Zestoari gorazarre

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Maixua

Mi recuerdo y mi plegaria Cestona ha perdido autenticidad. Cestona se ha hecho grande, mayor, a costa de su señorial encanto, a costa de su enorme sentido euskaldun. A Cestona le ha ocurrido lo que viene sucediendo a ese niño que pasa de la infancia a la pubertad. Sus detalles humanos pierden encanto, desaparece el candor infantil y aparecen rasgos más bruscos, carentes de belleza y pudor. Cuando de vez en cuando vuelvo a Cestona, con ilusión siempre y siempre con alegría, apenas si me separo de los que yo vi y viví en mis años niños porque quiero saturarme de recuerdos, porque soy ambicioso en la nostalgia. Y para mí Cestona es y será siempre aquel encantador estuche que guarda mis andaduras y las de los que a mi lado vivieron. Y como un monje que recorre el claustro de su convento en meditación profunda, paseo por las adoquinadas calles que siguen rezumando un religioso concepto ya que son esa clausura de mis recuerdos. Calles que son un refectorio místico porque todas ellas, además, exhiben placas con acento religioso, con reciedumbre celestial: Natividad, Santa Cruz, Corazón de Jesús, San José, Iglesia... Como sala capitular de este mundo entrañable la plaza rectangular, hecha de piedra, fachada en canto saliente, cuadrícula con santa y pétrea paciencia. Plaza en la que se bailó el aurresku, vibró el alkate soi ñua, rimaron los bertsolaris, se corrió el zezen zuzko, finalizaba la zahagi dantza y esperaban los hombres de


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