Mnemósyne nº 13-17 - 2010-2014

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MNEMÓSYNE DIGITAL REVISTA DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DEL CUENTO

NÚMEROS 13-17

DICIEMBRE 2010-2014

LOS SILOS


SUMARIO Nota previa Presentación

ESTUDIOS Y REFLEXIONES Rosalía Arteaga Serrano Escribir es un placer… es un dolor Andrés Novoa Las hadas no regalan besos (oralidad y pedagogía) Marc Laberge Recit de vie

COMENTARIOS (CURSOS ULL) Ana Aragonés Andreu Crónica de una emoción en dos actos Matilde Perera González Desde la negación al disfrute: (tal como fue)

EXPERIENCIAS Juan Gamba El mimo que narraba historias Matilde Perera González, Fernando Viale Acosta, Ricardo Richter Carrillo Trábate a la lectura: trabajo en animación a la lectura de la biblioteca pública municipal «Tomás de Iriarte» de El Puerto de la Cruz

CREACIÓN Juan Ferrera Gil Mi suegro Juan Jesús Pérez García Cómo aman los fantasmas Nelson Darío Calderón Jiménez La iguana / Ñeros E. Rguez. Abad Ella

ENTREVISTAS Efrén Cruz González, Roberto Galván Marichal, Joel Josué González Martín, Miguel Hernández Alayón, Joel Rodríguez de la Rosa Entrevista a Rosalía Arteaga Serrano / Entrevista a Remi


NOTA PREVIA

Mnemósyne es una revista de divulgación centrada en el género del cuento y de la narración oral. Surgió al amparo del Festival Internacional del Cuento de Los Silos y de los Cursos de Invierno que organizan el Ayuntamiento de Los Silos y el Vicerrectorado de Extensión Universitaria de la Universidad de La Laguna. De periodicidad anual, inició su andadura en el año 1998 y se publicó ininterrumpidamente en papel hasta el año 2009. Desde el año 2010 hasta el 2014 su publicación se interrumpió por motivos de financiación y distribución. Su Consejo de Redacción ha decidido continuar su edición en formato digital, por lo que, con el fin de mantener la continuidad cronológica y numérica, hemos optado por configurar un número especial de transición que corresponda a esos años (números 13, 14, 15, 16 y 17). Se mantiene la estructura original con las mismas secciones:  Artículos científicos que aborden aspectos concretos de la narración oral.  Artículos didácticos que recojan cuestiones relativas a la utilización del cuento como recurso didáctico en las aulas.  Entrevistas a personalidades destacadas que hayan participado en el Festival o estén vinculadas al mundo de la oralidad.  Reseñas de publicaciones relacionadas con el cuento y la narración oral.  Aportaciones creativas de relatos de autores reconocidos y noveles.  Ilustraciones de artistas de reconocido prestigio. El Consejo de Redacción está compuesto por profesores de varias universidades y por prestigiosos narradores orales de diversos países. Esta revista es la única en Canarias que aborda de manera monográfica el cuento y de la narración oral, géneros emergentes que necesitan de órganos de difusión e intercambio apropiados. Su importancia en el ámbito cultural de las Islas es incuestionable, como lo demuestra su acogida desde el primer número, las críticas favorables recibidas y la constante petición de números atrasados. La publicación de esta revista constituye, además de ser la plataforma de expresión del Festival y de los Cursos, un foro donde se exponen las distintas tendencias de la narración oral en la actualidad. La Redacción


PRESENTACIÓN

Palabras incrustadas Las rocas están vivas. En ellas crecen yerbajos, pencas espinosas, troncos retorcidos... El verano los hace más visibles. El sol los tiñe de vida y les da la oportunidad de aparentar belleza. Allí, entre la negrura silente, crecen impúdicos trozos de vida. Son como risas locas en medio de un desierto. Así también las palabras crecen en los lugares inusuales, en las mentes secas, en los páramos amordazados... Solo la voz las hace brillar como un sol veraniego. Les da vida, las impregna de sensaciones, de sentimientos... En la voz cabalgan las historias y brillan en lo oscuro. Si enmudecen las rocas, solo queda el silencio. Si los brotes marchitan, la palabra se seca. Canto cuento grito. E. R. A.


ESTUDIOS Y REFLEXIONES ESCRIBIR ES UN PLACER... ES UN DOLOR ROSALÍA ARTEAGA SERRANO

Cuando escribo, cuando imagino que escribo, cuando percibo la magia de las palabras correr por mis venas y trasladarse hacia las puntas de mis dedos que oprimen levemente las teclas de mi computadora, siento esa pasión, esa especie de éxtasis prolongado, esa inquietud que se sacia solamente cuando termino de escribir aquello que me propongo, siento que he cumplido, que puedo respirar tranquila y hasta releer y corregir aquello en lo que he puesto empeño. Limpio el escritorio, deambulo por la casa, parezco una jaguar enjaulada dando vueltas sobre mí misma, arreglo gavetas largamente olvidadas, leo, verifico mi correo electrónico, transito por un montón de temas hasta que me siento, o mejor, a medias recostada sobre mi cama, en medio del silencio de la habitación, empieza el tipeo, con el sonido leve que le acompaña, en medio de la penumbra del amanecer, o en tardes en las que el sol ilumina de costado los ventanales, con esa luz difusa que penetra y se combina con la de la lámpara que enciendo al interior. Después del caos inicial, después de esa inquietud que me ha llevado hasta una especie de insanía temporal, viene el encuentro con las ideas que bullen como burbujas chisporroteantes, como ese caldero de frutas y mieles que explosionan antes de transformarse en los dulces que le dan calor y vida a la casa paterna y que batallan por salir, a veces desordenadas, en ocasiones siguiendo unos lineamientos que ni siquiera yo sabía que habían sido trazados previamente, un recoveco de mi cerebro y que afloran y hasta pugnan por escaparse, a veces organizadamente y otras en un desorden atroz, que luego me lleva un tiempo elaborar. La compulsión por escribir, el sentir que no se es nada, que no se trasciende, que se ha caído en una inopia que nos angustia está probablemente detrás de cada acto de la escritura, de cada sensación de catarsis profunda que me invade al crear buena parte de los escritos literarios y de seguro algunas colaboraciones periodísticas. El primer libro publicado, Horas, fue escrito a lo largo de los años, al inicio como una especie de testimonio en el que afloraron mis estados de ánimo, del crecimiento siempre doloroso de la adolescencia, de las preguntas sin respuesta, de la pasión por la naturaleza, de la belleza implícita en cada brizna de hierba, en cada gota de rocío, en los hálitos percibidos, en los susurros imaginados. Su publicación ocurrió en el suplemento dominical de un diario, hasta que la insistencia de algún amigo, hizo que saliera a la luz en forma de pequeño libro. 

Expresidenta y Vicepresidenta del Ecuador, Exsecretaria General de la OTCA, Miembro del Consejo Editorial de la Enciclopedia Británica, Presidenta Ejecutiva Fundación FIDAL.


«... Tu saber no podrá contenerse en biblioteca alguna, y sabrás el porqué de todo: de la profundidad de los espejos, de la belleza de la piedra que se refleja en una charca, del golpeteo suave de la brisa caliente en nuestras sienes; tus sensaciones también serán más ricas, más auténticas, sabrás el sabor del granizo antes de caer en la tierra, gozarás del fulgor del rayo en toda su plenitud, del rubor de las flores con el primer destello del sol.» (Horas, Editorial Subsecretaría de Cultura, Quito, 1982; y luego editorial Libresa, Quito. 1995.) En Gente, los personajes se fueron construyendo de a poco, basados probablemente en la observación no consciente de cada uno de ellos, pero también la mezcla de sensaciones viene a sazonar cada una de estas ficciones súbitas que aparecen en ese libro de cuentos cortos y que se cocina en una a manera de antesala de la que van brotando los olores, los sabores, la necesidad de narrar las historias condensadas de personajes reales sobre los que se imaginan escenas, angustias, miedos, los amores, pero también las fobias se reflejan en algunos de sus pasajes : «... Odia esos sonidos discordantes, esas moscas zumbadoras que se pasean sobre su cabeza, odia el polvo de sus días de tedio y el que se acumula en su piel, el tiempo que, sin reloj, velozmente, se va llevando su vida inútil, sin sentido: dar un paso aquí y otro allá, mostrar su cara atezada al viento y a las señoras, oír su charla insensata cuando se paran a su lado. Esas tardes calientes y esas mañanas frías van minando su alma; su juventud se va, roncando con estertores de piano achacoso, llorando con lagrimones de oboe, o con los chillidos de la flauta o los delirios de la trompeta.» (Gente, Editorial Municipio de Quito, 1983; segunda edición Edino, Guayaquil, 1996, con bellas ilustraciones de Gonzalo Endara Crow. Una tarea que me impuse fue la de una visión de mi ciudad, Cuenca, la Cuenca ecuatoriana, a través de sus árboles, así nació Árboles de Cuenca, caminé por sus calles, me dediqué a investigar sobre sus especies nativas, pero decidí finalmente hablar de sus más simbólicos árboles, los que ocupaban las plazas importantes, los que se desparramaban por la vera de sus ríos, así, los Capulíes «... Brillan al sol sus hojas y los retoños nuevos y húmedos que brotan de los troncos añosos. Se retuercen sus siluetas en los recodos sonrientes de los ríos, en las pampas soleadas, en los cerros erosionados...» (Árboles de Cuenca, Editorial Ecuador, 1985, Cuenca.) El libro que más ediciones ha tenido, más comentarios ha recibido y también traducciones a otros idiomas, es, sin lugar a dudas, Jerónimo. Sus primeros pasos los dio de la mano de un laboratorio médico, convencido de que los padres de niños especiales deberían leerlo. Recuerdo las lágrimas, la sensación de no querer vivir, el pensar que la vida misma no tenía ningún sentido, después de la muerte de Jerónimo, mi hijo, el pequeño de ojos achinados, de limitaciones y de ternuras, hasta que el torrente se derramó a través de las páginas que le dediqué, que han sido generosamente leídas por miles y que han tocado vidas de padres, de madres, de hermanos, de hijos, de abuelos. Fue la catarsis ideal, quedé liberada de la angustia, el dolor se volvió más leve. Confundo al hijo con el libro, los dos son mis hijos, mis criaturas, son parte de mí, de mi vida, de mis haceres, de mis experiencias vitales, que proporcionan una especie de bálsamo maravilloso. «... Ya no estás con nosotros. Hipnóticamente recibo los abrazos y las palabras que resbalan sin que puedan penetrarme; las lágrimas se deslizan de mis ojos, tengo la nariz


