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Encuentros

Luisa Rojo Granda Estudiante de Periodismo luisafdarg1@gmail.com / @RojaKanna

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i frente toca el suelo y a alguien le agradezco por la vida. Le agradezco por permitirme estar ahí, porque está resultando bien y por colmarme de sonrisas, precisamente a mí, que no soy más que una minúscula partícula de todas las que habitan en el mundo. ¿A quién le agradezco precisamente? No lo sé, supongo que a Alá, la deidad de los musulmanes, por encontrarme justamente en una mezquita y estar orando de la forma tradicional que exige el Islam.

Alá en Medellín Medellín, ciudad históricamente religiosa. Medellín, señora de setenta años que va a misa de siete todos los días. Medellín, la religión católica como epicentro de la sociedad. Medellín, ultramontana. Medellín, musulmana. Medellín: la señora de setenta años dejó de ir a misa, dejó de creer en la Santa Iglesia Apostólica y Romana. La señora de setenta años se dio cuenta de que el catolicismo no era la única religión que existía. Fotografía: Daniela Jiménez González

Es extraño que esté encomendándome a Alá cuando ni siquiera he sido una practicante de la religión en la que crecí. A los dos años mi mamá decidió bautizarme. En las fotos aparezco con un vestido blanco y comiendo empanada, aunque, bueno, la empanada fue después; en realidad, mientras me están vertiendo el agua sagrada, estoy llorando. Pero desde ese momento no cumplí ningún otro sacramento: jamás he comido una hostia, no he asistido a una procesión y nunca me he sentado en un confesionario a que un sacerdote escuche todos mis malos comportamientos. Cuando tenía nueve años y aún vivía en Pereira mi madre me preguntó si deseaba comenzar la catequesis, acepté y fui como a dos clases. Luego, ese entusiasmo inicial se perdió entre un retorno a Medellín, la compra del apartamento y la instalación en el nuevo colegio. Mi mamá no volvió a hablar de la primera comunión y yo tampoco insistí. ¿Por qué iba a pensar en algo que me obligaba a levantarme cada sábado a las seis de la mañana? Por supuesto que no. La vergüenza que sentía al principio por no haber recibido el cuerpo de Cristo —porque, claro, se siente vergüenza y más en un país laico donde aproximadamente el

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setenta por ciento de las personas se identifican como católicas y el 94.16 por ciento como creyentes— se disipó con lo agradecida que estaba de no madrugar más. Esa pena que cargaba al principio terminó transformándose en desinterés y más tarde en el alivio de poder decir con total libertad que no había recibido el sagrado cuerpo de Cristo en mí. Aún me da una especie de tranquilidad y, para qué mentir, superioridad. No con ínfulas de egocentrismo ni nada de eso, solo me siento con un poquito más de libertad que todas aquellas personas que están atadas a algún sacramento católico, así no se identifiquen como creyentes. *** He viajado en Metroplús tres veces en mi vida y en dos ocasiones me he perdido, por eso desconfío bastante cada vez que me tengo que dirigir a un sitio por este medio de transporte. No soporto el calor, la gente, el vaivén del vehículo y tampoco la incertidumbre de cuál maldita línea es la que debo tomar para llegar a algún destino. Me bajo

en Rosales y camino hasta el Colegio San Juan Bosco, esa fue la única referencia que me dieron para llegar al Centro Cultural Islámico. Solo sé que queda al frente de la institución que lleva por nombre el de uno de los sacerdotes más representativos del catolicismo. A mí se me hace gracioso y me río de la ironía en el camino. Ubicada en la calle 28 # 73 – 36, en Belén, la mezquita es una casa como cualquier otra; allí podría vivir perfectamente una familia. Si uno pasa distraído jamás pensaría que está frente a uno de los sitios que reúne más musulmanes diariamente en Medellín. Toco el timbre y un joven me abre la puerta. Pregunto si hay alguien con quien pueda hablar y el hombre en un español atropellado me responde que no, que ya se acabó la hora de la oración y que solo él está en el templo. —¿Y cuándo podría venir? —Viernes. —¿A qué horas? —Doce y treinta. A esa hora es el sermón. Joven, corpulento, vestido con una túnica blanca que lo cubre hasta los tobillos y con unos de los dientes más


3 perfectos que he visto en mi vida. Mientras él habla yo lo miro de la cabeza a los pies para poder grabarme su imagen. Sé que está diciendo algo, pero me pierdo un poco en sus palabras porque estoy concentrada en la tarea de grabarme su rostro para recordarlo en una próxima ocasión. —…y me dio el impulso. —¿Disculpe? —Que estaba acostado pensando qué hacer y usted me dio el impulso de pararme a hacer todo. —Siento si lo interrumpí en su oración. —No estaba orando. La tercera oración del día acabó hace como veinte minutos. —Comprendo. ¿El viernes, entonces? —Sí. —¿Doce y treinta? —Sí. —Gracias. —Hasta luego. —Espere, ¿cuál es su nombre? —Isaac. —Hasta luego, Isaac. *** Volví el viernes, tal como le había prometido a Isaac. Subí con parsimonia las escalas y me sentí intimidada por todos los musulmanes que estaban allí. La primera vez que había venido apenas si había dos personas, pero en esta ocasión se podían contar más de veinte fieles en la mezquita. En el Islam, el viernes es el día sagrado, lo que para un católico es el domingo. Es una obligación para los hombres ir a orar y opcional en el caso de las mujeres. Si un hombre se ausenta más de dos veces seguidas, sus hermanos van y lo buscan hasta la casa. —¿Y si está de viaje? Esa soy yo preguntándole con ingenuidad a Sakeena. Nos encontramos en la terraza. En el Islam, los hombres oran en un lugar y las mujeres en otro. En la mezquita de Medellín, ellos lo hacen en el primer piso y ellas en el segundo; como la persona que predica siempre es un hombre, en la terraza hay un altavoz por donde se escucha el sermón. El predicador habla en árabe y luego en español. Sakeena es como la líder de las mujeres que profesan el Islam en la ciudad. Digo como, porque uno de los preceptos de la religión de Alá es no sostenerse en un orden jerárquico. Ella solo es una guía de las que recién comienzan su proceso de conversión. Sakeena es dicharachera, voluptuosa, y parece haber encontrado en el Islam todas las respuestas. A pesar del desparpajo con el que se contonea por la sala, a la hora del Salah es seria y comprometida, es otra persona, como si todo lo extrovertida que fuera se esfumara para servir a su dios. El Salah es la oración que se hace cinco veces al día en momentos nombrados como Fajr, Zuhr, Asr, Maghrib e Isha. Es decir: recién salido el sol, un poco más allá del medio día, después de almuerzo, recién se oculta el sol y antes de irse a dormir. El Salah dura aproximadamente tres minutos y es una de las cinco ceremonias obligatorias del Ibadah —el Ibadah son los cinco pilares del Islam, estos buscan purificar la vida física y espiritual de los servidores de Alá—. —Alá es tan grande que hizo que todo el mundo sirviera para orarle a Él. La mezquita es toda la tierra. Si alguien está de viaje, ora donde sea que esté —respondió Sakeena. Aunque las mujeres no tienen que ir a la mezquita a orar obligatoriamente, agradezco que Sakeena lo haya hecho en esta ocasión. Ella me brindó la confianza de la que en un principio carecía. Me sentía cohibida porque los hombres no me miraban y pasaban de largo aun con mi amabilidad respetuosa. No entendía su desinterés o vergüenza, que se traducía en descortesía para mí. Luego supe el porqué de tanta displicencia: no tenía un velo puesto. Que una mujer

musulmana no lleve el velo en la calle, es incómodo, sí, pero pasable. Que una mujer, no necesariamente musulmana, no lleve el velo en la mezquita, y más un viernes, es inaceptable, es burlar a Alá de frente. —Assalamu aleikum. Un hombre con una túnica blanca y una kufiyya (un turbante) se acerca a decirme eso. Como ahora tengo un velo rosado y todo mi cabello está cubierto, es más fácil que entablen conversación conmigo, aunque tampoco es tan sencillo: en el Islam los hombres no tocan a las mujeres, es más, a duras penas las miran. Después del sermón, las musulmanas ya me habían explicado que el Islam trata a las mujeres como unas porcelanas. “Como unas muñequitas”, fue la expresión. Hay que decir, además, que la humildad y el respeto por el otro son valores que siempre deben tener los seguidores de Alá. El hombre se despide con un asentimiento de cabeza, va a prepararse para escuchar las palabras del Corán; en la mezquita es posible palpar la cercanía del sermón: todos comienzan a ubicarse y a dejar de lado las conversaciones sobre asuntos mundanos para dar paso a la lectura e interpretación de las sagradas escrituras. “Alá ama a aquellos quienes vuelven hacia Él y a aquellos quienes cuidan de la limpieza” (2:222). Para leer el Sagrado Corán es necesario estar limpios. Los musulmanes lo hacen en un proceso llamado Al-wudu, un ritual de unos diecisiete pasos que asegura que todos los creyentes están listos para recibir la sagrada palabra. Se comienza con las manos y termina en los pies. Mientras estaba haciendo mi Al-wudu con la guía de Isaac, tuve que comenzar varias veces de nuevo. En la ablución es necesario purificar cada zona un total de tres veces y cada equivocación en una repetición significa volver al inicio. Un proceso que normalmente toma cinco minutos, en mí se llevó más de diez. *** Levanto la frente y vuelvo a pararme. Pongo mis manos como si estuviera leyendo un libro y cierro los ojos. De repente me embarga un profundo deseo de llorar, siento que jamás podré alcanzar el nivel de fervor que las mujeres a mi lado tienen. Ellas me van guiando en el Salah, me indican la posición y me dicen hacia dónde debo mirar, qué debo decir y me explican su significado. Aunque lo repito todo como una autómata, no puedo sentirlo de la misma manera, no siento que pueda conectar tan profundamente como ellas; me entristezco porque rebusco en mi mente y no encuentro nada a lo que le tenga una fe tan ciega. Quiero seguir hurgando en la tristeza, pero yo misma me pido detenerme, ahora estoy en la casa de Alá y en la casa de Alá no hay cabida para la tristeza, la casa de Alá solo sirve para alabar a Alá. Estoy segura de que cuando salga de aquí volveré a ser la misma no musulmana, no católica, no creyente, que está llena de conflictos y problemas, de deseos de llorar. Pero ahora soy otra más, soy una hermana, soy una musulmana de momento y esta musulmana le está agradeciendo a Alá por todas las bendiciones recibidas. ¿Cuáles bendiciones? El mismo hecho de haberme permitido rezarle, conocerlo y dejar que alguien como yo, tan pagano al lado de todos sus fieles, se ofrezca a Él. Y Él me acepte con humildad y redención. Procedo a sentarme en el suelo de nuevo, en una posición Judus, arrodillada, la posición típica de la meditación. Allí permanezco unos segundos y cuando termino esa parte del Salah, mi frente vuelve a tocar el suelo. Gracias, Alá. Assalamu aleikum.

Mujeres de varias nacionalidades, entre ellas algunas colombianas, oran en la mezquita de Medellín. Fotografía: Luisa Rojo Granda

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Opinión Editorial Comité editorial: Patricia Nieto, Ana Cristina Restrepo Jiménez, Heiner Castañeda Bustamante, Raúl Osorio Vargas, Gonzalo Medina Pérez Dirección: César Alzate Vargas Asistencia editorial: Eliana Castro Gaviria Coordinación editorial: Daniela Jiménez González Equipo de redacción: Juan Diego Posada, Juan Manuel Valencia, Juan Manuel Flórez Arias, Karen Parrado Beltrán, Yeison García, Laura Cardona, Sergio Alzate Coordinación de fotografía: Carolina Londoño Mosquera, Juan David Tamayo Mejía Diseño gráfico: Sara Ortega Ramírez Impresión: La Patria, Manizales Circulación: 10.000 ejemplares Sistema Informativo De la Urbe Coordinación Digital: Walter Arias Coordinación Especiales: David Santos Gómez Coordinación Regiones: Juan David Ortiz Corresponsal en el Suroeste: Leidy Yurany Arboleda Vélez Corresponsal en Urabá: Luisa Fernanda Gómez Rincón Calle 67 N° 53-108, Ciudad Universitaria, of. 12-122 Tel: (57-4) 219 5912 delaurbe.udea.edu.co delau.prensa@gmail.com facebook.com/sistemadelaurbe twitter.com/delaurbe Medellín, Colombia Acorde a los postulados sobre derecho a la información y libertad de expresión consagrados en la Constitución Política y las leyes de Colombia, las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia ni al Sistema Informativo De la Urbe. Universidad de Antioquia Mauricio Alviar Ramírez, Rector David Hernández García, Decano Facultad de Comunicaciones Deisy García Franco, Jefa Departamento de Comunicación Social

Sí, ¡por supuesto!

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l último domingo de agosto, nuestra generación fue testigo de un acontecimiento verdaderamente histórico: el comandante de las Farc, la guerrilla más antigua y fiera del continente americano, proclamó el cese definitivo de hostilidades. Tres días antes había hecho lo mismo el comandante en jefe de las fuerzas armadas del Estado. Se trata de dos comandantes enemigos que para llegar al trascendental anuncio tuvieron que, primero, ser conscientes de la oportunidad que la Historia les otorgaba y del mandato que el pueblo les entregaba, y, segundo, sortear cuatro años de difícil negociación. Para que el cese de hostilidades ordenado por Timochenko y el presidente Santos sea legítimo y definitivo, falta el apoyo del pueblo en el plebiscito convocado para el próximo 2 de octubre. La que concluyó en agosto es una negociación compleja, quizás insatisfactoria en más de un aspecto, pero, lo más importante: fue el intento serio de los dos bandos por terminar un conflicto armado que se había degradado hasta extremos que en las ciudades apenas conseguimos vislumbrar. La paz cuesta mucho menos que la guerra y, a diferencia de esta, ofrece muchas bondades y ninguna desventaja. En todos los órdenes. En el económico: entre la implementación de los acuerdos que se suscribirán el 26 de septiembre y la realización del plebiscito, se calcula que será necesaria la erogación de algo más de medio billón de pesos. Esto es, la mitad de uno de los muchos billones que cuesta la guerra. En el religioso: a los dioses es más fácil creerles cuando sus administradores aquí en la Tierra no están instigando el odio. El más importante, el social: aunque no dejará de invertirse en la guerra (las Farc son el más duro de los grupos alzados en armas, pero no el único), es de esperarse que algunos de los billones de pesos ahora cesantes se inviertan en el bienestar del país, en la ejecución de sus obras de infraestructura pendientes, en la restauración del terrible sistema de salud que padecemos, en la producción de alimentos y en la provisión de servicios públicos. Algo dejará para tales propósitos la corrupción, ahora que la más corruptora de las actividades humanas, la guerra, empieza

Como estudiosos del noble oficio del periodismo, somos conscientes del momento que vivimos y de la responsabilidad que nos atañe. No podemos hacer como si el acontecimiento no nos tocara.

Confesiones de un alimentador Laura Cardona Estudiante de Periodismo laulccp@gmail.com / @laulccp

Red Colombiana de Periodismo Universitario Número 80 Septiembre de 2016

Imagen de portada: El Acuerdo de Paz alcanzado entre el Gobierno y las Farc es, sin duda, uno de los acontecimientos más importantes de la reciente historia de Colombia.

No. 80 Septiembre de 2016

por primera vez en nuestra vida republicana a dejar de signar los destinos de Colombia. Nuestra generación no es la primera en padecer la guerra. Al contrario, nuestros 206 años de existencia como país más o menos independiente han estado signados por el sino de las violencias entrecruzadas. Somos, en cambio, la primera generación de colombianos con una verdadera oportunidad de vivir en paz, lo cual no significa –ni es deseable que signifique– vivir en ausencia de conflicto. El pasado cercano ha sido testigo de otras ocasiones para engolosinarnos con la posibilidad de la paz, menores en tamaño que la actual pero no por ello carentes de importancia: los acuerdos con el M19 en 1990 y con el EPL en 1991; incluso la sospechosa negociación con los paramilitares durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Esos tres procesos le bajaron intensidad al conflicto armado, pero en ninguno de ellos se le ofreció al pueblo la posibilidad de participar en la decisión de si se implementaban o no. Como estudiosos del noble oficio del periodismo, somos conscientes del momento que vivimos y de la responsabilidad que nos atañe. No podemos hacer como si el acontecimiento no nos tocara. Por esta razón, hemos preparado un especial periodístico a través del cual tratamos, además de informar, de confrontar puntos de vista para que nuestros lectores tengan elementos de análisis que les ayuden a tomar la decisión que a cada quien le corresponde cuando sea el momento de ir a votar (decisión que puede ser, incluso, la de no votar). Pensamos, además, que no es momento de neutralidades. En nuestras páginas se expresan voces opuestas, pero el momento nos obliga a tomar partido. Con todo y las imperfecciones que pueda tener el Acuerdo al que por fin han llegado el Gobierno y las Farc, nos ofrece la oportunidad de dejar de estar marcados por el horror. No somos un país de guerreros. Por eso, a la pregunta: ¿Apoya usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?, nuestra respuesta es: ¡por supuesto que sí!

