De la Urbe 88

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2 Voces

Los villancicos venenosos

Juan ‘Veneno’ comenzó a interpretar villancicos casi al mismo tiempo que supo cómo tocar una guitarra. Los sonidos de esta música tradicional lo cautivaron tanto que, ahora que sabe tocar varios instrumentos, le gusta tocar villancicos “envenenados” con ritmos y voces características del rock y el heavy metal. Cuando la navidad llega, Juan prepara sus guitarras eléctricas, sus pedales y un amplificador para tocar los heavyllancicos en compañía de los abuelos del Hogar Buenaventura de Medellín.

Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com Fotografías: Juan David Tamayo Mejía

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Qué cuca de música! Un disco de vinilo de The Beatles se desliza en un tocadiscos estilo antiguo que Juan Fernando Guerra Londoño puso a sonar tan pronto llegamos a su casa. Somos dos los que estamos sentados frente a él, con una cerveza en la mano que nos ofreció al entrar. ¿Heavyllancicos? Sí, eso es lo que venimos a preguntarle. El hombre empieza a contar la historia desde que conoció las guitarras y el rock, muy al principio de su vida. —Como en 1998 me dieron mi primera guitarra, con la que aprendí mis primeras noticas. Cuando se me quebró la reparé como pude con papel contact. La relación de Juan Fernando con el rock es casi tan vieja como la de él con las guitarras. En una de sus fotografías familiares aparece posando con una guitarra de juguete, cuando tenía menos de un metro de estatura, y todavía recuerda una de las primeras veces que escuchó Guns and Roses, vestido de conejito en un día de Halloween, mientras su tío lo llevaba a pedir dulces por las calles de Barbosa, Antioquia. —Me llevó disfrazado de conejito y en un momento de esos yo me le perdí. Terminé por allá con unos peludos, oyendo en una grabadora de esas Silver, que tenían luces alrededor de los parlantes, un casete de Guns and Roses, y yo decía: qué cuca esa música, por qué en mi casa no la ponen. Juan es un muchacho, aunque eso no lo digan sus 33 años. Nació en Medellín, pero dice que es de Barbosa, por-

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que allí pasó toda su niñez y adolescencia. Es ingeniero eléctrico, músico empírico y un melómano. En su apartamento, en el occidente de Medellín, tiene un pequeño estudio de música donde atesora un harem de guitarras: Alicia, Andrea, Vicky, Deborah, Ana, Matilda... once en total, colgadas de las paredes que aúllan cada vez que Juan se encierra a tocar y grabar en ese cuartico cubierto de espuma gris y afiches de AC/DC, Slash y Elvis Presly. Cuando conoció el rock, el metal y el punk también escuchaba las canciones “parranderas” que su mamá ponía en la radio. Desde muy pequeño se interesó en la música, todo aquello que sonara le despertaba una curiosidad empedernida: la flauta dulce, la guitarra, el piano, la batería, la tuba, hasta la grabadora vieja de su casa, que luego heredó para escuchar las canciones de rock que empezaron a gustarle a finales de los años noventa. —Empecé a ver lo que me gustaba, estamos hablando del 98, 99, y mis amigos me grababan casetes de Inmortal, de Satyricon, de Behemoth, de Mayhem, ¡y yo era feliz con eso! La mazamorra En su colegio era el único que sabía tocar guitarra, “pero mal, pues”, aclara con desparpajo. Comenzó a relacionarse con otros jóvenes de Barbosa que también escuchaban rock y metal, y luego a presentar toques amateurs en su colegio. “Toqué el día de mi cumpleaños del año 2000 —el dos de noviembre— y eso fue una bacanería. Sonó espantoso, pero ¡me la supe soyar!”, recuerda. Ese día, Juan, ‘Kike’ y ‘el Fercho’ tocaron Come As You Are, The Man Who Sold The World y Smells Like Teen Spirit de Nirvana en un acto cívico. Por esos días, Juan estaba en una banda de punk que se llamaba LPA —Los del Parque de Arriba—, con la que tocó tiempo después el himno del colegio en versión punk.


3 —Eso fue pura puñalada bailable —cuenta entre risas—. En ese entonces yo era una mezcla rara. Vos me veías y no sabías si yo era un punkero, un metalero o un gruncheto. Eran los días de una adolescencia febril, con la impronta de la música en el cuerpo: brazaletes de clavos, anillos de calaveras, camisetas de Nirvana, Kiss, Metallica, Nightwish… Para Juan esos días fueron de exploración. Invertía toda su energía en conocer nueva música y comprar los discos raros que a finales de los noventa eran tan difíciles de conseguir en las ciudades colombianas. Le gustaba de todo, vivía con el oído hiperventilando. —Imagínese: gótico, black, gruncheto, punketo… tuve camiseta de I.R.A, de Los Podros, de La Pestilencia. ¡Qué mazamorra! Los viejos del Buenaventura Una fachada rosa, inmensa, tiene en un extremo la pequeña dirección que buscamos en el barrio Boston de Medellín. La antigüedad de la casa es conmovedora. Adentro están los viejos, sentados en sillones y sillas. Algunos frente al televisor, abrigados. Unos exaltados, con una conversación entre dientes. Otros callados, con la mirada puesta en algún paraje extraviado. La casona del Hogar Gerontológico Buenaventura alberga a 46 adultos mayores con diferentes estados de demencia. El alzhéimer y el agotamiento de sus cerebros han desconectado a estas personas de la realidad, y su cadencia vital se precipita con el tiempo. Los “viejos”, como los llama Sandra Vélez, la directora del Hogar, llegan allí porque su condición mental los ha dejado desamparados o porque sus familiares no pueden atender los exigentes cuidados que demandan este tipo de enfermedades. Los viejos del Hogar Buenaventura tienen muchos años y ninguno. No tienen memoria a largo plazo, así que el presente es su única edad. Viven, literalmente, cada día como el último, “aquí llega la muerte y nunca se va sola y no se lleva uno. Uno dice ‘llegó, esto se van a ir varios’ y preciso, empiezan a irse así, uno tras otro”, comenta Sandra. El Hogar lleva veinticuatro años atendiendo ancianos en estado terminal provenientes del campo, algunos de ellos sin familia. A sus viejos, Sandra los llama por su nombre, se ríe de sus cuentos, atiende sus alegatos, comprende sus rutinas obstinadas y gestiona recursos para sustentar las necesidades el hogar. —Yo no cambiaría lo que hago por nada y tengo muchas carreras encimas. Yo soy enfermera profesional, gerontóloga y especialista en cuidados paliativos, y no cambio cambiarle un pañal a uno de mis viejos, no cambio pegarle un botón a una de sus camisas. ¡No lo cambio por nada! En esta casona rosada del barrio Boston, Leticia, ‘La Bruja’, Gilberto, Minerva y cuarenta viejos más esperan que Juan ‘Veneno’ venga este diciembre. No saben quién es, solo saben que lo están esperando para que les toque las canciones que los ponen a bailar, las mismas que tararean aunque no las recuerden, aunque no sepan que las olvidaron, aunque no tengan idea de qué época del año es… Aunque cuando dejen de sonar, las olviden para siempre hasta el otro diciembre. El veneno Hace un rato que el disco agotó todas las canciones de The Beatles de una de sus caras. Juan sigue emocionado mientras las canciones de la otra cara suenan en el tocadiscos, cantando de vez en cuando un estribillo de alguna. En la pared del frente, en un cuadro de la famosa carátula del álbum Abbey Road de 1969, los cuatro de Liverpool caminan por la cebra de la icónica calle de Londres. —La música es mi lado malo, mi parte débil —confiesa. Juan se ganó el ‘veneno’ que acompaña su nombre por los días en que tocaba en el grupo musical de una parroquia, “porque yo cogía esos cantos de la iglesia tan jartos y decía: no, no, no, esto está muy aburridor, hay que envenenarlo. Yo era la oveja negra de ese purísimo rebaño”, dice con gracia. Tocaba música religiosa, aunque no le importaba que los cantos fueran dirigidos a un dios o no; su única religión es la música, al menos es la única que profesa. Muy temprano el veneno se le alojó en las venas, desde esa vez de Guns and Roses en Halloween, de niño, hasta cuando, ya adolescente, dedicaba horas a escuchar música en el walkman hechizo que armó con los restos electrónicos que compraba en la Plaza Minorista cuando venía a Medellín a cursar el pre-icfes. —A punta de chatarra armé mi primer walkman. ¡Yo era

muy chatarrero! Entonces me iba para la Minorista a comprar restos de otros walkman y luego armé uno autorreversible que podía grabar. Hasta los audífonos los armaba: no, este es parlantico de Aiwa y tiene mejor bajito, este Sony es más brillantico….

La primera vez que Juan y Viviana llegaron con los heavyllancicos al hogar era la navidad de 2011. Nadie imaginó que el experimento fuera a emocionar tanto a los abuelos, disidentes del tiempo y la realidad. De ‘chatarriar’ con pedazos de aparatos electrónicos pasó a estudiar ingeniería electrónica en el Pascual Bravo, y de allí a armar su propia empresa de domótica para personalizar espacios sonoros por encargo. En su casa, las paredes tienen oídos o buscan tenerlos. Más de una docena de bafles están distribuidos por ella para amplificar música con una acústica invasiva. —Por aquí bien puedan, háganme el favor —dice mientras nos invita a pasar a su estudio. La puerta se abre y aparece la cueva de un hombre que parece redescubrir el fuego con solo poner un pie adentro. Juan nos presenta a sus “niñas” —como les dice a sus guitarras—, y en pocos minutos se convierte en el hombre orquesta: guitarra uno, guitarra dos, todas pasan por sus manos, primera voz, segunda voz, batería, bajo… —El camino que lleva a Belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió. Los pastorcillos quieren ver a su rey, le traen regalos en su viejo tambor, ropopompom, ropopompom, Ouohhh… Ha nacido en un portal de Belén, el niño dios ¡UOOOOOOOoooohh!

Los heavyllancicos Se le ocurrieron en diciembre de 2010, cuando su novia Viviana lo invitó a tocar en una novena del banco donde trabajaba. Él quería llevar algo diferente, un sonido inesperado, entonces les agregó un par de voces y sonidos rockeros a los villancicos tradicionales y los convirtió en algo más heavy. “Voy a tocar los villancicos como a mí me da la gana”, recuerda que se dijo en ese momento. Esos primeros experimentos los grababa en casa de sus padres y luego los tocaba en vivo en las novenas, con una guitarra y las audios pregrabados de los demás arreglos musicales. Aunque admite que le encanta la música parrandera y decembrina, los heavyllancicos son su “loco experimento” navideño, al que se entrega desde finales de noviembre para

ir grabando los instrumentos y voces por separado en el estudio que ahora tiene en su casa. Frente al micrófono —en su estudio— empieza a probar las voces: “Altas… bajas… esta quedó desafinada”, comenta mientras la escucha por los audífonos… —Yo quisiera poner a tus pies, algún presente que te agrade, señor, mas tú bien sabes que soy pobre también y no poseo más que un viejo tambor, ropopompom, ropompommmmm, ouhhh. El audio que sonaba segundos antes con la inconfundible percusión de We Will Rock You de fondo, se detiene abruptamente. —A esto hay que grabarle una segunda voz —dice y se dirige al micrófono. Viviana lo reemplaza frente al computador para ayudarle a grabar otra vez la voz de ese fragmento del villancico en un tono más alto. Él se entrega a la música, le sigue el ritmo con las manos y empieza a cantar de nuevo. El último diciembre —Nosotros nos imaginábamos los villancicos tradicionales, los de pandereta y maraca, realmente no le preguntamos a Juan qué tipo de villancico iba a tocar — relata Sandra, la directora del Hogar Buenaventura. La primera vez que Juan y Viviana llegaron con los heavyllancicos al hogar era la navidad de 2011. Nadie imaginó que el experimento fuera a emocionar tanto a los abuelos, disidentes del tiempo y la realidad. Desde entonces, llegan cada año, un día de diciembre en la mañana, con los instrumentos, los bafles y algunos alimentos para compartir. Es una jornada larga, de todo un día, una fiesta en la que incluso hacen falta parejos para bailar. “A los viejitos les gusta el heavy, no crea. Ellos se los soyan, bailan y aplauden”, dice Juan. —Nosotros pensamos: no, los viejos no van a tolerar este ruido —recuerda Sandra. Los abuelos del Hogar Buenaventura comienzan a advertir la navidad cuando el ambiente de la ciudad cambia y se hace más bulloso, más agitado. Algunos entran en profundas depresiones porque la cadencia de sus recuerdos se activa de alguna manera extraña en esta época. Entonces, esperan a Juan desde algún retoño de memoria musical y se conectan un rato a una realidad conjunta.

—Vimos que los viejos, en sus diferentes etapas de demencia, se conectaban con la realidad en ese momento, la realidad de la música. Algunos que ya no tienen desplazamiento ni autonomía, empiezan a mover los pies al ritmo que Juan toca la música —asegura Sandra con emoción. Juan vive su vida de ingeniero independiente y músico durante la mayor parte del año, pero cuando llega navidad saca sus guitarras y un gorrito de Papá Noel y se convierte en el muchacho de los heavyllancicos al que un grupo de ancianos aplaude y acompaña en la nota y tarareando estrofas de viejos diciembres. Ese momento es de los viejos, de la música y del tiempo que los atrapa en el último diciembre.

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4 Trabajos de grado

La Corte que eligió la libertad Tres semanas antes de su muerte, Carlos Gaviria se dedicó a hablar del escándalo de corrupción en la Corte Constitucional. A los medios y a sus amigos les expresó su decepción por el descrédito de esa institución desde donde defendió los derechos consagrados en la Constitución de 1991. Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo juan.florezarias@gmail.com Ilustración: Daniela Jiménez González

Otras sentencias destacadas de Carlos Gaviria T-523 de 1997 — Autonomía de las comunidades indígenas Reivindica el pluralismo consagrado en la Constitución al respetar el derecho de las comunidades indígenas a aplicar sus propios juicios y penas, en este caso el fuete y el destierro, en tanto respeten el derecho a la vida, la prohibición de la esclavitud y la tortura (el fuete se aplica con el pantalón puesto y tiene un carácter simbólico) y el respeto de unas normas previas propias de la comunidad; es decir, el debido proceso. T-568 de 1999 — Derecho a la protesta Ordenó el reintegro de 209 trabajadores de Empresas Varias de Medellín, despedidos en 1993 cuando una huelga en la que participaban fue declarada ilegal. Tras la sentencia, la empresa hizo una demanda millonaria ante el Consejo de Estado, pero en octubre de 2017 esta fue negada y se reafirmó la decisión de la Corte Constitucional. C-87 de 1998 — Libre expresión y derecho a la información Elimina la tarjeta profesional de los periodistas por considerar la labor de estos como un ejercicio del derecho a la libre expresión y a la información. Afirma que este es facultad de todo ciudadano, no solo de aquellos que acceden a la formación profesional.

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a voz en el teléfono era solemne, como siempre, aunque se oía algo debilitada: “Te tengo que comentar algo sumamente grave, ¿por qué no pasas por mi casa esta tarde?”, dijo. Cuando Rodolfo Arango llegó, no solo encontró que su amigo Carlos Gaviria respiraba con dificultad, afectado por la enfermedad pulmonar que le habían diagnosticado meses antes; lo encontró deprimido como pocas veces, asqueado. Era marzo de 2015. Por esos días el tema principal en los medios colombianos era el escándalo de corrupción en la Corte Constitucional: un magistrado, Jorge Pretelt, era señalado de haber pedido quinientos millones de pesos para favorecer una tutela de la empresa Fidupetrol. Carlos Gaviria llevaba varios días siendo consultado por los periodistas al respecto. Puede que buscaran en él una respuesta. A veces no se consulta al pasado para hallar una solución ante el presente, sino como un paliativo, como una forma de nostalgia. Carlos Gaviria representaba la dignidad perdida de la Corte Constitucional. Había sido magistrado entre 1993 y 2001, cuando la Corte estaba recién creada. Sus sentencias habían ayudado a convertirla en la guardiana de los derechos consagrados en la Constitución de 1991. Defendió el libre desarrollo de la personalidad, la autonomía de las comunidades indígenas y los derechos económicos, sociales y culturales, incluso contra la opinión del presidente de la época, los senadores y los ciudadanos más conservadores. —Hay actitudes que son elementales, estéticas —había dicho en una emisora, refiriéndose al escándalo de corrupción—. Encuentro antiestético que una persona como Jorge Pretelt, cuyas actuaciones han sido censuradas por la gente, por la ética pública, se mantenga en su cargo o ejerza siquiera el Derecho. A Carlos Gaviria le agradaba la cercanía fonética entre la ética y la estética, en su discurso era también una cercanía conceptual. Quizá por esa convicción —que lo bello era también bueno—, por esos días sintió como si hubiera perdido la inocencia. Tenía 77 años. Durante treinta de ellos había sido profesor en la Universidad de Antioquia. Tras su jubilación llegó a la Corte Constitucional, apoyado por dos personas que conoció en la Facultad de Derecho, un antiguo profesor y un antiguo alumno. El profesor era Carlos Betancur Jaramillo, magistrado del Consejo de Estado, quien influyó para que fuera ternado ante el Senado. El alumno era un senador joven del Partido Liberal, de la línea de Ernesto Samper. Se llamaba Álvaro Uribe Vélez. —Lina Moreno, la esposa de Álvaro, me llamó y me dijo que el maestro podía contar con los 38 votos de los liberales samperistas —recuerda Tulio Elí Chinchilla, alumno de Gaviria y amigo en común de ambos. Cuando llegó a la Corte Constitucional, Carlos Gaviria conoció, entre otros, a Rodolfo Arango, quien era magistrado auxiliar de Eduardo Cifuentes. Arango tenía poco más de veinte años. Como otros de su generación estaba comprometido con la Constitución de 1991 e incluso había colaborado en su redacción en temas como los derechos fundamentales y la tutela. —Recuerdo que lo primero que le dije fue una insolencia —dice Arango—. Le pregunté, por tomarlo del pelo, qué venía a hacer a la Corte Constitucional un crítico de la Constitución de 1991. Así saludé a alguien treinta años mayor que yo, a un juez constitucional. Su respuesta fue una carcajada. En efecto, cuando a principios de 1990 las facciones políticas de Colombia comenzaron a coincidir en la idea de una Asamblea Constituyente —en medio de la violencia políti-

ca generada por el narcotráfico, las guerrillas y los excesos del Estado al combatirlas—, Carlos Gaviria fue uno de los que se opusieron. Su posición era contraria al entusiasmo general del país. En las calles, los estudiantes marchaban pidiendo el cambio de una constitución que había sido expedida hacía más de un siglo y que en su artículo 34, por ejemplo, declaraba la religión católica como la religión del pueblo colombiano. La falta de fe, por lo tanto, era inconstitucional. Su estrategia fue llevar la petición a las elecciones. Como no existían los tarjetones, las votaciones se hacían depositando una papeleta con el nombre del candidato o corporación en la urna. En marzo de 1990, en las elecciones de Congreso, los estudiantes incluyeron una séptima papeleta, no oficial, que decía: “Sí a una Asamblea Nacional Constituyente”. Dos millones de personas votaron esta opción. En mayo, César Gaviria —un candidato joven que prometía la apertura económica— llegó a la presidencia tras acoger la bandera de la Constituyente. Su discurso de posesión cerró con una consigna: “Bienvenidos al futuro”. Carlos Gaviria desconfiaba del encantamiento de las palabras escritas en una constitución, de su distancia con la realidad. Bautizó como fetichismo constitucional a esa convicción de que promulgando derechos en un papel estos se materializaban. —Es muy curioso, una figura que recorta las libertades, el estado de sitio que tanto combatimos con Carlos Gaviria a la cabeza, sirvió para lograr la nueva Constitución —dice David Suárez, profesor de Eafit y antiguo alumno suyo—. Los presidentes Virgilio Barco y César Gaviria decretaron el estado de conmoción para promulgar la Asamblea Constituyente. Lo de los estudiantes, la séptima papeleta, todo eso fue un adorno. En 1991 hubo un acuerdo entre el Cartel de Medellín, el Cartel de Cali, los partidos Liberal y Conservador y el M19, una guerrilla desmovilizada que quería entrar a la política. Años después, Carlos Gaviria destacó que en ese momento de conmoción política y social, en lugar de optar por la mano dura y el recorte de la democracia, la Constitución de 1991 eligiera la libertad. Ese fue el énfasis de sus sentencias más notorias. La más conocida señala que, aunque al Estado le parezca inadecuado que las personas consuman drogas, no tiene el derecho a castigar a aquellos que lo hagan, pues cada persona posee una esfera en la que solo ella tiene la palabra, la de su autonomía. Su argumentación es similar al referirse a la eutanasia. En esa otra sentencia —la C-239 de 1997— reivindica el derecho de un enfermo terminal para elegir su propia muerte, en lugar de soportar hasta el final el sufrimiento; obligado, por ejemplo, por las convicciones religiosas del médico o de su familia. “Una vez se elige la libertad, no se la puede temer”, se lee en la sentencia C-221 de 1994, que despenalizó la dosis personal. En Colombia, sin embargo, se la temió. Cuando esa sentencia se emitió, fue descalificada por el propio presidente César Gaviria, quien prometió revocarla a través de

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un referendo que no alcanzó a convocar. Uno de sus sucesores —el mismo que ternó a Jorge Pretelt para la Corte Constitucional— también intentó sin éxito volver a penalizar el consumo de drogas. Se llama Álvaro Uribe Vélez. —Uno tiene que optar por una visión del mundo — decía Carlos Gaviria—. Una autoritaria, en la cual soy el depositario del bien e impongo por la fuerza ese bien que conozco; o una sociedad libertaria, donde le doy a la gente la posibilidad de que, dentro de la libertad, sea responsable. La Constitución de 1991 optó por la segunda opción. —El país no estaba preparado para apostarle seriamente a la libertad —dice Julio González, profesor de la Universidad de Antioquia y antiguo alumno de Carlos Gaviria—. Estaba muy bien hablar de libre desarrollo de la personalidad, en tanto se quedara en palabras. La preocupación por el engaño que entrañaba formular derechos y reducirlos a letra muerta motivó, primero, la oposición de Carlos Gaviria a la constituyente; luego, su acción como magistrado. Para él, la Constitución de 1991 era justificadamente utópica. Más que el acuerdo para mantener unos derechos ya conseguidos, era un proyecto, una declaración del país con el que se soñaba. Quizá por esa convicción —que la utopía era aquello que aún no tenía lugar, pero podía tenerlo—, Carlos Gaviria sintió que perdía la inocencia por esos días de marzo de 2015, cuando la Corte Constitucional se reveló como un botín más de intereses económicos. Dos días después de su última conversación con Rodolfo Arango, su enfermedad respiratoria se complicó e ingresó al hospital Fundación Santa Fe en Bogotá. Allí murió, el 31 de marzo. —A la enfermedad, que estaba en ciernes, se le sumó la desilusión —dice Rodolfo Arango—. Veía que todo su trabajo por construir una dignidad en la justicia era pisoteado por esos hampones. Pero cuando el pasado deja de existir recupera momentáneamente su lugar en el presente. La muerte de Carlos Gaviria devolvió a los periódicos el recuerdo de la primera generación de la Corte Constitucional y su compromiso con los derechos como algo más que abstracciones o buenas intenciones formuladas en el papel. Las sentencias de esa época, muchas veces contra mayoritarias, intentaron traer los derechos a la realidad. Esa intención, en palabras de Carlos Gaviria, hizo que fueran herejías constitucionales. ____ Este artículo es un despiece del trabajo de grado Carlos Gaviria, el solitario hombre público. Asesoró: César Alzate Vargas


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De proyecto de vivienda innovador a problema sin solución El que parecía ser uno de los proyectos de solución de vivienda más exitosos de Medellín, al intervenir un sector con dificultades por la ilegalidad de la vivienda, insalubridad, pobreza e inseguridad, hoy presenta fallas en la construcción, líos de títulos, problemas jurídicos, y su implementación no ha estado exenta de problemas de orden social, económico y político. Las dos últimas administraciones parecen haber olvidado el sector al no intervenir en él de ninguna forma. ¿Qué pasa en Nuevo Sol de Oriente?