enrojecida y alguien ha cambiado mis ropas por un buzo blanco y una falda negra. Quiero que tengas flores blancas y luces, muchas luces para que sepas dónde estoy, para que no sientas frío...» (Jerónimo, Editorial Laboratorios Life, Quito, 1992.) Jerónimo suscitó otras narraciones, que se colaron en la historia original, así, las historias que me cuentan, las miradas de desesperación o de consuelo, el saber que hay alguien allí, que entiende lo que se siente, la similitud de los casos, todo conspira para esa complicidad que no puedo negar, que es ya parte de mí misma, de la búsqueda constante y que debe a su vez regarse, desparramarse por las páginas que recogen esas otras historias que me tocan, que han dejado su huella y que son parte de la vida de otras gentes. «... No sé cómo se las arregla para enseñar con tanta facilidad a niños con deficiencias visuales, a niños con síndrome de Down e hiperquinéticos, no solamente a tocar un instrumento musical, sino sobre todo a acoplarse, a confluir, a sincronizar y a conjugarse maravillosamente de manera que conformaran una orquesta con todo lo que esto significa... Casi no podía creerlo cuando los escuché por primera vez, cuando los niños aparecieron en el escenario del teatro de la Casa de la Cultura, vestidos con sus trajecitos formales, tan solemnes y a la vez tan risueños, empeñosos por estar a la altura de las circunstancias –sin saber que las circunstancias son las que deben estar a su altura–.» (Los otros Jerónimos, Editorial El Conejo, 2002; Jerónimo y Los Otros Jerónimos, Colección Juvenalia, Serie Letra Viva, Velázquez y Velázquez editores, 2011.) Rosa Montero, en un prólogo a la primera edición, dice: «... Haber sido madre de un niño Down ha hecho que Rosalía conozca mucho más mundo, muchos más mundos, los ricos e infinitos planetas de la diferencia. En este libro habla de todo eso: de los otros niños Down, pero también de los que padecen distrofia muscular. De los padres de esos niños distintos. De la vida dolorosa pero también de la deliciosa. Es decir, de la vida sin más. La pura vida.» El compromiso con la discapacidad surge más del hecho de enfrentarme al texto, del haber escrito un libro que sabía podía ayudar a las familias con situaciones similares, que del dramáticamente corto período de la vida de mi hijo, que me dejó, eso sí, un bagaje infinito de recuerdos, de percepciones, de compromisos que no cesan ni han palidecido a pesar de la distancia. Las catarsis engloban una diversidad de razones, de motivos, de expresiones, por ello, los hechos de mi vida política no pueden dejar de trasuntarse en escritos que pueden llevarse una parte de la rabia acumulada frente a la injusticia y a la mezquindad, pero también sirven como testimonio de hechos que indudablemente tuvieron mucho que ver en la futura historia de mi país. Así, desde la introducción del libro que narra la crisis política ocurrida en el año 97, se puede ver el énfasis en la reflexión y también el ímpetu que los acontecimientos están llamados a generar: «Hay días extrañamente largos, en los que parecería que pasan, caleidoscópicamente, tal cúmulo de acontecimientos, que se necesitan muchas noches para narrarlos enteros... Como un gran escupitajo insolentemente lanzado al cielo y que luego retorna y cae en la propia cara de quien lo lanzó, es como siento el conjunto de reacciones de la gran mayoría de los integrantes de la clase política ecuatoriana, luego de los acontecimientos de febrero


de 1997.» (La Presidenta, el secuestro de una protesta, Editorial Edino, Guayaquil, 1997.) Hay varios libros, varios escritos en carpeta, retazos que se han quedado rezagados por años, y que probablemente se establezcan allí para siempre, otros que han perdido la magia que inicialmente los trajo a mi mente y otros, que seguramente serán elaborados en algún tiempo, en alguna dimensión. En los últimos años vengo escribiendo algo de literatura infantil y juvenil y también poesía: El Secreto de la Princesa, Hábitos nocturnos y lecturas peligrosas. Me he sentido atrapada por la necesidad de seguir escribiendo, esta vez ya no como un juego catártico que probablemente ha primado en buena parte de mi producción anterior, sino por el deseo de contar historias en donde las chispas del humor se hagan presentes, como una especie de deseos de jugar conmigo mismo y con mis pensamientos y sentimientos, pero sobre todo con las ganas de compartir las historias, las que brotan de la imaginación, las que se generan simplemente por episodios o por pequeños detalles que se recrean. La princesa Martina o el Juanse son protagonistas que estoy trabajando nuevamente porque todavía tienen historias entretenidas, cosas que decir, travesuras que compartir. Escribo a saltos y brincos, sin la disciplina que probablemente prima en muchos de ustedes, que lo hacen como profesionales serios del arte de escribir. Lo mío está sujeto a presiones, a impulsos, a requerimientos que no puedo dejar de atender, como ahora cuando se me invita a participar en este maravilloso encuentro de Los Silos, y me veo en la obligación de pergeñar un discurso, de no dejar pasar la oportunidad de compartir, compelida por las circunstancias, pero al mismo tiempo feliz de que se me haya instigado y de que yo haya aceptado este reto. El deleite de saber que podemos crear, la angustia de sentir que debemos cumplir con nosotros y con los otros, es una mixtura de la que no consigo librarme. Debo agradecer por ello la invitación de Ernesto Rodríguez y Cayetano Cordovés a este maravilloso pueblo de Los Silos y a este encuentro, así como la paciencia de ustedes para escuchar esta historia de mis amores con la literatura y con las ganas de escribir que me acongojan desde niña. Se dice que los libros son hijos, no sé, tal vez no cuesten todos los dolores de parto que el nacimiento genera, con sus dosis de ruptura, de encanto y de noches en vela, pero sí sé que quienes escribimos echamos los hijos y los libros al mundo con similares esperanzas, con angustias, con deseos de escuchar lo que de ellos opinan los otros, los pares, los lectores ávidos, las personas que aún no adquirieron el hábito pero que se sienten tocadas por nuestras ideas escritas, por quienes atesoran un librito de páginas amarillentas y se acercan con una total timidez en los modales y en los ojos para pedir que le escriban la dedicatoria a la hija, al novio, al amigo. Si escribir es un compromiso, debo decir que el primero que mantuve fue conmigo mismo, con mis ganas de escribir, de comunicarme, de volcar sentimientos,


sensaciones, percepciones, historias, forma de concebir el mundo, de sentir el goce de las palabras saltar con entusiasmo a veces, otras lenta y perezosamente deslizarse y trasladarse a las páginas en blanco. Si escribir es un compromiso, quiero contarles que sí, que el compromiso existe con mi entorno, cuando toco los temas vitales, cuando pellizco el humor y lo transcribo, cuando siento que la experiencia personal puede servir a los demás. Si escribir es un compromiso para incitar a otros en la lectura, lo asumo, es verdad que cada uno tiene sus propios compromisos y las percepciones de ellos también varían de acuerdo a los receptores. Si escribir es un compromiso, y este es con la literatura, más bien debería hablar de los libros que he leído y que he recomendado a los cientos, a los miles de alumnos que han pasado por mis aulas, pero también al mayor número de lectores de mis columnas semanales en los periódicos y en las revistas de mi tierra. O en las entrevistas que hago a escritores en la radio o en la televisión. Sí, asumo el compromiso de escribir, en todas sus dimensiones. Me enriquece, y espero que sirva de motivo o de razón para otros. Los Silos - Diciembre 2013


LAS HADAS NO REGALAN BESOS (ORALIDAD Y PEDAGOGÍA) ANDRÉS NOVOA* El divorcio entre potencia y acto, en el devenir de los siglos, a través del uso de la fuerza, ofrece por un lado, un modelo de hombre como acto de pensamiento único y por otro, una potencia marginada a los espacios narrados. En esta posada literaria intentaremos fugazmente compartir reflexiones en torno a la dignidad humana como proyecto interminable; como potencia. En la noche de los tiempos, el hombre, para sobrevivir, para cooperar, desarrolló la comunicación corporal. Platón, Agustín y Rousseau ya intuían entonces de los motivos originarios de la verbalización. Imaginemos con ellos a un hombre que antaño sufrió la mordedura de un animal, que en su actividad cazadora, encuentra a un extraño, ajeno a su tribu, herido. El cazador conoce lo que siente el otro, porque él ha sido protagonista del mismo padecer. En la necesidad compasiva que nace, también florece una necesidad ulterior; el lenguaje. De humanos que han soportado y superado dichas crisis, surgen modelos para las nuevas generaciones. Nace el héroe, el modelo virtuoso, y con él, la educación. Es así que las potencias pedagógicas; leyendas, fábulas, anécdotas, cuentos apólogos o mitos, frente al roble ya crecido, son las semillas aristotélicas las que simbolizan con acierto el eje relacional entre personas en el mundo. Los héroes que amanecen como modelos comunitarios poseen la capacidad de escuchar, pues sus palabras han nacido de la necesidad física y psíquica del otro. Pero pronto el desequilibrio entre potencia y acto, favorecido por la idealización interesada de estos modelos, dará como casi siempre con los grandes ingenios, un giro al esperpento. Clarifiquemos lo planteado con dos modelos históricos. El Ulises de la Odisea, viaja para alimentar su vanidad, busca su propia gloria. Su amor a Penélope no es más que el amor que se tiene a un trofeo; a un accesorio para la fama. En tanto, el Ulises de Joyce, viaja para dignificar a su mujer, busca la felicidad de Molly. Su amor es un amor que dignifica a la otra persona, dignificándose a la par. El primero, a través de la fuerza, el egoísmo y la mentira, vence a otras dignidades, imponiendo su modelo sobre los demás. En cambio, el irlandés, negocia, escucha, cede y aprende. No impone su identidad (una dignidad que se impone, es una indignidad); la debilita, con una intención clara, la de convivir y fortalecer otras dignidades. Joyce presenta a un héroe comunitario, responsable por encima de tradiciones, costumbrismos o dogmas. En un tiempo paternalista, él, hombre con todos los derechos, pasea por las *

