta. Quizás la gente aprovecha que todo el sistema de transporte público —bus, tren y ferri, sin importar la distancia—, es gratis el último día de la semana. Yo también espero sacarle provecho y el próximo domingo, con un grupo de compañeros de clase, un alemán, una rusa, una china y dos colombianas, tomaremos el tren dos horas hasta el pueblo de Katoomba y conoceremos las Three Sisters, una formación de rocas con una vista asombrosa de cientos de kilómetros de bosque y cascadas en el Parque Nacional Blue Mountain.

—See you! —me dice Lynda entusiasmada, con sus crespos trenzados hacia el hombro derecho. Me pongo de pie y noto que otra vez está usando shorts; al parecer no usa pantalones cuando de fiesta se trata. Cuando la vi por primera vez, hace cuatro semanas, usaba su bata y estaba friendo unos brócolis con tomate y champiñones que habían impregnado la cocina de un olor amargo. Sabía que llegaba el jueves de esa semana porque Neil, el dueño de la casa, me había enviado un email días atrás confirmándome que la otra habitación la tomaría una chica francesa que ya había vivido con él y su esposa hacía dos años. Nos presentamos y en medio de la conversación, con un inglés para mí suficientemente bueno pero para ella reprochable cada dos o tres minutos, me contó que tenía veintidós años, que era vegetariana por amor a los animales y que llegaba a hacer vida en Australia porque le parecía que en París todo era demasiado fácil, que deseaba desafiar sus capacidades arrancando desde cero en Sídney. —Have a great nigth! —me despido con desazón por no poder acompañarlos. En una ciudad como Sídney, llena de foráneos de todos los continentes, creo que al toparme con Lynda y Mohammed he corrido con suerte. La semana pasada, durante el

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descanso, una compañera colombiana me contó que no podía comer con sus roommates chinas porque no toleraba ese hábito de ellas de sorber y masticar como si todo el tiempo estuvieran catando la comida. En el gimnasio me reía con otro paisano de Medellín porque hace tres semanas se mudó de los suburbios a pagar 230 dólares semanales por una habitación en un pequeño apartamento en la metrópoli, donde comparte baño y cocina con un indio. Además del olor corporal fuerte de su compañero, a mi amigo paisa lo tiene aburrido la concepción diferente de aseo que tienen ambos, pues el muchacho de la India no lavaría un inodoro porque es de lo más degradante para él. Y es que los indios, que abundan en Sídney, aunque en menor proporción que coreanos, japoneses y chinos, son tan aseados que no limpian mucho porque significa tocar la mugre. Recuerdo que al regresar de uno de esos días de playa, a eso de las siete de la noche, Mohammed y yo reposábamos escuchando música en mi habitación. De repente el chico saltó de la cama y me comentó que necesitaba rezar. Agarró su mochila, sacó una especie de pañuelo, lo tendió en el suelo y arrodillándose sobre él, mirando hacia la ventana, empezó a susurrar oraciones en árabe mientras se paraba y se arrodillaba una y otra vez poniendo su cabeza sobre el suelo. Hasta ese día, nunca había presenciado tal ritual y un tanto asustado pausé la música. Sin saber qué hacer, lo observé por unos instantes, pero sentí que mi posición de espectador lo haría sentir incómodo y preferí revisar mi celular y esperar a que terminara, simulando la mayor naturalidad posible. Este rezo y comer halal, o sea evadir la carne con sangre o proveniente de cualquier animal que no hubiese sido sacrificado en nombre de Alá, entre otros vetos que establece el Corán a la hora de comer, son las dos únicas cosas extraordinarias de Mohammed con las que debo convivir cada vez que nos encontramos y lo cierto es que no me afectan mucho. Pero eso es lo que vivir en esta ciudad me ha exigido, trascender lo cultural y adaptarme a los hábitos que tienen personas de todo el mundo. Por una sencilla razón: en Sídney todo es costoso y es necesario compartir gastos. El sobre con el pago de la semana que me entregó María el lunes pasado contenía 480 dólares. Ya he pagado 250 de renta semanal, gasté un poco más de cien en comida y cargué la Opal Card, que es como la Cívica en Medellín, con treinta más. El plan del celular no es lujo sino necesidad porque no hay minuteros en las calles y la comunicación se centra básicamente en mensajes de texto o emails, especialmente a la hora de encontrar empleo. Y están otros temas: aseo personal, gimnasio y, por supuesto, ocio: pago veintiún dólares por el cine, entre diez y treinta para entrar a algunos bares concurridos y nueve si me quiero tomar una cerveza, aunque siempre elijo vino, que vale usualmente lo mismo. Hace ocho meses, cuando me senté en la oficina de mi jefe en Colombia a contarle mi decisión de estudiar en el exterior, imaginaba, idealista, una experiencia diferente. Sabía que llegaría a trabajar como mesero, personal de aseo o ayudante de cocina, y siempre les decía a mis conocidos: “Sé que voy a guerrear”. Ese guerrear hoy, aquí, difiere leguas de lo que creía en aquel momento. Dejé temporalmente de ejercer mi carrera como comunicador y volví a la vida de estudiante (que en las tardes usa delantal, lava platos, barre y trapea para subsistir), pero cada día converso mejor en inglés y la experiencia lo vale. También es cierto que muchos optan por no regresar: se quedan a vivir en una ciudad de calles, mar y playas donde la basura no hace parte del paisaje, donde los gays pueden caminar por la calle cogidos de la mano sin reproches y reparos y donde, en general, la gente convive con alto grado de civismo. Suena la notificación de mensaje en mi celular y es Mohammed con malas noticias. Tiene que cederme la titularidad del gimnasio porque acaba de comprar el tiquete de regreso a Arabia Saudita para el próximo jueves. Lo leo y no lo creo. No esperaba despedirme de mi amigo árabe sino hasta dentro de un mes. —What’s happened, Mohammed? —le pregunto confundido. El examen para ingresar a la universidad es la próxima semana, tiene fecha innegociable y en caso de no presentarlo tendría que esperar otro año. Su dilema lo resolvieron su madre y su tío, y él, que cree con certeza en el destino, acepta. Su partida me pone a pensar en la mía, que está programada para mediados de agosto. Varias veces he anticipado en mi mente el momento en el que salgo del gran salón de llegadas internacionales del José María Córdova en Rionegro y abrazo fuerte a mi familia y a mis amigos que me reciben; regreso a continuar con mi vida en Colombia, a hacer mi maestría en Ciencias Políticas y a casarme.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Opinión Editorial

El cierre del Nocturno

Comité editorial: Patricia Nieto, Raúl Osorio Vargas, Gonzalo Medina Pérez, Heiner Castañeda Bustamante, Jorge Alonso Sierra, Luis Carlos Hincapié. Dirección: César Alzate Vargas Asistencia editorial: Eliana Castro Gaviria Coordinación editorial: Daniela Jiménez González Equipo de redacción: Juan Diego Posada Posada, Juan Manuel Valencia, Juan Manuel Flórez Arias, Karen Parrado, Yeison García, Laura Cardona, Sergio Alzate, Andrés Viveros. Diseño gráfico: Sara Ortega Ramírez Impresión: La Patria, Manizales Circulación: 10.000 ejemplares Sistema Informativo De la Urbe Coordinación Radio: Luis Carlos Hincapié Coordinación Televisión: Jorge Alonso Sierra Coordinación Digital: Walter Arias Coordinación Especiales: David Santos Gómez Coordinación en regiones: Juan David Ortiz Coordinación Semillero de Periodismo Investigativo: Pedro Nel Valencia Calle 67 N° 53-108, Ciudad Universitaria, of. 12-122 Tel: (57-4) 219 5912 delaurbe.udea.edu.co delau.prensa@gmail.com facebook.com/sistemadelaurbe twitter.com/delaurbe Medellín, Colombia Acorde a los postulados sobre derecho a la información y libertad de expresión consagrados en la Constitución Política y las leyes de Colombia, las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia ni al Sistema Informativo De la Urbe. Universidad de Antioquia Mauricio Alviar Ramírez, Rector David Hernández García, Decano Facultad de Comunicaciones Deisy García Franco, Jefa Departamento de Comunicación Social

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ace más de sesenta años, en 1953, un grupo de 228 hombres mayores de edad se integró a una de las principales apuestas de la Universidad de Antioquia por aportar a la educación de ciudadanos que no habían tenido la oportunidad de terminar sus estudios. Así se consolidó el Colegio Nocturno de Bachillerato, una institución que creía en la importancia de formar a los trabajadores que día a día construían y habitaban la ciudad. El 22 de junio de 2016, el Consejo Superior Universitario tomó la decisión de clausurar el Nocturno — el mismo que consiguió graduar a 2.415 bachilleres—, alegando que este proyecto ya no era viable y ante la indiferencia de las secretarías de Educación de Medellín y Antioquia, que se negaron a tomar el establecimiento en comodato. Sin embargo, el cierre del Nocturno no es noticia nueva. Fueron muchas las señales de alerta y también muchas las veces en que la Universidad pareció ignorar al colegio, en una actitud casi apática frente a la crisis que este vivió durante años. En total deterioro y abandono, el Nocturno luchaba por mantenerse abierto ante una serie de restricciones que iban desde los docentes hasta la planta física en una casona aledaña a la antigua Escuela de Derecho. Primero fueron los cursos. Se implementó una política sistemática de cierre y en 2003 no se ofertaron ni sexto ni séptimo. Para 2004 no se abrió inscripción para octavo y noveno. En 2014 solo se graduaron diecisiete personas y a principios de 2015 parecía inminente el cierre de los grados décimo y undécimo. En 2016 no se abrieron matrículas. Con la carencia de nuevos estudiantes también se agravó la situación de la planta docente. A pesar de las jubilaciones de parte del personal en 2014, no se dieron nuevos nombramientos, sino contrataciones en la modalidad hora/cátedra. El Nocturno sobrevivía con un docente de tiempo completo y dos de medio tiempo, un rector y una secretaria.

De paso, el cierre implicaba para ellos la pérdida de un patrimonio histórico y de un espacio que garantizaba a los trabajadores su derecho a la educación.

Mare Nostrum

Alejandra Vergara G. Estudiante de Periodismo alejandravgj@gmail.com

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Ilustración de portada: Ricardo Cortázar

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La oferta educativa del Nocturno, además, no era atractiva para muchos a quienes les parece más rentable lo que es rápido. Mientras otros centros educativos prometían al estudiantado de la noche cursar dos grados en un año, el Colegio les obligaba a cursar un grado por año. Pero no todo era indiferencia. La asamblea de estudiantes de la Universidad ya se había manifestado en contra del cierre del Nocturno, exigiendo su permanencia como garantía para levantar el paro del segundo semestre de 2015. De modo que cuando se emitió el comunicado en que se anunciaba la clausura definitiva, desde el estamento estudiantil se tomó como un acto de mala fe por parte de la administración. De paso, el cierre implicaba para ellos la pérdida de un patrimonio histórico y de un espacio que garantizaba a los trabajadores su derecho a la educación. Por su parte, las directivas universitarias sostienen que la poca demanda y la deserción estudiantil temprana eran solo dos de los problemas que cargaba el Colegio de años atrás y que hacían imposible su continuidad. Luz Estela Isaza, Vicerrectora de Docencia, insistió en sus declaraciones en la responsabilidad que tenía la Universidad para tomar decisiones fundamentales frente a la continuidad o no del Colegio bajo una perspectiva de desarrollo, y de ahí que lo más sensato, teniendo en cuenta las condiciones en las que se encontraba, era su clausura. Hay que preguntarse, ante el cierre de un plantel educativo, ante la pérdida de esta batalla, qué propondrá la Universidad para contribuir a la formación de la ciudad y sus habitantes, teniendo en cuenta que la Ley 30 prohibió a las universidades públicas destinar recursos a la denominada educación precedente. Con todo y eso, tenemos que recordar que, ante la inminencia del posconflicto armado, una de las principales acciones es la educación y que la Universidad debe liderar este proceso. Puede que las directivas ofrezcan argumentos de peso para justificar este cierre, pero nos queda una sensación de zozobra. ¿Era inevitable? ¿Era deseable? ¿Era lo justo?

ace algunos días un buen amigo me dijo que tenía que ir a ver Mare Nostrum, una obra de teatro que se presentaba en la Universidad de Antioquia. Renegué de ir sola, de que era tarde, de que iba a estar cansada, pero él insistió: “Tienes que ir a verla —decía—, ya te tengo la boleta, te consigo con quién ir, va a valer la pena”. Incluso llegó a decir que si la obra no era de mi gusto, entonces me pagaría, como si fuera una apuesta. Mare Nostrum (Nuestro Mar) fue el nombre que le dio la antigua Roma al mar Mediterráneo después de que su imperio hubiera ocupado todas sus orillas. El Mediterráneo es uno de los mares interiores del océano Atlántico, es el mar más contaminado del mundo y el segundo más grande en superficie. También es uno de los mares donde más personas mueren ahogadas al año y es el último trayecto que debe hacer alguien que huye de la guerra en el Medio Oriente para tratar de encontrar refugio en Europa. En 2015 murieron ahogadas allí aproximadamente 3.770 personas que trataban de llegar al viejo continente; en enero de 2016 la cifra había aumentado en cuatrocientas personas; de febrero y marzo no se tienen datos, pero se estima que fueron unas seiscientas. Eso nos da un total de casi cinco mil ahogados durante los últimos quince meses, sin contar, por supuesto, los cuerpos que por distintas razones no aparecen y de los que nunca más se vuelve a saber. A través de las historias personales de sus tres actores principales, Mare Nostrum expone una realidad de la que, tal parece, muchos colombianos aún no somos conscientes. Hace una especie de paralelo entre la situación de los desplazados por el conflicto árabe que tratan de llegar a Europa a través del Mediterráneo y el conflicto armado en Colombia, con sus muertos, desplazados, falsos positivos, desaparecidos, hasta con el punto de vista de todos aquellos a los que la guerra no nos genera nada. Conforme la obra transcurría, yo pensaba en la propaganda del Gobierno Nacional que muestra a una joven

víctima de la guerra en Colombia contando su historia, mientras del otro lado otra chica, que ha vivido siempre en la ciudad, que nació y ha crecido en medio del conflicto pero que nunca se ha visto afectada por él, que no es consciente de que eso pasa en el mismo lugar en que ella vive, la escucha.. Y se conmueve y llora y la abraza, y la mira con compasión, como queriendo pedirle perdón por no poder sentir lo que ella sintió cuando la guerrilla la desplazó. Entonces me puse en los zapatos de Marisol y de Tatiana (las protagonistas de la obra y víctimas del conflicto armado colombiano) y me pregunté si en serio no somos conscientes de un conflicto que nos ha desangrado por años; si de verdad no alcanzamos a dimensionar cuando nos dicen “Colombia es el segundo país del mundo con la mayor cantidad de desplazados internos a causa de la guerra”; me pregunté por qué sentir el conflicto todavía como algo lejano, como algo que les pasa a los otros, que nada tiene que ver conmigo. ¿Se nos volvió tan normal que es irrelevante? ¿Solo me pasa eso a mí? ¿Soy yo a la que le falta empatía? Estamos a la espera del fin de una guerra que se ha prolongado por más de cincuenta años y que, sin embargo, solo ha afectado directamente a una parte de la población colombiana, lo que me hace pensar que tal vez no estamos preparados para afrontar un posible posconflicto (algo que también plantea Mare Nostrum): aunque todos conocemos lo que pasa y ha pasado con nuestra guerra, en muchos casos no nos sentimos afectados, situación que probablemente cambie cuando pensemos en que muy pronto un guerrillero puede convertirse en nuestro vecino. ¿Estamos los colombianos preparados para aceptar y convivir con situaciones como esa? Yo digo que no, que no hemos tenido una sensibilización real y apropiada para aceptarlo, no hemos —ni siquiera— sido conscientes de que, como el Mediterráneo, aquí también tenemos nuestro propio mar de muertos, nuestro propio mar de desaparecidos. No sé si obras como Mare Nostrum sean la solución para llegar con estos temas a sensibilizar un público citadino, acostumbrado a enterarse del conflicto por las noticias del mediodía, pero sí sé que es una alternativa que podría funcionar, que al menos conmigo funcionó.


Opinión

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Aguja por el surco de la calle

(Paráfrasis amañada con una canción de Parlantes) Alejandro González Ochoa Profesor de Periodismo agocho49@gmail.com

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odo esto eran mangas. Ahora se trata de una ciudad llamada Medellín en la que cada calle es el surco de un LP del que da cuenta la Equis Balada, canción de la agrupación Parlantes. Por eso cada palabra, y cada estrofa en ella, le atraviesan a uno el cuerpo y lo ponen a caminar por esta ciudad. Uno preferiría correr y gritar mientras la escucha, o fumar un Pielroja tras otro para estar a la altura de semejante ronquera dramatúrgica con la que la canta Camilo Suárez, pero la idea es seguirle el paso a un loco de los de antes al que un gafufito de la 79 con la 29A le decía “Perales”. Seguro algunos lo vieron pasar y escucharon su “Disco rayado, canto rayado, canto rodado”. Otros dirán que ese loco no existió porque las alusiones de Parlantes van por el lado de locos como Rubén Darío, Jaime Jaramillo Escobar y León De Greiff, o del Niño Lobo y Álvaro —personajes de la Fundación Cottolengo, en Jamundí, que fueron revelados por la inquietud audiovisual del caleño Óscar Campo—. Esos locos también valen, pero para caminar por otros parajes. Y aquí se trata es de caminar a Medellín con Perales, y sin considerar ni un segundo las recomendaciones del que predice el clima en el Ideam. “Va a llover, va a llover, yo creo que va a llover. Que me caiga un rayo entonces, así canto eléctrico, encalambrado, como dicen que me mantengo”. ¡Que siga la Equis Balada! Mejor ponerse los audífonos para que cada sonido y cada paso le lleguen a uno directico a los recovecos de la memoria, mientras se sigue al lado de este personaje de cronotopo de barrios y asfalto. Que comience el desfile de las cuadras y sus gentes. Que le desfilen a uno, por la mente, todas las especies extintas como los metaleros de Santa Gema, esos que dejaron este

mundo a las 23 horas y 59 minutos con 59 segundos del 31 de diciembre de 1999. Al inicio del camino se pasó primero por la parte baja de Robledo y después por Los Colores, pero la meta siempre fue y será llegar a la plazoleta de la Villa para comprar una garrafa de Tres Patadas y una barra de Halls. Pero tranquilos, muchachos, no habrá mucha borrachera porque ya logramos el almuerzo: “Una sopita de fideos con aguacate, ¡qué rico!”. ¿Llovió en el recorrido?, ¿hizo sol? No importa: lo esencial es caminar y seguir el canto que va por el aire, por el surco de la calle. Y uno es parte de la aguja en ese surco, en ese vibrar monofónico de la garganta de Perales. Todo para comprender que seguramente ese gafufito debe ser Camilo Suárez (aunque digan que es Juan Carlos Orrego), en otra época, pero con las mismas montañas y el mismo olor a pólvora. Ese Camilo de entonces, desde la ventana de su casa, se propuso homenajear a la ciudad algún día, y a sus personajes. El Camilo de hoy canta con el propósito cumplido, con una fuerza monumental y arenosa. “¿Con cuál sigo? Una de esas que solo oírlas y ya está uno de pelea, como cuando hundía F7. Pero suave, que me gasto la voz y falta mucho, se me rasga y llego en harapos. Bueno, ya está cajeta pero sigue pintando como pedazo de ladrillo en la calle. Mentiras, pero la lluvia borra eso y yo no creo que lo cantado se olvide, no señor, esto es lo mío, a todo pulmón. Que llueva. Y no se borra lo cantado: en el aire queda. Así es la cosa, señor, como dice Elvis, la música mueve por dentro y por fuera. Así es conmigo. Público cantor, soy otros, soy judío errante que canta los pasos”. Señoras y señores, ¿están agotados? Tranquilos, de pronto nos paramos a descansar un rato en un parquecito y escuchamos las palomas. Porque la gira interbarrial sigue con la perpetuidad que se merece toda canción bien lograda. “El que quiera oír más que se asome, me persiga o espere otro día”.