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levaba tiempo esperando esto: escuchar el motor encenderse, rodar por las calles de mi ruta y, sobre todo, sentir los pasos de los pasajeros al salir y entrar. Tal vez no me han visto ni han tenido la dicha de montarme. El 28 de octubre de 2013 empecé mi trabajo con la Cuenca 3 Belén y la Cuenca 6 Aranjuez. Se puede decir que soy de los más grandes entre mis pares: mido nueve metros de largo y en mí caben hasta cincuenta personas. Soy blanco y tengo un par de líneas verdes y amarillas en mis costados. Al principio los ingenuos creían que mi sistema era el antiguo, aquel en que el dinero se entregaba a mi conductor (aún hay quien lo piensa así). Yo, novedoso e innovador, tengo el lector de la tarjeta que convierte el dinero en información. Además, tengo una dieta cuidadosa: procuro no dejar entrar toxinas a mi máquina. Sí, uso gas. Somos pocos, pero la industria se va enterando de nuestra importancia. Dicen que mi motor es muy ruidoso; ¡pues no tienen idea de lo importante que es avisar mi paso! Tan grande e imperioso como soy, es mejor que las demás máquinas sepan que voy, para que paren, corran o me abran paso. En un par de ocasiones, cuando hago silencio en la calle, se olvidan de mí y nacen los incómodos problemas. Esos autos apresurados, al intentar sobrepasarme, han rayado mi costado. Pobres ingenuos si creen que pueden adelantarse a mi ritmo, y sobre todo, pasar sobre mí.

Ya no hay la misma pasión entre mis espectadores, están siendo cautivados por otro tipo de vehículo: el tranvía. Pero no siento perdido mi encanto, aunque mi equipo y yo nos atrasemos en nuestro recorrido y tardemos tres veces el tiempo requerido para estacionar en cada base (porque yo no paro en cualquier lugar, yo tengo paradas específicas), la gente aún me ama: hacen filas largas bajo el sol, en la fría noche o con el agua encima, con tal de obtener mis servicios. Y no lo hacen porque yo haya reemplazado las rutas de buses antiguas y solo me tengan a mí para llegar a casa (todavía pueden ir en taxi o caminar), lo hacen porque saben que al montarse en mí están siendo modernos y ecológicos. Además, cuento con otro servicio: sauna incorporado, o por lo menos eso he oído decir a un par de pasajeros. Y sí, mientras me creaban en el taller me diseñaron el espacio y el sistema para incorporar aire acondicionado, pero tan pronto llegué a Medellín vieron la necesidad de hacer transpirar a las personas. Así que nada de aire, ni acondicionado ni por la ventana, pues descubrieron que la gente sudaba más con esas ventanas grandes por las que entra el sol pero nunca el aire (es el mejor sistema para quemar calorías innecesarias). No voy a mentir, he tenido un par de problemas en mis rutas. Mi conductor y yo hacemos todo lo posible para llevar mi cuerpo por esas estrechas calles (las cuales no parecen hechas para mí), pero no faltan los choques, los problemas para girar, el tráfico tras de mí cuando no dejo que me adelanten y los accidentes cuando al subir lomas pierdo potencia y retrocedo. Algunos amigos se han deprimido bastante. La tensión es tanta que han visitado a un terapeuta, el ‘mecánico’ le dicen. Yo prefiero alejarme de él. Aunque a veces escucho a mis clientes criticar mi lenta marcha, mi falta de agilidad. Incluso me comparan con unos vehículos pequeños de color verde (buses integrados), aseguran que esas antigüedades, contaminadoras del planeta, hacían mi recorrido en mitad del tiempo. Yo no creo en semejante hazaña, el tiempo de mi recorrido es perfecto. No sé. Tal vez deben dejar de quejarse tanto y acostumbrarse a mi mesurado paso, a mi servicio de sauna integrado y a mi formidable tamaño, porque, al final, ¿qué más pueden hacer?


Opinión

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Luis Carlos

Las bienvenidas y despedidas son una constante vital, sucesos de doble vía: saludar en un momento del día, decir adiós en otro. Hace poco, el Sistema de Medios De la Urbe se despidió de dos de sus colaboradores. El profesor Luis Carlos Hincapié ha estado diez años en la Facultad de Comunicaciones, los últimos tres de ellos en la coordinación del Sistema y del componente de radio. Además de un coordinador, ha sido un redactor más del periódico, compañero de tintos y mano amiga. A Luis Carlos, por su tiempo y enseñanzas, muchas gracias, y la mejor de las suertes para los proyectos venideros. Por ahora nos alegra saber que sigue siendo profesor del pregrado de Periodismo.

Jorge Alonso

Maestro, periodista, ciclista, futbolista, presentador, cantante, salsero, consejero y colega. Ese es, en esencia, Jorge Alonso Sierra, quien durante el tiempo que acompañó al Sistema Informativo De la Urbe, en la coordinación de televisión, supo aportar desde sus diferentes facetas. Gracias, profe, por todo el empeño y el profesionalismo. Buen viento y buena mar: todavía quedan muchas rutas por pedalear, ¡journalista! Nos seguimos viendo en las aulas.

Sergio

Educar para decidir Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com

H

ace unas semanas el país se revolvía iracundo porque a los ardientes debates sobre la adopción gay y el matrimonio igualitario de meses atrás, se les sumaba el de la educación con perspectiva de género. La base del conflicto era la iniciativa del Ministerio de Educación de modernizar los manuales de convivencia de los colegios, misma que fue tergiversada hasta la caricatura por algunos líderes de la extrema caverna. Entre airados comentarios y publicaciones en redes sociales, y con marchas menos multitudinarias de lo que algunos proclamaron, un sector de la sociedad se escandalizaba por el supuesto de que a los salones de clases llegarían niños vestidos de niñas. Discusión incomprensible, pues el asunto de la diferencia es algo que atañe directamente a la educación, más si esta involucra conceptos como los de género y orientación sexual, tan ligados al derecho que asiste a los individuos de ser educados para interpretar el mundo como un lugar absolutamente diverso. La iniciativa del Ministerio tiene como fundamento jurídico la sentencia T – 478 de 2015, que la Corte Constitucional expidió tras la acción de tutela interpuesta por la madre de Sergio Urrego a raíz del suicidio de este joven, acosado por la intolerancia de su colegio —más de parte de las directivas que de sus mismos compañeros— a causa de su condición homosexual. La sentencia desató —como era de esperarse— el revuelo de una tradicional casta religiosa y propició la discusión sobre el bienestar de las mentes si estas se educan desde un principio para valorar la diferencia y no para fomentar el miedo y el rechazo hacia lo diferente, hacia aquello que no encaja en algún tipo de selección binaria. Ojalá desata-

ra, también, la discusión de si en Colombia al fin la educación se entiende como un proceso de pensamiento laico y autónomo, tal como ordena la Constitución, y no como la perpetuación de camisas de fuerza morales. Hace nada que en televisión aparecían las típicas voces que pierden los estribos cada que la libertad se expresa sobre el papel, la pared o la piel. No es de extrañar que algo tan revolucionario como educar para ejercer la libertad de ser y pensar les haga poner a muchos el grito en el cielo. En una democracia donde se hacen ondear banderas cada 20 de julio en homenaje a la libertad patriótica, es absolutamente desolador que se ultraje la libertad cuando esta se refiere a la conciencia, la autodeterminación, la libre elección; cuando todo lo que encierra la libertad se calcina en las paredes de un salón de clase. Cada que aparece en la agenda un tema polémico como el de la educación con perspectiva de género, resurgen las dudas sobre si estamos o no preparados para asumir de una vez por todas la responsabilidad intelectual de no interponer los prejuicios a los argumentos. Hace rato que los niños y niñas vienen asimilando procesos de cambio que no se ven reflejados en la educación que reciben a diario en colegios y escuelas gobernados por el miedo y el prejuicio. También hace rato que Colombia necesita pasar de consagrar derechos en artículos a ejecutarlos en escenarios tan vitales como la escuela, la universidad y la familia. Indiscutiblemente, la educación siempre será motivo de grandes hazañas discursivas. Si no se tratara de librar batallas de pensamiento, hace rato que educar carecería de sentido. Eso es lo que queda: librar, liberar, acentuar las palabras en acciones para ver si ser diferente empieza a constituir una condición para abrir los ojos a otras maneras de estar en el mundo sin que ello implique la sospecha de un adoctrinamiento con intenciones distintas a las de hacer individuos más libres, más generosos y más dispuestos a la felicidad propia y de los demás.

Cada que aparece en la agenda un tema polémico como el de la educación con perspectiva de género, resurgen las dudas sobre si estamos o no preparados para asumir de una vez por todas la responsabilidad intelectual de no interponer los prejuicios a los argumentos.

“Siente escamas en la lengua cuando el médico le dice que su hijo ha muerto. No hubo el sexto sentido del padre, ni la premonición de que algo se había roto para siempre. Solo hubo esas palabras, claras y rotundas, que tardarán un buen rato en deshabitar su cráneo: su hijo ha muerto, señor Tomás, lo siento”. Así comienza “La última ceja del abismo”, el cuento con el que Sergio Alzate, estudiante de Periodismo y colaborador de De la Urbe, acaba de ganar el tercer puesto en el II Concurso Caro y Cuervo: De sobremesa.

Marianita

Con su medalla de oro en Río, Mariana Pajón se convierte en la primera bicampeona olímpica de Colombia. Tras su triunfo, tras los aplausos y los hurras a la reina del BMX —Marianita, en ciertas voces—, el foco de la noticia pasó al cuerpo que los periodistas desenterraron de su uniforme, preguntándose una y otra vez por qué el ocultamiento de, lo que pasó a un primer plano, su “cuerpazo” (ese que, tan amablemente recuerdan, logró seducir a su novio francés).

Huérfana

Pone su mejor sonrisa y dice, con tono didáctico, mientras su mano imita a un títere: “Suscrí-be-te en el botón rojo”. Vicky Dávila tiene 43 años y más de dos décadas de una carrera periodística caracterizada, en igual medida, por su reconocimiento y su cercanía con el poder. Pero el poder otorgado no es incondicional. Hace seis meses, Dávila conoció el desempleo tras un escándalo que le costó su puesto en la dirección de La FM, de RCN, y que involucró la ética periodística y las movidas de los medios de comunicación. Ella asegura que el presidente Santos pidió su cabeza por sus investigaciones sobre una red de prostitución en la Policía, dice que sus colegas no quieren contratarla por temor a retaliaciones, y anuncia que ha regresado, esta vez en la web: “Ya no tendré jefes con intereses económicos y políticos. Aquí me comprometo con la verdad”. Resulta cuando menos sospechoso que el compromiso haya tardado tanto. El regreso de Vicky Dávila –entre muecas y cortes de cámara abruptos en Youtube– recuerda que el poder de los periodistas, por grande que parezca, les pertenece a otros.

Algo más sobre la paz

Como si se tratara de un torneo de fútbol (y no del plebiscito más importante de nuestras vidas), nos hemos puesto una camiseta: blanco los del sí, negro los del no. Nada de colores, nada de otras realidades. Al grano: si no dialogamos con el otro (los del sí con los del no, los del no con los del sí), habremos perdido la más importante de las oportunidades: conocernos, entendernos.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


6 Testimonio

La larga espera

de la muerte

Daniela Jiménez González Estudiante de Periodismo danielajimenezg09@gmail.com

¿Qué ocurre cuando la mente se nubla, los recuerdos desaparecen y la capacidad de valerse por uno mismo se invalida? Aquí, el retrato de los últimos días de vida. La historia de la rutina de mi madre, quien tuvo que convertirse en la sombra de mi abuela a causa de su enfermedad.

No. 80 Septiembre de 2016

L

a cotidianidad de los últimos días Son las siete de la mañana y Patricia González, mi mamá, se encuentra en el consultorio de su médico de confianza porque mi abuela, paciente terminal de Alzheimer, está teniendo dificultad para tragar. Adentro hace mucho calor, las numerosas luces blancas provenientes del techo rebotan en el escritorio. Hay silencio, pero ella escucha el repiquetear del teclado del médico. Él le dice: —Es normal, está en esa fase en la que se les olvida la función de tragar. —No, doctor —replica ella—. Estoy aquí para ver qué hacemos, si la internábamos o… El médico interrumpe: —Ningún hospital la recibe. Es un paciente terminal. Ninguna EPS les gasta plata a ellos. Los mandan a morir a la casa. —¿Cómo así? ¿La dejo morir de hambre porque no puede tragar? Él se queda mirándola. —Si usted quiere, tráigala y le ponemos una sonda y la enfermera le enseña a darle la comida licuada con una jeringa. —Eso debe ser muy doloroso. No solo para mi mamá, sino para uno. Ya podía ella imaginarse en esa faena. El médico se queda estático, como digiriendo excesivamente las palabras. Luego, sin pretender sonar inhumano y en esa complicidad a veces necesaria entre el doctor y su paciente, le dice: —No hay otra alternativa. Es lo único que se puede hacer. Poner una sonda y esperar, porque qué más se hace.

Hay un silencio y se quedan mirándose. —¿Cómo así, doctor? Él hace un gesto de desaprobación o preocupación, si es que ambas cosas no son lo mismo en ese instante. No lo dice, pero ella siente que él está queriendo decirle que es mejor que su madre muera. —¿Entonces es mejor rezar para que se muera? —Pues sí. Ella no lo culpa. A veces también piensa lo mismo. *** Disperso desde el pequeño balcón hasta la sala de la casa, el característico olor a cigarrillo se confunde con el aroma de un incienso de eucalipto recién encendido. Justo donde nace el camino de humo, mi mamá apila en un cenicero improvisado una novena colilla. Dice que fumar compulsivamente le ayuda con la ansiedad. Hace tres años que ella cuida a Liria Hernández, mi abuela, de ochenta años. Afuera llueve, es medianoche y la abuelita duerme. Unos veinte minutos después, en el cenicero y mientras conversa, mi mamá ya ha sumado doce colillas. Casi una cajetilla completa. La imagen de mi mamá, en el balcón y observando hacia la calle, es una estampa para la memoria. Es allí donde se resguarda en las noches, cuando quiere descansar. Es así como quiero recordarla. Tranquila. Para mi madre es difícil despertar en las mañanas.


7 No resulta sencillo que todos los días tenga la misma rutina, el mismo conjunto de pasos aplicados con rigurosidad. El silencio de la casa se desvanece a eso de las nueve, cuando empuja la puerta de la habitación de la abuela para encontrarla, como es habitual, con la boca abierta y perdida, mirando al infinito. —Tengo la costumbre de mirar hacia donde ella mira. Me da curiosidad. Pero nunca hay nada ahí. También la miro a los ojos y no veo nada, ya no tienen brillo. Eso me da mucha tristeza. Adentro, el olor es diferente, es una suerte de barrera que pareciera empeñarse en separar la habitación del resto del mundo. Es el olor del pañal sucio, una rutina a la que nunca se está listo para habituarse. Afuera, en cambio, se respira el aroma de una de las tantas varas de incienso que se encienden en el día. —No termina uno de acostumbrarse al olor, ni a cambiar el pañal tres, hasta cuatro veces en una tarde. Ella ya no controla esfínteres, siempre está sucia. Mi abuela ya no puede sentarse sola, la piel es poco resistente y se levanta al roce, como una lámina. En las noches, cuando duerme, mi mamá trabaja desde casa haciendo manualidades. —Yo prefiero seguir fumando y que me dé un infarto, yo no quiero terminar así como mi mamá, postrada en una cama, que me tengan que bañar, que me tengan que limpiar. Es tenaz estar en una cama esperando todo. La eterna espera. *** En alguna de las muchas noches de la Navidad de 2011 nos levantaron los ruidos. Era el sonido de puertas que se cierran de golpe, como si la pretensión fuera derribar los muros. Cuando todos despertamos encontramos a la abuelita Liria con un crucifijo ceñido a la cara, balbuceando palabras inconexas y predicando un supuesto mensaje del cielo. Meses antes ya le habíamos visto cosas raras. La abuelita llegaba de misa y decía que veía un montón de gente que, incluso, ya había muerto. En medio del temor, mi mamá llamó al hospital. Los paramédicos la encontraron encerrada en el baño. No salía. Carlos, mi tío, tiró la puerta de una patada. Se la llevaron y en el hospital la trataron. El fin de año arribó con un diagnóstico desconcertante: la abuelita tenía demencia senil tipo Alzheimer. —Hay días en los que yo entro y me mira con odio, furiosa. No dice nada. Otros días estoy en la pieza y me mira muerta de la risa y no sé por qué. Y le digo yo: “¿Anda muy simpática hoy?”. Y más se ríe.