Profesor asociado de la ULL. Escritor y narrador.


calles de Dublín para que su esposa pueda estar con su amante. El amor que siente hacia Molly se refleja en la balanza de la justicia. Ulises no solo contempla el acto de infidelidad, también somete a tasación las virtudes que su esposa derrama sobre su felicidad. ¿Qué diferencia vitalmente un modelo de otro? En la Odisea se nos muestra a un héroe que solo se escucha a sí mismo, mientras que en la obra de Joyce se presenta a un héroe que escucha a los demás. Y eso mismo es lo que le da una potencia pedagógica prodigiosa al cuento. Sahriyar es un rey generoso, que contempla como todo en lo que confía, se marchita. Junto a su hermano descubre como mujer, criados y esclavos lo han traicionado. Pierde la fe, ejecuta a todos los traidores y comienza su nueva vida instalado en la locura. Ordena como Herodes que la hija menor de cada noble esté presta a casarse con él, para morir tras la noche de bodas. Así pues, la virginidad y la muerte serán las garantías de la fidelidad. ¿Cómo terminar con esta locura sin recurrir a la fuerza? Es acá, cuando Sharayad, a través de los cuentos, logrando seducir el interés, recupera en el ofuscado monarca, la visión holista del mundo. Desde el erotismo de la palabra inesperada ofrece la capacidad que los significados poseen de trasvasar pasiones. Mil y una noches sirven como recorrido paciente para intuir como el cuento; relato breve de ritmo ágil, marcado por el suspense y por lo universalmente local, posibilita un espacio de palabras y silencios tan evocador, que lejos de imponer o presionar, acaricia e invoca. Mil y una noches sirven a Sharayad, a Shariyar y a los cuentos, para generar vínculos de convivencia inquebrantables. Al escuchar, mostramos nuestra necesidad del otro, debilitamos nuestra identidad para que nuestra singularidad se exprese dignamente en la pluralidad. Esta es quizás la mayor virtud del cuento. Por ello, lejos de recursos metodológicos positivistas, tal vez la sensibilidad y el sentido común apuesten con fuerza por maestros-narradores, que a través de un poso de pequeñas humanas historias, posibiliten espacios para escuchar, y también para expresarse en comunidad. Advertir, sin embargo, que la infantilización de la educación ha tornado en el cuento en una píldora de la felicidad más propia de la literatura de auto-ayuda que del rigor pedagógico. Por eso el cuento en sí no sirve. Por lo menos en el artesanal proceder educativo. Contar para convivir debe ser pues el fundamento de la oralidad y la pedagogía. Posibilitar lo imaginable a través de un juego de alta cultura. Quizás esa sea la idea, transversal a los sistemas que, sin tacto, desde la competitividad, no dejan de ser tenaz alambrada para las relaciones humanas. Partamos de una idea sencilla a priori, la historia está escrita por los vencedores, en su defecto por los supervivientes, en el peor de los casos por los oportunistas, en el más


lógico por los que sabían escribir y por lo aun más evidente, los que poseían el tiempo y los medios para hacerlo. Y entre tantos momentos de vanidosa inspiración, solo la palabra oral, bajo cualquier sombra de poder, ha permitido la pervivencia de la memoria íntima de los nadies, ha configurado a lo largo del tiempo y del espacio pedagogías del zaguán. Una memoria que ajena a quema de libros, a censuras o a privilegios, continúa su andar peregrino como un huésped de palabras. Son historias pequeñas, propias de vidas comunitarias, propicias para el entendimiento del ser humano entre otros seres y en el mundo. Historias que con audacia e ingenio desvelan los mezquinos placeres del poder y los cobardes actos de la fuerza. Cuentos escritos por seres debilitados por el pensamiento único, que no dejan de mostrar y expresar su respetable diversidad. Palabras que denuncian constantemente que las identidades no impuestas son potencias, posibilidades y matices para el enriquecimiento de las relaciones humanas, lazos de dependencia horizontal. La democratización pasa por la capacidad del ser humano de sentirse parte de la historia sin soberbia, habitarla entre semejantes, formar parte de la humanidad. La potencia pedagógica del cuento no está en el cuento en sí, sino en la posibilidad de forjar protagonistas, y no actores secundarios en el consenso entre humanos a través de la homogeneidad, de la amnanésis que propone la mayéutica. Una de las leyendas artúricas cuenta del rey desarmado, sin Excalibur, frente a un caballero que por el código de caballería le perdona la vida. Un acertijo le propone a cambio de tal piedad: ¿Cuál es el secreto de la felicidad de las mujeres? Arturo, tras una ardua búsqueda, tropieza con el ser femenino más repugnante que pueda imaginar mente perversa, una vieja que provoca nauseas sólo con su presencia en la distancia. Ella conoce el secreto de la felicidad de las mujeres, pero lo contará si el rey consigue un marido para ella. El rey desolado, vuelve a Camelot. Allí narra la mala nueva y ni siquiera espera voluntario. Pero allí se presenta el más joven de sus caballeros, sir Garwain. Tras una triste ceremonia, el caballero se enfrenta a la noche de bodas, pero ante la nauseabunda vieja, se halla la más bella de las mujeres. La besa y hacen el amor como nunca se hiciera antes. Luego ella le cuenta que por las noches y por los días, sus dos personalidades estarán casadas con él. El joven caballero atina a suspirar y a recomendar que solo se vean por las noches, ella llora desconsolada y le advierte que nunca le dirá el secreto del acertijo al rey Arturo. Entonces él le pregunta ¿qué quieres hacer?, ella se voltea y lo mira. “Ahí tienes joven caballero el secreto de la felicidad de las mujeres, ser escuchadas por quienes las aman. El amor no es una decisión, es una pregunta”. Si escuchar, preguntar o necesitar del otro es propio de identidades debilitadas (no totalitarias, que no se imponen), quizás ese debilitamiento, esa fragilización, posibilite la recuperación de la dignidad compartida (frente al inveterado triunfo de la fuerza indigna). Y quizás la verdadera debilidad del sistema capitalista esté en sus aparentes


virtudes. Esas mismas que no dejan de crecer como cáncer a través de indignidades fortalecidas y autoimpuestas. Es así que la herencia interesada del héroe egoísta y vanidoso, que utiliza su fuerza o sus virtudes para sobreponerse a los demás, quede para lo democrático, tremendamente obsoleta. Pensemos que si bien los libros religiosos son compilaciones de cuentos, que la filosofía es la reflexión sobre los cuentos y que la ciencia es la negación de los cuentos, ¿cuándo el humano pensó que es más importante progresar que convivir? ¿No será quizás oportuno entonces rescatar en lo pedagógico esas pequeñas historias? En el estratégico debilitamiento de la identidad, quizás encontremos un buen ejemplo para la sana sensibilización de las relaciones entre humanos. Porque dentro de esas virtudes desdeñadas, encontramos a las delicadas, traviesas y sentimentales hadas; en su envés, cuando alguien cree en ellas, audaces, intrépidas, poderosas. No piden preferencia de trato, pero tampoco regalarán sus encantos a la fuerza. Las hadas no regalan besos. Las dignidades, tampoco. Los besos, como menor distanciamiento entre personas, como anulador de diferencias visuales y culturales, es el objetivo literario del cuento. Un cuento capaz de sacar al hombre de las bambalinas de la historia. Un hombre que adquiere verdadero protagonismo no en la Odisea de Homero, sino en el día a día de Harold Bloom. Su identidad, diminuta frente al épico griego, está en la sonrisa de Molly. Sueños, hadas, besos, intimidad, pedagogía, ¿qué son los cuentos para el hombre? Háganse si pueden esa pregunta al recordar alguna experiencia compartida, cuyo contorno les dibuje una sonrisa, o piensen, como Crusoe, en un mundo sin nadie más. Yo, les dejo con uno imaginado por Marc Laberge, donde susurran tras las primeras voces, los primeros huéspedes del mundo. Caminaba un hombre por el desierto, solamente caminaba. Viéronlo unos bandidos, y al hallarlo feliz, sosegado, intuyeron en él un poder especial. Lo ataron y le dieron mil palos, preguntáronle por su extraño poder y él se ofreció a enseñarles, ellos sin embargo lo querían ya, inmediatamente. Así lo dejaron atado de pies y manos, a un ápice de la mortal alba de arena. El hombre, cogió con la boca un palito y dibujó unas orejas, una nariz, pelos, dientes afilados, un cuerpito delicado, ágiles extremidades y una cola, el ratón se movió la arena de encima, cortó con sus dientes las cuerdas, y el hombre, siguió su camino, por el mundo. Eso son los cuentos a la pedagogía, pequeños ratones sin gloria, que sirven para liberar al hombre.


RECIT DE VIE VOUS AVEZ DIT… RECIT DE VIE? MARC LABERGE* De l’autre côté de l’Atlantique, Marc Laberge qui, depuis longtemps déjà, propose des ateliers de formation sur les récits de vie, montre comment ce peuple “sans passé collectif”, s’est construit une identité avec les récits de vie.