Texto y fotografía: Carolina Ruiz Estudiante de Periodismo cruizr03@gmail.com

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finales de 2008, entre más de quinientas propuestas mundiales, el proyecto habitacional Nuevo Sol de Oriente resultó ganador del Premio Internacional de Dubái a las buenas prácticas para mejorar las condiciones de vida, otorgado por UN-Hábitat. Casi una década después, los habitantes de esta unidad, ubicada alrededor de la quebrada Juan Bobo, entre los barrios Andalucía y Villa Niza, en el nororiente de la ciudad, lidian con problemas como hundimientos e inundaciones que deterioran el interior de sus viviendas. ¿Cómo es esto posible, si el premio de Naciones Unidas valora precisamente que los proyectos ganadores sean social, cultural, económica y ambientalmente sostenibles y duraderos? En el 2004, a partir del Mejoramiento Integral de Barrios (MIB) contemplado en el Plan de Desarrollo 2004 – 2007, durante la administración de Sergio Fajardo, este sector, cuyo número de habitantes parece ser desconocido al no estar registrado por parte de las entidades interventoras, vivió un proceso de reparación de viviendas y reasentamiento en sitio, sin desalojo, ejecutado por la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU). La intervención se dio porque el lugar contaba con las características físicas para desarrollar el MIB y por el riesgo ambiental que presentaba a causa de la insalubridad proveniente de la quebrada Juan Bobo. Es allí donde comienzan las paradojas de esta historia, pues, a noviembre de 2017, para la Alcaldía esta zona sigue representando un alto riesgo para la población. Según el Instituto Social de Vivienda y Hábitat de Medellín (Isvimed), el proyecto fue concebido como promotor del mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos por los distintos procesos de tratamiento urbano como el reordenamiento del territorio desde lo urbano, lo ambiental y lo social, promoviendo “la legalidad en la tenencia de la propiedad” y evitando “el desarraigo y la ruptura de los lazos sociales”. Los resultados que a la fecha se registran muestran todo lo contrario. Para Anne Catherine Chardon, docente de Arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia, “el proceso de reasentamiento es ante todo humano (aspecto que no se puede perder de vista) y, a través de cambios y transformaciones en múltiples ámbitos, debe llevar a unas condiciones de hábitat tanto individuales como colectivas óptimas y sustentadas en el tiempo”. Chardon agrega que el objetivo de este tratamiento, más que restaurar, es llegar a un proceso integral de transformación de la calidad de vida de las personas. Es decir, a los habitantes de Nuevo Sol de Oriente se les generaron transformaciones espaciales, pero lo concerniente a un verdadero mejoramiento en la calidad de vida que les permita apropiarse del lugar bajo unas condiciones aptas de seguridad y convivencia, sigue siendo una tarea pendiente. La transformación de la zona consistió en la adecuación de 114 viviendas y la construcción de trece bloques que contienen 207 apartamentos, tarea que estuvo a cargo de la EDU. Siete meses antes del comienzo de las obras, la

entidad desarrolló una serie de jornadas de sensibilización y adaptación con la comunidad para fomentar su participación durante el proceso. Dichas acciones, como la limpieza de la quebrada, debían verse reflejadas en la apropiación y cuidado de las viviendas, zonas comunes y obras complementarias, pero su ejecución evidencia una serie de vacíos: aún están pendientes por resolver problemáticas constructivas como la filtración de aguas lluvias, el mal funcionamiento de algunas motobombas o la humedad en buitrones de los baños. A algunos pobladores, además, se les ha negado el título de propiedad bajo el pretexto de incumplir con los límites del retiro de la quebrada, aunque el plan de desarrollo del proyecto haya estado en manos del entonces Fondo de Vivienda de Interés Social del Municipio de Medellín (Fovimed). Jonás Mena, uno de los beneficiados con el mejoramiento de su vivienda, no ha recibido título de propiedad hasta la fecha. El Isvimed es el encargado de entregar dichas titulaciones, pero en el caso de Mena y las demás familias, hasta el momento se ha abstenido de hacerlo. Las razones resultan, a todas luces, contradictorias con el proceso adelantado: el incumplimiento del retiro de la quebrada. “En su momento, Planeación dio un permiso para hacer mejoramiento a las viviendas que se encontraban en retiro de quebrada. Ellos no cumplen con el retiro mínimo de quince metros. La norma era vigente mientras se hacía el proceso. Perdió vigencia cuando se cerró el mejoramiento integral de barrios para Juan Bobo. Nosotros no podemos entregarles títulos”, concluye Astrid Castañeda, funcionaria del Isvimed. Carlos Montoya, gerente de Vivienda y Hábitat de la EDU entre los años 2004 y 2010, asegura que el proyecto, sobre todo en el tema de la intervención y el mantenimiento de la quebrada, se rigió bajo unos parámetros de acuerdos entre entidades como el Área Metropolitana, que era la en-

cargada de vigilar las normas ambientales. Dichos acuerdos incluían la autorización de traspasar los límites del retiro entre viviendas y quebrada, teniendo en cuenta que esto no representaba ningún riesgo para los pobladores. Al problema de títulos, Mena agrega que se presentaron fallas en la construcción de las viviendas, dada la cantidad de estas que quedaron inconclusas: “La construcción fue quedando en manos de distintos contratistas porque los encargados buscaban su interés personal y no importaba si la obra quedaba bien o a medias; por eso, ahora hay cualquier cantidad de problemas en el sector”, dice. Pasados siete años de entregada la obra, la vivienda de Jonás deja ver una serie de daños en las redes de acueducto que han deteriorado el estado físico de la misma. Otro caso es el de Gladys Bustamante, quien habita en el edificio Manantial (bloque 9) y además es administradora del mismo. Su proceso ha sido complejo desde el comienzo, pues ha tenido que lidiar con fallas estructurales en su propiedad, negación de los servicios públicos y otras ayudas del Estado como el acceso a la salud por régimen subsidiado (Sisben). Actualmente, Bustamante adelanta una serie de procesos entre los que se destaca un derecho de petición, interpuesto en 2012 ante la Alcaldía de Medellín, para solicitar se revisen “las actuaciones u omisiones de la compañía contratista de la unidad residencial” debido a los debilitamientos estructurales, además de pedir un mayor acompañamiento por parte de las autoridades para recibir las atenciones necesarias en cuanto a asuntos de orden público. Sin embargo, dichos procesos se han quedado sin respuesta: “Nada trasciende, todo se queda plasmado en los cientos de papeles que contienen los pleitos y que nadie revisa; el proyecto fue una verdad disfrazada”, asegura. Al haber participado del Comité de Vivienda del Barrio, Bustamante sigue de cerca las problemáticas de otros habitantes. Por ello, recuerda irregularidades durante el proyecto como el hallazgo de una pala en una de las bombas de agua que alimenta las viviendas, lo que ocasionó serios problemas de salud en una menor de edad. En Nuevo Sol de Oriente también se han presentado cambios positivos. Sus habitantes destacan el aumento de seguridad en la zona y la posibilidad de contar con servicios públicos que antes llegaban hasta sus viviendas de manera precaria e ilegal. Sin embargo, la mala planeación en la ejecución del proyecto, las pocas respuestas de la Administración Municipal y el ineficiente sistema judicial mantienen a varios residentes adelantando procesos jurídicos contra el proyecto después de siete años de culminación. _______ Este artículo es un despiece del trabajo de grado Juan Bobo, una mirada de los que nunca se han ido. Proceso de reasentamiento de la comunidad Nuevo Sol de Oriente. Asesoró: Juan Camilo Arboleda

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6 Opinión Editorial Comité editorial Patricia Nieto, Ana Cristina Restrepo Jiménez, Heiner Castañeda Bustamante, Raúl Osorio Vargas, Gonzalo Medina Pérez

Querido Juan José

Dirección: César Alzate Vargas Asistencia editorial: Eliana Castro Gaviria Coordinación editorial: Daniela Jiménez González Equipo de redacción: Juan Manuel Flórez Arias, Karen Parrado Beltrán, Juan Manuel Valencia, Laura Cardona, Elisa Castrillón Palacio, Santiago Rodríguez Álvarez Corrección de textos: Alba Rocío Rojas León Coordinación de fotografía: Juan David Tamayo Mejía Diseño gráfico: Sara Ortega Ramírez Impresión: La Patria, Manizales Circulación: 10.000 ejemplares Sistema Informativo De la Urbe Coordinación general y de Radio: Alejandro González Ochoa Coordinación de Televisión: Alejandro Muñoz Cano Coordinación Digital: Walter Arias Coordinación de Especiales y Regiones: Juan David Ortiz Corresponsal en Urabá: Juan Arturo Gómez Tobón Calle 67 N° 53-108, Ciudad Universitaria, of. 12-122 Tel: (57-4) 219 5919 delaurbe.udea.edu.co delau.prensa@gmail.com facebook.com/sistemadelaurbe twitter.com/delaurbe Medellín, Colombia Acorde con los postulados sobre derecho a la información y libertad de expresión consagrados en la Constitución Política y las leyes de Colombia, las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia ni al Sistema Informativo De la Urbe. Universidad de Antioquia Mauricio Alviar Ramírez, Rector Edwin Carvajal Córdoba, Decano Facultad de Comunicaciones Juan David Rodas Patiño, Jefe Departamento de Comunicación Social

Fotografía: Natalia Botero

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os mayores de entre nosotros tuvieron una dicha: la de cruzarse en la Universidad con Juan José Hoyos. Por aquí anduvo más de treinta años. Durante la primera parte de ellos, los de su formación profesional, era un muchacho que provenía de barrios populares de Medellín e Itagüí, a donde su familia había llegado, como tantas en la segunda mitad del siglo XX, empujada por las condiciones inequitativas de nuestro país. La violencia política la hizo migrar de Puerto Berrío al barrio Aranjuez. En la Universidad de Antioquia, Juan José se formó como periodista y escritor (aunque, si hacemos caso de sus lecciones, no debería de haber diferenciación entre lo uno y lo otro: por naturaleza, un periodista debería de ser además un escritor). Se graduó en 1975, se vinculó al periódico El Tiempo como corresponsal en Medellín y aquí hizo periodismo. Contó las historias más diversas de la región haciendo lo que los periodistas no deberían dejar de hacer ni siquiera —o menos— en estos tiempos cómodos en que las salas de redacción están equipadas con artilugios tecnológicos que, en apariencia, ponen el mundo al alcance de una conexión digital: adentrarse en parajes, hurgar en las comunidades, quemarse con el sol, empantanarse los zapatos, atender a los seres humanos para entenderlos y narrarlos. De esos tiempos quedan numerosos reportajes y crónicas publicados en periódicos y revistas, muchísimos de ellos verdaderas piezas del mejor periodismo y de la mejor literatura, algunos recogidos en libros como Sentir que

¿Y la vagina de las Farc? Natalia Duque Vergara Estudiante de Periodismo natalia.duquev@udea.edu.co

Capítulo Antioquia

ISSN 16572556 Número 88 Diciembre de 2017 — Enero de 2018

Fotografía de portada: Alejandro Valencia Carmona En el mes de septiembre, campesinos del norte de Antioquia se sembraron simbólicamente en el puente Pescadero para exigir que, antes de concluir el embalse de Hidroituango, se busquen los cuerpos de numerosas personas desaparecidas y posiblemente enterradas en la región próxima a inundar.

es un soplo la vida (1994) y El oro y la sangre (1994). También, una novela tremenda que deberían leer, en primer lugar, los amantes de la buena literatura; en segundo lugar, todos los que aman este oficio y además quieren comprender cómo fue dedicarse a él en la época más trágica de Medellín: El cielo que perdimos (1990). Juan José Hoyos se retiró del ejercicio diario para dedicarse a la enseñanza y a la investigación. Durante veinticinco años, muchos de los que pensábamos en el periodismo como una opción de vida aprendimos por sus lecciones y ejemplo a enterarnos de por qué los grandes, de Albert Camus a Gabriel García Márquez, se refieren a este como el oficio más bello del mundo. Los menores de entre nosotros, los que no llegaron a la Universidad antes de que Juan José Hoyos se retirara de las aulas, oyen hablar de él como del maestro respetado y bienamado. Hay quienes van y lo buscan, hablan, se dejan fascinar por la manía intacta de Juan José: contar historias. Estos, pero también los demás, siguen en todo caso beneficiándose de su legado. Juan José Hoyos está presente en lo mejor del pregrado de Periodismo de la Universidad de Antioquia, y su alcance llega más allá. Todo el que en este país quiere en serio aprender cómo se hace y para qué sirve este oficio tiene entre sus títulos de cabecera, cuando menos, dos libros imprescindibles sobre el cómo y el para qué del periodismo: Escribiendo historias (2003) y La pasión de contar (2009), ambos investigados, reflexionados, escritos por él. Retirarse de la Universidad no le significó retirarse del oficio. En su finca de Cisneros apartó para sí una dacha —homenaje a uno de sus escritores más amados, Antón Chéjov—, un templo en el que oficia la ceremonia de las palabras. Allí escribe sus columnas, sus nuevas crónicas y reportajes, sus próximas novelas. Y allí se enteró hace un mes de que le había sido concedido el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista. Se enteró, también, de la alegría que por esta causa nos embarga a quienes lo queremos y lo consideramos nuestro maestro. Juan José Hoyos vive el periodismo como un ejercicio de la libertad. La libertad de ser. La libertad de expresar. La libertad de contar historias. La libertad de amar.

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eñores del Secretariado de las Farc, quería preguntarles: ¿qué tal va la implementación de esos acuerdos? ¿Cómo va el cambio de la coca por lácteos, el asesinato a los líderes sociales, el nuevo partido político? ¿Las mujeres sí se están quedando en la casa? Y digo casa por no decir también monte, Zona Veredal o detrás de cámara. Parece que se les olvida que por allá en el Sur de Bolívar ellas estuvieron junto a sus hombros en combate, caminaron trochas y cargaron el fusil durante horas; aun así, llegado el momento de las reuniones y del tiempo para tomar decisiones, ellas se quedaban allí, guardadas en los campamentos. Es normal que una ideología hegemónica machista se reproduzca; el campo colombiano es un escenario de puros ‘machos’, en donde el rol de la mujer que mantiene la finca funcionando se menosprecia. Así es, el campo, como por ejemplo el del Sur de Bolívar, en donde la presencia de su organización es fuerte y ejerce autoridad. Lo que no es normal, dentro de todo esto, es que quienes se definen revolucionarios continúen reproduciendo las mismas relaciones de poder y por ende se consoliden aún más en estas comunidades. Puede ser que ahora las mujeres son camaradas de lucha, pero las decisiones, eso sí, siguen quedando entre hombres. Estos mismos hechos se trasladaron a los diálogos de paz con el gobierno, en los que de los catorce representantes que tuvieron las Farc, ninguno fue una mujer. Con la intención de contrastar esto, se creó una subcomisión de mujeres, no comisión, sino SUBcomisión, a pesar de que más del 35 por ciento de integrantes de la organización son del género femenino. De esta subcomisión que fue a La Habana la mayoría estaba dedicada a labores únicamente de comunicación... Mientras eso ¿quiénes tomaban las decisiones? Afortunadamente, se logró que en los acuerdos por cada ‘los’ hubiera un ‘las’ y que la palabra mujer se mencio-

No. 88 Medellín, diciembre de 2017 - enero de 2018

nara 222 veces en ellos. Menos mal que ustedes, Santrich, Catatumbo, Timochenko, entre otros, se sentaban a discutir en la mesa representando a la organización, mientras las mujeres farianas, como se dijo alguna vez, “graban todo lo que dicen los camaradas”. Y es que seguro un ‘las’ escrito en el papel puede transformar el hecho de que, tanto en los acuerdos como en el campo, se decida entre hombres y apenas se ‘intente incluir’ a las mujeres. La consecuencia se ve pobre en sus acciones, que reflejan machismo dentro de su misma organización, y la reproducción de este en las comunidades donde más impacto tienen. La revolución, señores, comienza cuando se cuestionan las relaciones humanas que posibilitan la inequidad y favorecen el sistema, pero, aparte de que se cuestionan, se transforman. ¿Cómo es posible, entonces, que se hagan llamar revolucionarios y que el rol de la mujer sea el de decorar unos acuerdos, el de favorecer un discurso, mientras las discusiones que tienen un trasfondo quedan reducidas a su secretariado y a sus veredas de solo hombres? El primero de septiembre, en la presentación de su partido político Farc —Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común—, alguno de ustedes se refería a que este sería de carácter antiimperialista y antipatriarcal. Este último término quiere decir que intentará deconstruir la ideología machista que hace parte de ese sistema del que ustedes dicen estar en contra. Espero que la palabra antipatriarcal no se quede en el mero discurso con el fin de hacerlo llamativo o en el papel de presentación del partido. Es necesario entender que la revolución, querido partido revolucionario, no consiste únicamente en cambiar un sistema político-económico, sino también en la lucha por transformar la manera en la que nos relacionamos. Entonces, quería preguntarles, ¿qué tal va la implementación de esos acuerdos? ¿Cómo va el cambio de la coca por lácteos, el asesinato a los líderes sociales, el nuevo partido político? ¿Las mujeres sí se están quedando en la casa? Y espero que esta última pregunta tenga una respuesta negativa que se vea reflejada en sus nuevas labores políticas. La revolución también está en las opiniones de ellas, sus camaradas.


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Algo no cuadra Santiago Rodríguez Álvarez Estudiante de Periodismo santiago.rodrigueza@udea.edu.co

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a empresa Aseo & Sostenimiento (A&S), que le prestaba el servicio de aseo y mantenimiento a la Universidad de Antioquia, finalizó su contrato el 15 de noviembre pasado, según informó la Universidad en un comunicado público en su portal web. “Dada la terminación del contrato anterior y por tratarse de un proceso de mayor cuantía —agregaba el comunicado— se realizó una invitación a cotizar”. Por tal razón se abrió un proceso de licitación donde participaron cuatro proponentes. De estos, quedó finalmente la empresa bogotana Easy Clean G&E, cuyo contrato empezó a regir desde el 16 de noviembre y se otorgó por doce meses. Lo que parecía un cambio de contratista y un proceso de licitación más, se ha vuelto, en los últimos días, una decisión polémica entre los diferentes estamentos universitarios. En un video que circuló en redes sociales se asegura que trescientos empleados perdieron su trabajo y se calificó esta acción como despido masivo. También hubo publicaciones y comentarios de los estudiantes de la Universidad, quienes rechazaron el cambio de contratista. Incluso se habló de llevar a cabo una demanda laboral en contra de la Universidad y de la empresa Easy Clean En la nota del portal web, también se asegura que Easy Clean dispondrá del mismo número de trabajadores, 444, que anteriormente trabajaban en la universidad con A&S, “de los cuales 328 corresponden a personal vinculado con la empresa anterior. Cuarenta y cuatro personas más fueron reubicadas en otros lugares de trabajo por condiciones de salud y dieciséis decidieron renunciar; otras 56 personas no fueron contratadas nuevamente después del proceso de selección, que incluyó la revisión de las hojas de vida. Todas estas vacantes, 116, fueron ocupadas por el mismo número de personas nuevas”. Varios de los que no fueron contratados afirman que no había razones para su despido. En el comunicado de la Universidad, precisamente se recalcó que el tema contractual y laboral de los empleados fue manejado por Easy Clean, y que la institución no intercedió, ya que no eran trabajadores contratados por ella. Las 56 personas que perdieron su empleo, lo hicieron con A&S y Easy Clean, ya que la una no renovó sus contratos y la otra no los contrató para que siguieran su gestión. La tercerización de empleados, al igual que los contratos de docentes por horas cátedra, es un reflejo de que la de Antioquia, como universidad pública, no posee los recursos para brindar una educación de calidad y al mismo tiempo unas condiciones laborales dignas y estables. Esto, como consecuencia del desfinanciamiento de la educación superior pública debido principalmente a la Ley 30, que le significa aproximadamente cien mil millones de pesos de déficit a la U. de A. en gastos de mantenimiento, según cifras de la Vicerrectoría Administrativa. Esta estrechez fiscal, por así decirlo, obliga a la Universidad a maximizar su eficiencia en el gasto. Por eso, es entendible que a la hora de decidir entre las cuatro empresas que entraron a licitación pública, la Universidad se decante por la mejor oferta.

Pero, la oferta presentada por A&S era de 10.917’527.26 pesos y la de Easy Clean 10.912’723.302; es decir, tan solo cinco millones de diferencia por un servicio que los empleados de la anterior empresa ya prestaban bastante bien. Y a pesar de que no sean trescientas personas las que hoy se van de la Universidad, como se afirmaba en el video que circulaba en las redes sociales, sí son 58 las que quedan en vilo por causa de una decisión que al parecer no es tan eficiente, porque Easy Clean tendrá el mismo número de personas manteniendo limpia nuestra Alma Máter por tan solo cinco millones menos. El precio no es lo único que se tiene en cuenta en una licitación, pero creo que la Universidad pierde hoy más de lo que gana.

Y a pesar de que no sean trescientas personas las que hoy se van de la Universidad, como se afirmaba en el video que circulaba en las redes sociales, sí son 58 las que quedan en vilo por causa de una decisión que al parecer no es tan eficiente Tras de ladrones…

En este país suceden unas cosas que son, más bien, bajones de azúcar: la Corte Suprema de Justicia le ordena a Claudia López retractarse por afirmar, durante una entrevista radial, que Cambio Radical es “un concierto para delinquir con personería jurídica”. Ahora, la senadora debe resarcir el buen nombre de un grupo con más de cuarenta integrantes investigados y condenados por corrupción. Vaya milagrito. Entre tanto, el presidente de la Dimayor, Jorge Perdomo, aparece en medios diciendo: “Queremos que el fútbol colombiano desaparezca para la televisión abierta”. Antes la avaricia se escondía en los bolsillos, señor lector, ahora se vocifera. Pero el peor bajonazo de azúcar de estos días tuvo que ver, precisamente, con el azúcar y las denuncias que hizo The New York Times por la vida de terror —amenazas y persecuciones— que han vivido los integrantes de Educar Consumidores, un grupo de ciudadanos que defendió el impuesto del veinte por ciento a las bebidas azucaradas. Impuesto que nuestros honorables congresistas tiraron a la basura porque la salud para qué. Ya en Colombia, La Silla Vacía y su Mesa de Centro habían contado la historia de cómo la Superintendencia de Industria y Comercio ordenó retirar de los medios de comunicación un anuncio en el que se explicaban —estudios y cifras en mano— los riesgos de consumir azúcar en grandes cantidades y su relación con enfermedades como la obesidad y la diabetes. No más anuncios engañosos, imprecisos y confusos, dijo Superindustria, no por lo menos en el país del No, qué tal.

Carlos Saura y el himno de la U. de A.

El 14 de noviembre estuvo aquí el director de cine y escritor español Carlos Saura. Tremendo tipo: 86 años encima, 45 películas realizadas y dos en preproducción, tres novelas y un voluminoso etcétera, y vino a Medellín a comer bandeja paisa y dar ejemplo de vitalidad. En el teatro Camilo Torres le impusieron una medalla y pusieron el himno de la Universidad. Miró el video y escuchó atento. Luego declaró que era un himno hermoso. Cosa nada usual: según Saura y el buen gusto, la mayoría de los himnos, de universidades, de regiones y países, y hasta el del metro de Medellín, son ridículos. Henchidos de orgullo, caímos en la cuenta de que nuestro himno es tan lindo que muchas veces ha sonado en el cine y en la televisión, desde la película Gorriones (William Beaudin y Tom McNamara, 1926) hasta el episodio “The Nightmare After Krustmas” de Los Simpsons (2016).

El himno de la U. de A. en el cine

La página IMDB registra al menos 53 apariciones del himno de la Universidad de Antioquia en películas y series de televisión. La más célebre de ellas es nada menos que en un western de Sam Peckinpah, La pandilla salvaje (The Wild Bunch, 1969): está a punto de desatarse una tremenda balacera y la banda del pueblo empieza a tocar las notas marciales de nuestro himno. Uno quiere ponerse de pie y entonar “cantaremos entusiastas…” mientras los buenos y los malos hacen diluviar metralla y muere hasta el espectador. Este homenaje de los gringos a nuestra Alma Máter se debe al ministro bautista Robert Lowry, quien en 1864 se adelantó setenta años al maestro antioqueño José María Bravo Márquez y compuso esa melodía para el himno mormón Shall We Gather at the River. Abusivos que son ellos, Lowry es quien figura siempre en los créditos como compositor y el pobre Bravo Márquez fue relegado por la historia al papel de adaptador de las mismas notas para acompañar la letra del himno de la Universidad escrita por el poeta Édgar Poe Restrepo.

París, Antioquia

En 1932, Fernando Estrada, el primer optómetra de Medellín, quiso ser también el primero en traer a la ciudad un palacete de Luxor —una ciudad egipcia sobre las ruinas de Tebas— y hacer de él su casa. Durante cuatro décadas, su familia vivió allí entre jeroglíficos, columnas de granito rosado y —dicen— hasta un busto auténtico de la reina Nefertiti. Casi un siglo después, el proyecto París Parque Residencial planea crear una réplica de la Torre Eiffel en Sabaneta. La torre sería construida con el mismo hierro que la original y los propietarios “ya no tendrán que salir de su casa para estar en París”. Tal vez eso hace parte de ser el mejor vividero del mundo: que salir a conocerlo se vuelva irrelevante. Basta con traerlo, con crear una versión confortable que lo sustituya.

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8 Memoria

Dar clase, Capítulo Antioquia

el arma de los profesores en la batalla por la 13

Después de quince años de la Operación Orión, De la Urbe cuenta una historia, una de las tantas que relatan lo que significó para la comuna 13 el poder guerrillero y la intervención paramilitar y estatal a principios del siglo XXI.