El tipo de día que tendrá mi abuela es como una lotería: hay mañanas y tardes más lúcidas, de mayor estabilidad. Otros días, en cambio, son de completo extravío. Ve cosas, habla con gente, oye voces, ve puertas por todos lados, llora. Se quita la ropa. Tiembla. —Yo insisto mucho con el tema de la mirada. Me impresiona mucho. Es como la mirada de un muerto: uno sabe que está viva porque respira, pero es una mirada sin vida. *** La enfermedad de Alzheimer es la forma más común de demencia, caracterizada por una pérdida progresiva de la memoria, un deterioro en la forma de pensar, el carácter o la manera de comportarse. Según el último reporte mundial sobre la enfermedad de Alzheimer presentado por la organización sin ánimo de lucro Alzheimer’s Disease International, en 2015 aparecieron 9,9 millones de casos de demencia nuevos en todo el mundo, uno cada tres segundos. Para el mismo año, 46,8 millones de personas sufrían de demencia, una cifra que se duplicará cada veinte años. —Para mí, la noticia de la enfermedad de mamá fue terrible. Me dio muy duro saber cuál sería el desarrollo de las cosas, saber que poco a poco la función mental de ella se iba a deteriorar y que se le iba a olvidar caminar, comer, que nos olvidaría incluso a nosotros. Tanto mi abuela como mi mamá figuran en el Sisbén del municipio de Sabaneta, donde residimos. —Como ya es una paciente terminal, no la tengo que llevar, dicen los médicos. Voy, hago acto de presencia, les cuento cómo va. Me dicen que ya no es necesario llevarla, que como está en una de las fases terminales del Alzheimer ya no la internan. Le toca morirse en la casa con uno. Así me dijeron. La única manera de que la internen es que paguemos una clínica privada. Si uno tiene plata, eso sí, la atienden como una reina. ¿Y el resto de la familia? Dicen que no tienen plata, ni tiempo. Que están llevados. Mejor dicho: sálvese quien pueda. *** Mi abuela está sentada sobre la cama y en las piernas, débiles, sostiene un cojín. Encima del almohadón se encuentra un plato de migas y alimentos aplastados como compota. Ella se lleva la cuchara a la boca y, de vez en cuando, la cuchara cae entre el pantalón. Con esfuerzo, la busca entre las piernas, por debajo del cojín y del plato. Se la lleva nuevamente a la boca y las migas caen por el temblor de sus manos. La dejan comer sola, con supervisión,

para que mueva las manos, para ejercitar su coordinación, casi como una última esperanza de sobreponerse al acelerado curso de la enfermedad. Le toma mucho tiempo porque está olvidando tragar y puede demorarse hasta tres horas para terminar de comer. Y luego de comer, duerme otra vez hasta la noche, cuando se levanta nuevamente para tomar sus medicamentos. Su esfuerzo por sostener la cuchara me recuerda a cuando somos niños y tienen que ayudarnos en las tareas más básicas. Me sorprende la manera en la que podemos olvidar todo lo aprendido, la forma en la que podemos llegar a perder el control de nosotros mismos cuando envejecemos. —Uno se cansa de verla así de mal y yo le digo a mi Dios que se la lleve, porque me siento muy cansada, estresada, todo el día cuidando un enfermo es agobiante. Todos los días la misma rutina, no puedo salir de la casa porque no tengo con quién dejarla —dice mi madre—. Me siento amarrada, siento que no puedo seguir haciendo mi vida, que ya no puedo ni siquiera trabajar. Hay días en los que no puedo dormir. Para ella también es duro, porque seguro que siente su incapacidad para moverse, su propia fragilidad. *** Y al cuidador, ¿quién lo cuida? El cuidador de un paciente terminal tiene que proteger su salud. Es propenso a sufrir de estrés físico y emocional y es posible que cada vez tenga menos tiempo y que deba equilibrar sus responsabilidades laborales o académicas con el tiempo que invierte cuidando al paciente. Puede, incluso, llegar a experimentar sentimientos de soledad. Conforme el tiempo va pasando y si el cuidador no se preocupa por cuidarse a sí mismo, va asumiendo una gran carga física y psíquica, pierde paulatinamente su independencia y se desatiende a sí mismo. Su calidad de vida se encuentra comprometida. —A mí los médicos me han dicho que tengo que conseguir alguien que me releve, que me ayude —insiste mi mamá— porque me voy a terminar enloqueciendo también. Mucha gente dice que yo soy una desalmada por desear que se muera, pero creo que es lo mejor. Que ella pueda descansar. Los primeros días de ausencia El 4 de julio de 2016 mi abuela dejó de respirar. No fue un acto violento, no pareció sufrir, no había dolor en su expresión. La noche anterior la pasó congestionada, su mente estaba más ausente de lo normal, más cansada de batallar con una enfermedad que la estuvo limitando a lo largo de tres años. Durante la primera semana, mi mamá sentía que la escuchaba. Casi como si la llamara desde su alcoba. Cuando organizamos el cuarto encontramos las fotografías de una joven abuelita, para entonces muchacha de la década de los cuarenta. También, los álbumes que protegen una parte de la infancia de mi madre y de mis tíos. El camino de vida recorrido por mi abuela. Y solo hasta ese momento me hice realmente consciente de la pérdida: el ser que habitaba las fotografías ya no estaba y no volvería. El tiempo es el verdugo. *** Hace ya mucho tiempo, cuando mi abuela estaba un poco más lúcida y aún hablaba, conversaron sobre la muerte. Mi mamá le decía: “Mami, pídale a mi Dios que se la lleve a descansar”. Y ella le contestaba: “Yo sí quiero y sí le digo, pero Papá Dios me dice que él no va a venir por mí todavía”. Otras veces, en cambio, se enojaba y le preguntaba: “¿Es que le estoy estorbando?”. —Es como si el mundo girara y yo me hubiera quedado quieta —cuenta mi mamá—. Yo no tengo la vocación. Lo que más me molesta es que me digan que tengo el cielo ganado por ser su cuidadora. ¿Ustedes creen que yo hubiera escogido el cielo por cuidarla? Me gusta el olor de mi abuela. Tres semanas después de que muriera, su habitación todavía olía a ella. Era un olor a humedad, a viejo, a cosas que llevan mucho tiempo guardadas. Un olor que permaneció a pesar del límpido, del incienso o del intento de mi mamá por disminuirlo. Siempre pensé que lo odiaba por resultarme tan cercano a la idea de morir. Pero este último mes regreso a su habitación cada vez que la extraño y aspiro el aire allí como si fuera un espejismo, como si ella estuviera viva aún.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com Fotografía: Ana Varela

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na narración de la comunidad indígena Wounaan —del noroccidente colombiano, entre los departamentos del Chocó y Valle del Cauca— relata:

” (Los waspien son invisibles, viven en los bosques primarios, en algunos afluentes del río San Juan y en otras quebradas donde habitan los Wounaan). Los Wounaan son una comunidad indígena que habita los valles de los ríos San Juan, Atrato, Baudó, y algunos afluentes del mismo Baudó y Juradó en territorio colombiano. Es posible leer relatos en su lengua nativa —como el de arriba— porque un conjunto de signos gráficos les imprimen vida, les dan cuerpo. A kilómetros del paisaje fluvial originario de los Wounaan vive Sergio Aristizábal, diseñador gráfico. Tiene la piel mestiza y el rostro cubierto por una barba juvenil y unos ojos oscuros. Aristizábal lleva más de un año trabajando en Gente, la fuente tipográfica que creó para la lengua Wounaan como parte de la pasantía social que desarrolló con la Dirección de inclusión de la Secretaría de Educación de Bogotá, al finalizar sus estudios profesionales en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. —Acá el reto era: ¿qué puede hacer el diseño gráfico o el diseñador para que la vida de esas personas sea mejor? —comenta Sergio, sentado en el sofá de su apartamento en el occidente de Bogotá. La pregunta le dio vueltas en la cabeza durante sus años de universidad hasta 2015, cuando comenzó a diseñar una tipografía que permitiera escribir correctamente la lengua Wounaan conservando un ritmo de lectura apropiado, así como la preservación de sus acentos y aglutinaciones lingüísticas en el material didáctico utilizado para su enseñanza. La respuesta está ahora en una fuente tipográfica digital con caracteres especiales que tratan de ser lo más fieles a la constitución de la lengua. Cuando una lengua abandona la abstracción de la oralidad para inscribirse en una superficie tangible, lo hace a través de la caligrafía —en el trabajo manuscrito de los copistas—, de la imprenta —por el contacto de una matriz entintada— o de la pantalla —por la mediación digital de unos pixeles—. Cada uno de estos estados de aparición de la lengua constituye sistemas gráficos fundamentales del lenguaje escrito a lo largo de la historia.

No. 80 Septiembre de 2016

Desde 1450, la tipografía puede reproducir sistemáticamente lenguas como el inglés, el francés, el alemán y el español en papel, debido a la aparición de la imprenta moderna. Con este desarrollo técnico, Occidente encontró la manera de perpetuar su patrimonio cultural por generaciones a través del libro. No obstante, este privilegio dejó de lado patrimonios orales minoritarios como los de las lenguas indígenas. —La primera vez que fui a un salón con un profesor que no hablaba la lengua, había treinta niños en un salón de un colegio bien precario. El profesor se aprendía lo básico, y todo el tiempo tenía que estar hablando. Él me mostraba todos los ejercicios que habían hecho, todo relacionado con el territorio. Una memoria para que no olviden quiénes son Sergio trabajó con el programa de educación bilingüe, español–wounaan, en los salones de inmersión que tiene el Distrito para los niños de esta comunidad. En estos, la enseñanza del español como segunda lengua hace parte de la apuesta por la inclusión social de esta población que llega a la capital, entre otras, por desplazamiento forzoso y falta de oportunidades económicas. El trabajo allí fue de observación y recopilación de información, sobre todo con los profesores que asisten estos procesos educativos. En una colaboración de saberes complementarios entre profesores indígenas y criollos —Nakha Valencia Cuero, el docente nativo; y Herminia Sánchez, la profesora criolla—, los niños wounaan que llegan a estudiar con niños citadinos comienzan un proceso de alfabetización que pretende la preservación de su lengua materna. —El diseñador se puede quedar corto porque no sabe procesos pedagógicos ni educativos, entonces ahí tiene que hacer alianza con un educador para que este se empape del tema tipográfico y pueda testear a los niños y a partir de eso mirar cuáles son los las mejoras, cuáles son los problemas y cuáles son los logros —explica Sergio, quien pasó ocho meses leyendo y consultando material bibliográfico para documentar su trabajo, y otros cuatro en el diseño de la fuente. De la alianza entre diseño y educación surgieron sesenta caracteres tipográficos que son los que, actualmente, conforman la tipografía Gente. De las 420 lenguas indígenas presentes en Latinoamérica —según registros de la Unicef en 2009—, en Colombia sobreviven 68 lenguas nativas, entre ellas 65 indígenas. Buena parte de estas lenguas han logrado preservar su patrimonio cultural por medio de la tradición oral y los rituales ceremoniales. No obstante, sus configuraciones lingüísticas y culturales se han visto significativamente diezmadas con el tiempo por falta de un registro escrito adecuado. Un tipo de letra para un tipo de gente

Así se lee —en lengua Wounaan— el artículo 15 de la declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, aprobada en 2007: “Los pueblos indígenas tienen derecho a que la dignidad y diversidad de sus culturas, tradiciones, historias y aspiraciones queden debidamente reflejadas en la educación y la información pública”. Esta declaración hace parte de una serie de reconocimientos jurídicos que han empezado a visibilizar a los pueblos indígenas. En Colombia, la Constitución de 1991 reconoce la igualdad y derechos para los pueblos indígenas por primera vez en la historia del país. El artículo 10 consagra que la educación debe ser bilingüe para las comunidades que conserven sus tradiciones lingüísticas, mientras que el artículo 68 reafirma el derecho de los grupos étnicos a tener una educación que respete su identidad cultural. La intención fundamental del proyecto Gente es mejorar los procesos de lectoescritura de esta lengua nativa y contribuir al desarrollo social de los niños indígenas que llegan a la ciudad deslumbrados por la agitación de los carros y las avenidas y cuya memoria visual empieza a fusionarse con los paisajes serenos que dejaron en su territorio nativo. —Ayudar a que los niños puedan escribir su lengua en un mundo digital, los conecta. Por un lado conecta la parte de la conservación de la lengua y por otra parte conecta la labor educativa. Es un puente —explica Sergio. Ahora que el proceso de diseño de la tipografía se encuentra en una fase muy avanzada, este diseñador espera probarla en actividades didácticas con los niños wounaan que estudian en colegios distritales para identificar sus logros y falencias. Sergio es un adulto joven, no alcanza los veinticinco años. Está casado con Ana, una diseñadora gráfica que, al igual que él, comparte su gusto por la impresión artesanal de letras en madera, el olor a imprenta vieja y los tamales tolimenses que venden a pocas cuadras de su apartamento. Está convencido de que su labor como diseñador involucra una fuerte responsabilidad social y para eso trabaja diariamente en los proyectos que atiende en Regio, el estudio que fundó con Ana, y con el que ya ha ganado premios de diseño como el Lápiz de Acero en 2015. —Yo creo que un deber de todo diseñador, con el que debe ser muy responsable, es hacer que sus trabajos dignifiquen un poco más la profesión y hagan entender que el diseñador gráfico, como cualquier otro profesional, tiene la labor social de mejorar la vida y de aportar a la vida en sociedad —concluye Sergio. Entre tanto, los cuadros de letras e ilustraciones retro que estampan las paredes de su casa le dan al lugar un aire a álbum de láminas; aún quedan rastros del chocolate con el que empezamos nuestra conversación y del jazz que suena de fondo. Hay danzas que ocurren sobre papel, como hay en el papel palabras como wounaan que traducidas al español significan gente. Un césped rosado subraya las palabras wounaan escritas con la tipografía Gente en mi documento de word. En un libro estándar la textura de las letras pasa desapercibida, ese el síntoma de que tiene un diseño adecuado para le lectura. Cuando uno observa las letras escritas del wounaan estas parecen danzar, sus vocales acentuadas y las diéresis recurrentes agitan las líneas de texto compuestas en esta lengua. La tipografía es una danza, se siente cuando inicia en un golpe de tinta y se aprovecha cuando permea la musicalidad del pensamiento. *La fuente tipográfica usada en el titular, la entradilla y lengua wounnan es Gente.


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a editorial académica internacional Peter Lang publicó una nueva versión revisada y actualizada del Diccionario de Parlache. El texto recoge el léxico creado por los jóvenes de Medellín a partir de sus propias transformaciones y adaptaciones, en las que se incorporan elementos del lunfardo y el lenguaje coloquial caribeño. Los investigadores de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia Luz Stella Castañeda Naranjo y José Ignacio Henao reunieron nuevos materiales veinte años después de que realizaran su investigación en los barrios de la ciudad, en donde el argot español, el lenguaje rural antioqueño, el habla coloquial de los colombianos y algunos términos del inglés crearon un nuevo universo de conversación. El estudio está sustentado en el trabajo con jóvenes de las barriadas, en la observación del dialecto usado por ellos, y en la revisión de textos, programas de televisión y conversaciones espontáneas que permitieron anexar nuevos materiales orales y escritos, con el fin de contextualizar términos nuevos o modificados en la forma o en el significado, tomando como referencia la investigación realizada en 2006. Según los autores, “el surgimiento del parlache surgió con palabras y expresiones argóticas de uso en círculos reducidos, pero con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en una forma de comunicación utilizada y reconocida por amplios sectores de la población, sobre todo por los jóvenes de los estratos uno, dos y tres”. Así, la investigación busca mostrar cómo cada expresión o cada término representa una evolución en la realidad sociocultural de Medellín y en general de Colombia, al tiempo que plantean, entre otras, preguntas como: ¿En qué medida la aparición de las bandas y combos, la popularización de la cultura y de la droga,

Se actualiza el parlache

la inclinación por la droga, el auge desmesurado de todas las manifestaciones violentas son las causas fundamentales del surgimiento del parlache? ¿Será también el parlache una manifestación más del sentido de trasgresión a todas las normas establecidas, ante la ausencia de control social por parte del Estado y su manifiesta incapacidad para servir como mediador de los conflictos que se generan en el país? ¿Cómo afecta la aparición de este dialecto los procesos de comunicación y en qué medida marca socialmente a sus gestores y usuarios? Al igual que el Diccionario de Parlache, el grupo editorial Peter Lang, con sede en Suiza, publicó también el libro Estudios léxico-semánticos y pragmáticos del español antioqueño y colombiano, un trabajo derivado de las investigaciones del Grupo de Estudios Lingüísticos Regionales (GELIR), de la Facultad de Comunicaciones, coordinado por la profesora Castañeda Naranjo. En el texto se establece un diálogo académico alrededor de estudios léxicos, semánticos y pragmáticos del español, relacionados con proyectos como el Diccionario descriptivo de español del Valle de Aburrá y Fórmulas de tratamiento pronominales en Antioquia, lo mismo que temáticas asociadas con neologismos creados a partir de la acronimia (formación de nuevas palabras juntando iniciales o sílabas de otras) y el uso de sistemas de procesamiento de información en red por investigaciones lexicográficas. Las ediciones de lujo de estas dos investigaciones representan una oportunidad para mostrarle al mundo cómo el conocimiento de lo local adquiere visos universales permitiendo un diálogo académico entre diferentes culturas y saberes.