Le récit de vie en Amérique Au XVIIe siècle, chassés par la misère et les guerres incessantes, artisans, paysans et aventuriers de tout acabit sont partis par milliers de tous les coins de l’Europe pour réinventer leur vie dans la lointaine Amérique. D’une nationalité à l’autre, ils se comprenaient à peine mais tous se sont colletés aux mêmes difficultés dans un pays où le climat, l’espace, la forêt, les lacs et les fleuves s’expriment au superlatif. Leurs motivations et un rapport direct à une nature souvent hostile étaient des vecteurs d’unité. Dans un territoire neuf, les groupes issus d’une mosaïque d’origines constituaient un peuple sans passé collectif qui éprouvait le besoin de se forger des racines et de s’inventer des héros pour se construire une identité originale. Le temps a façonné une expression culturelle spécifique. Partout, des hom-mes et des femmes prenaient des risques démesurés pour arracher un espace de vie à la nature menaçante. Les témoignages successifs ont glorifié leurs actes audacieux. Des coins les plus isolés de l’immense forêt, la rumeur a colporté ces exploits et a fait de leurs auteurs des héros fabuleux. Les plus imaginatifs les ont nimbés de légendes que d’une génération à l’autre, les aînés racontaient aux plus jeunes pour fortifier leur bravoure et pour peupler les interminables soirées d’hiver. Les jeunes s’identifiaient à ces braves auprès desquels ils puisaient force et courage pour faire face aux difficultés de la vie. Dans une société de pionniers où l’oralité tenait lieu d’enseignement, le conteur jouait un rôle de transmission de connaissance, d’événements et de valeurs en les amplifiant selon son imagination. Il favorisait ainsi la cohésion sociale en même temps qu’il jetait les bases d’une pratique littéraire caractéristique au continent américain : le récit de vie. Les mouvements saisonniers, la navigation au long cours et la vie portuaire favorisaient le brassage des gens et multipliaient les occasions de rencontres pour les conteurs qui engrangeaient de nouveaux récits mais aussi des contes traditionnels d’Outre-Atlantique qu’ils adaptaient à leur environnement. En Europe, le conte n’avait pas à suppléer au vide de l’Histoire et de la pensée. Si les Anciens racontaient volontiers leurs souvenirs récents ou lointains, les conteurs privilégiaient les légendes, les contes puisés dans le répertoire universel et les contes traditionnels.

Les vicissitudes du récit de vie

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Director del Festival del Cuento de Montreal. Profesor, fotógrafo, narrador y escritor.


À l’aube du XXe siècle, de part et d’autre de l’océan, la tradition orale s’essouffle au profit du livre et de la connaissance écrite diffusée dans les écoles. La radio puis la télévision et récemment, le monde virtuel ont achevé d’engloutir le conte qui s’est progressivement perdu dans les méandres du passé. Au vu de la formidable percée technologique, plus personne ne s’intéresse aux veillées contées. Ébloui par la magie des médias, le public reste vissé devant l’une ou l’autre lucarne qui le connecte au monde entier. La télévision déverse 24 heures sur 24 sa manne inépuisable d’informations et de distractions en tout genre. L’ordinateur personnel donne accès à tous les contenus du savoir et permet de converser avec des inconnus du bout du monde. Le public surinformé voire désinformé par les médias et matraqué par les messages parasites dans le courrier électronique prend conscience des effets pervers de la télévision et du monde virtuel. Abreuvé d’images et d’idées toutes faites, l’imagination et la créativité en panne, il est devenu spectateur passif d’une histoire qui n’est pas la sienne. Il n’a plus d’autre ressource que de zapper ou de surfer dans la plus parfaite solitude. De surcroît, la marche vers une mondialisation économique l’égare dans des structures qui le dépassent. Dans ce contexte, le regain de faveur que connaît le conte à la fin du XXe siècle n’a rien de surprenant. Le conte est venu à point nommé pour combler un vide, répondre au besoin de rencontre et ressourcer l’imaginaire d’un public qui en demande même plus qu’une simple distraction. Pour beaucoup, il ne s’agit pas seulement de retrouver une identité groupale mais aussi de se reconstruire une identité personnelle dans une société en plein devenir. En Amérique du Nord, les nouveaux conteurs de la fin du XXe siècle retrouvent l’empreinte de leurs prédécesseurs. À partir de faits réels, ils tracent des récits de vie significatifs pour les gens qui se retrouvent ou se projettent dans une histoire qui leur appartient. Ils refondent ainsi des racines pour un peuple issu d’un métissage culturel et implanté dans un espace neuf. Des conteurs retrouvent aussi les croyances populaires qui, l’imagination aidant, ouvrent la porte aux sorcières et aux génies. En Europe, le monde industrialisé est confronté non pas à une crise comme on se plaît à le répéter depuis vingt-cinq ans mais à une mutation historique qui modifie la place de l’économie dans la société. Le plein-emploi n’a plus d’avenir et l’État Providence a vécu. Le travailleur en rupture d’emploi subit de plein fouet un inexorable “détricotage” social et ne trouve plus sa place dans son propre environnement. Dans une société où le travail et la rémunération déterminent le statut social, le chômeur se sent exclu et la jeunesse se situe difficilement dans une société sans espoir. Ce public-là et celui, très nombreux, qui vit un stress professionnel permanent apprécient les contes qui privilégient la rencontre et stimulent l’imagination. L’élargissement récent du répertoire des conteurs aux récits de vie rencontre un engouement considérable auprès d’un auditoire qui non seulement veut retrouver la relation sociale directe mais aussi une dimension existentielle personnelle dans son propre univers.

Conter le récit de vie D’un côté de l’Atlantique comme de l’autre, le récit de vie donne aux personnes la possibilité de se réapproprier leur histoire et d’investir dans une parole unique : la leur. Se raconter ou témoigner d’un événement ou d’un fait mineur à travers le récit de vie procure à chacun la sensation d’exister et de se sentir bien avec les autres et surtout avec lui-même.


Le récit de vie crée l’occasion de renouer avec la transmission orale de la diversité de pensée. Il suscite chez le conteur l’envie de communiquer aux autres les trésors de sa mémoire et le confronte à ses capacités verbales, vocales et imaginatives. Le récit est sans doute la forme d’expression la plus accessible au plus grand nombre. Il véhicule des histoires qui touchent petits et grands et les rattachent à leurs ancêtres, à leur histoire. Il part en général de récits personnels échafaudés par leur auteur pour affirmer son identité, sa personnalité. Une fois popularisé, ce bavardage comprime les événements et met en exergue un certain nombre d’éléments significatifs porteurs de sens. Chacun porte son histoire, sa vision du monde et sa part de rêve. Il peut donc trouver en lui des souvenirs d’enfance ou des événements de vie et les transformer en histoires drôles, mystérieuses ou émouvantes. Chacun fabule et crée des mythes en modifiant l’histoire de façon intentionnelle ou accidentelle. S’il s’agit d’une histoire survenue à d’autres, le conteur a soin d’en définir la forme et les limites. Une expérience personnelle exige un certain recul pour dépouiller les souvenirs des détails et des sentiments superflus et ne garder qu’un enchaînement d’éléments porteurs de sens. Le conteur ne raconte pas sa vie mais construit des histoires qui évoquent des éléments de sa vie. Avec le récit, il peut imiter le déroulement de la réalité, laisser courir son imaginaire jusqu’au mensonge et laisser l’impression que les événements s’enchaînent logiquement dans le temps. Le suspense, l’organisation du scénario, la modulation de la voix, un climat, un point de vue sont autant d’astuces pour donner l’impression que les faits rapportés restent ancrés dans la réalité. Par là, le récit exerce une domination sur l’imaginaire collectif. Il peut aller jusqu’à suggérer un scénario de vie chez les jeunes qui y perçoivent le côté cocasse ou dramatique de leur propre situation. Le récit de vie n’apporte pas de réponse aux questions que se pose tout un chacun. Son rôle initiatique se limite à conclure sur une matière à réflexion que l’auditeur gère librement, en toute indépendance d’esprit.


COMENTARIOS (CURSO ULL) CRÓNICA DE UNA EMOCIÓN EN DOS ACTOS El folio en blanco. El vacío. El bloqueo del que nos hablaba Rosalía Arteaga… Imágenes, sensaciones, vivencias llegan a mi mente, a mi memoria, pero se me hace muy difícil desgranar esto en palabras. ¿Por dónde empezar? ¿Qué destacar de todo ese batiburrillo? Quizás lo mejor es tomar el hilo de los recuerdos y tirar despacito para ver que va saliendo. I Acto: Viernes 6 de Diciembre. Los Silos. Siete y media de la tarde. Otra sesión de cuentos en el programa del Festival. Un título poco atractivo: «Señores, entienden este sermón». Un narrador para mí desconocido: Matteo Belli. Italiano. Tomamos nuestros asientos. Se apagan las luces. Se hace el silencio. Un silencio que irá «in crescendo», que se volverá denso, profundo, atento, respetuoso, admirado… El narrador lo va llenando con su voz, con su gesto, con la fuerza de sus manos que no paran de agitarse, de modelar las palabras que con dificultad entendemos, pero que no necesitamos traducir. Nos llega su musicalidad, su profundidad, porque nacen de lo más íntimo del ser humano. Porque son el eco del tiempo, del pasado y del presente. Lo que sucede en el escenario es difícil de explicar. Por lo menos para mí. Sé lo que estoy sintiendo, lo que estoy viviendo en ese instante. Sé cómo reacciona mi cuerpo, las emociones que me invaden… Hay momentos en los que me doy cuenta que me quedo sin respiración. Oleadas de energía llegan y baten contra mi cerebro como un mar agitado, azul y vivo. Mis ojos bien abiertos, estupefactos, no dan crédito ante esa multitud de personajes que se han apoderado del escenario con esa solitaria presencia. Hay un momento en que miro a la persona que tengo al lado, pues dudo de mis sentidos. ¿Estará sucediendo lo que yo estoy viendo y sintiendo? Creo que sí. Mi compañera de butaca apenas respira. La intuyo expectante, paralizada, asombrada… Estamos atrapadas por esas manos, a veces garras, que dibujan escenas en el aire con la fuerza de sus dedos. Por esos ojos, ahora chiquitos, ahora enormes. Ahora tiernos, ahora fieros, pero siempre oscuros e intensos a pesar de la distancia. Atrapadas por esa voz que es rugido en la caverna y dulce melodía. Que es animal y humana. Hombre y mujer. Joven y anciana… Esa voz que todo lo llena, que resuena en el silencio de la sala envuelta en unos brazos que tan pronto son olas que se transforman en alas, abarcando nuestros corazones paralizados en un latir ensimismado. No sé cuánto duró. Imagino que una hora. No cayó el telón, pero se acabó la función. Y volvimos a respirar al unísono. Se encendieron las luces y se rompió el hechizo. El público en pie, pero sin saber muy bien qué había pasado, qué habíamos vivido esa tarde. Acudíamos a una sesión de cuentos a oír a un narrador de historias, pero nos habían transportado a un lugar profundo, eterno, donde la palabra no precisa ser entendida para ser comprendida, porque es ancestral, sentida, COMPROMETIDA. Y es aquí cuando empiezo a entender por qué esta sesión y no otra formaba parte de un taller sobre “Escritura, Narración y Compromiso”. Habíamos presenciado el buen hacer de un narrador comprometido con el texto. Un narrador comprometido con ese público. Un narrador comprometido consigo mismo. Y esto me emocionó y me sentí