Laura Cardona Estudiante de Periodismo laulccp@gmail.com Fotografías: Juan David Tamayo Mejía

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ocos meses después de graduarse como licenciado en Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia, Gabriel Rendón empezó a trabajar como profesor en una institución recién inaugurada, ubicada en la comuna 13 de Medellín, llamada La Independencia. Se encontró con un colegio sin terminar, apenas cuatro aulas y todo el resto en construcción activa. Era 1996. Los primeros meses tuvo que dar clase en medio del polvo y el ruido de los instrumentos de construcción. Cuando se terminó el edificio, fueron los enfrentamientos armados y el temor a la muerte los que interrumpieron sus clases. Desde los primeros meses de clase, Rendón identificó quiénes eran los estudiantes que pertenecían al CAP, Comandos Armados del Pueblo, no solo por los rumores o por los comentarios de los otros estudiantes, sino porque ellos se identificaban como milicianos. Esta fuerza guerrillera tenía el poder en la comuna. Y pronto esa realidad intentó reproducirse en el plantel: de afuera entraban grupos de milicianos uniformados y armados. Interrumpían clases y actos cívicos para dar discursos ideológicos. En una ocasión, en la celebración del Día del Profesor, los milicianos irrumpieron y dieron su discurso habitual, con un final diferente: señalaron a los profesores de Ciencias Sociales como los encargados de explicar a los estudiantes cómo el pueblo estaba siendo explotado por el

Estado. El problema para los profesores no era enseñar a los estudiantes que había problemas entre la ciudadanía y el Estado, que había unos derechos, unos deberes incumplidos, que había corrupción… El problema era que la información, el método, la educación, la intención debía estar en manos de ellos, en manos de una entidad neutral para la cual esta información significaba educación y no más jóvenes para el ejército subversivo. Cada día después de clases los profesores debían quedarse en reuniones, al principio por la falta de coordinador y rector en la Institución —lo que los reunía a discutir asuntos administrativos—, después por la insoportable situación con los milicianos. Ya no solo eran actos cívicos, ya estaban pendientes de la disciplina en el colegio. Si había peleas, malentendidos, algún miliciano llegaba, hacía preguntas, regañaba a los profesores e intentaba tomar por sus manos, según sus reglas, el castigo. El colegio no podía dejar de ser estatal, manejado por personal civil, no podía convertirse en un formador de jóvenes según la ideología y reglas de los CAP. La primera decisión fue ir a Secretaría de Educación, pero allí no creyeron la gravedad de la historia. Volver y no prestar atención, esa fue la orden. El alcalde de la época (2001-2003), Luis Pérez Gutiérrez —hoy gobernador del departamento—, aseguraba que nada pasaba. Y muchos amigos y familiares de Gabriel Rendón también lo creían así. Cuando él les contaba todo lo que sucedía en su lugar de trabajo se sorprendían; producía desconcierto la idea de que un barrio de Medellín estuviera viviendo una dictadura guerrillera. Los profesores tomaron la decisión de hablar ellos mismos con los CAP y asegurar su posición como autoridad en la institución, pero era mucho más fácil decidirlo en una reunión que expresarlo delante de quienes tenían el poder total de las armas y de la fuerza en la comuna 13.

No. 88 Medellín, diciembre de 2017 - enero de 2018

La reunión fue informal, a mitad de un pasillo, con una mayoría de milicianos rodeando a los profesores. Además de uniformes, destacaban las armas de los foráneos. La reunión no avanzó hasta que uno de los compañeros de Gabriel decidió decir: “¿Cuál es la cuestión de ustedes con esas armas? Nosotros estamos desarmados, si quieren hablar con nosotros entonces vayan y guarden esas armas, dejen de ser visajosos”. El comentario causó gracia y la discusión pudo realizarse sin armas a la vista. En la reunión los profesores pusieron un límite: las milicias mandaban en la comuna por las razones que fueran, sí, pero la institución era otro territorio y allí los únicos con autoridad debían ser los profesores; de lo contrario no trabajarían más. Pudo ser por la tenacidad, por el valor, por la decisión en las palabras de los profesores, pero el resultado fue que las milicias aceptaron y los profesores fueron por varios años la única representación del Estado en la comuna. Con el tiempo hubo un incidente que generó nuevamente tensión entre profesores y milicianos. Un joven de las CAP entró al colegio y llamó a Gabriel y a otra profesora en un tono autoritario: —Profesores, vengan. Cómo así que un estudiante le reventó la cabeza a otro con una piedra. ¿Ustedes qué están haciendo aquí? Gabriel confiesa que tuvo temor y no supo qué responder, pero la profesora que lo acompañaba tuvo las palabras: —¿Usted de parte de quién viene? ¿De los CAP? ¿Usted no sabe lo que nosotros hablamos hace días con su jefe? Nosotros quedamos en que ustedes no se iban a meter al colegio, que las situaciones del colegio las resolvemos nosotros. Si hay algún problema vaya hable con su jefe y que él venga a hablar con nosotros.


9 El muchacho armado se fue. Días después un jefe de los CAP fue hasta el colegio a pedir disculpas por el comportamiento del miliciano. Estaba muy descarriado, dijo, y había que meterlo en cintura. Después no hubo más enfrentamientos de autoridad. Se sabía de estudiantes que eran milicianos e incluso mandos de los CAP, pero a todos se les calificaba igual, si era necesario se hacía anotaciones e incluso se llamaba a sus acudientes. Varias veces, después de la jornada, Gabriel veía a estos mismos estudiantes, que llevaban al acudiente y aceptaban regaños de los profesores, en la calle con un batallón, entrenándolos, marchando y con armas. Afuera las milicias volvían a ser los representantes de la ley en el barrio y los profesores volvían a ser civiles sin inmunidad. Podían, como cualquiera, ser víctimas de una bala perdida, terminar en medio de un tiroteo o ser testigos de la constante presencia de la muerte. *** Se acercaba el año dos mil. Los CAP se habían arraigado en la comuna 13. Por eso, cuando el Estado decidió intervenir, la resistencia fue fuerte. Además, hubo otro factor que llevó los enfrentamientos al límite: la entrada de paramilitares. La sospecha de la entrada de otras fuerzas llevaba un buen rato rodando de casa en casa, con comentarios a voz baja entre vecinos: el rumor fue el medio de comunicación de la época. Así se informaba quién había muerto, cómo lo habían asesinado y por qué. Y el colegio La Independencia notó cómo la guerra se recrudecía e iba tomando como campo de guerra a más territorios de la comuna 13 a través de la ausencia y cambio de comportamiento de sus estudiantes, quienes vivían en diferentes barrios de la comuna. El rendimiento académico se hizo más difícil. Gabriel, por ejemplo, trataba desde su clase de Español de reflexionar con sus estudiantes sobre la vida, pero sabía que cuando entrara en materia, ellos no pondrían atención. Algunos se dormían en clase y cuando preguntaba por qué, ellos contaban que la noche anterior se habían trasnochado entre las balaceras en su barrio, que un familiar había resultado herido o que les había tocado cargar cadáveres hasta abajo, a la Unidad Intermedia de San Javier, para que pudieran hacerse los levantamientos oficiales. No podía haber mucha exigencia. Encargaban talleres —sabiendo lo improbable de la realización del documento—, daban muchas oportunidades y finalmente eran solo los que no demostraban interés quienes perdían el año. Fue un tiempo de mucha inestabilidad académica, los estudiantes dejaban de acudir, otros cambiaban de barrio y las clases empezaron a ser constantemente interrumpidas por enfrentamientos armados. Los estudiantes, después de un tiempo, mostraban cierta tranquilidad cuando iniciaban las balas y buscaban refugio en medio de bromas: “Profe, feliz año, ¿no oye la pólvora?”. Hoy, más de quince años después, Gabriel está sentado en un centro comercial y en medio de la tranquilidad que da el saber que ya pasó, acepta que nunca dejó de temer a las balas, que jamás se acostumbró a los tiroteos, a las armas, a los muertos. La deserción no fue solo de estudiantes, también los profesores empezaron a irse, y con razón. Entrar y salir de la institución se había vuelto más peligroso, podían quedar en medio de fuego cruzado y las paredes ya tenían varias marcas de balas. Gabriel contempló la posibilidad de irse, pero también estaba la sensación del deber, la vocación, la solidaridad, que decían que debía quedarse ahí, como otros profesores lo hicieron. Quedarse por lo único visible que podían hacer en medio de la guerra: permanecer. Y Gabriel Rendón permaneció. Veintiún años lleva él en La Independencia y veintiún años tiene la institución de existir. El hecho más cruento de cuantos presenció fue la Operación Orión, el más fuerte y último de varios operativos militares para acabar con el bastión guerrillero de la comuna 13, que dejaron en 2002, según la Corporación Jurídica Libertad, diecisiete homicidios por el Ejército, 71 por paramilitares, doce torturas y 105 desapariciones forzadas. Cada que puede, este profesor de Español, que ha dado clase en casi todos los grados de bachillerato, lee a sus alumnos crónicas de la época, contando cómo era el barrio mientras las guerrillas tenían el poder, cómo fueron los enfrentamientos con el ejército y paramilitares, contando anécdotas y hablando de personajes que no son ajenos a los estudiantes. Muchas veces los estudiantes responden a las crónicas y se les escucha decir: “Aquí todavía pasa eso, aquí hay unos muchachos que mandan en el barrio”- Hay quienes agradecen que la Operación Orión haya existido y algunos lo buscan después de clase para pedir copia de las crónicas leídas y le dicen: “Es que esa señora de la crónica, a la que le dañaron la fiesta de matrimonio, es mi mamá”. O le cuentan: “Es que ese que aparece en esa historia, ese muchacho que mataron, era mi papá”.

en que Gabriel y otros cuatro profesores salieron del colegio en el carro de uno de ellos. A las afueras del barrio se encontraron de frente con una tanqueta del Ejército y tras ellos llegó un carro que abrió fuego contra la tanqueta. Los profesores quedaron en medio del fuego. Las balas atravesaron el carro. El conductor no sabía qué hacer. ¿Qué hacer si estás en medio de una tanqueta del Ejército y un carro de milicianos, ambos armados y dispuestos a arriesgar la vida de civiles con tal de ganar una batalla? Agachado y apenas asomándose, el conductor logró llevar el carro fuera del alcance de las balas. La muerte era constante y con ella se convivía. Varias veces Gabriel se encontró con jóvenes muertos en esquinas, colgados de árboles... Nadie movía los cadáveres, estaba prohibido hacer levantamientos. Un día, el CTI, Cuerpo Técnico de Investigación, quedó estancado varias horas mientras intentaba recoger un cadáver. El carro servía de protección, pero el tirador tenía ventaja. Parecía que danzaban con la muerte. Movían el carro, se acercaban un poco, tocaban el muerto y corrían a refugiarse de

Afuera las milicias volvían a ser los representantes de la ley en el barrio y los profesores volvían a ser civiles sin inmunidad. Podían, como cualquiera, ser víctimas de una bala perdida, terminar en medio de un tiroteo o ser testigos de la constante presencia de la muerte.

las balas. Se acercaban más, usaban el carro como protección y se volvían a escudar. Así, en un vaivén, en un juego de presiones donde el muerto, además de perder la vida, debía perder todo respeto. El día de la Operación Orión —16 de octubre de 2002— , los profesores se encontraron con el Ejército en la Unidad Intermedia de San Javier. Ya desde allí se oían los tiros, el helicóptero. Se devolvieron. Tuvieron que ver lo que pasaba desde sus casas, a través de las noticias, buscando entre las imágenes la oportunidad de reconocer a alguien. Porque esa era la diferencia de los profesores, que, aunque convivían con la guerra, todos los días dejaban el campo de batalla para enfrentarse a la seguridad de sus casas, enfrentarse a un lugar seguro que debían dejar —por voluntad— al amanecer. Después de varios días sin clase los profesores volvieron al colegio La Independencia. Del total de estudiantes faltó alrededor de un cuarenta por ciento. Unos tenían familiares heridos, muertos, desaparecidos. Otros debieron abandonar el barrio, otros nunca volvieron. Ese día, Secretaría de Educación brindó acompañamiento sicológico. El ambiente era de tristeza, tensión, de miedo. Los profesores dejaron que los jóvenes estudiantes conversaran, que hablaran de sus experiencias entre sí. Les dieron espacio. Ya en las aulas se reunieron con los directores de grupo para reflexionar sobre la vida y de a poco analizar lo que había pasado. Y ya después de lo peor, de la Operación Orión, Gabriel Rendón jamás volvió a pensar en irse de La Independencia.

Pero antes de poder relatar crónicas a sus alumnos desde la tranquilidad del presente, Rendón fue testigo de la guerra en la comuna 13, fue parte de la población vulnerable y puso su vida en manos del azar. Como pasó la noche

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10 Generaciones

El punk ya no

tiene vida breve

Estoy muy viejo y rayado, me ha dicho el juez, porque no aguanto la nación, porque no resisto sumisión, porque el poder me da agrieras, la codicia, comezón, porque no acepto los discursos de un político mamón, porque me da por contestarle al agiotista ladrón. Enfermedad de punkie, banda Punkies y cerebros

Desafinados para los estándares de la música “culta”, revolucionarios en su tiempo, más inspirados que precisos y crudos en su interpretación vocal e instrumental, el sonido del punk sigue ‘martillando’ los cerebros de sus seguidores en las tortuosas calles de Medellín. Texto y fotografía: Alba Rocío Rojas León Profesora de Periodismo albarociorojasleon@yahoo.es

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os primeros años de la década del ochenta advertían un tiempo oscuro e incierto en la capital de Antioquia. El poder de los narcotraficantes y los conflictos que se generaron con sus interacciones en todos los sectores de la sociedad, a mediados de las décadas del ochenta y noventa, dieron pie para que se engendraran los destacamentos paramilitares en las áreas urbanas y rurales. Las rutas de explotación, de producción y de mercados de consumo de drogas ilícitas alimentaron la inestabilidad y la zozobra en esta ciudad y en Colombia. Esta tragedia y posterior resurrección de Medellín se tropezó con el punk, subcultura que capitalizó tales situaciones para fustigar a la sociedad y al Estado. Las bandas musicales, con sus temas ácidos y confrontadores de una realidad política, económica, social y cultural, desafiaron a más no poder, con un vigor muy punkero, el orden establecido por ley o por intimidación. En la década del ochenta, se conformaron bandas musicales como: Complot, Pestes, Mutantex, Anti-Todo, B.S.N. (Bastardos Sin Nombre), I.R.A. (Infexion Respiratoria Aguda), GP, Herpes, Pichurrias, P-Ne (Paranoicos Neuróticos Esquizofrénicos), Raxis, Deskoncierto, R.D.T. (Restos de Tragedia), Los Árboles, Palabras, Imagen, CO2, KDH (Kaso de Homicidio), Cuidado con las Begonias, N. N., Futuro Simple, Los Podridos, Caso Insólito, Golpe de Estado, No, Peor Imposible, Trauma, Agresión Social, C.

Atuendo de jóvenes punkeros, octubre 2017, barrio Picacho, Medellín.

T. C. (Contra Todo Corruptor), Hp-Hc, Averxion, Anarkía, Atake de Sonido, S.S. Ultimátum, Hooligans, Denuncia Pública, Egoterror y Frankie ha Muerto. El Estado y sus organismos de control vieron a los crestudos punkis —chaquetas de cuero negro con parches de bandas y taches, mallas, cierres, accesorios de cadenas, candados, ganchos de ropa, manillas y collares con taches puntiagudos, yines desteñidos y rotos, botas militares con punteras de metal—, como enemigos del establishment. Esto propició una arremetida represiva hacia esta ‘contracultura’ que se paseaba por las calles del centro y de barrios como Castilla, López de Mesa, La Esperanza, Kennedy, París, La Unión, Santander, Pedregal, Doce de Octubre, Córdoba, Florencia, Campo Valdés, Manrique Central y Oriental, Guayabal, Cristo Rey, El Poblado, Boston, Buenos Aires, Aranjuez, San Javier, Aures, La Candelaria, entre otros, al son del ruido punkero proveniente de Inglaterra, de Estados Unidos y de la naciente, hasta hoy vigente, escena local de Punk Medallo. Puñados de bandas jóvenes e impetuosas fijaron su interés en la sencillez primaria del rock and roll y respondieron con un sonido salvaje y lapidario: el punk. ¿Y dónde? En bares, calles, parches de esquinas de barrios, garajes, cementerios, basureros, canchas deportivas, parques, casas abandonadas, ensayaderos, casas de la cultura, patios de escuelas, terrazas de casas, universidades públicas, festivales. Esta experiencia de una cruda realidad vivida en la ciudad se narra en las provocadoras letras e interpretaciones de las más de 160 bandas musicales, muchas icónicas hoy y otras desaparecidas, que se distinguen en el género punk y sus tendencias: punk Medallo, punk hardcore, punk rock, anarco punk, hardcore, skate punk, oi!, grindcore, noise core, old school, post punk, psichobilly, punk trash, sonido libertario, punk oi!, ska punk, straight edge, punk chatarra Medallo, punk contestatario, punk rock callejero, ciberpunk, neopunk, punk sicodélico & nostálgico de Medellín. “Las galladas trazaron en el cantón noroccidental presencias, territorialidades, rutas, circuitos, itinerarios “alternativos”, “diálogos interbarriales” con base en el disfrute e intercambio de la música, que le confirieron unas nuevas connotaciones simbólicas al espacio urbano. Se trataba de apropiarse de las calles, esquinas, canchas, partiendo de una reflexión intuitiva. Recuperar el aspecto más particular en cuanto a la relación del parche con su propio territorio, buscar lugares periféricos, (in)habitables, pequeños rincones, callejones, extramuros, mangas, centrando la atención en los estímulos colectivos y en la relación que cada gallada tenía con el espacio que habitaba y en sus propias vivencias”, narra Carlos David en su libro Mala hierba (2016). Pero la Medellín que trasiega entre el conflicto armado y los diversos actores, métodos y patrocinadores, ha dejado una secuela de dolor y de tristeza ante la desesperanza de ser joven: no futuro. En las comunas y corregimientos de Medellín, en los municipios del Valle de Aburrá y del Oriente antioqueño, las bandas musicales de tres, cuatro o cinco integrantes crean, interpretan, hacen covers y tributos, con canciones rápidas y crudas que reflejan el descontento frente a muchos problemas de la sociedad y de los gobiernos del mundo, así como ante la incertidumbre por el futuro.

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“La escena punk de Medellín es la más antigua de Colombia. Ha aportado las primeras y más clásicas bandas; en sus inicios, vivió la violencia directa. Y por lo mismo, las bandas destilaban ese veneno de una sociedad violenta. Esta escena, que ya cumple más de treinta años, ha vivido procesos y evoluciones, de acuerdo con las décadas del ochenta, noventa, dos mil y dos mil diez”, expresa Catalina Valencia, rockera punk. Aparte de los muertos en los barrios de la ciudad por la violencia de fines del siglo XX, hubo otros personajes punkeros que han marcado el recuerdo y el aprecio en la escena punk de Medellín. Ellos vivieron y padecieron la ciudad, a su manera, pero les llegó la muerte: “El Chino” (Fredy Rodas, impulsor del punk, baterista, bajista, de N.N., Imagen, Anarkía, Pichurrias, Ego), Libardo Antonio Londoño Durango (baterista de KDH), “Luisito” (Luis Alberto Velásquez Molina, vocalista de Sonido Libertario), “el 9” (Albeiro Lopera Hoyos, punki y fotorreportero de Reuters), “el Black” (Elkin Baena, vocalista de Manicomio Punk), Yolanda Molina (baterista de Fértil Miseria), Óscar Darío Zapata (guitarrista) y Giovanny Oquendo David (escritor, artista y bajista), ambos de Desadaptadoz, entre otros. “Crecimos atrapados con ganas de llorar / Crecemos maniatados ni modo de gritar / Vivimos en la industria de la humanidad / Producto del sistema y la sociedad. // Vivimos acosados por la realidad / Metidos en un mundo a punto de explotar / Tragedias y recuerdos nos hacen respirar / Sentimos en el fondo la muerte familiar. (…) ” Generación del kaos total (fragmento), letra de Giovanny Oquendo interpretada por Desadaptadoz. Durante más de 37 años en Medellín, estos fogonazos perturbadores e irritantes siguen manifestando su crítica acerba al sistema capitalista, tanto local como global. Y toda esta intranquilidad y tristeza se ha almacenado en diversos soportes para distribuirse y escucharse: elepé (o vinilo) en el equipo de sonido, casete de audio en la fiel grabadora, videocasete, cedé, DVD, memoria USB, digital music speaker y YouTube. “Y a pesar de todo permanecemos intactos aquí en el punk colombiano, con lo bueno y lo malo, somos feroces soldados del Punk latino en español y militantes fieles de la ideología invariable sin extremismos en este escenario sociopolítico porque nos gustó quedarnos en un ambiente ni mandado a hacer para expresar realidades en canciones, nos cayó el país como anillo al dedo y nuestra ciudad natal como pedrada en ojo tuerto”, advierte el autor, guitarrista y vocalista David Viola en Aguante I.R.A.: 30 años de punk (2014). Durante un conversatorio, en el Sub (Castilla), con Bluttat, banda alemana que visitó a Medellín en noviembre, expresaron: “El punk tiene que ver más con la energía del ser, con una vibración interna. No es solo música, es una actitud; pero no una actitud de pose. Es una subcultura; no una moda con subcultura de cresta; independiente, no dependiente de lo que sea”, Hans (bajista) y “Espero que la música les dé fuerza a ustedes para seguir adelante. Medellín punkero, punketo, que ‘infecten’ al resto del mundo”, Atti (vocalista).


Posconflicto

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La espina de la Farc: rosa nueva, sigla vieja A finales de agosto, el antiguo grupo guerrillero presentó en público su imagen como partido político. El nuevo diseño integra la rosa roja socialista y la estrella comunista, además de la tradicional sigla ‘Farc’, ahora resignificada como Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. Luego de más de cinco décadas luciendo una imagen camuflada en el monte, esta nueva fuerza política ve la luz del panorama civil en medio de un jardín político con muchas espinas. Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com

L

as banderas blancas que ondeaban en la Plaza de Bolívar de Bogotá el primero de septiembre pasado florecían con rosas impresas en tinta roja. Batidas al aire, esas banderas plantaban el jardín simbólico del nuevo partido político de las Farc. El nuevo identificador visual de esta organización está compuesto por una rosa roja alusiva al socialismo, la estrella comunista de cinco puntas como centro de la rosa, y la palabra ‘Farc’ en verde; la misma sigla que los identificó a lo largo de su historia como grupo guerrillero. En medio de un ambiente festivo y rodeado de una marejada de banderas y rosas, Rodrigo Londoño, conocido como ‘Timochenko’ y ahora candidato presidencial, alentó los ánimos en el discurso de lanzamiento del nuevo partido en la Plaza de Bolívar, replicando unas palabras que Jorge Eliécer Gaitán pronunciara en ese mismo lugar casi setenta años atrás: “Seremos millones y millones en una nueva Colombia”. Rosa, “qué linda eres” Muchas son las referencias a la rosa roja en la cultura popular. Rosas rojas son las del amor, rosas las del día de la madre, las de las coronas fúnebres. Rosa era “de todas las flores la más hermosa” en uno de los éxitos musicales de La tierra del olvido de Carlos Vives. La rosa es un lugar común de ideas y un símbolo de belleza, feminidad, pasión, pero también de lucha y revolución. En la iconografía occidental, esta flor ha sido dotada de una carga política relacionada con la Socialdemocracia. “La rosa es un símbolo socialista por excelencia, por lo menos desde la época de Charles de Gaule, o sea, de los años sesenta después de la reconstrucción europea. De modo que es un símbolo pertinente porque se ajusta al ideario del movimiento [Farc]”, explica César Puertas, diseñador tipográfico y director de la Escuela de Diseño Gráfico de la Universidad Nacional de Colombia. Esta idea de aludir a la rosa como marca no es nueva. En España, el Partido Socialista Obrero —PSOE— la ha utilizado como símbolo desde 1997, cuando ingresó a la esfera democrática luego de la dictadura franquista. “La rosa es amigable. El color rojo es el color típico de la izquierda. Es un símbolo femenino”, destaca Imelda Daza, vocera del Movimiento Voces de Paz y fórmula vicepresidencial de Timochenko. Esta mujer, que vivió veintiséis años en Suecia como asilada política y que fue concejal socialdemócrata de ese país, señala que el hecho de que la Farc hubiera optado por afiliarse al ícono de la rosa de la Socialdemocracia representa un acierto, puesto que se trata de un “símbolo más conciliador” que vincula la vena política del movimiento con “una ideología que ayudó a construir verdaderos paraísos de bienestar [en Europa]”. ¿Y los fusiles? El nuevo logosímbolo deja atrás el de los dos fusiles cruzados con el libro y el mapa de Colombia, que distinguía anteriormente los uniformes de la guerrilla. “Con esto lo que hacen es decir ‘nosotros ya no somos un grupo asesino, ahora somos un grupo que cree en el amor y somos hasta medio hippies porque usamos una flor en nuestro logo’”, comenta Sergio Aristizábal, diseñador gráfico de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Actualmente, el país cuenta con catorce partidos políticos reconocidos por el Consejo Nacional Electoral. De

estos, solo la Alianza Verde tiene una flor como parte de su identidad visual, y únicamente el partido Liberal hace uso exclusivo de los colores rojo y blanco para representar su corriente política. Hablando exclusivamente del uso del color, “el rojo es uno de esos colores que está un poco subutilizado dentro de la esfera política colombiana”, subraya Puertas. Que la Farc haya optado por la rosa socialista para entrar al abanico de partidos políticos colombianos representa una variación en la personalidad de esta organización como marca. No se trata solo de una decisión de estilo, sino que encarnan una estrategia de marketing político para hallar eco en otros procesos políticos internacionales de izquierda que tienen una carga más moderada en la opinión pública. Con rosa nueva y sigla vieja, la Farc seguirá cargando con un fuerte peso histórico, aunque dicha carga la comparten otros partidos de mayor trayectoria en el país. “En la violencia bipartidista, el partido Liberal y el partido Conservador fueron los protagonistas. Asesinaron inmisericordemente a miles de colombianos. Nadie nunca pidió perdón, nadie nunca reparó a las víctimas, nadie nunca se arrepintió de nada y se siguen llamando partido Liberal y partido Conservador”, señala Imelda Daza. El jardín simbólico La próxima contienda electoral contará con una nueva casilla en el tarjetón. Los colombianos, acostumbrados a encontrar las mismas manchas visuales junto a los nombres de los candidatos, serán tentados a poner sus ojos en una nueva imagen. Claramente, poner una flor en el jardín tradicional del tarjetón colombiano compuesto por letras, siluetas humanas y manos, resultará —por lo menos— una experiencia novedosa. El proceso de instalación de las Farc en la contienda democrática será uno de sus grandes desafíos. “Ellos no deben ser muy buenos en esto porque están viviendo un proceso de migración del campo a la ciudad. Vienen de hacer la guerra en el monte a participar en elecciones en la ciudad, eso es dificilísimo”, afirma Daza. En su opinión, la labor proselitista del nuevo partido estará apoyada por “los miles de guerrilleros que son cuadros políticos con formación, con compromiso de cambio en este país”. Todo esto en medio de una depresión de legitimidad que ha afectado la imagen y la credibilidad de todo lo que huela a política, en especial en épocas de votaciones cuando todo tipo de malezas aparecen en el jardín electoral. La depresión del espíritu político nacional ha propiciado una actualización visual de los partidos con el fin de borrar ideas contaminadas por el desgaste de su actividad, o para diversificar su rango de influencia electoral. “De unos quince o veinte años para acá, hay una tendencia muy marcada de parte de los partidos de rencaucharse, teniendo en cuenta que su credibilidad está por el suelo”, subraya el director de la Escuela de Diseño Gráfico de la Universidad Nacional. Para el diseñador gráfico Sergio Aristizábal, si bien la rosa de la Farc será plantada en el tarjetón del 2018, “esta imagen tiene problemas de legibilidad, todavía es muy ilustrativa y la rosa no funciona muy bien como ícono. La estrella que está en el centro es una estrella que no quiere ser estrella porque no tiene bien definidos los ángulos de sus puntas”. Con el rojo de la rosa y el papel en blanco de su historia democrática, el lugar del nuevo partido en el tarjetón será un campo de disputa desde ahora, cuando todos están entrando en campaña electoral. En medio de este ajetreo, la Farc entrará a competir y evaluar si sembró en tierra buena las raíces de cambio y reconstrucción social que ha promovido por años como ideología de lucha. Es posible que la sigla vieja que los identificó como guerrilla les ahogue un poco las ramas y que salgan las espinas de su nueva etapa política.