Los nadie, de Juan Sebastián Mesa

Los sobrinos de Rodrigo D. sí tienen futuro César Alzate Vargas Profesor de Periodismo delau.prensa@gmail.com Fotografía: Monociclo Cine

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unk, jóvenes, desencanto y Medellín: esta era la fórmula para hacer en los ochenta la película iconográfica por excelencia de la generación más trágica que ha dado la ciudad: Rodrigo D. No futuro. Se creería que dicha fórmula no funcionaría nunca más en el cine y que, si alguien la aplicaba, estaría dispuesto a elaborar una imitación, un reencauche o un pastiche. Sin embargo, nada más una generación después vienen Juan Sebastián Mesa y su combo de Monociclo Cine a hacer, porque les dio la gana, porque querían expresarse y contar sus historias a pesar de las voces que les decían que no se podía, una nueva joya del cine sobre las barriadas marginales de la metrópoli paisa, la ciudad más innovadora del mundo para los consentidos de la fortuna pero también una antesala del infierno para los que poca cosa son. Mesa y los suyos son egresados de la escuela de cine de la Universidad de Antioquia. Desde luego, hay que aclarar que formalmente hablando no existe tal escuela de cine, pero la denominación viene bien porque como tal fue reconocido este año por el festival de Cannes el programa de Comunicación Audiovisual y Multimedial de la Facultad de Comunicaciones. Ante la dramática ausencia de academias de cine en la segunda ciudad de Colombia, y siendo tan difícil para los que no tienen fortuna o beca trasladarse a centros de formación en Argentina, Cuba o más allá, el programa de marras se ha convertido, en poco más de una década, en un hervidero de creadores cinematográficos. De él han egresado figuras interesantes como Simón Mesa, ganador en 2014 de la Palma de Oro por el cortometraje Leidi; Andrés Arias y los del colectivo Rara, realizadores el año pasado del hermoso corto Acéfalos; y, claro, Juan Sebastián Mesa y los de Monociclo, que nos sorprendieron en 2013 con el corto Kalashnikov. Volviendo a Los nadie, el parentesco con la ópera prima de Víctor Gaviria es muchísimo menos real de lo que una visión somera de ambas películas puede sugerir. Las similitudes parecen saltar a la vista y, si vale la expresión, al oído, al observar esos personajes a la vez tan jóvenes y –siempre en apariencia– tan faltos de esperanza, de rumbo, de intenciones, y al oír cómo desde la banda sonora retumba en la sala de proyección uno que otro tema de punk.

No obstante lo anterior, para descartar dicha idea no será necesario esperar a oír las explicaciones de Juan Sebastián Mesa sobre lo que se proponía con su obra. Si se tiene la oportunidad de escucharlo después de la proyección, será fácil creerle cuando argumenta que, desde luego, era consciente de la inevitable comparación entre su película y la de Gaviria, pero que, en realidad, ni él ni su combo, y ni siquiera sus personajes, se sienten identificados en Rodrigo D. Es otra generación, sin duda, otro momento de la ciudad, y tantas cosas han pasado aquí desde cuando el héroe desencantado de la primera película se lanzara al vacío, que la nueva generación no se siente representada en la idea del no futuro. Explica Mesa que él –ellos– no quería poner en pantalla aquel estribillo de la banda Mutántex que veintiséis años después estremece el corazón de los que vimos Rodrigo D: “No te desanimes: mátate”. Es otra juventud la de Los nadie, y a pesar del punk (perdón si suena a prejuicio identificar este género con la desesperanza y el desencanto) y de las barriadas de imposibles lomas y de las familias disfuncionales, y a pesar del desdén con que se les mira (o se les ignora, más bien), no es voluntad de esos personajes entregarse con resignación a la nada del no futuro. La intención es otra. Los nadie pasa la hoja de los punkeros de los noventa. Los de ahora, esos muchachos de la película de Juan Sebastián Mesa a los que uno empieza mirando con difícil

tolerancia, no acabarán matándose entre ellos o a sí mismos. De hecho, más que con sus antecesores en el ruido, establecen vasos comunicantes con la generación de mamás y tías viejas que los cría. Hay un momento muy encantador de la narración, cuando la mona anda por el barrio enamorándose del Pipa y ante la cámara se transforma en todas las muchachitas enamoradas que en el mundo han sido, y entonces la banda sonora no nos agrede con uno de esos punks estruendosos. Lo que vemos es a una adolescente que llora por amor y lo que suena es ni más ni menos que una antigua balada de Leo Dan: “Tú llegaste cuando menos te esperaba”. Mesa es un narrador con argumentos y con recursos creativos de sobra. Con ellos, y sobre todo con los amigos, ha hecho una película que merece ser vista. El mensaje, en definitiva, es el opuesto al que esperábamos. Los punketos descastados del siglo XXI parecen replicar: “Si te desanimas, no te mates. Vete a viajar”. La película se acaba y uno ha llegado a quererlos.

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El aval de las

urnas

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Hace cuatro años, el 4 de septiembre de 2012, el presidente Juan Manuel Santos confirmó públicamente que las negociaciones con las Farc comenzarían un mes después en Oslo, Noruega. Hoy, y a pesar de las dificultades, los colombianos se alistan para ir a las urnas la primera semana de octubre y refrendar o negar, con su voto, lo acordado en La Habana. Proponemos un vistazo a las opciones.

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ESPECIAL o N

No. 80 Septiembre de 2016

Daniela Jiménez González Estudiante de Periodismo danielajimenezg09@gmail.com/ @AgathaCartaRoja

En cuanto a presupuesto, el Registrador Nacional, Juan Carlos Galindo, dio a conocer que el costo del plebiscito sería cercano a los 350.000 millones de pesos.

Ilustración: Daniela Jiménez González Fotografía: Juan Manuel Valencia

Campañas: dificultades, mitos y carrera del desprestigio Según la Ley de Mecanismos de Participación, quienes deseen hacer campaña por el “sí” o por el “no” o la abstención deberán notificar su intención ante el Consejo Nacional Electoral en un término no superior a quince días contados a partir de la fecha en que se publique el decreto de convocatoria del plebiscito. La Registraduría Nacional, por su parte, tendrá que encargarse de la inscripción de estos comités, que podrán ser conformados por cualquier ciudadano, partido, movimiento político u organización social. De tratarse de un partido o movimiento político, deberá estar integrado por mínimo tres personas y máximo nueve, y deberán nombrar un vocero. Será el Consejo Nacional Electoral el encargado de fijar la suma máxima de dinero que se podrá destinar al desarrollo de una de estas campañas, que podrán percibir ingresos por créditos, recaudos de recursos, contribuciones y donaciones de personas naturales y jurídicas que no excedan el 10 por ciento del total autorizado por el Consejo Nacional Electoral para cada campaña. De manera apresurada, antes de tener la fecha clara para ir a las urnas, las campañas a favor y en contra del plebiscito hace semanas ya están en las calles. De un lado, el presidente Juan Manuel Santos, con el respaldo de la gran mayoría de los partidos políticos, abandera la campaña por el “sí” a la refrendación de los acuerdos, promoviendo, incluso desde las redes sociales, el sonado sí a la paz. Del otro lado, el expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez y el Centro Democrático se constituyen en los principales opositores y defensores del “no”, en rechazo a los acuerdos logrados en La Habana. Esta campaña inicialmente lleva el nombre de “Por la paz que queremos”, y ya instalaron más de cien mesas en todo el país para reunir firmas. En el inicio de las campañas, Uribe manifestó que se pretende que la ciudadanía vote por el “sí” al Plebiscito, satanizando el derecho a la abstención. Y también dijo que la única opción era decir “sí” a la paz votando “no” al plebiscito. En medio de estas campañas ya se han presentado algunas situaciones que buscan desprestigiar al plebiscito y los acuerdos del proceso de paz. Uno de estos casos fue el que dio a conocer por redes sociales Rafael Colón, general en retiro y exintegrante de la delegación de paz del Gobierno. A principios de agosto, Colón denunció que, mientras se dirigía a su casa en un bus de la ruta Bogotá–Chía, recibió un billete de dos mil pesos marcado con el mensaje “Santos y Farc, hambre, pobreza, muerte”. El militar en retiro expresó vía Twitter que este incidente con el billete se constituía en campaña sucia y que no es el camino para ganar el plebiscito. Alrededor de los mitos y la falta de conciencia popular en torno al tema, Bernardita Pérez, profesora de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Uni-

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i nos remitiéramos a los antecedentes de otros procesos de negociación con grupos guerrilleros en el país, veríamos que nunca antes ha existido, realmente, una intención por parte del Gobierno de consultar a la ciudadanía sobre lo pactado con estos grupos. Para el actual proceso de paz, la refrendación ciudadana se constituye en un compromiso del presidente Juan Manuel Santos: es la primera vez que un proceso de negociación con un grupo ilegal será sometido al voto y los acuerdos serán validados, o no, por los colombianos. Pero, ¿por qué se elige un mecanismo como el plebiscito y no una Asamblea Nacional Constituyente, como proponían inicialmente los negociadores de las Farc? Primero, hay que señalar que el plebiscito es un mecanismo de participación ciudadana, una consulta que el Presidente de la República hace a los ciudadanos sobre temas que les competen. Para este caso, el plebiscito busca someter a votación el Acuerdo Final para la terminación del conflicto entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc en La Habana. Segundo, este es el mecanismo que la Constitución ordena para poner en consideración de los ciudadanos decisiones de carácter político, por lo que tanto el Gobierno como las Farc han expresado su voluntad de someterse al resultado que arroje el mecanismo. Al momento de votar el plebiscito, a los colombianos se nos hará una sola pregunta en la que se nos indagará si estamos de acuerdo o no con lo pactado en los acuerdos, únicamente con dos opciones de respuesta: “sí” o “no”. Para hacer válido el plebiscito, se necesitará que, cuando menos, el 13 por ciento de las personas habilitadas para votar (censo electoral) acuda a las urnas, lo que equivale aproximadamente a 4.5 millones de votos.. Si la votación no alcanza al umbral del 13 por ciento, el resultado del plebiscito no será válido. De ganar el “no”, será necesario renegociar el acuerdo, porque la Sentencia C-379/16 de la Corte Constitucional manifiesta que el plebiscito no se trata de someter a consideración del pueblo el derecho fundamental a la paz, sino de aprobar o no el contenido del Acuerdo Final. El umbral se define de esta manera después de una serie de reuniones entre los ponentes del Senado y la Cámara, y con el aval del Gobierno. En la Constitución Política de 1991 no se delimitaron las características específicas en caso de tener que aplicarse este mecanismo de participación, por lo que la definición de este umbral modificaría la Ley 134 de 1994, en la que se dispone que los plebiscitos serán aprobados “por la mayoría del Censo Electoral”. El plebiscito se convocará, según lo oficializó el presidente Juan Manuel Santos al anunciar el final exitoso de las negociaciones el 24 de agosto, para el próximo 2 de octubre.


Un proceso razonable y una mirada a futuro El hecho de que se busque la implementación de un plebiscito para refrendar o no los acuerdos, además de dotar el proceso de paz de mayor transparencia, es un reto ético importante para la vida política de la sociedad colombiana. La profesora de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia Ana María Londoño, durante el primer encuentro del ciclo de conversatorios A propósito de los acuerdos de La Habana, comentó que “nos encontramos en un momento de coyuntura jurídica, política y de participación ciudadana única y que nos da la oportunidad a las nuevas generaciones de pensar el que había sido nuestro inicial pacto político. Es importante

que acudan a las urnas, que den su voto, que significa una opinión, significa participar de los destinos que va a tener el país en los siguientes años”. Por su parte, Uprimny señaló que quienes se oponen al proceso de paz aseguran que se debe votar por partes, pero que votar de esta manera sería rechazar el acuerdo, porque este acuerdo de paz es un acuerdo global. A pesar de todo, el exmagistrado es enfático en que esta decisión está atravesada por una injusticia: somos los ciudadanos urbanos los que vamos a decidir sobre el futuro de una guerra que azota a poblaciones rurales, lo que implica que tenemos el compromiso de votar más allá de nuestros intereses y de nuestros odios personales, para hacer posible la construcción de una visión global de la paz. ¿Y cuál es el panorama en cada caso, tanto si gana el “sí” como si gana el “no”? Que gane el “sí”, para Uprimny, no garantiza que se implementen bien los acuerdos y que avancemos hacia la paz, pero sí lo hace altamente probable. “Si gana el sí es altamente probable que se produzca la energía política necesaria para generar cohesión social e implementar realmente los acuerdos. Eso nos encaminará al fin del conflicto armado y a la paz”. Si gana el “no”, eso no significa que necesariamente se retornaría al conflicto armado, aunque sería probable: “Quienes defienden esta posición buscan que la negociación sea imposible políticamente. Ellos lo que quieren es humillar a las Farc diciéndoles que negociaron durante cuatro años y no querían cárcel, pero ahora la van a tener. Eso generaría una voluntad de retorno a la guerra”, concluye Uprimny. Ahora, con una fecha clara para ir a las urnas, se comienzan a intensificar los debates y se hace más evidente la importancia de la labor pedagógica de los medios de comunicación en la construcción de una opinión más informada, responsable y consciente, de cara a la decisión que tomaremos los ciudadanos en menos de un mes y de la que depende el futuro del país.

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versidad de Antioquia, durante el primer encuentro del ciclo de conversatorios A propósito de los acuerdos de La Habana, realizado el 17 de agosto, manifestó su preocupación por la tergiversación que existe sobre el asunto: “Hay una profunda desinformación. De un lado, por supuesto, es por desconocimiento porque los ciudadanos leemos poco y también porque muchos ciudadanos no saben leer. Pero también hay una desinformación malintencionada dirigida a mostrar que estos acuerdos son para entregarle el poder a las Farc. Esto no es así, esto es absolutamente equivocado”, aseguró. Otra de las principales dificultades para que el plebiscito triunfe radica en los bajos índices de popularidad del presidente Santos, una percepción que se ha extrapolado a todo lo concerniente al proceso de paz. Rodrigo Uprimny, exmagistrado y director del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (Dejusticia), durante su ponencia “Plebiscito, paz y derechos humanos” realizada el 12 de agosto de 2016 con motivo de la Cátedra Héctor Abad Gómez de la Universidad de Antioquia, sostuvo que uno de los principales argumentos éticos que los ciudadanos deben tener en cuenta es evitar que este plebiscito sea sobre Santos: “Evitemos que el “sí” sea un aval a todo lo que el presidente ha hecho. Hay que tener la capacidad de discernir, como lo han hecho algunos sectores de izquierda; es decir, mantener la oposición al Gobierno de Santos, pero sabiendo que la discusión sobre el acuerdo y la paz es otra cosa. En esas condiciones, creo que en Colombia podríamos, si gana el “sí”, tener una esperanza sólida de alcanzar una paz estable y duradera con las Farc, con dignidad y justicia suficiente para las víctimas”.

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Bernardita Pérez, profesora de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.

“Pero también hay una desinformación malintencionada dirigida a mostrar que estos acuerdos son para entregarle el poder a las Farc. Esto no es así, esto es absolutamente equivocado”.

Referendo por el Agro,

otra decisión del pueblo Andrés Rodríguez Estudiante de Comunicación Social Periodismo jaancoso@gmail.com Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

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l 19 de agosto se cumplieron tres años de las movilizaciones que diversos sectores agrícolas del país protagonizaron en 2013. Este año nuevamente sale a las calles el sector agrario, pero por cuenta de un referendo promovido por la Asociación Dignidad Agropecuaria Colombiana y otras entidades, entre ellas varias centrales obreras, asociaciones de productores y la ONG británica Oxfam. El Referendo por el Agro Nacional pretende modificar cuatro artículos de la Constitución: 64, 65, 66 y 100. “Esto, con el propósito de incorporar un mandato constitucional que obligue al Gobierno a proteger la soberanía y seguridad alimentaria de los colombianos”, indica Gabriel Hernán Gaviria, promotor del Referendo en Antioquia; y agrega: “El Estado debe proteger la producción agraria del país y privilegiarla por encima de las importaciones; que asegure a los campesinos el acceso al agua y a sistemas de riego; que renegocie los tratados de libre comercio y tenga en cuenta a las empresas, campesinos, indígenas, comunidades negras, pescadores artesanales y demás trabajadores colombianos”. Alexander Taborda, caficultor del municipio de Andes, manifiesta que “el campo se está envejeciendo, no es atractivo para los jóvenes, quienes prefieren migrar a las ciudades en búsqueda de oportunidades de estudio y mejo-

res condiciones de trabajo”. Así lo demuestra el tercer Censo Nacional Agropecuario, realizado por el Dane en 2015, cuya conclusión es que la edad promedio de los campesinos en Colombia está entre los cuarenta y los 54 años de edad. Otro dato que arroja el tercer Censo Nacional Agropecuario es el incremento en las importaciones de alimentos en las últimas dos décadas. Se pasó de importar 600 mil toneladas de alimentos a más de doce millones. Esto demuestra que la agricultura colombiana no está preparada para competir con el avance técnico y productivo de los agricultores en otras zonas del mundo, donde cuentan con mayor tecnología dedicada a la producción de alimento, como la cercana república Argentina y su uso de la agricultura de precisión. “Los colombianos responderán: ¿quieren que exista producción de alimentos en Colombia? ¿Sí o no?, porque si en realidad consideran que se debe producir alimentos en el país, hay que respaldar el Referendo por el Agro”, sostiene Ana María García, gerente del comité promotor del Referendo en Antioquia. En los dos meses que van se han recogido más de 500 mil firmas. La tarea es recolectar cuatro millones de firmas en todo el país, y en Antioquia la meta es de 400 mil. El Referendo ha contado con el apoyo de muchos senadores de la Republica, entre ellos el Presidente del Senado Mauricio Lizcano; otros senadores como Juan Felipe Lemus Uribe, Horacio Gallón y Juan Diego Gómez, han demostrado su apoyo. También diputados, alcaldes, concejales, párrocos, empresarios, maestros y personajes reconocidos como la agrupación Aterciopelados y el humorista Boyacoman. Daniel Rodríguez, estudiante de Ingeniería Agropecuaria en la Universidad de Antioquia seccional Suroeste, opina:

“El Referendo por el Agro es una forma más interesante en la que estas organizaciones participan, ya no están bloqueando calles sino que a través de la unión de muchas personas que apoyan con su firma buscan un cambio”. El Gobierno aún no se ha pronunciado acerca de este proyecto de iniciativa popular, enmarcado al igual que el plebiscito en el artículo 103 de la Constitución. El Referendo por el Agro busca un cambio en la política agraria del país por la vía democrática. Como se vivió en el último paro camionero, el cual dejó un joven universitario muerto en Duitama, las vías de hecho no son las únicas opciones para cambiar las políticas que afectan al pueblo colombiano.