agradecida de poder presenciar y disfrutar aquel pequeño milagro. Gracias a Matteo por ello y a las personas que hicieron posible que todo eso sucediera. II Acto: Sábado 7, a la misma hora y en el mismo lugar teníamos de nuevo una cita. Esta vez con Rafael Ordoñez. Otro acento, otra presencia, otras historias que nos permitieron reencontrar a la criatura que llevamos dentro y que aún es capaz de disfrutar con un cuento sencillo, divertido. Capaces de reír como sólo las criaturas saben hacerlo. Con una risa que nace en el ombligo y oxigena todo el cuerpo. Que se hace cómplice de la historia, que da ritmo y melodía a la palabra. Nos invitó a fabular juntos, a soñar despiertos un país imaginario donde las princesas no estaban de adorno y se negaban a casarse si no era con quien ellas elegían. Un país poblado de personajes curiosos con curiosas habilidades y destrezas. Un país donde las cosas se resuelven con inteligencia y maestría y en el que tener una corona y sentarse en un trono no te libra del castigo merecido por creerte “un tipo listo” y querer hacer trampas. Pablo nos puso a jugar, sin importar la edad. Y el cuento se transformó. La palabra se hizo gesto y el sonido movimiento. Y él, como un buen director de orquesta, buscaba complicidades, repartía papeles y tensaba los hilos que manejaban sus historias para que cada cual hallara su sitio y su papel, para que no se rompiera el equilibrio tan finamente hilvanado. Disfrutamos de la magia que nace de una historia bien contada, que es capaz de unir en la risa y en el canto a gentes que no se conocen, que fueron convocadas sólo por el poder que ejerce la palabra narrada, susurrada o simplemente, conscientemente pronunciada. Admiro la maestría de esas personas, que sin otro adorno ni aderezo que una historia simple, sencilla y tierna, son capaces de hacernos reír, soñar e imaginar. ANA ARAGONÉS ANDREU Puerto de la Cruz En una tarde de temporal lluvioso Los Silos. Diciembre de 2013


DESDE LA NEGACIÓN AL DISFRUTE: (TAL COMO FUE) Soy como un niño sin derecho a seguir llorando, Guíame al país donde viven los valientes Guíame en la noche, envuélveme en un hechizo, Quisiera conocer a seres diferentes. Michel Houellebecb

«En diciembre las mismas estrellas te esperan para bañarte de sueños» reza la invitación del Festival… y había esperado demasiado. Llevaba muchos años sin asistir al Festival Internacional del Cuento en Los Silos, unas veces por coincidir uno de los días con trabajo y otras veces (muchas más) por pereza. Este año no tenía ninguna disculpa, eran dos días festivos, no me encontraba con ganas pero el título del curso me sedujo: «Narración, escritura y compromiso». Compromiso, palabra mágica para mí. Toda mi vida ha sido un compromiso: familia, amigos y los diferentes trabajos que he tenido, siempre relacionado con las letras, las palabras, la oralidad. Todo esto unido con grandes puntadas me tocó el corazón. Y me presenté en Los Silos con la mente abierta, con ganas de aprender, mirar y escuchar: virgen. ¡Oh de mí! ¡A mis años! Primer encuentro con mis compañeros del curso mayoritariamente joven ¡Qué bien! ¡Savia nueva!, en un lugar ideal; la biblioteca escolar del CEIP Aregume, quienes hemos trabajado en una de ellas sabemos los buenos ratos, la magia y el humor que encierran. Conversación con dos profesores de la Universidad −Ernesto y Nino, Nino y Ernesto− duendes de este Festival, aparece ella, Rosalía Arteaga Serrano, plácida y sonriente, y nos diserta pausadamente con ese deje que te embelesa con “Compromiso y escritura” y nos encandila primero por su curriculum y luego con su trabajo como escritora, profesora, política, madre y mujer. Me enriquece su vida, su manera de escribir, me divierto con las actividades y las exposiciones propuestas. Recibimos una entrada para ver a Matteo Belli y nos dijeron que después del espectáculo nos recibiría y hablaría con nosotros. No me había informado de quién era, sólo tenía referencia por Ernesto Rodríguez Abad. Pues allí fuimos: llenazo, calor físico y humano y empieza la función: hombre joven, delgado, pelo rizado, con atuendo ecológico y hablando en italiano, gesticula, salta, se mueve, habla y habla, y empiezo a sentir calor y más calor, saco mi abanico. No entiendo nada, y oigo algunas risas. Con lo cual pienso que los demás sí lo entienden. Me entra ansiedad, y presiento que no voy a entender nada. Me calmo respiro cinco veces, soy experta en esto de la Curva de Gauss y pienso: ¡Disfruta, Matilde! Y así hice. El texto era complicado pero lo que irradiaba Mateo era trabajo, trabajo y más trabajo, su cara, su cuerpo, las inflexiones de su voz, hacía que cada vez me sintiera más cómoda para pasar a un estado de entusiasmo y gozo. Para mí la palabra fue accesorio, aunque después nos contó su trabajo de recuperación de textos de la Edad Media. Y ese trabajo interior que se percibía en cada gesto, en cada entonación. Aplausos, sudor, gozo, éxtasis. Público entregado. Luego habló con nosotros sobre su espectáculo, serio, con aplomo y en ese momento llegó la negación y el miedo. Mañana vamos a tener cinco horas con él y me dio la impresión de persona exigente. Yo no puedo con esto. ¡Yo he venido a disfrutar!, golpeaba este pensamiento mientras él hablaba. De camino para el Puerto de la Cruz con mi compañera Ana empezamos a conversar nuestros miedos y deshojar la margarita: Venimos o no venimos.


Somos guerreras y valientes y nos presentamos tempranito, bien desayunadas, pero con un miedo atroz. Nos presentamos todos por nuestros nombres. Se los aprendió en un momento ¡Qué envidia! (sana). Propuestas de acciones de expresión corporal, de confianza de voz. ¡Qué voz me salía después de cada ejercicio! Reconozco que hacía como 20 años que no asistía a un taller de expresión corporal, pero para mí esos años no habían pasado. Me impliqué, nos implicó de tal manera que no sentía «mis achaques» corporales. Me encantó. Reímos, lloramos, cantamos, recitamos, interpretamos, sentimos, gozamos, compartimos. No olvidaré nunca este taller lleno de sabiduría, de saber estar en un escenario, de correr teatro y arte por sus venas: la de un gran actor: Matteo Belli. ¿Quién dijo miedo? Rafael Ordónez: cercanía, simpatía... Un espectáculo para público familiar. Divertido y temerario. Juega con el público es su partner. Sus cuentos son frescos, mejor refrescos con sonrisas. El público participa y responde. Es agudo y rápido. Tiene muchas tablas y ¡oh! ¡Sorpresa! Me saca al escenario. Soy su compañera de juegos de animales que juegan a actividades dispares. Risas, carcajadas. Me duele la mandíbula de tanto reír. Público entregado. Rafael disfruta y suda. Experiencia vital sencilla sin florituras, pero llena de trabajo y de olor a suicidio. Pero el público de Los Silos no lo dejó ni intentarlo, ya que captó desde el primer momento la agudeza del actor y terminó siendo un clamor con muchas sonrisas enhebradas. MATILDE PERERA GONZÁLEZ


EXPERIENCIAS EL MIMO QUE NARRABA HISTORIAS JUAN GAMBA (www.juangamba.net)* Me considero un bufón, un payaso. Mi formación es en teatro gestual, en mímica. Llegué al mundo de la narración oral casi casualmente. Recibiendo un curso de clown, una compañera me propuso que trabajara con ella. Era narradora y quería un «mimo» que acompañara con gestos sus palabras. Así nació en 2003 Gamba & Ginny, dúo de humor. En las historias que contamos ella narra y yo construyo los personajes y situaciones físicamente, y para ello me valgo de pequeños objetos que saco de la vieja maleta que me acompaña. Poco a poco el «mimo» fue hablando y ahora también narro historias en solitario, y obviamente he fusionado la palabra, mis conocimientos gestuales y el trabajo con máscaras. La costumbre de contar historias como transmisión de valores y memoria histórica existe en todas las civilizaciones. Y los juglares, cuando se subían a un carromato en el mercado o vociferaban encima de una mesa en la taberna, siempre se valieron de todas las herramientas que tuvieran a mano para atrapar a sus oyentes. Cantaban, mimaban, parodiaban. Usaban cualquier trapo para disfrazarse de bella dama, con un cepillo simulaban los mostachos de un señor. De hecho, cuando hoy en día se habla del mimo como el artista que no usa palabras se tergiversa la definición original, ya que mimar, entre griegos y romanos, significaba contar con el cuerpo y la voz, con máscaras, dando saltos con zancos, acrobacia y danza, interpretando y cantando y usando todo tipo de recursos para contar una historia. La narración como arte escénica Antaño eran los juglares los únicos depositarios, los únicos transmisores de las historias, no había apenas libros impresos y aún menos gente que los pudiera leer. Ahora se publican miles de libros al año, existe la radio, la televisión, grabaciones y otros medios para transmitirlas. Por eso el narrador debe ser distinto a esas propuestas multimediáticas y tiene que enriquecer sus propuestas con la expresión corporal, con los tonos de voz, con el uso de objetos; ser en definitiva un actor fantástico, un juglar que embellece su arte y sus historias, que las hace únicas, vivas e imposibles de encontrar en un libro o en ninguna grabación digital o analógica. Captar a su público y hacerle sentir la magia de un espectáculo en vivo. Creo firmemente que el cuento es una forma mínima de teatro. Quizá la más ancestral. *

Madrid. Escritor y narrador.


