Tanto 4.7 como su perturbadora antítesis, 4.8, suponen la primera excepción al tono elevado del libro y, probablemente, junto al poema cuyo estudio vamos a abordar y la delicada elegía etiológica dedicada al humilde dios Vertumno (4.2), se traten de los poemas más hermosos, acaso, de toda la obra properciana: en ellos regresa a su Cintia desde muy distinta óptica. La elegía octava es una preciosa estampa que nos presenta a Propercio como a un auténtico personaje de comedia nueva, con servus callidus incluido (Lygdamo), atrapado con las manos en la masa por Cintia en su casa del Esquilino, al regreso del tributo ofrendado a Juno Sospita en Lanuvio1, cuando, en su ausencia, se entrega a los placeres casquivanos proporcionados por dos prostitutas, Filis y Teia. El poema es una auténtica delicia, un tour de force que adquiere su energía en función del lugar que ocupa dentro del libro 4 y, además, ha traído la turbación a algún que otro erudito (Hubbard 1974, pp. 145146): esta frívola y maravillosa estampa sucede a las gélidas palabras de Cintia desde el más allá en 4.7. En ningún otro lugar de la obra properciana podemos estar tan seguros de la voluntad del espíritu lúdico del poeta como aquí. Un choque, la voz de un fantasma frente a una chocarrera situación de infidelidad, antecede a otro interno del poema, pues la descripción de Propercio del camino de Cintia hacia Lanuvio, en pos de la serpiente que predicaba la virginidad de las doncellas, parece presagiar otra trama etiológica: Lanuvium annosi vetus est tutela draconis (Prop. 4.8.3). Un viejo dragón custodia desde hace años Lanuvio.
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Esta relación con el santuario es una de las razones esgrimidas por Boucher (1965, p. 460) para hipotetizar sobre la posible identificación de Cintia, no con Hostia –que entre otras cosas no es prosódicamente un equivalente de aquel nombre, pues el nombre real postula el hiato en un buen número de contextos– como tradicionalmente se entiende, sino con Roscia, si es que el texto de Apuleyo (Apol. 10) está corrupto y habida cuenta de que la gens Roscia era originaria precisamente de Lanuvium (Smith 1854).
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