De la Urbe 63

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P E R I O D I S M O U N I V E R S I TA R I O PA R A L A C I U D A D

AÑO 13

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MEDELLÍN, FEBRERO DE 2013 ISSN16572556

La memoria nos separa de las piedras... Santa Bárbara 50 años

FAC U LTA D D E C O M U N I C AC I O N E S / U N I V E R S I D A D D E A N T I O Q U I A


2 Semblanza

La página social de los pobres (III)

Jairo Zea Rendón: un tiro de

aire creativo

De la Urbe presenta la última entrega de la serie sobre tres grandes periodistas antioqueños. Es la historia de Jairo Zea, comunista, enigmático, inpenetrable... La paradoja de quien casi terminó convertido en un personaje de sus propias crónicas. Un periodista a quien los más conservadores de El Colombiano se opusieron a que recibiera “cristiana sepultura”. Gonzalo Medina P. gonzalom32@gmail.co

¿

Qué relación es posible establecer entre la figura del suicidio, con todas las honduras filosóficas que la humanidad le ha conferido a lo largo de la historia, y un periodista que a sus 21 años investigó en Medellín, en 1946, el asesinato de un excéntrico y reconocido millonario ocurrido en la Plazuela Uribe Uribe, en pleno centro de esta capital? José Manuel Díaz Tamayo, definido como “soltero y solo en la vida”, creó en torno a él una leyenda como poseedor de morrocotas en totumas, de importantes fajos de billetes y joyas de diferente clase. Para el joven reportero encargado de conocer y analizar los pormenores del crimen del pintoresco personaje, éste llevó en papel sellado la relación minuciosa de sus apegos humanos. La conclusión del aguzado periodista iba más allá de lo aparente: “Siempre, aun en las personas aparentemente retraídas, habrá una mujer”. Ante la desaparición del señor Díaz Tamayo durante varios días, hecho reportado a las autoridades por varios de sus vecinos, el inspector de Permanencia, Jesús Alberto Misas, su secretario, Gilberto Mejía Valderrama, y el primer jefe de la Sección de Detectivismo de la Policía Departamental de Antioquia, Hernando Betancur, apoyados por técnicos dactiloscopistas y fotógrafos judiciales, violentaron el 22 de agosto de 1946 la puerta marcada con el número 49-63. Protegiéndose con pañuelos perfumados, encontraron el cuerpo putrefacto y lleno de gusanos del multimillonario de 63 años sobre un tapete viejo. Mientras avanzaban las pesquisas del hábil sabueso, reportero de la revista Raza, los cuerpos de seguridad capturaron a Anastasia Ceballos, empleada doméstica de José Manuel Díaz Tamayo, como sospechosa de su asesinato. Sin embargo, y gracias a la actuación del penalista Gabriel Pérez Roldán, la señora fue puesta en libertad, después de lo cual la investigación concluyó sin poder descubrir al verdadero responsable. La casa del occiso se convirtió luego en una cantina, en donde el licor, las mujeres y el billar ayudaban a la ciudad a olvidar el asesinato allí cometido. La información sobre este crimen la divulgó la revista Raza, en su edición de diciembre de 1946. El periodista Juan José Hoyos Naranjo incluyó el relato completo, bajo el título “El más oscuro y misterioso crimen de Medellín en 1946”, en el libro La pasión de contar. Resulta lógico preguntarse en este momento por la pertinencia del suicidio respecto de la historia que, en forma breve, hemos relatado. Antes de responder al interrogante, tratemos de consignar algunas reflexiones sobre esa figura cuya complejidad en la conducta humana aún no termina de ser explicada por filósofos, siquiatras, sicoanalistas, sicólogos, teósofos, entre otros. El recorrido afrontado por el pensamiento se remonta hasta nombres como, por ejemplo, el de Platón, quien se refiere a Sócrates y define su decisión de beber la cicuta, como un acto de suicidio; no obstante, para otros, como Enrique Bonete Perales, fue una actitud ética de acatamiento a la autoridad de Atenas. Así lo sostiene este autor en su texto ¿Libres para morir? En torno a la tánato-ética, Veamos a continuación una nueva reflexión de Platón sobre el momento en el cual una persona determina interrumpir su presencia en el mundo, registrada en “Las Leyes”: “El que mate al más próximo y del que se dice que es el más querido de todos, ¿qué pena debe sufrir? Me refiero al que se mate a sí mismo, impidiendo con violencia el cumplimiento de su destino, sin que se lo ordene judicialmente la ciudad, ni forzado por una mala suerte que lo hubiera tocado con un dolor excesivo e inevitable, ni porque lo aqueje una vergüenza que ponga a su vida en un callejón sin salida y la haga imposible de ser vivida, sino que se aplica eventualmente un castigo injusto a sí mismo por pereza y por una cobardía propia de la falta de hombría... Pero las tumbas para los muertos de esta manera deben ser, en primer lugar, particulares

No. 63 Febrero de 2013

Fotografías de: “Salto al vacío. Noticias que nunca se supieron”. Miguel Zapata Restrepo. 1979

y no compartidas con otro. Además, deben enterrarlos sin fama en los confines de los doce distritos en aquellos lugares que sean baldíos y sin nombre, sin señalar sus tumbas con estelas o nombres”. Aristóteles, por su parte, también se refiere al suicidio en su Ética a Nicómaco, donde expresa: “Pero el morir por huir de la pobreza o del amor o de algo doloroso, no es propio del valiente sino más bien del cobarde; porque es blandura regir lo que es penoso, y no sufre la muerte por ser noble, sino por regir un mal”. Séneca (4-65), en cambio, concibe el suicidio y su consumación como la puesta en práctica de la libertad que tiene el ser humano para dejar una vida que considera indigna e impropia de su razón. Para el estoico, el honor y la libertad son los dos pilares que levanta para sustentar su teoría de que el suicidio como tal es un acto moral y valiente, no de desesperación ni cobardía. En ese punto, Séneca se distancia de otros autores. Séneca traza también el camino para un pensamiento cuya visión hoy es fuertemente defendida por quienes defienden la calidad de la vida frente a la santidad de la misma: “esta vida, como sabes, no ha de ser retenida siempre, pues lo bueno no es vivir, sino vivir bien. Por eso el sabio vivirá tanto como deberá, no tanto como podrá; él verá dónde ha de vivir, con quiénes, cómo y qué ha de hacer. Él piensa a toda hora cuál sea la vida, no cuánta; si se le presentan muchas molestias y estorbos que perturben su tranquilidad, se licencia a sí mismo”. El pensamiento de Séneca frente


3 al suicidio, concluye con su afirmación de que se trata de tener total coherencia con su propia razón porque, entre otras cosas, se trata de una posibilidad que Dios pone al alcance de todos para salir de la vida cuando lo consideremos necesario. En última instancia, es la manera de reafirmar nuestra propia libertad frente a la vida.

Una feliz novedad llamada Jairo

Pero de esos ámbitos históricos que sentaron las bases de la civilización mundial, trasladémonos a un espacio y un tiempo más cercanos, sin perder el vínculo con la figura del suicidio. Estamos en la ciudad de Medellín, la de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, período en el que se mezclaban los desarrollos de la industria y el comercio con la delincuencia social y común –asesinato de José Manuel Díaz Tamayo-, sin desconocer la violencia política partidista, cuya máxima expresión la constituyó el asesinato en Bogotá del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, con repercusiones inimaginables prácticamente en todo el país. De dicho entorno local, también hacían parte diversos medios de comunicación. Es el caso de periódicos como El Colombiano, El Correo, La Defensa, lo mismo que de estaciones radiales independientes -Voz de Antioquia, Voz de Medellín-, que luego serían la base de las cadenas que aún hoy existen. Como podemos deducir, el periodismo de la capital antioqueña se caracteriza, en esa época, por un notable florecimiento de medios y de periodistas, en especial de reporteros dotados de una particular sensibilidad por la noticia y la investigación, al punto de competir con las fuentes gubernamentales -sobre todo las policiales-, en su afán de querer conocer y analizar hasta el más mínimo detalle del hecho, mucho más cuando éste tenía la impronta de la violencia. En este período, y en esa tendencia, se sitúa nuestro personaje, el periodista Jairo Zea Rendón, nacido en Medellín en 1925. Cursó estudios de secundaria en el Ateneo Antioqueño y en la Universidad de Antioquia, en donde se graduó de bachiller en 1943. Se desempeñó como cronista de El Correo, de Medellín, de 1944 a 1946; fue corresponsal de la revista Clarín, de Bogotá, desde 1948; colaborador de la revista Raza, de la capital antioqueña, y reportero de los radioperiódicos La Noticia y La Batalla, de 1947 a 1950. En 1949 se vinculó a El Colombiano como periodista judicial. Tuvo además el mérito de haber fundado Sucesos Sensacionales, semanario de crónica roja desde el cual se enfrentó a la censura impuesta por el gobierno del entonces presidente, general Gustavo Rojas Pinilla. Cuando Zea Rendón llega al diario de las familias Gómez y Hernández, trae consigo una hoja de vida notable como reportero de policía, su obsesión de cada minuto en el ejercicio de su oficio. El trabajo titulado “El más oscuro y misterioso crimen de Medellín en 1946”, publicado en la revista Raza, el mismo que 63 años después incluiría Juan José Hoyos en la antología que arriba hemos reseñado, es de la autoría de Jairo: “El señor Díaz Tamayo, avaro para otras cuestiones, no lo era en sus numerosas y no menos conocidas aventuras amorosas, siempre con mujeres de moral relajada, que se aprovechaban de él para explotarlo en forma inmisericorde, sobre todo en vida de su señora madre, cuando lo amenazaban con hacerle escándalos en su propia casa si no les daba determinadas sumas de dinero o valiosas joyas, sobre lo cual también poseemos valiosos testimonios”. En 1953, Jairo Zea Rendón entra en relación con su colega Roberto Agudelo Palacio, también vinculado a El Colombiano. Agudelo Palacio había trabajado con Gildardo García Monsalve, Federico Montoya Mejía y Eddy Torres Cano, hijo del escritor de izquierda Ignacio Torres Giraldo -autor de la obra histórica Los Inconformes- y de la lideresa comunista María Cano. Los cuatro fundaron un radioperiódico -nombre propio de la época- situado en el centro de la ciudad. Con Miguel Zapata Restrepo, quien en 1958 fundaría el radioperiódico Clarín, llegó a El Colombiano, en donde permaneció hasta 1978, cuando se jubiló. Surge desde entonces, entre Zea y Agudelo una amistad que va más allá de la sala de redacción y llega hasta las cafeterías y bares cercanos a la sede del diario, situado en ese momento en el centro de Medellín. Cuenta Roberto Agudelo Palacio que, en 1952, Zea Rendón se vio envuelto en un proceso judicial por el asesinato de José Gaviria, un exagente del llamado detectivismo, cuyo director era Carlos Arrubla Ocampo, padre del expresidente de la Corte Suprema de Justicia, Jaime Arrubla Paucar. Sobre este último hecho, el periodista Miguel Zapata Restrepo, amigo cercano de Jairo, cuenta en su relato “La agonía de Jairo Zea”, incluido en el libro Salto al vacío. Noticias que nunca se supieron, que éste alcanzó a los 30 años una rara habilidad para intuir sobre la personalidad de un delincuente sin identificar. “Tiene tres ‘hobbies’: colecciona armas, pisacorbatas de oro y fotografías porno. Ha leído que los hombres señalados por gentes vengativas deben andar con dos armas de fuego. Eso le salva la vida el día en que tiene un incidente con el exdetective José Gaviria: cuando éste lo abofetea, esgrime el revólver; el hombre lo arrebata, pero no cuenta con la sorpresa: Jairo saca su pistola y dispara contra el atacante. Le da muerte”. El crimen sucedió en la carrera Carabobo entre calles Colombia y Ayacucho. Roberto Agudelo Palacio aclara que tal hecho protagonizado por su colega, compañero de trabajo y amigo, no desvirtuaba su carácter tranquilo y distante de sectarismos y conflictos casados innecesariamente. Agrega Agudelo que la única ocasión en que vio discutir a Jairo fue en la librería Aguirre, propiedad del abogado y escritor Alberto Aguirre Ceballos, en donde Zea Rendón sostuvo una polémica fuerte sobre religión y política con el poeta nadaísta Gonzalo Arango. El pluralismo que hoy nos falta Cuenta además Agudelo Palacio que su colega Jairo Zea Rendón era un reportero de vocación, dedicado las 24 horas a buscar o escribir noticias de policía. Para ello contaba con su moto Vespa, la marca italiana cuyo nombre traduce avispa; la primera moto en llegar a Medellín fue la de Zea Rendón. Dos virtudes sobresalientes en él eran la seriedad y la discreción en el trabajo periodístico. Tales eran su prudencia y responsabilidad que Fernando Gómez y Julio César Hernández, propietarios y directivos de El Colombiano, lo tenían como uno de sus consultores, a pesar de su orientación comunista. Existe un antecedente que puede ayudar a explicar esta curiosa amistad. En 1949, Jairo Zea Rendón fue detenido por orden del jefe del detectivismo, Jorge Salazar Restrepo, como represalia por los informes que aquel había divulgado en El Colombiano, en los que se daba cuenta de desapariciones y métodos brutales de tortura, como la llamada colgada y la narcosíntesis, la cual consistía en suministrarle una droga al detenido para obtener información. Fernando Gómez Martínez, que para la época era senador, logró que el presidente Mariano Ospina Pérez ordenara la liberación de Zea Rendón, quien agradeció para siempre el noble gesto de su director. Cuando no estaba en El Colombiano, o no se hallaba reunido con sus compañeros de redacción, entre ellos Miguel Zapata Restrepo, Martín Velásquez Pardo y Carlos Puerta -uno de los fundadores de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia, en 1960-, Jairo trabajaba en la edición de Sucesos Sensacionales, cuya sede se encontraba en Palacé entre Caracas y Maracaibo. Zea Rendón estaba siempre a la caza de los hechos atroces, fueran asesinatos, atracos, secuestros, accidentes de

Roberto Agudelo Palacio, testigo del suicidio de Jairo Zea Rendón.

tránsito. Su estilo narrativo se caracterizaba por la fidelidad a los hechos producidos, a la vez que lograba darles a sus textos la necesaria musicalidad. Cierto perfil de introvertido, en la personalidad de Jairo Zea Rendón, no permitía conocer con facilidad los problemas o dramas afectivos que, según Miguel Zapata Restrepo, enfrentaba con estoicismo el hábil cronista de policía, quien al parecer se debatía en un conflicto amoroso marcado por la infidelidad y al mismo tiempo por su atracción hacia otra mujer: “Agonizo dándome cuenta de que el valor que me atribuyen es mentira. Una mujer cualquiera me tiene en jaque”, le cuenta Jairo a un confidente en un bar del centro de la ciudad. -¿Cómo te domina? -Juró matar a mi nueva amiga. Y algo peor: quiere cortarle la cara. No lo hará mientras yo esté presente, pero no puedo acompañarla a toda hora.

Un tiro, apenas un tiro

El 20 de noviembre de 1958, a la 1:30 p. m., en el bar Palacé, en el cruce de esta carrera con Maracaibo, se reúnen a tomar tinto Roberto Agudelo Palacio, Alfonso Londoño Martínez, jefe de redacción de El Colombiano, Jorge Gómez Ferrer y el propio Jairo Zea Rendón. Sorpresivamente, este último se lleva la mano derecha a la manga izquierda del pantalón, de donde extrae un revólver y se propina un disparo en la sien derecha. Zea Rendón cae al piso, en medio del asombro de sus compañeros de mesa y de los gritos de algunas mujeres que laboraban en el bar. Es el portero del Hotel Normandie quien llega hasta donde Gildardo García Monsalve, a las oficinas de El Tiempo, y le informa que el amigo que estaba vestido con pantalón de paño, camisa blanca y corbata, y con el cual había hablado una hora atrás, se había matado. Reconociendo su cobardía a la hora de tener que ver el cadáver, Gildardo siguió trabajando. Luego, fue a Policlínica porque le informaron que Jairo, a quien tenían acostado en una camilla, en un pasillo lleno de heridos, aún estaba vivo. Por momentos, según lo relata Juan José Hoyos en “Una lección de vida” Zea Rendón llamaba a su colega y amigo, después se quejaba. Inútiles resultaron los esfuerzos de los médicos, porque a las 4:00 p. m. murió uno de los grandes reporteros judiciales que ha tenido Antioquia e incluso Colombia. Aunque el propio Roberto Agudelo Palacio asegura que Jairo Zea Rendón no era rezandero, Gildardo García Monsalve, en el testimonio que le entregó a Juan José Hoyos, declaró que cuando el inspector de policía encargado del levantamiento del cadáver, revisó sus ropas, encontró en el bolsillo de atrás del pantalón un monedero pequeño, dentro del cual había una camándula. Los directivos de El Colombiano tenían previsto celebrar los consabidos oficios religiosos en memoria de Jairo Zea Rendón, para luego darle sepultura en el Cementerio de San Pedro. Sin embargo, pudo más la oposición de la directora de la página social, Ligia Gómez de Velásquez, esposa de Luis Guillermo Velásquez, al afirmar que en dicho camposanto no podía ser enterrado alguien que era ateo y renegaba de la religión católica y de Dios. A la causa, se unió el jefe de la Curia de Medellín, sacerdote Fernando Gómez Mejía, caracterizado agitador del anticomunismo en su programa radial “La hora católica arquidiocesana”: “El periodista desaparecido demostró en vida menosprecio por la autoridad eclesiástica y en ningún caso exteriorizó arrepentimiento. Además, es comunista declarado; por lo tanto, anticristiano. Que vaya al muladar”, cuenta Miguel Zapata Restrepo. En consecuencia, el cuerpo de Jairo Zea Rendón fue sepultado cerca a la tumba de Juan de Dios “El Indio” Uribe, en un costado adyacente al Cementerio de San Pedro, en donde debían estar los suicidas, según el prejuicio de la época. En su libro A plomo herido. Una crónica del periodismo en Colombia (1880-1980), Mariluz Vallejo Mejía cuenta cómo, mientras El Colombiano destinó el espacio respectivo para la esquela en la cual lamentaba el fallecimiento de su periodista, aunque sin mencionar las circunstancias, el columnista Sagredo, el 25 de noviembre de 1958, le dedicó en ese medio un artículo a Jairo, a quien calificó como “el cronista que nunca firmaba”: “Un detective al servicio del periodismo, cuya mesilla de redacción parecía iluminada siempre por los fogonazos de pistolas siniestras”.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Editorial

Ni comodidad, ni miedo E

n ocasiones, los periodistas buscamos la belleza, la truculencia de las hisde esa región; González recibió cárcel y sanción económica por opinar. Y el anuncio torias o el morbo extremo. Tal vez de esos afanes provenga el periodismo de la Corte Suprema de Justicia, malogrado por fortuna, de entablar una demanda ligero, atrapado en la fugacidad del día a día o en la comodidad de hacer “lo penal contra las columnistas Cecilia Orozco y María Jimena Duzán por calumnia. Y la denuncia que entablaron en marzo de 2012 algunos accionistas de Petro Magdaleque vende”. Fácilmente perdemos el rumbo de nuestra profesión: buscar la verdad de los hechos y contarla. Por incómoda que sea para los poderes. Mantener ese norte na contra Héctor Mario Rodríguez, editor general de primerapagina.com por el delito cuesta. Muchos están pagando el precio. de pánico económico. Y la presencia, siempre incómoda, de grandes conglomerados “Váyase de aquí si no quiere que lo ‘pele’, le dijo un desconocido a un reportero económicos en el campo periodístico, como Pacific Rubiales que entrega premios de de Teleantioquia Noticias. Estaba en el extremo centro occidental de Medellín, en el periodismo y patrocina medios de comunicación en una estrategia de relaciones púbarrio Los Alcázares de la comuna 13. Ocurrió el domingo 27 de enero último. La blicas muy cercana a la búsqueda del silencio cómplice. advertencia fue contundente: “Si vuelve por aquí, ya sabe lo que le pasa”. El monitoreo de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) en Colombia Al otro lado de la ciudad, un día antes, un grupo de hombres les exigió a los identificó 158 agresiones contra periodistas en el 2012. 29 fueron agresiones físicas equipos periodísticos de RCN, Caracol, Teleantioquia y Telemedellín que apagaran las y sicológicas y 80 amenazas terminaron en atentados. 31 de esas agresiones provicámaras y salieran. Ocurrió en el barrio Villa Turbay, en la Comuna 8, hasta donde nieron de miembros de la fuerza pública. Dice la FLIP que, de 140 asesinatos de pellegaron los medios para registrar el sepelio de un joven asesinado. riodistas registrados desde 1977, 59 investigaciones han prescrito; dos de ellas el año En Montería, dos emisarios del grupo paramilitar ‘Los Urabeños’ visitaron la pasado. A este panorama se suma que no avanzan las investigaciones por la intercepredacción del periódico Al Día. Pidieron que se rectificara la información según la tación ilegal de las líneas telefónicas de periodistas por parte del desaparecido DAS. cual ellos serían los responsables de las amenazas contra dos periodistas de orden Las amenazas y agresiones en ascenso; los asesinatos, en la impunidad y la tipipúblico. Y advirtieron: si no rectifican “tomamos medidas”. El coordinador de circuficación de algunos casos contra periodistas como crímenes de lesa humanidad, son lación del mismo periódico y de El Heraldo en Sucre razones suficientes para que la Unidad de Atención recibió amenazas. y Reparación a Víctimas reconozca a los periodistas Reafirmamos nuestra vocación de contar las historias El 29 de enero de 2013, como sucedió con El Escomo población con la cual es pertinente establecer pectador en Medellín en tiempos de Pablo Escobar, acciones de reparación colectiva. que nos construyen y las que nos desgarran; aunque alguien compró los ejemplares de El Meridiano de Por terror o por falta de garantías de seguridad; incomoden a los poderes que buscan silenciarnos… Sucre en el municipio de Majagual. Ese alguien no por presiones o por motivaciones políticas; por asquería que se conociera la denuncia por la utilización fixia económica o, al contrario, por la inyección de de una ambulancia para transportar materiales de capital; y hasta por la vía judicial. Por todo eso, la construcción. censura y el miedo se instalan contra el oficio periodístico. La vida de los periodistas A las amenazas y el terror se suma una peligrosa tendencia que gana terreno se garantiza a un precio muy alto: el sacrificio del derecho de la sociedad toda a estar en Colombia contra los periodistas: “empapelarlos”, enredarlos judicialmente desde informada. La calle, el escenario propio para el ejercicio del periodismo, está vedada instancias de los poderes político o económico, y someterlos al desgaste de procesos para los periodistas. Las salas de redacción no escapan al ojo supervisor de los podelegales costosos e interminables. res ilegales y las arbitrariedades de los poderes formales se tornan paisaje, cuando no El lunes 4 de febrero, en Bogotá, el periodista Hollman Morris, gerente de Canal quedan en el olvido, anestesiadas por el temor. Capital, canal público de televisión, respondía en la Procuraduría por la decisión de Con todo, como universidad, estamos en la obligación de trabajar en dos directransmitir el concierto de Paul McCartney el 19 de abril de 2012. Mientras la Procuciones. Una, mantener viva la oferta de un pregrado en Periodismo. En un espectro raduría afirma que hubo falta de estudios y detrimento patrimonial, el Canal arguye muy amplio de propuestas formativas en Comunicación reafirmamos nuestra apuesque “los estudios de justificación, reflejan oportunidad, necesidad y conveniencia y ta. Es el compromiso con la formación de profesionales críticos, comprometidos, se basaron en una política pública de inclusión, pluralidad y democracia”. Y ante el creativos. Otra, reconocer, con sentido autocrítico, cuándo perdemos el norte. Reapresunto detrimento, la defensa de Morris señala que “El ánimo de lucro es propio firmamos nuestra vocación de contar las historias que nos construyen y las que nos de la televisión comercial. El tema que está en discusión aquí es la esencia misma desgarran; las historias que retratan a Colombia, aunque incomoden a los poderes de la televisión pública”. Por estos mismos hechos, la Contraloría había exonerado a que buscan silenciarnos. Lo haremos siempre, con estrategias de investigación noveMorris del cargo de detrimento patrimonial desde el 19 de octubre del 2012. dosas. Buscamos contarlas de manera clara y, por lo mismo, bella; vigilantes, para Vale recordar, también, la condena del Tribunal Superior de Cundinamarca conno ceder a la tentación de la comodidad y al miedo que conducirían, fatalmente, al tra el periodista Luis Agustín González, por el delito de injuria, tras cuestionar en un territorio de lo insulso. editorial las aspiraciones políticas de Leonor Serrano de Camargo, dirigente gremial Una tarea de todos los días.