Más antiguo que el teatro griego era el cazador que junto al fuego de su caverna daba vida a sus hazañas: −Y me acerqué hasta el gran mamut, arrojé con fuerza mi lanza y se la clavé entre los ojos. −¡Pero si ya nos lo encontramos muerto! −Déjame que lo cuente a mi manera, que es más interesante, ¿verdad, hijo? Sigo. Aquel mamut enorme venía hacia mí, así, muy fiero... En el último cuarto del siglo XX la figura del contador de historias ha renacido con fuerza, conquistando nuevos espacios; pero no debe olvidar que sus orígenes son ancestrales y están emparentados con los oficios ambulantes (fueran vendedores de maravillas o cómicos de la lengua). A fin de cuentas hoy como ayer lo que importa es embaucar al público y entretenerlo para que siga viniendo a escucharnos.


TRÁBATE A LA LECTURA: TRABAJO EN ANIMACIÓN A LA LECTURA DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL “TOMÁS DE IRIARTE” DE EL PUERTO DE LA CRUZ ¿De que servirá que atesores muchas verdades si no las sabes comunicar Para comunicar la verdad es menester persuadirla y para persuadirla hacerla amable; es menester despojarla del oscuro científico aparato, simplificarla, acomodarla a la comprensión general e inspirarle aquella fuerza, aquella gracia que, fijando la imaginación, cautiva victoriosamente la atención de cuantos la oyen. Melchor Gaspar de Jovellanos (1744-1811)

Esta Biblioteca Pública Municipal diseñó un programa de animación a la lectura a largo plazo denominado Invadiendo espacios: Experiencia de animación lectora de la Biblioteca Pública Municipal «Tomás de Iriarte» de Puerto de la Cruz. El proyecto ha constado y consta de varias fases que han sido galardonadas durante tres años consecutivos con el Premio María Moliner, concedido por la FEMP y el Ministerio de Cultura: «Libro busca lector/a», «Faro-Leo» y «Trábate a la lectura». Nos vamos a centrar en esta última experiencia para mostrar el trabajo en animación lectora. Nuestra biblioteca pública, con espacio limitado, escaso personal y aún más escaso presupuesto, ha logrado diseñar y desarrollar una estrategia de animación lectora con objetivos a corto, medio y largo plazo. Una estrategia capaz de llegar a todos aquellos lugares y personas que nunca habían sentido la biblioteca como una necesidad social, y demostrar así que con tácticas creativas se puede vertebrar un hilo conductor que, perdurando en el tiempo, convierta a sus usuarios en participantes dinámicos de las diferentes actividades de la Biblioteca Pública. La Biblioteca Pública Municipal «Tomás de Iriarte» depende del Área de Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento del Puerto de la Cruz. Fue fundada el 14 de septiembre de 1969. Ocupa un local de 165'75 metros cuadrados, situado en el centro del casco urbano. El fondo actual es de 25.450 volúmenes en varios soportes: libros, DVD (películas y documentales), archivos de ordenador y CD-DA de música clásica. Posee también un importante fondo bibliográfico en diversas lenguas extranjeras: inglés, alemán, francés, sueco, italiano, noruego, danés, portugués, finlandés y ruso, además de una pequeña pero importante colección de textos en lenguas clásicas. En estos últimos meses una socia ha donado una gran cantidad de libros en hebreo, con los que dentro de poco abriremos una nueva sección de literatura en lenguas distintas a la castellana. Entre los servicios más demandados que ofrece al usuario está el de Internet, para lo que dispone de cuatro ordenadores con conexión permanente de uso público, además de una impresora láser y un ordenador para consulta on-line del catálogo (OPAC). La sala cuenta con 74 puestos de lectura, de los cuales ocho se destinan al público infantil. Diariamente dispone de prensa local, nacional e internacional, así como de una amplia colección de revistas, tanto de adquisición propia, como culturales subvencionadas por el Ministerio de Cultura, no solo en castellano sino también en el resto de lenguas


oficiales del Estado. Desde febrero del año 2009, la Biblioteca ofrece un nuevo servicio a sus usuarios, una página web proporcionada por el Ministerio de Cultura, dentro de su página www.bibliotecaspublicas.es/puertodelacruz. El espacio de la biblioteca se reduce a una única sala donde se prestan todos los servicios, además de un pequeño depósito en el que se almacenan libros expurgados y la colección de prensa y revistas. En determinadas épocas, como ocurre en los días en que se escriben estas líneas, se encuentra tomada por multitud de estudiantes que preparan sus exámenes de PAU o universitarios, lo cual hace muy difícil organizar cualquier tipo de actividad de animación a la lectura, aunque el personal trata por todos los medios de paliar esta situación. Vista la gran aceptación que tuvo nuestro proyecto «Faro-Leo», decidimos dar un paso adelante, llevando no ya un fragmento de una obra a un elemento del mobiliario urbano, como es una simple farola, sino obras enteras al territorio del ciudadano. Para ello y por ello, el objetivo general del proyecto «Trábate a la lectura» fue el siguiente: seguir atrayendo a la ciudadanía, para que conozca, ame y defienda la Biblioteca como parte esencial de su vida; incidir en la presencia de la Biblioteca en la vida cotidiana, ofertando sus servicios fuera de su marco físico y seducir a la ciudadanía (nuestros hipotéticos lectores), no solo con fragmentos de textos, que luego podrán buscar en la Biblioteca, sino ofertándoles el texto completo para que la distancia no fuera ningún obstáculo para el disfrute de la lectura. Como si de nuevas sirenas de Ulises se tratase, los libros de «Trábate a la lectura» atraen a los viandantes, no para destruirlos, como aquellas, sino para entretenerlos. Además seguimos constatando la vigencia de algunos de los objetivos específicos que nos planteamos en nuestro anterior proyecto de animación a la lectura, «Faro-Leo». Para el nuevo proyecto escogimos como símbolo una traba (o pinza) de la ropa, para hacer patente el nexo que une al lector/a con el libro. Consultando el Tesoro lexicográfico del español de Canarias de Corrales Zumbado [et al.], en la primera acepción del verbo ‘trabar’, leemos lo siguiente : «Tropezar, coger, agarrar, atrapar, pescar, intervenir en la conversación, tomar amistad, enganchar, pegarse a, encontrarse, dirigirse». Y es con el sentido de estos términos puestos en cursiva como queremos relacionarnos con nuestros potenciales lectores: atrapándolos, enganchándolos a la lectura, bien pegaditos a los libros y, por supuesto, haciendo que «traben» amistad con la Biblioteca y con lo que ella representa. Es difícil para la lectura tradicional, esa que se hace con un libro impreso en papel, cosido o pegado a unas tapas más o menos brillantes y cuyo formato tipo códice no ha cambiado prácticamente desde la Alta Edad Media, competir en un mundo en que lo audiovisual y electrónico gana terreno cada día, y que propone mundos y aventuras en los que la fantasía propia no tiene cabida porque alguien ya los imaginó por nosotros, los sufridos y corrientes seres humanos. Por ello, la defensa de la lectura, la permanente batalla para que la gente (re)descubra el placentero acto de abrir un libro y dejar volar la


mente, es casi un acto de fe para el personal de esta Biblioteca. Así las cosas, y como siempre perpetrando de nuevo el «crimen» de difusión de la lectura con premeditación y nocturnidad, con la valiosa ayuda de nuestra compañera Ana del Área de Juventud, siempre dispuesta a colaborar en cualquier actividad organizada por la Biblioteca, y de dos voluntarias, Ana Luz y Begoña, nos desplegamos por todos los barrios de la ciudad buscando los lugares apropiados, bancos en las inmediaciones de una farola donde encadenar nuestros libros, para que los ciudadanos se los encontrasen por la mañana del Día del Libro. Para ello habíamos reunido ciento diez publicaciones de diversos temas, provenientes de donaciones efectuadas a la Biblioteca, y que, o bien por estar ya repetidas en la colección, o por estar un poco desfasadas y no ser interesantes para incluirlas en ella, sí que podían prestar el servicio de entretener a cualquier persona que se sentara en un banco público a descansar. Además de obras de ficción en castellano, se llevaron algunas en inglés, francés y alemán para las zonas de mayor tránsito de turistas extranjeros, al ser la industria turística el motor económico de nuestra ciudad.

Pues cargados con las obras nos distribuimos las zonas, estableciendo puntos de reunión predeterminados, para así poder abarcar el mayor número posible de espacios públicos urbanos. Tras terminar con los barrios periféricos de la ciudad, nos dirigimos al casco urbano, tanto a la parte turística como a la parte vieja, para terminar plantando el último libro en un banco a los pies de la Cruz de la Carola, la más antigua de las múltiples que pueblan nuestro municipio y de la cual el Puerto toma su nombre. Esta cruz se halla adosada al muro de la Casa de la Real Aduana, antigua sede del almojarifazgo, uno de los pocos ejemplos de arquitectura canaria del siglo XVII que aún perviven en la localidad. Allí, ya de madrugada, terminamos esta fase del «Trábate a la lectura», a la espera de lo que se comentara en la ciudad el día 23. Ya se sabe, frases tipo «A ver qué organizaron este año los zumbados de la Biblioteca»; o un poco más piadosas, estilo «¡Hay que ver qué ocurrentes son estos chicos de la Biblioteca!»

Durante la «siembra» de libros, fuimos interrogados por numerosas personas que estaban en la calle a esas primeras horas de la noche, pues dado que el tiempo era bastante benigno, mucha gente había salido a caminar para hacer ejercicio físico. Algunas de estas personas recordaban el proyecto “Faro-Leo” y nos comentaban que lo de este año era algo parecido, lo cual nos demuestra que estas actividades sí que calan en un sector de la población que las asume y no las olvida.