Claudia entre lobos

Las explicaciones son pocas, los rumores muchos y la noticia una: Claudia Restrepo, la mujer que se hizo admirable al enfrentar la tragedia de Space, renunció a la gerencia del Metro de Medellín. Se dice que hubo malos tratos por parte de los representantes de la Gobernación en la Junta Directiva, se dice que el Metro se está politizando y hay una aparente disputa de poder entre Gobernación y Alcaldía, se dice que la gerente quería imponer una reforma al organigrama de la empresa y también se dice que ella sería un bastión importante en una posible campaña presidencial de Fajardo, hasta se dice que Vargas Lleras fue el que movió sus fichas (aunque el vicepresidente salió a desmentir esas versiones; muy interesado él en lo que se dice en esta villa). Se dice, y esto lo dijo la propia Restrepo, que desde enero la Junta ya no confiaba en su gestión y pasó de pensar en lo estratégico para querer coadministrar la organización. Que no la dejaron trabajar y que “Medellín ha perdido gobierno, a pesar de ser el socio que más ha invertido en el desarrollo del Metro”. En cualquier caso, queda la sensación de una pérdida lamentable: con Restrepo la institución descubrió en sí misma cierta cualidad social. No más que hay que tener mucho estómago para moverse entre lobos; los mismos lobos que salieron a los medios a decir que la gerente era una llorona.

Señor secretario: ¡usted verá!

Cada quien puede utilizar sus redes sociales como le venga en gana, naturalmente cuidando las distancias con lo que se dice. Cuando se es un funcionario público, es probable que el impacto social de lo que se publica sea un poco más fuerte que cuando se es un ciudadano de a pie. El ejercicio de la función pública es ejemplarizante y debería ser ejemplar. Pues bien, el sentido de la ética y la función pública al señor Manuel Villa, secretario privado del alcalde de Medellín, le alcanza para celebrar en sus redes la muerte de un ladrón. Algo poco coherente, si tenemos en cuenta que Medellín cuenta conmigo, o con vos, o con todos, y hasta con los ladrones, para vivir en comunidad y no para exaltar la muerte de una persona. Incoherente, por demás, en un país que no contempla en su legislación la pena de muerte. Pero, al fin y al cabo, usted verá lo que publica, señor Secretario. Al fin y al cabo es su ética. Usted verá si renuncia. Tal vez debería.

Claudia y RCN

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AgathaCartaRoja

Ocurrió en vivo y en directo el 23 de junio. Parecía increíble la oportunidad que los directivos del noticiero de RCN TV le daban a la senadora Claudia López de criticarlos en su propia casa, mirando a sus cámaras y a su público. “Es una falta de respeto que nos tengan aquí hora y media para que igual RCN Noticias se dedique a la propaganda contra los acuerdos de paz. Ustedes están en todo su derecho, pero, por lo menos yo, no vine aquí a adornar con apariencia de imparcialidad semejante sesgo”. Fueron noventa segundos sin saber la reacción que tendría el canal. ¿La van a dejar decir eso?, ¿no la van a interrumpir, a cortar? ¿Qué más podían hacer? No podían hundirse más. La ventaja de Claudia López fue estar en vivo y en directo. Y tener la razón, por supuesto.

Carrera con obstáculos

El Procurador y Arzobispo General de la Nación, Alejandro Ordóñez, parece estar preparando su carrera por la presidencia de Colombia en los próximos comicios y, por supuesto, no ha escatimado esfuerzos en utilizar su posición política para abonar el terreno. Ordóñez ya está persiguiendo, una vez más, a Gustavo Petro con la biblia de la inhabilidad, y por obra y gracia de la Constitución acaba de sacarlo de carrera por un año. Claro, teniendo en cuenta que es uno de sus potenciales contrincantes en las elecciones de 2018. Así como en la fábula de la liebre y la tortuga, el Procurador parece estar tomando la delantera, pero es importante que no se duerma, pues tiene otros cuantos persiguiendo la silla presidencial. Entre otras cosas, qué curioso que no ha inhabilitado a Fajardo, ¿no?

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


6 Historias de migrantes

La noche

un tinto y la llamada

Al acercarse las 8:00 p.m., Jaime (nombre supuesto, personaje real) sabe que debe alistarse rápido, tomar su tinto y olvidarse del sueño. Apenas comienza su noche de trabajo. Rosita González Muñoz Estudiante de Periodismo rosi.gonzalez14@hotmail.com Fotografía: Enrique Mena

Para alguien que maneja buses intermunicipales hace veinte años, diez horas o más de recorrido son un asunto simple, no fácil, pero sí simple. No necesita mucha preparación. Termina de arreglarse y sale para la Terminal del Norte de Medellín, donde un bus, con cuarenta pasajeros y destino Turbo, lo espera. Antes de llegar, a unos pocos metros, recibe una llamada. “Era de esperarse”, dice con afán; se nota su disgusto. Dice que va a mirar, que él no se puede comprometer; que “están haciendo muchos retenes” y que cada vez es más difícil, que esperen su llamada. Se apura, ya son más de las ocho y no le gusta salir tarde. Se sienta en su sitio, esta vez no lleva compañero. Para la compañía en la que trabaja, un trayecto de nueve horas no es considerado largo, así que no necesita un copiloto. Supongo que lo consideran un superhombre. Él también lo cree, no le molesta hacerlo, excepto en días como hoy cuando recibe la llamada. Cada vez que esto sucede, siente que se compromete, que su trabajo se encuentra en peligro; no le gusta. Pero termina haciéndolo porque esas familias lo necesitan y porque lo que conoce de esa realidad “lejana” es tan malo que su ayuda, piensa él, alivianará una vida caótica. Dice ser débil. El recorrido comienza, deja la terminal y apenas el bus sube el tramo de Pajarito, rumbo al occidente, coge su celular y hace la llamada: —Ya voy subiendo, sáquelos. Cinco minutos después hace una parada, y tres personas, con timidez, suben al bus: una pareja con un pequeño en brazos. Jaime le pide a la mujer que se siente a su lado y que por favor no hable. Su acompañante se acomoda en uno de los asientos del bus, en silencio. Continúan pasando las horas —el camino es largo— y la única parada pasó hace tiempo. Son muchos pueblos, muchos retenes, mucha tensión. Jaime quiere calmar el nerviosismo de la mujer, así que pregunta: —Y usted, mi señora ¿qué hace? —“mi señora” es algo formal, pues la cara de la mujer no demuestra más de veinticinco años. Jaime lo sabe, quiere ser amable. —Yo soy profesora y mi esposo conductor. Llevamos casi un mes viajando. —¿Y van hasta Turbo? —No sé. Tenemos que esperar la llamada y ver dónde nos tenemos que bajar. No es más, ambos saben que las palabras sobran. Viene de nuevo la tensión. A Jaime le habían informado durante el recorrido que adelante, a unos pocos kilómetros había un retén y sabían por quiénes iban. A los policías les importa el dinero, es lo que sirve cuando los envían a pueblos con tanta pobreza. Se convierten en cazadores. Jaime tiene certeza de que esta vez no será diferente. Cinco minutos después, ve a los uniformados. No están a más de treinta metros. Una luz brillante se mueve, es la señal para detenerse y abrir sus puertas; era de esperarse.

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—No vaya a hablar, por favor. Si le escuchan el acento, se la llevan. Por este instante usted es mi esposa y se llama Marta. Los policías recorren el pasillo del bus, piden a un par de personas sus tiquetes e identificaciones. Analizan cada rostro, cada gesto... Todo sirve, el nerviosismo es el que siempre delata —deben pensar—. Se les nota el desespero, les habían dicho que aquí iban. No encuentran nada. Sus intenciones se hacen más evidentes, el murmullo de los pasajeros disgustados cada vez es más alto. Ahora la presión es para ellos. Adelante, Jaime aguarda, solo espera que no abran la última puerta del bus. Van veinticinco minutos, Al llegar a Turbo, migrantes como los del bus de Jaime se enfrentan a la incertidumbre. En lo que va de 2016, siete mil de ellos han sido deportados del país. los policías no encuentran nada, su oportunidad pasó. Agradecen a Jaime y se bajan. Pasó lo peor. —Vaya dígale a su esposo que puede salir del baño. otras de uno más lejano: África, por ejemplo. Todos quieren Ella se pone de pie, se nota más tranquila. Toca la lo mismo, huir. Huir de su realidad, que no es muy lejana a puerta suavemente como señal de que todo pasó. Él sale, lo que Jaime piensa, es mala, de verdad lo es. Sufren, pasan está aliviado. Regresa a su puesto, regresa la calma. Las hohambre y penas. Por eso el riesgo de viajar meses, llegar a ras siguen corriendo, el camino es largo, aún falta. ciudades desconocidas, confiar en extraños: es mejor eso Jaime sigue conduciendo y el sueño permanece lejos de que vivir y aceptar lo que tenían en sus países. él, siempre es así. Con el tinto le basta, su cuerpo resiste, En el bus de Jaime apenas comienzan su camino. Él es su espíritu también. La una ayuda. Para mente no para de penél, es lo único sar, si algo pasa él tendrá que puede hacer; problemas, los nervios para ellos, lo meaparecen. No pide dinejor que puede haro, no le parece, no va cer. Sin embargo, con él. Solo “hace el fapensando en el vor”, arriesgándose, eso camino que les sí. Los migrantes pueden queda, es poco arreglar todo con dólalo que hace. Lleres, así es siempre, por gar a Turbo es el eso traen bastantes. Él inicio de un duro no, no los tiene, no puede y tampoco quiere. Falta muy poco, recorrido por el Golfo de Urabá. Allí los recibe un “anfiya no son horas sino minutos. Al fin, están próximos a llegar. trión” colombiano que los esconde para que no los encuenLa mujer recibe la llamada, no habla, solo escucha. Finatren; no solo la policía, sino los paramilitares, que también liza con un sí y le pide a Jaime que los deje en el pueblo que vienen por los dólares. A estos “visitantes” los esperan bosigue. Al fin se escucha más clara su voz: es cubana, también tes de palo, riesgos de naufragio y caminatas eternas en la lo son quienes la acompañan. Quieren cruzar la frontera con selva, huyendo de las guerrillas. Pero eso es otra historia. Panamá, pero Estados Unidos es su destino final. Horas después, Jaime regresa a Medellín con un bus no Esta situación se volvió paisaje para Jaime y muchas tan lleno como en el viaje anterior. Está contento, se nota otras personas de Urabá. El último año ha sido el más críen su expresión. Hoy sí se pudo, hoy esa familia pudo hatico. Más de cuatrocientas personas han intentado cruzar, cerlo. Se alegra. Hace una pequeña parada por su infaltable unas con más suerte que otras. Unas de este continente, tinto y el reloj comienza de nuevo, con una diferencia: esta vez no recibió la llamada.

El último año ha sido el más crítico. Más de cuatrocientas personas han intentado cruzar, unas con más suerte que otras.


Historias de migrantes

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Cubanos en Turbo

1.700 leguas de un viaje a lo desconocido Desde 2014, según Migración Colombia, más de 16 mil migrantes han atravesado ilegalmente el país —las fuentes no oficiales hablan hasta de 60 mil casos—. Son hombres solos, parejas de enamorados, familias enteras buscando el sueño norteamericano por las duras selvas suramericanas; son haitianos, cubanos, africanos, asiáticos. Ellos contra todo: cierre de fronteras, coyotes despiadados, funcionarios públicos. Con el reciente cierre fronterizo de La Miel, Panamá, más de 500 permanecen varados en el Urabá antioqueño. En esta crónica, migrantes cubanos desandan sus huellas por la jungla amazónica de cinco países y el Tapón del Darién. Sus relatos están cargados de peligros, engaños, muerte y mucha fe. Juan Arturo Gómez Tobón Estudiante de Comunicación Social Periodismo atgoz@hotmail.com

el chofer les dijo: “Tranquilos, háganse los dormidos”. Más tarde, escucharon el grito del conductor: “¡Los cubanos se Fotografías: Enrique Mena bajan acá!”. Yassiel y Dreisy pisaron la calle tomados de las manos. Al frente Edición: Eliana Castro Gaviria de la sede Jesús Mora de la Universidad de Antioquia, en Turbo, los esperaban dos jóvenes en moto. Sin mediar saludo, dijeron: “Cincuenta dólares por llevaras miradas de Duniel Lólos donde el guía”. Yassiel los entregó pez y su coyote chocaron de forma mecánica producto de la cosLa Miel-Sapzurro en el preciso momento Turbo tumbre adquirida desde que inició el en que el funcionario de Migración viaje en Guyana hace un mes. Cruzaron Colombia de Capurganá revisaba su Turbo hasta llegar a una esquina oscura. Medellín salvoconducto en el final del pequeEn la puerta de un rancho de madera, el ño muelle. A escasos quince pasos, coyote les ordenó entrar y les advirtió en un escampado, el coyote esperaba que no podrían viajar por la ruta comera los haitianos, senegaleses, nigeriacial: “Ayer deportaron a dos cubanos, Cali nos, pakistaníes y cubanos que iban la cosa está difícil para ustedes. Saldrán llegando como insectos atraídos por mañana cuando completemos el viaje”. el aroma embriagador de una planta Cruzar el umbral del desvencijado carnívora. rancho de madera, donde permanecieDuniel, habanero de 33 años, ron unas ocho horas, les costó setecienbuscó en su morral un cuaderno tos dólares a cada uno de los cuarenta ajado y empezó a escribir los recuerviajeros. Cuando el sol no despuntaba dos del día, como todas las noches aún, los migrantes fueron empacados desde que salió de Cuba: “¡Por fin como sardinas en la embarcación. Los estoy en Capurganá! Una hora nos salvavidas solo alcanzaron para las mutomó llegar al pie de la montaña. jeres y los niños. Somos alrededor de 200 y esta noUna distancia máxima de 150 kilómetros separa las costas de Cuba y Estados Unidos. El ruido al prender los motores fueSin embargo, para ir de un país al otro los migrantes tienen que recorrer más de siete mil che cogeremos la selva; uno a uno ra de borda hizo levantar la mirada de kilómetros y atravesar hasta una docena de fronteras. le dimos los 400 dólares al coyote, todos. Yassiel buscó los ojos de su espoFuente: Google maps como pago. Una combinación de sa y en la mirada de ambos flotó el remiedo, desesperanza y soledad me cuerdo del día anterior, cuando fueron revuelve las vísceras. Solo un rea dejar un ramo de tres flores a una de cuerdo me queda de hoy: mujeres, las trece tumbas de migrantes marcadas hombres y niños levantamos la mirada al ver un avión que Quedo en trance, no recuerdo cuánto tiempo. De repente como NN en el cementerio de Turbo; hombres y mujeres alzaba vuelo, lo vimos perderse en el horizonte. Esa espemi compañero dice: “Levántate”. Yo tomo de nuevo la que murieron ahogados al hacer la travesía por mar hasta ranza nos duró un instante, el cementerio que se encuentra montaña, él me detiene y dice “no, no es para adelante”. Capurganá, la misma ruta que ellos iniciaban ese 18 de mayo. al final de la pista del aeropuerto nos devolvió a la realidad, Le pregunto por qué y él responde: “Un grupo de miFue un viaje tranquilo, nada parecido a las historias el miedo nos embargó y todos apuramos el paso. No tuve grantes que venían detrás se perdieron con un coyote”. conocidas. La única molestia de Dreisy fue el constante fuerzas para visitar la tumba de la madre cubana, enterrada Desandamos todo el camino. Decido no tomar de nuevo roce en sus partes íntimas de los mil dólares envueltos en como NN; ella murió en el intento. Hoy el clima ha estado la selva, los Orishas habían enviado un mensaje. Nada se un preservativo. Era lo único que les quedaba de los ocho en contra, a un sol radiante, le sigue una tormenta”. sabe de los cubanos perdidos”. mil que habían recibido por la venta de su apartamento en A las once de la noche, la tormenta por fin dio tregua. Duniel cree en Orunmila, la deidad de Yoruba (reCuba, un mes atrás. Guardaban la esperanza de llegar con El jefe de los coyotes los reunió y con voz amenazante les ligión africana). Orunmila le permite a Olofin bajar a ese dinero a Ciudad de Panamá. dijo: “Niño que llore, lo callan; el llanto atrae las fieras y la tierra para develar secretos; los Orishas son deida quien se atrase, queda a su suerte, no se espera a nadie”. des que fueron humanos. Perdidos en el Tapón del Darién Los aullidos de los animales y la oscuridad de la selva A un visitante legal, pasar la frontera entre Colombia y Pafueron menguando la voluntad de todos. Duniel sintió que Medellín – Turbo, un viaje a merced de los coyotes namá, le toma treinta minutos por un sendero peatonal paraese tenue hilo entre la locura y la cordura se rompía. Yassiel Ramón Sánchez y Dreisy Eliana Reyes llevadisiaco, entre Sapzurro y La Miel. A un ilegal le lleva dos días. Al día siguiente, 19 de mayo, escribió: ban cerca de una hora esperando el enlace del coyote a las A los migrantes no solo les toca enfrentar la selva por “Caminamos toda la noche. Cuando por fin el jefe de afueras de Medellín. Cuando por fin llegó el jovencito de estrechos senderos, vadear caudalosos ríos y atravesar panlos coyotes nos ordena parar, dejo caer mi alma sobre la dieciocho años, le entregaron los trescientos dólares. A los tanos, sino también lidiar con la guerrilla, las bandas crimihierba; el cuerpo ya ni lo siento. Busco a mi Orunmila en pocos minutos se estacionó un bus con destino a Turbo y el nales y los coyotes de la región. Ellos —los extranjeros— se el cielo oscuro, mi mano toma las ocho manos de Orula y mismo muchacho le dio cien dólares al conductor. internan en una selva donde se libra una lucha a muerte entre le pregunto a mi Olofin: “Si quieres que yo continúe, que La táctica fue viajar de noche y usar camisetas de la las Farc, el ELN y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia afinemos el paso, pero si no, te pido, viremos para atrás”. Selección Colombia. Al pasar el único retén de la policía, por el control de las rutas de tráfico de drogas y armas.