Sergio Aristizábal, diseñador gráfico: Con este símbolo, la Farc se ha vuelto medio hippie. Fotografía: Archivo personal Sergio Aristizábal

César Puertas, diseñador gráfico: “La rosa es un símbolo socialista por excelencia”. Fotografía: Guillermo Santos

Imelda Daza, candidata vicepresidencial: “Es un símbolo femenino”. Fotografía: Comunicaciones Farc

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L A I C E P S E

a i r o m e M a d a s e r p re

Fotografía: Santiago Rodríguez Álvarez

Hidroituango,

¿inundar la memoria? A mediados de septiembre, habitantes del Cañón del río Cauca le exigieron al Estado encontrar los cuerpos de por lo menos treinta desaparecidos, algunos de ellos víctimas del conflicto armado, que podrían estar enterrados en inmediaciones del río. La situación no da espera, porque Hidroituango planea inundar la zona a finales de 2018. Santiago Rodríguez Álvarez Estudiante de Periodismo santiago.rodrigueza@udea.edu.co

Le exigimos a la Fiscalía que nos garantice que en este cañón no hay cuerpos enterrados. Creemos que es una exigencia básica, digna. Como decir: por favor, antes de inundar, que no haya cuerpos”, dijo Isabel Cristina Zuleta, vocera del movimiento Ríos Vivos. Se refería a los cuerpos de las personas desaparecidas que, se presume, estarían en la región del Cañón del río Cauca. La zona, de acuerdo con los cronogramas oficiales, será inundada por el Proyecto Hidroeléctrico Ituango en aproximadamente un año. Era el 19 de septiembre y avanzaba una jornada de protesta de un grupo de pobladores de la región. Isabel estaba en el puente Pescadero y con ella había alrededor de doscientas personas que efectuaban un acto simbólico en memoria de las víctimas del conflicto armado y exigían al Estado la búsqueda de los cuerpos desaparecidos. Ese puente queda a solo ocho kilómetros de la presa, que medirá 225 metros de altura y que permitirá inundar la zona a finales de 2018. Según estimaciones de EPM, empresa que desarrolla el proyecto, 3.800 hectáreas a lo largo

del Cañón del Cauca quedarán bajo el agua del embalse. En la actualidad, explica la compañía, “el proyecto está cercano a un ochenta por ciento de avance, a pesar de la magnitud y la complejidad de las obras, y a las contingencias de diversa índole que se han debido enfrentar” (ver comunicado completo en recuadro adjunto). Dentro de esas “contingencias de diferente índole” se encuentran las protestas y exigencias que desde 2012 han hecho comunidades de los municipios de Ituango, Valdivia, Peque, Sabanalarga, Liborina, Briceño, Yarumal, San Andrés de Cuerquia y Toledo; personas que viven y trabajan en las zonas impactadas por el proyecto hidroeléctrico más grande de Colombia. El movimiento Ríos Vivos se ha encargado de reunir a esas personas y sus protestas. Según Zuleta: “El movimiento es el momento en que se junta el descontento. Por los desalojos inicialmente, pero después empezó a crecer el descontento por la migración de especies, los impactos ambientales, la contaminación y la desviación del río…”. En este momento se suma otro descontento, que “el territorio se esté resignificando y que se esté resignificando borrando la memoria”. Una región víctima del conflicto En los municipios ubicados en el Cañón del Cauca hubo presencia histórica de los frentes 18 y 36 de las Farc

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hasta el pasado enero, mes en que concluyó el traslado del hoy desmovilizado grupo a las Zonas Veredales Transitorias de Normalización. La presencia de la guerrilla también tuvo como consecuencia que, durante años, los paramilitares de las AUC hicieran incursiones para disputarles el control del territorio. Esta situación produjo numerosas masacres y la desaparición forzosa se volvió una práctica común por parte de los actores armados. Según cifras del Registro Único de Víctimas, hay 815 víctimas de desaparición forzada en Toledo, Ituango y Briceño, los municipios que están en el corazón del Cañón del Cauca y más cercanos a Hidroituango. Esta cifra no significa necesariamente que todas esas personas estén desaparecidas en el Cañón, ni que sus cuerpos estén en el río o sus inmediaciones, pero sí refleja la dimensión de esta práctica que infundía terror en la zona. En el mismo puente Pescadero, jurisdicción de Ituango, los campesinos de la zona recuerdan los retenes de los paramilitares e incluso algunos saben que desde allí arrojaron cuerpos al río. “Para nosotros ha sido muy importante este sitio, sobre todo porque en este momento adquiere una nueva lógica. Ante la llenada del embalse el próximo año, hay un gran dolor por la posibilidad de que se pierda todo esto que sentimos cuando pasamos por acá”, dice Isabel Cristina acerca del puente.


13 Ante las manifestaciones y la exigencia de que se inicie un proceso de búsqueda antes de la inundación, EPM respondió un cuestionario enviado por De la Urbe a través de un Derecho de Petición que “solicitó a la Fiscalía General de la Nación, de manera preventiva, hacia finales de 2013, impulsar procesos de búsqueda, y de ser el caso, exhumación de restos humanos sin identificar en zonas del futuro embalse”. Al respecto, Ríos Vivos solicitó a la Fiscalía conocer los avances de dicha búsqueda y, en respuesta, esa entidad envió un documento en el que asegura haber realizado la exhumación de 159 restos humanos en la zona, de los cuales 84 ya han sido identificados y entregados a sus familiares. Sin embargo, Ríos Vivos habla de un subregistro en el número de víctimas. En parte porque, según el movimiento, los habitantes del Cañón tienen miedo a denunciar. “Muchos de los que están acá saben que ahí están sus seres queridos. Pero no ha habido garantías para decir, para poder buscar y sacar esos restos sin que haya criminalización, sin que haya persecución”, dice Zuleta. Por eso, Ríos Vivos le pide a la Fiscalía que haga las búsquedas con la comunidad.

ESPECIAL

Los desaparecidos de La Escombrera En límites entre la comuna 13 de Medellín y el corregimiento de San Cristóbal está La Escombrera. Durante años ese lugar ha acumulado los residuos de construcciones hasta convertirse en una montaña de concreto, ladrillos y tierra que estaría sobre los cuerpos de casi un centenar de víctimas de la violencia de esa zona que habrían sido sepultadas allí. La táctica fue empleada principalmente por grupos paramilitares que, en medio de la confrontación con las milicias guerrilleras y luego en su consolidación del territorio después de la Operación Orión (2002), desaparecían en esa zona a aquellos contrarios a sus intereses. Aunque la población de estos barrios de Medellín ya había denunciado esta práctica, la institucionalidad solo escuchó sus llamados tras la desmovilización del bloque Cacique Nutibara y la confesión sobre las desapariciones, por parte de integrantes de esa estructura, en el marco de Justicia y Paz. Fue así como la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín determino que La Escombrera era una gran fosa común, utilizada para la desaparición forza-

Memoria represada

da. Ese organismo ordenó, desde septiembre de 2013, que se suspendiera el arrojo de desechos a La Escombrera y se iniciara la búsqueda de los desaparecidos, pero solo hasta julio de 2015 y luego de meses de presión de ciudadanos y organizaciones, la Alcaldía de Medellín y la Fiscalía empezaron la labor. Después de cinco meses de buscar entre aproximadamente 3.700 metros cuadrados que constituían la primera etapa, los investigadores no encontraron restos humanos. Luego de finalizar la búsqueda en ese primer cuadrante al terminar la administración anterior, y con la llegada de Federico Gutiérrez a la Alcaldía de Medellín en enero de 2016, el proceso permanece suspendido. Esa zona del occidente de la ciudad fue, en 2014, escenario de la primera acción de protesta denominada Cuerpos Gramaticales, impulsada por el colectivo Agro Arte, de la Comuna 13. Se trata de la misma movilización que se hizo en el Cañón del río Cauca por la memoria de los desaparecidos que la inundación de Hidroituango podría esconder para siempre.

¿Inundar el dolor o frenar la energía? La mañana del 20 de septiembre, en el coliseo de El Valle, corregimiento de Toledo, las doscientas personas escuchaban, sentadas o paradas, las reclamaciones que los representantes de las comunidades hacían frente a los delegados de la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo y la Gobernación de Antioquia. A ese último día de protesta también fue convocada la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla), que había confirmado su asistencia, pero nunca se presentó. Los reclamos trataban principalmente los temas por los que han protestado desde 2012. “No se realizó bien el censo de las personas afectadas por parte de EPM”, “las especies se están yendo a zonas donde antes no estaban”, “hay desalojos forzosos injustificados”, decían los líderes. Finalmente, formularon las peticiones para que no se borre la memoria del territorio y se encuentre a los desparecidos. Para apoyar las exigencias sobre este último tema, se extendieron sobre el suelo del coliseo cuatro cartografías sociales desarrolladas por la comunidad. Eran cuatro mapas de la región, atravesados por el río Cauca y sus afluentes. Uno en especial tenía como título “Sembrados en el Río” y contenía alrededor de treinta nombres de personas que habían sido vistas por última vez en el cauce. Las cartografías fueron realizadas con el apoyo de integrantes del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (Cajar). Su creación obedece al interés de las comunidades de empezar a superar el subregistro. Luis Carlos Montenegro, abogado del Cajar, organizó una de las cartografías y comenta que “es un primer paso para decir los nombres de los familiares que han sufrido de ese terrible crimen [la desaparición forzada], y esperar que, en los próximos años, con el trabajo que ha venido Con mapas del territorio y “cartografías sociales”, las comunidades sustentaron sus peticiones al Estado. haciendo el movimiento, se pueda conocer la Fotografía: Alejandro Valencia Carmona verdad y pueda haber reparación integral para las víctimas, las cuales están siendo revictimizadas por el La posición de EPM megaproyecto”. El pasado 19 de octubre, EPM respondió en un ¿Es posible que la entrega de la obra se retrase Frente a esa revictimización a la que se refiere el abocuestionario remitido por De la Urbe para conocer la posi no se cumple esta petición antes? gado, EPM le dijo a De la Urbe: “Hemos hecho lo debido, sición de la empresa en relación con los reclamos de las Confiamos en la correcta actuación del ente invesactuamos en pro de nuestras comunidades. Los lamentacomunidades. Reproducimos, sin edición, las preguntas tigador y en poder entregarle al país la producción de bles hechos del conflicto armado no son comparables con y respuestas que se refieren de manera específica a la poenergía eléctrica en el tiempo en el que lo requiere. el actuar legal y legítimo de una empresa respetuosa y ressible presencia de cuerpos de personas desaparecidas en ponsable amparada por la aplicación rigurosa de los posla región próxima a inundar. ¿Qué dice EPM frente a la afirmación de algutulados constitucionales, legales y los más altos estándares nas víctimas del conflicto armado de la región, que internacionales”. ¿Cómo recibe EPM las manifestaciones y petidicen sentirse revictimizadas por el proyecto HiLa empresa cuenta con el visto bueno de la Anla, enciones que hace la comunidad, de la región, a la Fisdroituango, si este llegara a inundar el Cañón del tidad que también determina las compensaciones que el calía, de que no haya cuerpos de personas muertas en Río Cauca sin haberse recuperado todos los cuerpos proyecto tiene que ofrecer en materia ambiental y social el cañón antes de que este sea inundado? de los muertos por el conflicto, enterrados o tirados debido a los impactos que ocasione. Sin embargo, ese 20 EPM, bajo su política de Responsabilidad Social Emal río? de septiembre frente a las instituciones estales citadas, las presarial y de respeto por los Derechos Humanos, actúa en Hemos hecho lo debido, actuamos con en pro de comunidades denunciaron que sus derechos fundamentales el marco de la debida diligencia en sus operaciones. Es por nuestras comunidades. Los lamentables hechos del conhan sido violados y pidieron que se revise la licencia amello que en el desarrollo del proyecto hidroeléctrico Ituango flicto armado no son comparables con el actuar legal y biental otorgada al proyecto en 2009. y, como organización responsable y respetuosa de las comulegítimo de una empresa respetuosa y responsable ampaLa búsqueda de las personas desaparecidas es un denidades y las entidades del Estado, EPM solicitó a la Fiscalía rada por la aplicación rigurosa de los postulados consrecho de las víctimas del conflicto colombiano, protegido General de la Nación, de manera preventiva, hacia finales de titucionales, legales y los más altos estándares internapor la Ley 1448 de 2011. En ese sentido, la exigencia de las 2013 impulsar procesos de búsqueda, y de ser el caso, exhucionales. comunidades es que “la prioridad sea la búsqueda y no el mación de restos humanos sin identificar en zonas del futuEl proyecto hidroeléctrico Ituango se adelanta con inicio de la hidroléctrica”. Es decir, que si antes de finaro embalse, bajo los protocolos y procedimientos de orden un absoluto respeto por los Derechos Humanos y los lizar las obras la Fiscalía no ha superado el subregistro y técnico-judicial que atiende el ente investigador. postulados de la justicia colombiana, en un marco de acencontrado los restos humanos que habría en la zona, se Se trata, por tanto, de una solicitud que, al igual que ciones respetuosas y cumplimiento riguroso de la debida postergue la inundación. las comunidades, hemos realizado a las autoridades comdiligencia. Por su parte, EPM advierte que “para el país es fundapetentes desde años atrás y en la que de manera legítima mental mantener el avance de la obra dentro del cronograconfiamos en que se han adelantado las acciones requeri¿Ha encontrado cuerpos EPM dentro de su acma, pues su incumplimiento pondría en riesgo el suminisdas. Las investigaciones y procedimientos no correspontividad en la región y qué se ha hecho con ellos si tro de energía, insumo indispensable para lograr y manteden a la función de EPM, la Fiscalía General de la Nación es el caso? ner el crecimiento económico” y agrega que para la región es la competente para suministrar información acerca de No. “es de vital importancia que el proyecto cumpla con sus los resultados y detalles de dicha actuación. metas de entrada en operación, pues un retraso impactaría los ingresos que esperan los municipios”.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


14 ESPECIAL

Memoria represada

Cuando los cuerpos se siembran,

Texto y fotografías: Karen Sánchez Palacio Estudiante de Periodismo karen.sanchez@udea.edu.co

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on un gajo de bananos verdes que Guillermo Builes nos entregó a muchos de los visitantes —“déjelos madurar y verá como saben de bueno”—, y un puchito de chocolate en bola, producto del cacao que doña Angélica cultiva en la vereda Orejón, me devolví para Medellín después de tres días de presenciar las manifestaciones de los campesinos del cañón del río Cauca contra el megaproyecto Hidroituango. El Valle de Toledo es un pequeño corregimiento de barequeros, ubicado en el noroccidente de Antioquia. Por las cuatro cuadras a la redonda que tiene su cabecera, caminan campesinos con machete al cinto, botas plásticas y sombrero. “Campesinos agromineros”, dicen ellos mismos, porque sus oficios de tradición han sido el barequeo —cuando las condiciones del río lo permiten— y el trabajo de la tierra. Aquella tarde, la del 18 de septiembre, más de cien personas acudieron al llamado del movimiento Ríos Vivos —organización que trabaja por la defensa de los derechos sociales y ambientales de las comunidades afectadas por la construcción de Hidroituango— para resignificar su territorio y defender su memoria. Gestores culturales, defensores de derechos humanos, organizaciones académicas, sociales y culturales, y campesinos de Toledo, Ituango, Briceño, Santa Rosa de Osos, Valdivia y el Bajo Cauca, todos estaban a la expectativa de vivir la siembra de “cuerpos gramaticales” que tendría lugar en el puente de Pescadero al siguiente día. Después del protocolo de presentación, payasos con la cara pintada y la nariz roja y bailarinas con tutús y cintas de colores del grupo de gestores culturales de Bello lideraron la marcha alrededor del pueblo. Iban seguidos por los campesinos, quienes, armados con cocas de plástico, vasos de aluminio y cucharas, salieron a las calles del Valle de Toledo entonando tan fuerte como sus gargantas lo permitían: “Por los ríos represados ya no suben los ‘pescaos’; agua sí, represa no; agua sí, represa no”. Cuando habla el cuerpo A las 4:45 de la madrugada del martes 19 de septiembre llegamos al puente Pescadero, el lugar donde media hora más tarde se sembrarían alrededor de treinta personas. La mayoría, campesinos de veredas y municipios atravesados por el río Cauca, y algunos jóvenes de las organizaciones que estaban presentes y defensores de derechos humanos, quienes se sembrarían en solidaridad con la lucha de los campesinos. Pasadas las cinco de la mañana, mientras los integrantes de AgroArte —colectivo encargado de dirigir la siembra de cuerpos gramaticales— preparaban a quienes convertirían sus cuerpos en testimonio de resistencia, sembrándose durante seis horas en el puente, empezaba a despejarse la neblina que cubría el pico de las montañas del cañón. A nuestros pies, el agua rugía con tal fuerza que parecía saber de nuestra presencia. Éramos alrededor de doscientas personas en el puente. De los buses y las chivas los campesinos descargaban bultos de tierra y aserrín. Todos ellos tenían, en especial, la esperanza de ser vistos y escuchados por Hidroituango, el proyecto hidroeléctrico más grande de Colombia, que en 2012 inició obras y tiene influencia en municipios como Ituango, Briceño, Toledo, Valdivia, entre otros. Esta hidroeléctrica, que según lo estipulado en el proyecto, empezará a funcionar en 2018 y generará diecisiete por ciento de la demanda de energía del país, tiene una de sus instalaciones a unos diez minutos del puente. Las personas sembradas se ubicaron a lo largo y ancho del puente, en la posición más cómoda posible, de tal manera que pudieran resistir las seis horas siguientes. Los demás asistentes empezaron a desocupar sobre ellas los bultos de tierra, una capa de aserrín y, sobre los cuerpos, una planta. Alexander Zapata fue uno de los sembrados. Arriero toda su vida y presidente de la Asociación de Víctimas y Afectados por Megaproyectos de El Aro, me dijo: “Me siembro en honor a las víctimas que ha dejado la guerra en mi territorio y en manifestación contra el megaproyecto que está acabando con nuestra tierra. Gracias a las explosiones que hacen, nuestros caminos de herradura se han ido dañando”. Para muchos de los campesinos allí presentes, el barequeo y la pesca fueron su único sustento durante años. Ro-

florece la memoria sario Castañeda, una de esas mujeres que vivió del barequeo, fue más concreta: “Por la construcción de la hidroeléctrica, pasamos de sacar entre ocho reales y un castellano de oro en los días buenos; es decir, entre 176 mil y 350 mil pesos, a tan solo tres reales en la semana, unos 66 mil pesos”. A lo largo de la mañana, yo, estudiante y citadina, fui encontrándome con otros rostros. Con el de Natiley Gómez Martínez, defensora de derechos humanos, a quien no la detuvieron ni sus nueve meses de embarazo recién cumplidos ni las más de cinco horas que tuvo que permanecer en un bus proveniente del barrio El Socorro, comuna 13 de Medellín, para llegar hasta Toledo: “Estamos agradeciéndole al río por la esperanza, por el bosque, por la memoria de las víctimas, por la vida y, principalmente, por esta comunidad”. O el de Rubén Darío Espinosa, quien nació, creció y se crio a orillas del Cauca. El río le quitó a su hermano, asesinado y lanzado a sus aguas, y la represa a su madre que, según Rubén, fue presionada por funcionarios de Hidroituango para que abandonara la casa en que vivía. A él mismo, Hidroituango le ofreció veinticinco millones de pesos para que abandonara su vivienda, ubicada en la playa Guayacán, municipio de Ituango, en la zona que será inundada. “Pero a nosotros los barequeros no nos importa la plata, para nosotros el río no tiene precio”. Por las mallas, varillas y escombros arrojados al río que, según los pescadores, dañan las atarrayas; por la desviación del Cauca que ha deteriorado la actividad de los barequeros, que aseguran ya no encontrar oro; por los desalojos a la fuerza con ESMAD a bordo en contra de campesinos que no conciben su vida fuera de la tierra que los vio nacer; por las víctimas de la guerra que fueron arrojadas al río; y por la incertidumbre que para las comunidades ha generado la construcción de la hidroeléctrica, estuvieron allí cientos de pescadores, barequeros y campesinos sentando sus voces de protesta.

Natiley Gómez permaneció de pie y en la misma posición durante las seis horas que tardó la siembra.

Alexander Zapata, presidente de la Asociación de Víctimas y Afectados por Megaproyectos del Aro, quien exige que el Estado actúe y defienda a su comunidad de proyectos como HidroItuango.

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Relatos del Cauca Texto y fotografías: Alejandro Valencia Carmona Estudiante de Periodismo alejovalcar7@gmail.com

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va Lucely Higuita Olivero Yo vengo al río Cauca desde que era pequeña y mi papá me cargaba en su espalda por unas peñas y yo le hacía bejucos. Toda la vida he sido barequera en las orillas del Cauca y mis hijos también lo son, aunque hay unos que también son agricultores y jornaleros. A todos ellos les ayudo cuando me va bien en el río, y a los trece nietos que tengo les doy plata pa’ que puedan estudiar o mecatiar. De todas maneras, ya no sacamos el oro que sacábamos antes de que los dragueros llegaran a las playas de nosotros. Ahora que las cosas están tan duras, sacamos muy poquito, por ahí entre 110 y 120 mil pesos. Antes me sacaba setecientos, ochocientos, novecientos mil pesos a la semana. A uno el río le da plata, ropa, de todo. Pero también se lo puede llevar; le da pasaje gratis pa’ donde quiera. Uno no se puede confiar, hay muchos que se pierden porque se confían. Yo pongo mi molino bien firme, echo tierra y trabajo todo el día, desde las seis de la mañana, y me baño en la tarde con una totuma, pero yo no me meto al río. Uno no se puede confiar de él. Por eso siempre trato de ir con mi compañera, que es mi hija, cuando puede, porque a ella le dan ataques de epilepsia. Un día que ella no pudo acompañarme, un señor forastero se metió en mi cambuche dizque para dormir conmigo y me tocó echarlo. Ese es otro problema, y es que uno se encuentra con gente forastera en la orilla del río. Uno no sabe ni quiénes son ni cómo se llaman, es gente que nos dice que nos tenemos que ir y otras cosas que a veces no nos dejan dormir.

ESPECIAL

Memoria represada

Estos son los testimonios de cuatro campesinos del Norte de Antioquia que han dedicado su vida a buscar, entre la arena de las playas del río Cauca, los pequeños granos de oro que son el sustento para ellos y sus familias. Ahora, ad portas del llenado de la represa, su futuro y el de esta tradición ancestral son inciertos.

Rosadira Mazo

Julio César Osorio

Después participé en la venta del orito y ahí le cogí cariño. Nosotros esperamos algún apoyo por parte del Gobierno, que debe mirar las cosas a favor del campesino. Hay cosas que son injustas y uno tiene derechos. Por ejemplo, esta playa toda la vida ha sido de nosotros, nadie nos ha llegado a sacar, ningún dueño de finca me ha llegado a decir, en los más de setenta años que yo llevo en esta zona, “váyase que esta playa es mía”, ninguno. Y EPM lo va a sacar a uno sin darle nada. Eso es una injusticia. EPM me discriminó porque no me incluyó en el censo cuando yo me tuve que ir para Tarazá. En ese momento me vi sin plata y trabajé en el río Nechí durante tres meses. Ese fue el problema y, según eso, dicen que yo soy de Tarazá, sabiendo que yo llevo veinticuatro años viviendo en Toledo, en la vereda Miraflores.