Para depositar los libros en los bancos y que tuvieran un cierto tiempo de permanencia, recurrimos a una vieja estratagema bibliotecaria utilizada en las antiguas bibliotecas y scriptoria de los monasterios medievales: encadenar los libros a los bancos, para que al menos duraran un par de días. Los libros se llevaron a una imprenta donde se perforaron


en la esquina superior izquierda para poder pasar por ella una brida, de las que usan electricistas y fontaneros. Esta brida se unía a una cadena metálica, y el extremo de esta a otra brida y al banco. Los libros estaban metidos en bolsas con cierre de las usadas para congelación, por si se daba la circunstancia de que lloviese o serenase (o, como decimos en Canarias, sorimbase) aquella noche. Cabe decir que en determinadas zonas, según algún testigo, algunos libros acabaron rotos y sus tapas utilizadas para hacer filtros para los fumadores de porros. Muchos de los libros aguantaron varios días y fueron leídos por varias personas (hay que hacer notar que se utilizaron para este proyecto obras no muy voluminosas que fuera posible leer en poco tiempo, y es que nadie se sienta a leer en un banco público la primera parte de los Hermanos Karamazov o Moby Dick de un tirón). Al cabo de una semana ya no quedaba ningún ejemplar «amarrado al duro banco», como dicen los versos del romance de Góngora. Es decir, que algunas personas provistas de cizallas cortaron las cadenas para llevárselos a sus casas. Al principio estas acciones molestan, sobre todo después de haber estado preparando la actividad durante tanto tiempo, y echando horas terminada la jornada laboral para que todo saliese perfecto, pero cuando reflexionas te dices: «¡Si los robaron para leerlos, bien robados están!» Los medios de comunicación se hicieron eco de la iniciativa, que fue recogida en la prensa local, y fuimos entrevistados por varias emisoras de radio locales.

Este proyecto tiene una duración temporal determinada, dentro del programa de actividades del Mes del Libro, pero además va acompañado de una serie de acciones que duran todo el año y que refuerzan con una mayor temporalidad nuestros objetivos planteados en «Invadiendo espacios».

En estos momentos estamos evaluando los resultados de la fase del año 2010 de nuestra particular invasión espacial, denominada «Este es un buen lugar para leer». Con ella sugerimos que la ciudad de Puerto de la Cruz está llena de rincones que invitan a la lectura, y la apoyamos con una sugerente campaña publicitaria en la que proponemos espacios tanto públicos como privados en que se puede disfrutar de la lectura.

Aunque en estos tiempos de crisis es difícil agenciarse recursos para financiar proyectos de cualquier tipo, y mucho más si hablamos de cultura, con voluntad, imaginación y muchas ganas de trabajar, podemos dar a conocer a la ciudadanía las posibilidades que ofrece una biblioteca y el hermoso mundo que encierran los libros. Debemos ser capaces de conectar con todas aquellas personas que no tienen la costumbre de acudir a las bibliotecas. Una biblioteca sirve a toda la comunidad, no solo a una parte de ella. Con nuestra idea de trabajar a largo plazo, marcándonos objetivos realizables en corto plazo y tomando como punta de lanza acciones creativas y de escaso coste económico, siempre batallando, hemos conseguido en estos últimos años aumentar el número de socios, fidelizarlos, y que nuestros índices de préstamos aumenten espectacularmente.


Esto supone que nuestros usuarios, tanto fijos como eventuales, nos exijan que nos superemos en nuestras propuestas, con lo que hemos conseguido cumplir los objetivos que nos trazamos con el proyecto «Trábate a la lectura». Querer es poder. MATILDE PERERA GONZÁLEZ FERNANDO VIALE ACOSTA RICARDO RICHTER CARRILLO Personal bibliotecario de la Biblioteca Pública Municipal «Tomás de Iriarte» Área de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Puerto de la Cruz


CREACIÓN

MI SUEGRO JUAN FERRERA GIL*

Cuando mi suegro me regaló una raspadera con punta de diamante, valorada en doce millones de euros, la puso a nombre de su hija, por si en un futuro, vayaustéasabé, nos «deseparábamos». Lo cierto es que a la raspadera le hemos sacado el jugo: quitamos los matos que estropeaban el jardín, las vinagreras de la esquina y las enredaderas de tierra, que parecen las lianas que utilizaba Tarzán cuando se enfadaba con Jane y, entonces, iba a refugiarse en los brazos de la mona Chita. Además, mis vecinos, cadadosportres, me la vienen a pedir. Pero no solo fue la raspadera: el pico eléctrico de dospasospalantedospasospatrás, el martillo de alfileres pamarcarlosvueltos y el dedal diacrónico palmandodistancia. La verdad es que si dijera lo contrario estaría mintiendo: mi suegro es muy generoso; ha marcado los tiempos y los detalles. Y yo, que soy bien nacido, de nombre Bonifacio Valverde, natural herreño afincado por estos lares desde hace más de veintisiete años y medio, le tengo toda mi consideración. Pero llegó el fatal día: mi señora me dijo que no era feliz conmigo, que el amor se había desvanecido «en el bosque de la rutina…» a pesar de la raspadera diamantina, del pico eléctrico, del martillo de alfileres y del dedal diacrónico. Señaló también que necesitaba un cambio, es decir, que cambiara yo de casa; que quería aire, y que yo lo cogiera, y un caballo nuevo para el picadero y que ya no montaba como antes. Entonces apareció mi suegro y me espetó: –Gracias a Dios que lo que te he regalado siempre lo he puesto a nombre de mi hija. ¡¡Fuertes reflejos tengo!! Y me vi en la calle. No hubo ni mediadores ni conciliación ni nada. Cuando mi mujer me dijo lo que en su pensamiento llevaba guardado doce meses en barrica de roble americano, ya tenía el abogado buscado y me había puesto el pleito más avinagrado de mi, ahora, triste existencia. Sobra decir que ahora vago por el mundo como alma en pena y cuento mis desdichas, cual Labrante de la Palabra, en tertulias y cafenes, y cafetines también, en Asociaciones de Vecinos, mayormente de las Medianías del Sur, donde están mancomunadas, en actos culturales y en algún que otro colegio. Por cada charla me dan 20 euros, un bocadillo de salchichón ahumado en pan de ayer y un ticket para consumir en las terrazas aruquenses, excepto en las más caras. En fin, que mi suegro es una buena persona y eso es lo que yo quería decir desde un principio.

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Gran Canaria. Licenciado en Filología Hispánica. Profesor y escritor.


CÓMO AMAN LOS FANTASMAS JUAN JESÚS PÉREZ GARCÍA* Me gusta leer. La lectura me ha hecho un ser furtivo que ronda entre las páginas con sigilo y curiosidad. La pregunta que se formularía quien no comparta tal afición pudiera ser a qué viene esa empatía como lector. Supongo que me cuelo en algunos textos como lo hago en el baño de Diana. Amo a Diana desde hace treinta años. Desde entonces el tiempo se ha obstinado en arrebatármela. Desde entonces me convertí en lector asiduo. La primera vez que la perdí, fue cuando cambié de domicilio. Yo era muy joven y sólo pude acatar la voluntad de mis padres. Ni los años ni la distancia la extirparon de mi olfato. Hace unos pocos nos reencontramos, pero aunque se alegró de verme, me dijo que no era el momento. Decidí amarla en soledad. El amor y el deseo me han provisto de cierta capacidad para la metamorfosis. Unas veces he aprendido a mutar en brisa para rozarle las mejillas y precipitarme por su cuello hacia su melena. Otras me derramo en música y la beso con un coro o retumbo en su interior el sonido de un contrabajo, adormeciéndola. Pero lo más intenso me sobreviene de noche, cuando mi espíritu me abandona. Sobrevuela los días y los kilómetros que nos separan y aguardo al otro lado de su ventana. Desde las rendijas me llega el rumor de sus pasos hacia el baño. Atravieso el cristal y la sigo. No la veo, pero siento como se desnuda. Cuando acciona la ducha me hago agua para besarla. Le lluevo primero el rostro y luego serpenteo entre la indecisión fluvial de sus cabellos. Goteo desde un mechón hasta el ombligo o me estrello en una explosión de partículas contra sus caderas. Al volverme esponja palpito universos de jabón por su piel. La contemplo con ojos ciegos cuando sale del baño, esfervecida de miles de chispas. Para poder gemir me desintegro en vapor. Y, por último, cuando siento que extiende su mano, mis moléculas me transforman en una toalla para acariciar con manos de algodón su cara, para germinar en su vientre los suspiros que exhalé, para demorarme en sus hombros, para perseguir la golosina de su espalda y para desgastarme el alma en su cintura durante todos los siglos que no mida el tiempo. Así aman los fantasmas. A la lectura, también acudo en clandestinidad. Espío la historia y rastreo casi tan discretamente a los personajes como amo a Diana. Encuentro en el relato a veces las mismas incógnitas con que su belleza me hostiga y me da caza. En esos momentos me siento comprendido por otra voz, ajena, fantasmal como yo. En otras ocasiones se me aparecen preguntas que son todo asombro. Y cuando me elevo sobre las páginas la respuesta me lleva a ella, al implacable rasgo de su rostro que ignoraba venerar. De momento seguiré amando a Diana en su baño y, si encuentro alguna clave, quizás me perdone fuera de él.

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Tenerife. Licenciado en Filología Hispánica. Profesor y escritor.