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8 Historias de migrantes había quedado en el barco. Alain conoce los 258 signos del oráculo de Ifa. El Ekulele es un rosario de ocho cuentas de carey y dieciséis semillas de palma y el Igbo son dieciocho caracoles, ambos componen el oráculo de Ifa). Su olvido no era buen augurio, pensó. Pocas horas llevaban de viaje cuando el coyote recibió una llamada en el radioteléfono. Orilló la embarcación y les dijo: “Ustedes se bajan acá, la policía en Iquitos está deteniendo a los cubanos”. No les devolvió un solo céntimo de los 250 dólares que le habían pagado cada uno de los dieciocho cubanos. A doscientos metros, río abajo, encontraron el poblado peruano de Mazán, donde pasaron un par de días. De la nada apareció otro coyote que prometió llevarlos a Colombia por doscientos dólares, cada persona: dos días caminando y dos días por río hasta La Hormiga, Putumayo. Llegaron de noche a orillas del río El Algodón. El nombre les generó algo de tranquilidad a la mayoría de viajeros, menos a los hermanos Brito. Caminaron jornadas interminables. Al cuarto día, ya sin agua ni alimentos, los embargó el miedo, al coyote se le había olvidado la ruta. Estaban perdidos. Anduvieron por senderos que eran caminos de pumas y serpientes; de tramo en tramo tiraban alguna prenda de vestir al suelo para despistar a las boas. En la oscuridad de la noche del 5 de mayo, al paso de una luz de linterna, Ernesto Brito vio en lo alto brillar los ojos de una pantera. Sacó de su morral dos cartuchos calibre dieciocho y los tiró a la fogata. Alain se arrodilló y dispuso un altar con sus Igbo y el Ekuele al pie de un árbol, le rezó a su difunta madre y le pidió que intercediera ante Antes de iniciar el viaje para el Tapón del Darién, es un ritual para los cubanos dejar un Elegguá Bará, el lucero de los caminos. ramo de flores en una de las trece tumbas de migrantes marcadas como NN en el cemenDesde entonces y a pesar de que en terio de Turbo. En la imagen, Bárbara López y Osvaldo Herrera. Turbo se ve caminar a los coyotes como caimanes en boca de caño, antes de tomar cualquier decisión, los migrantes esperan a que Alain, el Babalawo, consulte su orácuYassiel y Dreisy hacían parte de los cuarenta migranlo en una improvisada capilla hecha con sábanas. Menequenque, tes que se perdieron en la frontera con Panamá el 19 de lucero o el dueño de los caminos, como todas las mañanas, resmayo de 2016. Al regresar a Turbo, encontraron un imponde siempre lo mismo: “Camino por donde anda puma es provisado albergue con 490 cubanos hacinados en escasos peligroso, llegará el día donde águila los llevará a nido”. doscientos metros cuadrados. Dreissy, entre lágrimas, rabia e impotencia, dice: Oshe Leso detiene la candela —En Cuba no hay libertad. Un cubano de la provincia Arribaron desde el norte, el sur, el oriente y occidente de tiene que pedir permiso al Gobierno para viajar a La Habauno en uno, después de tres en tres; todos llegaron al atrio na, que se supone que es la capital de todos los cubanos. Si a de la iglesia Nuestra Señora del Carmen de Turbo. Hombres, alguien viaja a La Habana sin autorización y lo ve la Policía, mujeres, niños de brazos y ancianos que no aguantaban más lo cogen, lo montan en un tren y lo deportan al lugar donde la espera por el salvoconducto que los tenía varados en el reside. Yo era animadora de un hotel en Playa Santa Lucía puerto desde hacía dos semanas. A sus espaldas, por entre las y unas amistades canadienses nos invitaron a Playa Bonita. La respuesta de la administración del hotel en que yo trabajaba fue que ellos sí podían ir porque eran extranjeros, pero nosotros no por ser cubanos. (…) ¿Peligros? Vivimos ocho días en el infierno. En esa manigua son más fieras los humanos. Violan a las mujeres, de la nada sale gente armada y atraca a los migrantes; a una niña de cuatro años la secuestraron y su papá tuvo que pagar mil dólares al coyote por el rescate, y esa misma noche el hombre nos abandonó. Cuando se nos acabó el agua y la comida decidimos regresar. Llegamos a Capurganá cuando ya no teníamos aliento. Dreissy mira al suelo, su cabellera rubia le cubre el rostro y sus uñas rascan desesperadamente su cuerpo, respira hondo, levanta la cabeza, sus blancos dientes muerden con fuerza sus gruesos labios y continúa: —Atrás quedó una pareja de cubanos; solos, no quisieron devolverse; no sabemos si murieron o lograron llegar a Panamá. Mi alma se la dejo a Oshe Leso El avión dio un giro brusco, Alain Peñalver despertó a su esposa y con su dedo índice señaló a través de la ventanilla: “Llegamos a Guyana”. De inmediato tomaron una “guagua” de dos pisos; el viaje a Boa Vista, Brasil, duró diez horas por una carretera que se internó más y más en la selva del Amazonas. En Manaos la pareja de cubanos estuvo a punto de perder el crucero Voyager III, con destino a Tabatinga, Brasil. El viaje de diez días por el río Amazonas fue el más tranquilo, económico y placentero. Por solo trescientos dólares, tuvieron derecho a tres comidas diarias y dos hamacas en uno de los tres pisos del barco. Alain, Babalawo (sacerdote) de Yoruba, y su esposa llegaron a Tabatinga en la madrugada del 20 de abril. Tenían afán pues la lancha rápida a Puerto Arica, Perú, saldría en una hora; debían embarcarse en ella para continuar su viaje a Flor de Agosto. El hombre se sintió incompleto y pronto descubrió que la bolsa de lino con sus Igbo y Ekuele se

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rejas del templo, los miraba un Cristo moribundo. Esa noche del 7 mayo llovió durante la madrugada. Unos se escamparon en las escalas del Hotel Castilla de Oro, otros se apretujaron parados bajo el dintel de la puerta de la iglesia. Todos pasaron la noche en vilo por una sentencia que gritaron cuatro jóvenes en moto: “¡Hey, cubanos de mierda, sigan su camino, no busquen una desgracia!”. Los rayos de luz llegaron con timidez en la mañana. Al buscar algo de calor para salir de la modorra, los extranjeros eran tan vulnerables como iguanas a su cazador. De la nada llegaron tres camiones con policías y sin darse cuenta se vieron rodeados de policías. Cuando el atrio estuvo asegurado, de un carro blanco bajaron tres funcionarios de Migración Colombia. Todos tuvieron una certeza: iban a ser deportados. Alain apretó en sus manos la pequeña bolsa de lino con sus Igbo y Ekuele. Se dirigió a la puerta de la iglesia y con sus brazos fuertes se aferró a los barrotes. Algunos vieron como el cuerpo del sacerdote entró en trance y su alma se comunicó con el Odun. Oshe Leso, uno de los 39 Orishas, le respondió: “Oyuro sakomi aguado” (El fuego quemará a algunos. Si agua no cae, maíz no crece). Alain se dio vuelta y les habló a los cubanos: “Oshe Leso detendrá el fuego y gracias al agua que vendrá del cielo se apagará la candela”. Al instante, los habitantes de Turbo que miraban la escena rodearon a los migrantes. Al atrio de la iglesia llegaron cámaras y micrófonos; se escucharon voces exigiendo un trato humano. El pueblo les dio albergue en una bodega a todos —a los haitianos, senegaleses, nigerianos, pakistaníes y cubanos—, les brindó alimentos y frazadas.

Las cifras Desde el 1° de diciembre de 2015, Ecuador les exige visa de turista a los cubanos. Esta situación ha generado una nueva ruta por parte de las bandas internacionales encargadas del tráfico ilegal de personas. Un cubano necesita ocho mil dólares y atravesar cinco países —Guyana, Brasil, Perú, Ecuador y Colombia— para llegar a la frontera con Panamá. De allí a su anhelada meta en Estados Unidos le queda faltando todo Centroamérica. Los datos oficiales de Migración Colombia hablan de 2.111 casos migratorios en 2014; 8.885 en 2015 y, al corte de 30 de abril de 2016, seis mil —3.783 casos se detectaron en Turbo—. Fuentes no oficiales dicen que desde 2014 sesenta mil migrantes han ingresado de forma ilegal al país. Panamá cerró el paso fronterizo de La Miel el 8 de mayo de 2016, de ahí el represamiento de migrantes en Turbo, Capurganá y Sapzurro. La respuesta de Migración Colombia fue otorgar un salvoconducto donde se estipula que el migrante tiene diez días para salir del país, pero ninguno está dispuesto a hacerlo si no puede continuar hacia el norte. Algunos solicitan un puente humanitario con México, salida piadosa por la que optaron hace algunos meses Costa Rica y Panamá en casos similares.

Niños cubanos celebran en Turbo los acuerdos de paz logrados entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc en La Habana el 23 de junio.


Obras

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Dos hitos de las letras colombianas Diego Guerra Estudiante de Trabajo Social dieguelo21@hotmail.com

El viejo Fernando González Señal de sabiduría es cuando el hombre, teniendo un alma fogosa, logra dominarla y hacerse a un exterior flemático”, así reza una de las reflexiones de Fernando González en su libro Pensamientos de un viejo. A pesar del título, González no es aún un anciano cuando publica su libro; por el contrario, apenas cuenta con veintiún años. Sus palabras constituyen los hallazgos existenciales, espirituales y racionales de un joven con un pensamiento inquieto y sensible, ampliamente influenciado por la filosofía, la literatura y la vida misma. Esto último es, precisamente, lo que encuentra el lector que se acerca a este libro. Con un estilo a veces fabulador y a veces aforístico, esta obra, cien años después de su aparición en 1916, sigue atrapando indistintamente a jóvenes y adultos que encuentran en ella una forma de sabiduría que se mantiene vigente con el paso de las décadas. “Yo siempre he creído que el hombre al filosofar solo trata de apaciguar su interior, justificando sus acciones y modos de ser”. Y es que los temas principales de estos pensamientos son inevitables a la naturaleza humana: el amor, el conocimiento, la muerte, la justicia, el bien, la belleza; todos ellos son abordados por medio de personajes también comunes entre los hombres: el niño, el loco, el vago, el enamorado, el maestro, el poeta, el mendi-

go de la llaga, todos ellos capaces de desplegar un conocimiento nostálgico y feliz al mismo tiempo. No hay que ser un viejo para conseguir ahondar en estas cuestiones; sin embargo, el mérito de González, viejo y sabio desde muy joven, se halla en haber puesto en práctica una disciplina interior (del pensamiento y del espíritu) que otorga a sus ideas una suerte de plenitud, fascinante e inquietante cien años después, y todavía muchos más. La sexta edición de Pensamientos de un viejo acaba de ser publicada por el Fondo Editorial Universidad Eafit y la Corporación Otraparte en su colección Biblioteca Fernando González.

La tercera edición de Obra negra acaba de ser publicada por el Fondo Editorial Universidad Eafit y la Corporación Otraparte en su colección Biblioteca Gonzalo Arango.

El ocaso

de los ídolos

Juan Esteban Valencia González Estudiante de Periodismo juanvg8800@gmail.com

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l siglo XXI ha asistido a la muerte y extinción de los músicos paradigmáticos. A pesar de las elevadas cuotas de virtuosismo en todos los estilos, sean estos populares o académicos; a pesar de la proliferación constante de nueva tecnología para mejorar la calidad de las producciones fonográficas, parece como si esa figura de artista eminente, iconoclasta y casi supraterrenal, hubiera desaparecido de los imaginarios colectivos de la cultura de masas. Tanto en el ámbito de la música “culta”, como en el de la popular, el siglo pasado marcó una historia llena de rupturas y revoluciones constantes. En la tradición académica, Arnold Schönberg, de la escuela de Viena, estiró y rompió la gravedad del sistema tonal y sembró la semilla del atonalismo y de todas las vanguardias que se sucedieron luego de las dos posguerras, dando paso a artistas como Cage, Webern, Xenakis, entre otros. Aunque se ha teorizado y filosofado mucho en torno al desarrollo de la música seria del siglo XX, se reconoce en general que esta se escindió de la apreciación colectiva del común de la gente, quedándose substraída por su complejidad, en los claustros académicos de los conservatorios occidentales. El llamado gran arte musical eurocentrista, de los descendientes de Bach, Mozart, Beethoven, Wagner y compañía, se desfiguró completamente con el advenimiento de la crisis sistemática de la civilización europea, que colapsó progresivamente en las dos guerras mundiales.

El oscuro Gonzalo Arango “Mis libros no tienen ese aroma que santifica las almas e ilumina los claustros sombríos de la virtud”, afirma Gonzalo Arango, el profeta de la nueva oscuridad, como él mismo se proclamaba. Su obra lleva la marca de la transgresión, busca ruido y silencio al mismo tiempo; luz y oscuridad. Obra negra representa casi una síntesis de Arango: un enfado vehemente, una indiferencia silenciosa, pero también un hedonismo tranquilo y una esperanza casi mística en las posibilidades estéticas. En esta obra no solo aparecen algunas de las características del nadaísmo y del estilo personal de Arango, sino que, además, aparecen los rasgos de una sociedad marcada por los preceptos sociales y artísticos. Obra negra es un anuncio a Medellín, a Colombia, a la vida, el anuncio de la antibelleza, de la cual Arango es profeta y la oscuridad su mayor signo. La antibelleza que anuncia Arango está asociada a un renacer, a una destrucción, a una aniquilación airada y brutal, pero, en últimas, a una forma de belleza, creadora, comprometida con el hombre, la vida y el mundo, trascendente como la literatura misma; al fin y al cabo, “esta belleza no tiene la culpa de ser así”. No obstante, la tierra prometida de este anuncio, de esta belleza que es antibella a la vez, es la vida en sí misma, que se impone ante cualquier camino, incluido el Nadaísmo. Es allí donde Arango, paradójico, se consolida como profeta: “Nunca diré por última vez que me gusta más vivir que escribir, la vida que la literatura”.

Estos dos eventos afectaron profundamente a los herederos del racionalismo formalista estricto y cerrado, que caracterizaba hasta entonces la música clásica. Empezando por Schönberg, los abanderados de las vanguardias dieron paso a un sinfín de nuevas concepciones creativas que desvirtuaron a fondo la idea que se tenía hasta entonces del ritmo, la armonía y la melodía, como pilares fundamentales de la creación musical más tradicional. Pienso que al cambiar las reglas del juego, llevando los nuevos paradigmas musicales a los extremos más absurdos, se sometieron a una suerte de ostracismo que alejó a esta música de la percepción más inmediata de la humanidad en general, tanto que al día de hoy la inmensa mayoría de las personas, salvo que tengan algún tipo de educación musical, no reconocerían nombres como Antón Webern o Karlheinz Stockhausen, que técnicamente son más cercanos en el tiempo, pero sí reconocerían, al menos vagamente, cuando se les habla de un Beethoven o un Mozart. De manera que tratándose de la llamada música erudita, sus ídolos dominaron el panorama de la cultura hasta quedarse rezagados en la era decimonónica, ya que en el siglo pasado los avatares de la historia velaron bajo una sombra de abstracciones y fetichismos toda la evolución de dicha música. Por otro lado, se podría afirmar categóricamente que la música popular, terminado el siglo XIX, fue la verdadera sucesora del tonalismo y de los modelos formales de la mú-

sica clásica; así desde las posturas más críticas, como las de Theodor Adorno o Max Weber, se la considere música ligera, cuyo único fin es ser el fiel reflejo de la alienación sistemática que sufre el sujeto, obnubilado y enceguecido en la era de la reproductibilidad técnica industrial. En este caso, el blues rural norteamericano se desplazó a las grandes urbes siguiendo las ramificaciones del Delta del Misisipi y evolucionó para traernos el jazz, el rock y demás géneros que derivaron en la música comercial estadounidense, géneros sobre los cuales emergió toda una pléyade de músicos y artistas que se erigieron como íconos populares: Elvis Presley, Louis Armstrong, Jimy Hendrix y muchos otros; dieron paso luego en el Reino Unido a The Beatles, Led Zeppelin o Pink Floyd. Estados Unidos, como la nueva gran potencia imperial, al salir victoriosa de los dos conflictos bélicos que sacudieron el planeta y desplegar su modelo capitalista y financiero, logró a su vez exportar toda su cultura a lo largo y ancho de la Tierra, diáspora en la que los ídolos de su música se hicieron irremediablemente conocidos por todo el mundo y fueron los representantes directos de grandes movimientos contraculturales que influenciaron y marcaron la vida de muchos seres humanos. Pero, como todo, esta influencia decayó a lo largo de las últimas décadas del centenario pasado y no ha vuelto a resurgir ninguna figura que destaque por encima del resto o que arrastre grandes poblaciones en un ámbito internacional. Como dije antes, no se trata entonces de restarles mérito a los músicos que destacan en el panorama actual de nuestra cultura; se trata más de evidenciar el hecho de que nos encontramos en una suerte de limbo del pluralismo, donde ya no hay una estética paradigmática hacia la cual se decanten todas las demás. En este caleidoscopio de las múltiples expresiones sonoras que pululan a lo largo y ancho del globo, parece como si ya ninguna manifestación de la música tuviera la capacidad de sorprender o generar un fenómeno artístico de alta calidad, que capturase la atención de las masas. Aunque hoy se mezcla y se fusiona todo con todo: lo académico con lo popular, lo étnico y rural con lo urbano, lo acústico con lo eléctrico, es perfectamente aplicable en este contexto, esa frase que alude a que no hay nada nuevo bajo el sol.

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El pueblo libre

que Antioquia olvida

Recientemente los indígenas convocaron a una minga por el incumplimiento de los pactos logrados en 2013. No es la primera vez que les incumplen. De hecho, lo hacen desde que saben de su existencia. A propósito de esta circunstancia, preparamos un informe especial sobre la situación en que se encuentran los pueblos ancestrales de nuestro departamento. Juan Diego Posada Posada Politólogo y estudiante de Periodismo jdposada@hotmail.com / @jdposadap9 Juan Manuel Valencia Estudiante de Periodismo Juanvale11@hotmail.com Fotografías: Natalia Botero

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ara el año 1492, cuando Cristóbal Colón llegó por primera vez a América, el panorama era desolador. Colón se enfrentó a todas las adversidades que una tierra nueva podía traer para él y sus navegantes. Entre ellos, “socializar” con una cultura nueva. A su arribo, los españoles tuvieron como prioridad aprovechar los recursos naturales que la tierra les ofrecía y explotar la mano de obra indígena que se presentaba como una novedad dentro de su expedición. Por ende, su mayor preocupación fue imponer su cultura sobre las existentes. Hoy en día, la realidad no dista mucho de aquellas épocas. A través de los años, los indígenas en América han hecho un esfuerzo notable por sobrevivir a la herencia que las diversas colonias dejaron sobre las tierras del continente. La mezcla de culturas y la actual globalización han reducido las comunidades sustancialmente y los habitantes originales de esta región, que hoy llamamos Antioquia. Sin embargo, sobreviven. Según el censo del año 2015 de la Gerencia Indígena de la Gobernación de Antioquia, en la región hay un total de 39.098 indígenas, divididos en cinco etnias: Emberá Chamí, Emberá Dóbida, Emberá Eyabida, Senú y Tule. Aunque los años no han sido benévolos con sus costumbres y su cultura, los indígenas en la región han crecido en número. Con respecto al año 2014, se reportaron 1.760 indígenas más en 2015. Sin embargo, sigue siendo una cifra pequeña si tenemos en cuenta que, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), Antioquia tiene 6’456.299 habitantes. Desde la Colonia, los pueblos indígenas han peleado sus derechos paulatinamente, no solo con el Estado, el cual los llevó a una Minga recientemente, sino con las otras culturas con las cuales conviven.