Dos premios de periodismo “

Mejor producción bibliográfica” y “Mejor tesis universitaria de pregrado” son las categorías en las que fueron galardonados miembros de nuestra Facultad de Comunicaciones con el Premio Nacional de Periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá, CPB, 2013. Nuestra compañera Patricia Nieto recibió el Premio en Producción bibliográfica por su libro “Los escogidos”. La categoría reconoce al mejor libro periodístico del año. La obra narra con gran belleza literaria las historias de las relaciones que tejen los habitantes de Puerto Berrío con los muertos que trae el río Magdalena. Afloran en sus páginas las preguntas sobre la vida y la muerte, y sobre la fe depositada en esos seres anónimos que rescatan del río, bautizan y eligen como benefactores. Patricia ha construido una línea de trabajos narrativos que se inscriben en la Número 63 Febrero de 2013

recuperación de la memoria de las víctimas del conflicto armado en Colombia. El Documental ‘Granada 10 años después’, del egresado Juan Sebastián Zuluaga, también fue premiado en la categoría Tesis universitaria de pregrado. Es el tercer premio que recibe este documental que narra las huellas del conflicto armado en este pueblo del oriente antioqueño, destruido por la guerra y reconstruido por sus habitantes. Diez años después de los hechos, con el retorno de los desplazados a su tierra, renace la esperanza. El trabajo ha sido reconocido también por El Círculo de Periodistas de Antioquia, CIPA, y por la Universidad de Antioquia con el Premio a la Investigación Juvenil, en el área de Ciencias Sociales. La tesis fue asesorada por el profesor Heiner Castañeda. Nos alegramos con ellos.

Director(e) Periódico: Jorge Ignacio Sánchez. Coordinación editorial: Juan David López Morales. Redacción: Alejandra Sandoval, Paula Lotero, Maria Camila Muñoz, Maria Clara Giraldo, Lois Madrid, Jenny Alejandra Echavarría, Edwin Ángel, Dafna Vásquez, Carolina Sánchez, Ana María Londoño, Sara Molina Maya, Luisa Saldarriaga, Leidy María Ramos, Yenny Martínez, Natalia Maya Llano, Julio C. Londoño A., Estefanía Henao Arboleda, Juan David López Morales. Diseño: Julieth Duque Hernández. Corrección: Alba Rocío Rojas. Colaboración: Jorge Ignacio Sánchez, ]Alejandro González Ochoa, Gonzalo Medina, José Guarnizo, Pompilio Peña Montoya, Francisco Velásquez Gallego, Jairo Osorio Gómez. Fotografía: Paul Pineda, Juan David López Morales, Julio C. Londoño A., Julián Roldán, Mitchell Alberto Restrepo, Estefanía Henao Arboleda, Miguel Zapata Restrepo, Pompilio Peña Montoya, Julieth Duque Hernández. Caricatura: Ricardo Cortázar. Ilustración McCausland: Paulina Escobar. Portada: Doña Lía en su casa en Santa Bárbara, Juan David López Morales. Impresión: La Patria, Manizales. Circulación: 10.000 ejemplares. Director Sistema Informativo: Jorge Ignacio Sánchez. Director TV: Jorge Alonso Sierra. Director Radio: Luis Carlos Hincapié. Director Digital: Diego Agudelo. Comité editorial: Luis Carlos Hincapié, Patricia Nieto, Elvia Acevedo, Ramón Pineda, Raúl Osorio, Jorge Ignacio Sánchez, Gonzalo Medina, Ximena Forero Arango. Universidad de Antioquia, Bloque 15, Museo Universitario, Aula Taller 1. Universidad de Antioquia. Rector: Alberto Uribe Correa. Decano Facultad de Comunicaciones: Jaime Alberto Vélez. Jefa Departamento de Comunicación Social: Deisy García Franco. Las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia. delaurbe.udea.edu.co, delaurbe@comunicaciones.udea.net.co, delau.prensa@gmail.com, www.facebook.com/sistemadelaurbe, www.twitter.com/delaurbe

No. 63 Febrero de 2013

FACULTAD DE COMUNICACIONES Ciudad Universitaria Calle 67 N° 53-108 Medellín - Colombia


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Impertinentes

Para la condonación del Fondo EPM, los estudiantes universitarios estamos calificados en dos categorías: “Pertinencia Media”, si estudiamos carreras acordes con los cluster y proyectos estratégicos de ciudad, y “No pertinencia” si tal relación no existe. Ninguna carrera universitaria le resulta pertinente a la ciudad, según esta lógica. Solamente resultan pertinentes los estudios técnicos y tecnológicos, especialmente los que tienen que ver con los cluster energía eléctrica, sector textil, construcción, turismo de negocios, servicios de medicina y odontología y TIC’s. La educación técnica y tecnológica reduce los índices de desempleo, y ubica a las personas en sectores laborales para los cuales, tradicionalmente, no era necesario estudiar. De acuerdo con la reglamentación del Fondo EPM de educación superior, un técnico en gestión de bares y restaurantes o en servicio al cliente le resulta más pertinente para la ciudad que un filósofo, un sociólogo o un licenciado en lengua castellana. Frente a este absurdo, y para revertirlo un poco, debemos sentirnos orgullosos… A esta ciudad le falta mucho impertinente.

Opinión

#Periodista WilmarVera Jorge Ignacio Sánchez nachosanchezo@gmail.com

Aníbal, el bobito

Cuando Simón Gaviria reconoció no haber leído el texto de la fallida Reforma a la Justicia, con razón se le comenzó a llamar “Simón, el bobito”, en alusión al cuento infantil de Pombo. En Medellín tenemos otro Gaviria que le compite en bobería, ingenuidad o peligrosa candidez. Su argumento se basa en la visión de una mujer que no se dio cuenta cuando su marido le estaba ‘poniendo los cachos’ en la oficina más poderosa del mundo. Habría que invitar a Hillary a las comunas 13 y 8, donde ni siquiera los periodistas de acá podemos entrar. ¿Será que el Alcalde sí puede?

De la ‘U’ a la ‘S’

Desmedida muestra de pragmatismo político viene dando el Partido de la U con su desvinculación radical y formal del expresidente Álvaro Uribe. Su otrora faro ideológico, ya les parece conservador. De buenas a primeras, ellos se asumen como un partido progresista, 99 % santista. Su problema de definición por lo menos ha servido para distinguir claramente entre una derecha que se acomoda a la dirección del viento político, y una derecha extrema que con sus ataques termina por dar luces sobre qué es lo que más o menos funciona en el gobierno de Santos.

Gracias Ramón

E

l sábado 2 de febrero en la red Twitter corrió el reclamo de la esposa y varios amigos del periodista Wilmar Vera. Preguntábamos por su paradero. Lo que se sabía era que el Instituto Nacional Penitenciario, INPEC, lo había sacado a las tres de la mañana de la cárcel San Bernardo, en Armenia, sin avisarle a la familia. Aunque la entidad no está obligada a anunciar estos movimientos, los hechos que han rodeado la detención de Vera han puesto en alerta a su esposa, Ángela David. A su abogado. A sus amigos. Desde el 6 de junio de 2012, cuando fue sacado de su oficina de profesor de la Universidad de La Salle en Caldas, Antioquia, se tendió una sombra de dudas sobre el profesor. Un avión de la Policía viajó desde el eje cafetero para trasladarlo de inmediato a la ciudad de Pereira. La razón: la Fiscalía General de la Nación lo señala como autor intelectual o determinador del asesinato de Alexánder Morales Ortiz, un precandidato al Concejo de Pereira, que fue su alumno y amigo, con quien tenía negocios particulares y a quien, según Ángela, Wilmar admiraba. En tres audiencias, la Fiscalía le imputó cargos y un juez de garantías lo privó de la libertad. Hoy, privado de su libertad, asegura ser inocente. Lo reafirma en manuscritos. Lo repite hasta el cansancio en llamadas telefónicas. Lo publica en su blog. Ante el juez y ante quien le pregunte, niega ser el determinador, en contravía de lo que afirma el Coronel Gonzalo Londoño, Comandante de la Policía Metropolitana de Pereira, quien en declaraciones a la prensa aseguró que “el móvil definitivamente fue económico. Él había entregado un dinero, había invertido en una mina y, ante el incumplimiento reiterado del señor excandidato Alexánder Morales, pues fue lo que ocasionó que él ubicara a unos sicarios para causarle la muerte”. Esta es, en síntesis, la acusación de la Fiscalía contra Vera Zapata. Se basa en el testimonio de Carlos Andrés Velásquez Villada, el sicario capturado y sindicado por el crimen. Testimonio entregado un año después de ocurrido el crimen. La audiencia para su defensa, prevista para el 7 de diciembre pasado, se canceló sin explicaciones muy claras. Se programó para el primero de febrero de 2013. La última fiscal asignada tramitó un nuevo aplazamiento ante el Juzgado Quinto Penal de Pereira y ante el abogado de Vera. La petición fue rechazada. El día de la audiencia, a las cuatro de la mañana, pocas horas antes de la cita, la fiscal se hospitalizó de urgencia. Sin ella, la audiencia se postergó nuevamente para el 4 de febrero. A la fecha, son cinco los fiscales que han asumido el caso. Tres se han enfermado súbitamente. Comparto con Ángela, la esposa de Wilmar, varias de las preguntas sobre la acusación que pesa contra el periodista: ¿Qué explica la alta rotación de fiscales en este caso? ¿Quiénes son los testigos de la Fiscalía? ¿Estamos ante otro caso en el que, para mostrar efectividad, la Fiscalía construye los testimonios a la sombra de negociaciones con delincuentes reconocidos?

¿Estamos ante otro caso en el que, para mostrar efectividad, la Fiscalía construye los testimonios a la sombra de negociaciones con delincuentes reconocidos?

Ramón nos invitó a callejiar, a salir de las aulas y de la sala de redacción para sortear las corrientes urbanas. Nos ha enseñado a conocer la ciudad, a aguzar la mirada y centrarla en el detalle. Aún cuando ésto incomode a más de uno, nos educó en lo simple y lo cotidiano, esos territorios ricos en historias y conocimiento. Nos enseñó a ver el lado oculto y prohibido de la ciudad que, a veces, cuenta y muestra más de lo que somos que el lado brillante y evidente. Cronista, maestro, amigo... hasta pronto, Ramón.

Un agro demasiado moderno

En medio de las negociaciones en La Habana, las Farc sorprendieron al país con una propuesta agraria a la altura de las necesidades del campo colombiano. Esa propuesta, que no ningún gobierno ha podido poner en marcha, más por desinterés de clase que por otra cosa, no representa ninguna revolución. Es apenas la actualización de uno de los aspectos en los que Colombia está más atrasada en relación con el mundo. Mientras tanto, el ELN coquetea posibles negociaciones, dialogando y llamando la atención de la agenda pública con el secuestro de dos alemanes. Y el purísimo centro democrático, sigue atacando cualquier avance en la negociación sin entender la dinámica de ésta. En medio de todo esto, la silla vacía es la de la opinión pública hecha por gente de a pie.

Según la Fiscalía, Jílder Antonio Aricapa Motato, apodado ‘El Indio’, era el intermediario de Vera con los autores materiales. Pero habría celebrado reuniones en sitios públicos con todo el grupo para entregar el dinero, a los ojos del sicario. Esa es la empresa criminal que Wilmar montó, según la Fiscalía. Entonces, ¿para qué un intermediario? ¿Por qué, solamente un año después de los hechos, el sicario dice haberse reunido con Wilmar y, supuestamente, ver la entrega del dinero al encargado de coordinar el asesinato? Es muy curioso el argumento de la Fiscalía, según la cual, el sicario preguntó al intermediario quién pagaba el trabajo, porque “él no trabajaba sin tener la plata por delante”. Esa “regla” habría justificado la famosa reunión en la que el intermediario, para tranquilizar al gatillero, le dijo que el contratante se llamaba Wilmar Vera. Ridículo. ¿Puede existir algún interés en señalar un culpable y ocultar a los verdaderos responsables? Las actuaciones jurídicas durante el proceso generan muchas inquietudes. En la red Twitter circulan llamados a la justicia y la solidaridad rodea a Wilmar y a su familia. Sus alumnos, compañeros y amigos de la Universidad acompañan a su esposa y a su hija de nueve años, para quien tampoco tiene sentido lo que ocurre con su padre. Aunque la privación de su libertad no se relaciona con el ejercicio periodístico, algunos periodistas han tomado el caso como un emblema. Y para mí, que lo conozco y confío en él, es difícil dejar pasar la ocasión sin exigir a la Fiscalía seriedad en sus acusaciones; al Instituto Penitenciario y Carcelario, INPEC, seguridad para él (en dos ocasiones lo han encerrado en la cárcel con el sicario, quien lo amenaza de muerte); y, finalmente, a los amigos, solidaridad y respaldo al colega que, tal vez, es otro chivo expiatorio de una justicia amañada y selectiva.

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6 Testimonio

La Ley de Víctimas no los acoge, la justicia no los repara y la memoria colectiva los olvida. El Estado y Cementos El Cairo estuvieron involucrados en la masacre de 12 personas. 50 años después, nadie responde. A pocos días de la conmemoración, reconstruimos una historia cuyos testigos están muriendo.

Luis Eduardo Zapata, padre de María Edilma.

Con el cemento en la sangre. A 50 años de la Masacre de Santa Bárbara

Por Juan David López Morales juda1026@gmail.com

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l viento frío de las 5 de la tarde fue testigo de todo. Una fila de 40 volquetas cargadas con cemento elaborado y clinker, que según el Gobernador de Antioquia tenían que pasar “costara lo que costara”, fue retenida por unos 150 trabajadores de Cementos El Cairo apostados sobre la Troncal de Occidente. Tras 26 días de huelga, una determinación los reunía en ese momento: las volquetas, conducidas por “esquiroles”, no pasarían. Marta Lía Patiño no salió de su casa, pero desde su ventana vería cómo un conflicto laboral desencadenaría una de las masacres más emblemáticas y olvidadas de la historia reciente de Colombia. El hecho tuvo lugar a tan solo unas cuadras del parque principal de Santa Bárbara, donde hoy se levanta un obelisco, un mausoleo rodeado de pinturas y frases alusivas a la lucha obrera y sindical, a la lucha de clases y a los caídos de ese día. Sobre la base de éste, se instalaron varias placas de distintos sindicatos del Departamento en las cuales lamentan las pérdidas. La mayor parte del tiempo, este sitio de memoria de aquel 23 de febrero, permanece cerrado entre rejas rojas. Y, aunque la memoria sobre estos hechos agoniza, este año se rendirá homenaje a las víctimas tras 50 años de impunidad.

En este pueblo va a pasar algo

-Arrégleme al “Ojón”, yo me lo llevo. Usted sabrá cómo se va a defender aquí, pero la cosa como que está maluca. “El Ojón” era Fabio, hijo mayor de Marta Lía y Fabio Villada. Aunque en el Barrio Obrero –hoy conocido como Los Almendros– todo parecía normal, el ambiente estaba enrarecido. Un convoy de volquetas había pasado a eso de las nueve de la mañana hacia la fábrica de Cementos El Cairo. Los huelguistas se preparaban. Desde la ventana de su casa, doña Lía vio a varios soldados que se encontraban apoyados sobre el pecho en posición de francotiradores. Estaban detrás del Hospital, una construcción encaramada en un morro al

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frente del Barrio Obrero. Allí, los uniformados tenían la panorámica de la vía por donde el cemento debía pasar “a como diera lugar”. Los huelguistas cargaban canecas con agua por la calle principal del barrio hacia la caseta que, desde temprano, habían armado junto a la carretera. También cargaban toallas. Se preparaban para contrarrestar el efecto de los gases lacrimógenos porque sabían que las volquetas venían escoltadas por el Ejército y la Policía. La casa de doña Lía es una construcción vieja en la que un largo corredor conecta la puerta principal con todas las habitaciones y un solar, donde ella permanece sentada por horas. Hace más frío que afuera y el viento va y viene todo el tiempo entre el solar y la sala. Esta casa también sería, hace cincuenta años, testiga muda de los hechos de ese día.

Del conflicto laboral al conflicto de intereses

Los intentos de negociación, presididos por un tribunal de arbitramento, no lograban poner de acuerdo a obreros y patrones. Medellín estaba desabastecido de cemento. El 22 de febrero, más de 20 compañías constructoras de la ciudad firmaron una petición conjunta en la que amenazaban con despidos si no llegaba el material para emplear a “millares de obreros” en Medellín. Así, la imposibilidad de solucionar un problema laboral en Santa Bárbara amenazaba con desencadenar un problema laboral aún peor en la capital. En primer lugar, la comunicación responsabilizaba a los huelguistas de El Cairo del desempleo que se desencadenaría. El segundo y último punto anunciaba que, desde el 25 de febrero siguiente, “no podremos garantizar un pleno empleo, y las jornadas serán limitadas por las cantidades de cemento que se reciban, dejando clara constancia de que llevamos más de un mes trabajando con mínima eficiencia, con graves perjuicios para nuestras compañías, para nuestros clientes y para la economía en general”. De esta manera, las empresas firmantes y Camacol, como representante del gremio de la construcción, comenzaron a presionar la necesidad de que pasaran el cemento y el clinker. Este último era la materia prima

necesaria para que empresas como Cementos Argos pudieran elaborar el cemento para cubrir la demanda de los constructores de Medellín. La huelga de El Cairo despertó un interés particular en el Gobierno Nacional, en una época en que los conflictos laborales y sindicales eran frecuentes en todo el país. Eduardo Uribe Botero se desempeñaba como Ministro de Gobierno durante la presidencia de Guillermo León Valencia, la segunda del Frente Nacional y la primera conservadora. El 26 de febrero de 1964 el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá preguntó a Uribe Botero, cuando actuaba como embajador de Colombia en Washington, si en ese momento él o su familia eran accionistas de Cementos Argos o de Cementos El Cairo: “No soy accionista de Cementos El Cairo. Soy accionista de Argos. No sé si mis familiares tienen acciones en esas Compañías, pues cuento con no menos de ochenta familiares entre hermanos, cuñados, primos hermanos, sobrinos, hijos de sobrinos, etc…, etc.” En el libro La Masacre de Santa Bárbara (Frente Nacional 1958-1965), el Centro de Investigación José Carlos Mariátegui, de tendencia marxista-leninista, sostiene que Uribe Botero tiene contradicciones al respecto. “Lo que no confiesa es que para el 23 de febrero de 1963 desempeñaba con simultaneidad el Ministerio de Gobierno y el puesto de miembro principal de la Junta Directiva de Cementos El Cairo, como lo comprueba claramente la respuesta dada por la Cámara de Comercio de Medellín el 4 de febrero de 1964 a una solicitud que al respecto le hizo el Tribunal Superior de Bogotá el 26 de febrero de 1963”. El Ministro de Gobierno tenía un conflicto de intereses con la huelga de El Cairo. Sin embargo, manifestó al mismo Tribunal que no tenía conocimiento de éste por ser de influencia directa del Ministerio de Trabajo y no de su cartera. Pero tal conflicto quedó en evidencia cuando el 25 de febrero, dos días después del trágico desenlace de la huelga en Santa Bárbara, la Asamblea General de Accionistas de El Cairo registró ante la Cámara de Comercio el nombramiento de una nueva Junta Directiva en la que no aparecía Uribe Botero, hasta entonces tercero principal de la Junta.


7 La necesidad no tiene cara de perro

Desde octubre de 1962, el Sindicato de Trabajadores de Cementos El Cairo presentó a la Empresa un pliego de peticiones aprobado en Asamblea con los trabajadores. Para entonces, los trabajadores de Nare y Argos también estaban negociando sus respectivos pliegos. Según el Centro de Investigación José Carlos Mariátegui, “en vista de esto, a través de Fedeta (Federación de Trabajadores de Antioquia), en una reunión de las tres comisiones negociadoras, se decidió no firmar convención alguna hasta tanto no fueran resueltos los problemas de los tres pliegos de peticiones con el objeto de forzar a las empresas a un arreglo global”. Luis Eduardo Zapata cuenta ya 91 años. Habla con una lucidez envidiable, solo se detiene en su narración para tomar un poco de aire. La historia de esos días la cuenta de memoria porque ya son para él 50 años refiriéndola. “La empresa ofrecía muy poquito y de prestaciones casi nada. Pedíamos mejor alimentación, transporte, droga…, en fin, muchas cosas, lo que necesita uno”. El Sindicato se mantuvo en su negativa a negociar frente a la tozudez de la cementera. Por eso tuvo que intervenir un tercero que tampoco logró conciliar. Así lo cuenta Luis Eduardo, sentado en la sala de su casa: “Llamaron de nuevo a los trabajadores a negociar. Volvieron a lo mismo. Ofrecieron cualquier cosita más pero tampoco estábamos de acuerdo. Hubo otra tregüita. Volvieron a la negociación. No se pudo negociar de ninguna manera. Entonces, ya. ‘Vamos a tener que ir a paro, vamos a ver cuántos votos hay por el paro’... Como todo mundo no está de acuerdo. Otros sí dimos el voto de que estábamos de acuerdo, fuimos mayoría que estábamos de acuerdo. Entonces, fuimos al paro”. Era el tiempo de la Guerra Fría y el primer momento de efervescencia de las reivindicaciones de los “nuevos movimientos sociales”. En tiempos de utopías, cualquier reclamo era descalificado y macartizado, pero Luis Eduardo lo reconoce con orgullo: “Sí, el Sindicato era comunista”. Esto explica por qué, después de ese día, la responsabilidad cayó sobre los huelguistas. El 24 de febrero de 1963, El Colombiano recogió algunos antecedentes de la masacre. Frente a la negativa de los obreros a levantar el paro, “de común acuerdo con los comandos de la fuerza pública de Antioquia, se convino en que para remediar en algo la manifiesta escasez de cemento (…) debía procederse a la movilización de todo el producto que había en depósitos en El Cairo”. Las volquetas llegaron en la mañana custodiadas por una compañía del Ejército a cargo del coronel Armando Valencia Paredes, comandante del Batallón Girardot. Llegaron a El Cairo al mediodía y, después de cargadas, se comenzaron a devolver para Medellín. Nueve kilómetros las separaban de los trabajadores. “La primera volqueta que pase por aquí la vamos a parar”, se decían Luis Eduardo y otros cuatro compañeros. “Cogimos piedras y la atajamos. Entonces, llegó un soldado y le dio un culatazo a un compañero mío”. Su narración es limpia, y cuando encuentra vacíos reconoce no recordarlo todo. Se apasiona, le sudan los párpados y le brillan los ojos. “Entonces a mí me dio mucha rabia, hermano, mucha, demasiada rabia, y cogí una piedra y se la tiré a un soldado aquí, aquí”, cuenta mientras se señala la nariz. El soldado quedó herido y fue llevado de inmediato al Hospital. Otro soldado respondió al ataque de Luis Eduardo atacándolo con una bayoneta. Hoy, camina despacio, pero en ese entonces tenía 41 años y la habilidad suficiente para esquivar el ataque. Sin embargo, el soldado logró asestarle un golpe “aquí, aquí”, en la cabeza. En esas, y como “la sangre es escandalosa”, lo llevaron para el hospital, donde se encontró con el soldado herido. Los cinco fueron detenidos.

to de la huelga estaban recién llegados a Santa Bárbara, pero sus familias aún vivían en Santa Rosa de Osos. “Cuando nosotros llegamos aquí al barrio, estaba la gente viviendo el duelo, y más mi tío que le tocó. Mi tío salió herido y todo”, cuenta Nuri, hija de Jesús Alfredo. ‘Suso’ murió a causa de una afección pulmonar. Trabajó en la cantera como minero, aunque su esposa Genoveva no recuerda durante cuánto tiempo. Se refiere a él como “su hombre”, cuando le pregunta a ‘Caliche’, su hijo, por cuánto tiempo trabajó. Cuentan que, cuando ‘Suso’ murió, le encontraron piedras de polvo en los pulmones, “y le salía caliza por las manos”, puntualiza Genoveva. La silicosis es una enfermedad irreversible que se produce por acumulación de polvo en los pulmones. Es una de las principales enfermedades laborales en muchos países en desarrollo. Muchos trabajadores de El Cairo han muerto por esta enfermedad. La familia de Jesús Alfredo no recibió ninguna indemnización, pese a que su enfermedad fue ocasionada por su trabajo. Hubo un tiempo en que los trabajadores dejaron de morir de silicosis. En el año 2002, fue asesinado Alfredo Zapata, hijo de Genoveva y de Jesús Alfredo, cuando se desempeñaba como secretario del Sindicato. Jaime Duque, presidente del mismo, fue secuestrado. El responsable fue el Bloque Metro de las Autodefensas, con presencia en el pueblo desde 1998, desde cuando se agudizó el conflicto armado en la zona y, en particular, la persecución sindical. Según cifras de la Escuela Nacional Sindical, tan solo desde 1986 se han registrado más de 2900 asesinatos de sindicalistas en Colombia. Como indica el informe de Human Rights Watch de 2012, aunque el índice de asesinatos de sindicalistas viene bajando, el país sigue siendo el más violento del mundo contra la acción sindical. Este drama humanitario que comenzó en 1928 con la Masacre de las Bananeras, aún no termina, y en 1963 tuvo su segundo capítulo con la muerte de 12 personas a mano de la fuerza pública.