Eva Lucely Higuita Olivero

Rosadira Mazo Yo vivo con mi esposo y dos nietos de dos hijos que me mató el conflicto armado. Desde muy pequeña me he dedicado a barequiar por todas estas playas: Penchi, Cañaveral, Areneras, Sardinas, pero ahora estoy viviendo en Mote. Vamos a ver hasta cuándo nos dejan quedar ahí. Nosotros hemos tenido ranchos en todos los lados, pero siempre llega la inspectora de Toledo y EPM a tumbarlos. A mí me han tumbado ocho ranchos ya. Y es que los tumban porque les da la gana, porque nosotros no hacemos mal a nadie sacando orito de esas playas. Ellos llegan con policías, Esmad, perros, y nos tumban los ranchos y nosotros al frente llorando. Y después nos vamos y los armamos en otro lado. Una vez llegaron al rancho diciendo que esas tierras eran propiedad de EPM y que no podíamos estar ahí. A los días volvieron con un amparo policivo, diciendo que nos iban a tumbar los ranchos y que nos daban dos horas para sacar las cosas. Después entraron unos vigilantes y le echaron candela a todo eso. Hubo gente que no estaba ahí en ese momento para sacar las cosas y lo perdió todo. Luego

Juan Bautista

bajamos al pie del río, a un palo de mango, y nos dijeron que tampoco nos podíamos quedar ahí, entonces pegamos para Mote y ahí llevamos un buen tiempo ya. Lo que más me duele es cuando me sacan del río. Salgo llorando, porque a uno trabajando por tantos años el río le hace falta. Uno está acostumbrado al Cauca. Me duele mucho que me saquen, pero desgraciadamente tenemos que salir porque usted sabe que los más poderosos son los que mandan. A mí no me ha ido bien. Me ha ido más bien mal, pero ahí estamos en la lucha... ahí estamos. Juan Bautista Yo trabajaba con mi papá en la finca y un día me dio por irme para el Cauca, me convidaron y trabajé con ellos.

Julio César Osorio Yo soy minero de Valdivia. He vivido de la mina toda la vida, también soy agricultor. Aunque la mina es donde más trabajo y mis hijos también. En la casa vivimos tres personas, fuera de yo. También me toca sacar la cara por los pelaos que están estudiando y le ayudo a un hijo que se metió en una responsabilidad muy grande: siete hijos… pero es verraquito porque los tiene estudiando y todo. Lastimosamente, ya todo se acabó. En Valdivia la gente no hace sino aguantar hambre porque no saben pa’ dónde pegar a sacar oro y por eso se están yendo del pueblo. Yo me meto la semana enterita y saco dos realitos, tres realitos, que cada uno está valiendo veinticuatro mil pesos. Eso no es nada. Antes me sacaba cuatro castellanos que valen dos millones de pesos y con eso compraba el mercado y arreglaba la finquita. Tres días en la mina y tres días sembrando yuca, maíz, plátano… así trabajaba yo. A lo último piensa uno si es que ya no sabe sacar oro o qué. Esas playas están tapadas por una capa de barro. Mientras que uno destapa eso se muere de hambre. Y eso es porque EPM tira todo ese sedimento al río en la noche. Ellos nos dicen que nos van a indemnizar por irnos de acá. Nosotros ya estamos viejos, nos tomamos una aguapanela y nos vamos, pero ¿los hijos qué? Ellos hacen lo mismo que uno, ¿qué van a hacer ellos después? Al fin nos va a tocar irnos. Yo ya estoy pensando en pegar pa’ Andes o pal Valle del Cauca. Irme pa’ otra parte, que no es mi tierra. Toca así porque, ¿qué más hace uno? Esto está duro ¡Ay, Dios mío! Si la gente que tiene el poder se diera cuenta de la situación de la gente pobre, le daría ganas hasta de chillar.

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Patricia Nieto: Las historias parten de un lugar “Meditar” es el verbo que prefiero para expresar cómo un reportero conoce el universo al que se aproxima. A esa práctica reflexiva se llega al contrastar los datos que obtiene en la investigación con el propio sentido de la vida que el cronista guarda en su interior. […] El sentido de la vida es el principio que nutre el pensamiento y la acción de cada hombre y, por supuesto, el origen de la mirada y el estilo particulares. “El asombro personal”: (P.N.) Angie López Cardona Estudiante de Periodismo angiev.lopez@udea.edu.co Fotografía: Juan David Tamayo Mejía El encuentro Dicen que la sangre llama y eso es cierto, pero también la tierra hace su trabajo. Ambas crecimos en un pueblo rodeado de montañas que se encuentran ocultas tras la niebla. Al pie de La Vieja y el Capiro, transcurrieron nuestros primeros días de una manera muy similar, aunque hubiese casi tres décadas de diferencia, porque allí la vida no cambia mucho así pase el tiempo. A los dieciséis, como si fuera una etapa más de la vida, ambas quisimos dejar la tranquilidad del pueblo, tomamos la ruta Sonsón-Medellín y llegamos al mismo lugar: la Facultad de Comunicaciones en la Universidad de Antioquia. Afuera del salón 12-209, donde dicta su Seminario de Reportaje, le cuento mis intenciones. Patricia Nieto, periodista y docente, en otro momento dijo: “Las historias parten de un lugar”. Las nuestras comenzaron en Sonsón y se

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encontraron en estos pasillos del bloque 12, pienso yo. Es una razón suficiente para querer conocerla. Para ella, quizá no, pero pudo ser un motivo para abrirme un espacio, en medio de una agenda que la mantiene ocupada incluso los sábados. Sus crónicas y reportajes son leídos, nombrados y recomendados, al menos una vez por semestre. Su nombre siempre está acompañado de la frase: “Estudiar Periodismo en la Universidad de Antioquia y no ver alguna clase con Patricia Nieto, no tiene sentido”, como si de una leyenda se tratara. —Desde pequeña, ¿ya era cronista…? —Yo creo que sí. Cuando estaba muy pequeña, recuerdo que en una esquina vivía una viejita que era muy sola; todos los días ella salía a barrer la acera y, después de cierto día, no la volvimos a ver. Entonces, un vecino se metió por la ventana, que quedaba en un segundo piso. Esa tarde toda la gente subió a ver cómo había quedado el cadáver y salían diciendo toda clase de historias. Como mis papás no me dejaron ir, yo me puse a mirar por la ventana y a escribir eso que pasaba ahí al frente de mi casa. —¿Y escribió sobre lo que veía o se imaginó qué había pasado con doña Julia?


19 —Lo que veía que pasaba, a mí no me ha gustado inventar las historias. Yo veía que a muchos de mis compañeros les ha funcionado y les va bien, pero a mí no. El acto mismo de escribir fue siempre cercano, sus días transcurrieron entre libros y letras, porque sus padres eran docentes. Su papá, siempre que llegaba con muchas libretas, ella y sus dos hermanas se ponían a anotar cada cosa que veían. Cada semana después del colegio, al que ingresó a los cuatro años porque ya sabía leer y escribir, asistía al semillero de la señorita Myriam Correa en la Biblioteca Municipal: leían, veían películas y escuchaban las historias de los más grandes. —¿Qué fue lo que más cambió para usted en esa transición a Medellín? —La libertad. En el pueblo vivía con mis papás, que eran muy rígidos, y cuando me vine para Medellín a vivir con mis tíos, algunos todavía estaban estudiando en la universidad; entonces, era muy diferente. No es que abusara de esa libertad que tenía y que pudiera hacer lo que quisiera. Yo era responsable de mí. Desde que ingresó al pregrado de Comunicación Social y Periodismo, en 1985, comenzó a escribir su historia como cronista. Patricia y otros compañeros recibieron la dirección de Detrás de la fachada, un programa informativo que se presentaba semanalmente y donde inicialmente conoció la ciudad y tuvo los primeros acercamientos a sus problemáticas sociales. —¿Qué temas le gustaban cuando comenzó en el pregrado? —Al principio, escribía mucho sobre los personajes del pueblo y las cosas que sucedían allí. Después, me interesaron los temas de la ciudad, empecé a enfrentarme a situaciones y problemas que nunca me había tocado ver. Porque, hasta ese momento, no había llegado el periodo de violencia que se vivió en Sonsón y acá cosas como la pobreza eran mucho más graves. —¿Nunca pensó en hacer parte de un movimiento estudiantil? —No, yo en lo único que pensaba era en correr. Cuando estaba estudiando, la Facultad de Comunicaciones quedaba donde ahora es el bloque 9. A veces se entraba la Policía; entonces, todos empezábamos a correr y no nos daba tiempo de pensar en algo más. Y creo que tampoco me ofrecieron unirme o, si lo hicieron, nunca supe. Su primer trabajo como periodista fue en el periódico El Mundo en 1990. Ingresó como practicante. Debido a lo convulsa que se encontraba Medellín en aquel momento y a la ola de violencia que se había desencadenado por los carteles de la droga, aunque a Patricia le encargaron Salud, Medio Ambiente y Ciudad, casi siempre terminaba cubriendo, como el resto de reporteros, asesinatos, secuestros, bombas, entre otros. En 1992, llegó a La Hoja. Una revista que le apostó a nuevos temas y visiones que se escribían a partir de la historia, la cultura, tradiciones, personajes del común y obras públicas, que rompían con la agenda mediática tradicional. Pasó de hacer periodismo del día a día a dos artículos mensuales y construyó su sello como periodista por la libertad que tenía a la hora de escribir. Con las historias de vida sacadas de los inquilinatos en Lovaina, Niquitao y Laureles, se hizo merecedora de su primer premio, en 1992, el Latinoamericano de Periodismo José Martí, otorgado por la Agencia de Prensa Latina. Que, después de ser anunciado, tardó tanto en llegar que, cuando pasó, ya no se lo creía. Con “Epidemia depresiva”, una crónica sobre una serie de suicidios en Guarne, obtuvo el Premio Simón Bolívar en 1996. —¿Cómo empezó a narrar el conflicto desde las víctimas? —Estar en el centro de las problemáticas sociales y conocer con más profundidad los barrios periféricos me permitió descubrir muchas de esas historias. Las de los inquilinatos en Medellín, las hacía en mis ratos libres. Después de entregar las notas diarias que me correspondían, o los sábados que era mi día de descanso, hacía reportería, escribía, entregaba los artículos y, a veces, me los publicaban en el periódico del domingo. Entre sus libros destacados se encuentran Llanto en el paraíso, algunos relatos que en la voz de tres mujeres dan cuenta sobre la guerra en Colombia; con este ganó el Premio Nacional de Cultura de la Universidad de Antioquia, en 2008. En otro, Los escogidos, narra las historias de los muertos que van bajando por el Río Magdalena y llegan a Puerto Berrío, allí el sepulturero los recoge y dejan de ser

NN. En el cementerio, reciben un nombre, una historia, tal vez una familia o algún doliente. En sus ojos cafés lleva todas las historias y rostros que por ellos han pasado, sin perder ese singular brillo que le añade dulzura a su mirada y luz a sus textos. Al leer a Patricia, siento que el odio no tiene lugar. Recuerdo, por ejemplo, un fragmento de Llanto en el paraíso: “Abro los ojos y te veo. Tu cara no se conmueve ante la mía, tu cuerpo delgado naufraga en la camisa blanca, y tus pies —rudos, definidos— muestran el carácter de quien ha caminado con determinación. Casi no hablas, inclinas un poco la cabeza y desde allí me miras. Hay un tenue brillo en el fondo de tus ojos. Esa ruta me llama. Emprendo el viaje”.

cación siempre nos está pidiendo que acumulemos títulos para dar más prestigio al lugar en que trabajamos, pero para qué si hay niños que no tienen un profesor o un lugar adecuado donde recibir sus clases. Yo no sé qué respuesta estaba esperando, pero quería que pasara algo con esa carta. Finalmente, tuve una reunión con el rector, la secretaria, y me dijeron que iban a hacer algo, pero en realidad nunca supe qué pasó. Despedida Patricia siempre está rodeada de alumnos, compañeros, amigos, profesores y otras personas que se acercan a ella con un saludo afectuoso y, de vez en cuando, con un libro en la mano como obsequio. En medio de su biblioteca, cerca de la literatura de conflicto, debajo de los libros escritos por ella, están las libretas y cuadernos en los que ha hecho cientos de anotaciones y va agregando de manera separada la información para sus proyectos, que puede tener en espera desde hace más de diez años. En su casa, un espacio blanco como una hoja de papel, Patricia vuelve a ser niña, se sienta, recoge los pies y abraza una almohada. Entre cerámicas, muñecos colgados del techo, mesas, repisas y premios regados en el piso, se mantiene la mayor parte de su tiempo libre; algunas veces lee y otras, cuando no quiere pensar, ve en la televisión programas como Dr. House o Investigation Discovery. Después de tres encuentros, dos viajes en taxi, una cerveza y una pizza, nos sentamos a revisar exhaustivamente un árbol genealógico, en un libro en el que se encuentra toda la descendencia Nieto en Sonsón. Tratamos de ver si somos de la misma familia, porque mi papá es de apellido López Nieto. Un semestre más tarde, en el salón 12-209 me siento en la misma silla, mientras oigo a Patricia Nieto explicar la actividad con los papelitos de colores que tienen unas preguntas y el objetivo de conocernos mejor, pues es la primera clase de Taller de Medios I. —Tantos nombres bonitos en la familia. Yo no sé en qué estaba pensando mi mamá para ponerme Gloria Patricia —me dijo en la primera charla.

La maestra Patricia Nieto se encuentra al lado del pizarrón y yo, en una de las sillas de su aula de clase prestando atención, esta vez no a la exposición sino a su figura y movimientos. En el salón 209, la mesa le permite una comunicación más horizontal con los estudiantes, y de vez en cuando, sentarse sobre ella para explicar algo. Su clase no es magistral. Luego de haber ubicado una fila con números del uno al dieciséis y en la columna varias palabras, la profesora explica la actividad. Les asigna funciones a sus estudiantes: a uno, repartir los temas a los grupos y a otra, ser la encargada de evacuar el salón si algo ocurre mientras hacemos un mandado. —¿Cómo son sus clases? —En mis materias, un semestre nunca es igual a otro. Como los alumnos son diferentes, los temas que traen también lo son. Para Seminario de Reportaje, por ejemplo, durante la primera clase se miran los intereses de los estudiantes y, con eso, qué textos se les puede proponer. —¿El haber estudiado en un colegio con una modalidad pedagógica influyó para que fuera docente? —No sé por qué quise ser docente, pero no fue por haber estudiado en el IDEM de Sonsón, que en ese entonces tenía una modalidad pedagógica. A mí no me gustaba estudiar en ese colegio porque era muy exigente y todo el tiempo estábamos preparando las actividades para los grupos que teníamos a cargo; pero no había más opciones en el municipio. Fue tan traumático que todavía sueño haciendo las prácticas. A pesar de ser Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia y Doctora en Comunicaciones de la Universidad de La Plata, a ella poco le importan los títulos y formalidades. Sabe que para un país más justo, lo primero es la educación, más allá de ser la Universidad de Antioquia o una escuela rural en el Chocó. —Usted le envió una carta al rector… —Sí, yo había terminado el doctorado en La Plata. Me encontraba haciendo un proyecto en Bellavista, un corregimiento en el Chocó, y en el camino, me encontré con un grupo de niños que no tenían profesor y llevaban mucho tiempo sin recibir clase; cuando me vieron, pensaron que yo era su profesora. Entonces, decidí enviarle esa carta al Rector, planteándole la posibilidad de que me enviara a esa escuela rural donde esos niños que estaban sin profesor. En su carta al rector dice: “No sé quién los llamó ni cómo llegaron (uno lo hizo a pelo de caballo porque lo vi —jinete sin camisa— cruzar la plaza al trote). Simplemente los encontré —de pie, sonrientes, recién bañados—. Eran más de cinco y menos de diez los que me acosaban. “¿Cierto que usted es la maestra?”, me increpó una de ojos negros, directos, seguros. “¡No nos diga que no!”, insistió el que confesó, de entrada, que no se sabía el alfabeto. “Que usted sí es la maestra… ¡No nos diga que no!”, rogó otra, mirando al piso, con la voz apretada”. El más conocido de los libros de Patricia Nieto relata unas historias de río y memoria, de ese tema que tanto ha trazado su ruta en el periodismo y en la docencia, la memoria, precisamente. La memo—¿Por qué ser profesora de una ria que en determinadas circunstancias puede construirse a partir de la ausencia de datos. escuela rural? ¿Obtuvo una respuesta? —En este país, el Ministerio de Edu-

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El volcán amenazado La población de Arboletes, en el extremo norte del Urabá antioqueño, contempla con preocupación el avance de la erosión costera, que no solo amenaza al litoral, sino también a la mayor atracción turística de la zona. ¿A quién pertenece el volcán de lodo y por qué nadie hace lo suficiente? Juan Arturo Gómez Tobón Estudiante de Comunicación Social Periodismo atgoz@hotmail.com Fotografías: Daniel López Rodríguez

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quince minutos del casco urbano de Arboletes, en la cima de un pequeño cerro desde donde se divisa el golfo de Urabá en todo su esplendor, se encuentra una piscina natural de lodo; en ella, la tierra exhala cada dos minutos bocanadas de barro cargadas de azufre, calcio, hierro, magnesio, yodo y potasio a las que se les atribuyen cualidades curativas para la artritis, acné, problemas pulmonares y resequedad en la piel. Esto, sumado a su temperatura ideal, lo ha convertido en el sitio turístico por excelencia en Urabá. A Arboletes llegan alrededor de cincuenta mil turistas por año, provenientes principalmente de Antioquia, Chocó y Córdoba. Sin embargo, desde hace quince años muchos de los treinta mil habitantes de este municipio observan cómo la erosión costera se lleva lentamente las playas y las pequeñas montañas de Arboletes. Uno de sus mayores temores es que el mar devore al volcán. Durante este tiempo, el Estado no ha tomado correctivo alguno, por ser una propiedad privada. La erosión costera no solo amenaza el volcán Para el doctor en geología marina e investigador de la Universidad Eafit Iván Darío Correa, el problema de la erosión costera es un fenómeno generalizado en los 145 kilómetros de litoral entre Arboletes y Turbo. En su artículo Introducción al problema de la erosión litoral en Urabá (sector Arboletes-Turbo), publicado en el boletín del Instituto de Investigaciones Costeras (Invemar), en los últimos cuarenta años el mar ha devorado la costa a un ritmo máximo de cuarenta metros por año en un sitio conocido como Punta Rey. En lugares como la playa de Turbo, Uveros, Zapata y Damaquiel, la línea costera ha retrocedido entre cincuenta y cien metros.

Según los docentes de la Universidad de Antioquia Alfredo Jaramillo Vélez, coordinador del programa de ingeniería oceanográfica de la Seccional Urabá, y Cecilia Bustamante, existe una erosión natural producto del aumento del nivel del mar, causado por el choque constante de las placas tectónicas de Nazca, el Caribe y Suramérica, pero este fenómeno se ha intensificado de manera alarmante en los últimos treinta años por culpa de la actividad humana. La desviación del río Turbo, la extracción de material de playa para obras civiles, el relleno de humedales y el mal manejo de aguas residuales han acelerado el deterioro de las costas. “Desde el punto físico y natural ha habido un retroceso de la línea de costa en Arboletes, desde la intervención de Punta de Rey. La gente dice: el mar se me comió la tierra. No, no es que el mar se trague la tierra, él está buscando un nuevo equilibrio, después de que alteramos su equilibrio. Cuando se rompió Punta Rey, se destruyó un espolón natural y se alteró la geología natural”, sentencia el docente Jaramillo. Pero el fenómeno es aún más complejo. El golfo de Urabá y el Darién Chocoano es un ecosistema administrado por las corporaciones autónomas regionales Corpourabá, en el Urabá antioqueño, CVS en el Urabá cordobés, y Codechocó en el Chocó, lo que no permite una política pública unificada. La deforestación de las selvas del Tapón —de donde sale el 75 por ciento de la madera usada en Antioquia—, la minería ilegal y los incendios ocurridos en Unguía, Chocó, en 2014 y 2016, han aumentado los residuos arrojados por el río Atrato al golfo, unos 1.130 millones de toneladas de sedimentación al año.

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Un paraíso amenazado Cuando los primeros pobladores llegaron a finales de 1910, se encontraron una exuberante y verde vegetación; por eso lo llamaron Arboletes, tierra de árboles. La riqueza de sus tierras y ríos, sus bellas playas y la vía al mar lo volvieron un lugar codiciado. Décadas más tarde, llegó la inversión privada y, con esta, un urbanismo sin planificar que hoy pasa factura. De Punta Rey se extrajeron toneladas de piedra caliza para las nuevas obras civiles, la construcción de viviendas y cabañas a orillas de la playa. Esta extracción descontrolada de material trajo como consecuencia la destrucción de la barrera natural que protegía a Arboletes y a sus alrededores de las mareas. Un total de 4.6 kilómetros cuadrados de tierra ha perdido la península. Hoy, de Punta Rey solo queda un islote; los 1.600 metros de tierra que unían el corregimiento con el continente fueron derruidos por el oleaje, el mismo que hoy amenaza el paradisiaco y prístino lugar que es Arboletes. Los temores del comerciante Norman Arteaga son reales: Arboletes es el municipio más afectado, hasta el punto de que la erosión amenaza con llevarse un tramo de la vía que comunica a Urabá con Córdoba. “El mar, ese mismo que nos ha dado todo, también nos lo ha quitado”, dice Delis Hernández Cabello, quien hace sesenta años vive en Punta Rey: “A mí me ha echado dos veces, primero estábamos allá donde están las piedras —señala un punto distante a unos doscientos metros— y ahora

La erosión no es solo acá, es generalizada; si no pueden invertir en el volcán porque es propiedad privada, ¿por qué no se ha invertido en los otros lugares? Además, la erosión no es en el volcán, es en el barranco de la montaña que está a orillas del mar.


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De Punta Rey tan solo queda un pequeño islote. 4,6 kilómetros cuadrados ha devorado el mar en este lugar.

Al volcán de lodo de Arboletes se le atribuyen cualidades curativas. Un promedio de 50.000 turistas lo visitan al año.

urbano de Arboletes: “Las obras se debieron hacer también en Puerto Rey, río Jobo y el volcán, pero la plata se acabó y el resto quedamos a la deriva. En Puerto Rey se han perdido cabañas con piscinas y en el barrio El Minuto el mar se ha llevado más de sesenta casas. La erosión no es solo acá, es generalizada; si no pueden invertir en el volcán porque es propiedad privada, ¿por qué no se ha invertido en los otros lugares? Además, la erosión no es en el volcán, es en el barranco de la montaña que está a orillas del mar. Nosotros desde hace cuatro años estamos haciendo trinchos y eso ha frenado un poco la arremetida del mar”. Norman Artega, comerciante: “El volcán de lodo es el corazón de Arboletes. Si deja de latir, Arboletes muere”. La sociedad dueña del volcán está analizando dos posibilidades de inversión para llevar el parador turístico a otro nivel. La lo tenemos a menos de cincuenta metros. El mar se va lleprimera es la compra por parte del departamento de Anvando, llevando, llevando todo y de ayudas nada, nada; solo tioquia para hacer un parque temático; la segunda proechan piedras y el mar también se las lleva”. puesta, según Tobón, la comanda una cadena de hoteles y Nemesio Villalobos, vecino, interrumpe a Delis para consiste en hacer un complejo turístico con SPA, tobogán decir: “Yo ya he parado tres casas y el mar se las ha comido. al mar y malecón en la playa: “Para salvar el volcán se neHemos denunciado por años ante la alcaldía de Los Córdocesita una inversión que nosotros no tenemos. Hacer un ba y nadie ha hecho nada. En Punta Rey se han hundido muro de contención cuesta alrededor de 2.500 millones de más de cuatro kilómetros. La gente se ha ido, pero nosotros pesos”, asegura. seguimos aquí. Uno ya viejo no tiene pa’ dónde coger”. Según Lorenzo Acuña Romero, alcalde de ArboleDe la próspera península de pescadores solo queda una tes, “el volcán de lodo es el principal motor del turismo pequeña ensenada habitada por 150 personas. Entre tanto, en Arboletes, tan es así, que nuestras fiestas se llaman: Villalobos y la gran mayoría de viajeros desprevenidos que Festival de la Expresión Cultural y del Volcán”. Ante el transitan por la vía que conduce a Montería ven cómo el deterioro y la posibilidad de proyectos oficiales, el almar devora cultivos de coco, pastizales y viviendas. Solo calde apunta: “El problema del volcán es que, aunque unas rocas calizas sirven de protección a la Trasversal de pertenece al Estado, las tierras donde está son privadas; las Américas, una obra sin terminar cuyo costo inicial es de por eso no se puede invertir en obras para evitar su des1,6 billones de pesos. aparición. Si lo hiciéramos, incurriríamos en un delito. “Alguna madrugada, después de una noche de un fuerPero ya hay una luz para ello, el gobernador Luis Pérez te mar de leva, la carretera se la tragará el mar —advierquiere comprar los terrenos para el departamento. Ellos te—; hoy solo está protegida por unas piedras arrojadas por ya tienen un avalúo, y los dueños otro. Están en el proalguien”. ceso de concertación, porque tengo entendido que hay una diferencia abismal entre los dos precios. Apenas el Un corazón volcán sea propiedad del Estado, nosotros haremos las En Arboletes, alrededor de dos mil familias adquieren obras de contención en la ladera de la montaña, antes no. su sustento diario del turismo. Para el comerciante Norman La idea es construir un complejo turístico”. Ortega, el volcán de lodo es el corazón del pueblo: “Si deja Con respecto al fenómeno de la erosión costera, el alde latir, Arboletes muere”. En los últimos años, sin embarcalde aclara: “La administración pasada hizo tres espologo, muchos turistas le han comentado del peligro de la erones, y estamos convencidos de que hay que continuar con sión: “Algunos me han expresado el temor que les da que el este tipo de obras de mitigación y contención. Por ello, volcán se derrumbe cuando están en él. Necesitamos que el hemos hecho dos visitas a la Oficina de Erosión Costera Gobierno se ponga las manos rápido y salve nuestro tesoro, y, en compañía de la Ministra de Turismo, estuvimos en la pero la cantaleta ha sido siempre la misma: el volcán está en Cámara de Representantes exponiendo el problema; adeuna propiedad privada y el Estado no puede invertir ahí”. más, con los ingenieros de la gobernación ya se hizo una En 1970, los directivos de la Sociedad Antioqueña de visita técnica y se elaboró un mapa de los puntos críticos. Transporte compraron las doce hectáreas del predio de El gobernador de Antioquia ha expresado varias veces: Moisés Reyes. Los empresarios vieron el potencial del vol‘Con los dineros de las regalías se harán las obras nececán, después de visitar uno similar en Sicilia, Italia. “Don sarias. Ya la administración departamental contrató con Hernán Tobón Tobón, directivo de Santra, armó planes varias universidades, entre ellas la Universidad de Antioturísticos desde Medellín y cada quince días traían al mequia, los estudios y el diseño de las obras necesarias”. nos dos buses con viajeros”, relata Juan Carlos Tobón, administrador del hostal y estadero donde se encuentra el atractivo turístico. “No más pañitos de agua tibia” De acuerdo con Tobón, la erosión del volcán se aceEn los 145 kilómetros de costa que tiene Antioquia se leró después de que se hicieron los espolones en el casco han construido un total de 160 espolones, uno por cada

novecientos metros,; la mayoría por iniciativa privada, sin mayor planificación y sin estrictos estudios técnicos. Juan Francisco Delgado Cuadrado, director del periódico El Mechón de Arboletes, explica la situación y exige una intervención real del Estado: “El dueño de una cabaña ve que el mar se está comiendo su playa, construye un espolón, soluciona el problema de él, pero se lo traslada a los vecinos. Es doloroso ver cómo se invierten grandes recursos en vías, pero no se invierte en evitar la erosión que afecta a todos los municipios costeros de Urabá. Necesitamos obras urgentes, no pañitos de agua tibia”. Para el docente Alfredo Jaramillo Vélez, la primera acción a ejecutar es educar a las comunidades sobre el uso sustentable de la tierra para que entiendan las dinámicas del ecosistema. Otra solución es construir unos tómbolos o diques exentos —a diferencia del espolón el dique exento no es obra pegada a la playa sino paralela a esta—: “En Arboletes solo se construyeron tres, pero no se continuó el proceso más al sur, que es donde actualmente se está presentado el problema”. Por otro lado, desde la Seccional de Urabá de la Universidad se están investigando varias soluciones científicas al problema de erosión en el Golfo. ¿Qué sucedería si se reconstruye Punta Rey, por ejemplo? Actualmente se trabaja en elaborar un modelo matemático para dar con la respuesta. Desde los años setenta, de boca de los lugareños y en cualquier esquina de Arboletes, se escucha la historia de un joven venido de Medellín, quien, después de sumergirse en el volcán de lodo, se curó de la viruela. Según el Ministerio de Salud, esta enfermedad se erradicó de Colombia en 1962 y el último caso reportado en el mundo fue en 1977. Es probable que la historia del joven sea cierta o no, y es probable que el lodo del volcán, en efecto, tenga propiedades curativas. Mientras tanto, este enfermo que tanto hace por la economía de la región urge que se le atienda.