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El coordinador del programa de Territorio y Medio Ambiente de la Organización Indígena de Antioquia (OIA), Richard Sierra, asegura que “en Colombia se perdió la idea de que había diversidad y quedó todo en la homogenización”, lo cual ha representado un problema para la protección de sus territorios, su integridad y sus tradiciones. Para Sierra, el Estado siempre ha estado interesado en que los indígenas puedan “civilizarse” y, según él, “sigue pensando de la misma forma”, pues no hay un verdadero apoyo para fortalecer las comunidades. Debido, precisamente, a esa falta de reconocimiento, desde inicios del siglo XX los indígenas han buscado reivindicarse en el país con movimientos sociales como el generado por el líder Manuel Quintín Lame y, posteriormente, hacia mediados de la década de 1980 con el grupo armado que llevaba por nombre los apellidos del líder y que antes de tomar las armas, se constituía como movimiento indígena. Según Sierra, este tipo de acciones han visibilizado la comunidad indígena en el país: “Desde el setenta, la lucha social generada por el Quintín Lame, y luego de la conciliación con el Gobierno, se lograron ciertos derechos y se estructuró el movimiento indígena a nivel nacional”. Así, para 1982 empieza la Organización Indígena de Antioquia y en 1985 se consolida la Asociación de Cabildos Indígenas, creada para la protección de los derechos en la región. Actualmente cuenta con 172 cabildos asociados. Al igual que cualquier comunidad, los indígenas se organizan políticamente para tomar decisiones, constituyendo

asambleas locales, regionales y zonales. Incluso, cuentan con un congreso nacional para decidir las políticas organizativas de largos periodos. También cuentan con una junta directiva que se reúne tres veces al año para orientar las decisiones de los indígenas. “Por lo general, las decisiones de la Minga, de protestas, de acciones jurídicas, salen de la junta directiva. Es el ente político más fuerte que tiene la OIA”, aclara Richard. Respecto a su ubicación en el territorio antiqueño, los Emberá Chamí se encuentran en el suroeste, parte del nordeste y Bajo Cauca; los Emberá Eyavida, en el occidente —Frontino, Dabeiba, Urrao, Mutatá—, y los Emberá Dóvidas están entre Chocó y Antioquia. Mientras que los Tule abarcan zonas como Urabá y los Senú se encuentran en el Bajo Cauca, Urabá norte, San Pedro, Arboletes, Necoclí, Cáceres, Caucasia, Zaragoza y la parte baja de Antioquia. Para los indígenas, la tierra representa a la “madre”, un elemento fundamental sobre su cultura, y no debe ser vista como un bien. Al tener una concepción abierta sobre la tierra, asegura Sierra, los indígenas la han perdido, porque las ideas entre indígenas y blancos son distintas. “El emberá y el indígena hemos pensado en la tierra de otra manera, por eso la hemos perdido. Porque cuando llega el blanco a pedirnos ‘no, yo hago un ranchito aquí al lado, tranquilo emberá’: ‘Hágale, viva ahí’, después de un año ya cercó y dice: ‘no, es que esto es mío, embera’. La concepción es diferente”. Así mismo, la importancia de la tierra tiene incidencia sobre lo que consideran su vivienda. Siempre han tenido la tradición de “cargar la casa”, pues construían sus viviendas para movilizarlas a lo largo y ancho del territorio. Sin embargo, la práctica se ha perdido, por las casas que hoy se construyen. “Al parecer no hay interés de generar estudios que permitan recoger esa información”, dice Sierra con respecto a la ejecución de propuestas técnicas para la construcción de la infraestructura acorde con la visión de los pueblos, y complementa: “Es una cosa simple, pero no tienen [el Estado] un interés”. Parece evidente la poca preocupación que el Estado y los gobiernos locales han tenido históricamente sobre las comunidades que estaban antes de los mestizos, recibieron a los conquistadores españoles, y que fueron testigos y víctimas de los cambios de la región antioqueña durante siglos. El Título I de la Constitución política de Colombia, de los principios fundamentales, en su artículo 7, garantiza el reconocimiento y la protección de la diver-


11 sidad étnica y cultural colombiana. Además, en su artículo 8, se garantiza la protección de las riquezas culturales y naturales de la Nación. Podría decirse que los indígenas aplican en los dos artículos, pero la realidad dice lo contrario. La educación ha sido uno de los temas más sensibles, pues la idea de educar a los pueblos indígenas sin que pierdan sus costumbres representa un reto que todavía se discute. “El nivel de incidencia con la educación se está peleando para que haya profesores indígenas que hablen su lengua materna, que tengan conocimiento de sus usos, tradiciones, costumbres, para que pueda proliferar la cultura”, cuestiona Sierra. Para buscar soluciones, la OIA ha intentado acercarse al actual gobernador de Antioquia, Luis Pérez Gutiérrez, pero no han recibido ninguna respuesta a cambio, ni mucho menos interés. La preocupación por el tratamiento y el cuidado de las comunidades indígenas es un hecho que solo se hace visible en tiempos de movilización. La única forma que han encontrado de exigir sus derechos es por medio de la Minga, el convite, por la cual se unen como pueblo, para actuar como pueblo.

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La Medellín indígena En Medellín, para una gran parte de la población, los indígenas pasan desapercibidos. Son actores sociales que se mueven, aparentemente, en contextos diferentes a los del resto de la comunidad. Transitan acompañados de un manto de otredad, de gente ajena. Para muchos es indiferente el hecho de que, poco a poco, los pueblos indígenas han ido ganando territorio en la urbe y lentamente han ido apareciendo en el mapa de lo público. De acuerdo con los datos del Cabildo Chibkariwak (que significa chibcha, caribe y arawak), en Medellín hay 34 pueblos indígenas provenientes de diferentes partes de Colombia y de países como Perú y Ecuador. Tan solo este cabildo agrupa a más de 4.200 individuos que llegan a la ciudad por diversos motivos: a veces en condición de desplazamiento forzado y otras más con intención de estudiar. Cuando un miembro de una comunidad indígena arriba a la ciudad lo primero que hace es buscar a los suyos, es apenas natural que como seres humanos queramos estar cerca de nuestros semejantes y por esto la mayoría acude a los cabildos. Estos son figuras especiales de autoridad indígena, constituidos por la Ley 89 de 1980, donde se les otorga la facultad de regirse bajo su jurisdicción especial, es decir que tienen su propia forma de gobierno y su propio sistema penal. Están conformados por una junta directiva cuyo máximo representante es el gobernador del cabildo y su autoridad más grande es una asamblea general, conformada por la comunidad. El cabildo de mayor peso en Medellín es el Chibkariwak, que lleva cuarenta años de existencia y ejerce sus funciones en el área metropolitana sin contar con un territorio o resguardo específico, pues, en palabras de su gobernador, Luis Fernando Yauripoma, son un cabildo pluriétnico. Parte de la problemática de los indígenas en situación de ciudad es la paulatina pérdida de su cultura y de sus conocimientos ancestrales debido al fuerte choque de pasar de la vida en sus comunidades a la vida de citadinos. Ante esto, Yauripoma señala que “el contexto es tan pesado que no nos incluye, nos somete. Para un niño que estudia en un colegio público, pesa más el contexto de los demás que el de los indígenas. Uno no termina adaptándose, adaptarse suena un poco armónico, uno termina aculturizándose”. La lenta desaparición de la cultura se ve evidenciada en asuntos como las lenguas indígenas, las cuales son transmitidas tradicionalmente por medio de la oralidad en los territorios o resguardos, pero que al llegar a la ciudad son desplazadas por el español. La pérdida de las lenguas es un asunto preocupante, ya que no solo se extingue un conjunto de palabras sino toda una forma única de comunicarse y de concebir el mundo. También está el asunto de la medicina ancestral, ligada más fuertemente al tema territorial, pues esta depende de plantas que normalmente no están presentes en la ciudad y de lugares especiales para la realización de los rituales. Acá también entra el tema del lenguaje, pues, como dice Yauripoma, no es lo mismo hablarles a los espíritus de las plantas y animales en español que en el idioma nativo. Ante esto surge la necesidad de encontrar espacios para que los indígenas mantengan viva su tradición. Yonny Alexander Ipaz, miembro de la comunidad de los Pastos, de Nariño, y estudiante de Periodismo de la Universidad de Antioquia, asegura que en Medellín sí existen lugares de encuentro donde los indígenas pueden compartir con más personas de su mismo contexto, “hay muchos espacios para compartir la palabara”. En el ámbito académico se destaca el Cabildo Universitario de Medellín, que acoge a todos los estudiantes indígenas de técnicas, tecnológicas o carreras profesionales. “Cuando llegué, yo tenía conocimiento de que a nivel

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nacional se maneja la Red de Cabildos Indígenas Universitarios, ese fue mi interés, buscar a los estudiantes indígenas, hablar con la gobernadora de ese tiempo, y allí conocí a los demás compañeros”, explica Ipaz. El Cabildo Universitario de Medellín tiene diez años de proceso, pero solo seis de constituido de manera oficial. Agrupa a setecientos estudiantes indígenas y su gobernación está a cargo de Diana Guapacha, estudiante de trabajo social de la Universidad de Antioquia y miembro de la comunidad Emberá Chamí del departamento de Caldas. Como cabildo, ellos tienen la misión “de fortalecer la identidad cultural”. Eso lo hacen a través del fomento de espacios comunitarios para la “participación y la visibilización de los indígenas”. En el Cabildo Universitario se hacen reuniones, celebraciones como la semana de la diversidad o la fiesta del Inti Raimi (la fiesta del sol o del astro rey) y se motiva a los estudiantes a integrarse con las personas de las demás comunidades. Sin embargo, aún falta mucho por hacer, como dice Diana Guapacha, “tenemos un estimado de setecientos estudiantes indígenas y en el cabildo participaran activamente unos sesenta. La idea es que podamos acompañar tanto el ingreso como la permanencia y el egreso y que haya un diálogo con la institucionalidad para que podamos alcanzar a cubrir toda la población”.

La preservación de los saberes propios también es un tema que preocupa a la academia. “Todo el tiempo estamos recibiendo [saberes] de afuera, en muy pocas clases se habla de colonialidad, de interculturalidad, aun en ciencias sociales, sabiendo que en nuestras comunidades también tenemos la manera de llegar a ese mismo lado, son diferentes caminos. Hay una añoranza, pero todavía no se le ha dado la relevancia que tienen los saberes propios”, explica Guapacha. A pesar de todo, los esfuerzos por centrar el foco en los indígenas son cada vez más fuertes y llaman cada vez más la atención. Esto, gracias a la persistencia de estos pueblos que siempre han estado ahí. Que hablan y gritan. Que reclaman lo que les ha pertenecido siempre, si bien solo hasta ahora hemos ido abriendo los oídos para escuchar las voces de la diversidad. Para verlos y reconocerlos no hace falta pasar por ciertas calles o caminar por los puentes del metro. Siempre han estado. Antes de que llegaran los mestizos. Estuvieron aquí antes de que Antioquia existiera y con suerte seguirán aquí, defendiendo la tierra y sus derechos, lo que realmente es de ellos. Lo importante es siempre hacerse sentir, porque, como dice Richard Sierra refiriéndose a su pueblo: “En silencio nos olvidan, en silencio nos eliminan, en silencio se acaba lo que somos y lo que tenemos”.

Población indígena de Antioquia Investigación: Daniela Jiménez González y Laura Cardona Patiño Fuentes: Organización Indígena de Antioquia, Gerencia Indígena – Gobernación de Antioquia, Ministerio de Cultura.

Población rural

39.098 indígenas

Según cifras del censo de la población indígena rural y urbana de Antioquia para 2015.

En relación con la población total del año 2014 (33.711), se presentó un incremento poblacional de 1.760 indígenas para 2015. (Sin contar el municipio de Medellín)

Emberá Chamí Emberá Dóbida Emberá Eyabida Tule Senú

3.587 862 18.977 1.434 8.906

33.766 en total

Población urbana Arboletes y Bajo Cauca Medellín Bello

1.705 3.427 200

5.332 en total

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Fotografía: Hebert Rodríguez/Catalina Roda

Sergio Alzate Estudiante de Periodismo sergio.alzate91@hotmail.com

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ice águila, y las manos vuelan como una. Dice roca, y aprieta ambas con fuerza mineral. Dice delfín, y sus muñecas nadan entre las olas de su niñez. Dice zorro, y los dedos se le vuelven astutos y precisos, canes que corren sobre su escritorio. Así habla Abadio Green Stocel: acentuando la suavidad de su voz con la ligereza de sus movimientos. Tiene cincuentaiocho años. Es filósofo de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Magíster en Educación de la Universidad de los Andes. Doctor en Educación de la Universidad de Antioquia, en la línea de Estudios Interculturales. Abadio Green Stocel también es indígena de la etnia Tule de la comarca de Sasartí Mulatuppu, ubicada en un archipiélago en el Golfo del Urabá, en límites con Panamá. Este último dato, pertenecer a un pueblo originario, no sería importante si no fuera porque en el 2011 se convirtió en el primer indígena en el país en obtener un título de doctorado. Un logro para las comunidades indígenas. Una muestra de la inequidad académica en Colombia. ***

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En mayo de 2016 la Organización Indígena de Antioquia (OIA) denunció que en el departamento al menos 662 niños, pertenecientes a diversas etnias, no estaban recibiendo educación. También, que parte de los que sí reciben educación no están siendo educados bajo parámetros de calidad. El acceso al estudio por parte de niños indígenas es una de las razones por las que la Junta Directiva de Autoridades indígenas de Antioquia se declaró en minga permanente. —Yo puedo decir que he sido un privilegiado en este planeta, no solamente en Colombia —dice Abadio Green, coordinador del Programa de Educación Indígena y profesor de la Licenciatura en Pedagogía de la Madre Tierra de la Facultad q o nt i u i a de Educación de la Universidad de Antioquia—. Muchos en mi comunidad no llegaron a la primaria. Unos cuantos pudieron cursar bachillerato. Casi ninguno tuvo la oportunidad de nd a ingresar a una universidad. n í

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El saberse ancestral Desde muy joven, Green Stocel se enroló en la dirigencia indígena de Antioquia. Mientras peleaba por un reconocimiento hacia los pueblos originarios de parte del gobierno, estudiaba apoyado por la OIA y la Organización Nacional Indígena de Colombia, la ONIC: “Eran dos cosas extremas, porque o se estaba comprometido con la causa indígena o se estaba en la academia. Son espacios diferentes, que muchas veces no se encuentran”, dice. Así, dividido entre el activismo y el deseo de estudiar, fue buscando opciones para hablar de lo que no se habla en la academia: de una educación en torno a las tradiciones, a las identidades culturales, a la oralidad. *** —Creo que la oralidad ha sido estigmatizada y nosotros tenemos la tarea de despojar a la oralidad de esos estigmas de la academia. ¿Cómo no va a ser hermoso hablar con un abuelo, con una abuela? Hay estudiantes que lloran en mi clase. Selnich Vivas Hurtado acaba de mambear, de “mascar la palabra”. Es profesor de literatura alemana y de poesía minika en la Universidad de Antioquia. —Pero la universidad se encarga de homogenizar los modos de sentir y pensar a través de los sistemas de escritura —habla con sonidos guturales, mientras contra su paladar y dientes se diluye un emplasto verde que le permite, según su visión, confrontarse interiormente—. Y los alumnos y tus colegas, bajo ese modelo, solo te creen si hay una bibliografía de por medio. ¡Nada más fácil de mentir que en una bibliografía! En una ocasión dos estudiantes que perdieron su curso de poesía minika lo denunciaron ante las autoridades universitarias por dos motivos. El primero, que el profesor iba drogado a clase; o sea, que mambeaba antes de ir con sus alumnos a un prado a cantar y danzar. El segundo, que los quería volver indios —no indígenas: indios, con todas las letras de lo que se pretendía fuera un agravio—, y que ellos estaban en su derecho de ser occidentales. —Esa reacción de los estudiantes es típica de un mundo colonizado. Lo propio, lo ancestral, nuestras raíces nos son completamente ajenas y nos horroriza pensarlas en una universidad. No se quiere creer que también bailando o cantando se puede aprender. *** Manibinigdiginya nació en un territorio en el que los españoles no pudieron penetrar con la misma fero-

cidad de hierro que en el resto de América. Islas recorridas por piratas ingleses, escoceses, holandeses que armaron a los indígenas con cañones y arcabuces. Que dejaron entre los Tule, por más de quinientos años, palabras como watch o sugar para referirse a reloj o azúcar. Que dejaron entre los nativos apellidos como Brown, Robinson, Smith o Green. Green, como Abadio Green Stocel, que a los quince años pasaría a llamarse así. Antes, para todos era Manibinigdiginya: El nacimiento de la plata nueva; todo aquello que surge, que se engendró en el vientre de la Madre tierra. —Es muy duro mantener viva la filosofía indígena dentro de la enseñanza de la filosofía del canon occidental —dice y recuerda su acercamiento a pensadores defensores del ser como como individuo—. Y, claro, son como dos antagonismos: toda nuestra filosofía es desde la tierra, desde la relación con la madre naturaleza. En cambio, con los occidentales todo es desde el yo, desde el sujeto, desde el ser. Nosotros no hablamos de nuestro ser; hablamos de los seres. En sus clases hay tres parámetros fundamentales: el silencio, la observación y el tejer. Silencio para escuchar; observar para forjar el temperamento como los grandes cazadores de la naturaleza; tejer para entender que las manos tienen un propósito al crear patrones en una prenda. —Por ejemplo nos sentamos en semicírculo y hablamos sobre qué significa, por decir, la placenta —dice el profesor—. El primer territorio que tuvimos es el vientre, es la placenta. Se trata de empezar a pensar qué significa una placenta en tu lengua, cómo se dice en tu lengua. Cada etnia tiene un saber, una poesía intrínseca en sus palabras que escapa a las grafías. Lo importante es qué se dice; no quién lo dice. *** Desde el siglo XVI los alemanes recorrieron América. En esos viajes entre el viejo y el nuevo mundo tuvieron contacto con culturas indígenas. El desdén se mezcló con la fascinación, la barbarie del exterminio con la observación atenta, la curiosidad científica con lo onírico. Así llegaron hasta Alemania las historias y los mitos indígenas. Así se formó una intelectualidad alemana que defendía los pueblos originales. Así Franz Kafka leyó otras formas de narrar, ajenas hasta ese momento, donde los humanos se transformaban en algo más. —Y Kafka leyó eso a comienzos del siglo XX y por eso cuando uno lee los cuentos de Kafka siempre se asombra frente a algo extraño: pasa algo raro que


13 no alcanzamos a entender —cuenta Selnich Vivas, quien se doctoró en la Universidad de Freiburg, Alemania, con una tesis que afirma que el escritor austrohúngaro se basó en mitos indígenas para escribir obras como La metamorfosis (“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”). Fascinado por la literatura alemana como por los saberes ancestrales, Selnich siente que para redefinir la academia tradicional hay que blindarse con ella. —Si yo no tuviera un título alemán de doctorado, ten la seguridad de que me hubiesen echado. Pero no lo pueden hacer, porque yo cumplo todos los requisitos de la academia en su modelo tradicional —dice—. Es paradójico que solo cuando el profesor tiene los títulos, la sociedad le cree.