La masacre

En la fachada de la casa de Teresa Ríos, abajo de la de Lía, permanecen los huecos de un par de balazos hechos ese viernes de 1963. Entonces, ella no vivía ahí. Su esposo, también huelguista, estaba cerca de El Cairo durante la masacre. Poco tiempo después de la masacre se fueron a vivir allí. Según periódicos como El Colombiano y El Correo, el ataque provino de los trabajadores. Afirman que, desde los cafetales junto a la carretera, los obreros dispararon armas de fuego y lanzaron bombas molotov y piedras contra las volquetas y los soldados. “En este punto, las unidades de la fuerza pública repelieron el ataque, quedando muertas ocho personas y heridos graves dos soldados más”, informó El Colombiano al día siguiente. El director del periódico era Juan Gómez Martínez, hijo del entonces Gobernador de Antioquia, Fernando Gómez Martínez, uno de los responsables de impartir la orden al Ejército para que las volquetas pasaran. Fueron 12 los muertos: cuatro obreros, tres campe-

Del polvo al plomo

Eduardo Santos, trigésimo noveno presidente de Colombia y tío abuelo de Juan Manuel Santos, se refirió a Santa Bárbara como el “Balcón de los bellos paisajes”. Tenía razón. El pueblo, pequeño, rústico, está sobre una de las montañas de la Cordillera Occidental en el Suroeste antioqueño. En un día claro, se ve el río Cauca, frontera natural entre Antioquia y Caldas, los farallones de La Pintada y Valparaíso, y dicen algunos que, con un poco de suerte, se puede ver Kumanday, el Nevado del Ruiz. Aunque la mayor parte del tiempo hace frío en el casco urbano, conforme la intermitente niebla se pierde hacia el cañón formado por los ríos Buey y Poblanco, comienza a subir la temperatura. Allí quedan la cantera y la cementera El Cairo, que ahora, tras la fusión de la industria, pertenece a Cementos Argos. Para llegar al cañón hay un camino viejo que comienza detrás de Los Almendros, el barrio de los obreros construido con la ayuda de la fábrica en el siglo pasado. Jesús Alfredo Zapata, ‘Suso’, trabajó para Cementos El Cairo junto con sus hermanos José, Carlos, Raúl, Juan y Pedro. En el momen-

Marta Lía Patiño.

sinos que apoyaban a los huelguistas, cuatro curiosos que estaban en el lugar equivocado a la hora equivocada y María Edilma Zapata, una niña de 10 años, hija del huelguista Luis Eduardo Zapata. Ningún soldado murió y hubo más de 30 heridos entre soldados, trabajadores y curiosos. -¿Ustedes tenían armas? -Ah sí, muy potentes, ¡cuatro piedras! Muy potentes que las teníamos, y muy baratas-, dice Luis Eduardo, quien escuchó el tiroteo desde el Hospital. En ese momento vivía en la primera casa de Los Almendros, en una esquina a mano derecha de la calle, donde funciona hoy la Sede Sindical María Edilma Zapata. En ese mismo Hospital recibió la noticia de la muerte de su hija. El Colombiano contó que había muerto apedreada, “y se cree que fue sorprendida durante el segundo ataque de los revoltosos y que nada tenía que ver con el asunto”. Los vecinos de Los Almendros que vivieron la masacre cuentan cómo la gente corrió a esconderse en las casas. “!Salgan, hijueputas, cobardes!”, gritaban los soldados. A culatazos abrieron la puerta de la casa de Lía Patiño, donde se habían escondido muchos debajo de las camas. María Edilma salió corriendo de la casa con su mamá, quien llevaba a otra niña en brazos. Buscaban refugio donde Lía, a escasos 15 metros. La niña se quedó atrás, cuando miramos, estaba tendida en el suelo con la cabeza sobre el contador de agua, en la puerta principal. Tanto Lía como Luis Eduardo dicen que recibió un tiro de fusil en la frente. “A mí me tocó poner agua, un soco y lavar. Porque a ella se la llevaron y quedaron los sesos con sangre”. En la habitación trasera de la casa, sobre un montón de arena, había otro hombre muerto con un disparo en la boca. Lorenzo, el párroco del municipio, intervino para que no siguiera la matanza: “Yo no quiero ver más sangre aquí, así es que mátenme a mí primero, pero yo no quiero ver más sangre aquí”. A la actitud del cura le atribuyen que no hubiera más muertos. Sin embargo, la fuerza pública detuvo a más de 100 personas en menos de 24 horas, incluyendo a Fabio Villada, esposo de Lía. Cuando Lía abrió su casa al día siguiente, el hedor de la sangre seca invadía el lugar. Un fotógrafo de El Correo le pidió a un soldado que abriera un cajón para tomarle una fotografía. Al día siguiente, este diario “informó” que en la casa de Lía habían encontrado armas. Belisario Betancur, ministro de Trabajo, visitó Santa Bárbara, como lo hicieron muchas comisiones investigadoras. El trabajador Armando Flórez García denunció a la Nación por los hechos. Pero hoy, a 50 años del enfrentamiento entre 150 trabajadores y 500 soldados, nadie ha respondido.

Por la memoria

Mónica Sánchez y Ángel Osorio recorren Santa Bárbara y los municipios cercanos. Él es abogado. Ella es la presidenta de la Junta de Acción Comunal y conoce esta historia; su papá estuvo ahí como huelguista. En el 2000, tuvo que huir del municipio por amenazas en su contra. Ellos no son sindicalistas. Son líderes cívicos que gestionan proyectos ante distintas instancias de gobierno, aunque en el municipio, por esta labor, algunos dirigentes locales los han llamado “subversivos”. Ahora lideran la Conmemoración de los 50 años de la Masacre de Santa Bárbara. Han tocado las puertas de la Alcaldía y del Concejo Municipal, de la Asamblea Departamental y de la Presidencia de la República. Ésta última, por tratarse de una conmemoración, los remitió al Ministerio de Cultura. Pero sus requerimientos tienen que ver con el reconocimiento de una masacre por la cual la justicia nunca encontró responsables. No quieren que se pierda el recuerdo de las 12 personas que murieron por “bala oficial”, como dice Ángel. Como conmemoración simbólica, el proyecto propone la reconstrucción del monumento en homenaje a los obreros caídos. Además, que se cambie el alcantarillado del barrio Los Almendros, se construya una vía de acceso y se levanten 40 casas como solución al déficit habitacional del barrio de los obreros de El Cairo, hoy Argos. El paso a seguir es tocar las puertas de la cementera. Tienen el empeño de que el proyecto salga adelante. Por eso, desde febrero, programan actividades culturales en todos los barrios del pueblo, en compañía, entre otros, del Sindicato y el Teatro Libre de Bogotá. Quieren que la conmemoración sea más que un discurso sindical. Los testigos, fuente de memoria viva, cada vez son menos. Van muriendo de asfixia o de vejez. En poco tiempo no quedará ninguno. Uno de ellos, Luis Eduardo, relata su testimonio cada que alguien le pregunta: “Para nosotros es una fecha imborrable. O para mí, yo no sé los demás. Para mí y para muchos”.

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8 Resistencia

Río de aguas

cristalinas La comparsa es como un río de aguas cristalinas lleno de peces de todos los colores. Se disfruta al verla pasar, pero es mejor zambullirse y nadar. Desde que a comienzos de los noventa el Gordo García creó la primera, este arte de danza y música se regó por una Medellín que baila hoy al ritmo de los saltimbanquis, en un goce de encuentro y abrazo popular.

Fotografías: Julián Roldán.

Alejandro González Ochoa agocho49@gmail.com

Jorge Ignacio Sánchez nachosanchezo@gmail.com

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s la tarde del primer domingo de noviembre de 2012 y por la calle sinuosa pasa la comparsa, bulliciosa, alegre, multicolor. Desde el balcón de su casa, Jorge Agudelo Cano tiene una vista privilegiada. “Este es mi palco desde hace veinte años. Cada año, cuando pasa este río de gente, no sé qué es mejor: verlo pasar o meterme en él”, dice Jorge. Vive en la calle 99 con carrera 45, frente a la Casa Amarilla, la vieja casona donde funcionaron las Camas de Amelia, o “Las Camelias”. El prostíbulo donde la pista de baile dio paso al auditorio, y el bar y las habitaciones a las oficinas y a la sala de teatro de Nuestra Gente. Allí mismo Jorge tiene su tienda “El perdido”, llamada así en memoria de aquellos hombres que un día se embolataban de sus esposas y aparecían por allá, en las Camelias. Antes de subir al balcón de Jorge, recorrimos, por dentro y por fuera, la comparsa inaugural del XVII Encuentro Nacional Comunitario de Teatro Joven que organiza la Corporación Cultural Nuestra Gente. A la orilla del río, estábamos lelos ante el derroche de alegría y creatividad. Adentro, felices, sumergidos en medio de arlequines, payasos, saltimbanquis, magos, bailarinas, acróbatas, mariposas, músicos, duendes, juglares, dragones, bestias míticas, serpientes, hadas, contorsionistas y zanqueros.

La comparsa somos nosotros

“Aquí la comparsa la hacemos nosotros para que los jóvenes no se sigan yendo a la guerra”, dice Jorge en su palco, adornado con decenas de flores. La comparsa, como esa esquina, es de Jorge, de su familia y de sus vecinos. En ella crecieron sus hijas Alba Liliana y Zoraida y sus nietos Samuel y Alison. En estas calles empieza y termina la comparsa del barrio Santa Cruz, al Nororiente de Medellín, un rito que se repite y se hereda, renovado, fresco, vital. La fiesta comunitaria se calienta desde la una de la tarde en la Escuela República de Honduras. La profesora chocoana, Amparo Lucumy, transformó los salones en camerinos para recibir a cientos de artistas de los barrios de Medellín y más de 20 grupos de Colombia, Brasil, Argentina y Cuba que recorrerán el barrio con ella y sus 25 niños del Grupo Expresiones. Esta maestra ganó el premio Medellín, la más educada en el 2010 con su grupo de danzas y por su trabajo comunitario con más de 500 estudiantes. Jorge Blandón, director de Nuestra Gente, y Luis Fernando García, fundador de la Corporación Cultural Barrio Comparsa, pronuncian el pregón en el patio de la escuela. “¡Dicen que viene el fuego, pero llegó la alegría!”, gritan para iniciar la celebración de 25 años de teatro, fiesta y color. Exaltan el espíritu del carnaval y se lanzan a las calles a bañar su tierra de fiesta.

Contra la muerte

La comparsa nació con fuerza en este barrio, cuando muchos jóvenes desfogaban sus energías con violencia y muerte. Hoy, esa fiesta se goza en la ciudad, en eventos especiales como el Desfile de Silleteros, la Feria de las Flores y el Desfile de Mitos y Leyendas, con el que se abre la celebración de Navidad y Año Nuevo. Más que una fiesta, se trata de una manifestación de resistencia de la cultura popular con la que las comunidades se protegen cuando la muerte acecha en las barriadas. El sábado anterior, por ejemplo, desfiló una comparsa proclamando paz en medio de la agitación por el asesinato de El Duke, un rapero líder en la Comuna 13. Agrupaciones como Son Batá, integrada principalmente por afrodescendientes de la Costa Pacífica, han liderado eventos como la marcha Porque la Vida es Sagrada, que recorrió el Occidente el 29 de marzo de 2011 para “clamar por el respeto a la vida de todos los jóvenes de Medellín”. El Circo Medellín sacó a las calles la comparsa El equilibro de la vida, con “personajes chaplinescos, mimos, pierrots escapados del cine mudo, que llegan a invitarnos a escuchar otras músicas y a utilizar más el silencio como meditación y terapia para

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Este trabajo es producto del taller anfibio del proyecto de Periodismo Cultural de la Dirección de Comunicaciones del Ministerio de Cultura de Colombia en alianza con la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo periodismo Iberoamericano FNPI. Con el apoyo de la Revista Anfibia y la Universidad de San Martín. (Argentina) alcanzar la paz interior y, por ese camino, la paz colectiva”, cuenta Carlos Álvarez, uno de sus creadores y promotor del circo sin animales que tiene su carpa en la base del Cerro Nutibara. Y en la segunda semana de noviembre de 2012, marcharon otras dos comparsas: una en el barrio Moravia, antiguo basurero, y otra en el corregimiento de San Cristóbal, acompañando la “zancozanquiada”.

1990 –28 de diciembre– 2011

Fernando García, el Gordo, tuvo una visión el 28 de diciembre de 1990. Estaba en Cali con Julia, su compañera. Mientras escribía un proyecto cultural gigante, lo atrapó el sonido lejano de un cencerro con el tiquipó tiquipó tiquipó pipó de la salsa caribeña. “¡Eso es lo que necesita Medellín!”, pensó. “Un sonido nuevo, una propuesta grande para que la gente salga a la calle a gozar de la fiesta, en comunidad, ahora que nos están robando las esquinas. Se aferró a esa idea. La revelación se volvió obsesión y tomó forma al poco tiempo. Sentado en medio de muñecos gigantes, en su casa del corregimiento silletero de Santa Elena, el Gordo García cuenta que entre enero y febrero del ‘91 armó la primera comparsa, en el Nororiente de Medellín. Desde entonces, la comparsa es un pretexto para acercar, para abrazar, para soñar. Esa fue la respuesta festiva que se tomó las calles para espantar la muerte, para buscar que los ojos de la ciudad y del Estado miraran hacia esas laderas. Julia Victoria Escobar Holguín, fundadora de Barrio Comparsa y quien ahora comparte la experiencia de su organización Caja Lúdica con las maras de Guatemala, también desfila este domingo en Santa Cruz. En Centroamérica, aprendió que la comparsa es el convite heredado de los mayas, una fiesta a la que acuden las comunidades del continente para alcanzar propósitos comunes. La locura de danzar en medio de las balas para rescatar las calles pegó en Medellín. Desde entonces, la figura imponente del Gordo montado en un par de zancos se ha paseado por las calles con cientos, miles de jóvenes, músicos, teatreros y bailarines en un ritual que, para él, empezó hace medio siglo.

50 años atrás

La fascinación del Gordo con los zancos empezó en 1963 en Medellín. Se crió en las cercanías del Jardín Botánico o Bosque de la Independencia. Toda su infancia jugó en esas mangas, a las que un día llegó un gigante, un señor montado en zancos, a vender cofio (arroz tostado, molido y mezclado con azúcar) y minisigüí (cítrico o tartárico, mezclado con anilina vegetal, azúcar y saborizantes). Empacaba las porciones en saetas de papel. El Gordo recuerda la competencia que le propuso al gigante para ganarse una golosina: –Si lanzan una moneda y cae en esta saeta, les regalo un paquetico de cofio o de minisigüí –dijo el gigante. –Yo soy capaz de encholarle una piedrita. ¿Se vale? –propuso el niño, sin plata en el bolsillo. “Pero un día –cuenta– a la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín le dio por ponerle muros al Bosque de la Independencia y cobrarle a la gente por entrar. El señor de los zancos no volvió. No me acuerdo si gané o perdí con las piedritas. Nunca supe el nombre del señor. Pero no se me olvida que encerraron el bosque”. Tampoco olvidó los zancos. Aprendió a manejarlos en Bogotá, haciendo teatro callejero. En 1984 llegó a Medellín A Recreo Teatro. Era el Gordo disfrazado, montado en un par de zancos con los que cruzó los muros del Jardín Botánico, mirando desde arriba. “Yo era el gigante. Tenía funciones los domingos, trabajábamos en una casita, cerca del vivero, que después fue la primera sede de Barrio Comparsa”. En 2004, el Gordo estaba en Guatemala con los amigos de Caja Lúdica y algunos zanqueros cuando vio en las noticias que derribaron los muros del Jardín Botánico de Medellín. “Lo celebré como un niño… bueno, y con unos rones y tocando gaita porque era volver a abrir ese lugar para la comunidad”.


9 mitadores, gerentes y mensajeros, dirigentes comunitarios y políticos, electores y veedores; son ciudadanos. El 28 de diciembre de 2011, a tres días de finalizar la Alcaldía de Alonso Salazar, un periodista que conoció los primeros pasos de la comparsa, visitó a Fernando en la nueva casa de Barrio Comparsa, en el barrio Prado Centro. “En la sociedad misma de Medellín germinó su salvación”, reflexiona hoy Alonso Salazar, el exalcalde que, siendo un cronista de esta ciudad, conoció a Barrio Comparsa desde sus inicios y le ha seguido las huellas. “Tengo la imagen de esta comparsa que parecía volar en sus zancos, atravesando desde Manrique Oriental, barrio tras barrio, los límites que se suponían infranqueables. Nadie detuvo la alegría, sin precedente histórico, de esos jóvenes convertidos en músicos, malabaristas, tocados como seres invencibles”, recuerda. Junto a los zancos, mudos, vienen los Pantolocos. No hablan pero arrebatan sonrisas. Son payaso y mimo, dos personajes en uno: el ‘‘PantoClown’’. Son generosos en miradas maliciosas y regalan gestos simpáticos a quienes estamos cerca, al vecino que mira desde el andén, a la señora que aplaude desde el balcón. Fiaco, uno de los ‘‘PantoClown’’, con su cabello erizado en forma de cruz, es una mezcla de niño y adulto que deambula con una personalidad indefinida, contradictoria: vanidoso / tierno, ridículo / simpático, lejano / familiar… Bajo ese maquillaje está su creador, Juan Camilo Baena, actor y director que atravesó la ciudad desde el corregimiento Altavista, para asistir a la comparsa. “Hace siete años recibí esta idea de unos artistas de Barranquilla con los que trabajé mil horas conociendo los secretos del maquillaje del mimo y del payaso”. Baena dice que siente lo mismo que sintió cuando niño, el 31 de octubre de 1996, sacó una pintura que su mamá había botado a la basura y se la aplicó. Tenía 9 años y ya se vestía de fiesta, como hoy, cuando sale al encuentro de los vecinos de Santa Cruz.

Hijos de la comparsa

Zancos para mirar más alto

Con los zancos ocurre algo maravilloso: el que los ve siempre se pregunta, “¿qué es eso?” Y quiere subirse en unos. En zancos, Fernando invitó a la comunidad a limpiar el lodazal que tapó la cancha de fútbol de El Raizal. Como la Alcaldía nunca la arregló y no había dónde jugar, se disfrazó con trapos caseros, salió a la calle con tambores y tocó las puertas de los vecinos para armar el convite. Muchos, que se burlaron de él, agarraron palas y picas, despejaron el campo: el fútbol regresó y los locos de los zancos salieron en la prensa. Así, a zancadas, aprendieron a saltar otras dificultades. Los artistas populares, claves para la transformación de la zona más conflictiva de Medellín, se organizaron en grupos como Barrio Comparsa, La Polilla, Laberinto, Carantoña, Manicomio de Muñecos, Canchimalos, Circo Medellín, Son Batá, Crew Peligrosos. Entraron a la Alcaldía con dignidad: lideran proyectos, son gestores y tra-

Los hijos de Luis Fernando montan en zancos desde la edad de ocho años. Sebastián insistió en hacerlo desde los cuatro. El Gordo siempre encontró el camino para entretenerlo con otras golosinas, aunque el niño mantuvo los zancos en su mente. Durante los siguientes cuatro años, Sebastián tocó una tambora más grande que su cuerpo. La cargó y la interpretó sin cansancio en cuanto desfile ocurriera, esperando cumplir los ocho años. “Eso fue famoso en un Desfile de Mitos y Leyendas, cuando Jesús Abad Colorado fotografió la tambora inmensa y el pedacito de niño que se veía cargándola”, recuerda Fernando. Hace más de un año Fernando no se calza sus zancos debido a una afección cardíaca. No ve la hora de volver a hacerlo, aunque desde el suelo también disfruta la comparsa. Su hijo, Sebastián, ha recibido parte del legado zanquero y, junto con su hermanos Juan Fernando y Albert, integran Siguarajazz y Candela Verde Quinteto, agrupaciones de salsa y jazz derivadas de Barrio Comparsa. Además, su hija Catalina forma parte del colectivo artístico de Caja Lúdica, en Guatemala. Tal vez por esa relación vital con la tambora y con la música, a Juan Fernando lo llaman Trucupey, como a Juancito, el mítico dominicano que inmortalizó Luis Kalaf, en la voz de Celia Cruz: “Juancito Trucupey me dijo que tiene una fiesta formal, la toca con su tambora allá, por la madrugá. Juancito Trucupey es un hombre popular. Y le gusta ir a bailar… ¡Sublime!” Después de vestirse y maquillarse para desfilar, Sebastián se pone los zancos con maña, casi en un rito. “Hasta para eso se necesita técnica”, dice. La técnica se hereda en la familia y en el barrio, entre amigos. En el patio de la escuela, minutos antes de la partida, Jhonatan, a sus 13 años, hace gala de las destrezas que logró en tres meses de trabajo con los zancos. Hace la bailarina, figura acrobática en la que se lleva una pierna hacia atrás, la levanta en línea vertical, pegada a la espalda, y la sostiene mientras da pequeños saltos. Nos pide fotografías con sus amigos haciendo los cuatros, la estrella, la pirámide. Esa habilidad, lograda después de una clase en la que estuvo pegado a una reja, le permite dar consejos como todo un experto: “Lo principal es no quedarse quieto, moverse siempre, en un pie, o en los dos, para arriba, para abajo, para adelante, para atrás, con tranquilidad”. Ya ha participado en cuatro comparsas; conoce el municipio de Granada, en el Oriente antioqueño; y bajó al centro de Medellín, a moverse en comparsas en el parque de Berrío, la Plaza Botero y la Plaza de las Luces. Juan Esteban Zapata Martínez estudia Artes en la Universidad de Antioquia. Este domingo camina la comparsa, se mete en su cauce, sin disfraz. No le es extraña; ella le sembró la semilla artística, la cultivó junto a la profesora Amparo Lucumy cuando llegó a la escuela. A sus 22 años camina por la calle 99 hacia lo alto de la ladera, entre los cientos de hombres y mujeres que bailan, cantan y juegan. Va en medio de los niños, jóvenes y viejos que desde temprano se transformaron para el rito anual. Amparo enseña danza a los niños desde 1999. En los primeros años los recibe en el Semillero. Los enamora con los ritmos afro de su Costa Pacífica. Los bailes tradicionales y folclóricos paisas tienen un nuevo sabor en los pies de

esta negra y en los de sus pupilos. Los golpes y los tiempos chocoanos se incorporan a la cadencia paisa para ofrecer un movimiento fresco, frenético. Tocados con turbantes africanos, ataviados con ropas de colores vivos y con la energía de su edad, los niños recorren el barrio, calle arriba y calle abajo, como un día lo hizo Juan Esteban, uno de los motivos de orgullo para la profesora Amparo: “Él es el único de un grupo de 16 niños que empezaron conmigo y que permanece en la danza y en el arte. Pasó por todos los niveles, desde la pre-danza, cuando era pequeñito, hasta el máximo nivel, cuando salió de undécimo grado. Ahora me gusta verlo como bailarín profesional y estudiante de Artes en la Universidad de Antioquia. Veo que valió la pena este proyecto”. Los chicos de Expresiones subieron la loma bailando el mapalé y el porro. Su profesora les da agua, los entusiasma y los reta a no bajar el ritmo. Llevan una hora danzando, están a mitad de camino, los espera el rito de bienvenida, abajo, de regreso, frente a la Casa Amarilla. Cerca viene el Grupo Renovación, con sus vestidos naranja, verde, rosa, azul cielo. Jesús ‘Chucho’ Mejía se alegra con su danza. Discreto, los observa desde una acera. Él siempre acompaña a la comparsa. No falta donde haya un concierto. En más de 40 años como profesor y como investigador del folclor popular, no pierde la oportunidad para alegrarse con quienes mantienen viva el alma y resisten con el arte. Sus trincheras han sido el periódico El Radar, la Biblioteca Campesina, el Liceo de la Universidad Autónoma Latinoamericana y la Escuela Popular de Arte (EPA). Juan Esteban baila, actúa y canta, contra viento y marea, apoyado por su mamá y por su abuela. Ensayando duro y con dificultades, como cuando las balaceras le impedían cruzar las calles; o como cuando Los Sotos, el combo que desplazó a su familia, armó una balacera en el patio de la escuela. “Todo desaparece con la comparsa y con la fiesta –dice Juan Esteban-. Bajar por la 99, ver la Casa Amarilla y las calles adornadas, las luces encendidas. Todo eso me produce mucha alegría. Es muy bonito ver a las señoras que salen en chancletas a las calles al paso de la comparsa, o tocan con las tapas de las ollas desde el balcón”.