¿Qué hay bajo el volcán? La docente universitaria Cecilia Bustamante explica que volcanes como el de Arboletes están asociados a yacimientos de gas natural. Allí existen más de cien volcanes y en Turbo y Necoclí existen unos diez, pero no del tamaño del del parador turístico. Según la Agencia Nacional de Hidrocarburos, Arboletes cuenta con reservas de gas natural sin cuantificar. Aun hoy, al caminar por las calles sin pavimentar del barrio El Minuto, el transeúnte se topa con manjoles, vestigios claros de las exploraciones que hizo la Texas Company en la década de los ochenta. “De las 420 mil hectáreas del Urabá, 344.400 cuentan con título minero —dijo Juan Camilo Restrepo, entonces ministro de Agricultura, en 2008— . Los predios se encuentran titulados en forma desmesurada, desordenada y, muchas veces, ilegal”. En Urabá existen yacimientos carboníferos desde Arboletes hasta Chigorodó y estas reservas duplican las minas del Cerrejón en La Guajira, donde se extrae el noventa por ciento de producción actual del país. El IDEA es propietario de 95 mil hectáreas para la explotación de carbón, y las 85 mil restantes —de las 190 mil tituladas para extracción de la piedra negra— son propiedad de particulares. En resumidas cuentas, la riqueza minera y los tres puertos en construcción divisan al Urabá en un futuro no lejano como un nuevo Cerrejón, pero con su Buenaventura.

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22 Encuentro

Una guitarra, dos maracas y tres serenatas La música une amigos, también encuentra amores. Historia de un “amor de la vida” conocido en la vejez. Se enamoraron perdidamente en 2011. Compraron un par de maracas, las cuerdas de una guitarra y un lugar en el corazón de aquellos que se atreven a escuchar sus canciones.

María Ernestina Gallego y Juan González Ramírez Soto. Sin importar el sofocante sol, el hambre y los más de cuarenta kilómetros que los separan de Abejorral, su pueblo, los dos no dejan de cantar Penas amargas.

Norvey Echeverry Orozco Estudiante de Comunicación Social - Periodismo norvey.echeverry@udea.edu.co Fotografía: Camilo León

E

s muy común escucharlos cantando en cualquier esquina del parque principal de La Ceja. Coincidieron en los sombreros, también en la música y desde los últimos seis años en el amor. El nombre de ella es María Ernestina Gallego y el de él Juan González Ramírez Soto — lo que parece indicar que en la vida tuvo dos mamás—, los dos procedentes del municipio de Abejorral. Al preguntarles desde cuándo viajaron, ambos responden de inmediato como el coro de una orquesta sinfónica: “Desde antier”. Cada veinte días se suben en un bus azul marcado con el nombre de “Trans. Unidos”, tan unidos como ellos dos, pues en el viaje no se sueltan de la mano. Cumplen como asalariados un horario de ocho horas: de 8 a.m. a 4 p.m. A veces los horarios disminuyen a seis o cinco horas, todo depende del día y de que a las nubes no les dé por llorar. En La Ceja tienen un nieto, de treinta y pocos años, en cuya casa se hospedan unos pocos días. Con malicia, María Ernestina me hace creer que cada día se ganan cien mil pesos, pero en el tazón de color amarillo en donde recogen el producido del día solo hay diez monedas de doscientos y un papel impreso con el rostro de Jorge Eliécer Gaitán. Sus canciones son variadas, tanto que puede ser interpretadas al frente de la casa de una futura esposa o en la morgue; todo depende de la ocasión. Entonces decido preguntarle a Juan por algunos de los títulos más cantados y pedidos por la audiencia que los escucha —por lo general, los viejitos que salen de la misa de doce de la Basílica Menor Nuestra Señora del Carmen. —Don Juan, ¿cuáles son los nombres de las canciones que más tocan?

—Emmmm… emmmm… emmmm… —su voz tiene cierto parecido con el sonido que produce un motor de volqueta de los años ochenta al ser revolucionado. —¿No se acuerda? No hay problema, tranquilo. —Sí. Yo sí me acuerdo —Juan mira hacia el cielo buscando la lista de reproducción, como la busca YouTube en la nube de internet cada vez que una persona tiene sentimientos de amargura, despecho o alegría. Después de veinte palpitaciones de su corazón y cuatro choques de las campanas de la iglesia, comienza a dictar las canciones: —Corazón Prisionero, Qué Pena, Trío de la Ausencia, ¿Por qué te encontré en mi camino? —el viejo lleva su mirada enamorada hacia el rostro de Ernestina, pero ella mira atenta el reloj de la iglesia— y Penas Amargas. Todo el día cantan sin parar. Muchas veces sin desayunar ni almorzar. A las canciones las acompaña el hambre, pero también un amor que es evidente. Son las 11:00 a.m., es lo que indica el reloj de la cúpula de la basílica, y apenas han podido probar cada uno de a café con leche. A los dos les pregunto por lo que cinco segundos antes había anotado en mi libreta: —¿No se cansan mucho de cantar todo el día? —No —contesta María. —No —replica Juan, sin necesidad. —¿Llegan muy roncos a la casa? —insisto yo. —Hay veces —dice María, acompañando su respuesta de una risa contagiosa. Se conocieron seis años atrás. Se enamoraron. Desde ese momento se dedicaron a ahorrar para cantar. Compraron los instrumentos: maracas y cuerdas de guitarra. A Juan le regalaban las guitarras, pero sin cuerdas. María, en su vida, solo había conocido un novio que sin querer ni despedirse de ella se murió. Un silencio de cementerio visita nuestra conversación, aparentemente a Juan le incomoda el relato de la antigua historia de Ernestina y por eso decide rasgar con sus dedos las cuerdas de la guitarra. Me hace saber entonces que él también tuvo novias: —Me perdona que le diga… yo me conseguía por ahí mujeres, unas pintas de mujeres, bonitas. Todas las que en-

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contré iban por la plata, por la maldita plata. Decían: “Yo puedo estar con usté, pero si tiene plata”. Una persona que le diga eso a uno en esta vida, sepa usté que no está por nada. Es curioso. Muchos de los lectores de estas páginas y yo nos sentiremos identificados al creer que el supuesto “amor de la vida” solo se consigue en los años mozos y no cuando uno ya tiene más de treinta arrugas, ochenta años y un millón de canas. María es la primera novia seria que tiene Juan y Juan el segundo de María. Las maracas son el instrumento de María. Estas fueron compradas en la tienda “Camilito”, reconocida en La Ceja. Cuando le pregunto por su precio, la mujer me dice una cifra que me deja asombrado; según mis malos cálculos matemáticos a tal cifra se le debe de restar uno de los ceros que la componen: —¿Ciento veinte mil pesos? —Sí. —¿No eran doce mil pesos?

—No. Puede que el IVA haya afectado el valor de los productos, pero tal cifra pagada por unas maracas es descarado. Al averiguar su precio en la tienda en donde las había comprado Ernestina, me dicen que cuestan cinco mil pesos. La guitarra que hoy toca Juan se la regalaron hace un año. Como si yo fuera el director de una orquesta, él, apenas nota mi intención de preguntar por esta, la rasga de nuevo y exclama: —En total tengo tres. —¿Tres guitarras? —Sí. Dos acá en La Ceja y una más en Abejorral. —¿Hace mucho que toca guitarra? —Sí —responde el hombre de manera cortante. El silencio de cementerio regresa de nuevo a visitar la conversación. —Desde que tenía una sola cuerda —interrumpe Ernestina con su risa, melodiosa como la de una niña, una niña que sin miedo se acerca a los ochenta. —¿Rasga muy duro usted las cuerdas, don Juan? —No. Es que algunas se revientan por la edad. No había conocido una técnica similar de parte de otro guitarrista de los tantos experimentados que conozco. Él se impone ante la enfermedad, ayudado por el mal de Parkinson que lo agobia. —Yo aprendí a tocar viento —escuchan mis oídos. —¿Viento? —Viento —vuelven a escuchar mis oídos. —¿Qué tocaba usted de viento? —¡No, viento no, viendo, viendo! —Juan arrima su mano derecha a su ojo izquierdo, como un maestro que le explica a su alumno con plastilina lo que no puede entender. Antes de irme, les doy las gracias y, además, les prometo que sacaré una nota de ellos en el periódico. No me creen. Se miran asombrados. Se ríen. Las palomas, asustadas, se esfuman a los árboles. Les dejo sobre la taza amarillo un billete para dos cafés y la promesa de que volveré a visitarlos con De la Urbe antes de terminar el año.


Obras

23

Cuatro cuentistas de Medellín

Diego Guerra Trabajador Social dieguelo21@hotmail.com

Gamberros S.A. Gamberros S.A. es una colección de pícaros, vagos, rufianes, tramposos y otros cuantos tipos de malevos. Este libro de cuentos de Emilio Alberto Restrepo está conformado por historias cotidianas y divertidas sobre gamberros al mejor estilo colombiano. Los gamberros que nos presenta Restrepo no generan aversión o miedo; por el contrario, resultan comunes y despiertan empatía e interés por parte del lector. El mentiroso, el carretudo, el avispado, el timador, el gángster y hasta un supuesto inventor de la Coca Cola están contados aquí coloquialmenta, pero, no por ello, exentos de reflexión; por supuesto, para hablar de este tipo de personajes hay que hacerlo como es debido: recurriendo al parlache, un parlache disimulado que hace más amena y verosímil esta lectura. “A veces la gente disimula muy bien la mala fe y usted sabe que como uno es correcto e inocente y no tiene maldad en sus actos, no falta el pícaro que quiera abusar de uno” (página 12). Este libro no es una apología del malevo, sino más bien un adentramiento (más o menos humorístico) al bajo mundo en el que se dejan ver motivos y situaciones que llevan a un individuo a optar por el delito en varias de sus formas. Tal vez esta sea la razón por la que el lector alcanza a encariñarse con personajes como el tío Johncito, Caremomia y, en general, los amigotes del barrio, porque resultan bien conocidos y porque, sobre todo, la literatura los despoja de su posible peligrosidad, los hace inofensivos, absurdos y hasta ridículos. Con Gamberros S.A., Emilio Alberto Restrepo fue ganador de la Convocatoria Estímulos Presupuesto Participativo 2016. El libro fue publicado por Hilo de Plata Editores. de este libro están llenos de oralidad, situaciones cotidianas, casi anodinas, que se nutren de reflexiones, de recuerdos, de evocaciones. Las cosas importantes en estos relatos son importantes en virtud de lo que evocan, de lo que traen a la memoria y al pensamiento. Nos llevan por varias ciudades, por varios acontecimientos, conducen al lector, y al mismo escritor, a un viaje íntimo. Porque el viaje más corto es ese, el de la memoria que va de un lugar a otro, de un tiempo a otro, que está en constante movimiento, inevitablemente. En cada uno de estos relatos Óscar Castro establece una interlocución porque sabe que la escritura es eso, una constante interlocución consigo mismo y con el lector; y sabe también que el lector es un ser hambriento de historias, en busca de encuentros. El viaje más corto ha sido recientemente publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Eafit en su colección Letra X Letra.

Cinco cuentos inocentes “Siempre ocurre igual. A ninguno parecen gustar mis enseñanzas” (página 18), dice el gigante al despedirse del pequeño. De situaciones similares, está lleno este volumen de cuentos de Elkin Restrespo; y es que en Cinco cuentos inocentes el hilo conductor es, precisamente, la inocencia. Pero la inocencia no se trata aquí de credulidad o falta de astucia, y eso que sus protagonistas y narradores son, por lo general, niños —o adolescentes muy jóvenes todavía—. No, la inocencia que relata Elkin Restrepo en estos cuentos es más bien una fantasía siempre disponible, sea cual sea la situación, desde un encuentro inesperado con un misterioso gigante, la inquietud por una nueva y atractiva vecina, los desencantos familiares, las aventuras con los amigos del barrio. Las decisiones, las cosas que no comprenden y los asuntos que aún no les son revelados por sus cortas edades llevan a los personajes de estos cuentos a tomar actitudes en función de comprender y crecer con la vida. Por esto, la mirada desprevenida de cada narrador va llevando al lector

de lo fantástico a lo cotidiano (y de lo infantil a lo adulto), sin que él pueda distinguir entre uno y otro; esta es seguramente la mayor expresión de la inocencia en estas historias sutiles y profundas que Elkin Restrepo nos ofrece. Cinco cuentos inocentes fue publicado en 2016 bajo el sello Hilo de Plata Editores.

El viaje más corto No hay otra alternativa que escribir, dice el mismo Óscar Castro García al inicio de su nuevo libro, un volumen de cuentos que lleva por nombre El viaje más corto y parece una exaltación al acto mismo de escribir. En él, el autor narra y reflexiona. Ante todo eso, reflexiona, sobre varios temas, el viaje, los encuentros, el recuerdo, los amigos, la vida, la memoria. “No puedo evitar que esta historia que me pedís me lleve a otros lugares, pero si no voy a ellos entonces no entenderás nada de lo que me pasó” (página 103). Los cuentos

Ahora solo queda la ciudad “Alrededor de la carretera los pastos se ven resecos y la noche se derrite a sus anchas por esos campos enfermos. Todo parece quebrado, moribundo” (página 112). En Ahora solo queda la ciudad todos los espacios, espacios urbanos, sobre todo, están llenos de vida y manifiestan sus emociones, están dispuestos a participar de las historias e imprimir sus propias fuerzas, a veces por medio de las luces titilantes de una autopista, del ruido que parece golpear, con las paredes que se fisuran y los suelos que se abren como heridas; otras veces, por medio de los oscuros bordes de las calles de una ciudad destruida por la vegetación. Cristian Romero crea en estos cuentos sucesos y lugares complejos, raros, difíciles de describir; marcados todos por situaciones lúgubres y oníricas, a veces grotescas, bizarras, macabras o, simplemente, fantasmagóricas que crean un reto al lector que no es capaz de pasar desprevenidamente ante ellas. Una constante premonición, como de que algo terrible está a punto de ocurrir, se halla de fondo en cada relato, y el lector lo sabe. En estos relatos, como lo experimenta uno de sus muchos personajes, la realidad esta opacada por ese filtro atemporal parecido al de las pesadillas. Es difícil —y seguramente innecesario— pensar en un género en el cual enmarcar este libro de cuentos, pues aspectos góticos, distópicos y de terror confluyen en sus páginas, adornadas estas por bellas y, al mismo tiempo, siniestras ilustraciones de Santiago Orozco que forman un todo con las narraciones. Ahora solo queda la ciudad fue ganadora en la categoría ‘Cuento autor revelación’ de las Becas a la creación de la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín en 2016 y fue publicado por Hilo de Plata Editores.

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24 Debut

“¡Gané,

hijueputa!” Juliana Orrego Estudiante de Periodismo juliana.orregob@udea.edu.co Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

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avid Gil estudió Filosofía y maestría en Literatura Colombiana en la Universidad de Antioquia. Luego, en la New York University realizó un magíster en Escrituras Creativas. Actualmente está terminando la tesis de su doctorado en Estudios Hispánicos, que cursó en la Universidad McGill (Canadá) y es profesor de Literatura en el pregrado de Periodismo de la Universidad de Antioquia. El 29 de agosto fue anunciado como el ganador del XIII Concurso Nacional de Novela y Cuento Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia (2017), categoría novela, con Colección de tragedias y una mujer. ―¿Fue muy sorpresivo para sus conocidos enterarse del premio? ―Sí, claro. Cuando vos tenés un amigo que dice que le gusta escribir es como “ay, sí, le gusta escribir, tan chévere”. Y de repente resulta que sí le gusta mucho escribir. Que tanto le gusta que… ―la voz se le escapa, tal vez olvidó la idea o decidió cortar lo que iba a decir. David Gil nació el 14 de octubre de 1979 en Medellín. Ha vivido en otros lugares del mundo, pero Medellín es la ciudad donde habita ―como él mismo dice― y donde vive la gente que más quiere. Desde los cinco años hasta los treinta vivió en la misma casa. Con la guía de su padre, David y su hermano se adentraron en el mundo de la literatura, donde él hizo nido para quedarse durante mucho tiempo. El triunfo en el concurso de la Cámara de Comercio, Gil lo celebró en redes sociales con una sobria expresión: “¡Gané, hijueputa!”. Celebración entendible. Dicho concurso lleva veintiséis años apoyando la creación literaria colombiana y, en esta ocasión, tuvo por jueces a Martín Caparrós, Santiago Gamboa y Mario Jursich, periodistas y escritores reconocidos. Al hablar de la novela que le mereció el premio, David se escuda en los tres jurados para explicar los aspectos positivos que, cree, posee la obra. ―Quedó una novela gramatical y sintácticamente muy correcta, está muy pulida. Y, bueno, está bien armada, creo yo. Al jurado le gustó mucho. A mí me parece que es importante que sintácticamente esté equilibrada, y le puse mucho empeño a eso. Y los jurados se dieron cuenta. La primera vez que escribió un texto con sentido fue para un trabajo del colegio, bajo la promesa de ser publicado en el periódico si sacaba una buena nota. Escribió su opinión acerca de una reja que recientemente habían puesto alrededor del bloque del colegio. “¿Y esa reja qué?”, se tituló la crítica, y en esta Gil se preguntaba por qué los habían encerrado. Dada la naturaleza conservadora de la institución, el colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana, la promesa

fue incumplida y, a pesar de sacar la nota más alta del curso, su texto jamás fue publicado en el periódico escolar. Al terminar el bachillerato, empezó a estudiar Ingeniería Mecánica en la UPB, pero pronto se dio cuenta de que las preguntas que se hacía no eran precisamente las de un ingeniero. Entonces ingresó al pregrado de Filosofía, primero en Bolivariana y luego en la Universidad de Antioquia, su alma máter. Tardó dos años más de los necesarios en terminar la carrera, entre otras razones, porque decidió aventurarse a hacer un semestre en Estados Unidos; parte de esta historia es la que plasma en su novela. Al regresar y finalizar la carrera, en 2006, empezó a dar clases en el Instituto de Filosofía donde él mismo se había formado. La filosofía forma una parte vital de su novela. Al explicarla, se hace evidente, cuando habla de cómo el protagonista “deconstruye” su vida, se burla de las “instituciones occidentales” de las que hizo parte y de los “valores occidentales” en los que fue educado. ―La novela está narrada en primera persona, y el narrador es un personaje que se dirige todo el tiempo a una mujer. Esa mujer es una novia que él tuvo que dejar en Medellín porque era alumna suya, él era profesor de Filosofía. A él le dio por meterse con otra que también le gustó, y resultó que el novio de la otra era mafioso. Lo amenazaron

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de muerte al profesor, y él se tuvo que ir para Nueva York. Desde allá le escribe a la novia, no a la amante sino a la novia. Inicialmente parece que fuera una carta de amor, pero en realidad lo que hace es contarle su vida. Él cuenta su vida y entonces ya se pierde la idea de que hay un receptor de la carta y se vuelve una especie de soliloquio. Al hablar del libro, Gil se abstrae de la idea, no parece el escritor sino el lector más juicioso de su historia, una que se sabe profundamente y que ha analizado hasta el punto de entender todas las cosas del personaje. Es modesto, como si un día se hubiera encontrado sin querer una idea y solo se hubiese dedicado a plasmarla en el papel. El proceso, claro, no fue tan sencillo. Conforme se acercó más a la literatura durante su juventud, en especial a Borges con una gran pasión durante sus estudios en filosofía, trató de escribir varios cuentos y una novela, cosas que en este momento no parece recordar con mucho afecto. En 2008 estudió la Maestría en Literatura Colombiana, en la Universidad de Antioquia también. Y más tarde se fue para Nueva York a estudiar un Máster en Escritura Creativa, en la New York University (NYU). Allí surgió una idea temprana, tempranísima, de la novela, a partir de una carta que le pidieron escribir. La carta terminó transformándose en una ficción, que él se dedicó a alimentar durante su tiempo en Nueva York.


25 ―Para la NYU, presentó como trabajo de grado un texto que se titula Vivir así es morir de amor, ¿verdad? David sonríe al recordar que tituló aquella versión temprana de su novela como una canción de Camilo Sesto que le gusta mucho. O de pronto sonríe al pensar en otro título vergonzoso que no quisiera contar, de una versión bastante cruda aún del texto. Juan David Londoño, su compañero de trabajo y amigo, tampoco lo confesó, pero se rio un rato recordando ese misterioso título. Londoño fue uno de los primeros en leer el texto, cosa de la que se precia en este momento por haber visto el potencial talento de David en las primeras etapas de escritura. David estuvo trabajando en el libro desde inicios de 2011 hasta 2017, incluso después de que ya había enviado la novela al concurso a finales de 2016. Después de la maestría en Nueva York, regresó a Medellín por dos años, se casó y se fue de nuevo, esta vez para Canadá a estudiar el Doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad McGill (Montreal). Aún no termina su tesis, que es lo único que le falta para graduarse. Como a cualquiera, la pregunta de “¿cómo va la tesis?” le hace flaquear la sonrisa de inmediato. En 2016 volvió a su ciudad natal. Aquella que ve con amor y odio, pues no cree en la premisa esa de que “el vivo vive del bobo”, y la tendencia de los paisas a centrar sus vidas en los negocios y el dinero no lo convence mucho. Sin embargo, algo que tiene claro es que le gustan mucho su ciudad y su país, con todo lo bueno y lo malo que hay en ellos. La cultura latinoamericana, por su parte, la ve de una forma bastante política. ―Siento que en América Latina, a pesar de que para los europeos seamos apenas una forma de vida inteligente, hay una producción cultural muy importante, y que a Europa le está cayendo la noche encima en muchos sentidos. Cuando digo Europa, estoy pensando en Estados Unidos, yo no creo que haya una distinción. Culturalmente, tienen un mismo eje, lo que América Latina no, somos distintos. Yo siento que nosotros no somos Occidente, que somos una forma nueva de producción cultural y, en esa medida, me interesa el español, la producción cultural en español. El español es la lengua que habita y con la que se siente vulnerable, hay cosas que no le es fácil expresar en español. No le pasa con el inglés, pues se siente menos él en una lengua diferente. Cuando habla en inglés, no siente que sea él mismo el que habla, una barrera imaginaria lo hace sentir lejos de los otros. Cuando se le pregunta por su libro favorito, le pasa lo que a cualquier lector: se pregunta cómo responder sin terminar recitando una bibliografía eterna. Empieza por hablar de El mapa y el territorio de Michelle Houellebecq, de los últimos libros que leyó y que más le impactó; después hace mención especial a Gabriel García Márquez y a Jorge Luis Borges; habla también de una relación especial con la tragedia griega; y por último recuerda un libro que tiene constantemente en la mente desde que lo leyó en su juventud: Alexis Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis. De su amor por Borges son testigos sus estudiantes del pregrado de Periodismo, donde actualmente da clases de Literatura y donde constantemente cita a Borges para explicar los temas. La primera impresión que causa como profesor es la de ser un tipo estricto, exigente e incluso un poco malgeniado; pero más adelante eso va cambiando. ―Ya con el avanzar de las clases uno se da cuenta de que a él le gusta mucho lo que hace, esa es la impresión que él da: que en serio le gusta, que en serio prepara las clases. Eso generaba una dinámica, a él se le notaba que le emocionaba lo que decía y las ideas que expresaba. Entonces, él le transmitía esa emoción a uno. Alejandra Morales, estudiante, dice que durante el semestre en que lo tuvo como profesor lo vio más como un guía, ya que sus ideas no eran impositivas y trataba de no cohibir las opiniones de ningún estudiante. ―Él es muy virtuoso académicamente, bastante generoso con su conocimiento, no tiene reparos en compartir lo que sabe, y lo que no sabe también es muy honesto al decir “no sé” ―dice Juan David Londoño. Como colega y amigo, Londoño se siente muy orgulloso de él por haber ganado el concurso. Cuenta que David llevaba un buen tiempo enviando la novela a las editoriales y fueron varias las veces que rechazaron el texto por diferentes razones. A Londoño le alegra saber que, más allá de la publicación de la Cámara de Comercio y la posible publicación en una editorial más grande, este premio sea el reconocimiento a las virtudes para la escritura que tal vez en otro momento las editoriales no supieron apreciar. El concurso premia a los ganadores en la categoría novela con 32 millones de pesos; además, con mil libros impresos. David ya sabe en qué se gastará el dinero: le pagará a su padre una deuda y le comprará un computador a su esposa. También quiere un carro o una moto, pero no cree que le alcance para todo.