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“No hay que tenerle miedo a que las Farc estén haciendo política, hay mucho más miedo en las Farc haciendo guerra”.

Juan Diego Posada Politólogo y estudiante de Periodismo jdposadap@hotmail.com / @jdposadap9

Existe una gran preocupación por el resultado del proceso y lo que vendrá después: si habrá un margen de impunidad, qué pasará con la resocialización de los integrantes de las Farc y cómo brindará el Estado las herramientas de atención psicosocial para ayudar a sublimar los dolores de víctimas y victimarios. Dentro de los colombianos cala, sobre todo, la desazón de la participación política por parte de miembros de las Farc. El proceso de paz está precisamente orientado a la participación, pues la dejación de armas como forma de hacer política está demostrando otra voluntad del grupo guerrillero y su posición frente a la realidad colombiana. Para Correa, este tema debe asumirse con “parte de tranquilidad” porque no implica la entrega de poder a las Farc, incluso con las curules en el Congreso. Es solo un espacio para que deliberen desde la política de manera temporal y tendrán que hacerse elegir democráticamente.

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íctor Correa Vélez es médico de la Universidad de Antioquia y ejerce actualmente como Representante a la Cámara por Antioquia. Su vinculación en los movimientos estudiantiles y su ejercicio político lo destacan como vocero de posiciones críticas, en especial, con la coyuntura del país. Su partido, el Polo Democrático, ha asumido frente al proceso de paz posturas que no son nuevas. De hecho, en sus lineamientos siempre ha existido una apuesta por la salida negociada del conflicto armado, que incluye a la sociedad civil como principal mediador en el proceso. De La Urbe habló con Correa sobre el impulso político del Sí al plebiscito del próximo 2 de octubre. Señor Correa, ¿por qué debería votarse el sí en el plebiscito? Porque es hora de ponerle fin a esa máquina de víctimas que es el conflicto armado con las Farc. Hay siete millones de víctimas, cinco millones de desplazados, más de 250 mil personas asesinadas en el marco del conflicto; esa es una de las razones para decirle sí a la salida negociada al conflicto.

En participación política, ¿puede la gente estar tranquila? No hay que tenerle miedo a que las Farc estén haciendo política, hay mucho más miedo en las Farc haciendo guerra.

Para muchos colombianos, la construcción de paz está supeditada a la verticalidad de los diálogos. Hay una visión de la paz construida “desde arriba” y no desde la base. Correa es enfático en señalar que acabar la guerra es “dejar atrás la historia de las armas y la violencia”, pues ha sido este una constante en las formas de hacer política en el país. Sin embargo, el hecho de haber empuñado las armas sigue siendo la mayor condena para las Farc, socialmente hablando.

¿Y en cuanto a la impunidad? Dentro del acuerdo de paz está claramente consignado que los crímenes de lesa humanidad no tendrán ni amnistía ni indulto. Hay un marco de penas especial para este proceso y que sí contempla las penas privativas de la libertad, no la cárcel necesariamente, y que puede llegar hasta los veinte años si no hay colaboración para la construcción de la verdad. Este sistema no es impunidad. Impunidad es la continuidad de la guerra, ¿cuántos guerrilleros han muerto en la guerra sin siquiera contar la verdad? ¿Sin responderles a sus víctimas? La guerra no es garantía de que estas personas vayan a responder frente a justicia alguna. Para Correa, hay gente que no quiere que el conflicto termine porque le va mejor en la guerra que en la paz. Si bien hay mucha desinformación, para este congresista todos los temores que surgen de los acuerdos se pueden despejar y ese es el reto de la pedagogía de la paz: una pedagogía que debe estar enfocada en explicar que este no es un acuerdo para las Farc, sino un acuerdo para el país. Y el Sí es la mejor opción.

Víctor Correa: “Más que de perdón,

Se han cometido todo tipo de crímenes, ¿cómo asimilar el perdón? Yo creo que más que de perdón se trata de verdad. Cada quien dentro de su fuero interno y de sus propias realidades verá si perdona o no perdona, eso no hay forma de imponerlo; hay muchas víctimas que perdonarán, otras que no y hay que entenderlo desde la individualidad. Hay que buscar es que este proceso de paz contribuya desde la verdad, no solo en lo general y en lo amplio, sino también en los casos específicos, para que las víctimas puedan encontrar sosiego y tengan herramientas para construir el perdón o por lo menos para encontrar tranquilidad. Lo importante es que se sepa qué fue lo que pasó y que ese relato nos dé la oportunidad de trascender las formas. Que no sean ese odio que quede ahí represado y la falta de claridades, la génesis de nuevos conflictos futuros.

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se trata de verdad”

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No. 80 Septiembre de 2016

La paz no es solo el silencio de los fusiles, la paz tiene que trascender hacia la superación de las enormes inequidades que existen en nuestro país y que se han configurado a través de este modelo político, social y económico.


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“La gente se siente muy engañada, está cansada de que la chantajeen con guerra urbana o con que van a subir los impuestos si no gana el plebiscito”

Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo @juanduermevela – juan.florezarias@gmail.com Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

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u saludo es suave. En la muñeca derecha lleva dos manillas; la primera, negra, dice “Resistencia Civil”; la segunda tiene los colores de la bandera de Colombia. En la otra muñeca hay pulseras decorativas que combinan con sus colgantes, y un reloj que no mira durante las casi dos horas que, entre exaltaciones y pausas, sus manos se mueven al enfatizar sus palabras. Las emociones en ella son transparentes, se reflejan en un rostro que se descompone o se turba con facilidad, incapaz de disimular. Paola Holguín conoció la política a los cuatro años, cuando acompañaba a sus padres en las campañas por el Partido Liberal en Antioquia; hizo estudios referentes a seguridad, terrorismo y contrainsurgencia en la Universidad de Defensa de Washington; fue asesora de la Presidencia durante los dos períodos de Álvaro Uribe y en 2014 llegó al Senado con el número 18 en la lista cerrada del Centro Democrático. Al hablar, sin embargo, prefiere presentarse como una mujer de 42 años. “No piensen que soy senadora, nunca he sido paramilitar, yo no cargo una motosierra en el bolso, escúchenme como a cualquier colombiano”, cuenta que dijo una vez en una intervención frente a la ONU. Paola Holguín quiere ser escuchada, decirle a la gente que vote por el No en el plebiscito. En Chile, en el plebiscito de 1988, gracias al cual en 1990 salió del poder el dictador Augusto Pinochet, la campaña por el “No” convenció a los electores gracias al tono optimista. En Colombia, puede vislumbrarse un tono distinto, que consiste en acentuar el descontento de muchas personas con el proceso de paz y, en general, con el gobierno de Juan Manuel Santos. El “No”, promovido con toda su carga semántica. “La gente se siente muy engañada, está cansada de que la chantajeen con guerra urbana o con que van a subir los impuestos si no gana el plebiscito”, dice la senadora Holguín. Para ella y para su partido, el proceso esconde una amnistía disfrazada y un lavado de activos. Amnistía por la ausencia de cárcel para responsables de crímenes de lesa humanidad, que a partir del Estatuto de Roma deben ser procesados, y un lavado de activos por el destino del dinero de las Farc –el diario El Colombiano ha denunciado cuentas millonarias– que no se emplearía para la reparación a las víctimas. Analistas como Rodrigo Uprimny han defendido la justicia transicional pactada en La Habana –una restricción de la libertad con el cumplimiento de penas restaurativas–. El Centro Democrático la considera impunidad, pero incluso en ese

punto Paola Holguín parece dispuesta a ceder: “Los guerrilleros, igual que los paracos, merecen cadena perpetua. Pero que paguen al menos ocho años, como con la Ley de justicia y Paz en el gobierno Uribe. Y como no les gusta la cárcel, soy más querida con ellos que con los paracos: que se vayan para una granja agrícola, pero que hagan algo”. El punto en el que es inflexible –frente al que empuña las manos y levanta la voz– es la participación política de miembros de Las Farc condenados por crímenes de lesa humanidad y procesados por la justicia transicional. A pesar de su agitación, es cuidadosa con las palabras. No dice conflicto, no dice proceso de paz, dice desmovilización de estructuras criminales. Hay en esta selección un trasfondo fundamental: para ella, las Farc son solo un actor criminal y por lo tanto la negociación no es política. Si el “No” gana, no significa el fin del proceso, sino la oportunidad de renegociarlo. Eso cree Paola Holguín y señala la voluntad manifestada por las Farc de permanecer en la mesa incluso ante una derrota en el plebiscito. Al preguntarle si cree que los líderes de esta guerrilla renunciarían a la elegibilidad política, en caso de una renegociación, responde: “Tendrían que estar dispuestos, y si no, no hay acuerdo”. Surge de esto otra pregunta: si asumiría el costo político en caso de que el proceso fracase y la violencia vuelva a aumentar. “Es que nosotros no estamos matando a nadie. La pregunta que yo te hago es: ¿qué responsabilidad tenemos nosotros sobre los muertos?” Luego agrega, como quien hace una confesión: “Yo no puedo hacer cálculos políticos, yo por este país me voy a reventar la madre. Y si nunca más en mi vida saco un voto, eso me vale huevo. A mí esto me importa más que mi propia vida. Yo aparte de Colombia no tengo nada”. Paola Holguín no tiene hijos y sus padres ya fallecieron. Hace quince años entrenó en el batallón de Bello como reserva del Ejército. Dice que en su casa guarda dos trajes camuflados, preparados “por si esto se jode y necesitan gente, porque yo no nací en Narnia, uno es de donde tiene los muertos”. Las Farc la declararon objetivo militar en 2010, y por eso siempre lleva una pistola nueve milímetros en el bolso. Su mirada, al decir esto, es suave. La dirige al bolso y de nuevo al frente antes de aclarar con cierta impaciencia: “Tranquilo, que no se va a disparar sola”. Tiene razón. Un arma requiere, casi siempre, de voluntad para ser disparada.

Paola Holguín: El “No” vivido

Invitar a votar “No” puede ser difícil: hay en ello siempre algo de confusión: “diga sí al no”. Esta senadora del Centro Democrático se declara preocupada por el desconocimiento de las personas frente a lo allí pactado.

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La paz (también) es Mariana White Londoño Estudiante de Periodismo mariana.whitelo@gmail.com

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quella sílaba no ha parado de hacer eco en Colombia desde que se dieron a conocer los diálogos entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc, en el año 2012. “Paz” es el anhelo y el compromiso no solo de ellos, sino de todos los colombianos. Hoy, cuando las negociaciones llegaron a su fin, la realidad del país nos sigue recordando que un propósito tan grande no puede reducirse a la firma de un acuerdo entre dos partes. Que se necesita de muchos más esfuerzos y que la paz también es…

Salud

La ambulancia y el tiempo A las ambulancias se les recuerda escandalosas y veloces. Ese 13 de agosto de 2016, en cambio, el vehículo rodaba despacio por las calles y, en vez de sirena, se escuchaba un altavoz que emitía: “No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla”. “Si queremos un mundo en paz y con justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor”. “La paz no es algo

que deseas, es algo que creas, algo que haces, algo que eres, y algo que regalas”. “Derribar y destruir es muy fácil, los héroes son aquellos que construyen y que trabajan por la paz”. Las frases son de Eleanor Roosevelt, Antoine de Saint-Exupéry, John Lennon y Nelson Mandela, respectivamente. Era el desfile inaugural de las fiestas de Jericó, Antioquia, y el hospital del pueblo sacaba su propia carroza, decorada con flores de colores y palomas blancas. ¿Por qué, en medio de tanta algarabía y alegría por las Fiestas de la Cometa, cabe una ambulanciacarroza que nos vuelve a recordar aquello de la paz? Debe ser porque para esa IPS, así como para muchas en Antioquia, sin salud no hay paz. Para Adriana Bermúdez, Gerente del Hospital San Rafael de Jericó, “la salud está relacionada con el estar bien, vivir bien. Cuando hay paz hay salud porque existe tranquilidad, y esta se debe promover desde los funcionarios a través de la atención con calidez. Nuestro municipio goza de ser un lugar sin problemas de conflicto armado, mas no hay que descuidar espacios de conciliación como el desfile”. Esa vez la ambulancia estaba en el lugar preciso, a tiempo, pero otras veces no hay tiempo, ni lugar preciso, ni ambulancia alguna para los s c i i b t pacientes más necesitados. Las carrozas le llegaron al parque principal y allí se concentró la multitud.

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Fotografía: Stiver Peña

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Tres historias que hablan de hacer las paces como hecho humano y social más que político. De cómo, para algunos, la paz concreta y duradera se debe reflejar en aspectos como la salud, el arte, la cultura y la educación.

Arte

Que callen los fusiles y suenen las chirimías Por fin había llegado el día del Carnaval por la vida, la memoria y la paz, que se venía preparando hacía más de seis meses en Remedios, Antioquia, y que rendía homenaje a las víctimas del conflicto armado. Particularmente, se conmemoraría la masacre ocurrida el 2 de agosto de 1997, cuando un grupo de paramilitares entraron al municipio en la madrugada y se llevaron forzosamente a siete personas para luego asesinarlas, entre ellas un defensor de derechos humanos y un exalcalde por la UP y por el Movimiento Cívico Popular, según ASOVISNA (Asociación de Víctimas del Nordeste Antioqueño). El desfile comenzó al mediodía, el 6 de agosto, acompañado por las personas del pueblo y la alcaldía. Se apreciaban danzas, música, pancartas y consignas. En la chirimía, además de la tambora, el llamador, los alegres, el guacho y la trompeta, sonaba el clarinete. Lo tocaba Erlin Augusto Avendaño, director de la Escuela de Música y la Casa de la Cultura de Remedios, quien llegó al pueblo hace 10 años a “hacer música”, a pesar de la violencia que desde los años 80 golpeaba al municipio. Recorrieron las calles hasta el parque principal y allí se realizaron otras actividades artísticas y culturales. También un conversatorio sobre el proceso de paz, pues Remedios fue escogido como una de las zonas veredales transitorias de concentración de las Farc durante su desmovilización. Y aunque este pueblo minero todavía tiene presencia de grupos al margen de la ley, según Erlin, el accionar delincuencial ha disminuido y hay esperanzas en Remedios como un ‘territorio de paz’. Pero hace falta pedagogía porque poco se conoce el proceso. “Si vos venís a Remedios y le preguntás a un transeúnte qué sabe del proceso de paz, casi te puedo garantizar que no sabe qué responder”, comenta.

Educación

Llegar sin miedo al salón Las pocas escuelas que existían en los 90 y primeros años de los 2000 en San Carlos, Antioquia, tuvieron que cerrar. La violencia arreciaba, los asesinatos y desplazamientos eran comunes. Si no salían del pueblo, los habitantes tenían que quedarse encerrados por miedo a las amenazas de guerrillas, autodefensas y militares. Hoy se recuerdan con dolor las cifras: “76 víctimas por minas antipersonales —la más alta del país—, 33 masacres en un periodo de diez años, 30 de las 74 veredas del municipio fueron abandonadas en su totalidad y más de veinte de manera parcial, cerca de 5 mil atentados a la infraestructura, asesinatos selectivos de líderes cívicos, 156 desapariciones forzadas, violencia sexual contra las mujeres, tomas al pueblo, extorsión y cuatro periodos de grandes desplazamientos”, según el informe San Carlos: Memorias del éxodo en la guerra, del Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. En la actualidad es diferente. Desde el 2011, quienes fueron desplazados están regresando a recuperar sus tierras. Se nota ahora sí la presencia del Estado, la promoción de proyectos productivos para los campesinos y la apertura de las escuelas. Andrés Correa llegó en 2013 a una de estas escuelas, luego de estudiar en la Normal Superior de Jericó y en el Politécnico Marco Fidel Suárez en Bello. Tenía diecinueve años. No le importaron los comentarios de que San Carlos estaba condenado a la violencia. Llegó a ser el profe jovencito al que los niños le contaban que vieron morir a sus familiares o que en tal parte los malos sentenciaban al desalojo o a la muerte. Allí, Andrés reafirmó su vocación al ver a niños y jóvenes felices por regresar a clases, por tener un futuro. En San Carlos hay cinco instituciones educativas, cuatro rurales y una urbana. Según Andrés, la lejanía de la escuela ya no es una excusa para no estudiar pues se brinda servicio de transporte en cada uno de los tres corregimientos para llevar a los niños. Él ha sido testigo y parte del cambio al dar ejemplo y proporcionar sus experiencias, mientras los estudiantes se dan cuenta de que, por lo menos, ya pueden regresar sin miedo al salón.