Felices peces de colores

La comparsa trajo su magia. Un par de enamorados se abrazan, se cortejan, se miran tras sus máscaras blancas. Él, azul, la besa. Ella, rosa, le regala una flor. Danzan como amantes que no pueden separarse. Conquistan la loma; han caminado seis cuadras desde abajo, desde la Escuela. Se acercan a la carrera 49 para tomar desde la calle 98 hasta la 101 en esa tierra nueva para ellos. Es su primera participación en la comparsa, vienen desde el municipio de Caldas, al Sur de Medellín. Su presencia es distinta, se nota, y la gente los aplaude. Por unas horas, desaparecieron los buses y carros de las vías; las calles se llenaron de niños, de hombres y mujeres que corren y ríen y se maquillan; los tambores, cencerros, trompetas, flautas y clarinetes invitaron a la danza; los miedos se olvidaron y ocurrió el abrazo. Otra vez se rompieron las fronteras; se reencontraron los amigos, los que se fueron un día, este domingo de noviembre volvieron al lugar de sus sueños, al barrio en que nacieron y crecieron. Tras el recorrido por Santa Cruz, llega la hora del rito. Formados en un círculo gigante, arlequines, payasos, saltimbanquis, magos, bailarinas, acróbatas, mariposas, músicos, duendes, juglares, dragones, bestias míticas, serpientes, hadas, contorsionistas y zanqueros. Todos lucen sudorosos. El Gordo, como el chamán que trata con los espíritus, lanza de nuevo su exorcismo: “¡Dicen que viene el fuego, pero llegó la alegría!”. Las trompetas retumban. Los tambores marcan el compás. Todos gritan y danzan con frenesí. “Los colores de Medellín se resistieron a la muerte y danzan con los tambores de la vida”, grita agitando su sombrero puntiagudo, arropado en su camisola. Toca su gaita y recibe la noche con cantos alegres, bajo el ondear de las tres banderas amarillas que se izan en lo alto de la sede de Nuestra Gente, para señalar al visitante que allí se reúnen los vecinos del sol y de la luna. Don Jorge seguirá en su balcón privilegiado. Pasará las horas al frente de su tienda El perdido, junto con su esposa, doña Marina. Alba Liliana, su hija, prepara desde ya la próxima comparsa, la próxima temporada, el próximo encuentro, el próximo viaje, el próximo taller. Samuel y Alison, los nietos formados en el arte, tienen otra comparsa para contar, otro año para trabajar. La comparsa es una riqueza para Medellín. Su esplendor se despliega en su casa, en su cuna, las comunas populares, donde no hay límites para el goce, donde la fiesta comunitaria tiene nombre de vecino y sabe a empanada. Lejos del protocolo oficial, desinhibida, desenfrenada, la comparsa se revela en sus raíces: es cómplice de la vida, para festejar con otros y vencer los temores con baile, circo y bullicio. Es el carnaval que desahoga, el agua que lava la carne, libera el espíritu y desnuda el corazón; es el torrente que invade la calle, que se convierte en pista, circo, libro, teatrino, en río cristalino donde nos abrazamos nosotros, felices peces de colores.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


10 Resistencia El periodista Carlos Bueno Osorio, egresado de la Universidad de Antioquia, publicó Bitácora de la infamia, un renovado alegato anticlerical, alérgico al conservatismo, exponente de un múltiple abanico de pensamientos rebeldes: ideológicos, espirituales, de carácter y personalidad. Su libro presenta una selección de crónicas históricas, amenas y divertidas

Deus ex

machina Bernarda Rampion sandovalescudero@gmail.com

T

ras unos lentes sin marco, sobre una mirada de tonos azules que a veces recuerda el gesto de Borges, se encuentra la visión de un rebelde, como expresa en la dedicatoria de su texto: “Pero claro, a los que aborrecen el poder”, como él y otros tantos igualmente sensatos, que le hacen el quite por cuestión de higiene. Bitácora de la infamia, “la Edad Media” en Colombia, es una selección de crónicas escritas por Bueno a lo largo de su vida como investigador y periodista. No hay punto de partida para construir y encontrar los personajes y los momentos históricos que este autor quiere retratar, pero tampoco aparece una meta o punto final en esta búsqueda; los indómitos siempre han existido, y confiamos en que en el futuro existirán. Personajes como Jorge Isaacs expuesto desde su irreverencia y pasión por el fusil y los principios demo-liberales; Juan de Dios “El Indio” Uribe, agresivo, intolerante, quien hiciera del panfleto un género literario de implacable contenido, o como Porfirio Barba Jacob y Tulio Bayer, in-alineables, inclasificables, genuinos, geniales. Estos son algunos de los protagonistas de este texto que publica la editorial UNAULA. Aquí, la conversación con el personaje autor que transporta mundos en sus palabras: Bernarda: ¿Qué le gusta más a Carlos Bueno, el periodismo o la literatura y la poesía? Carlos Bueno Osorio:¡No! Es que me encantan la poesía y la literatura, pero eso le sirve a uno de instrumento para evaluar y saber escribir. Yo nunca he escrito un poema, nunca se me ha ocurrido; crónicas, reportajes, todo eso sí. Pero, ¿sin literatura y sin poesía como escribe uno? B: ¿Qué lo motivó a escribir Bitácora de la infamia? C.B.O.: No, es que el libro se ha ido construyendo en distintas épocas; aparentemente tiene hasta unidad, pero son cosas hechas por mí, personajes que me han gustado y que he querido y que he seguido, que de pronto encuentro datos y voy aquí y allá, Yo me voy encontrando con los personajes. Ahí en el libro cuento yo la historia con Manuel del Socorro, ese tipo… desde que entré en la universidad estoy peleando contra ese tipo, me he pasado toda la vida peleando, ¡¿Qué padre del periodismo?! Ese qué, ¿por qué?, ¿cuándo, pues? Toda mi vida he peleado con ese señor, hasta que por allá encontré un dato, y yo, ¡Venga a ver! Voy a empezar por aquí a desentrañar este tipo: cómo es que llega Pablo Morillo a Bogotá, y como él delataba a todo el mundo, señalando, ese y ese y los hijos fusilando, dele y dele; entonces, señala y va a visitar a Manuel del Socorro Rodríguez, y encuentra que lo que tiene allá es un cuadro de Fernando VII, el rey… por eso cuento la historia, ¿Cómo así, hombre? Antonio Nariño se pasa toda la vida en las mazmorras, traduce los Derechos del Hombre, hace todo lo que hace y, entonces, resulta que un pobre cretino, que hasta realista es, y no solo eso, sino ¡cubano!, resulta dizque ¡padre! B: Dentro del texto encuentro cierta mezcla de personajes. Al comienzo del libro queda claro a los que “aborrecen el poder”, pero hay algunos personajes que son más radicales en su pensamiento que otros, hay algunos que creen en la democracia, otros más desarraigados de todas las ideas políticas, más profundos. C.B.O: Yo ahí cogí la parte de las publicaciones. Mire este personaje, por ejemplo, Tulio Bayer, “Buscando un editor” y cómo las editoriales se le niegan (…). El libro que escribí dedicado a Bayer se llama “Solo contra todos”. Pero es que a él le cabía porque Bayer no le comió cuento a nadie, no le comió cuento al Che Guevara, no le comió cuento a Fidel Castro. De todas partes, lo echaron. Era muy lúcido, además él fue fugazmente guerrillero, rápidamente se dio cuenta de que eso no era, precisamente por eso lo echó Fidel de Cuba, por criticar la revolución (…). B: Hay tres crónicas que me inquieta saber por qué las incluye en su libro: son la de Jorge Isaacs, lo veo como literato, pero su rebeldía es más leve, no lo encuentro radical; también la crónica sobre el episodio de Ancón y los últimos Nadaístas… C.B.O: Lo del Nadaísmo fue una inclusión de nosotros mismos… Ancón es la primera revuelta de la juventud en Medellín contra el clericalismo y el mandato de la Curia en Medellín. Pero cómo me vas a decir eso si Jorge Isaacs fue un radical completo, el primero que pensó en cómo iba a renovar la educación en este país, el primero que dijo: “Hay que crear escuelas nocturnas para los obreros, para indígenas, para mujeres”. Fue el primero al que se le ocurrió, como los conservadores no dejaron, pues levantarse en armas. ¿Qué más quiere? ¿Qué más revolucionario que ser el primer escritor moderno colombiano? B: De pronto rebelde dentro de los lineamientos de las posturas liberales… No un personaje que quisiera abolir el Estado o el poder, más bien un liberal de la vieja escuela… C.B.O: Sí, claro… B: Estos personajes como Jorge Isaacs, “El Tuerto”, Hernando Téllez incluso, eran personas de cierta manera radicales en su pensamiento, pero todavía creían en la política… Entonces, ¿por qué alguien que está embebido de positivismo y embriagado con todas estas falacias ilustradas, como es la democracia, por ejemplo, puede llamarse rebelde?

No. 63 Febrero de 2013

C.B.O: ¿Usted no sabe qué era Colombia en el siglo XIX? ¿Usted sabe lo que le tocó luchar a Isaacs, al “Indio” Uribe, a Vargas Vila, a Diógenes Arrieta, a César Conto, a todos los radicales liberales contra los conservadores colombianos? Carlos Bueno Osorio Lo que quería mostrar Cien Años de Soledad era eso, el coronel Aureliano Buendía hizo 32 revoluciones. Pero todo el XIX colombiano es una lucha de las ideas liberales, de las ideas de la Revolución Francesa contra los conservadores colombianos ¿Usted no sabe quién es Miguel Antonio Caro? Como con uñas redacta la cosa más espantosa que es la Constitución del 86… Estos tipos se rebelaron, se fueron en armas contra semejante teocracia. B: Para darse cuenta en el siglo XX de que los liberales simplemente querían su porción de poder… C.B.O: No, pero es que el Partido Liberal colombiano ha cambiado mucho. En la historia del Partido Liberal Colombiano cupo gente como López Pumarejo y Eduardo Santos, Álvaro Uribe Rueda o Jorge Eliécer Gaitán… B: Hay un personaje contemporáneo de esos primeros hombres que usted menciona en el libro que es el norteamericano Henry David Thoreau y él también era un rebelde, pero radical de diferente manera… C.B.O: ¡Claro! Es que Thoreau es Emerson, y es Walt Whitman, y es Mill… B: Bueno, tengo por acá una de las primeras citas del libro que me llama la atención, es de Emiro Kastos, sobre Medellín. Dice así: “Vegetando sin sociedad y sin placeres, los hombres reuniéndose en las mismas partes, conversando de las mismas cosas, los jóvenes buscando en los vicios las emociones que les niega la monotonía social… y los viejos corriendo tras los pesos y economizando como si la vida durara mil años (…) no puede concebirse que haya tantos hombres juntos llevando una vida tan estúpida”. ¿Cómo es su relación personal con esta ciudad? C.B.O: (Risas). La misma que tuvo León de Greiff, Emiro Kastos, que tuvo Gonzalo Arango, la misma de Eduardito Escobar… B: Siguiendo con este tema de las citas, encuentro en la página 102 una de Gabriel García Márquez, acerca de la escritura, del hecho de publicar: “La escritura es un medio de comunicación bastante rudimentario en el cual hay que ir descifrando sonido por sonido. Es casi de la Edad de Piedra. El libro es un objeto bárbaro, incómodo y sumamente caro y el tiempo que exige la lectura ya no está a la altura de nuestra época, es reaccionario, es una posición para élites selectas. Las grandes obras de la literatura quedarán para fósiles, esto va para la imagen y con el tiempo para la telepatía”. ¿Qué opina de este pronóstico visionario? C.B.O: (Risas). Eso lo escribió García Márquez porque se estaba refiriendo, por ejemplo, a volver a escribir una vaina como Cien Años de Soledad, eso es muy verraco… Esté el computador lo más avanzado que pueda, si no está escrito ¿Usted qué hace? Usted encuentra ahí todo, pero está escrito. Usted tiene que saber leer, de cualquier manera, la formalización del pensamiento está en la escritura; entonces, siempre va a haber que escribir, cambiarán los soportes. Pero yo pienso que los que quieren los libros van a estar buscando libros toda la vida. B: Leí la reseña que publicó la revista Arcadia sobre su libro, es muy halagadora, pero la última frase me deja un sinsabor, y es esa de Téllez que se refiere a la objetividad. Objetividad, imparcialidad, ¿cómo es eso posible? El sujeto transforma el objeto. C.B.O: Él dice: “¡La crítica colombiana tiene que ser implacable!” “Este es un país feo, católico y sentimental”, esto hay que re-hacerlo (…). B: Lo que yo encuentro es una contradicción lingüística y semántica entre la palabra “crítica” y la palabra “objetividad”… C.B.O: Objetivo es mirar el personaje, conocerlo bien para poder hacer la crítica, para hacerla hay que conocerlo a fondo. No por oídas o porque te cayó mal, no. Tiene que ser objetivo en el sentido de que tenés que tener un conocimiento de lo que vas a escribir y ahí sí hay que ser implacable. Es que Téllez lo que está diciendo es que en este país los prestigios no valen nada, hay que destruir esos prestigios; éste es un país construido con babas. B: El título del libro tiene un sobrenombre, por así decirlo, que proclama la “Edad Media” en Colombia, ¿Por qué se le ocurre? C.B.O: (…) Todos los textos tienen relación. Hubo un problema en ponerle el título, que era ¿cómo hacer pa’ que se entienda que es una ironía? Porque no faltará el bobo que va a decir “Colombia no tuvo Edad Media”. Porque, claro, uno sabe que la Edad Media es la Inquisición, la Edad Media son estas barbaridades que hicieron el absolutismo, los siervos. Pero es que la Edad Media también es Leonardo da Vinci, la Ilustración, el final con la Revolución Francesa. Entonces, la Edad Media no tiene solamente la connotación de oscurantismo, de represión: la Edad Media es doble, tiene las dos caras de la moneda. B: ¿Cree usted que hoy en día es una negligencia publicar? C.B.O: No, hay que hacerlo. De todas formas, viendo el panorama completo, publicar también es una manera de caer en el anonimato.


Presencia

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desdichados que quedan del

Ferrocarril

Fotografía: Mitchell Alberto Rrestrepo

Los

Yenny Martínez yenizua_86@hotmail.com

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amiro Gil Bustamante, desde hace una semana, no va a dormir a su casa con su esposa. Volvió a habitar la calle. Embriagado, de aquí para allá, deambula por el Centro con una botella de agua llena de licor debajo de la ropa. De allá para acá, va zigzagueando desde el pasaje La Bastilla, pasando por Junín hasta arribar al Parque Bolívar. Una vez allí, saluda a Jaime, a Ciro y a otros ancianos que constituyen un mundo casi invisible que subsiste en este sitio de Medellín. Todos se reconocen como “bohemios”, pero es evidente que son viejos que han perdido familia, casa, empleos y el control de sus vidas por el alcohol. Sentado con Jaime en una banca de Junín, ‘Miró’ —como lo apodan— recuerda tiempos remotos de hace más de cinco décadas cuando trabajó para el Ferrocarril de Antioquia. “Mi papá era el jefe de Transporte. Tenía que ver con el movimiento de las locomotoras. Yo entré por él, primero a Material Rodante, reparando las máquinas. A mí me gustaban las máquinas. ¡Me encantaban! Le dije que me ayudara para llegar a manejar una de esas. La política en ese tiempo era muy brava y mi papá era muy político”. Luego de haber sido ayudante de máquinas, aceitando bielas y limpiando locomotoras, logró ocupar el puesto de “fogonero” o alimentador de las calderas, cuando aún quedaban trenes que funcionaban a carbón o con un aceite que ellos llamaban “juloi”. Poco tiempo se quedó en este cargo, toda vez que su ascenso continuó de forma vertiginosa. Es así como para comienzos de la década de los 60, Ramiro, con apenas 19 años, llegó a ser el “maquinista de cuarta” —o de los relevos— más joven que existía en ese momento en la seccional del Ferrocarril de Antioquia. Y su futuro se auguraba aún mejor, ya que cuando pusieron en funcionamiento las dos locomotoras Diesel austriacas, Ramiro Gil y otros compañeros fueron enviados a Bogotá para recibir una capacitación en el manejo de aquellas modernas máquinas. Hoy, sentado en esa banca de cemento de Junín, expresa que fue el mejor de esa selección, mereció diploma además del acenso a maquinista de primera. “Yo era el mejor maquinista… Pero ahora estoy abandonado aquí”. Con nostalgia, indica que llegó hasta la “primera categoría”, sitial al que llegaban los pocos privilegiados que conducían los vagones de pasajeros. Explica que los de “tercera”, trasportaban solo carga y los de segunda, mercancías, aunque, de vez en cuando, se les permitía transportar pasajeros. Pero esos logros ya son solo recuerdos. Este señor de 72 años, de pelo y bigote canosos, hoy solloza, se lamenta y reconoce que las tres veces que lo echaron del Ferrocarril fue por borracho. “Yo era el mejor maquinista…. Y me querían mucho, por eso me devolvían el puesto”. En otro parque de Medellín, el de Belén, se sienta casi diario José Manuel Ochoa. Contrario a ‘Miró’, él nunca pudo ascender. Inició su carrera ajustando polines para la vía férrea en una zona muy calurosa, por Nare, San José del Nus y cerca al municipio de Puerto Berrío en el Magdalena Medio antioqueño. Comenta que “era un trabajo muy duro” y, por lo mismo, decidió viajar a Medellín. Desde que llegó a la gerencia, cuyas oficinas se situaban en el segundo piso de la Estación principal en Guayaquil, rogó al superintendente que lo pusiera a manejar o, al menos, que lo trasladara para la capital del departamento. Ante la negativa, renunció. Mas el mundo del ferrocarril también ha quedado grabado en su corazón y, por esta causa, todavía le resulta fácil recordar que cada tren contaba con ocho, diez o quince vagones. En los ferrocarriles de pasajeros, hubo distinciones de clases. En los de “primera”, los tiquetes costaban más. Y, aunque en los de “tercera” el pasaje era más barato, don José estima que el lugar era muy incómodo porque los vagones estaban enseguida de la caldera y el viaje se tornaba “muy acalorado”. Sin embargo, él y gran parte de aquellos que hicieron parte de esta empresa reconocen que desde la puesta en funcionamiento de la primera máquina, el ferrocarril promovió un cambio cultural y económico para Antioquia. Y algunas de estas transformaciones los beneficiaron de forma directa, por ejemplo, ser maquinista representaba el mayor honor de la época, a tal punto que los conductores eran llamados “capitanes”. “Un capitán de esos decía que prefería morirse, pero no soltar la llave, que moría pegado a la llave”, comenta don José a sus compañeros del Parque de Belén. Sin embargo, la satisfacción de haber pertenecido a esta iniciativa la tenían -y tienen- gran parte de sus pensionados, aunque ya muchos se “murieron de viejos” y otros hoy poco salen de sus casas debido a los achaques propios de la edad. Pero el recuerdo de sus épocas de ferrocarrileros los persigue todavía con enorme satisfacción. Y para confirmar lo anterior, uno de los contertulios exhibe con orgullo —aunque con recelo— un reloj de bolsillo indicando que era del Ferrocarril, pero lo esconde rápidamente. José Manuel Ochoa, octogenario y casi sordo, es uno de aquellos que nunca

La historia de Ramiro Gil Bustamante, exmaquinista del Ferrocarril que recuerda con nostalgia el tiempo en que lo llamaban “Capitán”, y de José Manuel Ochoa, quien siempre soñó con conducir una locomotora. Un par de hombres que añoran el regreso del Ferrocarril. La historia de Ramiro Gil Bustamante, exmaquinista del Ferrocarril que recuerda con nostalgia el tiempo en que lo llamaban “Capitán”, y de José Manuel Ochoa, quien siempre soñó con conducir una locomotora. Un par de hombres que añoran el regreso del Ferrocarril. cumplió el sueño de conducir una locomotora y es otro de los viejos que se reúnen en el Parque Bolívar y que sueñan con que el Ferrocarril vuelva a funcionar. Y cuando se toca este tema, de nuevo interviene ‘Miró’ aduciendo que “yo era el mejor maquinista… Pero es que yo he sido una porquería. La primera vez que me echaron, me habían mandado para una estación que se llama Grecia. ¿Sí sabe? ¿A usted no le tocó? Bueno, ahí donde se divide la ruta, una va para la Costa y la otra para La Dorada. Me puse a tomar trago en Puerto Berrío con ‘La Zarca’, que era salonera. Cogí el tren de pasajeros y me dijeron: ‘Métase para la segunda!’ [la otra carrilera] porque venía el Tren de Lujo, de Santa Marta… En ese trayecto, me dormí. Esa vez hubiera habido una catástrofe de no ser por el suichero [controlador de vía] —en todas las estaciones había uno— que se arriesgó a subirse al tren andando y me gritó: ‘¡Miró, Miró, Miró, Miró, estás dormido, güevón, y viene el Tren de Lujo… [Todo] por la borrachera mía”. Sentado en esa banca, se ahoga en sollozos, se refriega los ojos con sus manos sucias y ásperas y continúa narrando sus andanzas. “La segunda vez fue por esa matazón de ganado que hice entre Cabaña y Virginia… Porque me emborraché y no fui capaz de subir por Caracolí. No era capaz de controlar el tren con cuatro vagones de ganado y se me devolvió… [Todo] por irresponsable. Pero yo era el mejor maquinista, por eso [también] me la perdonaron”. A pesar de todo, Ramiro pudo contar con un hogar conformado por su esposa, Marta Flórez, y sus hijas Mónica y María Eugenia; pero, según él, ahora están en Estados Unidos. Hace varios años, en los días de lucidez, vive con una señora. “Antier vino a buscarlo”, le refiere un amigo. “Ah, sí. Pero no me fui porque no me fui”, contesta. Su tufo es agrio. Es que “yo he sido muy vagabundito”, repite a modo de confesión. Sin embargo, no hay arrepentimiento alguno. Es más, muy pronto pregunta: “¿Me puedo tomar uno?” Y, sin esperar respuesta, destapa la botella plástica y bebe con deleite. Con el nuevo aire que le brinda el buche de licor, narra la última pilatuna que le significó la desvinculación de la empresa. “Para sacarme definitivamente, fue porque esa vez me enamoré. Me enamoré de una muchacha que trabajaba en el Bar Ganadero y le dije: ‘Marina, —ella era elegante como una gitana— vámonos para Cali. Ah, es que ganábamos buena plata. ¿Sí o no? Ah, usted no sabe, y me fui con ella para Cali. Esa vez me echaron por abandono de trabajo”. Ramiro Gil vive, por el momento, por ahí en la calle. Hace unas noches le robaron los zapatos mientras dormía en un andén. “Estos porque me los regalaron”, dice exhibiendo unos botines color café. Pese a todo, lo único que nunca le podrán robar son sus recuerdos en el Ferrocarril de Antioquia. Paradójicamente, esta empresa, otrora sólida, a partir de 1961, momento en que es comprada por la Nación, también iniciaría su declive financiero y operativo. Y en pocos años sucumbió con la emergencia de la nueva industria de trasporte de carga y de pasajeros por tierra. Muchas de las vías férreas desaparecieron y la mayoría de las estaciones cayeron en el olvido. Solo sobreviven algunas pocas al ser declaradas Bien de Interés Cultural de la Nación. Pero ya nunca volverán a sus días de esplendor. No obstante, los viejos del Parque de Belén y los que se agrupan en otros lugares de la ciudad han oído de algunos proyectos que buscarían reactivar el ferrocarril en Colombia. El panorama todavía no está nada claro. Sería una obra de reconstrucción gigante y difícil; pero los ancianos y aún los jóvenes que han escuchado las fantásticas historias que giran alrededor de las máquinas, añoran que vuelva. El tiempo dirá…

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“Verraco es el que recorre, verraco es el que se queda en

Guayaquil”

Natalia Maya Llano nata.mayal@gmail.com

E

sta historia no es la mía. No lo es porque “la máquina demoledora del progreso” quiso que así fuera. Yo me circunscribo en el mundo del hombre moderno desprovisto de tiempo que avizoró Nietzsche. Él, al contrario, puede hacer un alto en el camino para deshacer sus pasos sin tenerse que trasladar de lugar, aunque en apariencia y en esencia todo esté tan distinto. Mi recorrido se reduce a la visita de unos lugares ajenos a mí: una deslumbrante biblioteca, un moderno centro comercial llamado Gran Plaza, unos ‘bonitos y homogéneos’ edificios administrativos en medio de unas “luces” deslucidas y una restaurada estación de tren, la principal del glorioso y extinto Ferrocarril de Antioquia. Nada me vincula a estos sitios. Para él también son ajenos, pero no por lo que fueron sino por lo que son ahora: “Ni la sombra de su Medellín de antaño”. ¿Sus vínculos con estos lugares? Todos. La vida se ha encargado de que su patria –aquella que la Real Academia Española define escuetamente como la “tierra natal o adoptiva a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”– se limite, y se extralimite, al espacio comprendido entre su lugar de residencia desde hace 75 años -el barrio El Salvador- y su lugar de trabajo y de “maliciosas e inolvidables” experiencias, el añorado Guayaquil hasta los años 70, y que ahora comprende el Centro Administrativo La Alpujarra. Esta historia no es la mía y -si lo llegué a pretender- aquí termina. No porque no lo quiera, sino porque mi viaje en tren hacia el pasado a bordo de la hermosa locomotora 25 que aún queda con vida, va timoneado por él, Octavio Loaiza, el dueño de los recuerdos, de las anécdotas, el testigo de toda la vida que vio correr Guayaquil y de todo lo que se fue con él.