Cuando pasa por la fuente de agua con la escultura El hombre creador de vida, en la Universidad de Antioquia, habla del alivio que le da ganar el premio, pues en Nueva York estudió con una beca Santander y en Canadá, con una de Colciencias. Al menos, ahora tiene la certeza de que ese dinero terminó en manos de una persona que sí está haciendo algo importante en su vida. Por ahora, está trabajando en una nueva novela, y espera poder dedicarse a ella tan pronto termine su tesis doctoral.

Fragmento de Colección de tragedias y una mujer. Escena en la peluquería y comienzo El otro día en la peluquería pensé en ti porque estaba sonando salsa romántica. Yo que la detesto. Pero recordé que me hacías escucharla, tú que no reparas en géneros, que no presumes, que si te gusta no te preguntas y si te preguntan te ríes, como si no fuera contigo la cosa, como si no te mojara la tormenta. Es como tratarte de ti y no de vos. En Medellín somos tan provincianos que solo tuteamos a la novia, o muy elegantes. Pero qué novia ni qué nada, si nunca llegamos a nada. A qué íbamos a llegar, si cuando todo estaba dispuesto para que fuéramos felices, me dio por acostarme con tu amiguita Yeraldín: canta, oh Diosa, la cólera de Yesid Rivera, alias Aquiles, su novio, cólera funesta que causó infinitos males y me obligó a salir del país porque me iba a matar. Pensé en ti el otro día en la peluquería porque sonó la misma canción que escuchamos la noche que me llevaste a Andrómeda, cerca de tu casa, una discoteca a la que me gustaría volver: blusas escotadas de licra con estampados de brillantina, pantalones ajustados, sandalias, salsa romántica y olor a detergente: belleza pulcra y vulnerable de las comunas. En la peluquería, en cambio, estaba solo frente al espejo que me regresaba una cara torcida, lo mismo de todos los días, pero sin ti; a ti que había decidido quererte porque contigo podía escuchar música sin que me importaran el año ni el género, ni el reino ni la clase, ni el orden ni la familia. Y el peluquero, un dominicano, me hablaba de la isla y el cultivo de plátanos de Guinea y yo a todo respondía “sí, señor, es verdad, nada más cierto”, cuando lo único cierto era que la canción más ruin me estaba dejando sin nada, en un muladar de recuerdos. Y si aplacé la decisión todo ese tiempo haciéndome el tonto, aguantándome las ganas, encontrando obstáculos —que eras mi alumna, que yo era doce años mayor que tú, que qué dirán—, si me demoré prorrogando el beso que tan solo te di la tarde antes del vuelo a Nueva York, fue solo porque soy incapaz de asumir cualquier compromiso, cómo no, si a pesar de que te ofreciste como un regalo de la vida, yo no hice más que demorarlo todo con explicaciones absurdas, fórmulas que acaso ya habías escuchado en clase, my lovely, porque no es verdad que aunque la razón dice que no, el corazón no entiende razones, esas son cosas de música de mal gusto; el corazón es un músculo que irriga sangre al resto del cuerpo y carece de juicio, por eso no piensa ni decide, ni acierta ni yerra, ni conjetura ni presume, ni calcula ni predice, ni contrasta ni especula, ni delibera ni concluye, ni cavila ni considera, ni elucubra ni estudia, ni urde ni supone, ni decide ni discurre, ni prefigura ni sospecha, ni discute ni propone. Un sistema binario de veinticuatro verbos que combinados de manera aleatoria ascienden exponencialmente para formar una muralla infranqueable. Y creíste que quererme iba a ser fácil, my cure; la verdad es que no tengo cura, porque fui yo quien lo impidió, como dice esa canción, esa canción espantosa que estaba sonando cuando el peluquero me preguntó que si las patillas altas o bajitas, “como a usted le parezca, don Félix”, y solo cuando volví a la casa me di cuenta de que me había rapado como a un militar; casi me voy de para atrás cuando frente al espejo tomé consciencia del reflejo, porque en la peluquería, evocándote, ni me di por enterado; tan distraído andaba escuchando esas canciones, entendiendo que ya no te tenía, aunque fuera de lejos ya no te tenía. Y ya no podré ver tus fotos de Facebook igual que antes porque ahora un muchacho te abraza y te ves feliz y me alegra; un muchacho, es cierto, que debe ser diez años menor que yo, pero que, de paso te digo, parece un homo ergaster, el eslabón perdido, y sé que no tengo derecho a decirlo, pero tampoco me importa. No es verdad, es muy guapo el muchacho y vas a ser feliz, como lo seré yo también con esta voracidad inútil que cada vez hace más ancha la frontera de datos que me separa de la realidad, que me mantiene a salvo en una comodidad histórica, geográfica, epistemológica, poscolonialista, misantrópica; a salvo de los hombres que me extienden

la mano para saludarme, pero que rechazo cuando advierto que no se han cortado las uñas. Tú, en cambio, princesa, hiciste que una vez te cogiera la mano untada de mierda de perro porque la habías apoyado accidentalmente en el césped, ¿recuerdas?, esa noche espléndida de Navidad en que me invitaste a ver los alumbrados del río: te compré una cerveza y me dijiste “mi Dios le pague”, yo sentí que daba una limosna. Y aunque tenías la mano untada de mierda de perro, te la cogí sin vacilar, con una tranquilidad pasmosa, entonces me miraste con sorpresa, como si te hubiera llamado por el nombre de mi madre, así se lo conté a mi psiquiatra, Pompilio Mosquera, que de inmediato me aconsejó tomarme un trago: qué sabiduría de gente mayor, no por nada tiene nombre de emperador. Lo conocí en el ejército, hace catorce años, cuando me regalé para el servicio militar. “La muerte es lo único seguro que tenemos”, dice mi muñeca decimonónica como si fuera la Virgen que arranca sus cabellos en agonía y de su amor viuda los cuelga del ciprés. Deja el drama y suelta la camándula, si te digo que algún día volveré a Medellín es porque tengo esa certeza; como la imagen inapelable que miro en el espejo buscando lo que no está, como una palabra que repito sistemáticamente hasta que deja de tener significado, hasta que pierde sonoridad, ¿nunca te ha pasado? Pero qué estoy diciendo, si a ti las palabras no te tocan, apenas si te llegan, por eso todavía me pregunto por qué me escogiste a mí, que solo entiendo de palabras y que puedo retorcer la realidad más simple hasta hacerla ininteligible, fórmula infalible, infalible como creía yo que era el sentimiento que nos unía, pese a la distancia o —dada mi naturaleza— precisamente por la distancia, porque al parecer me resulta más fácil sostener noviazgos por Internet, en la lejanía platónica de Facebook y Twitter, que afortunadamente pueden reemplazar el desafío de satisfacer tus gustos esnobistas en algún restaurante del Parque Lleras, preciosa, que si comida japonesa o vietnamita, con ese dominio geográfico, con esa sapiencia gastronómica, pero en realidad solo te enteraste de que ambos países estaban sobre el mismo océano horas después en el bar de jazz que yo mismo escogí queriendo impresionarte, inocente de que tú querías que te llevara a un motel. Cuando nos quedamos sin tema de conversación, me agarraste la mano y huimos a Andrómeda: sillas blancas de plástico, mesas de madera sintética y oscuridad total para bailar con libertad, salvo por el humo que resplandecía al contacto con las luces de la pista de baile. Esa fue la primera vez que me hiciste escuchar salsa romántica.

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26 Preguntas

No es el hacinamiento, es el sistema La prisión no puede dejar de fabricar delincuentes. Los fabrica por el tipo de existencia que hace llevar a los detenidos: ya se los aísle en celdas, o se les imponga un trabajo inútil, para el cual no encontrarán empleo, es de todos modos no pensar en el hombre en sociedad; es crear una existencia contra natura inútil y peligrosa. Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Michael Foucault

Sara Lopera Carolina Ruiz Ana María Velásquez Mariana White Londoño Estudiantes de Periodismo

I

nstituciones estatales, organizaciones sociales, medios de comunicación, presos, familiares y allegados coinciden en decir que en Colombia existe una crisis carcelaria. Las cifras de hacinamiento en los centros penitenciarios se han vuelto comunes desde principios de los años noventa; los datos se conocen, se repiten, pero pocas veces se humanizan o se contextualizan. Al revisar la situación de las cárceles de Medellín, por ejemplo, es posible ver que el hacinamiento es apenas un síntoma de un problema estructural del sistema que padecen 116.143 personas privadas de la libertad en Colombia. Como en toda crisis, hay situaciones que ayudan a desatarla. Los gobiernos de las dos últimas décadas implementaron medidas cuya finalidad fue el aumento de penas en delitos específicos y la reducción de algunos beneficios. Es el caso de las leyes 228 de 1995, bajoel mandato de Ernesto Samper Pizano, y 1142 de 2007, bajoel de Álvaro Uribe Vélez, que dejaron como consecuencia un sobrecupo de 62.320 presos. A esto hecho se suma que la infraestructura de los establecimientos carcelarios no está acondicionada para mitigar las dificultades que se presentan a partir del hacinamiento. Los 135 centros penitenciarios del país están diseñados para albergar 79.051 reclusos, pero existe una sobrepoblación de 37.140, un 46.98 por ciento de hacinamiento. De los veintinueve departamentos que tienen cárceles, el Valle del Cauca es el más hacinado; Antioquia, con sus veinte establecimientos, ocupa el segundo lugar presentando un 69,68 por ciento de sobrepoblación. El porcentaje de hacinamiento de los cuatro centros penitenciarios del Valle de Aburrá es alarmante: en La Paz, Itagüí, se presenta un 237 por ciento, siendo este el establecimiento con más reclusos en proporción a su capacidad, seguido por el complejo carcelario Pedregal (91 por ciento), Bellavista (cuarenta por ciento) y, en último lugar, el establecimiento para mujeres (dos por ciento). Para Julio Emilio Úsuga, miembro del Movimiento Nacional Carcelario –grupo que busca la instalación de una mesa nacional de concertación de diálogo para tratar las problemáticas carcelaria y judicial de los presos colombianos−, el hacinamiento en las cárceles es consecuencia de que el Estado resuelve los problemas sociales con la criminalización, en vez de intentar prevenirlos: “Se trata de una crisis en política criminal y penitenciaria, que se da a diario cuando legislan y crean nuevos delitos, aumentan las penas y reducen beneficios para los presos”. Por lo mismo, otra de las causas del hacinamiento que él aduce es la reincidencia en el delito de las personas que pagan su condena. ¿Problema o un síntoma más? Si en Colombia, en general, el sistema de salud presenta grandes deficiencias, la educación pública apenas cobija a una pequeña parte de la población y los casos de corrupción son noticia diaria, no es de extrañarse que la vida en los centros penitenciarios sea muy parecida. En las cárceles colombianas se violan los derechos humanos más básicos y la situación,

Fotografía: Sara Lopera

lejos de alarmar, se ha convertido en paisaje. José Luis Bustamante, juez penal municipal hace veinticuatro años, explica que los presos pasan por una serie de situaciones inconstitucionales que atentan contra la dignidad, no solo de ellos, sino de las personas que los visitan. “Ni la persona más pobre de este país comería lo que se come allá”, asegura Bustamante, refiriéndose a la alimentación que ofrece el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) en la cárcel de Bellavista, de donde ha escuchado hablar hasta de arroz con gorgojos. “Se duerme con pico y placa, por ratos, sin mencionar que la salud ha colapsado: no hay médicos, no hay enfermeras ni hay cómo conseguir medicamentos”. Ni hablar de las condiciones en las que se realizan las visitas conyugales en Bellavista: diez minutos por preso, en una sala con pequeños cubículos cubiertos por cortinas. Las mujeres, además, son sometidas a un tacto vaginal para poder ingresar a la visita porque los sistemas electrónicos no están, no sirven o no confían en ellos. Para Carlos Contreras, defensor de derechos humanos y director de la Corporación Construyendo Nuevos y Mejores Caminos, el principal problema es que no existe una real voluntad política del Estado para resolver la situación de manera estructural y no “con paños de agua tibia”. Contreras desglosa por temas el padecimiento de las personas privadas de la libertad: “La salud es aberrante: más de mil seres humanos han muerto en las cárceles en los últimos siete años, y muchos de ellos por no recibir una atención médica oportuna”, comenta, y agrega que tiene conocimiento de tres personas fallecidas en lo que va del 2017 en la Regional Noroeste (Antioquia y Chocó). Muertes que pudieron prevenirse y, en última instancia, muertes que le cuestan miles de millones al Estado por las demandas administrativas que interponen los familiares. En el Informe de 2016 sobre la situación de Derechos Humanos en Medellín, la Personería municipal “comprobó graves deficiencias en materia de sanidad y servicios de salud, tales como el problema de insalubridad y la inadecuada atención médica” en los establecimientos de Bellavista y Pedregal. El mismo informe manifiesta que el derecho a la salud de la población reclusa es violado y menciona algunos hallazgos: sobrepoblación e infraestructura como determinantes en la proliferación de enfermedades, procedimientos médicos represados, ausencia de profesionales en regencia de farmacia, falta de atención psiquiátrica, carencia de programas de

No. 88 Medellín, diciembre de 2017 - enero de 2018

salud preventiva, de tratamiento de adicciones, primeros auxilios, seguridad industrial y salud ocupacional, entre muchas más deficiencias. Por otro lado, la alimentación es subcontratada por la Unidad de Servicios Penitenciarios y Carcelarios (Uspec). Es decir, está en manos de empresas que dejan de entregar cientos de raciones de comida al día, pues al ser de mala calidad muchos presos no la reciben y se ven obligados a comprar en tiendas de los mismos centros carcelarios, donde los precios son demasiado altos (ver tabla), o esperar a que sus familiares les lleven alimentos. Ante estas evidencias, Contreras se pregunta a dónde va el dinero de esa comida que no se entrega y cuánto podría servir en programas de resocialización o de salud, por ejemplo.

Tabla. Cuánto vale un artículo en la cárcel

Y el hecho de que las personas privadas de su libertad tengan que pagar quinientos pesos por minuto para llamar a sus seres queridos, hasta el quíntuple de lo que puede pagar alguien en las calles de Medellín, muestra la inequidad. “¿Cómo es posible que frente a una población fregada, jodida, el Estado colombiano mire hacia otro lado y le dé una licitación a un particular para que desangre a unas personas en condiciones deplorables?”, insiste el defensor. En las cárceles —y no es muy diferente la vida afuera de ellas— aplica el dicho de “¡sálvese quien pueda!”, pues los servicios básicos de alimentación y salud no se cumplen, por lo que los reclusos deben suplir sus necesidades con sus propios medios. Si estos no tienen quién los apoye económicamente, les toca someterse a las condiciones más difíciles. La cárcel, un espejo de la sociedad En 2004, Alfredo Molano escribió en su libro Penas y cadenas: “La cárcel, señor ministro, es una metáfora trágica de la sociedad. Como en la vida: lo que es afuera es aden-


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Fuente: Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec)

tro; lo que es arriba es abajo. La prisión reproduce la sociedad y refleja fielmente su poder”. Aunque en el imaginario colectivo la cárcel es un lugar alejado y distinto al mundo cotidiano, las dinámicas dentro de estos establecimientos parecen ser consecuencia del orden social establecido. Las personas recluidas enfrentan situaciones que vulneran su calidad de vida y no cuentan con otras opciones: “En Bellavista, un preso puede estar entre dos y tres años sin que se le brinde un programa de trabajo o estudio porque hay tan pocos cupos que no alcanza. Veinticuatro meses en los que no pueden redimir ni un solo día porque, aunque quiera trabajar o estudiar, no existe la posibilidad”, asegura el juez Bustamante. Si bien en el artículo 38E de la Ley 1709 de 2014 (Código Penitenciario y Carcelario) se especifica que los establecimientos de reclusión deben darles la posibilidad a las personas privadas de la libertad de redimir sus penas por medio de la educación, debido a la sobrepoblación muchos presos se quedan por fuera de estos programas educativos, lo que reduce su posibilidad de resocialización o de descuento en redención de penas. De acuerdo con Juan Pablo Gómez, dragoneante del Inpec, existen programas para promover la resocialización de los presos después de cumplir sus condenas. El servicio pospenitenciario nace para suplir la necesidad del pospenado de reintegrarse a la sociedad:este ofrece un acompañamiento para facilitar la incorporación a la vida social y familiar. Sin embargo, el aprovechamiento de este programa depende de la voluntad de la persona liberada. Por otra parte, ¿qué tan dispuesto a convivir de nuevo en sociedad está un preso al que se le vulneran incontables derechos mientras está recluido? El índice de reincidencia de las personas excarceladas es del diecinueve por ciento, según datos del Inpec sobre una población total de 115.770 presos. Esto demuestra la falta de garantías en el proceso de resocialización y pone en duda la efectividad de la prisión como castigo correctivo. No hay que pasar por alto, además, que el sistema penitenciario hace parte de algo más grande: el sistema de justicia penal. En este participa la Fiscalía, al momento de la investigación e imputación del delito; luego, el Juez, quien

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Hacinamiento en las cárceles de Medellín

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El costo mensual por interno es de $1.389.996. Casi la mitad de este presupuesto se destina a gastos del personal del Inpec y a proyectos de infraestructura, lo que quiere decir que a las personas privadas de la libertad les quedan apenas $613.569 para su sustento y resocialización. Conozca el costo per cápita de un mes en la cárcel de acuerdo a cuatro categorías.

se encarga únicamente de valorar el caso, declarar la inocencia o culpabilidad del procesado y la clase de condena que debe pagar; y en última instancia, los lugares donde se castiga: las cárceles. Vale la pena preguntarse, entonces, si la responsabilidad recae únicamente en el funcionamiento de los centros de reclusión y sus encargados. José Luis Bustamente, juez penal en el municipio de Bello, acepta que los jueces sí tienen parte de esa responsabilidad, por ejemplo, cuando les da miedo conceder una prisión domiciliaria donde podría darse o una suspensión condicional de la pena. “Estoy hablando del juez temeroso que tampoco es capaz de dar una libertad con un sistema de vigilancia electrónica porque cree que el condenado se va a quitar el brazalete, sabiendo que ese sistema es igual o más efectivo que el sistema carcelario intramural”, explica Bustamante y añade que la cárcel no es la única opción para un delincuente, y que son ellos, los jueces, quienes deben buscar otros mecanismos y alternativas.

“En Colombia hay 148 penales y tan solo ochenta universidades. Lo que quiere decir que hay más centros de castigo que de educación”.

¿A quién le importa? Las críticas al sistema penitenciario y carcelario también las hacen los mismos detenidos, quienes no siempre tienen las condiciones para reunirse y luchar por sus derechos. El Movimiento de Presos Políticos Camilo Torres es la excepción: desde la cárcel Bellavista, en Bello, reúnen propuestas para mejorar las condiciones de las personas privadas de la libertad y su participación política. “En Colombia hay 148 penales y tan solo ochenta universidades. Lo que quiere decir que hay más centros de castigo que de educación”, expresan en un comunicado. Para ellos, esta es una sociedad punitiva y no preventiva. Jairo Fuentes, miembro del movimiento, agrega que la cárcel no es ni siquiera parecida al tratamiento de una enfermedad, que deja secuelas pero se puede sanar: “La cárcel no recupera, no cumple su fin”.

Si ya se ha hablado bastante sobre la sobrepoblación y la violación de derechos humanos en las cárceles del país, si son temas repetidos en las noticias y en informes, ¿por qué el problema persiste? ¿Dónde está el Estado? Los entrevistados coinciden en decir que, si bien la falta de recursos es uno de los elementos que empeoran la situación, la construcción de más cárceles y el aumento de dineros destinados al sistema penitenciario no atacarían de raíz este problema. Para el juez Bustamante, las conductas punibles en Colombia son excesivas: “Hay que descriminalizar conductas. Hay que decir, sin miedo, que hay que despenalizar el aborto, la injuria, la inasistencia alimentaria”. El dragoneante Gómez considera que la desestructuración familiar es una de las grandes afectaciones generales del país; por eso cree que el Estado debe brindar educación de calidad y acompañamiento familiar. “Si no atendemos al menor, al adolescente, su familia, su núcleo, ellos pueden ser vulnerables a estar en nuestros centros de reclusión”, complementa. Para el defensor de derechos humanos Carlos Contreras, lo más grave es que todo lo anterior es de conocimiento de las instituciones del Estado y aun así no tienen voluntad para soluciones de fondo. Para él, el primer paso debe ser aceptar la gravedad del problema. “Si usted no acepta que hay altísimos niveles de corrupción en las cárceles, que hay serios problemas en materia de salud, que hay una carga laboral muy alta para los funcionarios y lo que esto conlleva, es dificilísimo”. El debate tampoco cala mucho en la sociedad civil. Existen otras organizaciones creadas para el apoyo a la población carcelaria como la Fundación Comité de Solidaridad con los Presos Políticos o iniciativas académicas desde las universidades, como el semillero Colectivo Abolicionista, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia. Pero, en general, es un tema sin dolientes. Los congresistas están enterados de la situación; sin embargo, es un tema que no se debate en las plenarias porque, dicen ellos mismos, ‘no hay ambiente’, ‘no da votos’. Entre tanto, aunque está demostrado que el sistema actual no funciona ni mejora, sino que empeora, miles de presos colombianos tienen la esperanza de vivir mejor.

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28 Personaje

La señora del

630

Todos los días, de cinco y media de la mañana a siete de la noche, María Dolores Calle recorre la ciudad en su taxi. Abuela juguetona, lectora voraz, su verdadera pasión la trae hasta en el apellido: la calle. “Todo el mundo dice que soy muy guapa y yo a ratos digo que sí, dándole a esto, sí”, dice. Eliana Castro Gaviria Periodista ecastrogaviria@yahoo.es Fotografías: Juan David Tamayo Mejía

L

leva unos quince minutos concentrada en el crucigrama del periódico. El dios de los vientos, vertical: Eolo. Nobel de Física y Química, mujer, horizontal: Marie Curie. Revisa su reloj plateado cada dos minutos. Contesta una llamada y dice que antes de las siete estará en casa. Regresa a las páginas; abuso, vertical: acoso. Levanta la mirada y reconoce a la desconocida que la busca. Se acomoda los aretes, plateados, y tuerce la boca como diciendo soy yo. —¿Acabaste de llegar? No, yo apenas, apenas. Tengo una prima agonizando desde el viernes. Cáncer de estómago, imagínate. Vámonos por Las Vegas, que la avenida El Poblado debe estar imposible a esta hora. ¿Vos sos hija de familia? Que si tus papás siguen casados. Como es de bueno ser hija de familia. Esperate, que tengo abierta la puerta mía. Es ella. La mujer que conduce un taxi Hyundai Atos 2008; la del 630. La taxista a la que, a veces, sobre todo en el suroccidente de Medellín, se le ve resolviendo crucigramas y sudokus en los semáforos. María Dolores es su nombre: Lola para sus amigas y conocidos, Lolita para su exmarido, Tía Dolo para sus sobrinos. Son las cinco y media de la

tarde, la ciudad trata de recuperar el aliento después del aguacero y la mujer continúa en un encabritado monólogo: —Yo voy al Hueco a comprar telas y mando a hacer estos vestidos. Toda la vida fui la niña gordita; mi mamá estuvo cinco años buscándome, y cuando supo que quedó en embarazo se sentó a comer. Entonces yo decía: cuando adelgace, me voy a comprar unos pantalones. Ve, me hice una cirugía, pero no fui capaz. ¿Vos cómo hacés toda encerrada ahí? Vámonos para mi casa. Te tomás una cocacolita light y terminamos esta entrevista. *** María Dolores Calle Arcila nació hace 67 años en Medellín. Hija de una familia acomodada, su padre fue perito de tránsito de los años cincuenta y su madre una maestra de escuela que renunció al oficio apenas se casó y quiso ser madre. La familia, de cuatro hijos, fue una de las primeras en habitar una casona en Laureles. La mayor, la primera, la hija consentida fue Lola. —Mi mamá no era ni ninguna boba, era muy jodida, muy entendida. Le gustaba mucho leer de historia patria, hacer crucigramas, no se dejó archivar en conocimientos. Mi papá era muy alcahueta y fumaba mucho, gran fumador, en ese entonces era el que hacía los exámenes para sacar el pase. Murió cuando yo tenía dieciocho años. Estudiante obediente, lectora por gusto, al finalizar el bachillerato Lola hizo un curso de taquigrafía y técnicas

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de oficina. Quiso estudiar medicina, pero nunca pasó a la Universidad de Antioquia. Entre los conmutadores de Coltepunto, Coltejer, conoció a su esposo, un hombre veinte años mayor con quien tuvo a Virginia María, su única hija. —Ese hombre era muy bravo, santandereano, me puso unos cachos gigantes. Cuando yo me enteré, me separé, y él se murió, ya no existió más para mí. Pero ese hombre, quien murió unos cuantos años después de la separación, alcanzó a regalarle a ella un Pontiac negro, grande y viejo. Un Pontiac importante para esta historia. *** El carro respira fuerte y lento; avanzamos por la avenida Las Vegas a paso moderado. Lola tiene el pelo corto, teñido de rubio, y unos ojos claros cansados. Bosteza. Lleva puesto un vestido, largo, estampado de flores, tela gruesa y bolsillos en la cadera. —Está muy difícil trabajar ahora, la ciudad tiene muchos traumas, hay tacos hasta de dos horas; no es como hace diez años que era más fluido, menos obras, más gente pedía el servicio. Y, para colmo, mañana no salgo. Virginia leyó en internet que esos taxistas revolucionarios dijeron que iban a comprar bolitas de cristal con caucheras y huevos podridos para tirarles a los compañeros que trabajen. Cada vez que puede, Lola saca la mano izquierda por su ventanilla y hace alguna señal: frene, hay un accidente, siga.