Fotografía: Bryan Steven Restrepo

La Casa de la Cultura es el espacio de quienes se interesan más por el arte que por la delincuencia. “Yo creo que la música es paz porque es el mejor medio de convivencia. Cuando estamos tocando juntos, a pesar de que todos los niños están tocando instrumentos distintos, suena bien, y eso es la paz: hacer las cosas organizadas y que sea claro para el pueblo, o sea, que suene bien”. Fotografía: Andrés Correa


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Plebiscito y Paz:

para tener en cuenta

El Proceso de Paz de La Habana y el Plebiscito aún generan dudas en una parte de la población nacional. ¿Cuál será el costo de este mecanismo de participación?, ¿de qué forma se llevará a cabo?, ¿cuáles son los futuros escenarios del sí y el no? De la Urbe ofrece unos puntos clave a tener en cuenta. La Corte Constitucional aprobó el plebiscito como método para que los colombianos manifiesten, el próximo 2 de octubre, si apoyan o no los acuerdos pactados por la mesa de negociación en Cuba.

¿Por qué hacer el Plebiscito? La Corte Constitucional discutió si se debía o no hacer una refrendación popular.

Argumentos en contra: El Presidente está obligado a procurar el orden público en el territorio (Art. 189, numeral 4 de la Constitución). La paz es un derecho fundamental y no puede ser delegado a la decisión de las mayorías. La votación es por el Sí o el No. No permite participación de los ciudadanos sobre el texto del acuerdo.

El plebiscito fue aceptado porque: La refrendación es de carácter político. No se define el derecho a la paz, sino el apoyo ciudadano a los acuerdos.

si gana el Sí ? El plebiscito solo es vinculante al Presidente de la República, quien se verá obligado a implementar los acuerdos. El Presidente tendría facultades extraordinarias para expedir los acuerdos con las FARC con fuerza de ley. Se ha hablado de una posible Asamblea Nacional Constituyente que incluya todos los cambios institucionales que deriven de este proceso.

Características de este plebiscito: Con el aval del Congreso, el Presidente lo convocó para el 2 de octubre.

Comprometidos con el cambio Juan José Agudelo, supervisor en una empresa de aseo, votaría por el Sí. Esta opción significa que el diálogo es posible. Y que este proceso no solo está en manos de la guerrilla o el Gobierno: “Decir sí es el aval de que podemos hacerlo, sería la gestión de parte de la ciudadanía diciendo que lo podemos hacer, [cambiar]”.

Hijos sin fusil “Todos salimos beneficiados en este proceso”, dice Diana Holguín, estudiante de Servicios Farmacéuticos en el Censa, quien daría su aprobación al acuerdo con las Farc. El campesino podría recuperar sus tierras, los cultivos ilícitos cambiarían por comida. Pero hay un dato más, la posibilidad de que sus hijos ya no tengan que prestar el servicio militar.

Umbral para legitimarlo: del censo electoral 4.5 millones de votos.

13%

Solo se hará si las Farc cumplen con la dejación de armas.

El plebiscito costará alrededor de 280 mil

Los ser vidores públicos podrán hacer campaña por el Sí o el No, sin promover su partido político.

Los colombianos que residan en el exterior podrán votar a través de los consulados.

El Gobierno deberá asegurar la divulgación del acuerdo final. Habrá financiación pública si es por igual a las campañas por el Sí y el No.

¿Qué pasa

No tiene un fin jurídico.

¿Qué pasa

Laura Cardona, Juan Manuel Valencia Estudiantes de Periodismo laulccp@gmail.com / juanvale11@hotmail.com Diseño: Sara Ortega Ramírez

si gana el No ?

El Congreso podría hacerse cargo de que el proceso no muera, ya que el plebiscito atañe solo al Presidente. Renegociación del acuerdo hasta alcanzar uno satisfactorio, podría quedar en manos de otro Gobierno. Las Farc afirman que no regresarán a las armas en caso de ganar el No. Pero, sectores de la opinión pública aseguran que es un mensaje positivo con miras al plebiscito. Seguiría el conflicto armado con las Farc.

millones de pesos.

En el tarjetón irá la pregunta: “¿Apoya usted

el acuerdo final para la ter minación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?” Desde nuestros actos Carolina Osorno, estudiante de psicología, votaría no: “No es tanto de votar sí o no, pienso que desde nuestros corazones, nuestra perspectiva, debemos empezar a aportar para la paz con el respeto, con la tolerancia. ¿Cómo un guerrillero y un presidente se dan la mano con tanta hipocresía?”.

Maruja le dice no a la guerrilla Maruja lleva 46 años vendiendo prensa y jugo de naranja sobre la avenida Oriental, al pie de la Iglesia San José. Ella le dice sí a la paz, pero no al acuerdo con la guerrilla: “Dicen que van a hacer la paz, pero siguen haciendo lo mismo. Yo no confío en ese tratamiento con la guerrilla”.

Ni Sí ni No Que se comprometan realmente Entre el sí y el no está Nicolás González, quien vende libros en el pasaje La Bastilla: “Deberían ser más concretos, que ambas partes firmen pautas más seguras. Aún no sabemos nada, por tantas cosas que suceden. En muchas ocasiones ese proceso de paz ha quedado en nada. Creo que todavía esa paz no existe”.

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Juan Arturo Gómez Tobón Alias Karina fue la mujer con más alto cargo militar Estudiante de Comunicación Social Periodismo que tuvo las Farc; llegó a ser comandante del Frente 47 entre los años 2000 y 2003. Dentro de los delitos por atgoz@hotmail.com Fotografías: María Angélica Cardona Gómez

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uando Elda Neyis Mosquera García ingresó a las Farc, a la edad de dieciséis años, la renombraron Karina. Aún hoy, su amiga de niñez Doris Pérez Sepúlveda la recuerda como una niña tímida que vendía arepas y mazamorra por las calles del corregimiento Currulao de Turbo y se cuestiona cómo Elda Neyis se convirtió en la temida comandante guerrillera.

los que respondió ante los jueces de Justicia y Paz están el reclutamiento y la desaparición de cuatro menores en Sonsón, Antioquia, y la toma de Arboleda, Caldas, el 29 de julio de 2000. En este ataque, los guerrilleros al mando de Karina destruyeron con cilindros bomba la estación de Policía y varias viviendas. La arremetida guerrillera, que duró dos días, dejó un total de tres civiles y trece policías muertos y un desaparecido. Antes de eso, Karina había dominado, sometiéndolo al terror, el cañón del río Samaná y alrededor del mismo toda la zona limítrofe entre los departamentos de Antioquia y Caldas.

Ha confesado más de doscientos delitos. Entre ellos se encuentran la desaparición forzada, el reclutamiento de menores, la extorsión, el asesinato de civiles, el secuestro, el uso de armas no convencionales y la toma de poblaciones. Delitos que fueron cometidos principalmente en los departamentos de Antioquia, Caldas y Quindío. Estos delitos por alias Karina y los guerrilleros a su mando dejaron un total de 1.044 víctimas, según el Tribunal Especial de Justicia y Paz. Sobre los motivos que la llevaron a entregarse, argumenta: “Yo me sentía tan abandonada de las Farc y me mantenía tan aburrida de la guerra, que a veces prefería estar muerta”. Se acumulaban ocho años sin ver a su hija y aparecieron las palabras del comandante Iván Ríos al conocer la muerte de su compañera sentimental después del bombardeo a su campamento el 29 de julio de 2006: “Quien merecía morir era Karina y no Natacha”. Todo esto cargó de dudas a la jefa guerrillera sobre su futuro en las Farc, y, especialmente, dice que presintió que si no se desmovilizaba no volvería a ver a su hija. A los dos meses del asesinato de Iván Ríos a manos de su jefe de seguridad, alias Rojas, Karina se desmovilizó. Esto ocurrió el 18 de mayo de 2008. Por orden del secretariado de las Farc, de su cuadrilla habían sido retirados los seis hombres más preparados para el combate. Esa misma noche su compañero sentimental, alias Michin, le preguntó: “¿Negra, qué cree que pretenden las Farc con usted?”. Esa pregunta dejó en evidencia la vulnerabilidad de la “Mujer fuerte de las Farc”. En la madrugada despertó a su compañero, para decirle: “Tienes razón, lo que quiere el secretariado es entregarle un positivo al ejército, para que mermen los ataques de las fuerzas militares. ¿Y quién mejor que Karina, a quien acusan de matar al papá del presidente Uribe? Nos desmovilizamos”. Elda Neyis Mosquera fue nombrada por el presidente Álvaro Uribe Vélez como Gestora de Paz, según la Resolución 171 de 2009. Este acto se hizo con base en el artículo 6 del Decreto 614 DE 2009: “El Gobierno Nacional podrá otorgar a miembros de grupos armados organizados al margen de la ley que expresen a las Autoridades su voluntad de paz y de contribuir a la aplicación efectiva del Derecho Internacional Humanitario, las medidas y condiciones necesarias para facilitar su tarea”. La labor de Karina como Gestora de Paz consistió en incentivar la deserción guerrillera y dar charlas para evitar el reingreso a la organización, al momento de recuperar la libertad, de los guerrilleros detenidos. Ahora, cuando las cosas para su antiguo grupo han cambiado radicalmente y de ser el principal opositor del Estado colombiano ha pasado a ser la contraparte del mismo en el Acuerdo de Paz, la excombatiente da a conocer sus ideas sobre su propia vida y sobre el país.

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¿Cómo ve su futuro cercano? Todavía no sé qué voy a hacer con mi vida. El tema de la justicia, para mí, está muy crudo. Llevo ocho años en el proceso de Justicia y Paz y en ese tiempo solo se ha logrado esclarecer un pequeño porcentaje de los hechos del Frente 47, donde estuve ocho años; aún falta lo del Frente Quinto, donde mi accionar fue de dieciséis años. Mi proceso ha tenido ocho fiscales. Cada vez que llega uno nuevo, empieza desde cero y cuando ya está encaminado, lo cambian y me toca repetir todo.

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Una vivienda ubicada en la XVII Brigada del Ejército es el lugar de trabajo y habitación de la exguerrillera.


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Entonces… ¿usted cree que seguirá detenida? Yo seguiré amarrada a la justicia ordinaria. Hace poco se comunicó conmigo una fiscal de la Unidad Nacional Contra la Desaparición y los Desplazamientos [Undes] para informarme que en su despacho hay 150 procesos en etapa previa, contra mi¨, y eso en una sola fiscalía. Yo me he dedicado a enviar derechos de petición, y solo así me entero de esos procesos; algunos los presenté hace varios años y no me los han contestado. Ese problema lo tenemos los desmovilizados individuales. Por ejemplo, del Bloque Noroccidental somos veintiocho desmovilizados y en ocho años no nos han podido llevar a una Sentencia Condenatoria Parcial. En Colombia la justicia ordinaria anda por un lado y la de Justicia y Paz por otro.

¿Cómo ha visto las etapas de transición de la guerra a la firma final de los acuerdos en la brigada XVII de Urabá, una de las más combativas, en estos cinco años que ha estado recluida en ella? Diferente. A escasos cien metros de donde estoy recluida se encuentra el helipuerto, y en medio de la guerra era normal ver llegar los muertos, los mutilados y los heridos. Hoy eso es cosa del pasado, los soldados viven más tranquilos, ya no permanecen en esa incertidumbre de si volverán vivos del patrullaje. Eso me enseñó que la paz merece todo nuestro compromiso.

¿Cree que su situación jurídica va a cambiar a partir de los acuerdos entre el Gobierno y las Farc? Para las Farc soy una traidora, para el Gobierno soy una papa caliente. El proceso de La Habana ha avanzado hasta el punto de la firma de un acuerdo final y a los desmovilizados individuales no se nos dice qué va a ser de nosotros; la incertidumbre es grande. Unos comentan que vamos a poder acogernos a la Jurisdicción Especial para la Paz, y otros dicen que la letra menuda advierte que quienes estamos en la Ley 1592 [de 2012: reincorporación de miembros de grupos armados que contribuyan de manera efectiva a la consecución de la paz nacional] no vamos a estar cobijados por las leyes que se van a tramitar en el marco de los acuerdos de La Habana.

¿Cómo sueña su primer día de libertad? ¡Uff! Me sueño poder gozar de un día completo con toda mi familia, abrazarlos, respirar el mismo aire, compartir espacio y tiempo con ellos. Después, que se venga lo que sea.

¿Se arrepiente de haberse desmovilizado? De desmovilizarme, no. Me arrepiento de haber ingresado a las Farc y de mi pasado guerrillero, pero siento que el Programa de Desmovilizados del Gobierno es más propaganda que verdad. Por ejemplo, dicen que uno va estar recluido en un lugar especial, pero yo estuve tres años en un establecimiento penitenciario. En la cárcel hay miles de exguerrilleros en total abandono, no tienen ni para comprar los útiles de aseo. Si a alguno de ellos, la familia no le da para comprar un papel higiénico, se jode. Uno como desmovilizado individual no cuenta con acompañamiento sicológico ni social para reintegrarse a la vida civil, por eso a algunos no les queda otro camino que ingresar a las bacrim. ¿Cómo cree usted que será la reintegración a la vida civil de los guerrilleros después de la firma de los acuerdos? Aunque me he mantenido al margen del proceso de paz y no he querido hablar de ello, hoy lo haré: el guerrillero raso poco conoce la Constitución y las leyes de Colombia, para ellos el mundo es las Farc y la ley es el Secretariado. La mayoría ingresaron siendo niños, a esa edad no se sabe qué es lo bueno y qué es lo malo. A esos guerrilleros les lavaron el cerebro desde la infancia con la doctrina fariana. Ellos se forjaron como hombres o mujeres en las trincheras, en medio de las balas, pero cuando lleguen a la sociedad se encontrarán con la realidad y el demonio de la guerra los acompañará y llenará sus noches de temor. Yo apoyo los diálogos de La Habana, sé que la paz es el único camino. Por eso le pido a la sociedad que perdone a ese niño que hace veinte o treinta años tomó la decisión de empuñar un arma y le solicito al Gobierno que en verdad haya acompañamiento sicosocial. Solo así podrá haber una verdadera reintegración a la vida civil y se podrá asegurar, al lado de la justicia social, la no repetición de una vez por todas.

S

El 23 de julio, Elda Neyis Mosquera Mejía cumplió ocho años en prisión, por lo que se convierte en postulante para la suspensión de la pena en el marco de la Ley de Justicia Paz. Desde su lugar de reclusión en la Brigada XVII de Carepa, la otrora “mujer fuerte” de las Farc habla de la guerra, el proceso de paz, la justicia, su futuro, sus sueños y sus temores.

¿Cómo desea o teme ese “lo que sea”? Con mi hija he planeado ese futuro. Ella está esperando que yo salga en libertad para tener un hijo. Me sueño ser una abuela alcahueta, quiero darle todo el amor de madre, que le negué a mi hija, a un nieto. Yo veo lejano el perdón de cierto sector de la sociedad y del país, temo por mi vida y la de los míos; por eso he pensado en irme a vivir al exterior. Existen dos o tres países que me brindan esa posibilidad, pero me los reservo. ¿Eso significa que el trabajo de Karina como Gestora de Paz terminará ese día? Yo, Elda Mosquera, he aportado a la paz diciendo la verdad, he pagado la pena que me impuso la Ley y en mi corazón habita el compromiso de no repetición. La felicidad para mí sería poder combinar mi papel de abuela con el trabajo de Gestora de Paz. Eso lo he hablado con un excomandante de las AUC, quien fuera el más acérrimo de mis enemigos en la guerra: nuestra más grande ilusión es trabajar juntos por la paz y la reconciliación de Urabá y Colombia. ¿Esa reconciliación incluye a las Farc? Claro que la incluye. El manto de la reconciliación debe cobijar a todos y cada uno de los colombianos y lo reitero: solo así habrá paz. En el hipotético caso de que mañana los candidatos en segunda vuelta de elecciones presidenciales fueran del Centro Democrático y del partido político de las desmovilizadas Farc, ¿usted por quién votaría? Votaría en blanco.

“Yo apoyo los diálogos de La Habana, sé que la paz es el único camino. Por eso le pido a la sociedad que perdone a ese niño que hace veinte o treinta años tomó la decisión de empuñar un arma y le solicito al Gobierno que en verdad haya acompañamiento sicosocial”.

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18 En lente

Tríptico de San Pacho

En el Caribe chocoano, a una hora y media en lancha desde el puerto de Turbo, se encuentra la población de San Francisco-Triganá del municipio de Acandí. Este es uno de los resultados del viaje realizado a esta zona por el semillero Viajeros.

Texto: Karen Parrado Beltrán Fotografías: Semillero Viajeros

Verde

En las llanuras, cuando la tierra se despliega sin pudor hacia el horizonte, el verde del suelo se confunde con el azul del cielo. En San Pacho, el verde es en el vástago de una infusión tropical entre la corriente azul atmosférica y el amarillo lumínico del sol. Verde vegetal, sudoroso, imponente; mar verde. Un territorio selvático a orillas del mar, abarrotado de hojas entre árboles gigantes, como brócolis estratosféricos. La tierra de un tapete verdoso que, incluso en lo más minúsculo, convive con otros colores bajo la mirada, la suela y el mapa.