Primera estación: Los viajes y La Bayadera

“Esta estación principal del Ferrocarril de Antioquia, donde ahora estamos, ya no existe. Y no existe porque no tiene vida, como antes. Da mucha nostalgia estar acá sentado porque yo era de los que más paseaba. Barbosa y el Hatillo eran destinos fijos, casi cada ocho días íbamos a los charcos a hacer sancochos, con los equipos de fútbol, pero más que todo con los amigos y amigas del barrio”. Hasta un viaje de 24 horas se aguantó Octavio a bordo de una imponente locomotora a vapor para buscar suerte en Cali y hacerse “hombre”, como se decía en aquella época. Otro recorrido no menos pesado y extenso que hizo en este medio de transporte fue para prestar su servicio militar en Popayán y otro igual para conocer Santa Marta. La estación Medellín era su punto de partida, pero especialmente su punto de llegada. “Atrás, donde ahora está el Centro Administrativo –mi lugar de trabajo-, estaban unas mangas inmensas. Se llamaba La Bayadera, donde todos los muchachos de Medellín bajábamos a entrenar fútbol. El domingo se llenaba de gente, jugando partidos y haciendo ‘comilonas’… Recuerdo también que muchas veces veníamos por las mañanas y encontrábamos en los rieles gente muerta que se le había puesto al tren, se tiraban en estos rieles y los encontraba uno despedazados. Nosotros no hacíamos

Prostíbulos, aguardiente, ladrones y viejos ‘afeminados’… Los recuerdos del viejo Guayaquil viajan con Octavio Loaiza, como maquinista de una locomotora que ya no existe, para quedarse en esta crónica. nada, llamábamos a las autoridades a que recogieran los pedazos”. Lo que fue La Bayadera, según una crónica de Byron White guiada por el arquitecto Rafael Ortiz llamada En cuclillas cazando grillos nació el Medallo en Carabobo, se puede resumir en un conjunto de “casitas-prostíbulos, cafetines para bailar el son porteño y campo de entrenamiento del Deportivo Independiente Medellín”. Esta es la primera parada en los recuerdos de don Octavio, su niñez y el comienzo de su juventud en medio de amigos y de grandes mangas y pantanos. Aunque para probar ‘finura’, porque “verraco es el que recorre”, viajó a Cali con tan solo 12 años a cambiar sus juegos de domingo por trabajo en una fábrica de calzado. “En esa época, a todos los muchachos nos decían que si queríamos ser hombres verracos, teníamos que salir a recorrer, a aguantar hambre, a vivir en la calle. La cuestión es que el pasaje valía 7 pesos y yo tenía 7 pesos con 20 centavos. No comí nada en el camino y llegué con los 20 centavos. Empecé a sufrir hasta que conseguí trabajo y pude probar finura”.

Segunda estación: Guayaquil, entre el cielo y el infierno

Con un poco más de experiencia, por lo menos en lo que llaman la “vida laboral”, Octavio regresó a Medellín, una ciudad que para él -como para muchos otros de su generación- se redujo a Guayaquil. “Allá al frente, donde está el Parque de las Luces, era la Plaza de Mercado. Luego quedaba una calle que era toda empedrada, por eso se llamó más tarde El Pedrero. Donde está la Biblioteca [Temática de EPM] era el Pasaje Sucre. Allí también se vendían mercados, pero la plaza principal de Medellín era la de Guayaquil”. El trabajo que Octavio se consiguió recién llegó de Cali fue también en una zapatería: la “Ago”. Quedaba justo al frente de la Plaza de Mercado de Cisneros. Sin esta labor no le habría sido tan fácil ingresar y permanecer un buen tiempo en las dinámicas -tan atractivas y prohibidas- que para su edad le presentaba este sector de la ciudad. Y lo anterior no es una malintencionada reducción. Aquel verdadero

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13 “Puerto Seco” y sus alrededores agrupaban tanta diversidad, tanta bohemia, tanto comercio, tanta industria, tanto asomo Aquel verdadero de progreso, tanto mundo y tanta vida, que no era de extrañar “Puerto Seco” y sus que su “universalidad” justificara la sinécdoque de tomar ese afamado y vibrante barrio por la ciudad misma. alrededores agrupaban A Octavio, a diferencia de lo que cuentan muchos, no lo tanta diversidad, tanta llevó a Guayaquil su papá a perder su virginidad. De hecho, sus padres se mencionan poco en su relato. Esta faceta de su bohemia, tanto comercio, vida se gestó por el concurso de un amigo. “Él fue quien me tanta industria, tanto trajo y le dijo a una muchacha que yo era virgo, para que me tratara bien y me atendiera. Recuerdo que ella me dijo que era asomo de progreso, tanto santandereana, así que no pretendiera jugar con ella porque los santandereanos eran muy verracos. Ahí, en Guayaquil, fue mundo y tanta vida, que donde perdí la virginidad”. no era de extrañar que su Su amigo fue el que pagó. Tres pesos fue la tarifa que le cobraron por enseñarle a hacer el amor. Era la primera mu“universalidad” justificara jer que veía desnuda con tan sólo 16 años. “Yo no sabía ni la la sinécdoque de tomar ese posición para hacerlo. Ella me cogió y me montó encima”. La santandereana le doblaba la edad y, Octavio, como muchos de afamado y vibrante barrio sus amigos, aprendió de esta forma lo que todas las “mujeres por la ciudad misma. malas de Guayaquil” tenían para enseñarles. “Mujeres malas porque vulgarmente eran las vagabundas. Se reunían todas y llamaban a los hombres con insistencia: “Vengan, ¿van de afán?”. Y que esto y que lo otro. Uno las encontraba por ahí en esos hoteles rebuscándose la platica… Luego fue todo más distinto cuando el Gobierno de acá las recogió a todas y las mandó para el Barrio Antioquia, hasta allá había rente a lo que muchos nombraron “el Puerto Seco”, se encargó finalmente de darle que ir a buscarlas”. otro destino a su ambicioso –y, a la par, vanidoso y excluyente- proyecto urbanístico. Era tanta la vida que había en Guayaquil, que una de sus calles –la que hoy es la Como lo describe Alberto Uribe Vallejo, fue la misma senda comercial la que forjó a carrera Bolívar- se llamaba la Calle de los Tambores. “Allá íbamos a beber aguardienGuayaquil, atrayendo, simultáneamente, “a una fauna humana de las más disímiles te parejo, con un detalle muy especial: en todo café había batería para acompañar características, que va desde la más humilde vivandera que ‘menudea’ las yerbas que al piano y todo el mundo bailaba”. Y es que para ser varón uno tenía que tomar en condimentan los platos del diario yantar, pasando por los negociantes y acaparadoGuayaquil, aunque además de la “burundanga” que los visitantes buscaban obtener res del ‘alto turmequé’ de la opípara ‘canasta familiar’, hasta llegar a los hampones, con las prostitutas del sector, estaban también los conocidos como los “afeminados”, atracadores y bolsilleros que andaban en busca de una víctima desprevenida, para valga decir, hombres mayores que se encargaban de poner a tambalear la virilidad practicar su ‘oficio’ de escaperos de prendas o de dineros, que ese prójimo desvalijaque los aprendices de macho tanto se esforzaban en afirmar y cultivar. do, había tenido que sudar en largas vigilias de ímprobo trabajo”. Los “afeminados” tenían la misma fórmula para la consecución de sus fines: Don Octavio confirma esta apreciación que él vivió de primera mano. “Estaba invitar a los jovencitos a trago, emborracharlos y llevarlos luego a una pieza. “Uno lo más malo de Medellín aquí en Guayaquil. Se reunían todas las mujeres malas, los joven es muy curioso, quiere conocer de todo. Ellos nos daban mucho trago y, como a ladrones, los afeminados, desde mi juventud fue así. Y más se acabó cuando lo del esa edad uno se emborracha tan ligero, abusaban fácilmente. ‘Esto ya está arreglado, primer y segundo incendio de la Plaza, porque ya las ventas se fueron acabando para andate vos con éste, ay sí, andate vos con éste…’. ¡Con ese habladito! Y nos llevaban a los señores de las cantinas, ya la gente casi no bajaba a tomar por acá”. Así, el centro un hotel aquí cerca. A mí me pasó el cacharro, una sola vez, yo no volví a dar lora… de todos los oficios, comenzó a morirse después de los 60. “De populoso fue pasando Me pareció muy horrible, ¡muy, muy horrible…ay, no, no, no…! Porque imagínese un a basurero”, según los relatos de la periodista Adriana Mejía. “Los buses intermuhombre haciendo el amor con otro hombre, imagínese, ¡horrible! Y todo por pegajonicipales fueron trasladados a la terminal del Barrio Caribe, se empezaron a abrir so, por que me brillaban los ojos cuando me ofrecían aguardiente gratis. Ese era el plazas satélites en diversos puntos de la ciudad, se fue el tren… hasta que se vino lo gancho para luego decirle a uno: ‘Venga, pues, mijito, venga yo lo llevo allí que le voy peor: el 30 de junio del 77, amaneció prendido. Que una veladora, que un corto, que a dar cena allá arriba’. Y uno todo prendido: ‘Hágale, vamos, vamos’. A mí me tocó una mano criminal… lo cierto es que con el incendio de la Plaza y los posteriores trasuna vez y a muchos les tocó también, pero a mí por lo menos me sirvió de experiencia lados de los depósitos a la Mayorista y de El Pedrero a la Minorista (el 12 de agosto para saber cómo portarme la próxima que bajara por acá, ya más prevenido”. del 84, a las doce del día), se descompensó el equilibrio entre Guayaquil y la ciudad”.

Tercera estación: Guayaquil visto con los ojos de la ley

Prevenidas también tenían que estar las señoras que iban a mercar a la Plaza de Guayaquil. Después de que su ingreso al Ejército le hizo “sentar cabeza” y de presentarse a la Policía, Octavio tuvo que continuar ligado a Guayaquil, pero ahora desde la seguridad. “Recuerdo mucho ladrón. Ellos se ofrecían a sacar los mercados a las señoras que llegaban y siempre decían: “Recojo, recojo, recojo”. Entonces recibían las canastas y efectivamente se ponían a recoger mientras la señora iba comprando. Era normal que se perdieran con las canastas, que se robaran los mercaditos. A mí me tocó proceder mucho en esa zona porque fue siempre mi sector, incluso cuando ya mi labor como comandante de los servicios especiales consistía tan sólo en designar personal para los juzgados. Desde la mañana ya estaba casi libre, para venirme para Guayaquil”. Y aunque la intención del adinerado ciudadano de Medellín, Carlos Coriolano Amador, cuando intentó crear a finales del siglo XIX un sector exclusivo para los estratos altos diseñado, entre otros por el arquitecto francés Charles Emile Carré, nunca fue tener en el lugar una plaza de mercado popular, la misma dinámica inhe-

Cuarta estación: El presente

El viaje está próximo a acabarse. Lo particular de la historia de Octavio Loaiza es que ha tenido que desplazarse en el tiempo y no en el espacio. La locomotora, en la que tantos años se transportó para sus paseos, no tuvo que encenderse, además no había nadie que lo hiciera, solo la fuerza de sus recuerdos. Después de 26 años de trabajo como policía en lo que fue el sector de Guayaquil, Octavio supo que no podía quedarse quieto, esperando cada mes una reducida pensión. Por eso no ha parado de trabajar. Esos 38 años de jubilado le han conferido la admiración de sus ocho hijos, quienes le han insistido que deje de hacerlo ya. Ahora es el presidente de una cooperativa de jubilados de los juzgados. No trabaja en La Bayadera, ni en la Estación Medellín, ni en Guayaquil, ni en El Pedrero. Hoy lo hace de lunes a viernes en el Centro Administrativo La Alpujarra, recorriendo de su casa al trabajo –aunque todo ya está muy distinto- casi el mismo camino que recorría en el pasado. Por eso, para Octavio Loaiza, “deshacer sus pasos” es quedarse en Guayaquil, en el mismo punto donde nació, creció y murió “un poco de la historia existencial de casi una centuria de ésta, nuestra querida Medellín”.

Fotografías: Mitchell Alberto Rrestrepo

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


14 Presencia “La verdad es que me volví impostor de la crónica, porque los caudales de la vida no me dieron otra opción”

La última batalla de Ilustración: Paulina Escobar.

McCausland Homenaje a Ernesto McCausland, uno de los más destellantes cronistas de las últimas décadas en Colombia. Que en paz descanse, maestro.

*José Guarnizo jose.guarnizo@gmail.com

Medellín

A las 6:30 de la mañana, una hora y media después de haber muerto Ernesto, Ana Milena Londoño, su esposa, le entregó un papelito a una de las asistentes del diario El Heraldo, en el que estaba escrito un epitafio que decía: “Tantas luchas, tantas batallas y al final solo queda el amor”. La frase que quedaría grabada en su lápida, la había escrito el mismo Ernesto, con la duda de saber si ese ‘solo’ iba tildado o no. Y fue por eso que dejó dicho, con el apremio con que se entrega un texto impecable, que le entregaran el papelito a la correctora de estilo del periódico, a través de Anita González, su secretaria. “Eso demuestra que hasta el último momento quiso la excelencia en su oficio. Fue un gladiador”, recuerda hoy Anita, la mujer que, durante 23 años, vio cómo el McCausland bachiller que anhelaba que le publicaran una crónica, pasó a convertirse en uno de los más insignes referentes de este género en Colombia. Fue justamente en 1982 que McCausland ingresó a El Heraldo como redactor judicial. “En sus comienzos, consideraba que todo lo que estaba descubriendo en la crónica roja era importante y merecía ser destacado y por eso peleaba siempre para que le publicaran”, comenta Óscar Montes, director actual del diario. Juan Gossaín recuerda, en un artículo escrito para el periódico El Tiempo, que cuando McCausland aún era un colegial comenzó a enviarle sus crónicas escritas en hojas de cuaderno, diciendo que quería ser periodista. “Me llamó la atención que fuera tan joven, pero, sobre todo, la calidad de los relatos que me mandaba y su sentido del humor. Le hice saber que me gustaría conocerlo. En la puerta de mi oficina, que era una jaula de vidrio, apareció aquella mañana un hombre altísimo y flaco, con la cara picada por las espinillas de la adolescencia”. Así fue como inició una amistad que duró varios años. Gossaín describe a McCausland como un hombre inagotable, que tenía la sensibilidad de encontrar material para sus trabajos en todas partes, en cada esquina. “Un gitano andariego que andaba por todos los pueblos de la Costa buscando sus historias”. Incluso, en su forma de ser, Ernesto se diferenciaba de lo que comúnmente se asocia a la personalidad del costeño, esto es, un conversador, perezoso, parrandero y extrovertido. Podría decirse que era un costeño distinto, excepcional, tanto por lo tímido e introvertido como por su dedicación al trabajo; también, de pocos amigos y muy entregado a su familia. “Yo lo tomaba del pelo y le decía que era el único barranquillero tímido que había conocido”, agrega Gossaín. Pero más que timidez, se trataba de una modestia innata de su espíritu. “No le gustaba aparecer en ningún tipo de fotografía. Como editor general participaba en muchos eventos, pero no permitía que se publicaran fotos suyas. La única forma

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“Me las he arreglado para hacerles creer a todos que soy cronista y de semejante falacia he logrado salirme con la mía”

en que hubiera salido en una foto sería teniendo a Penélope Cruz en la redacción”, refrenda Elvis Martínez, compañero de McCausland durante sus últimos años en El Heraldo. Ernesto tenía la capacidad de visibilizar lugares que fácilmente pasaban desapercibidos para el resto del país. Siempre atento a cuál era la forma más adecuada para contar una historia, manejar la tensión narrativa y el ritmo de un escrito. Así lo refrenda una de sus crónicas más memorables: “Pero en aquel pueblo muerto y apartado, acostumbrado a que la única verdadera novedad de cada año era la llegada del larga duración de Diomedes Díaz los 26 de mayo, la presencia de la tractomula no podía pasar inadvertida: la mayoría de los habitantes jamás habían visto un vehículo de ese tamaño”, se lee en su texto El día en que llovieron plátanos, publicado en El Heraldo, en 1996 y posteriormente incluido por Daniel Samper Pizano en su Antología de grandes reportajes colombianos. Samper rememora el texto como “un episodio humorístico con el trasfondo de un pueblo asustado por la violencia de la guerrilla. Redactado de manera directa y sencilla, se lee como un cuento. Pero es realidad”. A la memoria de Samper Pizano de cuando en cuando regresa también el día en que, en medio de un Carnaval de las Artes, de Barranquilla, organizado por Heriberto Fiorillo, le pidió a Ernesto que le consiguiera una ruana para calmar el frío que se sentía en el escenario del Teatro Amira de la Rosa. Desde ese momento, la frase con la que McCausland respondió le demostró la recursividad de un periodista que pasaba fácilmente del documental a la crónica: “una ruana en Barranquilla… ¡Ya se la consigo!”. En 1987, y durante 20 años, Ernesto realizó un programa de crónicas que se llamó Mundo Costeño, transmitido por Telecaribe y que contó con una audiencia importante. También dirigió tres películas, dos cortometrajes y un documental, además de sus múltiples y paralelos trabajos en radio, prensa y literatura. “Fue una lucha constante porque el Caribe fuera visto con otros ojos por el centro del país, su idea era que se redujera de una u otra forma el centralismo”, agrega Elvis Martínez. En una entrevista que le concedió a Gustavo Gómez para Colprensa, McCausland nombró a Iván Bernal y a Andrea Jiménez como dos promesas del periodismo Caribe. Ella, Andrea, llegó a El Heraldo por una crónica que escribió para una clase de la universidad, sobre el Hotel El Prado de Barranquilla. Su profesor vio ahí un talento que debía aprovechar y le envió a Ernesto el texto para que lo leyera, a lo que él respondió con una invitación para que escribiera en el periódico.


15 Las historias que buscaron a McCausland

De entrada, Ernesto recibió a Andrea con una máxima del oficio, de esas que no se borran fácil: “Los grandes cronistas pueden llegar a ser grandes periodistas”. A partir de ese momento, la joven encontró un espacio en El Heraldo, en la sección de Tendencias, y recuerda que McCausland “nunca regañaba con un grito, siempre lo hacía con un consejo”. Estos son dos de los “regaños” del maestro, contestados a Andrea por correo electrónico: “Ernesto: esperamos. Recuerda q tu transformación en una gran periodista implicará sacrificio y obstinación. Va a ser duro pero satisfactorio al final. E”. “Andrea: Hola. Ahí te va la crónica de los maniquíes que aún no termina de convencerme. Ernesto: No emito juicio de valor alguno. La lección es q cuando asumes un tema, debes terminarlo en la fecha y hora prevista a como dé lugar. Besos, E”. Pero la verdadera lección sobre la crónica la impartió McCausland el 23 de octubre de 2012, en el discurso que leyeron sus hijas, al momento de recibir el Premio de Periodismo Simón Bolívar, a toda una vida. Ernesto, quien por su enfermedad no pudo asistir a la ceremonia, escribió estas palabras de antología: “Tanto yo, como mis colegas que lideran medios de comunicación, estamos en mora de responderle al país por qué permitimos que el conflicto lo contaran las matemáticas y no la gramática. No defiendo la crónica por algún motivo romántico, de poeta nostálgico. Lo hago porque creo que, a través del aprovechamiento pleno de los recursos del lenguaje, del vuelo del espíritu que ella implica, de las herramientas estilísticas que aporta, de la honestidad que demanda, de su exploración real del ser humano, nos aproximamos más a la verdad. Por eso, al tiempo que agradezco desde lo más profundo de mi alma presente este homenaje, conmino al colegaje —y sobre todo al liderazgo de los medios— a abrir las compuertas de la crónica, el reportaje y géneros afines”.

La muerte verdadera es el olvido

Desde su juventud, Ernesto emprendió una fuerte batalla contra el cáncer de la que resultó vencedor en más de una ocasión. Pero, a pesar de todo, su escritura siempre fue constante, ni en los últimos meses de vida dejó de publicar sus textos. De Ernestico o Tico, como lo llamaban sus amigos, a Gossaín le sorprende la manera como, contra todo pronóstico, luchó por recuperarse sin quejas ni lamentaciones, viviendo con el entusiasmo y la sonrisa que lo caracterizaban; y dedicado a incursionar en todas las maneras de expresión que encontró. Algo de aquellas batallas se deja entrever en una columna de opinión que McCausland publicó en El Heraldo, en octubre de 2012, en la que dirigía una carta abierta al alcalde de Cartagena, Campo Elías Terán, que más que una carta es un mensaje descarnado de lo que significa padecer cáncer: Palabras para un Campo Elías asediado. Entre tantas necedades que te dicen cuando eres un paciente de cáncer, escucharás prédicas exóticas sobre deidades hechizas, conminaciones a que ingieras todos los días un buen filete de cascabel, y la más atrevida de todas: ‘ese cáncer le vino del estrés de la Alcaldía’. Cómete la dichosa culebra si quieres, Campo, pero esta última especie jamás te la creas. Es infundada y —lo más importante de todo—: así sea obvio que te equivocaste, ni te arrepientas ni te flageles. Un hombre tiene derecho a vivir la experiencia que desee y punto. Ahora, más que nunca, mantente lejos de la estupidez y cerca de la sabiduría. (…) Ninguno de ellos imagina, Campo, por lo que tú estás atravesando: pocos saben con qué sed se bebe el trago amargo de una quimioterapia, ni han sentido la incertidumbre de entrar a una sala de radiología a ver la suerte de uno manifiesta en las sombras de una pantalla, ni ha tenido a un médico enfrente hablando con esa mezcla de misericordia y franqueza. Tú mereces tu tranquilidad, tu paz interior, acaso el deseo vehemente de entrar de nuevo a calentar aquella cabina de hielo”. En sus últimos días de vida, Ernesto sostuvo comunicación con pocas personas. Por esto, el contacto entre sus colegas y compañeros era su gran amigo Heriberto Fiorillo. Y fue él quien tres días antes de su muerte le escribió un mensaje a Gossaín diciéndole: “Tico está en las ultimas. El acceso a Ernesto se restringió. Lo veían los parientes más cercanos, las enfermeras y Monseñor Víctor Tamayo, obispo auxiliar de Barranquilla. El sacerdote se despidió de él, el sábado 17 de noviembre. Llamó antes y se encontró con un hombre moribundo, dispuesto a recibir la comunión, así el hecho de tragar la hostia le resultara doloroso. Tamayo ablandó la hostia con agua y se la llevó a Ernesto a la boca. “Cuando la tragó, se puso a aplaudir”, dijo el Obispo. Ernesto McCausland esperó en su hamaca la hora última, esa que llegó a las cinco de la mañana del 21 de noviembre de 2012, hora y media antes de que llegara Anita a la casa y recibiera el papelito con el epitafio y viera la cama vacía y sintiera aquella insoportable sensación de ausencia. “Todavía seguimos con el sentimiento de vacío, es como que nos quitaron algo muy valioso, muy nuestro. Aún hoy decimos: ¡caramba! ¿Qué pasó?, la falta es muy grande. La responsabilidad es de todos de seguir haciendo un periódico muy bueno como Ernesto lo estaba pensando”, comenta Óscar Montes. “Su oficina está intacta, no se ha movido ni un lápiz desde que se fue”, dice Anita, refiriéndose a un día de marzo de 2012 en el que Ernesto salió por el umbral de la puerta para iniciar su tratamiento contra el cáncer. Y no volvió. FIN

Las crónicas que Ernesto llevó, con la virtuosidad de un narrador consumado, al plano audiovisual. “El espanto sabe a quién le sale”, así reza el refrán popular y de la misma manera las historias se comportan, van vagando por el mundo buscando una mente creativa, una pluma fuerte y una voz tranquila que las sepan contar. Cuando una historia encuentra a este personaje, no lo suelta, no lo deja ir; lo aprovecha al máximo, se podría decir que lo hace su esclavo y no lo libera hasta que se siente satisfecha de lo que el narrador ha hecho con ella. Todas las historias buscan quién las cuente y algunas tuvieron la suerte de encontrar en su camino a Ernesto McCausland. Fidel Castro, el polémico expresidente cubano, estuvo visitando Aracataca, lugar donde Gabo le dio vida a los Buendía, a los pescaditos de oro y a las mariposas amarillas. Fue el mismo Gabo quien recibió en su casa al exmandatario y allí llegó McCausland, porque la historia lo estaba esperando. Con estas palabras, dotadas de imágenes de archivo, McCausland recordó el encuentro: “Este es Fidel Castro hoy en 2012; el jubilado más poderoso del mundo; este era Fidel Castro en 1959, dos años antes de que yo naciera, cuando se tomó el poder en Cuba. Este es el mismo personaje 36 años después de tomarse el poder y 17 años antes de convertirse en el anciano hiperactivo de este 2012. Transcurría 1995, Fidel se había escapado de su agenda oficial en Cartagena para visitar la casa de su amigo Gabriel García Márquez”. La historia de un presidente cubano que, según el mismo McCausland, lo buscó por medio de los astros, muestra esa manera de convertir los recuerdos en relatos. “Eran los tiempos en que Fidel Castro mutaba, al menos estilísticamente, hacia un civil que usaba prendas de hombre de negocio, pero en Cartagena en esa mañana estaba ataviado de comandante y por supuesto con su muy buen humor cubano”. Un día fue la historia de Fidel Castro y al día siguiente podía ser la historia de la comida costeña o la de la lluvia de plátanos o la historia de un juglar colombiano de una tierra tan escondida como el mismo Macondo, La Junta. Diomedes Díaz lo esperó sobre un sillón con una historia en sus manos. En esta entrevista el cantante pronunció, sin saberlo, la frase que hoy mejor describe la ausencia de McCausland. “Esas personas grandes son las que mueren primero”. En 1992, muere asesinado en la ciudad de Barranquilla el cantante vallenato Rafael Orozco y, después de su muerte, su historia buscó a McCausland para que le diera vida y así empezó: “En medio del desasosiego y la melancolía de estos primeros días de su viudez, Clara Elena Cabello ha buscado algo de consuelo en todos esos álbumes y cajas llenas de recuerdos de ese pasado vibrante al lado del hombre de su vida”. Ernesto McCausland no solo se encargó de captar el día a día, también se atrevió a retratar esa cotidianidad en formato cinematográfico. Realizó tres largometrajes: El último Carnaval (1998), Siniestro (2000) y Champeta Paradise (2003). Además, llevó a cabo 14 cortometrajes y múltiples documentales. Su primer largometraje evoca al Carnaval de Barranquilla, un cuadro pintoresco que recorre la sátira y el drama de un personaje que quiere hacer parte del evento. Este producto es un claro retrato de la euforia y las nimiedades de los barranquilleros. McCausland desarrolló su trabajo tanto desde lo escrito como de lo gráfico, siempre apuntando a pintar lo más representativo de su región, la región Caribe del país. Ni un detalle se escapó: mecedoras, el calor, el Junior, el Carnaval de Barranquilla, el mar, las vidas multicolores. El crítico de cine, Oswaldo Osorio, hace en su sitio web una crítica al producto de McCausland: “Ésta es una película regional que tiene sentido en tanto fue realizada pensando en la geografía e idiosincrasia de la Costa Atlántica colombiana. Es una película de costeños, con costeños y para costeños. Esa puede ser su gran limitante con el público del interior, pero también es lo que la dota de un singular valor como una obra que logra dar cuenta, de manera integral y con conocimiento de causa, de un universo en particular”.

