Revista Niram Art Nº 9 - 2010

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BARUCH ELRON ha existido para estar a nuestro alcance inmediato. La vida le ayudó a darse cuenta de que el orden natural de las cosas es una provocación para el descubrimiento de lo contrario, dando a luz el concepto del “desorden natural de las cosas”. El color de Baruch Elron se puede leer como una declaración de los derechos del espectador. Inviste a éste con el poder de legalizar las asociaciones bárbaras de los colores fuertes, crudos, violentos, sosegados, sólo por el movimiento de las líneas hacia la voluptuosidad de las formas y la asociación de lo real con lo fantástico. Manos volantes, botellas con senos, peras con bikinis, el huevo en forma de bala…etc. El mundo de Baruch Elron no es nuestro mundo. De hecho, él reúne en un solo mundo todos los mundos posibles y, sobre todo, los imposibles. La imaginación en semejante aventura de la forma y del color es realmente la respiración que nos mantiene con vida. Baruch Elron no mira fuera de sí mismo para pintar lo que ve, él tiene aquella fuerza increíble de encerrar en su mente todo lo que existe en el mundo, para crear mundos paralelos, mundos dedicados no sólo a las formas, sino, sobre todo, a las vivencias. Así, los arboles tienen piernas y tratan de hacer visible el viento que los mueve en pasos de danza o participan en las escenas eróticas de la Naturaleza, metamorfoseados en jóvenes mujeres y hombres ansiosos por

MÁS VIVA, MÁS CARNAL, MÁS ONDEANTE

amar; los instrumentos ganan vida, ofreciendo al espectador la imagen de la palma con alas y de la pierna con mano, tocando una pieza musical al violoncelo, o la imagen de un trombón con alas del que sale una mano que escribe su partitura. Podemos admirar una fila de trompetas que andan sobre dedos que brotan de la misma, mientras que de sus orificios sale un humo de horno, motivándose, de este modo, el movimiento. Esta pintura es única, tal y como Baruch Elron sólo ha existido una vez, para siempre.

ADI CRISTI En todas las partes encontraremos peces, escondidos entre las ramas de los árboles o llevados colgando de algún collar por mujeres voluptuosas, con los senos tan libres como las hojas sorprendidas en caídas inevitables. Igualmente, las velas se convierten en un tema atentamente estudiado. Ellas llevan los rostros de los ancianos, para los que la descomposición se vuelve natural a medida que la llama derrite la cera en estratos, sugiriendo el pelo blanco o amarilleado por la edad o los dedos con nódulos que pueden ser utilizados igualmente como pies para un cuerpo doblado. Peces, relojes, flores, clepsidras, huevos, mujeres, pájaros, árboles, instrumentos musicales, escenas bíblicas contadas con los medios del siglo XX, un ojo con pico, pies con alas, manos con alas, velas fumigantes en carcasas de huevos quebrados, cisnes apareándose… en un visible baile erótico con la mujer de sus sueños… son los ladrillos con que Baruch Elron construye su mundo, un mundo que nos ofrece como refugio, como una nueva oportunidad de escapar de lo que no nos gusta, de lo que no deseamos que acontezca. Baruch Elron, mediante sus motivos, intenta y consigue dominar una serie de

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