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*** —Cuando hacía mi tesis le dije a mi asesor: “Yo quisiera no tener que leer tantos libros, porque eso no me va ayudar; yo quiero más bien escuchar al abuelo, escuchar a los abuelos. Yo tengo dos opciones: o leo o escucho. Y la verdad es que prefiero escuchar qué es lo que tiene por decir mi pueblo”. Mi asesor me entendió. Yo no hablé de la metodología cualitativa ni de investigaciones participativas: hablé desde las raíces, porque cada sonido que nosotros realizamos es una historia. La Universidad de Antioquia reconoció eso — dice Abadio Green Stocel. Su tesis doctoral La lucha de los siete hermanos y su hermana Olowaili en defensa de la Madre Tierra: hacia la pervivencia cultural del pueblo Kuna Tule recibió en el 2011 el grado magna cum laude, reservado para trabajos doctorales muy destacados. La bibliografía del texto, que aboga por la preservación de la cultura del pueblo originario, está conformada por más de trescientos casetes del pueblo narrándose a sí mismo. —La mejor decisión que he podido tomar en mi vida es estar aquí, en la academia, porque puedo aportar un granito de arena a un conocimiento universal que son los pueblos originarios —dice. En su cuello cuelga un collar hecho de los colmillos de un delfín que murió de causas naturales; animal que es sagrado en su cultura porque ayuda a nadar a los indígenas en el océano de sus sueños—. Me he preparado muy bien para poder conseguir la alianza entre lo docto y lo ancestral. Para ganarme el derecho a ser quien soy. No hay tiempo para lamentaciones: ya es el tiempo de la sanación.

La elaboración de vasijas en cerámica es una de las tradiciones que aún perviven en Karmata Rua. Fotografía: Andrés Rodríguez

Pedagogía de la Madre Tierra

La Licenciatura en Pedagogía de la Madre Tierra surgió de un esfuerzo entre la Universidad de Antioquia, desde el grupo de investigación Diverser, y la Organización Indígena de Antioquia, OIA, con el fin de pensar en otros tipos de educaciones para los pueblos originarios. El estudiante de este pregrado, único en el país, debe ser avalado por su propia comunidad y se compromete a estudiar por el bien de la misma. Por eso el modelo educativo difiere del de un pregrado tradicional, pues los estudiantes solo están quince días en Ciudad Universitaria, Medellín. Esta descentralización busca que el futuro graduado profundice desde sus propias realidades las vicisitudes de su sociedad, de sus costumbres, de su idioma y de su gobierno. Su duración es de diez semestres y los ejes en los que se basa son: la observación, la comunidad, la interculturalidad, el diálogo de saberes y el tejido.

Principales retos y problemáticas para los pueblos indígenas Investigación: Daniela Jiménez González y Laura Cardona Patiño Fuentes: Organización Indígena de Antioquia, Gerencia Indígena – Gobernación de Antioquia, Ministerio de Cultura.

Emberá katíos miembros de la guardia indígena, desplazados del Alto Andágueda y habitantes de Dojuro, territorio de Cristianía. Fotografía: Andrés Rodríguez

Salud Se evidencia deficiencias en el apoyo institucional. Los recursos invertidos en seguridad alimentaria están mal aplicados y mal controlados. Se presenta desnutrición de los niños y problemáticas como contaminación del agua, falta de acueducto y alcantarillado. El movimiento indígena ha propuesto la creación de un sistema de salud indígena propio e intercultural, que busque crear unidades médicas en la selva y reconocer la medicina tradicional como primera alternativa en las comunidades, dándoles valor a los conocimientos ancestrales.

Cultura

Educación

Política

El mayor reto lo constituye la protección de la cosmogonía, las tradiciones, la vivienda y la lengua materna de los pueblos indígenas. Los grupos culturales indígenas trabajan por esfuerzo propio y en condiciones muy precarias, por lo que se requiere del apoyo institucional a través del nombramiento de maestros dedicados al apoyo cultural, los estímulos a los artistas y gestores culturales y construcción y dotación de sedes culturales nativas.

Existen necesidades en la planta docente, en infraestructura y en el contenido pedagógico. El sistema de educación indígena es hoy una apuesta política del movimiento, cuyo objetivo es promover la creación de un sistema de educación diferencial para estas comunidades.

Las comunidades exigen de garantías y financiación para consolidar el movimiento indígena como un movimiento autónomo, territorial, social y administrativo, a pesar de que los recursos sean limitados y exista poca cooperación internacional.

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Rapeando en emberaá

Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com

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achi, emberara, maka, buru, karichuma. Son palabras en emberá chamí, una lengua indígena colombiana. En esta misma lengua nativa, una mujer morena regaña a un niño —que roza la adolescencia— mientras este se rehúsa a guiar, hasta una casa vecina, a una joven visitante que está perdida en el resguardo indígena Marcelino Tascón. A casi tres horas de Medellín, en Valparaíso, un municipio del Suroeste antioqueño ubicado a cien kilómetros de la capital, se encuentra este resguardo donde el español es una lengua foránea. Dachi, emberara, maka, buru, karichuma. Las mismas cinco palabras emberás se repiten en el siguiente renglón de una hoja de cuaderno de colegio: componen la letra de una de las canciones del grupo Linaje Originarios. Brayan y Dairon Tascón escriben letras de rap en lengua indígena. Son primos y llevan casi dos años componiendo y cantando canciones que fusionan su lengua nativa y los beats de este género urbano de origen norteamericano. En su casa —en el resguardo Marcelino Tascón, a diez minutos del casco urbano de Valparaíso—, sentados en una banca de madera, entonan una de sus canciones con el sonido de fondo de las matas de plátano que se baten por el viento. Ambos hablan español, aunque pierden la timidez cuando cantan en emberá. Son jóvenes —uno de ellos acaba de cumplir diecinueve años— y visten desprevenidamente pantaloneta y camiseta. La primera vez que cantaron sobre una tarima, en Valparaíso, la gente les pedía otra canción, pero ellos no tenían más que una para cantar. Ahora su versión de El cóndor pasa tiene 8.979 visitas en Youtube, y ya se han presentado en otros municipios de la región como Abejorral y Támesis. Recientemente cantaron por primera vez en Medellín, en un concierto en el que el público acompañaba sus canciones con movimientos rítmicos de cabeza y brazos.

—Dejar una conciencia a las personas de que nosotros también podemos cantar rap en emberá. Pero saber cantar sobre lo que nosotros expresamos de la cultura del rap y de la cultura indígena —afirma Brayan. Ambos —él y Dairon—, después de su concierto en Medellín,

saludan sonrientes a quienes se acerca a estrechar sus manos, tomarse fotos o felicitarlos. El cóndor pasa, Hijos indígenas, Hablando, raperos indígenas por la paz, Entre nosotros, Lo que valoramos, Por mi pueblo, Originario, Lo que hacemos, Pueblos indígenas, Valorar Cultura y Raíz Ancestral conforman el conjunto de canciones que han compuesto juntos y que cantan sobre el escenario vestidos con trajes blancos y collares de tejidos tradicionales —de su comunidad— con chaquiras de colores. —El tigre representa la fuerza del hombre. Y nuestra guía, él es nuestro acompañante. La corona representa el valor, el pensamiento, la sabiduría. La pluma representa el valor y la honestidad. También representa a las aves, el águila, el cóndor. Todos son maestros que nosotros representamos cuando vamos a cantar, ellos nos dan la fuerza—. Los dos llevan colgados collares en su pecho. El de Dairon es de hilos angostos, como una caída de agua en colores. El de Brayan es una composición de formas geométricas coloridas que tejen un vistoso tigre. —El sueño de nosotros es seguir trabajando con la música y no dejar la cultura del rap y la lengua indígena. Arriba, sobre el escenario, los dos jóvenes rapean palabras en emberá. Riman unos golpes de tez multicolor que sacuden los amplificadores. En su casa, en Valparaíso, el cuaderno de hojas rayadas es testigo del comienzo de ese sueño. RapLinaje Originarios es su perfil en Facebook —que ya suma 996 amigos—. Ese nombre fue un aporte creativo de sus amigos de Crew Peligrosos, un colectivo de rap de Medellín. Al principio se llamaban Caribadau —que traduce Los que cantamos— pero Linaje Originarios les gustó más porque comunicaba mejor su relación con sus raíces y antepasados indígenas de los que hablan siempre, mientras componen en hojas de cuaderno, mientras rapean en emberá o mientras dan entrevistas en español… —Los antepasados no se llaman, no son cinco ni diez personas. Ellos son varios, son montones de fuerzas antepasadas, que nos dan un legado para cantar así.

Indígenas, TIC y medios de comunicación Ana María Trujillo Zuluaga Estudiante de Periodismo anamariatrujillo1@hotmail.com Fotografía: Sara Rivera

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por compaginar las tecnologías indígenas con las TIC? ¿Hay alguna forma en que las tecnologías occidentales no sean colonizadoras? El profesor Vivas señaló que no hay una estigmatización de las tecnologías, sino tecnologías en conflicto. La contradicción es, según Vivas, que las TIC son elementos colonizadores que se imponen en la conciencia colectiva de las etnias. El cuento es diferente cuando entran en diálogo y se ponen al servicio de la preservación de las culturas. Ata Amauta se unió a la reflexión: “¿Cómo nos comunicamos con la vida? Comunicar es poder respetar”. No imponer. Otro de los temas más discutidos fue el poder y las posibilidades que tienen los medios de comunicación de mostrar, informar o tergiversar las prioridades de las comunidades indígenas. Al respecto, Ata Mauta comentó que es importante saber qué es poder y qué es comunica-

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l acceso, la capacitación y adopción de medios digitales en las comunidades indígenas ha sido un proyecto estatal tan lento como discutido en el país. Mientras unos entienden las nuevas tecnologías como instrumentos colonizadores, otros ven una forma de potenciar y, sobre todo, conservar prácticas y costumbres. A comienzos de junio, los estudiantes del curso Teorías de la información del pregrado en Periodismo organizaron el foro “Los indígenas a través de los medios de comunicación”, un encuentro que propició la discusión de estudiantes, profesores y líderes en torno a las relaciones actuales entre las comunidades indígenas, los medios y las tecnologías de la comunicación. Entre los ponentes estuvieron el escritor y profesor Selnich Vivas Hurtado, Ata Amauta —líder de la comunidad Nutabe de Oro Bajo en el cañón del río Cauca—, Natalia Hernández y Yonny Ipaz, estudiantes de Periodismo —Ipaz es miembro, además, de la comunidad indígena de Los Pastos—. En Colombia, según datos del Ministerio de las TIC, hay 81 grupos étnicos diferentes que tienen culturas, religiones y lenguas ancestrales con más de 64 idiomas y 300 formas dialectales. “Hablar de tecnologías en q o nt i u i a un país así —como bien dice el video Tecnologías indígenas del mismo Ministerio— es hablar de muchas teorías y de muchas técnicas”. Ahora bien, ¿cuáles nd a han sido los esfuerzos Izq.-der.: Ata Amauta, Yonny Ipaz, Natalia Hernández y Selnich Vivas. n í

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ción para los pueblos ancestrales: “El poder está ligado a la salud, somos poderosos cuando estamos sanos y la comunicación tiene que ver con la capacidad de expresar honor y respeto a alguien. Si entendemos eso, podríamos hablar del poder y la eficacia de los medios de comunicación para los pueblos indígenas”. Para el líder, más que visibilizar, los medios colombianos desinforman. Es el caso de su comunidad —la Nutabe—, a la que hace tres años llegaron los servicios públicos de energía y en la que Empresas Públicas de Medellín comenzó a comprar tierras para la inundación del proyecto Hidroituango, sin importar la conservación de la misma cultura. Poco o nada se conoce de esto por los medios, por ejemplo. Si bien las TIC son una espada de doble filo, apuntó Yonny Ipaz, también hay experiencias positivas: varios pueblos indígenas han aceptado y fundado sus emisoras y algunos las usan para comunicarse en su lengua nativa. Selnich Vivas, por su parte, cuestionó la forma en que la misma universidad entiende la educación: “Si queremos una universidad para la globalización, se aprende inglés; si queremos una plural, nos tienen que enseñar a sembrar, a tejer y a valorar el agua. Nos tienen que enseñar lenguas nativas, las originarias de los pueblos indígenas”. El escritor sostuvo que para lograr narrar las comunidades indígenas se debe hacer una reforma curricular que permita la enseñanza de lenguas indígenas; preparar al periodista para que se enfrente a estas comunidades desde el conocimiento. Finalmente, comentó Ata Amauta, comunicar es, ante todo, una forma de expresar honor y respetar al otro: “Cuando se hace así, sana al otro”. Se trata, concluyó Natalia Hernández, “de aprender a escuchar al otro”; de querer conocerlo.


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Asesinato de líderes

Matar la memoria y el espíritu Las comunidades indígenas, junto con las afrodescendientes, han sido las más violentadas por el conflicto armado, según investigadores del Grupo de Memoria Histórica. En las últimas tres décadas han sido asesinados aproximadamente trescientos líderes tan solo en las zonas rurales de Antioquia. Yeison Camilo García Periodista y estudiante de Sociología yeisongarciaga@gmail.com Fotografía: Organización Indígena de Antioquia

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uando asesinaron al líder indígena José Elías Suárez, a los comuneros del resguardo El Volao les cortaron su raíz principal, la que más profundo llegaba para nutrirse del acumulado histórico y espiritual de un pueblo ancestral. Todos se sintieron como retoños de un árbol propenso a caer. José Elías era descendiente del pueblo senú, asentado en el resguardo de San Andrés de Sotavento (Córdoba). Como algunos de sus hermanos, atropellados por españoles durante la conquista y posteriormente despojados por terratenientes, había arribado a Urabá (Antioquia) en búsqueda de tierras fértiles para construir su hogar. Con el paso de los años se estableció en Necoclí, donde promovió la creación del primer cabildo en su resguardo. Aida Suárez Santos, maestra y presidenta de la Organización Indígena de Antioquia (OIA), recuerda a José Elías como un hombre carismático, humilde y con una sabiduría tan vasta que llegó a ser el primer gobernador mayor de El Volao en septiembre de 1984. Fiel a su propósito de formar un pueblo, gestionó recursos para comprar el terreno donde se construyeron la escuela y el cabildo. Para ese momento, ya había viajado a San Andrés de Sotavento con la intención de adquirir formación política. Allá conoció las leyes que favorecían a su comunidad y la estructura del cabildo como figura de autoridad propia. Y en 1987, tras varios años de trasegar en el movimiento indígena, se vinculó a la junta directiva de la OIA como representante senú y asumió, hasta el día de su muerte, las consignas por la unidad, el territorio, la cultura y la autonomía. *** Guzmán Cáisamo Isarama es indígena del pueblo emberá dobida y coordinador del Programa de Educación y Cultura de la OIA. Según Guzmán, los líderes de la calidad de José Elías se han apropiado de un discurso y una visión política que les ha permitido incidir adentro y afuera de sus comunidades. Adentro, orientan a sus compañeros en la preservación de los saberes y prácticas ancestrales, y afuera interactúan con instituciones estatales para reclamar sus derechos. De ese modo, han tenido históricamente la función de ejercer el gobierno propio, tomando decisiones político-administrativas sobre el territorio y las comunidades. Son ellos quienes orientan a sus pueblos sobre el aprovechamiento equilibrado de los recursos naturales, la disposición de los espacios para cultivar alimentos y criar animales domésticos, y los comportamientos que deben tener en los lugares donde se ejercen las costumbres y creencias ancestrales.

También tienen la misión de participar en la construcción del proyecto educativo junto con los mayores expertos en historia, botánica, cultura, desde la perspectiva de las cosmogonías y el pensamiento propios. Y, luego, son los responsables de vigilar que ese proyecto, basado en el principio según el cual la comunidad es aula y educa, se integre a los lineamientos del Ministerio de Educación Nacional. Los líderes deben procurar que las lenguas nativas se hablen —vehículo de transmisión oral— y se escriban —transcripción de las historias y mitos fundacionales con los alfabetos originarios—, porque esa es la forma más acertada de conservar la identidad. Sin embargo, sus lenguas todavía aparecen como optativas en los currículos que define el MEN. Como es sabido, tienen conocimientos sobre el uso de medicina tradicional para curar la salud física o espiritual de los miembros de sus comunidades. Son además de conocedores de las plantas y extractos naturales que pueden preparase como remedios, responsables de transmitirles esos saberes a las nuevas generaciones. Cuando los actores armados asesinan a esos dirigentes indígenas, concluye Guzmán, también cortan de raíz sus espíritus guerreros, sus memorias ancestrales y sus acumulados de conocimientos político-administrativos. Y después del asesinato de esos líderes —que no son más que uno o dos por comunidad, debido al costo y tiempo que implica su formación—, el temor y la desconfianza velan ese rol que ya nadie más quiere ocupar. *** Dioselina Suárez Ciprián y sus hermanos estaban arreando unos burros cuando vieron que hombres armados retenían a su padre. Ese miércoles 15 de marzo de 1995, guerrilleros del Ejército Popular de Liberación, bajo el mando de alias “Boca e’ tula”, amarraron al gobernador indígena a un árbol y le propinaron un disparo y varios machetazos en las afueras del resguardo. Después, entraron a El Volao y dijeron que lo habían ajusticiado porque tenía vínculos con grupos paramilitares. Aida estaba enseñando en la escuela cuando se enteró. Al principio, guardó la esperanza de que estuviera vivo; confió en que una persona tan sabia no se dejaría matar. Pero al final, se convenció. Para los comuneros, su muerte generó una tristeza y un desasosiego profundos. Todo el pueblo entró en luto; algunos huyeron, otros acompañaron el cuerpo que permaneció tres días junto a un altar. Al día siguiente del asesinato, varias familias empezaron abandonar sus hogares: dejaron gallinas, patos, carneros, y cultivos de arroz y maíz. Todos en El Volao comprendieron su fragilidad: si estaba muerto José Elías, el árbol que los protegía, estaban desamparados. Trascurrieron meses antes de que algunas de las trescientas familias retornaran al resguardo, luego de llegar a acuerdos con el Gobierno y los grupos armados. Hubo quienes nunca regresaron, y su ausencia todavía se nota.

La vida en la comunidad no volvió a ser igual y los procesos organizativos que lideraba el gobernador se extinguieron o se truncaron por mucho tiempo. *** Richard Sierra es indígena del pueblo senú y coordinador del Programa de Territorio de la OIA. Esta organización construyó una base de datos “cuentamuertos”, que incluye un registro parcial de los líderes indígenas asesinados por su labor comunitaria en los ámbitos local, zonal y regional. Allí aparecen, solo en las subregiones y anotando a José Elías Suárez, 250 asesinatos entre 1985 y 2011. Ese dato, explica Sierra, ha ido creciendo hasta llegar a aproximadamente trescientos asesinatos de líderes que, con o sin cargo definido dentro de la estructura de su cabildo o resguardo, convocaban a sus comunidades y gestionaban procesos. No obstante, esa cifra abarca no más que los casos denunciados públicamente. No existe un registro juicioso realizado por el Estado. Según esa base de datos, en las últimas tres décadas hubo dos momentos en los cuales se exacerbó el asesinato de líderes indígenas: mediados de los noventa, cuando el paramilitarismo intensificó su accionar para conseguir el control territorial en Urabá, y el periodo 2006-2011, años en los que se presentaron confrontaciones entre las bandas criminales que aparecieron luego de la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia en el Bajo Cauca. En términos generales, las violaciones a los derechos humanos de las comunidades indígenas antioqueñas se han presentado mayormente en Urabá, Bajo Cauca y Occidente, afectando sobre todo a los dos pueblos más numerosos: el emberá eyabida y el senú. En sus territorios han sido cometidos asesinatos, desapariciones y desplazamientos forzados. A mediados de mayo pasado, la OIA identificó en un mapa de Antioquia la ubicación de las comunidades indígenas y los actores que representan amenazas en los territorios. El resultado ratificó que en esas tres regiones convergen los factores que representan riesgos para líderes y comuneros: las bandas criminales (“bacrim”), las guerrillas, el narcotráfico (cultivo de coca) y la minería ilegal y por proyectos de concesión. Esos riesgos tienden a aumentar con las negociaciones que se desarrollan entre el Gobierno y las FARC en La Habana. Desde finales de 2015 y principios de 2016 han aumentado los asesinatos de líderes sociales, entre ellos líderes indígenas de los departamentos de Cauca y Norte de Santander que apoyan la firma de un acuerdo de paz. Aunque el Gobierno insiste en que el paramilitarismo fue desarticulado, los asesinatos han sido adjudicados a nuevas formas de esa organización de esos grupos armados ilegales, denominadas “bacrim”, que actualmente están intentando retomar el control territorial en las regiones donde históricamente han sido más victimizadas las comunidades indígenas.