“Así las cosas, cuando llevaba dos años ejerciendo de manera empírica el oficio, bajo la tutela implacable de mi maestra Olga Emiliani, me brotó orgánicamente la opción de transformar una noticia de cumplimento en una crónica humana y sincera. Me fue publicada. Así comenzó el cuidadoso cultivo de mi farsa”.

Fotografías: cortesía de El Heraldo

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


16 Presencia Locos de amor Fuimos una pareja loca de amor desde el primer día: Ana Milena Londoño Aquí unas cortas palabras de la esposa de Ernesto, que retratan al padre de familia y esposo. Ernesto siempre fue un obsesionado de hacer las cosas bien, digo, súper bien, y así lo hizo como padre y esposo. Cuando en ese afán de vivir plenamente se equivocaba, sabía disculparse y enmendar. Cuando salíamos de viaje por carretera, como le encantaba a él, nos contaba historias del lugar que visitábamos y después hacía un concurso de preguntas y adivinanzas con las nenas, nuestras dos hijas, para ver qué tanto habían aprendido y así fue siempre aprovechando cada minuto que Dios le dio de vida. Yo lo amé y lo amo (y amaré) desde que lo veía en televisión y nos hacía sentir orgullosos a los costeños por lo bien que nos representaba. Nos casamos tres veces, en Nueva York un 31 de octubre, otra vez por lo civil en Soledad, Atlántico, y una última por la Iglesia en la Catedral de Barranquilla. Fuimos una pareja loca de amor desde el primer día hasta el último. Vivimos momentos complicados y de todas las cosas siempre nos liberó el amor. El amor sí existe y dura lo que uno esté dispuesto a disfrutarlo. Y acompañado de Dios, mucho mejor. El último Día del Padre que celebramos le regalamos una camiseta con sus frases cotidianas en familia. La nota más linda del mundo que me dedicó fue Amor embotellado, una crónica que escribió para la revista Latitud de El Heraldo y que está en la página web: www.ernestomaccausland.com Aquí un pequeño fragmento: “Tan humano es el amor, y al mismo tiempo tan sublime, que con toda seguridad prefiere no alojarse en violines e inspiraciones, sino en el pedazo de jabón que amanece allí, cada mañana, en una ducha de baldosines desdibujados: el amor es, a fin de cuentas, de quienes lo sienten, lo viven, lo padecen, superan sus fases perentorias con enjundia de guerreros, caen en la monotonía del desfile de los días para luego darse cuenta de que —después de diez, quince, veinte años— deben iniciar una estoica reconquista en cada despertar y que ésta no necesariamente tiene que ser exitosa”.

Gastando suela McCausland hizo periodismo gastando la suela de los zapatos. Así es como Alberto Salcedo Ramos recuerda a Ernesto, su colega y amigo. “Ambos costeños, ambos cronistas, ambos con el olfato agudo, ambos comenzaron su carrera en el periódico El Heraldo. Si bien Alberto Salcedo Ramos y Ernesto McCausland pudieron haber sido competencia, nunca ocurrió que se envidiaran, nunca pasó que se les aplicara aquella frase socarrona de Jean Chapelan, según la cual ‘un escritor no lee a los colegas, sino que los vigila’ ”. A pesar de que no eran muy cercanos debido a los diferentes caminos que fueron tomando en su vida profesional, desde entonces mantuvieron siempre una relación cordial y de respeto. “Y, por mi parte, de gran admiración”, dice Alberto. McCausland aparece en la memoria de Alberto como un apasionado del periodismo que marcó un hito en el oficio por su trabajo cálido, cercano; pero, sobre todo, comprometido con la gente. “Él hizo buen periodismo gastando la suela de los zapatos, como un verdadero cronista”. Sin embargo, Salcedo considera que el mejor Ernesto fue el de la televisión, con esa capacidad tan suya de realizar trabajos maravillosos con poco presupuesto, como lo hizo con Telecaribe recorriendo la Costa colombiana hablando con la gente y buscando así las historias para sus crónicas. Conversador agradable, burlón y respetuoso, así evoca Alberto a su colega, “nunca lo escuchabas hablando mal de nadie. Era ansioso, recuerdo que se comía terriblemente las uñas, eso me impresionaba mucho, al igual que su manera de conducir. Manejaba muy rápido”. Hasta hubo tiempo para verificar cuál de los dos era el más memorioso: “Apostamos una botella de whiskey porque él decía que cierta canción no era de Rosendo Romero, y yo decía que sí. Él era un apasionado por el vallenato. Entonces llamamos a Romero y él dijo: Si, Alberto tiene razón. Se demoró como 2 años para pagarme mi botella de whiskey”. *Todo el especial fue realizado por los estudiantes de Taller de Medios I, del profesor José Guarnizo: Paula Lotero, María Camila Muñoz, María Clara Giraldo, Luisa Saldarriaga, Lois Madrid, Jenny Alejandra Echavarría, Edwin Ángel, Dafna Vásquez, Carolina Sánchez, Ana María Londoño y Sara Molina Maya.

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El recetario de doña Ana Leidy María Ramos leidipa@hotmail.com

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i usted es de los que aún disfrutan recorrer el Centro y, si por casualidad, se topa con la Placita de Flórez, resulta indispensable que visite el puesto de doña Ana, ubicado en el segundo piso de este emblemático sitio de la capital antioqueña. Preste mucha atención y tome nota si le interesa recibir el consejo de la vendedora de plantas más famosa de Medellín. “Aquí todo tiene cura y sobran indicaciones para bebidas dulces y amargas. Usted decide: si lo que busca es adelgazar, controlar el colesterol y mejorar problemas de colon, nada mejor que la flor de Jamaica. La alcachofa, el cura hígado, el llantén, la verbena, la salvia, el diente de león sépalo que son para problemas de hígado. Para los riñones nada mejor que llevar siete ramas: la cola de caballo, la malva, la grama, el micay, la parietaria, la hoja del níspero y la planta aguja. Y si no tiene para comprarlas todas, con tres o una, también se alivia. Y si la cuestión es por dolor de cabeza, solo con inhalar la rama de sauce, puede ampliar sus opciones y dejar atrás el ibuprofeno. El colon irritable también tiene sus cuatro recetas básicas: la caléndula, el guarango, la chipaca y el curibano. Y para prevenir el cáncer se le aconseja llevar la caléndula, la hoja santa y el anamú…”. Estas son algunas de las variadas sugerencias que, en cuestión de minutos, le puede mencionar Ana Yepes. Las plantas que reposan en su local se traen desde distintos puntos de Antioquia (Santa Elena, San Cristóbal, Guarne, Sopetrán, etc.). Y, si lo desea, puede surtir su botiquín con precios muy favorables, ya que la mayoría de las medicinas que allí se expenden no sobrepasan los 1.000 pesos. Pero cada fórmula resume años de trabajo en la experimentación y observación del poder curativo de las plantas. Su artífice es una mujer de 75 años quien, desde niña, fue una fiel creyente de la medicina natural. Lo ha sido tanto que lleva más de 60 años trabajando en la actividad de “hierbatera” y con total certeza asegura ser la vendedora más antigua de la Plaza de Flórez (también conocida como de Oriente en otras épocas), toda vez que la sigue únicamente una colega que también vende plantas pero “apenas” desde hace unos 40 años. Sentada en su silla, doña Ana selecciona y corta las hojas de bijao mientras receta una fórmula distinta para cada cliente, administra el dinero que recibe por sus tratamientos y otorga entrevistas a quien desee hablar con ella, ya que, con el pasar de los años, se ha convertido en uno de los personajes más reconocidos de aquel tradicional mercado público de la ciudad. Recuerda, sin embargo, otras épocas más duras cuando vendía legumbres en los alrededores de este establecimiento. Lo hacía en la calle, a sol y agua, y la clientela era escasa, habida cuenta de que provenía, en su gran mayoría, del lejano sector de El Poblado. “En aquella época se vendía los lunes y los jueves, que eran los días de mercado; ya ahora trabajamos todos los días de seis a seis”. Pero hoy la situación es muy diferente. Además de tener un punto fijo dentro de la Placita, su local de hierbas es muy reconocido. De allí que sus compradores vengan de muchas partes y no solo de diversos puntos de Medellín, sino “de Venecia, Ituango, Andes, Amagá; y muchos de los que vienen aquí es porque me vieron en televisión”, agrega con un tono altivo. Pero los “más viejos”, en especial los hombres mayores, son sus clientes más fieles; en su concepto, también son los “más ambiciosos”. Es que no falta quien, además de comprar medicina para combatir las dolencias y achaques habituales de los años, se lleva dosis extra para reanimar placeres libidinosos que se vivieron en la lejana juventud. La anciana asegura que los problemas de impotencia se originan muchas veces por problemas del hígado y de próstata. De allí que les recomiende a sus acuciosos pacientes bebidas calientes que les sirvan para –como ella misma indica– “calentar la pajarilla”. La semilla de pepino es la receta más efectiva en esta circunstancia y bastan solo trece semillas diluidas en un litro de agua para obtener los mejores resultados. “Ya no pueden con las patas y viven pidiendo receta para aquello”, agrega con sonrisa socarrona. Pero sus servicios son requeridos para otras mil eventualidades y en pocos minutos, durante la entrevista, se acercan varios clientes. Uno de ellos le pregunta si ella es doña Ana y que un amigo la

había recomendado. Sin embargo, le indica que puede esperar y que “despache a la niña primero”. Doña Ana responde, casi que con el pecho inflado de orgullo: “Es que ella me está haciendo una entrevista”. Conociendo la situación, don Rafael, de unos 56 años, se acerca y le solicita una “medicina para la diabetes”. Casi que al instante, la anciana le responde que lo que necesita es una dosis diaria de yacón, una planta propicia para sanar aquella enfermedad. Para sonar aún más convincente, doña Ana le comenta que hace algún tiempo llegó un señor con similares problemas de azúcar y que, luego de comer una rebanada diaria de yacón, el mal se le controló: “Ensaye que eso es bueno”, remata con seguridad la vendedora. A pesar de las propiedades medicinales de las plantas, la yerbatera asegura que todo el proceso curativo también se basa en una cuestión de fe. “Hay mucha gente que me dice: ‘Vea, doña Ana. Yo tenía un cólico tan horrible y me tomé un agua hervida y me sirvió. Claro porque lo hizo y se lo tomó con fe, el agua le dio resultados”. Para reafirmar este criterio, en el segundo piso de la Plaza, Aura Helena Gómez, vendedora esotérica, asegura tener la planta mágica que cura el cáncer. Ella cuenta que hace algunos años una mujer que vivía en los Estados Unidos le encargó una cantidad importante de matas de sábila y le aseguró que la penca había curado a una de sus hermanas. He aquí la pócima por ella recomendada: “Se pican dos hojas de penca, las lava y le quita las colitas y las echa en un vaso de licuadora con miel de abeja pura. Luego, le agrega un traguito de vodka o whisky, lo licua bien y lo envasa en un frasquito de boca ancha. Y se toma tres copitas al día: una en ayunas, otra antes del almuerzo y la última antes de la comida”. Aura Helena asegura que no cobra mucho por la fórmula donde se especifican los ingredientes y el modo de preparación. Doña Ana también recomienda el brebaje, solo que en vez de vodka o whisky, sugiere el brandy y recalca, además, que la preparación final debe quedar como jarabe. Pero todo ello se debe tomar con mucha fe y confianza en el efecto curativo de estos productos. Siguiendo por los recuerdos de doña Ana, en una de las paredes reposa un artículo de prensa enmarcado con fecha del 21 de junio de 1987 en el que se destaca, en primer plano, su rostro con 25 años menos, menos canas, menos arrugas y hasta menos clientes. El texto trata del reconocimiento que le hace el Concejo de Medellín de la época como vendedora distinguida de la plaza y reconocida curandera botánica de la ciudad. Sobre sus permanentes experiencias con la prensa, recuerda que hace algunos meses “unos niños de la Pontificia Bolivariana me hicieron entrevistas y me dijeron dizque iba a salir en El Colombiano. Pero yo nunca vi eso”, acota un poco desilusionada mostrando, de paso, que le gusta coleccionar las historias en las que ella es la directa protagonista. Pese a ello, es consciente de que no es la misma mujer de las fotografías, que los años ya le pesan y que el cansancio se le nota. Por eso, en estos días le resultan indispensables las bebidas vigorizantes que ella misma se receta y que le permiten estar cada mañana -de lunes a viernes- en su puesto de la Placita. “Todo el día me la paso aquí sentada, trabajando y haciendo una cosa y la otra. Lo que no hago es caminar y eso es lo que me falta; pero gracias al Señor estoy bien”. Es así como en este importante lugar del Centro de Medellín, cada pasillo posee infinidad de historias perdidas. Pero a doña Ana la conocen todos y usted no necesita hablarle mucho para que ella despliegue su recetario contra múltiples enfermedades, pues su elocuencia y su firmeza la hacen toda una encantadora de serpientes. Y es que sin dudarlo, la seguridad de cada palabra y la fama que la acompañan son su mejor garantía. No hay cliente que titubee ante sus pócimas y ellos, además de realizar una compra a bajo costo, se van de la plaza con fórmulas naturistas nacidas del saber de quien, por décadas, se ha dedicado a procurar bienestar vendiendo las plantas de la flora colombiana.


Divergencia

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En Medellín tocábamos

el cielo

Fotografía: Julieth Duque

La ciudad secreta, la que cada uno vive, la que enamora a pesar de sus contrastes o, precisamente gracias a ellos; la ciudad deseada… La Medellín que vive en Jairo Osorio, con reseña de Francisco Velásquez. Francisco Velásquez Gallego dama0621@gmail.com

J

airo Osorio Gómez, profesión escritor, fotógrafo y editor, acaba de publicar En Medellín tocábamos el cielo, un libro conveniente para debatir en público las inconsistencias y vulgaridades de una ciudad en la que tanto sufrimos y amamos. Todas las florituras que se le echan a esta “más educada” Medellín son apenas cantos de sirena para su real significado cotidiano. Nuestra capital se ha vuelto una ciudad enrarecida, además de encarecida. Los denominados espacios públicos, que los ciudadanos cubrimos con los pagos de tantos impuestos que nos son impuestos, cada día se privatizan más y son los “particulares” quienes resultan enriquecidos con el usufructo de tales sitios. Y aunque existen los oriflameros de la publicidad, los relacionistas públicos del engaño y la argucia, y los burócratas de la nómina dentro del régimen que es la administración pública, se tipifican los entramados y la mentira en forma pura para hacernos creer en hipotéticas transparencias a fin de que sintamos que andamos en el mejor de los mundos: con alumbrados nos engatusan y nos hacen pensar que esta ciudad es la mejor de todas con ese ánimo paisa de exagerar lo propio como sistema de trapisonda que no nos tragamos sino nosotros mismos. Y las grandes empresas, los emporios del poder mercantil y financiero, hacen propio el diseño de tales propuestas para disfrazar y engañar a sus pobladores. Recuérdese un vituperio y un adefesio que colocaron frente a un museo de arte dizque para expresarle su amor a la ciudad, que hoy es un fiel reflejo de nuestra suciedad y desinterés en ella, por parte de una generación en trance de degeneración ante el dinero fácil y la sexualidad insustancial, enmascarada en el traqueteo que constituye la actividad más sobresaliente de nuevos ricos como los de “las ganitas” paisas. La reflexión del libro es construida con gran rigor de lenguaje y una postura ética -en el sentido de ser riguroso conmigo mismo, es decir escribir solo lo que quisiera leer como lo mejor- que le ameritan diferenciarse del común de los textos que sobre esta ciudad se publican en los periódicos y revistas de turismo y farándula (que se han convertido en un solo escarnio). El punto de vista del escritor analista mira a Medellín desde las desgarraduras que produce, donde la miseria cotidiana se pavonea por sus calles más ostentosas; los amores clandestinos se tienen que resolver con bastantes peripecias ultramundanas; y los artilugios de la clase dominante se convierten en premisa publicitaria para someter la inconsciencia que nos caracteriza a los paisas, tan afamados pero tan cuestionables, por ser tan aviesos y decididos a comprender que todo lo que dentro de Antioquia se considera una virtud, traspuestos sus límites fronterizos es considerado un delito. La ciudad que también dio la espalda al río y sus quebradas porque lo único consistente es conseguir plata a cualquier costo porque en ese postulado nos formaron desde niños: “Consiga plata honradamente, mijito, pero si no puede hacerlo así, consiga plata”, es más o menos la categoría que nos inculcan. Por lo anterior, no podríamos encontrar la ciudad que los dioses se soñaban “para que en ella vivieran los hombres”. Aquí no caben sino los comerciantes, contrabandistas y mercachifles del uso de la tierra. No en balde esta ciudad anda hediendo mucho últimamente como decían, en su denuncia, muchos de los grandes escritores y poetas que nos han precedido, con toda la calidad argumentativa que han compartido en sus realizaciones literarias.

El libro pulcramente editado es el mejor alegato para comprender esta villa incomprensible a menos que la literatura la revele como lo hicieron desde Tomás Carrasquilla, Fernando González y León de Greiff hasta Jaime Espinel, Fernando Vallejo, Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, Alberto Aguirre y ahora Jairo Osorio, quien ha conseguido un libro bien realizado hasta la saciedad y con un denso análisis que hace que Medellín quede desenmascarada en el despropósito que caracteriza a los insaciables funcionarios de gobiernos, coludidos con los urbanizadores, -hacheros de siempre-, que incluso validan una escultura homenaje a la moto sierra que existe en Mutatá, donde fue erigida durante el reinado del paramilitarismo que tanto daño ha hecho a esta “patria” tan exaltada por el Presidente del que tanto supimos y sufrimos en su doble mandato. El recuerdo de la “Beya Villa” trasciende la nostalgia; toca las fibras más sensibles de la cultura antioqueña, descrita con severidad por Fernando González en Los Negroides: “El tipo es don Pepe Sierra, genio del ‘conseguir plata para yo’; el tipo es don Esteban Jaramillo, genio del ‘llevarse la plata para yo’. El hombre gordo ha inventado nombres: ‘Cementerio de los ricos’ y ‘el Cementerio de los pobres’. Sólo en Medellín existen estos nombres. Lo primero que retira de su almacén el medellinense es con qué comprar ‘local en el cementerio de los ricos’; lo segundo es ‘para comprar manga en El Poblado’, y lo tercero es para comprarle el Cielo a los Reverendos Padres. ¡Gente verraca! Motivación estéril. Motivación individualista. Gente que mata la vaca del vecino cuando muerde la yerba del cerco divisorio. Gente vengativa. Gentes que han construido habitaciones llenas de comodidades para su pobreza espiritual y que toleran la inmundicia de nuestros gobiernos” (Envigado, diciembre de 1935). Y todo en Medellín, para ajustar, “la ciudad pacata de Colombia, Eterna Primavera de la hipocresía, la asustadiza y cruel y vengativa y corrompida y rezandera. Roma de las rifas y de las trampas, regida hasta hoy por los enredijos de rata del tanto por ciento y el cuánto me debés. (¡Cómo la queremos!). Por una diabólica simplificación los antioqueños, confunden el misterio de un destino con la ramplonería del oficio, la vivencia con la supervivencia, un lugar en este mundo con una casilla en la nómina: la meta es acomodarse y la virtud, medrar. El sueño dorado del paisa es culminar una carrera o alcanzar el éxito, que para ellos es el triunfo en los tejemanejes del trueque, la compraventa y el contrabando. Esto angustia, es tétrico e insalubre para crecer, afea y ennegrece la juventud y el aprendizaje de la aritmética, ciencia esencial entre tenderos, reino de la bárbara sensualidad, entendedor del mundo como acumulación y ruido, acción y excremento”. Toda la diatriba es de Eduardo Escobar. Hacia 1935, en Los Negroides, Fernando González en Envigado, sentenciaba: “El medellinense tiene su lindero en sus calzones; el medellinense tiene los mojones de su conciencia en su almacén de la calle Colombia, en su mangada de El Poblado, en su cónyuge encerrada en la casa como vaca lechera. Motivación estéril. Motivación individualista”. Para finalizar, hay que destacar la finura de la edición, su papel esmaltado delicioso, su caja tipográfica amplia y con blancos suficientes para facilitar su lectura, el formato del libro que es novedoso y asegura su manejo, las fuentes bibliográficas que son certeras y sin dubitaciones, y el refinamiento textual que lo convierten en un verdadero texto impreso con calidades indiscutibles de rango literario. Además, lo pedagógico de Jaime Jaramillo Escobar en la presentación donde rememora la ciudad desde los cinco enfoques de un obsedido enamorado de la ciudad que recrea la miseria al margen de la opulencia (ciudad objeto), la propia percepción y aspiraciones (ciudad ideal imaginaria), el verla analíticamente (ciudad atolondrada), la confidencial (ciudad secreta) y la verdadera (ciudad real).

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


18 Divergencia

La ciudad

secreta Fotografía: Julio C. Londoño A.