Juan David Tamayo Mejía

Marrón

Plantar los pies en suelo pantanoso es saludar las arterias de un paraje movedizo, gelatinoso, cálido, vivo. Marrón de elementos naturales extraídos para erigir casas sobre la selva; moradas maderables para pasar la noche, las vacaciones, la vida. Si al caminar el pantano no se adhiere a las botas es porque a lo mejor está en la piel. Si a la vista el marrón pinta senderos, a lo mejor puede teñir corazones: el del visitante, viajero, morador, colono o nativo.

Juan David Tamayo Mejía

Gris

Un café por la mañana: suavidad en el cutis de un tronco, dulzura en la transpiración marina, aroma tibio de lagartos tomando el sol. El mar exfolia la piel de todo lo que se humedece por el oleaje. A la orilla de la playa uno se moja de los pies para arriba. Bajo un toldo de árboles húmedos o el arropo de la lluvia, el agua acaricia en sentido contrario; lo filtra todo, por más dura que sea la superficie. El café es tórrido, tropical, exuberante en altas dosis, pero también delicado y melancólico por sorbos.

Jessika Cano

No. 80 Septiembre de 2016


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Semillero Viajeros:

Jessika Cano, Luisa Castaño, Rosita González, Laura Herrera, Angie López, Antonia Mejía, Karen Parrado Beltrán, Daniela Sánchez, Juan David Tamayo Mejía, Ana María Trujillo y Luisa Valencia. Profesores asesores: Juan David Alzate y Alejandro González. Mayor información y productos sobre San Francisco en: www.semilleroviajeros.com

Karen Parrado Beltrán

Luisa Castaño

Luisa Castaño

Jessika Cano

Luisa Castaño

Luisa Valencia

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


20 Sombra

Varias idas y una vuelta

“Yo hice una carta a Admisiones y Registro, les dije que estudié en el 75 y que me retiré por los problemas en que estaba la Universidad, que desafortunadamente había caído en el problema de la drogadicción y me había convertido en un habitante de la calle, que si me daban la oportunidad de reingresar y terminar la carrera”.

Juan Manuel Valencia Estudiante de Periodismo juanvale11@hotmail.com Fotografías: Juan David Tamayo Mejía

L

leva arrugas alrededor de los ojos de tanto ver y alrededor de los labios de tanto hablar. La piel trigueña, un poco oscurecida por el sol; el cabello corto, un poco aclarado por la edad. Sobre la piel una camisa blanca de cierre y manga larga, sobre la camisa un chaleco color caqui con el logotipo de una empresa cualquiera en la espalda, sobre la espalda un morral negro. Negros también los zapatos, caqui también el pantalón. Lleva por nombre Gustavo Yepes. Lleva 62 años en este mundo, los lleva en las arrugas, en los ojos, en los labios, en la piel, en el cabello y en la espalda. “Un hogar muy desbaratado, siempre escándalo tras escándalo. A mi papá lo llamaban Mario Pistolas. En esa época se usaba el válium y líbrium y percodán, con eso más el aguardiente y la cerveza, él se enloquecía; salía con tres perros y todas las tiendas las desocupaba. Cuando no era

No. 80 Septiembre de 2016

pelión, sacaba el revólver. Mi mamá era bruja, leía las cartas, hacía trabajos todos raros. Yo tuve una relación muy negra con mi mamá, nunca nos entendimos. Incluso se despidió de mí de una manera muy bonita, hizo tres cruces en una pared y me dijo: ‘Que quedés bien llevado del hijueputa y maldigo el día que te parí’ [risas]. Eso fue en la clínica de Coomeva, esa que queda ahí por la Oriental”. Gustavo tiene la costumbre de reírse después de decir groserías, como si le divirtieran las malas palabras. Tiene una risa socarrona, delgada como su voz. También se ríe de eventos de su vida que otros difícilmente encontrarían graciosos: “Yo fui traqueto” (risas), “me fui con un amigo por una trocha hacia Panamá y en el camino le robamos una escopeta a un policía” (risas), “a mí me iban a matar, entonces tuve que perderme” (risas). “Una tarde que llegaba yo del anexo de la Universidad de Antioquia [hoy la ciudadela Robledo], donde estaba terminando bachillerato, mi papá estaba esperándonos en la puerta de la casa: ‘Empaquen que ya vendí todo esto, se van pa la puta mierda’. Nos dejó en la calle, a mi mamá con otros dos niños. Nosotros nos vinimos a dormir al parque de Boston. En el fondo, la gente del barrio, familia, amigos entre comillas, nos detestaban; éramos los hijos del borracho, a todo el mundo le tenían prohibida la amistad con

nosotros. En esta parroquia [la del Sufragio] había un cura de apellido Arboleda que terminó de educarme. Yo me fui con él, tengo mucho que agradecerle”. Gustavo comenzó a contarme su historia una mañana de domingo en el parque de Boston. Los domingos acostumbra ir a la casa de su amiga Cecilia a lavarle el baño a cambio de un desayuno y una propina. En el camino saludó a varios habitantes de la calle por nombre propio, algunos le devolvieron el saludo con entusiasmo. Tiene conocidos en Boston, La Toma, Prado Centro, Manrique, Niquitao. Les dice: “¿Qué más?”, “¿ya se bañó?”, “¿va por la de hoy?”, “vea, salga de eso”. Y le responden: “¿Quihubo, Gustavo?”, “¿qué más, profesor?”, “ahí vamos”, “pa’ atrás ni pa’ coger impulso”. Caminar es una cosa que Gustavo hace bien —va a pie a todos los lugares a los que tiene que ir, nunca toma el bus—, otra es recordar. Tal vez no sea tan difícil para él, cuando tiene tantas cosas dignas de la memoria. Recuerda que terminó el bachillerato y pasó a la Universidad en 1975: “Fueron unos semestres muy duros, yo me aburría mucho porque llegaba uno a clase y no había clase. Había una ideología totalmente marxista, muy jarta. Se hacía un semestre por año. También me tocó la famosa muerte de la monja Sor Cañaveral [en 1981], la que quemaron viva ahí en [la calle] Barranquilla. Yo pienso que la Universidad está en mora


21 de hacerle un monumento a esa monja como recordatorio de la violencia estudiantil que se vivió en esos días y de que la locura no debe llevarnos a esos extremos. La Universidad también debería tener criterio para declarar persona no grata al famoso Amílkar Acosta, porque fue el líder estudiantil que no dejó estudiar, él fue ministro de Minas y Energía [2013-2014], hoy político del liberalismo. Todos los líderes estudiantiles relevantes de ese tiempo terminaron en la extrema derecha. Eso fue una época muy brava y a mí me aburrió mucho. Entonces me retiré. Desafortunadamente caí en el problema de la drogadicción y me dediqué al vicio. Durante veinticinco años, más o menos”. De Boston caminamos a Villahermosa a la capilla mormona. Nos quedamos lo que dura una misa, Gustavo se duerme a ratos entre las intervenciones. La capilla de Villahermosa es uno de esos edificios que se ven pequeños por fuera pero por dentro parecen tener el doble del área. En su arquitectura destaca una torre alta y rectangular que termina con una especie de aguja que apunta al cielo. “Soy mormón hace doce años. Yo iba a la iglesia y me echaban, me decían: ‘Váyase de aquí, desechable, ladrón’. La iglesia mormona es muy parecida a la católica, pero hay ciertos principios que las diferencian. Allá tienen un principio que se llama de autosuficiencia, allá no le dan ni un grano de maíz al gallo de la pasión, a menos que alguien tenga una necesidad muy extrema. ‘Aquí no lo vamos a sostener, tiene que aprender a vivir’, dicen, pues al fin y al cabo son gringos”. Seguimos rumbo a Manrique. En el camino, en Prado Centro, Gustavo me habla de su vida en la calle, alrededor de veinticinco años entre pueblos, trochas, calles de Medellín, empleos informales (vendedor de drogas, asesor contable, monje franciscano), bibliotecas, encuentros sexuales (según él, al menos un 80 por ciento de las experiencias que se viven en la calle son de tipo sexual), marihuana y bazuco. “Dormía en La Toma, al lado de la quebrada, en cambuches; en esas mangas mataron mucha gente, la mano negra, los paracos, la misma policía”. En Manrique entramos a una panadería, en la 45. Gustavo compra una botella de litro y medio de Coca Cola y varias porciones de tortas. Caminamos una cuadra y llegamos a un hogar gerontológico donde acostumbra almorzar los domingos. Lleva las tortas y la Coca Cola como regalo. Las arrugas se revuelven en su rostro. Cuando come, Gustavo parece más viejo, cuando habla parece más joven. El director del hogar, un hombre de voz tosca, le sirve un plato de sopa con arroz y albóndigas. Otro plato para mí. Hablan entre ellos de cosas del siglo pasado. “A este pelado no le ha tocado nada”, dicen refiriéndose a mí. “¿Te acordás de la llegada del hombre a la Luna? Todo el mundo mirando pal cielo ese día”. En el 2006, después de vivir mucho tiempo en las calles, Gustavo ingresó a Centrodía, el programa de resocialización del municipio para el habitante de la calle. “Hice todo un proceso de siete meses de supuesta resocialización que comenzó en los patios, de ahí me trasladaron a una sede que quedaba en Palermo y luego a otra que quedaba en Prado, pero allá no se resocializa a nadie. No hay una política para que la gente cambie, no hay capacitación en algún oficio. Eran terapias de cómo manejarse en la sociedad, un paseíto al Parque Norte, maricadas. Después de siete meses salimos de ese proceso a uno que se llama ‘seguimiento’, ese es para irse desprendiendo del programa. Uno pasa a una etapa donde existe lo que llamaban el ‘Capital Semilla’, que en el fondo es darle dinero a usted para una chaza y ya, para la calle otra vez. A algunos más afortunados les dan para que monten carro de fritos o embutidos, eso depende de la rosca, hermano, como todo. Vos entrás a seguimiento y ya te toca pagar el hotel, pagar la comida, uno no está en capacidad de eso. Si van a resocializar a una persona, que la capaciten, que haya un convenio con las empresas para que la persona trabaje y le hagan vigilancia. Yo lo aseguro, el noventa por ciento de la gente termina en la calle soplando otra vez, como me pasó a mí, por eso yo me rebelé y no volví. Me fui del todo para la calle a vivir a Niquitao”. Después de almorzar bajamos de nuevo a Boston, al lugar donde Gustavo comenzó a darme la visita guiada por su pasado; nos sentamos y nos comemos un helado (mandarina para mí, vainilla para él). De ahí seguimos hasta Niquitao, un barrio de callejones, acorralado por la veloz avenida San Juan y el ostentoso San Diego. Un barrio de parques y mangas, de personas sentadas en esos parques y en esas mangas, de calles extraviadas, de ollas y plazas para comprar drogas y vender drogas y casitas para cocinarlas, y también un barrio de casas para familias humildes, talleres mecánicos y de un aire fraternal como de pueblo. Eso es Niquitao. “Yo mantenía por acá soplando. Se le orinaban a uno en la cara, le echaban candela a la cobija, la policía lo agarraba a uno a garrote o le echaba la moto encima; la gente le decía a uno que olía mal, a mierda. Es una vida muy horrible, de mucho desprecio”. Gustavo volvió a seguimiento en el 2013, ya tenía más de 55 años y calificaba para el programa del adulto mayor. “Fui a pedir cacao porque no aguantaba más. Entré al programa y me recibieron en el hotel Maracaná, allá nos daban los utensilios de aseo, el desayuno y la comida; entrábamos a las siete de la noche y salíamos a las siete de la mañana. Como no tenía nada qué hacer, me iba a tirar vicio, pero ya tenía que jugar con viveza porque a la entrada a uno lo

huelen, lo requisan; si uno entra bazuquiado lo castigan con dos noches en la calle o pueden sacarlo del programa. Hace más o menos dos años comencé como a orinar coca cola y a defecar todo blanco, yo no sabía qué era eso y no le paré bolas. Un día fui donde una amiga en Niquitao y ella me dijo que estaba todo pálido, todo amarillo. Yo le dije que mantenía un dolor en el tórax que me mataba, me fui al hotel y me desmayé pasando San Juan. Al rato me desperté y al otro día me fui para la clínica. Un día más, y de cajón: se me había reventado el hígado, esa puta sopladera. Me dejaron un mes en el Hospital General de Medellín a punta de líquido; yo agradezco que tengo Sisbén cero, los habitantes de la calle tenemos unas gabelas que no tiene nadie. De ahí salí totalmente cambiado, no sé qué me pasó, ni me volvió a provocar el vicio, me organicé”. Pensó en regresar a la Universidad por la recomendación de un amigo abogado, Álvaro Castrillón. Hizo una carta a Admisiones y Registro contando su historia y su intención de volver, lo entrevistaron y hoy está en segundo semestre con un promedio de cuatro. Yo conocí a Gustavo en la Universidad, se presentó tímidamente en la oficina de De la Urbe. Mi primera impresión fue la de un viejo peculiar. Hoy sigo pensando que es peculiar. Asiste a clases en Ciudad Universitaria y en la antigua sede de Derecho en el centro, cuenta con el servicio de alimentación que ofrece Bienestar, está en contacto con sus primos y uno de sus hermanos, “la única familia que me queda”. Otro día cualquiera nos encontramos en la Universidad, nos sentamos en la plazoleta Barrientos, nos tomamos un “fresquito” (salpicón para mí, jugo de borojó para él). Habla como un estudiante: “Los profesores creen que la única clase es la de ellos y nos dejan un montón de documentos para leer”. Dice que le va bien con los compañeros del semestre: “Me tienen aprecio porque saben mi historia”, aunque algunos le “sacan el cuerpo”. Dice que cuando termine quiere trabajar con los habitantes de la calle, quiere buscar maneras para que se les dignifique su trato y se reconozcan sus derechos. Lleva 62 años en el mundo y estudia Derecho. No se arrepiente de su vida, está feliz de haber hecho lo que hizo y de haber vivido lo que vivió. Lleva canas en el pelo y arrugas en el rostro. Casi todos le dicen ‘don Gustavo’, él dice que no le gusta; por eso, después de escribir este texto, volví a todos los párrafos donde estaba su nombre y les quité el ‘don’, porque en verdad no está tan viejo.

También me tocó la famosa muerte de la monja Sor Cañaveral [en 1981], la que quemaron viva ahí en [la calle] Barranquilla. Yo pienso que la Universidad está en mora de hacerle un monumento a esa monja como recordatorio de la violencia estudiantil que se vivió en esos días y de que la locura no debe llevarnos a esos extremos.

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22 Trabajo de grado

La vida después

de la droga

Luis Carlos Padilla Berrío Periodista luiska_26@hotmail.com

Si alguien hubiese inventado la cura para la droga, estaría tapado en plata. Ese problema no se cura con medicamentos. Está acá: en la mente”, dice Jhon Jairo Mejía Acevedo y con esas palabras describe lo que para él significa la drogadicción. Después de vivir veinticuatro años entre la calle y el consumo de alucinógenos, Mejía es hoy es el director de la Fundación Cristiana Nuevos Horizontes, en el corregimiento de San Antonio de Prado; una fundación que aloja a unas cuarenta personas con el fin de alejarlas de las sustancias psicoactivas, el alcohol y cualquier otro tipo de adicción, además de la vida de indigencia. Según Lucas Arias, director de Centro Día —institución que trabaja de la mano con la Alcaldía de Medellín para mitigar las necesidades básicas del habitante de calle en la ciudad—, “el 99 por ciento de esta población tiene problemas con el consumo de sustancias psicoactivas”. Esta es una de las razones principales por las cuales abandonan el hogar, entregándose de lleno a un estilo de vida donde lo que importa es sobrevivir a cualquier costo. Dichas personas son denominadas con diferentes rótulos en Colombia: indigente, gamín, desechable. No obstante, el Estado ha definido a este sector de la sociedad con el nombre de “habitantes de calle”. Yónatan Forero nació en el municipio de Puerto Boyacá, a orillas del río Magdalena, y tiene veintiséis años. A los tres fue abandonado por su padre. Creció en Chambacú, un barrio pobre en el que una de las principales fuentes de ingresos es el expendio de droga. “Mi madre era fumadora, y a los siete años me ponía junto a la leña para prender el cigarrillo, y mientras lo hacía, yo también probaba”, cuenta Forero junto a la casa que lo vio crecer y que durante años fue uno de los expendios de droga y puntos de delito más conocidos del municipio. A dicha vivienda la apodaban “La casa fantasma”, pues todos los objetos robados que eran llevados allí se vendían para continuar con el negocio. Según Yónatan, enterraron bicicletas y otro tipo de artefactos en el patio de la casa, y algunos continúan en ese lugar. “Mi mamá tuvo diez hijos, prácticamente cada uno con un hombre diferente. Cuando yo tenía catorce años, falleció”. Debido a esto, explica Forero, desde muy joven el consumo de sustancias se volvió un hábito más en su vida; primero fue el cigarrillo, luego la marihuana, y tocó fondo con el bazuco; de forma paulatina experimentaba sensaciones más fuertes y sustancias más adictivas. A los dieciséis años, ante la ausencia de sus padres y con problemas ante la ley por el consumo y expendio de drogas, Yónatan se marchó a Bello (Antioquia), en compañía de Juan Piedrahíta, director de la Fundación Amando A Mi Prójimo, que llegó a Puerto Boyacá para llevarse a varios jóvenes con la intención de iniciar procesos de resocialización. En ese lugar estuvo hasta que cumplió veintidós años, y aprendió a leer y a escribir. Posteriormente se graduó como Operador Terapéutico en Farmacodependencia con el apoyo del Sena. Para Lucas Arias, la indigencia en Medellín y en Colombia es un problema multicausal: “Las causas por las cuales el habitante se establece en la calle son múltiples. No es únicamente por las drogas; si así fuese, todo el que consume drogas estaría en la calle y esa no es la regla. Nosotros hemos notado que está la violencia intrafamiliar, el desplazamiento forzado intraurbano, las discapacidades —cuando una persona es discapa-