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Las ruinas del lugar en el que un dios derrocó a otro dios A cuatro kilómetros de Andes se encuentra el resguardo indígena Karmata Rua, un lugar en el que conviven cerca de 1.700 emberá chamíes. A lo largo de los años, esta población nativa del suroeste antioqueño ha debido acostumbrase a la imposición de creencias y costumbres ajenas. Un enfermizo fenómeno de cambio que, en pleno 2016, sigue causando estragos. José Andrés Rubiano Franco Estudiante de Comunicación Social Periodismo j.a.rubiano@hotmail.com

El padre Ezequiel J. Pérez se encontró el diablo varias veces; en una de esas, él venía de una vereda, allá abajo por Caramanta, ahí donde están los indígenas. En ese lugar se encontró con el diablo y entonces lo echó; se dice que de ahí para abajo cayó un vendaval el verraco” —cuenta Luis Gonzaga en el museo Clara Rojas Peláez, en Jardín. “Es que el padre Pérez había llegado a cristianizar a los indígenas. Cuando eso, las mujeres vestían solo la mera faldita, llevaban el cabello suelto y sencillos adornos; además todas hablaban en dialecto. Y para el sacerdote todo eso era ‘del diablo’” — comenta Gloria Tamanis, líder comunitaria emberá chamí. “Los colonos llegaron a tratarnos de brutos, salvajes y raros. Pensaban que a toda esta gente había que educarla y evangelizarla. Además, fue el sacerdote Ezequiel Pérez quien decidió bautizar esta tierra bajo el nombre de Cristianía” —puntualiza Gilberto Tascón, gestor de la emisora Chamí Estéreo. Pero Cristianía no existe, es Karmata Rua el nombre original de uno de los principales resguardos indígenas del suroeste antioqueño; una aldea situada entre los municipios de Andes y Jardín, a 120 kilómetros de Medellín. Su nombre podría traducirse como “Tierra de Pringamosa”: los primeros pobladores encontraron el lugar lleno de matas de pringamosa, que al florecer les dieron la sensación de adornar el paraíso. Aunque la fe de los cerca de 1.700 pobladores del resguardo está comandada por la parroquia de Andes, jurisdiccionalmente hacen parte de los jardineños. Sin embargo, y ante la duda, el no pertenecer directamente a ninguno de estos dos pueblos ha sido una de sus acciones más representativas. Prueba de ello es que Karmata Rua posee sus propias leyes y además confía su seguridad a la Guardia Indígena, una especie de policía que custodia las 325 hectáreas que comprende el resguardo. ***

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En el espacio pueden habitar muchos dioses, sin importar su grandeza. La misma infinidad del universo les permite sentirse oq nt i u i a omnipotentes y les ahorra la posibilidad de que exista uno que otro vecino por ahí. Los primeros habitantes de Karmata Rua creían en Karabi, un dios ancestral que tenía la certeza de nd a que la amputación del clítoris n í

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era una forma de salvar al mundo y evitar desgracias. Hoy día hablan de Cristo o Jesús (usted puede nombrarlo según su gusto o creencia, la mayoría le dice dios). En la capilla católica del resguardo indígena conviven varias figuras de cerámica y barro, entre ellas una de la Madre Laura Montoya evangelizando a un niño indígena. Según un mito local, Laura castigaba con alambres de púas a los indios que se rehusaban a llevar una vida católica; Ezequiel J. Pérez era uno de sus acompañantes en estas misiones religiosas. En Karmata Rua la capilla permanece cerrada, generalmente, siendo el lugar en el que los indígenas cumplen con todos sus sacramentos, como todo buen cristiano lo haría. En la memoria de los habitantes del resguardo se mantienen latentes algunos recuerdos que los constituyeron como comunidad. Dos de ellos, los asesinatos de Mario González y Luis Aníbal Tascón; al primero lo asesinaron mientras subía a pie con algunos tragos en la cabeza, dicen que olvidó acatar las recomendaciones de los vecinos y jamás volvió a dormir en su cama. A Luis Aníbal lo mataron a quemarropa en el Puente Pizano, se rumora que viajaba con su propio asesino y que este hizo detener el vehículo para acabar con la vida de quien fuera el primer abogado de la comunidad indígena. Estas dos muertes, ocurridas entre 1986 y 1990, se atribuyen a disputas por tierras que los colonos habían invadido tiempo atrás, a pesar de que en 1870 Gabriel Echeverry Mejía donó el terreno y de que existieran documentos legales en poder de los indígenas. Por suerte, justicia, intervención del gobierno, perseverancia o por sangre derramada, Karmata Rua recuperó sus terrenos. Tanto los Emberá Chamí como los Emberá Katíos (estos últimos asentados en los corregimientos Quebrada Arriba y Santa Inés del municipio de Andes) compran los artículos de su canasta familiar en los principales supermercados del comercio andino. Arroz, panela, fríjol, zanahoria, gaseosas y mecato son sus principales y primordiales adquisiciones. Los comerciantes del sector Estación de Jardín, en Andes, se muestran complacidos por el flujo de efectivo que representan los domingos en esta zona. Eso sin contar que son las cantinas de la galería y del parque principal las que se quedan con la mayor parte de las ganancias de la población indígena que habita estas tierras. Cristianía es el nombre del equipo de fútbol que el resguardo conformó hace cinco meses para jugar el III Torneo Interbarrios de Andes. El conjunto indígena cayó derrotado cinco goles a dos ante Celusofi, equipo que se ha consagrado campeón en las dos versiones anteriores de la competición. Los muchachos de Karmata Rua se reúnen a practicar el buen trato a la pelota en la cancha de la comunidad, contigua

a las instalaciones de la institución educativa. Durante el recorrido por la vía destapada que traza el ingreso al resguardo es posible que los sonidos de músicas modernas acompañen el trayecto. Los merengues, vallenatos y el reguetón hacen parte de un ambiente recurrente y habitual. La gran mayoría de estas canciones son programadas desde Chamí Estéreo, estación radial ubicada al costado derecho de la iglesia donde la Madre Laura aún sigue evangelizando al mismo indígena. “Yo soñaba con tener una emisora comunitaria para el servicio de la comunidad y para servir, desde aquí, a otros hermanos indígenas”, rememora Gilberto Tascón, quien además de ser el gestor de la emisora es licenciado en Pedagogía de la Madre Tierra. En los 90.3 fm se puede sintonizar la estación radial del resguardo. Los viernes en la noche los vallenatos invaden el dial. En Karmata Rua está prohibida la venta y consumo de bebidas embriagantes. Durante la gobernación de Gloria Tamanis se decidió esta medida, con el fin de reducir los incidentes entre los miembros de la comunidad. Aunque en Karmata Rua están acostumbrados al constante arribo de visitantes, hay ciertos personajes por quienes sienten apatía: “A mí no me gusta que vengan los evangélicos, llegan siempre con sus libros a echar cuentos”, dice Gloria, que aparte de líder comunitaria es una de las integrantes de Imaginando con las manos, un colectivo de mujeres artesanas del resguardo. “Los Emberá Chamí han sufrido un proceso de aculturación, que tiene mucho que ver con su posición geográfica, ahí a bordo de carretera. Han perdido rasgos autóctonos por adecuarse a la vida occidental, por así decirlo. Los Emberá Katíos son víctimas del conflicto armado y aquí llevan veinte años desplazados, a pesar de los intentos por reubicarlos, no se ha pensado en sus necesidades ni en sus concepciones sobre la vida ni tampoco en las diferencias entre ambas etnias”, explica Juan Diego Restrepo, trabajador social que estuvo de cerca con ambas comunidades indígenas. Es posible que a Ezequiel Pérez no se le haya aparecido el diablo. Tal vez fueron los mismos indígenas quienes intentaron resistirse a las leyes católicas en algún momento, quizás el clima contribuyó a la creación del mito. En cualquier caso, la derrota de Karabi a manos de Cristo no es otra cosa que la transición misma a la que está sometida la población indígena de la zona. El ahora único conflicto ancestral radica en la lucha por conservar su nombre: Cristianía no quiere dejar de ser el orgullo y el símbolo de la colonización católica; Karmata Rua, por su parte, agoniza pero aún le quedan fuerzas para rendir un homenaje a su herencia y a su legado indígena, aunque ahora solo sea simbólicamente.


Análisis

¿El tiempo del ELN? Tras la firma del acuerdo para la terminación del conflicto entre las Farc y el Gobierno el 23 de junio, la segunda guerrilla más antigua del país da señales contradictorias sobre su disposición al diálogo.

León Valencia Fotografía: Juan Manuel Flórez Arias

Laura Cardona Estudiante de Periodismo laulccp@gmail.com

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a paz inició su papel protagónico entre el Gobierno y el ELN el 30 de marzo, cuando desde Caracas (Venezuela) daban a la opinión pública la agenda que marcaría la ruta de la negociación. Algo más de tres meses después de iniciada la fase pública, el proceso está congelado y la paz, que decían “estaría completa” cuando el ELN se uniera, quedó en puntos suspensivos. Además de algunas voces que decían que la agenda no era clara, de otros que desconfiaban de la disposición del ELN y unos más que sostenían la fragmentación interna del grupo, fue el secuestro de la periodista colomboespañola Salud Hernández-Mora, en el municipio de El Tarra, Norte de Santander, lo que hirió la mesa de negociación. Y con dicho secuestro, el ultimátum que el presidente Juan Manuel Santos puso al ELN el 27 de mayo, después de la liberación de la periodista: “No se activará una mesa de negociación para un acuerdo de paz hasta que no libere a todos los secuestrados”. En la agenda acordada entre el Gobierno y el ELN no hay un acuerdo que estipule el fin del secuestro como una obligación para iniciar las conversaciones; sin embargo, para la opinión pública el secuestro no deja de ser una violación al DIH y a los derechos humanos. Esa es la razón del ultimátum presidencial, según el exguerrillero, columnista, fundador de la ONG Nuevo Arco Iris y hoy director de la Fundación Paz y Reconciliación, León Valencia : “El Gobierno se apoya en que la opinión pública rechaza mucho el secuestro, entonces cuando sale el escándalo del ‘cambiazo’ en Chocó [el exgobernador de ese departamento, Patrocinio Sánchez, fue liberado a cambio de la retención de su hermano, Odín Sánchez] y después, cuando sale el secuestro de la periodista, el Gobierno se siente obligado a reclamarle al ELN”. El 28 de mayo, la periodista María Jimena Duzán le escribió una carta al comandante del ELN, Nicolás Gabino , en la que criticaba su posición frente al secuestro. Gabino respondió el 13 de junio: decía entender el flagelo del secuestro, pero su carta mostraba un sentimiento de ofensa frente al ultimátum de Santos: “Valoramos muy desafortunado que luego de lo acordado el 30 de marzo, que generó grandes expectativas, el presidente Santos de manera intempestiva y unilateral, haya colocado nuevos impedimentos para avanzar. Ello es claramente violatorio de lo acordado […] Aquí caben varias preguntas: ¿si estos condicionamientos los hubiésemos hecho nosotros, cómo hubieran reaccionado los creadores de opinión?, ¿es lícito y está bien hecho que solo una parte pueda colocar exigencias por fuera de la mesa de diálogo?”. No deja de ser cierto que la decisión del Gobierno no inspira confianza en un proceso en que las partes son por lógica enemigas. Si incumple la letra firmada de la agenda, ¿cómo puede avanzar un proceso de paz? No obstante, hay un punto que el grupo guerrillero debe tener en cuenta a la hora de juzgar qué hacer frente al secuestro; tal punto fue expresado en una carta abierta que 34 organizaciones y 38 académicos y líderes políticos hicieron pública el 16 de junio: “Consideramos nosotros y nosotras que tienen ustedes una equivocada posición remediable. El problema no es cuándo se negocia el tema del secuestro con el Gobierno. El tema es que para la sociedad colombiana y para la humanidad esa es una práctica inaceptable. Si el ELN tiene a la sociedad como referente para su negociación, como lo ha dicho en innumerables ocasiones, no puede seguir siendo sordo a la demanda de la misma para poner fin, de una vez por todas, a ese repudiable comportamiento”.

Víctor de Currea-Lugo Fotografía: Tomada de Nodal

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La posición del ELN frente al secuestro es un error político y un motivo de desconfianza para los colombianos, uno más de la lista. Para León Valencia, el problema es que la guerrilla tiene un error de apreciación y piensa que la negociación se reduce a dos partes: ellos y el Gobierno. Y no: la opinión pública también hace parte del proceso, se moviliza al estar en contra el secuestro y es movilizada por opositores que no tardan en aprovechar la coyuntura. La resolución de este obstáculo, comenta Valencia, puede ser cuestión de tiempo: se trata de comprender la política nacional y de asimilar las lógicas de la vida pública: “Las FARC llegaron a La Habana con posiciones muy radicales y fueron comprendiendo, en medio de las negociaciones, que existía la opinión pública y que tenían que ponerle mucho cuidado. Hoy las FARC son más realistas, lo mismo pasará con el ELN”. El secuestro de Salud Hernández-Mora y los dos periodistas de RCN que fueron a reportear su desaparición, activó otras críticas de la opinión pública, como la posibilidad de una fragmentación en el interior del ELN frente a la decisión de la paz. La principal razón para tal sospecha es que el grupo no tiene un sistema de mando vertical (como el de las FARC), sino que goza de una horizontalidad en la cual el Comando Central no tiene el poder de dictar órdenes. Sin embargo, en enero de 2015 se llevó a cabo el V Congreso ELN 50 años: Raíces, luchas y esperanzas junto al pueblo. Allí, según está escrito en la revista oficial del ELN (Simacota), la organización, como unidad, aceptó la dejación de armas como una posibilidad para cumplir con sus objetivos sociales. Además, el Comandante Central, Nicolás Rodríguez Bautista, dice en dicha revista: “Con base en las nuevas realidades [el V Congreso] realizó los ajustes necesarios y más que cambios, hay continuidad en materia de paz y trabajo de masas; considerando los últimos desarrollos de las luchas populares, se requiere de un salto que permita que sus organizaciones se posicionen, como sujetos políticos en la vida del país”. A este respecto, Víctor de Currea-Lugo , profesor, periodista y conocedor del ELN, agrega: “Creo que [en el ELN] hay voces disidentes y tendencias como en toda organización, pero no creo que eso le permita a uno decir que está fragmentado. Al contrario, es la verticalidad militar, de dar una orden y que se ejecute como tal, la que da ese tipo de cosas”. Estas voces disidentes han dejado a los negociadores con las manos atadas, pues, comenta León Valencia, una de las condiciones que pusieron para aceptar ir a la mesa fue no hacer gestos unilaterales. Es decir, el ELN está en una nueva negociación interna, aspecto que no deja de ser común en un proceso que busca el fin del conflicto armado. Por eso la crítica que más surge frente a este cúmulo de acontecimientos es la audacia política del ELN; cualidad necesaria para conquistar una sociedad desencantada por la guerra. Una a la que el ELN le debe demostrar la importancia de su papel político en un país que anhela que la paz deje de ser una utopía. En palabras de Currea-Lugo: “Es una incapacidad mediática. Ha habido una idea de que tener una razón o unas convicciones es suficiente, y la famosa frase popular de que no solamente hay que poner el huevo, sino que hay que cacarearlo, se les ha olvidado a las insurgencias, y al mismo gobierno de Santos, mientras que [el expresidente y senador] Uribe lo tiene claro”. La audacia política se hace importante hoy que el proceso está congelado. Es la cualidad para sobrellevar momentos álgidos ante la opinión pública la que puede activar este proceso. Más allá, es entender que, aunque hay una negociación que debe hacerse con el Gobierno y aunque la sociedad sea un punto fundamental de la agenda de negociación, la apuesta política del ELN ya empezó y cada acción generará una reacción en la población colombiana.

Nicolás Rodríguez Bautista, alias Gabino Fotografía: Tomada de El Espectador

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Campesinos profesionales, los oficios de la selva

Juan David Tamayo Mejía Estudiante de Periodismo juandatamayo17@gmail.com / @juandatamayo

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n el Bajo Cauca antioqueño la riqueza de los suelos y sus selvas choca con las dificultades sociales, económicas y de orden público a las que se enfrentan sus habitantes. A pesar de las carencias, muchos campesinos han entendido que su supervivencia depende no solo del arduo trabajo, sino, sobre todo, de la comprensión de la naturaleza que los rodea. El siguiente registro fotográfico muestra a estos “campesinos profesionales”, como ellos mismos se llaman, hombres que no han necesitado de maestrías ni posgrados para saber de agricultura, de minería, de pesca o ganadería.

Entre el fuego y la tierra Actualmente, este es un cuadro común en el Bajo Cauca: selvas y bosques nativos destruidos, paisajes desoladores de madera y tierra quemada, a cambio de cultivos y pastizales para la ganadería. Vaya paradoja: ecosistemas vitales para la fauna y flora en riesgo, pero que, a su vez, generan trabajo e ingresos a miles de habitantes de la zona.

Caminando la selva El campesino trabaja para tener comida en su plato y para que los demás también puedan tenerla. La yuca hace parte de la dieta diaria de la zona. Estos “campesinos profesionales” deben hacer grandes esfuerzos físicos para transportar largas y pesadas estacas hasta los sitios de siembra que, muchas veces, están en plena selva.

Líneas de vida Aunque la historia del caucho no es nueva, en los últimos años el negocio del látex se ha convertido en una buena alternativa para reemplazar los cultivos ilícitos en la región. Hasta hace poco, por ejemplo, se cultivaba hoja de coca en este mismo lote. Con la llegada de las políticas del gobierno nacional, hoy se divide el tiempo entre las capacitaciones en una escuela específica para caucheros y el manejo de más de mil árboles de esta especie en una finca.

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En lente Lo turbio del oro Debido al incremento en la demanda de oro en el mercado internacional y a las estrategias de los grupos guerrilleros y bandas criminales para financiarse, la minería ilegal está causando daños irreversibles en los ecosistemas del Bajo Cauca. El mercurio, las retroexcavadoras y las “brasileras” o barcos que socaban el lecho de los ríos son letales para las selvas y humedales. Aunque muchos campesinos han optado por la minería artesanal, esa que no utiliza el “azogue” para separar el oro de la tierra, el impacto en el agua no solo es notorio a la vista sino que perjudica la fauna del río. Se utiliza una draga para sacar tierra de un lago y de ahí extraer el oro sin químicos. Periódicamente, como parte del oficio que ejerce desde hace más de treinta años, debe pagarles una cuota o “vacuna” a los grupos armados de la zona.