Jairo Osorio Gómez

veo su nombre en una tima de profesores o en un diccionario biográfico […] No sé cuál de los dos escribe estas páginas” [Teitelboim: 151]. Ernesto Sabato reconoce que la poesía de Borges le ayudó a descubrir “melanHablo de la ciudad que amo, / de la ciudad que aborrezco. cólicas bellezas de Buenos Aires; en viejas calles de barrio, en rejas, en aljibes, hasta José Manuel Arango [1988] en la modesta magia que a la tardecita puede contemplarse en algún charco de las afueras”. Como ellos dos, yo también podría decir de Medellín: “No sé qué le ocurre s la de los amantes. La de quienes infringen las conductas de la ciudad a Buenos Aires. No hace otra cosa que aludirte infinitamente. Corrientes, Lavalle, conservadora con el hábito de un “ménage à trois” delictivo pero utilitario. San Telmo, la entrada del subterráneo (donde espero esperarte, una tarde, donde ¡También la he vivido! Por eso mis amigos nunca me vieron en la ciudad diré con más timidez, espero, esperar, esperarte)”… La concesión que permite ser que ellos frecuentaban en sus fiestas de oropel, porque los dos nos andábamos por amante. Repetirse. Poseer el recuerdo intacto. Ella, en definitiva. entre las madrigueras de nuestra felicidad clandestina. Podría nombrar, uno a uno, aquellos lugares sórdidos de la ciudad que nos acoLa ciudad secreta es aquella que recorremos en las neblinas de media mañana gieron cada deshora de estregadura. Como en otra capital bonaerense traspapelada: para no dejarnos ver de nadie que pueda envidiar esa moral restrictiva de pecados deJunín, Caracas, Maracaibo, La Playa, Sucre… En esas calles, el amor nos resignaba liciosos. En este aspecto, Medellín es tacaña en oportunidades para los enamorados. a las suciedades cómplices de las pastelerías y de los cafetines de segunda, de las boSin parques, sin alamedas ni plazas, sin monumentos recónditos ni laberintos comdegas más inverosímiles y ajenas a una concurrencia selecta, que era lo que siempre plejos, la ciudad sólo ofrece a los amantes algunos rincones equívocos que terminan buscábamos. El ocultamiento. Nadie, entre los pocos parroquianos de barrio que dorpor repetirse, por agotar a los queridos. Mi ciudad no es neblinosa. ¿Será por eso que mitaban la siesta en las mesas de Pilsen de los tinteaderos antiguos, podía imaginar no ha dado grandes obras de literatura? la identidad de aquellos dos intrusos que escampaban allí, en las tardes, su trastorno La ciudad secreta es lo más parecido a un poema. Está hecha de los instantes de amantes. ¡Cuántos besos, cuántas caricias en medio de los ojos espantados de los fugaces del verso iluminado. Su recuerdo, además, es imperecedero como las palabras concurrentes en todos los cafés que fueron nuestros! atinadas con las que nos seduce el lirismo de la copla. Con la amante, en la ciudad Buscando los confines del atardecer y la montaña nos expusimos a la lluvia, nos secreta, se vive enajenado. El amor priva de seso a los amados. La manera más searriesgamos al asalto de los criminales; incluso, a la mirada fisgona de la carne y gura de enloquecer es amartelarse con empecinamiento en una aldeílla que no es sangre del otro. Fue, en cierta manera, el único modo de llegarnos a los riscos de los amigable para estas fruiciones. Pero esa misma locura es la que alienta al amor y a cerros emblemáticos de la ciudad, pese a los azares de sus callejones desiertos; y a las la ciudad secretos. Es delicioso. Por eso Cortázar decía que las ciudades eran siempre tentaciones de sus moteles animados. El afán siempre nos empujó a sus laberintos mujeres para él. repentinos en los instantes menos pensados. Una fortuna se nos fue en esos deleiM. es mi ciudad secreta. Con ella conocí la urbe de las simulaciones. La de las tes. Las obligaciones del trabajo estuvieron sujetas al capricho del amor. Las tardes horas más imprecisas, la de los suburbios más peligrosos, la de las enmohecidas se hicieron todas para nosotros. Las tardes son todas para los amantes, porque en discotecas diurnas, detrás del telón de los consultorios médicos centrales, en el casco Medellín la “gente honorable que huele a tela y a plata” está dedicada a esas horas histórico; la de los hotelitos rústicos e impredecibles, la de los cines a media jornada a la usura y a la miseria de sus bancos, mientras sus esposas putean con los poetas; del trabajo diario, la de los cementerios y galerías de muertos más anónimos, la de las tan malos ellos en el verso como en la pasión. Pero esa es la vida en la aldea. Puro capillitas de barrio, la de los bosques de Santa Elena en mitad de semana, la de los simulacro. mercados populares de La América y Buenos Aires, la de los callejones en los arrabaEn ese idilio público, donde M. y yo nos inventábamos cada día el itinerario de les tangueros, la de las oficinas y cuartuchos de amigos y parientes en Boston, “Panuestra propia Rayuela inédita; “un encuentro casual era el menos casual en nuesjarito” y San Félix; la de los días más deshabitados de vacaciones, cuando Medellín tras vidas”. permanece vacía y los maridos se enmontan en sus fincas… “En enero me gusta esta En la ciudad secreta rezan a la luz del día las ancianas, los desempleados, los ciudad porque queda solitaria”, cantaba Ciro Mendía. Peor, le replicaba Fernando pensionistas, las prostitutas a la espera de sus clientes, los clientes, los timadores, González. “Da la impresión de una jaula cuando se ha ido el pájaro: queda oliendo a los curas viejos que hacen la siesta en el confesionario… También los amantes por la naranja podrida y a estiércol”…, que es el mismo olor del paseo del Río después de la necesidad del sigilo de su aventura. La urgencia del mediodía o del martes a las tres temporada de Navidad. En fin, una ciudad diversa que no habría conocido si no hude la tarde los vuelve piadosos. Creyentes en las plegarias del cielo y la ventura. Le biera sido por ese enamoriscarse de cabras sueltas que fue toda la edad adulta de los rezan a María Auxiliadora en la capillita de Ayacucho con Tenerife, y en la basílica dos, y que continúa perpetuándonos en esta indecisión fatal de la madurez… Como de Sabaneta; al Señor Caído de San Pedro de los Milagros; a las ánimas del “cemensi estuviéramos eternamente abarraganados. terio de los ricos”, en Lovaina; a los beatos de San Antonio, San José, San Judas y La “Nuestras son las mujeres que nos dejaron”, pensaba Borges. Entiendo así el moCandelaria… Cada pasadizo y momento traen un santo que únicamente los vuelve tivo por el que se recorre de nuevo y tanto, y sin rumbo fijo, la ciudad: para jugar con específicos la hora y el trance en los que andan perdidos los amantes, en las nubes de la ilusión de encontrármela otra vez con sus arrebatos de furor uterino. “Para mitigar su empalago. Ellos hacen de las iglesias su propia cartografía de la ciudad secreta. la tristeza”, que era el consuelo del ciego homérico en su lamento. La trampa de la piedad, sin embargo, nunca satisface a los amantes con aquello Los amantes recorren a pie la ciudad, distanciados fingidamente y apenas por que ansían al renovar sus andanzas diarias: una ciudad permisiva, o invisible, para un tranco; por eso la ven, la huelen. Los otros resisus demostraciones desaforadas de cariño, tal como dentes, no. Aquellos, separados por la discreción, acostumbran ejercerlas los queridos, que es la razón se miran sorteándose entre la multitud, se dicen por la cual se enrabian de celo, y de insolencia. InsóEn la ciudad secreta rezan a la luz del día las ancianas, los palabras cortadas en medio del barullo ajeno, en su emparejamiento, en su barraganería, toda desempleados, los pensionistas, las prostitutas a la espera litos pero siempre juntos llegan a donde quieren. De la la ciudad es su lecho: el ascensor del edificio solitamano del poema de su escritor predilecto y de las de sus clientes, los clientes, los timadores, los curas viejos rio; el gabinete de espera del policlínico de la amiga; cifradas infidencias, hilvanan un recorrido diario la cocineta del mismo policlínico; su propio consulque hacen la siesta en el confesionario… También los que termina por alojarse en sus mejores recuerdos torio médico, en los intervalos de los pacientes; las y en sus momentos más inolvidables… “Yo camino salas del cine Junín, abandonadas y somnolientas amantes por la necesidad del sigilo de su aventura. por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicaantes del rezo del Trisagio; los oscuros rincones de mente, para mirar el arco del zaguán, y la puerta las alcahueterías de La Playa y los alrededores de cancel; de Borges tengo noticias por el correo, y la placita de Flórez; el carro de ella estacionado en

E

No. 63 Febrero de 2013


19 Fotografía: Julieth Duque

el parque barrial, ocultos los dos tras el vaaquella urbe de nuestro desenfreno sin límite. por de la lluvia que opaca los vidrios con las A, C, L, B, E, K, S… Marcas que facilitaron y preservaron el habitáculo de la devoción. gotitas de su respiración fatigada; el mismo El amor, que es puro (y que obliga a la Renault 4 en la vereda cerrada, sin tránsito, confidencia, decía Borges, porque de lo condel “Bolero Bar”, durante las noches invernizas, o bajo los árboles de “Piedras Blancas” y trario termina siendo una traición), se con“Telestar”, en ejercicios litúrgicos de eternos vierte por el camino de la metrópoli huronera mete-saques y chupadas gloriosas de ángeles en una estancia lóbrega que a veces estalla en endemoniados. Una bacanal diaria. Forzosa su impotencia por la conquista de la libertad, cuando se es amante y se vive en una ciudad en su ansia de brillo y desenfado. La urbe, enque parece otra: La sombra de la que figura tonces, se les aparece sombría, sórdida, a los en los calendarios y directorios de publicidad. afectuosos que, constreñidos, se tironean a raLa de la memoria perdurable inscrita en la tos con sus maldiciones por los naufragios de criptografía de los lugares y los hombres más un polvo contenido. diligentes que la salvaguardan felices del esTambién hay que decirlo: para los amancrutinio público. tes, alegóricamente, la ciudad secreta es el teEn aquella ciudad y en aquel tiempo érarritorio de las cañerías, de los subterráneos mos lectores de Henry Miller (ella me enseñó que deja el urbanismo maltrecho de los maesa conocerlo), y como él y Anais Nin, follábatros de obra, de los albañiles certificados de mos todo el día y donde podíamos; hacíamos universidad, donde, además de las ratas, se el amor como dos músicos que se juntan para esconden los queridos. tocar sonatas. Como proscritos, la tentación era inevitable. En Sucede con los amorosos la mayor paradoja de la historia. En medio de la proscripción, nos volvimos adictos a la fellatio, a la el momento en que más se aparean como sujetos –en la entrega irrumación y a las perversiones más aparatosas, sin que lo impitotal del amor, cuando la pasión los enseña como son corpórea y La ciudad secreta no existe diera el ahogo de nuestro coche popular. En gratitud por haberme espiritualmente: sin reservas, sin máscaras, sin simulaciones, dessin los alcahuetes, y sin la llevado a Miller, la dejaba practicarme “el francés profundo”, que nudos de cuerpo y alma–, más tienen que enseñarse ellos como ella disfrutaba al máximo; se tragaba mi instrumento hasta más objetos desvalidos de toda pretensión; actuar como seres anónigeografía escrupulosa de adentro de la garganta, presionada con mi mano sobre su cuello. mos, obscuros, sin la lubricidad de sus propias secreciones… En la rutina. Tiene nombres Incluso, me lo hacía mientras yo conducía por entre la gresca de los la ciudad secreta los hombres dejan de ser ciudadanos. Los amabuseros y los automovilistas del centro de la ciudad. En volandas, dos son despojados de su identidad. Son errabundos. Se transforcifrados de muchachas, atravesábamos la autopista Sur, desde la avenida Oriental hasta man en dos errabundos que saltan matorrales entre la jungla de de edificios, de sótanos, Ancón, en medio del desorden de los choferes del municipio de la muchedumbre. Sus rostros se desvanecen bajo la apariencia del Caldas y de los “rimuleros” nacionales, que se entusiasmaban con corazón virtuoso que exalta la propaganda engañosa. Vuelven a de bares. En nuestro caso, nuestro atrevimiento. Luego, regresábamos por la paralela orienser los desterrados de la ciudad de inmigrantes, de la ciudad real. contiene indistintamente tal del Río –bautizada después avenida Regional–, ya un poco más Pierden aquello que Borges anotó en su ceguera meridiana: Cualprotegidos por la turbiedad de la calle y el día, hasta que reventaba quier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad nombres de santas, de esa explosión de estrellas en su boca hinchada y exhausta. Rendida de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para árboles, de emperadores, entre mis piernas desnudas, todos esos kilómetros, parecía una siempre quién es. El contrasentido de los amantes se halla en la felatriz egipcia. Entre la algarabía del tránsito anochecido, M. era ignorada desventura de sus individualidades, a consecuencia de la de diosas griegas, que un gallo loco, “tenía la lascivia insaciable de un unicornio”. Ardiencontravención al orden moral de su clase. Se quedan sin saber para designaban paradojalmente do, derramándose por sus muslos, con su calzoncito empapado, la siempre quiénes fueron realmente. despachaba para su apartamento en taxi, donde yo sabía que esa Treinta años padeciendo la ciudad secreta hacen de vos un aquella urbe de nuestro mujer endemoniada se encamaba sin pudor, y de inmediato, en el dibujo a lápiz que se esfumina por el golpe de las radiaciones invidesenfreno sin límite. otro… A veces le pedía que se fuera en cueros para que dejara su sibles de la luz, el tiempo y la memoria. ¡Ah, y el confinamiento! braga enredada en mis huevos. (A la mañana siguiente, a primera Un hombre se pasa encerrado la mitad de su vida pensando en una hora, era yo quien la recibía en idénticas condiciones. Se llegaba a mujer; al final, descubre irónicamente que es sólo eso: un claroscumi catre con el desespero de su apetito insatisfecho, porque a mi ro de las fechas en que, como hombre, vivía en continuum una seyegua caponera no la saciaba nadie; el cabestro de su vulva nos renata lacrimosa de Alci Acosta o Agustín Lara… “No te me vayas arrastraba todo el día por las pesebreras encubiertas de Medellín. Siempre la delataba de la vida […], eres la razón de mi existir, mujer. Amor, fuiste mi cruz, mi religión el olor a esperma de sus labios). […], quiero que me incendies, quiero que me mates, mirar de diosa […] María bonita, “Te voy a enviar a casa con tu Sylvester con dolor en el vientre y una matriz vuelMaría del alma, habrás tenido muchos amores, pero ninguno tan idolatrado como el ta del revés. ¡Tu Sylvester! Sí, él sabe encender un fuego, pero yo sé inflamar un coño. que brotaba […] dile que la quiero, dile que me muero de tanto esperar […] que vuelva Disparo dardos ardientes a tus entrañas, Tania, te pongo los ovarios incandescentes. ya, que las rondas no son buenas, que hacen daño, que dan penas, que se acaban por ¿Está un poco celoso tu Sylvester ahora? Siente algo, ¿verdad? Siente los rastros de llorar […] un río de lágrimas pensando en ti […] te quiero como no llegaba esperarte mi enorme picha. He dejado un poco más ancha las orillas. He alisado las arrugas. a querer”. En fin. Después de mí, puedes recibir garañones, toros, carneros, ánades, san bernardos […]. Recorriendo esos instantes, el amante comprende que era un desterrado amoroY si tienes miedo a que te jodan en público, te joderé en privado. Te arrancaré algunos so. En la ciudad secreta se es un desterrado amoroso… Es lo que fui, es lo que contipelos del coño y los pegaré a la barbilla de Boris. Te morderé el clítoris […]” [Trópico nuo siendo. Soy. Un réprobo. de Cáncer, 1934]. Al padecimiento de una ciudad ideal no conquistada, y de la ciudad real sufrida, Yo lo hice realmente. La afeitaba y, cosidos sus vellos de ángel, los guardaba entenemos que sobrellevar, además, el dolor y las injurias de una ciudad secreta que te tre las hojas de mis libros predilectos, envueltos en el celofán de las cajetillas de sus expatria, que te abandona. Que te condena a la pena eterna del amor clandestino. cigarrillos. Cuando muera, es posible que allí los encuentre algún lector despistado. Anatema inmerecido. Sépase que son de ella. Aun así, la ciudad secreta es una bendición: es la mujer que nos lleva a la deriva Ay, M., “¿dónde estarán ahora aquel cálido coño tuyo, aquellos senos erectos, con sus deseos; con la nostalgia. Repasen, “para mitigar la tristeza”, decía el desterraaquellos muslos suaves y turgentes? Tengo un hueso en la picha de quince centímedo de Buenos Aires… Una geografía de tumultos donde los amantes sobreviven por tros. Voy a alisarte todas las arrugas del coño, hinchado de semen”. los efluvios del cuerpo y los ardores del alma. Contaré una infidencia: La ciudad secreta no existe sin los alcahuetes, y sin la Ya Pedro Guerra le cantó a ese furor de entrambas: “Mejor buenos recuerdos geografía escrupulosa de la rutina. Tiene nombres cifrados de muchachas, de edifique un pasado perdido […] Lo que fue tan hermoso que no caiga al olvido. Te estaré cios, de sótanos, de bares. En nuestro caso, contiene indistintamente nombres de sanrecordando por siempre, Matilde, que tú no te has ido…”, ¡ay, concha mía! tas, de árboles, de emperadores, de diosas griegas, que designaban paradojalmente

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20 Vivencia

El vueltiao: De la China Fotografías: Pompilio Peña

a Tuchín

El Gobierno comenzó una cruzada para decomisar el sombrero chino fabricado con fibra sintética que se está comercializando como el legítimo vueltiao. Mientras, en Tuchín, cuna de este símbolo nacional, a 127 kilómetros al norte de Montería, es incierto el futuro de sus artesanías. ¿Qué sigue para este municipio?

Pompilio Peña Montoya pompilio_020884@yahoo.com

E

n Tuchín, muchos afirman que hay un comerciante desleal; otros no lo creen así. Tiene su almacén en la calle frente a la parroquia y su nombre es Elkin Aristizábal Ramírez. Es un paisa con tan acertado tino en los negocios que ningún tuchinero logra imitar: vende los accesorios más elaborados en caña flecha, desde sombreros hasta carteras, y tiene clientes en tres departamentos. El negocio no podía ser más redondo: se surte en el corazón del vueltiao, donde está uno de los grupos artesanales más importantes del país: los zenúes. Aristizábal, el ‘Cachaco’, en sus diez años de comerciante de artesanías, se creó una pequeña fama en Tuchín. Su almacén era (y es) el mejor del pueblo. Vendía sin problemas. Hasta la mañana del 17 de enero de 2013, cuando 20 guardias indígenas zenúes irrumpieron en su local y le confiscaron 130 de los 516 sombreros chinos que hallaron en este poblado y en San Andrés de Sotavento. Dos semanas atrás había estallado el escándalo de que en el país, desde hacía un año, se comercializaba una vulgar imitación del vueltiao sinuano. Aristizábal no se opuso. Sabía que ese momento llegaría (pero no tan pronto) y se lo hizo saber a los periodistas de todo el país que lo habían asediado durante una semana. Así que cuando vio el tumulto de guardias escoltados por ocho policías y una romería de curiosos que se apostaron a lado y lado de la calle, supo que había perdido la inversión de hacía unos días. El ‘Cachaco’ apenas lo sospecha, pero en Tuchín creen que hace un año trajo al pueblo una tragedia, una que vieron crecer sin declarar una palabra en su contra. Así es la naturaleza del indígena zenú: perspicaz, y antes que cargar con un conflicto declarado, prefiere el silencio. Hasta hace unas semanas, cuando luego de una reunión tardía de líderes de los cabildos con el Cacique Mayor, Eder Espitia Estrada, y el alcalde, Eligio Antonio Pestana, decidieron barrer con todos los sombreros impostores: la prenda que estaba haciendo tambalear su economía, además de burlarse de una tradición milenaria. Los artesanos leales a su cultura veían cómo acudían comerciantes de Córdoba, Sucre y Antioquia donde el ‘Cachaco’, para surtirse del polémico sombrero. No importaba si era temporada alta o no, en las playas de Coveñas, así como en las de San Bernardo del Viento y Arboletes, la prenda farsante se ofrecía como legítima. Elkin vendía el sombrero al por mayor a 6 y 5 mil pesos. En las playas, este valor se triplicaba. Y esto a pesar de que el ministro de Comercio, Industria y Turismo, Sergio DíazGranados, había prohibido el 11 de enero su comercialización tras la ola de reclamos que le llegó al revelarse la noticia de que al país estaba entrando un sombrero de origen chino, de estéril fibra sintética, que imitaba un símbolo nacional. Lo peor es que sigue una duda sin resolver: ¿Por qué ingresaron al país casi un millón de imitaciones si existen leyes que protegen el vueltiao? Aristizábal, en temporada baja, afirma él, vendía unos 200 sombreros chinos y unos 400 originales quincenalmente. En diciembre de 2012, vendió más de 700 chiviados y la misma cantidad de legítimos. Por esto, Aristizábal tenía dividida a la comunidad: la rentabilidad de la prenda impostora era tan buena, que una gran parte de artesanos del mismo Tuchín, cuyas ventas se estaban yendo al piso, no vieron otra alternativa que surtirse de la prenda farsante.

“Chinos jodidos”

El maestro en tejido, Medardo de Jesús Suárez, tiene 74 años y ha viajado, entre otros países, por España, Alemania, Italia, Japón y Rusia promocionando el vueltiao. De hecho, le confeccionó uno a Bill Clinton. En los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, le pidieron 600 sombreros y se disparó su fama, y la de su resguardo indígena

No. 63 Febrero de 2013

Tuchín, conformado por 63 cabildos, unos 36 mil habitantes. El 80 por ciento de las familias subsiste de las artesanías: sombreros, pulseras, collares, anillos, pendientes, carteras, cestas… Todo lo que se pueda tejer con caña flecha. En 2004, el vueltiao fue elevado a Símbolo Nacional por el Congreso de la República. Entonces, el casco urbano de Tuchín era lo que es ahora: un par de calles (donde abundan los puestos de fritos, las cantinas y los juegos de azar), que se encuentran en la iglesia La Inmaculada Concepción, una estructura en cal donde caben doscientos feligreses, con un campanario mudo. No hay alcantarillado y el agua llega día por medio. “Eran buenos tiempos, todos estábamos vendiendo –dice pensativo Medardo–, ahora, al abandono en que nos tiene el Gobierno, se suma que nos metieron el chino”. Y no es para menos. Entre el 4 y el 7 de enero se realizó allí el XVII Festival de la Artesanía y el Sombrero Fino Vueltiao, toda una expectativa: todo un fracaso. Marcial Montalvo Solano, organizador del evento y presidente de Fundarte, organización que agremia a los artesanos, afirma que esto se debió a la falta de atención del Estado, y de los dirigentes del departamento que se jactan de decir que buscan recursos para el progreso y la cultura. El alcalde de Tuchín, Eligio Antonio Pestana, puso un poco de dinero. El Festival pasó desapercibido, como el año pasado y el antepasado. Al final, los 38 artesanos expositores no alcanzaron a vender la mitad de su mercancía. Todo volvió a los sacos. Los clientes potenciales no aparecieron. Según Medardo, si los chinos hubieran logrado imitar las ‘pintas’ de la copa del sombrero, las figuras que caracterizan, (digamos, el 21, es decir, cuyo tejido se realiza con 21 pares de fibras), “nos hubieran arruinado. ¡Ah, chinos jodidos!”. Tradición manchada de sangre El vueltiao cobró más fama de la que ya tenía por Miguel el ‘Happy’ Lora, el boxeador monteriano que colmó de gloria el deporte nacional al ser Campeón Mundial en la categoría Gallo del Consejo Mundial de Boxeo, entre 1985 y 1988. El ‘Happy’ llegaba al cuadrilátero con su vueltiao y tras la victoria, en hombros, lo primero que hacía era calárselo de nuevo. El vueltiao no fue solo, entonces, típico de la sabana cordobesa y sucreña. De la protección contra el plomizo sol del Caribe pasó a convertirse en una identidad nacional. Entonces dejó de ser para ‘corronchos’, como le dicen despectivamente a la gente del campo. De los indígenas, el sombrero pasó a ser utilizado por los políticos y hacendados: llevarlo era estamparse una identidad.