No. 80 Septiembre de 2016

citada puede ser una carga para la familia porque no es productiva y, por ello, es expulsada—, el consumo de sustancias, entre otras razones”. El caso de Ángela Restrepo es especialmente particular: una mujer de más de cincuenta años que probó la droga pasados los 45. Ángela nació y creció en San Antonio de Prado, se casó muy joven y tuvo dos hijos; sin embargo, años más tarde su esposo dejó la familia. Dice Ángela que el menor de sus hijos, Sebastián, el más consentido, dio sus primeros pasos en la droga antes de los quince años: “Sebastián llegaba —cuenta Ángela— y me tumbaba la puerta pidiéndome que lo dejara entrar. Empezó a volverse agresivo y ya me pegaba. Yo pensaba que un día me iba a matar, así que lo eché de la casa, pero seguía amenazándome: ‘Manténgame, ¿para qué me tuvo?’. Después de un tiempo, ya yo lo mandaba a él a que comprara la droga y también empecé a consumir”. Cinco años estuvo Ángela Restrepo en la drogadicción hasta que conoció a Luz Amparo Acevedo, una mujer de creencias cristianas que abrió en San Antonio de Prado la Fundación Levántate y Resplandece, un hogar que trabaja por la rehabilitación y resocialización de las mujeres a partir de la enseñanza de los principios básicos del cristianismo. Allí aprenden a vivir con plenitud física, mental, emocional y espiritual ante las circunstancias más adversas; un proceso de resiliencia y catarsis en el que lo más importante es el mejoramiento de la salud por medio de un estado de vida integral. Jhon Jairo Mejía, director de la Fundación Cristiana Nuevos Horizontes, afirma que de las personas que ingresan a las fundaciones, solo el cinco por ciento logran

rehabilitarse. El rol de las familias es fundamental para cooperar en esa rehabilitación. A pesar de que el porcentaje es tan bajo, Mejía considera que esta labor “es una bendición porque no se rehabilita una persona, se rehabilita una familia”. Un informe de 2014 realizado por la Secretaría de Inclusión Social y Familia indica que el 38,2 por ciento de los habitantes de la calle en Medellín no cuentan con un familiar en la ciudad. Esa misma condición puede reducir significativamente las posibilidades de encontrar opciones para salir de la calle por vía del vínculo familiar (emocional, cognitivo, económico, etc.). En las calles de Medellín, de Colombia y por toda América Latina, deambulan “las pobres gentes” de Dostoievski, los “cien años de soledad” de García Márquez y “el grito” de Munch. De acuerdo con estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2012 vivían 66 millones de personas en condición de indigencia en Latinoamérica. En 2014 la cifra llegó a los 71 millones. Aunque es deber del Estado velar por el bienestar físico y moral de cada ciudadano, son otras las instituciones y personas que han tomado la iniciativa de abrir puertas de esperanza para que quienes están viviendo en la calle, puedan reencontrarse consigo mismas, con sus seres queridos, con la sociedad y con un posible futuro mejor. Este artículo proviene del reportaje televisivo Héroes: de la locura a la libertad, realizado para optar al título de Periodista. Asesoró: Jorge Alonso Sierra

Jhon Jairo Mejía acompañado de algunos miembros de la Fundación Cristiana Nuevos Horizontes.


Retrato

23

Un pueblo se Felipe Ramírez Valencia Periodista pipervalen@gmail.com

A

ún no cae la noche. La tarde se va con los ancianos que hasta hace poco estuvieron cambiando relojes en una esquina del parque principal. Es curiosa su afición por el tiempo y los pequeños mecanismos para medirlo, quizá porque ya no les queda mucho. Pero ya no hay tarde ni tampoco viejos. Por lo menos no en su rincón del mundo. En la noche, este espacio ya no les pertenece, es de otros: los hijos de sus hijos, a los que vieron nacer y crecer. Usurpadores usurpados. La muerte hace cíclica la existencia. En la periferia ya hay luna y silencio. En el centro, la música proveniente de bares, discotecas y tabernas inicia su lucha estruendosa por atraer clientes. Los ventorrillos nocturnos comienzan su propia lucha gastronómica con una oferta que no varía: grasa para calmar los estragos del alcohol. Se oye el sonido de la primera arepa de queso congelada contra la plancha hirviendo. Luces, frío, el ruido de los carros, bolsillos llenos porque es noche de quincena: una noche más de fin de semana. Después de las siete de la noche, el cielo se nubla y llueve. Se mojan los carros, los desprevenidos que no sacaron

sombrilla, los perros callejeros hambrientos, las heces de esos perros. Llueve y la música no se apaga. Llueve sobre este pueblo acostumbrado al frío y al agua. Llueve y hay gente que la disfruta, pero más gente que la odia. Son las ocho. Hace unos minutos escampó. Inicia el desfile paulatino de jóvenes en varias direcciones con sus atuendos empapados de lociones dulces, suficientes como para disuadir su olor de humanos. Las calles están llenas por menores de edad que deben aprovechar la noche — joven, pero corta— porque pronto deben regresar a casa. La mayoría de cerveceros llevan una Pilsen helada agarrada por el cuello. En las licoreras, la oferta es variada, pero lo que más se vende, además de polas, es guaro y ron antioqueño, vodca Absolut y tequila José Cuervo. A varias cuadras del parque principal hay una nueva generación sentada en varias hileras de bancas de cemento. Algunos jóvenes —casi todos menores— rascan y ensamblan sus baretos. Uno, de chompa roja, destapa Halls y los deposita en una garrafa de vino alborada. Cada bar empieza a atraer a sus especímenes habituales. Abunda la música comercial que podría sonar en cualquier rincón popular de este país. Hay jóvenes con almas de viejos cansados, que toman las mismas decisiones —incluso el mismo licor— que tomaron sus padres. Beben para olvidar las penas de sus vidas que apenas comienzan y que ni siquiera comprenden. Otros beben

porque lo disfrutan. Otros por compañía, o porque no tienen nada mejor qué hacer. Son las nueve, los sujetos al frente de los bares comienzan a ingresar con mayor frecuencia. En una esquina, el ruido de una botella que se quiebra es opacado por el estruendo disonante y arrítmico de varios bares ubicados en una misma cuadra en la que comparten muros. El sonido fuerte es la única manera que encuentran para diferenciarse de sus vecinos competidores. Las miradas van y vienen. Cultura voyerista por doquier. Críticas y gestos. A las diez de la noche comienza el retorno hacia sus hogares de los que aún no tienen cédula de ciudadanía: un toque de queda implementado por las autoridades de la administración pasada busca evitar que los adolescentes se maten a cuchillazos; como ocurrió hace un par de años, cuando varios menores se enfrentaron en una riña que costó sangre y costó vidas. Son jóvenes y piensan con la sangre hirviendo, como animales. Esta es la herencia del pueblo montañero: antes se mataban a machete, hoy lo hacen con puñales —más cómodos, más prácticos—: la modernidad. La policía da la primera ronda masiva. Justo al frente de Sacristía —uno de los pocos bares que sobreviven a través de los años y las noches— hay una generación sentada sobre el piso que ve cómo el rock and roll se extingue en estas calles. El eco de las bandas legendarias todavía se oye. Pero se ha apagado en muchos lugares que apostaron por el reguetón. Son las once. Al frente de la capilla de Jesús Nazareno emergen dos olores muy característicos: el de las sabrosas Pizzas del Alemán y el de un cigarro de marihuana que cinco tipos se fuman bajo el bombazo de la luna llena —más encantadora que de costumbre porque hoy la rodea un arcoíris nocturno—. Tres de esos sujetos llevan puestas chaquetas camufladas similares a las del Ejército Nacional, esa es la moda de los particulares chirretes. Hay una cucaracha machacada contra el andén y está siendo devorada por varias hormigas. Una señora vende minutos en una esquina. Otra adaptó un coche de bebé para vender tintos y cigarros en el frío de la medianoche. Por la esquina del Bar Borado, un anciano recoge botellas de licor vacías y las deposita cuidadosamente dentro de un carrito de supermercado donde lleva a su mascota: un frespúder que es tan silencioso como él. Al frente de Ocelot, un sujeto con delantal estaciona su ventorrillo ambulante de chunchurria. Mientras, el flaco dora sus butifarras. A una cuadra de allí, una puta negocia su precio. La lucha por el peso pronto acabará, al igual que la rumba. Al menos por esta noche. Son las 12:40. Los pordioseros duermen. La música se apaga. La gente sale gradualmente de los bares y se aglomera en las calles: tienen ganas de más, pero no pueden: a la una en punto de la mañana todos los locales deben estar cerrados. Un sujeto le dice a su amigo: —Hay un party en una finca. Y juntos se van a seguir su fiesta eterna. Dos tipos se encuentran por casualidad al frente de Mr. Coffee, se dan un apretón de manos. Y luego hablan: —¿Qué más, parce? —Bien. Pasando el rato. —Se ve raro el parque cerrado a esta hora, ¿sí o qué? —Sí, pero toca así. ¿No ve que somos muy indios y, si no es así, nos matamos? —Qué güevonada, yo acabé de llegar y ya todo está cerrado. ¿Antes a qué hora cerraban? —Parce, a las cuatro, luego a las tres, a las dos, y ya vamos en la una. Y todos los pelaos tienen que estar en la casa a las diez y media; y ya no es que se los lleva la policía para que el papá los reclame, sino que no se responde por ellos. —Bobo, ¿así está de caliente la cosa? —Eso es lo que dicen. Toca con limpieza. A bala es que se calman todos esos gamines. Los venteros de los ventorrillos del parque principal esperan pacientemente a que sus comensales ebrios vengan a devorar la comida que les queda de la noche. Los perros callejeros se pelean por las migajas de los platos desechables sobre el piso. Los taxis, ubicados en la esquina de siempre, llegan y salen apresurados. Nuevos pasajeros, nuevas direcciones. Al pie de la panadería Miramar hay un par de cuarentones arrojados sobre el piso lanzando dados sobre un puñado de billetes arrugados. A las dos de la mañana, son pocos los que aún beben en las aceras. Y a las cuatro, el único rastro de la algarabía es la basura regada por la calle. El sol saldrá en dos horas y el pueblo tendrá resaca. Bolsillos vacíos porque la noche se acaba. Por ahora, Marinilla duerme.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


24 Última

Primer requisito:

competencia lectora ***

Fotografía: Alma Máter

Laura Cardona Villa ha sido profesor del pregrado de Letras: Filología Hispánica, jubilado desde 2010 de la Universidad de Antioquia Estudiante de Periodismo y desde hace dieciséis años hace parte del Comité de Compelaulccp@gmail.com Otras fotografías: Juan David Tamayo Mejía

E

n un par de meses, cuatro mil nuevos cupos semestrales de la Universidad de Antioquia tendrán nombre. Estamos hablando de cuatro mil admitidos a los que el próximo año se les identificará con facilidad por su tendencia a caminar en grandes grupos, de más de cinco, hasta ocho o diez, y por la felicidad en sus gestos: han pasado a la Universidad, todos son ganadores. Entre comentarios, con frecuencia, se escuchará la pregunta: ¿En qué puesto quedaste? Unos semestres después ese dato no tendrá importancia, pero seguirá siendo un punto de referencia para medirse entre sus compañeros. El examen de admisión es el primer método entre estudiantes para demostrar inteligencia. *** Víctor Villa fue profesor antes que profesional. En 1966 se graduó de dieciséis años como normalista, y su conocimiento en el modelo pedagógico de Escuela Nueva lo llevó a veredas donde era el único profesor cercano para muchos niños del campo. Entre él y sus compañeros siempre estuvo presente la idea de estudiar Educación en la Universidad de Antioquia, pero Villa nunca llegó a presentar el examen de admisión. Villa fue uno de los primeros graduados de la Facultad de Educación de la Universidad Pontificia Bolivariana. Ya en su época de estudiante participaba de la discusión del examen de admisión de la Universidad. Hizo parte del Grupo Unificado de Admisiones Universitarias —GUAU— , conformado por la Universidad de Medellín, de Antioquia, Pontificia Bolivariana y Universidad Nacional-sede Medellín, quienes planteaban cuestiones como: si el Gobierno gasta recursos para las pruebas ICFES en grado once, ¿por qué no usarlas para definir el ingreso a la universidad pública y, en consecuencia, eliminar el examen de admisión?

No. 80 Septiembre de 2016

tencia Lectora, creadores del examen de admisión en esta temática. En algún momento de su vida, su hermano menor, un hombre brillante extracurricularmente para él, perdió el examen de admisión de la Universidad de Antioquia. Décadas después, la experiencia le ha permitido construir una explicación: su hermano perdió el examen porque las preguntas eran de memoria. Las preguntas que en los años setenta le negaron un cupo al hermano del profesor Villa, hoy cumplen otro objetivo: evaluar conocimientos curriculares y extracurriculares. Es decir: que personas diferentes tengan las mismas posibilidades de pasar el examen de admisión. ¿Cómo? La Competencia Lectora evita preguntar datos específicos, asuntos de memoria que privilegien a quienes tuvieron educación privada. Es la capacidad de seleccionar información e interpretarla lo que cuenta en este examen. Esta capacidad, según Villa, no se olvida con el tiempo y se forma en el ser humano con su experiencia, con la historicidad que marca a un individuo. Según él, “si a la universidad, básicamente, se viene a leer y escribir, los lectores competentes que selecciona el examen de admisión son los indicados para emprender programas académicos de nivel superior”. *** Los sábados, David Estiven Morales es un habitante frecuente del Campus Universitario. Con movimientos corporales de colegial y voz de adulto, habla de su interés por la Astronomía y las emociones que le provocan tornar la mirada hacia el cielo. Pasa cada sábado en la Universidad de Antioquia estudiando con una profesora que lo motiva para que presente, por tercera vez, el examen de admisión. La voz de David no pierde tranquilidad al contar que ha participado en dos exámenes diferentes (el cambiado por el acuerdo 480 en 2015 II y en 2016-I, el examen regular, después de la derogación) y que ambos han resultado en fracaso. A pesar de que estudió un preuniversitario y de que las preguntas son, aparentemente, saberes necesarios, David cree que el método ideal para decidir el ingreso a la Universidad debería ser la determinación de estudiar.

El método, el filtro, la clasificación… El examen es la puerta de entrada a la educación superior para los estratos 1, 2 y 3. El que no pasa deberá buscar becas o préstamos para ingresar al mundo profesional. Por eso, el examen de admisión es una fibra sensible que levanta polémica. Al respecto, en la Universidad de Antioquia se han generado varios cambios en el reglamento (el último, el acuerdo académico 480 de 2015, hoy derogado); se han hecho movilizaciones, como el paro de estudiantes en 2015-II (que logró la derogación anterior) y, fuera de lo legislativo, la opinión pública constantemente discute este tema. Después de cada examen de admisión, hay miles de jóvenes que reciben uno de los No más trascendentes de sus vidas. Un No que genera emociones en padres y familiares, como fue el caso del profesor Selnich Vivas Hurtado, con su hija. Vivas es escritor, profesor de literatura alemana y poesía minika (cultura amazónica) en el pregrado Letras: Filología Hispánica, y en uno texto suyo, publicado en redes sociales y titulado “No pasé”, explica las discrepancias ideológicas que tiene con el examen de admisión y la educación en Colombia. El examen no puede ser, argumenta Vivas, un instrumento masificado, con solo preguntas de selección múltiple y con el azar como confidente. Agrega, incluso, que no debe haber filtro y que la decisión de formarse en una universidad debería ser la pasión por el conocimiento y que todos deben poder ingresar y vivirla desde las clases, las conversaciones, la música, el teatro, el cine. Hay un pero en su propuesta: ¿Qué pasa con el límite de cupos? Es el argumento constante para entender el uso del examen de admisión: son muchos estudiantes, poco espacio y menos profesores: no hay recursos. Para el profesor Vivas, la consecuencia es diferente: “Cuando hay cupos limitados, estamos diciendo que nuestra educación se basa en el privilegio y no podemos trabajar en una sociedad nueva, en una sociedad que quiere construir la paz, al pensar la educación para los privilegiados”. *** Los semestres avanzan con voracidad. Las posiciones que el marcador del examen de admisión dejó en primer semestre cambian y La Tabla —cuadrada, enumerada— registra que quien iba primero no sobresale tanto, quien iba segundo renunció a la academia, quien iba tercero… sigue allí, y quien era decimosexto ahora es primero. Los números danzan y eligen a su estudiante. Al final, con diploma al lado y un posible cupo en el mundo laboral, la pregunta continúa ahí: ¿cuál será la siguiente medición?

Víctor Villa: “Si a la universidad, básicamente, se viene a leer y escribir, los lectores competentes que selecciona el examen de admisión son los indicados para emprender programas académicos de nivel superior”.


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