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El hombre de la panga Hay quienes dicen que los habitantes de Nechí son anfibios, pues buena parte de su vida la pasan en el agua, nadando o navegando. Para transportarse de un lugar a otro, de una finca a otra, el único medio posible es el agua. Con el paso de los años han perfeccionado no solo la forma de construir sus botes, chalupas o pangas, sino que se han convertido en expertos remadores. Debido al boom de la minería, en este caso artesanal, muchos han hallado trabajo transportando personas, gasolina, insumos y hasta oro.

Dulce alternativa Es casi un ritual, una ceremonia previa: hay que preparar el ahumador para dificultar la comunicación de las abejas y evitar que ataquen; ponerse un traje como de astronauta; mostrar respeto y admiración por estos insectos. En el último tiempo, la apicultura es una de las fuentes de empleo importantes en la región, diferente a la minería; un oficio que permite a los campesinos formarse e ingresar a un negocio que, se estima, durante los próximos años producirá 36 toneladas de miel solo en el Bajo Cauca.

El río, el cielo y la selva Este río, este cielo y esta selva son testigos de la adaptación, superación y resistencia de los habitantes de Nechí. La naturaleza es un privilegio y una responsabilidad: muchos de ellos saben que si no la preservan, ese rótulo de “campesinos profesionales” que ellos mismos se impusieron no habrá valido la pena.

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“Pa’ este problema, yo no me hubiera desmovilizado”: Sara Giraldo Maestre Estudiante de Periodismo saragiraldomaestre@gmail.com

Ramón Zabala

Laura Alcaraz Jiménez Estudiante de Periodismo laura.alcaraz1@gmail.com Ilustración: Ricardo Cortázar

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uando Ramón Antonio Zabala García recibió la orden de captura en su contra por concierto para delinquir agravado, quedó inmóvil. No comprendía la naturaleza del papel que sostenía en sus manos si aquel delito lo había cometido en el tiempo en que había pertenecido al Bloque Central Bolívar de las Autodefensas. En ese momento, ese papel no tendría por qué existir. Se había desmovilizado en 2006, por lo que, se suponía, lo cobijaban algunos beneficios jurídicos, entre ellos, la suspensión de la pena por los delitos cometidos durante su tiempo en el grupo armado, siempre y cuando cumpliera con todos los compromisos, y hasta donde Ramón sabía, él no había violado su parte del trato. Ocurrió en el mes de mayo de 2014. Ramón se encontraba en su puesto de trabajo desempeñando labores de vigilancia en un edificio de El Poblado, cuando el jefe lo llamó a la oficina, le mostró la orden de captura “y de muy buena manera me dijo: ‘Yo no lo voy a encochinar acá. Me firma la renuncia como un problema familiar. Venga lo ayudo a que lo liquiden de una vez y váyase a arreglar ese problema. Apenas lo arregle, viene a ver qué podemos hacer’”, cuenta Zabala. Luego de recibir la noticia, lo primero que hizo Ramón fue llamar a Nelly Gaviria, reintegradora y psicóloga de Paz y Reconciliación, programa adscrito a la Agencia Colombiana para la Reintegración. “Yo estaba desesperado, tenía mucho miedo inclusive de salir del trabajo; uno tratando de hacer las cosas bien y con una orden de captura encima. La psicóloga muy amablemente fue hasta el parque de El Poblado y me dijo que no me preocupara, que eso se solucionaba en dos o tres días”, recuerda. Pero los días pasaron y el problema no se solucionó. Luego de varias llamadas, Nelly le explicó a Ramón que el problema radicaba en que el Juez Tercero Penal del Circuito Especializado de Bucaramanga, Hernán Suárez Delgado, lo había condenado por no haber cumplido con las ochenta horas de servicio social, uno de los compromisos de carácter obligatorio para obtener los beneficios jurídicos de la Ley 1424 de 2010 explicados en su sentencia anticipada. Ante la explicación de Nelly, quedó más confundido, pues el 27 de septiembre de 2011 Ramón había firmado el formato único para la verificación previa de requisitos de la Ley 1424 de 2010. En dicho formato se especifica que para obtener los beneficios jurídicos que, entre otros, incluye la suspensión de la pena, el desmovilizado debe: Cumplir con el proceso de reintegración liderado por la Alta Consejería Presidencial para la reintegración Social y Económica de Personas y Grupos Alzados en Armas. Ejecutar actividades de servicio social y reparación con las comunidades que lo acojan en el marco del proceso de reintegración. Presentarse y participar de los procedimientos que adelante el Mecanismo No Judicial de Contribución a la Verdad y la Memoria Histórica operado por el Centro de Memoria Histórica. Comparecer personalmente ante las autoridades judiciales o administrativas que lo requieran. En el caso de Ramón, él había cumplido con todo lo anterior. Desde que se desmovilizó se había inscrito al programa, donde incluso había aprovechado para graduarse de bachiller en 2011 y, posteriormente, había comenzado una carrera técnica en Sistemas. “Cuando yo me desmovilicé, apenas tenía hasta cuarto de primaria. Me metía a todo lo que la psicóloga me decía, siempre traté de estar activo en el programa. Entonces, lo que yo no me explico es por qué a mí me meten una orden de captura”, expresa. Sin embargo, en su sentencia anticipada se notificaba que el acusado no había realizado actividades de servicio social. Lo cierto es que Ramón, a pesar de no haber culminado la totalidad de las horas del servicio social, ya había iniciado su labor en el barrio Calasanz, como se eviden-

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ciaba en el Acta de Compromiso Servicio Social firmada el 12 de noviembre de 2013, la misma que se había visto interrumpida cuando lo incapacitaron luego de que una mañana despertara con su mano derecha completamente inmóvil. “Me dio dizque una chispa de derrame”, dice. Cuenta que el 28 de agosto de 2013, cuando se levantó, notó que su mano derecha estaba encorvada de la muñeca hacia los dedos. “Yo pensé que de pronto era que había dormido mal, me puse el chorro de agua fría y todo”. La mano no le respondía y no tenía fuerza. Al día siguiente, nada cambió así que se dirigió a la Clínica de la Universidad Pontificia Bolivariana, donde le diagnosticaron una “enfermedad de la médula espinal no especificada”, según se aprecia en su historia clínica. “El médico inmediatamente me dijo: ‘Usted queda hospitalizado, así como le quedó la mano le pudo haber quedado parte del cuerpo’”. Ramón fue incapacitado veintiún días, como se constata en su expediente clínico. “Entonces, por eso fue que no pude terminar el trabajo social, pero yo no pensé que eso me perjudicara tanto como lo hizo. Lo que yo digo es por qué pasó si yo tenía la constancia de inhabilidad de una enfermedad”, se cuestiona. Para tratar de solucionar el problema, el 22 de abril de 2014 se emitió desde la ACR, Medellín, una solicitud de suspensión condicional de la ejecución de la pena, invocando la Ley 1424. Mientras tanto, el tiempo corría y a Ramón no le quedaba otra opción que esconderse. “Me quedé dos meses con un abogado de la ACR, pero me decía que estaba muy difícil mi situación, me recomendaba que me

escondiera mientras se solucionaba, que si me cogían era peor”. Siguiendo el consejo, Ramón se mantenía encerrado en el apartamento, solo salía para ir a las oficinas de la ACR a hablar con su abogado y escuchar la misma respuesta: “ya estoy gestionando eso”. A pesar del terror que le tenía a la cárcel, pensó en entregarse: “Una vez le propuse al abogado: ‘Doctor, ¿será que si me entrego conseguimos una rebaja o algo?’. Me respondió: ‘No vas a cometer esa brutalidad. Esperate que yo te soluciono eso’”. Ramón solo sentía decepción, recordaba las garantías que les dieron cuando se desmovilizó. “A uno le decían que lo exoneraban de todo, que le iban a dar estudio… y pensaba dentro de mí: ‘¡No, pues! Si hubiera sido así, yo no me desmovilizo’”, recuerda. Mientras los días seguían pasando, la angustia de su mujer porque lo cogieran aumentaba y las deudas se acumulaban. Decidió, entonces, seguir huyendo y partir para Alejandría a la finca de su padre. Ni el certificado de la Junta de Acción Comunal de Calasanz, que había sido previamente solicitado, ni la solicitud de suspensión de la pena surtieron efecto, pues dos meses después de haber recibido la orden de captura, exactamente el 9 de julio de 2014, Ramón Antonio Zabala García fue capturado en el municipio de Alejandría, Antioquia, y condenado a 36 meses de prisión. Luego de dos días en el calabozo, lo trasladaron a la cárcel de Santo Domingo. Su condición solo le generaba humillación. “Amarrado como un delincuente…, pues, cosas que no le pasaban a uno cuando uno sí era delincuente”, dice. En cuanto a su abogado, recuerda que “lo único que


21 me dijo fue: ¡Ahhhh!, es que usted la embarró, hermano. ¿Para qué se dejó coger? ¡Lo que más le dije!”, cuenta con un tono indignado. “Yo creo que la cárcel es lo peor que le puede pasar a un ser humano”, expresa con la mirada perdida mientras recuerda la mala experiencia de compartir su celda con otros cuarenta reclusos: “Llegué a dormir en el piso durante cuatro meses y medio. Todo el mundo se le paraba a uno encima. Pero uno conoce gente muy buena, también hay inocentes quizás… y yo, pues inocente del todo, no; pero tampoco era culpable de nada, yo no maté a nadie ni le robé a nadie. Estaba allá era por negligencia de…, no sé… Algo salió mal”. Cinco meses después de llegar a la cárcel, Ramón recibió la noticia de que su hijo de diez años había matado, por accidente, mientras jugaba, a su hermanito medio de cinco. “Eso también me traumatizó mucho en la cárcel. Recuerdo que el director me colaboró. Aunque no me podía dejar salir a ver a mi familia, permitió que el niño fuera para hablar con él y ver cómo estaba”, cuenta. Pasaron nueve meses para que se esclareciera su caso, y en marzo de 2015 recuperó su libertad. “Lo que más me duele ahorita es, bueno, los nueve meses en la cárcel ya los pagué, no me fue tan mal; pero lo que más me duele es estar inhabilitado para trabajar porque, entonces, ¿de qué voy a vivir? Mis hijos están estudiando… ¿cómo les voy a ayudar?”, dice Ramón. Y es que a pesar de haber cumplido la pena, su situación jurídica actual lo afecta, ya que carga con antecedentes penales correspondientes a los meses de cárcel que nunca debió haber pagado. Situación que no le ha permitido recuperar el oficio que más le apasiona, el de vigilante.

“La pregunta mía es quién me va a responder a mí por lo que me pasó. Si yo hubiera estado por fuera de la ley, como se dice, como estuve tiempo atrás, yo acepto. Uno cuando estaba en la delincuencia corría todos los riesgos de caer en una cárcel o de que lo mataran. Pero ya después de estar trabajando a lo legal y estar aquí en todos esos programas, uno no piensa que eso le va a pasar a uno. ¿Cómo me va a pasar si estoy haciendo las cosas bien? Y uno sale de la cárcel como con rabiecita. Pa’ este problema, yo no me hubiera desmovilizado… Me hubiera quedado en la clandestinidad y listo”, concluye. RAMÓN EN LAS AUC Luego de haber prestado el servicio militar obligatorio y haber ejercido como soldado profesional, Ramón decidió retirarse del Ejército para conseguir otro trabajo en Medellín. Sin embargo, tras un año y medio de enviar hojas de vida para aplicar a diferentes empleos, su falta de título bachiller le cerraba las puertas. Para distraer su tiempo y estrés Ramón frecuentaba un billar del barrio. En aquel lugar, lo abordó un hombre. “Hermano, yo veo que usted siempre llega y se toma dos o tres cervezas y se va pa’ la casa, se ve que usted es un man serio, un man bien”, le dijo. El tipo, bien vestido, le ofreció un sueldo y plata para los siguientes tres meses de arriendo, pues para este trabajo su hoja de vida era una excelente carta de presentación. Así fue como Ramón entró a engrosar las filas del Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia. La diferencia entre pertenecer al Ejército y a las Autodefensas —dice— es que uno es legal y otro no. “Casi todo es lo mismo, patrullaje lo mismo, el armamento era el mismo de la guerrilla, AK 47; el trato sí era un poquito más brusco. Al tiempo me pasaron a un trabajo mejor, ya no me tocaba tanto en el monte, sino por ahí en los pueblos, cuidándolos”, aclara. De su año y medio en las AUC no le gusta hablar mucho, prefiere dejar atrás “ese pasado que tantas consecuencias trajo”, entre ellas, haber pagado ocho meses de prisión. Este artículo fue elaborado a partir de uno de los testimonios del trabajo de grado Desmovilización, la otra guerra. Tres testimonios de desmovilizados de grupos al margen de la ley y su reintegración a la vida civil de Sara Giraldo Maestre. Asesoró: Patricia Nieto.

Los rumbos del audiovisual

en la Universidad Alejandra Morales García Estudiante de Comunicación Audiovisual y Multimedial Miembro de Cineísmo: Semillero de Investigación Audiovisual amg2_28@hotmail.com

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hora que se habla con mayor certeza y optimismo, si no de una industria, al menos de un dinamismo sin precedentes en el cine y el audiovisual nacional, es interesante reflexionar acerca de uno de los componentes esenciales de este dinamismo y del cual es protagonista la Universidad de Antioquia: la formación.

En abril el programa de Comunicación audiovisual y multimedial de la Facultad de Comunicaciones fue reconocido por el Festival de Cannes como Escuela de cine. Tal reconocimiento es importante en términos prácticos, pues le da acceso al programa, a los estudiantes y a las producciones a ciertas instancias y escenarios a los que antes no era posible; legitima la calidad de un trabajo que se viene haciendo desde hace poco más de una década y, además, contribuye a homologar lo cinematográfico con lo audiovisual, una diferencia nominal que separa y jerarquiza ya inútilmente. Es por eso que la muestra de cortometrajes Ficción no ficción, realizada el pasado mes de junio y en la que se estrenan los trabajos de los estudiantes en los distintos procesos académicos, resulta un verdadero acontecimiento del audiovisual, no solo de la universidad, sino de la ciudad misma, si se tiene en cuenta que muchas de las mejores propuestas a nivel local y nacional están saliendo de este programa. Varias obras han ganado prestigiosos premios, como el India Catalina, y muchas han sido seleccionadas en numerosos festivales nacionales e internacionales, incluyendo Cannes. Frente a la anterior versión, también organizada por el mismo pregrado y el Colectivo Cultura AV, por primera vez se incluyeron categorías como experimentales, pilotos de televisión y proyectos de grado. Es necesario darle salida del ámbito académico a trabajos que no son solo cortos documentales y de ficción, así como insistir en que lo audiovisual va más allá de esos productos asociados al cine y a la participación en festivales. Si bien la muestra de este año contó con mayor cantidad de trabajos, todavía hay aspectos que vale la pena revisar para futuras versiones: el discutible orden de proyección elegido (esto requiere una buena combinación de ritmos, temas y géneros); el criterio para la elección de los trabajos, que reclama un debate sobre si debería presentarse todo lo producido o mejor hacer una curaduría. Tendencias y recurrencias La muestra deja ver la evolución del pregrado en la formación de realizadores y en la producción de trabajos de valioso nivel. En los documentales, por ejemplo, es evidente una tendencia hacia el estilo narrativo observacional, aunque no siempre consecuente con la historia. En este sentido, se vio poca variedad en las propuestas documentales que, además del estilo reiterativo, comparten una predilección por la elección del escenario (el campo) y los personajes (adultos mayores). Es difícil precisar las razones que dan origen a estas tendencias, pero algo tiene que ver la inevitable influen-

cia de los contenidos y modelos presentados en el módulo (el cual articula varios cursos y profesores), así como el tipo de obras que actualmente están privilegiando muchas muestras y festivales que llegan a la ciudad; la recurrencia a ciertos temas, por su parte, está ligada a los personajes y universos más ajenos a los estudiantes, por lo que quieren conocerlos y entenderlos a través del documental. Los cortos de ficción fueron sustancialmente menos en cantidad, lo que lleva a pensar que el proceso de realización de ficción aún no está tan afinado en el pregrado, teniendo en cuenta que en el trabajo académico sí se realizan estos cortometrajes, pero son pocos los que se muestran, pues algunos nunca se terminan o el proceso lleva mucho más tiempo. Las razones de esto son diversas: desde una menor tradición en la ciudad para la ficción, pasando por las complicaciones de trabajar con un equipo humano más amplio, hasta los procesos de ajuste a los que ha tenido que someterse el módulo en los últimos años. Finalmente, es posible ver en la creación de colectivos un sistema que se está perfilando como determinante base del dinamismo audiovisual en Medellín y ha sido la forma más efectiva de continuar el trabajo iniciado en la universidad. *** A propósito de Ficción no ficción, Cineísmo quiso resaltar el trabajo que hicieron muchos de los realizadores y proponer una premiación que, esperamos, estimule el debate y la apreciación sobre el cine que se hace en la Universidad. FICCIÓN MEJOR PROYECTO DE GRADO: Mauricio Maldonado - En busca de aire MEJOR CORTOMETRAJE: John Bedoya - Cadalso MEJOR DIRECTOR: Andrés Palacio – Margarita MEJOR GUIÓN: Mauricio Maldonado - En busca de aire MEJOR DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: David Correa - Acéfalos MEJOR DIRECCIÓN DE ARTE: Catalina Olarte - En busca de aire MEJOR DISEÑO SONORO: John M. Angulo, Saulón Guerrero. En vuelo MEJOR MONTAJE: John Bedoya - Marduk Giraldo - Cadalso DOCUMENTAL MEJOR CORTOMETRAJE: Heider Vargas - Paralela MEJOR DIRECTOR: Diego Hurtado - Cada día MEJOR DISEÑO SONORO: Sergio Martínez - Elogio a la muerte MEJOR DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: John Bedoya - Elogio a la muerte MEJOR MONTAJE: Pablo Mesa - Para:Visual

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Eldespués cinede la guerra Fotografía: Corporación Antioquia Audiovisual

Entre el primero y el 4 de julio, una alta concurrencia de público acompañó la primera edición de un nuevo festival de cine. En torno al tema del posconflicto, en el municipio de Jardín confluyeron realizadores y académicos. Tres periodistas de la Universidad de Antioquia fueron testigos. Laura Cardona Estudiante de Periodismo laulccp@gmail.com Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo juanmanuel.rock@gmail.com

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a noche del primero de julio llega a Jardín. El atrio de la iglesia ahora es escenario y el parque hace de sala de cine. Cada minuto hay más personas. Entre locales y visitantes se encargan de encontrar sillas o improvisan asientos en los monumentos cercanos. Los niños juegan, un par de jóvenes toman cerveza, otros se quedan atentos a la gran pantalla mientras esperan que el primer Festival de Cine de Jardín haga su inauguración. No sucede, no ahí. El clima juega en contra y la lluvia hace que el refugio sea la sede de la Casa de la Cultura. Ya son casi las ocho y los niños corren, buscan un puesto en el auditorio. Todos hacen fila y esperan mientras el clima juega con la decisión de dónde hacer la inauguración. Ha dejado de llover, todos al parque. O mejor quedarse, no sea que la lluvia se burle y decida volver. Al final la Casa de la Cultura es la elegida y después de colmar el auditorio, se da inicio al festival que tiene por

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lema una de las premisas del filósofo argelino-francés Jacques Derrida: “Solo se perdona lo imperdonable”. La película de la inauguración es Kinyarwanda, ambientada en Ruanda en medio del genocidio de tutsis en 1994. La película narra diferentes historias que se mezclan en torno al genocidio y la posibilidad que tuvieron algunos tutsis de sobrevivir, pero la cualidad de esta historia es que muestra el encuentro, años después de la masacre, de los victimarios frente a sus víctimas. Es un encuentro que da valor a las palabras que convoca el festival y que dotan de significado el proceso que hoy Colombia tiene por delante.