LA IGUANA NELSON DARÍO CALDERÓN JIMÉNEZ* No has tenido tiempo de organizar la habitación, de afeitarte, cortarte un poco el pelo, pulirte las patillas como a ella le gusta, y no es que no hubieras querido hacerlo, pero el puto trabajo no te deja otra opción, la obra hay que entregarla este mes y las horas extras, aunque no te las paguen, tienes que comértelas. No hay tiempo, ella debe estar a tres minutos de apoyar su mano en la barandilla de la escalera, a cuatro de extender su brazo y dejar impresa su huella digital en el botón del timbre. ¿Qué camisa ponerte? La negra, la azul, la café, da igual, todas están arrugadas, tremenda impresión vas a darle, a lo mejor sale corriendo ante la imagen del cavernícola que le abre la puerta, pero no lo hará, porque, pese a todo, tienes eso que ella quiere, tú le guardas eso... esa cosita de movimientos pausados, mirada estática y sangre fría. Te ha faltado tiempo para todo, menos para comprar la iguana, ese bicho verdoso y comestible del que ella se enamoró cuando la llevaste a tu cálida tierra, el festivo diciembre que conoció a tus padres, los nueve hermanos, los dieciocho sobrinos, los jugos de maracuyá y guanábana. El timbre suena, es ella, delante de la puerta, con sus ojos azulados, dos océanos insondables y turbulentos, dos puñaladas certeras, dos caricias insinuantes. La iguana se estremece, incómoda dentro de su cárcel de cartón, a lo mejor compraste una muy grande, pero casi todas eran iguales. Abres la puerta, es ella, pero no parece, su pelo es de otro color y su cara es dura, fría; no trae maletas para quedarse, no quiere darte el beso del reencuentro donde las soledades se juntan. No es ella, pero lo es. En la sala te actualiza, ya no te quiere, Steve es muy cariñoso, quién diablos es Steve, le preguntas, y te arrepientes de haberlo hecho. Te va a dejar, amor de lejos felices los cuatro, te dice cínicamente la muy cabrona, ¿pero cuáles cuatro? Si tú la has esperado como un güevón todo este tiempo de encuentros, despedidas mensuales y placeres solitarios, ni siquiera la frase llegaría a ser «felices los tres», porque ahora estas hecho un guiñapo con la noticia del adiós. A la basura otro amor. Se tiene que ir, sólo ha querido verte para decírtelo personalmente, sin intermediarios. Ya conoce el camino, se va. Tú te quedas pétreo como las estatuas romanas que viste en Mérida en el último viaje que hiciste con ella. Se ha ido, estás de nuevo solo con tu habitación hecha mierda, la barba incipiente, la ropa arrugada. Por la sorpresa y la decepción se te ha olvidado entregarle la iguana, tienes un arranque de coger la caja y salir detrás de María para entregársela, pero sabes que es inútil hacerlo y, a lo mejor, tonto; te contienes, piensas mil cosas a la vez, tu cabeza es un hervidero, miras la caja, la abres, ves al saurio apretujado contra las paredes de cartón, dicen que sabe a pollo, de repente piensas que no ha sido un error haberla comprado tan grande.

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Colombia. Narrador y escritor.


ÑEROS Un grupo de amigos teatreros me invita a contar para los habitantes de la calle, para los ñeros, en una de las fogatas con las que ellos sobreviven allá, en la fría noche bogotana, son solo 4º 35’ y 53’’ de latitud norte pero 2600 metros sobre el nivel del mar. Llegamos al lugar. Tarde en la noche. La primera impresión es intimidante, despedidora. Allí, alrededor de aquel fuego, no hay rostros, casi no hay cuerpos. Son bultos. Harapados de la cabeza a los pies. Arrodetados, doblados sobre sí, muchos metiendo pegante. Cuento una historia. Una segunda. Una tercera… El desasosiego me invade, palabra a palabra. Tengo la sensación de que nadie escucha. Para cerrar e irme cuento un relato mítico escrito años atrás, que dio lugar al espectáculo «Mitos de creación». Es un cuento que arrancó en una aldea llamada Fakaha, en Costa de Marfil y llegó a Bogotá, en el año 94. Acababa de regresar a Colombia después de haber vivido un tiempo afuera y una palabra me agredió, como solo agredir pueden las palabras. Suele ocurrirme, las palabras me fascinan, me enamoran, me enferman, me golpean, me trasnochan, me hacen alucinar… Se trata de un apelativo. Antes de que lo pronuncien mis dedos con el teclado quiero decir que en esa Capital, como en otras de nuestro tiempo, la calle no es más la vena, la arteria, el intestino, el nervio. No. La calle se ha convertido en corazón, pulmón y cerebro de la ciudad. Y allí, a los habitantes de las calles, a los mendigos, a los ñeros, a los gamines… hemos terminado por llamarlos desechables. Se me ocurrió que alguien que trata de desechable a otro ser humano debe creerse eterno. Con la palabreja esa y aquella bronca, armé el cuento, que cuenta que hubo un dios que escapó a esa desagradable tentación divina de hacer al hombre, es decir al otro, a su imagen y semejanza. No era un dios triste y vencido, no. Primero hizo la tierra y cuando la vio redonda, hermosa le sobraron restos, pedacitos, migajas, desechos... Enseguida hizo el tiempo y en cuanto el tiempo se puso a andar quedaron restos, pedacitos, migajas, desechos... Luego hizo los lagos, los ríos, los océanos y cuando las aguas crecieron y se pusieron a subir y bajar, a correr, había nuevamente restos, pedacitos, migajas, desechos... Creó entonces los árboles y en cuanto la tierra estuvo toda verde y respiró, tenía, una vez más, entre sus manos, restos, pedacitos, migajas, desechos... Todos esos restos, esos pedacitos, esas migajas, esos desechos... comenzaron a estorbarle y él se deshizo de ellos. Los botó al fondo de un abismo. Continuó su feliz tarea de creador: hizo la distancia, hizo la noche, hizo las estrellas, hizo la luna, el día, la nube, la montaña, el sol, los vientos... Y cada vez, le sobraron restos, pedacitos, migajas, desechos... que arrojó al fondo del abismo. Y el hombre, –él, ella– tenía ganas de ser, tenía ganas de existir, pero Dios no lo hacía; estaba muy ocupado, o tal vez lo había olvidado. Ya en aquel entonces, el hombre soportaba mal el olvido. Y tenía tantas ganas de ser, tantas ganas de existir, que decidió hacerse, crearse a sí mismo. Y se hizo, allá, en el fondo del abismo, con todos esos restos, esos pedacitos, esas migajas, esos desechos...


Es por eso que en cada hombre hay un poco de tierra, hay un poco de tiempo, hay un poco de río, hay un poco de árbol... Es por eso que cada mujer es un poco distancia, es un poco noche, un poco estrella, un poco luna, día, nube, sol, montaña y viento. Suenan en mi voz esas palabras en aquella noche, al lado de aquel fuego y, a pesar de mi empeño, no suscitan la más mínima reacción. Termino de contar, me despido y… el mismo silencio anónimo. El desasosiego crece, deja un amargo sabor en la boca, la lengua de trapo y una huella, una pequeña herida. Días más tarde, una mañana salgo temprano de mi casa, en La Candelaria. Camino un par de cuadras. Tengo la sensación de que me siguen. Antes de que pueda cerciorarme, una pandilla me alcanza. En el repliegue de una calle, al doblar una esquina me sitian. Aquí me van a quitar hasta las ganas de comer, pienso. Uno se me acerca. ¿Rostro? No recuerdo. Solo ojos. Me mira. Lee mi temor y me dice: restos, pedazos, desechos. Se yergue, casi doblando de tamaño, me mira desde arriba y se van. Me vuelve el alma al cuerpo, y la herida… cicatriza.


ELLA E. RGUEZ ABAD Había nacido para vivir. Se había casado muy pronto; no sabía, aún, que la vida está hecha de sinsabores, de momentos. Muchas mañanas, cuando el marido salía al campo a trabajar y los niños aún dormían, ella se ponía el traje de seda y volantes de encaje. Era un viejo vestido, que le quedaba ya algo estrecho. Con él había ido a la primera fiesta de su vida. Fue una tarde inolvidable. La rodearon todos los jóvenes del pueblo. Incluso, algún muchacho de la ciudad se acercó para pedirle un baile. Luego recibió cartas. Largas cartas de amor. Poemas en versos cursis. Esquelas pidiendo citas clandestinas. Soñó que era una princesa. Imaginó un hermoso príncipe a su lado. Lo besó en sueños. Peinó sus cabellos suaves con los dedos. No había príncipes azules. No había tampoco princesas encerradas en torres. Ni dragones ni hadas que la salvaran. Había chozas de paja. Había trabajo en el campo. Había hambre. Cada tarde llegaba el hombre. Caminaba despacio por el sendero que venía del bosque. Un haz de leña. Un saco con los frutos que el campo seco le había dado. Poca comida. Mucha tristeza. Ella olvidaba el traje de encajes y las zapatillas de baile. Restregaba las manos en el sucio delantal. Luego cenaban. El frío cortaba el aire. No había palabras, no había miradas entre ellos. La vida los había hecho viejos, aunque aún eran jóvenes. Sin palabras, sin miradas se iban a la cama. Un día era igual al otro. Sin palabras, sin miradas. «No hay comida para todos. Tenemos que tomar la decisión.»: era la única frase que pronunciaba la mujer. Una noche, el padre, se sentó en la cama de los niños. Los miró con ojos lejanos. Les contó el cuento de Hansel y Gretel.


ENTREVISTAS Entrevista a ROSALÍA ARTEAGA SERRANO Entrevista a REMI


Dirección: Ernesto J. Rodríguez Abad Benigno León Felipe Secretaría de redacción: Andrés González Novoa Daniel Pinelo Casas Coordinación editorial: Cayetano Cordovés Dorta Consejo de redacción: Rosalía Arteaga Serrano (Ecuador) Benita Prieto (Brasil) Celso Sisto (Brasil) Pépito Mateo (Francia) Marc Laberge (Canadá) Liliana Cinetto (Argentina) Luis San Vicente (México) Juan Madrigal (Costa Rica) Elvira Novell Iglesias (Barcelona, España) Pep Bruno (Guadalajara, España) Carles García Domingo (La Rioja, España) Omaira Afonso Hernández (Tenerife, España) Luis Alzola Fariña (Tenerife, España) Juan Jesús Pérez García (Tenerife, España) Ilustración cubierta: Miguel Ángel Betancor Editor: Asociación Cultural para el Desarrollo y Fomento de la Lectura y el Cuento Los Silos ISSN: 1578-181X


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