21 En 2004, cuando el vueltiao se convirtió en símbolo nacional por disposición del Congreso de la República, Tuchín prometía amplias perspectivas. Se terminó de convertir en un centro del comercio. Hasta los hijos del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, aprovecharon la fama: se surtían allí y vendían en las grandes urbes. Las ventas del vueltiao se incrementaron en un 200 por ciento; un artesano, yéndole mal, vendía 20 millones de pesos en un mes. Se abrieron almacenes en toda Colombia. El 21 se vendía hasta en 200 mil pesos, y en Cartagena o Bogotá este precio se duplicaba, en el extranjero ni se diga. Diseñadores incluyeron en su ropa la caña flecha. Por un par de años todo fue prosperidad. Por segunda vez, los Zenú, en los últimos 20 años, eran el centro de atención nacional. La primera vez fue en los noventa: años crudos, violentos. El más sangriento, 1996, dejó 13 indígenas acribillados, entre ellos a candidatos al Senado, aspirantes a la Alcaldía, líderes y caciques. A mediados de los noventa, por fin, se señaló como culpable de esta persecución a los terratenientes, quienes se habían estado apoderando de las tierras desde hacía 100 años. Y ahora, ante el reclamo de los indígenas por el territorio que ancestralmente les pertenece, comenzaron a utilizar la fuerza, la intimidación, la muerte. El entonces senador indígena, Gabríel Muyuy, le pidió al presidente Ernesto Samper que hiciera algo. Nada se hizo. La estrategia de unos pocos para apoderarse de la tierra era simple: financiaban a los indígenas en sus cultivos de maíz, yuca, ñame y plátano. Si la cosecha no pelechaba, el prestamista, poco a poco y con engaños, iba embargando las tierras, y las hacía suyas con complicidad de los notarios. De 87 mil hectáreas que les concedió la Corona española en el siglo XVIII, para mediados del XX éstas se habían reducido a menos de la mitad. El reclamo de los indígenas, afirma el investigador Roger Serpa Espinosa, quien lleva más de 30 años estudiando el tema, comenzó a darse en los setenta, pero finalmente reventó en los noventa el deseo de reclamar lo usurpado. “La falta de tierras –afirma Serpa- está relacionado con la decadencia de esta cultura así como de su subsistencia. Los zenúes advierten eso y comienzan su pelea”. Y con la lucha, llegaron los genocidios. Uno de los más recordados fue el del Cacique Mayor, Héctor Aquiles Malo Vergara, quien murió baleado junto a tres de sus compañeros. La sentencia de muerte, dos semanas antes, le llegó escrita en un papelito metido en una caja de fósforos: “Cuídate que te vamos a quemar”. Rodaba 1994. A la expectativa Hoy la historia es otra. Elkin Aristizábal estaba bien enterado del escándalo del sombrero impostor pero no hacía nada: “Sé que estaba perjudicando a los artesanos, pero hay que ver que hasta ellos mismos me compraban”, afirmó. ¿Dónde estaban las autoridades? ¿Por qué el Cabildo no actuó a tiempo? El artesano y líder Marcial Montalvo Solano dice que es verdad que hay una desunión entre los tuchineros, entre el pueblo Zenú, y ante la progresiva mala venta de sus artesanías, cada quien quiere hacer negocios por su cuenta. Sobre otros comerciantes recae una culpa más: haber introducido el peróxido de hidrógeno, un ácido barato e inodoro, que los artesanos comenzaron a utilizar para acelerar el blanqueamiento de la hoja de caña flecha antes de ser tejida. Esta labor se realizaba con caña agria, zumo de naranja o limón. Según el maestro Medardo de Jesús Suárez, solo hasta hoy se ven las consecuencias: a los artesanos se les están pelando las manos y la frente, y otros pocos están perdiendo el cabello, y peor aún, la

Precios: De acuerdo con el número de pares de fibra que conforman las trenzas, los sombreros vueltiaos pueden ser: un quinciano (el más barato y comercial), un diecinueve (120 mil pesos), un 21 (250 mil pesos), un 23 (350 mil pesos), un 27 (550 mil pesos), un 29 (700 mil pesos) y un 31 (puede alcanzar hasta 2 millones de pesos). Entre mayor sea el número de pares, más fino es el sombrero y más demorada su elaboración.

vista. La fibra que pasó por este líquido hoy se está resquebrajando y los sombreros parecen galletas de soda. A este hecho se suma uno más escandaloso: se rumora incluso en el mercado, en las cantinas, al pie de la iglesia, que la fibra sintética de origen chino ya entró al pueblo, e indígenas, ante su delicada situación, están armando con ella. Quienes hacen esto viven en veredas apartadas y al mando de una especie de mafia que nadie se atreve a denunciar, y que no se sabe si terminará tras la medida de confiscar los sombreros impostores. “Pa’ saber qu’el chino no solo es desechable, sino que da dolor de cabeza, pesadillas y oscurece la mirada, así lo utilices unos días como lo hacen los del interior”, asegura Tranquilino Sánchez, un comerciante de artesanías tuchinero con 15 años en el negocio. Y con todo esto, en el pasado va quedando también la tradición de que todos los miembros de un núcleo familiar indígena, desde la madrugada, se reúnan a elaborar el vueltiao: los niños que tejen, la madre que arma, el padre que cose. Lo afirman Medardo de Jesús Suárez y Marcial Montalvo Solano, quienes llevan 50 años perfeccionando este arte. Incluso esa bella costumbre de que una indígena le elabore un vueltiao a su amado para declararle su amor eterno, parece cosa de fábula. Lo cierto es que el vueltiao encierra una paradoja: la prenda, extrañamente, a pesar de su sólida fama, en las calles de Tuchín (y los pueblos productores del sombrero) se abarata de forma alarmante. Y ahora con la aparición del chino y la baja en ventas del legítimo, todo parece indicar que la economía de 56 mil familias indígenas en Córdoba y Sucre (donde abarca también el Cabildo) es incierta. ¿Qué está pasando? Es la pregunta que se repiten los sinuanos. Por ahora, Mincomercio, en cabeza de Sergio Díaz-Granados, anunció que emprenderá todo lo que esté a su alcance para devolverle al legítimo, y en general a toda la artesanía del pueblo Zenú, su identidad, su potencial frente al mercado. No solo es Tuchín: San Andrés de Sotavento, San Antonio de Palmito, Chimá, Purísima, Momil, San Onofre, Sampués (Sucre), también son pueblos que necesitan el impulso que promete el Gobierno. Y el chino sigue siendo perseguido; en Barranquilla confiscaron 800 sombreros ilegítimos listos para ser comercializados en el Carnaval. “Somos optimistas con lo que se viene. Solo tenemos que estar más unidos, actuar más rápido”, dice Medardo de Jesús con humor. Y añade: “Esos chinos por poco nos quitan la teta”.

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22 Divergencia

El Centro (adentro) Un recorrido nocturno por el Centro de Medellín, con la conciencia alterada por un cuarto de papel impregnado de LSD, da como resultado esta crónica, un acercamiento al periodismo Gonzo. Julio C. Londoño A jcmtv13@gmail.com

Estefanía Henao Arboleda estefaniahenao.a2@gmail.com

«Para Ramón Pineda, por invitarnos a caminar la ciudad»

E

n el Aguadas todo era un estado de ánimo, a diferencia de ahora, en Las Conejitas, donde el oxígeno es tan poco y la humedad tanta, que hasta los pensamientos se tornan pegajosos. Las chicas tienen que acercarse a las esquinas, les gustan los túneles de la madriguera que echan aire frío, los ductos del aire acondicionado. Pareciera que tomaran una ducha entre canción y canción, el aire se escurre por el cuello, el canalillo de los senos, y de ahí para abajo ya entra en el cauce. Las conejitas saltan de mesa en mesa después de cada show. Los clientes, hasta entonces estáticos, dan señales de vida al meter sus manos en los bolsillos para alcanzar los billetes de recompensa. Santanderes y Gaitanes se hunden entre bragas y tetas. “¡Qué viva el Partido Liberal!”, grita Jorge Eliécer, como gritaban los hinchados corazones al escuchar sus discursos en plena Plaza de Cisneros. Qué se iba a imaginar el caudillo que volvería años después, lo que es el destino, a visitar estas mismas calles. Esta vez impreso en un billete y guarecido en la entrepierna de alguna puta.

Flashback

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Teníamos la boca ácida, ácidos los ojos y los oídos. La música nos palpitaba en las puntas de los dedos. Cada extremidad era una orquestica, no podíamos contener el temblor bajo la piel. La realidad vibraba.

La noche comenzó en la esquina contraria de la calle Carabobo, en la que se forma con San Juan. Precisamente en el bar Aguadas, sobre el que se alzan los despojos de lo que fue el Hotel Olympia. En el cuarto piso del hotel vivía Ana Clara, “Ana Clara Valderrama del Valle, ¡con semejante apellido! Ana del Valle... ¡Más bonito con las lágrimas!”; la puta que muere de soledad y de hastío en el cuento de Oscar Castro García: Sola en esta nube. La nube que envolvió la Plaza de Cisneros y sus alrededores, y en la que Ana Clarita bendita, moriría asfixiada, en el cuarto piso del Olympia. En el Aguadas, el sonido de las monedas resbalando por las gargantas de los traganíqueles era aplastante e invadía todo el sitio. Las mesas estaban cercadas por máquinas de metal que no paraban de digerir y expulsar pesos. En el fondo del bar, separado de las mesas por balaustres, tacos de billar chocaban contra bolas de colores, como si rasgaran la tela verde que cubría las mesas. Una batalla en la que llevábamos las de perder, rodeados por todos los flancos, hasta que apareció una mesera que nos sacó de la ensoñación quijotesca. Fue llegando como por partes: primero sus labios pronunciados en una mueca sensual preguntaron qué queríamos tomar, luego sus ojos maquillados nos inquirieron uno a uno “¿Pilsen o Águila?”. La blusita azul marino y las ondas del cabello largo y crespo se alejaron en dirección a la barra, en un meneo de cola de pez, de nereida. Dos ancianos que precedían nuestra mesa nos miraban como queriendo devenir en nosotros, volver a habitar ese lugar pero con nuestra edad. Uno de ellos se acercó y nos preguntó si llevábamos una cámara, que de él tenerla nos habría sacado una foto para la posteridad. “No olviden estos momentos. Hay que guardarlos en la memoria para cuando se está viejo”, insistió en ello. Con una cámara invisible entre las manos, obturó en el aire; los residuos del licor anisado revelaron la imagen en su cabeza. Luego se fueron, en dirección a la estación del antiguo Ferrocarril de Antioquia, donde se encuentra ahora la estatua de su ingeniero, don Francisco Javier Cisneros. Unos

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minutos después abandonamos el Aguadas, el blanco edificio de ventanas censuradas por el hollín de los carros y el alma de Ana Clara recluida en el cuarto piso. Comenzamos la deriva entre los edificios Carré y el Vásquez.

Por qué Cisneros cruzó San Juan

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Entre los edificios se formó un túnel del tiempo, nuestras mentes resbalaron por él, nuestros cuerpos nos anclaron al presente. Al fondo encontramos un gran bosque anacrónico, de árboles rígidos y luminosos, sin ningún fruto.

A Cisneros lo sacó del centro de la Plaza, donde estaba originalmente, el abandono y los incendios del primer gran mercado de Medellín. Esas tierras donde más de un siglo después se construiría la Biblioteca EPM y el Parque de las Luces, pertenecieron a Carlos Coriolano Amador, quien encomendó la construcción de lo que en un principio se conocería como el Mercado Cubierto de Flores, obra del arquitecto francés Charles Émile Carré. El Mercado, terminado en 1894, había sido el lugar de comercio de los campesinos que arribaban a Medellín, traídos por el Ferrocarril. Un año antes, el mismísimo Amador había vendido una parte de la Plaza a Eduardo Vásquez Jaramillo, quien antojado por la obra de Carré y aprovechando su corta visita, le encomendó igualmente la construcción de los dos únicos edificios que sobreviven de la antigua Plaza: el Carré y el Vásquez. Por esos años moría en New York el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros, uno de los genios responsables del Ferrocarril de Antioquia; el Gobierno del departamento decidió bautizar la plaza en su memoria. A sólo un año de inaugurado, el Mercadito de Flores comenzó a echar vapores y hollín, y las afueras de la Plaza se fueron llenando de tiendas y cocinas improvisadas por los que no alcanzaron a hacerse a un lugar adentro. Desde entonces, las afueras del mercado se conocerían como El Pedrero, un rebujo que terminó por ahumarle las fachadas al señor Vásquez, y por incinerar las esperanzas de la élite antioqueña. En 1919, el señor Amador le cedió finalmente el edificio del Mercado al municipio de Medellín. El señor Vásquez, muy afectado por la crisis económica mundial, también hizo lo suyo: vendió los dos edificios en 1925 que, a la postre, se le habían llenado de humitos, putas, tahúres y otras alimañas de la misma calaña. La estatua de Cisneros llegó también por esos días al centro de la Plaza. Guayaquil se llamó entonces, y se llenó de Jairos cuchilleros, de tango y más putas, al estilo de Mejía Vallejo. Hasta que nuevamente las élites de la ciudad se acordaron de ellos, y el humito de la Plaza se volvió incendio el 7 de abril de 1968. Cisneros salió corriendo a guarecerse en los aposentos del Museo de Antioquia, hasta que se dignó cruzar la avenida San Juan, que venía ensanchándose por esos días, y más de una década después pudo descansar junto a la principal estación del Ferrocarril de Antioquia. Desplazado Cisneros, Medellín limpió y llenó de guaduas y cemento el terreno, con una obra -a medias- del escultor Luis Fernando Peláez, que si bien nada decía de la historia del sector, ni era un homenaje al ingeniero cubano padre del Ferrocarril de Antioquia; caló muy bien en la lógica de la Medellín moderna, la que tumba lo viejo porque no le sirve ni para recordar. Parados en medio de la Plaza, cuyas guaduas han ido desapareciendo para reaparecer en forma de casas en otros lados de la ciudad, podíamos percibir en las esquinas uno que otro muro que Medellín olvidó limpiar, por fortuna. Sobre todo, las fachadas de la calle Amador, La Alhambra y Cundinamarca. Además de las estalagmitas luminosas de la nueva Plaza, la música de los bares de Cundinamarca nos devolvía al


23 momento histórico sobre el que caminábamos esa noche. En vez de Gardel, la Sonora Matancera o Julio Jaramillo escuchábamos Dread Mar-I. Los cuchilleros cambiaron boinas por gorras, pipas por porros y las casas de citas se volvieron inquilinatos.

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Bilocaciones

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Cuando logramos meter la cabeza nuevamente en la burbuja de la realidad, nuestros ojos instalaron un filtro que la ma-

tizaba, pintándola en tonos sepia.

Camino al Salón Málaga, subiendo por Maturín y entrando por el viaducto a la estación San Antonio, los sonidos rebotaban: murmullos, carraspeos, estornudos, pasos… En el centro de los remolinos de edificios parecía dibujarse a nuestro alrededor un círculo que indicaba: ‘ustedes están aquí’. Y en el aquí éramos el fondo de una muñeca rusa, y más adentro un corazón que palpitaba de terror por la incertidumbre que emanaban las esquinas. Un poco menos adentro, los caparazones de piel sudaban nuestro horror, como aquellas esquinas. Más afuera las calles que nos contenían, con maniquíes que vigilaban desde las grandes vitrinas. Cada giro aguardaba una sospecha, y lo que dejábamos atrás, un posible peligro, algo que nos seguía sin saber muy bien si estaba allí o en nuestras mentes. Uno que otro transeúnte junto a nosotros, vagaba sólo, lo más alejado posible. Todos seguíamos nuestra propia ruta, sin querer perturbar el estado de las cosas, sin querer despertar a los huéspedes que dormían sobre las aceras. Perfectamente podríamos estar atravesando su sala, comedor o baño; una especie de división imaginaria que recordara los sutiles trazos del plano de una casa, como en Dogville (2003) de Lars von Trier. Al entrar al Málaga sufrimos una especie de bilocación, multiplicada 506 veces, 506 cuadros que nos miraban desde las paredes, y un Gardel de tamaño real junto a la mesa, mudo. Cada fotografía era una posible vida, una posible anécdota. En segundos envejecimos años, mimetizados con el ambiente. Cantantes, actrices y escenarios, que funcionaban a manera de espejo, nos transportaban a cada momento. La risa era incontenible y se aventaba desde adentro, multiplicando su fuerza mientras salía por la boca. Ya afuera, cada rincón la amplificaba. Éramos una bola de risa que rodaba, haciendo eco por distintos tiempos. En ese instante, alguien preguntó por la hora y, como el conejo de Alicia, pensamos: “¡Válgame mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo!”. Salimos como siguiéndolo, escoltados por un carro de basura, un monstruo hediondo y verde que olía a moho.

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Éramos conscientes de cada órgano de nuestros cuerpos. Desconocíamos la palabra agotamiento. La energía contenida nos salía por los ojos, iluminando hasta el rincón más vedado

Un gran portal

Logramos escabullirnos por una vertiente de Junín, una callecita estrecha junto al Pasaje La Bolsa, un atajo que desemboca en mitad de la calle Boyacá, entre Junín y Palacé. Por suerte, el tiempo se había aburrido de jugar con nosotros, porque de haber estado allí en 1968 habríamos sido testigos del famoso ‘crimen de Posadita’. Algunos restos de Anita Agudelo habrían pasado sobre nuestras cabezas, arrojados desde el último piso del edificio Fabricato, hasta llegar al techo de la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria. El centro tiene historias hasta en el aire. El cauce de Boyacá nos arrojó a la corriente de Palacé hasta sacarnos a la orilla donde la avenida La Playa se convierte en la Primero de Mayo, donde se ubicaba el desaparecido bar subterráneo 20 de Julio, que se convirtió en un parqueadero de motos. En aquel cruce, al final de La Playa, se encuentran encalladas las cuatro esquinas más viejas de Medellín. Los cuatro edificios que las forman tienen más de 50 años: el Portacomidas que lo integran dos edificios fundidos en uno (Álvarez Santamaría y Cárdenas), el de la Naviera o edificio Antioquia, el hotel El Continental y el edificio Palacé. Este último se mimetiza con el Constaín, la primera casa de dos pisos que tuvo Medellín. La Naviera y el Portacomidas son los marcos de un gran portal urbano, que antecede la sala de la plaza de Botero. Amoniaco y grajo emanan de los paraderos de buses, las paredes y sus ventanas, en un coctel que hay que beber mientras en el bar La Tusa se escucha: “chupemos guaro al piso, parceros, que así es que uno se entretiene. Después nos vamos pa’onde las putas…, pa’onde las putas patas, compita, nos lleven”. Y allá nos llevaron…

La madriguera

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Por las pupilas dilatadas las luces llegan a las lenguas. Las saboreamos: efervescentes, rojas y calientes. Bajan por las gargantas y estallan en los estómagos.

Quisimos adentrarnos más aún en la matrioska. Se escuchó un grito, espantado por la sombra de una rata, que nos estalló los tímpanos. Caminamos entre cuerpos de bronce, voluptuosos y desnudos, fríos y quietos frente al Museo de Antioquia. Finalmente, descendimos por el túnel de la gran madriguera, hacia el reino de las conejas, en busca de unos más cálidos. Así fue como terminamos aquí, en la otra esquina de Carabobo. Cuando terminamos de descender, unos campanazos anuncian nuestra llegada a la merienda de locos. Unas manos sueltas palpan la calidad de nuestras nalgas y pe-

chos, mientras alguien cerca al oído te dice: “¡Usted con esa cara de virgen y a mí como me gusta desvirgar culicagados!”. La sinestesia que impone el lugar es ineludible. Las luces rojas y rosadas cambian hasta el sabor amargo de la cerveza. Cada objeto que señalan es tan relevante, que es imposible fijarse en alguno por mucho tiempo: un beso robado, un choque de botellas, las palabras: “I forget myself, I want you to remind me”, lamidas con perfecta dicción por una boquita volando por todos lados. Es un territorio de chicas donde los hombres que meten el hocico no pasan de ser simples extras. Todo está puesto en escena, cada movimiento noche a noche aprendido. Lo que no pierde vigencia es la cara de estrellitas ochenteras de las muchachas cuando se toman la plataforma para ellas solas, rodeadas por meras sombras, meras impresiones de lo que podrían ser hombres o lobos al acecho. El lugar más estrecho y profundo de la madriguera son los baños. Frente al espejo, una chica raspa con su llave una bolsa con polvo blanco que se lleva a la nariz, ansiosa, batiendo el récord de un gramo inhalado en el menor tiempo posible. “Y me miro en el espejo despacito, me analizo y me enfado otra vez conmigo”, pensaría quizá en esa canción. En ese momento, es la más poderosa del mundo. El único testigo, el espejo. El baño está diseñado para estas contorsionistas, hay que abrirse muy bien de piernas para poder cerrar la puerta, sostenerla con una mano y que ella te sostenga elevada del inodoro, para no mojarse los muslos. Si lo logras, evita abrir la puerta con la emoción del triunfo, podrías golpear a Candela, la coneja más hermosa. Si la fortuna no te acompaña, ella te dirá: “Freeescaaa…, yo no soy pelionera”, ¡choque esos cinco!

Fuego alto de medianoche

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Girábamos las cabezas como gatos o búhos, curiosos de cada cosa. Al ritmo de la música el entorno se estiraba y se encogía, y nosotros con él.

En la parte más alta del bar, el V.I.P. improvisado, se lo reserva un grupo de pequeños capos de barrio. Pero en definitiva, el show de ‘La Diabla’ se ve mejor desde las tierras bajas, alrededor de la plataforma, en el centro del bar. Antes de entrar en escena, ya nos había ofrecido un show privado, con acceso a las fotos de su Blackberry, sus pequeñas tetas en la ducha y su imponente clítoris. Al ritmo de Rammstein y Metallica, se desplaza por la plataforma con sus piernas abiertas, en un spagat perfecto. Se escurre como una serpiente mientras mueve violentamente su cabellera. Se dirige al norte para robarse un trago, se pone en pie y coge impulso hacia el sur, se avienta y hace una pirueta en el tubo. Suenan los campanazos nuevamente, cuando entran seis policías y se paran frente a la plataforma. “¡Mi teniente primera, salve usted la patria!!”, diría Ana Clara, la del Olympia. La Diabla roba unos hielos y unas rodajas de naranja. Vuelve al centro, se frota los hielos, se exprime las naranjas en las tetas. El jugo le escurre. Preparado el coctel, se lo ofrece a uno de los clientes, lo atraganta con su vagina, haciéndole una llave con las piernas alrededor del cuello. “¡Chupe mijo, que eso engorda!”, se escucha por los altavoces del bar. La Diabla se apaga con una jarra de agua helada, se ducha delante de todos dejando la hoguera encendida.

Fin de fiesta

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Cambiamos colores por rostros. Volvimos del detalle al panorama: la mirada ya no era focalizada, escuchábamos tan sólo el sonido ambiente.

La última esquina de la noche nos esperaba en Bolivia con Palacé, el sector de Barbacoas parte baja. En el bar Raza, un grupo de travestis esperaba clientes. Caminaban junto a nosotros, cada bando analizaba al otro, los olía y seguía en lo suyo. Allí, los movimientos son sutiles pero certeros. Se escucha un piropo en el aire, “papi, ¿pa’ dónde va esta noche?”. Camionetas recogen y descargan travestis. Cuerpos voluptuosos, volubles, voluminosos, otros flácidos, flacos y flojos. Tacones y pelos largos, uñas y garras, sombra en los ojos para ocultar algo, y brillo en los labios para suavizar voces. El posible cliente se ha tomado su tiempo para meditarlo. ¿Dónde iré esta noche? Y cuando intenta averiguar la hora, un bolsillo vacío. Recuerda entonces las manos que se aventaran sobre su pantalón, rozándole el pene; el piropo despistando su mente por el oído, mientras delicadamente los dedos se introducían por el bolsillo, tres segundos de gracia… le extraen el celular al pobre. Mira a lado y lado de la calle, en busca de la audaz delincuente. Recuerda haberla visto entrar al bar de al lado, un hervidero de hormonas, drogas, licor, maquillaje, donde hasta el aire que alcanza a escapar corta. Intenta entrar, pero lo detienen con una advertencia: “¿Estás loco? ¿Contra quién te vas a enfrentar? Si vos entrás a ese lugar no salimos vivos”. El hombre que intentaba detenerlo nos mira, como buscando aprobación, dándonos la última lección de la noche: “Nadie puede contra la fuerza de un hombre y la histeria de una mujer en un solo cuerpo” El sabor amargo del ácido se disipó de la boca, dejando tan sólo el del cigarrillo. La mente recobró su ritmo habitual. Los músculos perdían energía y se rebelaban, fatigados.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


24 Resiliencia

Vivir y subsistir en el Río Medellín

Paul Pineda Pérez pauldior@hotmail.com

C

olchones, muebles, carros de bebés, basuras, animales en descomposición escoltados por un escuadrón de aves de carroña, son parte del paisaje del Río Medellín y sus quebradas. Río que es desagüe y fuente para uso doméstico.

Es un basurero, a pesar de los esfuerzos por recuperarlo. No ha sido posible hacerlo otra vez navegable, como algún día lo prometió un político en su afán de hacerse elegir. Aunque es un foco de enfermedades, muchas familias dependen económicamente del Río. Esas aguas putrefactas sirven de albergue para indigentes y de vecindario para quienes sin una vivienda, se acercan al susurro del agua maloliente.


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