Una de las conferencistas fue Vera Grabe, quien formó parte del M-19. Ella, que antes creía en las armas como método, hoy trabaja, estudia y reflexiona por la paz como camino para la convivencia. En su charla analizó el arduo camino que le espera a Colombia: la pedagogía para la paz. Una que no se resume en la explicación de los acuerdos de La Habana, sino que busca desaprender la violencia que está inmersa en la cultura colombiana. Y es que para lograr la paz hay que cambiar mentalidades, dejar de llamar al otro como enemigo, para respetarlo como un contrario, como opositor. Y si el posconflicto para Vera Grabe es la pedagogía de paz, para William Ospina es el relato, aquel momento en

Expresiones del posconflicto en el festival Y no solo este film logró tal cometido en los tres días que duró el evento. La selección de dieciséis largometrajes que hizo el festival buscaba, en palabras del director Víctor Gaviria, películas que “aunque incluyen en su historia el conflicto, se resuelven principalmente en el posconflicto. O sea, en el momento en el que hay que perdonar, en donde alguien se enfrenta al victimario”. En este festival se dio la hibridación entre la mirada de los cineastas y la de analistas, activistas y académicos del El director chileno Miguel Littín estuvo presente en la programación del Festival con sus películas conflicto. Entre ellos Allende en su laberinto, Dawson Isla Diez y Náufragos, así como con una charla sobre el posconflicestuvieron los exgueto en su país tras la dictadura de Augusto Pinochet. Fotografía: Juan Manuel Flórez Arias rrilleros León Valencia (ELN) y Vera Grabe (M19), los directores de cine Lisandro Duque y Miguel Littín, el escritor William que los protagonistas toman la palabra y comparten desde Ospina, el profesor Jorge Giraldo Ramírez y el sacerdote el rumor, el cuento, el canto, todo lo que la guerra ha sigFrancisco de Roux. La asistencia a los eventos fue desconificado. Un relato que no es oficial, uno que reemplaza la munal. El auditorio de la Casa de la Cultura, con capacidad rigurosidad, por la catarsis, uno que ayuda a las partes a sode 150 personas, tenía espectadores en pasillos, escaleras, breponerse de la guerra, uno que logre, en palabras de Osincluso en tarima, acompañando a los expositores. Tanto, pina, “tejer el canto, no para eternizarnos en la condición que el lugar fue cambiado y en las conferencias de Ospina y de víctimas, sino para dejar de serlo. El relato no oculta el De Roux llegaron a setecientos los espectadores. horror y el dolor, pero tiene el deber de trascenderlos”.


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Este relato está en manos de los protagonistas del conflicto. Un conflicto sobre el que aún no hay acuerdo en torno a su duración: si cincuenta años, cien o más. Un conflicto que requiere, para ser entendido, de unas creaciones singulares, que están fuera del campo de la política. “Creaciones profundas, humanas, complejas, curativas, que solo el arte, con su libertad, su imaginación, su fantasía, su sentido del ritmo, su intuición y su profundo compromiso con la vida, puede lograr”, concluye William Ospina, como quien hace una invitación, dirigida, entre otros, al cine. El cine después de la guerra Lisandro Duque es columnista, docente y director de cine autodidacta. Ha dirigido películas como Los niños invisibles (2001), Los actores del conflicto (2004) y El soborno del cielo (2016), presente en el festival y de entusiasta recibo por parte del público. En ellas hay cierto desdén por la solemnidad para contar episodios del conflicto en Colombia. Al hablar sobre el posconflicto, Duque hace honor a su tradición cinematográfica: “La paz es un montón de gente rascándose la barriga”. La pregunta obligada ante esta afirmación es si la paz no puede contarse a través del cine. Entonces Lisandro Duque deja a un lado su desenfado: “Hay momentos en la historia de la humanidad que lo llevan a uno a decir: hay que hacer algo que refleje la pesadilla que acabamos de vivir”. La paz, pues, deja de ser un acontecer tedioso cuando en el conflicto se traslada de las armas a las cámaras, a las palabras. Esto implica una explosión de creatividad, un cruce de versiones. “La paz llega en un momento en que la tecnología audiovisual es muy accesible a todo el mundo, incluidas Las Farc. Ellos van a contar su propia cotidianidad. Ahora va a ser muy difícil hacer películas como Alias María, que cuenta la historia de una guerrillera embarazada que se vuela para salvar a su hijo. Eso es paja, eso no pasa”, dice Duque. Y a pesar de su desacuerdo, que la lucha sea en las pantallas y no en las trincheras lo reconforta. Cierre entre la lluvia y la esperanza El director chileno Miguel Littín no para de dirigir. Al momento de entrevistarlo, da instrucciones, pide que le tomen fotografías desde ciertos ángulos, se exaspera un poco. Cercano al gobierno de Salvador Allende, parte de su obra se ha detenido en las consecuencias y el momento mismo del golpe de Estado de Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973 . Ese día, Littín se salvó de morir por suerte y estuvo exiliado casi dos décadas, salvo una incursión clandestina para hacer una película sobre la dictadura, que fue narrada por Gabriel García Márquez en el reportaje La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile. Su experiencia frente a la violencia hace que entienda la fuerza emocional que implica llevarla al cine. “En mis películas, cuando le digo al actor que asuma que se va a morir o que va a matar a alguien, y lo hace con tanta fuerza que parece real, después tengo que desconectarlo”, y pone el ejemplo de una escoba, que para un niño es y no es un caballo de madera, dependiendo de cómo se lo pregunten. “Es un juego, y los que hacemos cine no aprendimos a dejar de jugar”. El Primer Festival de Cine de Jardín cierra con una película suya, Allende en su laberinto (2014), que narra las últimas horas del presidente chileno en el Palacio de la Moneda, durante el golpe de estado. Es 4 de julio y la pantalla frente a la iglesia de Jardín ilumina menos personas que hace unos días, en la inauguración. La mayoría de visitantes se han ido, y las personas del pueblo ocupan las sillas, señoras que salen de misa e invitan a sus amigas a sentarse, les cuentan que desde hace varios días están proyectando cine gratis. Ante un aforo modesto pero expectante, la lluvia, como calcada de hace tres noches, arremete. De nuevo los pies se estrellan contra los charcos, la pantalla se traslada y se reinstala esta vez en la cancha de un colegio cercano. La película comienza, la caída del primer presidente socialista que llegó al poder por voto popular en Latinoamérica transcurre en la pantalla, y alguien podría pensar que el Festival cierra con desesperanza. Las palabras de Littín lo contradicen: “La muerte de Allende no fue la muerte de las utopías. Allende pasa la bandera, pero los jóvenes tienen que creer en la utopía, la utopía existe en la medida que cuando se está a punto de alcanzarla se está un poco más lejos”. En la pantalla el actor que interpreta a Augusto Olivares, amigo personal de Allende, dice: “Si Allende vive, el presidente muere. Si Allende muere, es posible que el presidente viva”. Las imágenes se reflejan en los ojos de los espectadores, las palabras retumban en el colegio. Cuando la pantalla y los parlantes se apaguen, es posible que sigan iluminando y retumbando en quienes allí estuvieron, presenciando el Primer Festival de Cine de Jardín.

Para la exguerrillera del M19 Vera Grabe, la pedagogía del posconflicto no se resume en la explicación de los acuerdos de La Habana, sino que busca desaprender la violencia que está inmersa en la cultura colombiana. Fotografía: Laura Cardona

Manuela Ángel Cañaveral Estudiante de Comunicación Social Periodismo manu.340@hotmail.com Fotografía: Luisa María Yarce Cañaveral “Silencio todos. Cámara graba: grabando. Sonido graba: grabando. Preparados. Escena uno, plano uno, toma dos. Click. Acción”. Al mejor estilo de Hollywood, estábamos un grupo de jóvenes grabando por las coloridas y tranquilas calles de Jardín, el cortometraje El regalo. Como parte de la preparación del 1er Festival de Cine de Jardín se llevaron a cabo diversas actividades que buscaban generar en la comunidad arraigo, fascinación y conocimiento sobre el séptimo arte. Entre estas actividades estuvo el taller de cine de ficción, a cargo de Jaime Andrés Guerrero Naudin, comunicador audiovisual de la Universidad de Antioquia y máster en ficción en cine y televisión de Blanquerna Universidad Ramón Llull de Barcelona. El taller tuvo una duración aproximada de sesenta horas, divididas en cuatro fines de semana. Fuimos once jóvenes del municipio, entre estudiantes de Comunicación Social y Periodismo, estudiantes de colegio, artistas y apasionados por el tema, quienes cada fin de semana nos encontrábamos en el parque educativo Margarita Peláez Abad para aprender lo más básico de este deslumbrante arte, el cine. Guion, planos, producción, cine, visualización de cortometrajes, lenguaje audiovisual y casting fueron los temas tratados en el taller, cuyo paso final fue la realización del cortometraje que presentamos al público del Festival. Entre las actividades que realizamos en el taller, se encontraba la escritura de una historia, teniendo en

El regalo cuenta las características propias de una narración audiovisual. La que más se acercara al lenguaje del cine se convertiría en un cortometraje. La historia La historia seleccionada fue la de Juan Pablo Betancur, un joven desordenado y peludo, estudiante de noveno en una institución rural, quien contó la historia de su padre, abaleado por error en una calle congestionada del municipio cuando solo tenía dieciséis años. La adaptación de la historia dio como resultado El regalo. La narración de la vida cotidiana de una familia de jóvenes padres y un niño, quien está cumpliendo sus ocho años. Deben dos meses de arriendo y los servicios, lo que hace difícil darle el regalo soñado al niño, una torta y un balón. Sin embargo, Carlos, el padre, sale a trabajar con la ilusión de que al finalizar el día le podrá dar gusto a su hijo, mas no cuenta con que el destino le tiene preparada una mala pasada, debido a una elección habitual que resultó fatal. Una historia hecha ficción con la realidad que se vive a diario en Colombia, un país bañado en sangre por la violencia y que ha dejado como resultado millones de viudas, huérfanos, desaparecidos, desplazados y muertos. Pero, como dice el lema del 1er Festival de Cine de Jardín, “Solo se perdona lo imperdonable”.

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Entre ramas y ventanas Al menos desde los años noventa, un grupo de titíes habita la Universidad de Antioquia. Suelen atraer las miradas y ser un alivio cómico durante las Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo jornadas académicas. Pero cuando los estudiantes vuelven a los salones, la @juanduermevela naturaleza, con toda su crudeza, transcurre entre los árboles. ¿De dónde Fotografías: Andrés Ángel vinieron? ¿Sobrevivirán a la siguiente generación?

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uando Diego Zambrano, por entonces estudiante de Derecho, miró por la ventana durante una clase sobre la Guerra Fría, vio a las ardillas correr. No fue el único, veinte pares de ojos lo imitaron. La lección –alguna reflexión sobre la crisis de los misiles entre Rusia y Estados Unidos– se detuvo, el profesor le habló a nadie por un momento antes de que el rumor de las voces de sus alumnos lo silenciara. Afuera, un fruto cayó desde los árboles y casi impacta en una ardilla. Le siguió un palo. Diego tardó en distinguir a los cinco titíes: las pequeñas manos negras con pelos grises que solían extenderse cuando él les ofrecía una galleta, empuñando lo que encontraran para luego arrojarlo; las patas traseras, ágiles, impulsándolos por las ramas; las lenguas afuera, que les daban una expresión que le resultó divertida. “Ya les aprendieron a los capuchos”, dijo el profesor, recuperando la atención del grupo. La guerra de afuera siguió su curso, a la de adentro le quedaban veinte minutos de clase. *** Hay palabras que se hacen imprescindibles, que vuelven constantemente a nuestro discurso, lo recorren, le dan sentido. Cuando el profesor Iván Soto, coordinador del laboratorio de genética animal de la Universidad de Antioquia, habla, suele repetir la palabra “natural; o a veces, “naturaleza”; o también, “naturalmente”. Puede abundar en detalles: “El tití gris fue descubierto por la ciencia en la ciudad de Medellín, en 1876, hace un siglo y cuarenta años”. Puede decir que es un primate endémico del norte de Colombia, de entre veintitrés y veinticinco centímetros de longitud, sin contar su cola, la cual tiene en promedio treinta y ocho centímetros. Pero hay espacios en los que escasean los detalles, espacios reservados para la anécdota. Uno de ellos es la procedencia del grupo de titíes que vive en la Universidad, que habita esa isla de vegetación en medio de la ciudad sin que se conozcan los motivos del naufragio. “Están aquí por lo menos desde los noventa, no sabemos aún qué generación sea esta. Es posible que los primeros hayan llegado naturalmente, pero lo más probable es que fueran animales de tráfico ilegal liberados aquí”, dice Iván Soto y luego agrega, como con orgullo: “No son como los animales del zoológico, estos tienen comportamientos naturales. Como todos los primates, los titíes grises son animales sociales, cooperan todo el tiempo. Se acicalan, se alertan del peligro, se rotan el trabajo de cargar a las crías. Los humanos somos iguales, si tienes a un ser humano aislado en la cárcel por veinte años se enloquece… si es que sobrevive”. *** Se llaman Tatiana Acosta y Ana María Jurado. Son estudiantes de Medicina Veterinaria y durante un año obser-

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varon a los titíes del campus. El objetivo era analizar cómo se afectan sus dinámicas al vivir en un entorno urbano. Para ello debían capturarlos. Instalaron las trampas y colocaron fruta, primero encima y luego dentro de las celdas, de modo que los titíes entraran y salieran sin riesgo aparente. Un día, la puerta de la celda se cerró, el tití desprevenido quedó atrapado y los otros huyeron. Luego volvieron. Cuando un tití gris cae en una trampa, es probable que el resto del grupo lo haga. Son atrapados mientras intentan liberar a su compañero. Tatiana, Ana y el profesor Iván Soto bajaron la trampa del árbol, los sacaron uno a uno para anestesiarlos, tomaron muestras de sangre y ADN, los marcaron con chaquiras de colores para identificarlos e instalaron en la espalda de uno un artefacto de telemetría, una especie de morral que les permitiría encontrarlos después con la ayuda de una antena portátil. Las muestras de ADN les permitieron saber que eran familia, aunque no es posible identificar con certeza al padre, a la madre o a los hermanos. Podían, eso sí, distinguir los de edad más avanzada, como habían hecho con el tití que murió días antes de la captura. “Era un viejito ya”, dice Tatiana. “Ellos son muy prácticos, hacen todo juntos, pero cuando alguno empieza a envejecer lo rechazan, lo golpean. Lo malhirieron tanto que se cayó del árbol. Lo recogieron vivo, pero decidieron sacrificarlo”. Tatiana vio al tití muerto en el laboratorio y detalló en sus dientes, gastados por la edad, apenas unas astillas romas y blancas que salían de las encías. Vio su pelo, las canas dispersas mezcladas con el pelaje gris. También miró sus manos. La edad las había vuelto blancas y con pequeños lunares. Entonces se le parecieron a las manos de un anciano, de un humano. *** Se llaman Alexis, Moradita, Telemetría y Viejita. Alexis es el macho más joven, suele tomar la iniciativa para acercarse a las personas. Lo nombraron los vendedores de un puesto de tinto y dulces en el pasillo del bloque catorce. Moradita fue nombrada por el color de la chaquira que le pusieron para identificarla, fue la única que conservó el collar. Telemetría, un macho, cargaba en su espalda la pequeña caja negra que les permitía a las investigadoras encontrarlos a él y a su familia. Viejita, con sus manos blancas y su andar pausado, era fácil de identificar. Son capaces de conseguir su propio alimento, principalmente frutas y algunos insectos. Aunque hay manjares ocasionales, como los huevos de aves. “Nos tocó ver cómo una tórtola peleaba con ellos defendiendo su nido. Pero lograron sacarla y al rato había pedazos de pollito en el piso”, dice Ana María. Al preguntarles si pensaron en intervenir, Tatiana dice que el nido estaba muy alto, pero Ana María responde, segura: “No, ¿por qué vamos a interrumpir el ci-

clo?”. Tatiana piensa un momento: “Sí, esa es la naturaleza. Lo que pasa es que a uno le duele porque humaniza todo”. Su investigación consistía en ser testigos, en dejar pasar el ciclo natural que transcurre diariamente en la Universidad y del que llegan visos a las ventanas de los salones de clase. Durante una jornada de observación, vieron a Alexis, Moradita, Telemetría y Viejita perseguir a una ardilla para matarla. Dudaron. Ambas siguieron la persecución por varios minutos, pero no tuvieron oportunidad de averiguar qué hubieran hecho si los titíes la atrapaban. Ellos encontraron comida y se distrajeron. “No sé cómo llegó esa ardilla al campus, ellos las desterraron a todas”, dice Tatiana. “Ellos son malos… son como los humanos”. *** Cuando parece que así termina la conversación, Tatiana dice de pronto: “Los titíes grises sacan la lengua como muestra de agresión”, y enseña su lengua. “Sí, de ahí venimos”. Luego, sin apartar la mirada, la guarda, curva los labios y deja ver sus dientes, formando una media luna rosa y blanca. En los gorilas es un gesto común mientras juegan, una forma de demostrar que no tienen intención de hacer daño. Puede que en ella también. Su sonrisa se mantiene cuando retoma la explicación: “En su ambiente natural, las hembras de tití gris atrofian naturalmente sus ovarios. Solo una, la hembra alfa, es fértil, de ella depende la supervivencia del grupo”. En el grupo de la Universidad no hay hembra alfa. Hace unos seis años que no nace ningún tití en el campus, a pesar de ser una especie con dos ciclos reproductivos por año. Puede que la hembra alfa haya muerto, puede que Viejita lo fuera. “Ella a veces se queda”, dice Tatiana. “Ellos aún la esperan, le comparten comida –a menos que sea un bicho o un cubo de azúcar–, pero yo la veía y pensaba: es cuestión de tiempo”. Es cuestión de tiempo. Sea por la ausencia de hembra alfa, o porque se haya cerrado la línea genética –que años de reproducirse entre padres e hijas, hermanos y hermanas, los hayan emparentado tanto que resulte imposible que surja vida de sus cruces–, el grupo parece condenado a desaparecer. El profesor Iván Soto cree que es posible intervenirlos para ayudarlos a reproducirse. Cuando se imagina ese escenario, la sonrisa de Tatiana desaparece. “No soy partidaria de que los encierren, los lleven a un centro de rehabilitación, entre comillas, donde mueran mínimo dos, para que luego nazcan crías que no van a saber buscar su alimento, que van a perder su comportamiento natural. En parte, la biología es aceptar la muerte”.


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