29 —Nosotros deberíamos tener algún puesto en el tránsito, nos deberían preguntar qué semáforos hacen falta, qué hacer en ciertas vueltas… —¿Qué es lo más difícil de manejar en esta ciudad? —Las motos y las bicicletas, porque son muy imprudentes y groseros. Tras de gordos, hinchados… Hablan mucho de derechos, pero no practican sus deberes. *** Con Virginia siendo apenas una niña de siete años, separada, Lola regresó a la casa de su madre. Desesperada, tenía un solo impulso en la cabeza: ocuparse. Pero no quiso encerrarse en oficinas ni volver a los conmutadores, ella buscó otra cosa: la vida afuera. —Yo no supe ser ama de casa. Cuando niña, mi mamá y mi tía hacían todo, con mi esposo teníamos empleada, después volví y mi mamá seguía con la misma contemplación. Empezó a ir de un lado a otro con sus amigas en el Pontiac, por placer y no por una necesidad económica, en viajes que Virginia recuerda más como paseos que carreras. Precursora del Uber, vaya ironía, Lola cobraba lo que sus mismos conocidos le decían que acostumbraban a pagar. Por aquellos días, empezaba a funcionar el aeropuerto José María Córdova y ella se convirtió en la conductora oficial de su círculo de conocidos hasta Rionegro. Alcanzó a transportar al mismísimo Juan Valdez y al elenco de Montecristo, en días en que la carrera costaba 1.200 pesos. En esos años, lentos y grises, cambió el Pontiac por un Renault 4 y luego por un Renault 9. Virginia creció, se hizo fisioterapista y mamá; los hermanos de Lola se casaron, se divorciaron y tuvieron a sus sobrinos; su madre enfermó de alzhéimer. A mediados de 2006, cuando Lola empezaba a quejarse de que la vida fuera la misma, una amiga, taxista, le propuso que comprara un taxi, se plantara en la Clínica Las Vegas y saliera a la calle diario. Vos llevás a la gente y no cogés carrera de venida, decía la amiga, montate en la idea del taxi, probá, si te gusta seguís, y si no lo vendés. —Y no me fue tan duro la manejada. Virginia casi se muere con la idea. ¿Se embobó?, me decía. Yo me embobo si me quedo en la casa. Virginia es la que me controla con las llamadas, todo el día. Lola es la única mujer entre los sesenta hombres del acopio de Las Vegas. *** De lunes a sábado, la rutina es inclemente: a las cinco y media recoge su primera clienta, la misma muchacha que trabaja en un banco hace años. Luego va al acopio de la Clínica y el siguiente destino es siempre una sorpresa. Casi catorce horas diarias. Trabaja sábados, días especiales, todo diciembre; solo descansa los do-

mingos, obligada por su hija. A veces, incluso, transporta pasajeros conocidos al José María Córdova en la madrugada. —Uno con los años se vuelve la flor del trabajo —dice— . Uno quiere sentirse útil. La casa lo anula a uno mucho, vos. En cambio, en el taxi todo el tiempo estoy aprendiendo, haciendo una ruta mental, alejando el alzhéimer. ¿Qué tiene que hacer uno en la casa? Viajar a la nevera. Sin mayores aspavientos, admite que dirección que no sabe, carrera que no hace. Evita las zonas más periféricas, las de lomas atestadas de carros, motos, niños y bultos, donde no hay manera de reversar. Las historias en carretera, Lola las cuenta con aire, con fuerza, con ganas; las peleas, las anécdotas, las prevenciones son sus hazañas. Hay usuarios que le preguntan si ella es la patrona del taxi. Otros que hacen malas caras cuando ven que es mujer. Mujeres que le cuestionan con cierto escándalo: ¿usted vive en Laureles y maneja taxi? Están los que la reconocen por sus apariciones esporádicas en programas de Teleantioquia. También hay pretendientes. —La otra vez un señor se montó y me preguntó: ¿señora, a usted no le dan mucho trabajo las direcciones? Y yo, que soy bien prevenida: ¿por qué, señor? ¿Por la edad? Y el pobre: no, es que usted tiene tipo de holandesa, pero ya veo que habla muy paisa. Otra vez un señor me miró y dijo: ay, una señora, yo mejor me voy atrás. Y yo: señor, venga, ni atrás ni adelante, usted está muy estresado con que yo sea mujer, adiós. Y otro viejito con ruana y alpargatas, ve, si yo tengo mil años, él tenía dos mil. Se subió y me dijo: señorita, yo soy soltero y a la orden. —¿Y usted qué le dijo? —Yo le respondí: No, señor, ¿cómo así que a la orden? Yo tengo marido y dos niños chiquitos, ¿no me ve trabajando para sostener esa obligación? —suelta la carcajada—. Ahí espanté ese pretendiente, con diente de oro y todo… *** Adentro, en el carro, tiene lo necesario. Una carpeta con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y oraciones que le regalan algunos usuarios, una serie de cedés con sus boleros y tangos favoritos, un termo con agua, un cepillo para el pelo y una lima para las uñas, un bolígrafo y una libreta con números. —Lo primero que hay que hacer en esto es conseguir un mecánico de cabecera y preguntarle si uno lo puede llamar a cualquier hora. Ve, este es mi tango favorito —alcanza uno de los cedés de la parte superior del taxi y empieza a cantar—: El día que me quieras… —¿Quiso casarse otra vez? —¡Nunca! Eso no lo hace sino uno una vez en la vida, querida. ¡Oh, libertad que perfumas…! El “yo me mando” es una cosa muy buena. Entre carros, motos, volquetas y buses acelerados avanzamos por la 76 con 33. Lola habla de los libros de Ag-

atha Christie y de Álvaro Salom Becerra, del microsueño y los accidentes de carretera. De uno de sus hermanos, Fernando, a quien una moto atropelló y mató a comienzos del año. De la primera carrera que hizo en el taxi, cuando llevó a sus amigas al cementerio Campos de Paz. Regresa a los días en que lidiaba con el alzhéimer de su madre. Canta: “Voy a perder la cabeza por tu amor”. Y, de pronto, una cuadra antes de llegar a su casa, después de pasar el segundo parque de Laureles, al dar la vuelta en la glorieta, otro taxi nos revienta los oídos: ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Y Lola, sin pensarlo, le responde a su colega: ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! —Maricón —masculla—. Todavía ve que voy a dar la vuelta y se iba a meter a cerrarme. Yo compro la pelea, mija. —¿Hasta cuándo piensa seguir en este trajín? —Tres años más, no sé. Si por la edad no me dan el pase, lo chiveo por ahí, porque yo tengo ganas de seguir. —¿Qué es lo que le gusta tanto? —La calle, pero la calle con plata, querida. En la puerta de la casa, Virginia espera a su madre acompañada de sus dos hijas: Sarita, de nueve años, y María del Mar, de uno. Antes de bajarse del carro, Lola confiesa que, aunque quiere mucho a sus nietas, no las atiende tanto como quisiera su hija. —Pero vos no le vayás a decir eso a Virginia. Vení, entrá. La casona tiene dos pisos y en el primero viven Lola, su hija, sus nietas, su yerno y un hermano. En la sala hay apenas un par de sillones y una mesa, nada de adornos de cristal, pues María del Mar está en la etapa de romperlo todo. Destroyer, la llaman. —Esta tarde, un muchacho me preguntó que si mi mamá era la del 630 y que por qué no se quedaba en la casa —dice Virginia—. Y yo le respondí: es que a ella no le gusta la casa, le fascina es la calle, su trabajo. No descansa nada, los domingos porque yo le digo que no, que la familia dónde queda, que el día que yo me muera qué… —Pero es que la ley natural de la vida es que usted me entierre a mí —dice Lola. —La vida da tantas vueltas. —A mí me gustaría que fuera al revés: que mi mamá me entierre a mí —anota Sarita. Mientras las mujeres hablan, María del Mar no despega la mirada de un par de platos y un vaso que hay en la mesa. —Yo le he dicho: mami, no más, pero ella no me hace caso. Que hasta que Dios le dé vida, me dice, y yo: no, uno de ochenta años no puede estar por ahí manejando… Lola agacha, por primera vez, la mirada durante este viaje y solloza: —Ya se me está acortando la edad, parece. Cambia entonces de tema y le comenta a Virginia del incidente a la vuelta de la casa: —Esta chica ya sabe: yo compro pelea. Las risas retumban en la casa vieja. Más tarde Lola visitará, junto con Virginia, a aquella prima que lleva días agonizando en el hospital. Al día siguiente, después de mucho tiempo, descansará un miércoles.

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La Piloto

regresa a Carlos E Desde su fundación, a mediados del siglo pasado, la biblioteca pública más importante de Medellín no había sido intervenida estructuralmente y su sede central estaba en riesgo de colapsar en caso de movimiento sísmico. Las obras de reforzamiento estructural y remodelación se llevan a cabo desde 2015. En 2018, la BPP volverá a su edificio tradicional. Elisa Castrillón Palacio Estudiante de Periodismo castrillonelisa@gmail.com Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

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espués de la Segunda Guerra Mundial, diferentes organismos internacionales plantearon la necesidad de crear estrategias que evitaran otro conflicto y ayudaran a la construcción de la paz. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco, comenzó a promover la construcción de bibliotecas públicas para enfrentar el problema de la educación. Fue así como Jaime Torres Bodet, primer director general, propuso levantar cinco bibliotecas en los cinco continentes, escenarios que llevarían por nombre Piloto. La primera de esas bibliotecas en construirse fue la de Nueva Delhi, India, inaugurada en 1951. Gracias a la gestión de uno de los delegados de la Unesco y a un plan de bibliotecas del gobierno local, Colombia fue el país escogido como sede en América Latina. Aunque primero se pensó en Bogotá, finalmente la biblioteca se inauguró en Medellín en 1952. “La gestión de un embajador que era antioqueño canalizó los recursos para acá. Iban a ser cinco bibliotecas en cinco continentes, pero no se alcanzaron a hacer las otras tres”, cuenta Jorge Arbeláez, ingeniero encargado de la remodelación del edificio. Más que como biblioteca, la Piloto se pensó como un centro cultural que conectara la producción literaria e investigativa de los países de esta región del mundo. Cuarenta y tres años después de su apertura, el edificio que es su actual sede, ubicado en el cruce entre la Autopista Sur y la calle Colombia, en el barrio Carlos E. Restrepo, no había sido intervenido o reforzado; sus espacios, además, ya no respondían a las necesidades de la ciudad. La biblioteca tenía que ser remodelada: “Este edificio fue declarado de interés cultural por su arquitectura y por lo que representa para la ciudad, entonces no se podía tumbar y hacer uno nuevo. Teníamos un alto riesgo de que colapsara en un sismo, por eso había que hacer un reforzamiento estructural”, informa el ingeniero.

La biblioteca cerró sus puertas en 2015, y desde entonces ha sido intervenida con el fin de lograr tres objetivos diferentes: un reforzamiento estructural que le permita ser sismorresistente, una adecuación de los espacios y una renovación en la estructura tecnológica que posibilite una mayor conectividad, seguridad e innovación. “Se aprovechó esta coyuntura para acondicionar arquitectónicamente el espacio interno de la Biblioteca, y de esta forma atender las nuevas necesidades de apropiación que un espacio como el de nosotros exige”, declara Shirley Milena Zuluaga, directora de la Biblioteca. Para la financiación del proyecto se han gestionado recursos con la Alcaldía de Medellín, y se han logrado convenios con el Jardín botánico, la Secretaría de Movilidad y la empresa Cementos Argos. “La primera etapa la dejó el presupuesto del alcalde anterior, Aníbal Gaviria, y esta segunda etapa la financió la administración de Federico Gutiérrez. Hemos tenido una donación de Argos e hicimos un convenio con el Jardín Botánico; la Biblioteca le va a prestar unos servicios [de gestión del centro documental] al Jardín Botánico, y ellos en contraprestación nos van a hacer el jardín en la terraza y en el frente. Y con Movilidad también hicimos otros convenios para que esta vía [carrera 64] sea de tránsito lento y montar una estación de Encicla”, explica Arbeláez. Sin embargo, a pesar de que ya se completó la etapa de reforzamiento estructural y se espera que en febrero esté terminada la segunda etapa, de adecuación y remodelación del espacio, la obra ha tenido retrasos por la contratación y gestión de recursos y por lo que implica la intervención de un edificio que debe conservar sus características principales en el diseño. Debió completarse en septiembre pasado, pero tomará más tiempo debido “al paro camionero de 2016, que influyó en los tiempos para el cumplimiento del contrato de la primera etapa; los procesos de liquidación, el invierno, los ajustes necesarios para el cumplimiento de actualizaciones de normatividad, de expectativas y necesidades de los usuarios”, aclara la directora. Cuando se terminó el reforzamiento estructural, a finales de 2016, el empalme con el segundo contratista del proyecto encargado de la remodelación del edificio, se demoró cuatro meses porque se encontraron diferencias con el contratista de la primera etapa. “El primer contratista tenía la responsabilidad de reforzar el adelanto de algunos

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acabados y dejar una ductería, pero cuando entró el segundo contratista encontró que había unas diferencias, entonces hubo que hacer una revisión muy exhaustiva”, cuenta Jorge Arbeláez. Para Juan Carlos Sánchez, comunicador de la Biblioteca, una de las mayores dificultades de la remodelación son las grandes obras de algunos artistas de la ciudad, como los murales de Dora Ramírez y Pedro Nel Gómez, que tiene el edificio y que han tenido que estar protegidas durante toda la intervención. “Es muy diferente tumbar un edificio, a este caso donde se deben cuidar las obras y el espacio. Entonces eso es parte del tiempo y las dificultades que se presentan”, dice Sánchez. Durante estos dos años, el material bibliográfico estuvo a disposición del público en otros espacios que hacen parte de la Red de Bibliotecas Públicas de Medellín como la de San Javier y San Antonio. Por su parte, los talleres y demás actividades de la oferta cultural se siguieron ofreciendo en sitios como la Casa de Los Colores y la Torre de la Memoria Una vez abierto al público, el edificio tendrá nuevas zonas de estudio, una distribución diferente del material que permita trabajar por temáticas, nuevo mobiliario, un espacio organizado para la hemeroteca y otros escenarios de encuentro. Además, contará con dos nuevos salones para talleres y eventos en el primer piso, un espacio al aire libre en el tercero, que funcionará como lugar de lectura y para la realización de diferentes eventos, y con el Bibliomuseo, “una iniciativa pionera que pondrá de manifiesto nuestra apuesta por la memoria y por la recuperación y preservación de nuestras memorias y patrimonios”, cuenta la directora. Dentro de la biblioteca, existirá además un espacio para la librería del Fondo de Cultura Económica, que, como cuenta Shirley Zuluaga, busca también ofrecer nueva programación cultural a la ciudad. Es preciso advertir, sin embargo, que un sector de los libreros de la ciudad se ha declarado preocupado por la llegada de dicha librería a la Piloto. Se espera que el edificio vuelva a estar abierto al público en marzo de 2018 con la primera y segunda etapa completadas, y se seguirá trabajando para que a finales del mismo año la remodelación tecnológica esté también lista.


En lente

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El oro verde de

Aquitania

En la ladera de una gran montaña boyacense y mirando hacia el lago de Tota, se encuentra Aquitania, un pueblo que con los años ha creado un emporio cebollero y cuyos habitantes han crecido labrando la tierra para alimentar al país. Texto y fotografías: Juan David Tamayo Mejía Estudiante de Periodismo juand.tamayo@udea.edu.co

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entada en el portón de su casa en lo alto de la montaña, doña Rosa María afila el hacha con la que a diario corta leña en el monte y mira el paisaje creado por el lago de Tota y las grandes extensiones de cultivos de cebolla que inundan su pueblo natal, ese que parece detenido en el tiempo, que parece de otra época. Desde allí divisa un municipio pequeño y desordenado, del que nunca se ha ido y del que planea no irse jamás. Doña Rosa vive en Aquitania, un lugar en el que el frío marca los patrones de comportamiento de sus pobladores. Al caer el sol no quedan muchas almas en sus calles, y las que quedan están resguardadas bajo una gruesa ruana de lana que los protege de los cinco grados centígrados que en promedio tiene la noche. Es que sus 3.030 metros de altura sobre el nivel del mar hacen de este un rincón helado de Boyacá, pero privilegiado para las labores del campo, sobre todo una, la del oro verde. Don José, campesino de la región, al igual que Rosa María, recuerda haber empezado a trabajar con la cebolla larga por allá en los años sesenta, cuando los gobiernos de ese entonces introdujeron semillas al entorno y propiciaron que buena parte de las cinco mil personas que aproximadamente tenía el pueblo en ese entonces, empezaran a trabajar de manera más organizada la cebolla. Para Giovani Contreras, miembro de Agrotech, una empresa familiar dedicada al cultivo, la cebolla forma parte de la identidad de la gente, de su cultura y tradición, y, claro, de su bolsillo también. “Diariamente salen del municipio un promedio de cuarenta camiones de diez toneladas cada uno para Corabastos, y de ahí para todo el país”, dice Contreras. Según él, Aquitania representa el ochenta por ciento de la producción de esta hortaliza. “Es la mejor cebolla del mundo”, insiste. La jornada empieza muy temprano para don José. Se toma su tinto con pan y sale al cultivo en el que debe estar a las ocho en punto, no porque tenga un patrón que lo mande, ya que es su propia parcela, sino porque se siente en la obligación moral de cumplir diariamente con su trabajo. “La disciplina fortalece el carácter; toca madrugar y trabajar”, dice. Han pasado seis meses desde la siembra y su cultivo está listo para cosechar, por lo que en compañía de

otros dos trabajadores se dispone a cortar la hortaliza con una afilada herramienta y a amarrarla en bultos de 35 kilos a los que llaman “ruedas”. Así se pasa toda la mañana, entre guarapo y charlas las horas van transcurriendo y la parcela se empieza a llenar de “ruedas”. A las tres de la tarde llega el camión que llevará la cebolla a Bogotá. Don José, a pesar de sus casi sesenta años, monta dos “ruedas” en su espalda y empieza a recorrer el cultivo haciendo largos pasos entre surco y surco. Su rostro no devela esfuerzo alguno; al contrario, dibuja una sonrisa que a duras penas se logra ver entre toda la cebolla que lleva encima. A las cinco, esos tres hombres han cargado más de dos toneladas de cebolla cuyo destino será la mayor central de alimentos del país. Se terminan el guarapo, que parece más una chicha por su fuerte sabor fermentado; alistan sus pertenencias y se van, sin quejas ni reclamos. La jornada termina a las seis. Es un trabajo duro y extenuante, más cuando el sol brilla fuerte, ya que a esta altura quema intensamente. Todo eso, sumado al peso de las “ruedas” en la espalda, las ampollas por las botas de caucho y la tierra que se mete en los ojos, es lo que se debe aguantar para ser merecedor de los 35 mil pesos que vale el jornal en esta zona. “Aquí la plata rinde porque la cerveza es barata “, dice entre risas Roberto, campesino de la región en donde la “cervecita” cuesta 1.600 pesos en las cantinas. Antes de que el camión con la cebolla salga para Bogotá, debe pasar primero para que limpien y empaquen el producto. Ahí es donde las mujeres toman un papel protagónico. Edil y su hija Deisy trabajan en uno de los llamados “peladeros” o bodegas donde llega la hortaliza de los campos; allí se limpia, despunta y empaca lista para comercializar en las grandes ciudades. “Esto nos da todo lo que necesitamos, es difícil y a veces la plata no alcanza, pero es lo que tenemos y somos felices”, dice Edil, quien comparte allí con otras quince mujeres, aproximadamente, a las cuales se les paga doscientos pesos por cada kilo de cebolla empacada y lista. Diariamente, esta bodega puede despachar alrededor de dos toneladas de cebolla lista para comercializar; es decir, que en un buen día estas mujeres pueden ganar poco más de veinticinco mil pesos, mucho menos que el pago del hombre en el campo. Pero el vivo color verde que inunda las planicies que unen el lago de Tota con Aquitania va tornando a un verde oscuro y triste a medida que la vista sube por las montañas y llega a los páramos. Ni un solo árbol se ve desde lo lejos, consecuencia de la deforestación y el avance de la cebolla en esos parajes y

de las bajas temperaturas que dificultan el crecimiento de la vida. Allí, donde los frailejones abundan, ese pueblo tranquilo y trabajador, sintió de cerca la violencia que en otros parajes de la geografía nacional ha hecho tanto daño. Un sendero de quince cruces forma un camino que sumado a lo lúgubre y gris del páramo La Sarna, genera una sensación pesada emocionalmente en quien lo camina. En ese lugar, el primero de diciembre de 2001, paramilitares del Casanare interceptaron un bus intermunicipal que se dirigía por esa vía a Yopal con dieciocho personas, en busca de un profesor señalado de ser auxiliador de la guerrilla, pero terminaron masacrando a quince de ellos disparándoles por la espalda mientras estaban acostados boca abajo. Por este caso, fue condenado a cuarenta años de cárcel y a pedir perdón a las víctimas el paramilitar Luis Afrodis Sandoval. El 25 de febrero de 2002 es otro día que los habitantes de Aquitania recuerdan con especial claridad. Nelsy Díaz jugaba basquetbol junto con otros amigos en el coliseo ubicado a unas cuadras del parque principal, cuando empezó a ver gente que corría despavorida: “Yo solo veía gente en ruana huyendo y no sabía qué pasaba, cuando una de ellas paró y me dijo que las Farc estaban atacando el comando de policía y el Banco Agrario”. En el tercer piso del edificio donde estaba el banco se ubicaba El Arcoíris, restaurante de su propiedad y en el que en ese momento trabajaba su esposo. Cuenta Nelsy que el día anterior un helicóptero había llevado más de doscientos millones de pesos al banco para pagar la nómina de los trabajadores públicos. “La guerrilla se dio cuenta, estalló el banco y se robaron un montón de plata, menos mal mi esposo se alcanzó a volar por la parte de atrás y cayó a un billar”. Aunque con muchos daños, el restaurante se salvó y sigue siendo propiedad de Nelsy y Jairo, su esposo. Al igual que la paz que llegó al pueblo con el paso de los años, llega la paz que se siente cada que el sol se pone en el horizonte, y a medida que los faroles de las calles se prenden, la vida del pueblo comienza a apagarse, los peladeros cierran, los niños que revoloteaban en bicicleta entran a sus casas y los grupos de hombres que se reunían en cualquier esquina para conversar se dispersan huyendo del frío. El parque principal, mal iluminado, queda desolado, nada más habitado por una que otra pareja de enamorados. Aquitania es un lugar que transpira cebolla y trabajo, en el que las sonrisas de la gente abundan por doquier, y la tranquilidad se toma sus calles después del atardecer.

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32 Última

Entre trapos y toneladas de cebolla trabajan las mujeres en los “peladeros”. Alrededor de dos toneladas diarias son preparadas por estas mujeres.

Todos los días sale a cortar leña para la chimenea que tiene en casa, “Me mantiene viva utilizar el hacha”, dice Rosa María.

Adolfo es uno de los muchos campesinos que trabajan por el jornal de 35 mil pesos que se paga al día; “con la cebolla siempre hay trabajo, no importa lo viejo que uno se vea”.

Un hombre abona una parcela surco por surco. La utilización de la gallinaza en los cultivos de cebolla se ha convertido en un problema ambiental, ya que cuando llueve el fósforo y el nitrógeno descienden y contaminan las fuentes subterráneas de agua.

En los “peladeros” no se trabaja los domingos; es por eso que los lunes son En su mayoría, las mujeres que trabajan en estos peladeros son madres y los días más pesados, ya que se acumula la cebolla. Deisy disimula el cansan- algunas deben crear estas cunas artesanales para poder tener a sus bebés cio de un lunes pesado con una gran risa. en el trabajo.

La jornada en el cultivo empieza a las ocho y termina casi siempre antes de las seis de la tarde. Muchos campesinos deben caminar largos trayectos desde sus viviendas hasta llegar a las parcelas donde trabajan.

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