Un siglo de quito el deán bartolomé fernández de soto

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Un Siglo de Quito a través de los prebendados de su Iglesia Monografías. 7

El deán Bartolomé Fernández de Soto Juan Corbalán de Celis y Durán

El 11 de mayo de 1570, el rey Felipe concedía al canónigo Soto el deanato de la catedral de Quito, por no haber acudido a ocuparlo el maestro Stefano, al cual se había dado este nombramiento en sustitución del difunto deán don Pedro de Adrada. Pasados dos años, y como en ese tiempo el obispo no había querido recibirlo en el cargo, presentaba una queja formal con el fin de obligar al obispo a acatar la cedula real de su nombramiento, que presentaba al efecto1. Al parecer, el motivo por el que el obispo Peña se negaba a admitirlo como deán era la conducta escandalosa y deshonesta que tenía dicho canónigo. Como no podía negarse al nombramiento real, haciendo uso de su derecho a examinar y comprobar si el presentado reunía las condiciones para el cargo, el obispo mandó que se hiciese una información sobre la vida y costumbres del canónigo2, 1 2

AGI. Quito 81, N.43 AGI. Quito 76, N.26

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siendo el encargado de promover el expediente el chantre Diego de Salas, provisor y vicario general, hombre de confianza del obispo. En la información se recogía que el canónigo Soto tenía por entonces, a su llegada a Quito en 1566, unos treinta y tres años, “y por su aspecto parece muy mozo” Vivía en las casas del obispo, y se le acusaba que salía de noche disfrazado para ir con mujeres casadas, y que era aficionado al juego. Era público y notorio que en una de esas salidas, y por celos de una casada, le corrieron con una partesana hasta las puertas de su vivienda, lo que causó un gran escándalo. A causa de su afición dejaba de ir a horas y a misa por jugar, iba vestido indecentemente con librea de tafetanes verdes y colores, y no como correspondía a un eclesiástico, y también llevaba consigo a dos criados indios vestidos de librea. Como en ese tiempo el obispo estaba en la ciudad de los Reyes, en el sínodo provincial, el chantre


Soto, que era entonces el vicario, escribió al obispo pidiéndole que enviase a Soto a otro lugar, pero como la respuesta tardaba y quería evitar que tuviese algún altercado, por andar también con otras dos mujeres casadas, lo envió de cura a la ciudad de Zamora. Desde esta ciudad también se recibieron quejas de su mala conducta, llegando a ser llevado por el obispo ante el tribunal de la Inquisición de la ciudad de los Reyes, por ciertas palabras denigrantes que al parecer dirigió a una imagen de la Virgen.

licenciado Pedro Bravo de Verdusco, visitador general del obispado, juez y vicario apostólico, procedió contra el deán. Hizo levantar acta de los sucedido a Jácome Freile, notario apostólico y del juzgado eclesiástico, y seguidamente expidió un mandamiento de prisión contra Soto. Envió a prenderle a Diego Sánchez, fiscal de la audiencia episcopal y a Antón Franco, alguacil, pero se les resistió y no se dejó prender, así que avisaron al juez Bravo, y éste mandó llamar al notario apostólico Cristóbal Pérez Concha, y todos juntos fueron a prenderle. Lo cogieron en la sacristía y consiguieron reducirlo, poniéndole unos grilletes en los pies, y Bravo, bajo pena de excomunión mayor, le ordenó que de ninguna manera saliese de la sacristía, la cual le designaba como cárcel4.

Los rencores entre el obispo y el deán, que no habían cesado, dieron motivo a que el día 13 de febrero de 1573 en un sermón que Soto había dado en la catedral lo infamase públicamente diciendo que el obispo estaba más preocupado de obtener un tejuelo de oro que mirar por Ese mismo día el ellos3.

Al proceso que seguidamente se le incoaba acusándole de infamar al obispo, se acumulaba la causa por desacato al no dejarse prender, y otra por haber amenazado anteriormente al obispo diciéndole que “se lo habría de pagar”. Según el proceso, el canónigo Soto como enemigo del obispo, al que odiaba por diversos motivos, entre ellos por haberlo castigado por ciertos delitos que había cometido, y por haberlo reprendido de sus vicios; remitido asuntos suyos a los inquisidores. Se añadía también las palabras que pronunció contra el obispo por no haberlo querido recibir por

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En el proceso se le acusa de que lo había infamado públicamente y se dice textualmente “en un sermón que había hecho exponiendo las palabras del Sancto Evangelio sobre qué rrespondió el questaba en la piana a Xrispto quando dixo que no tenía hombre, hizo una exageración y colloquio preguntando a los naturales que cómo estaban tan perdidos, y rrespondía el propio por los dichos naturales que no tenían hombre, y tornando el propio a preguntar dezía, pues no teneis, ay, al encomendero, y él por ellos erespondía que aquél no hera su hombre porque él no tenía cuydado sino de coxer el tributo, y assí preguntando y rrespondiendo passando por clerigos, doctrineros, y otros estados de hombres, fue a dezir por el señor obispo pues ya que el encomendero y doctrinero no son vuestros hombres, no teneis, ay, a un obispo, rrespondió el propio por los dichos yndios, el obispo está en su obispado y tiene en que entender en otras cosas, y tambien tiene

más cuydado de coxer un tejuelo de oro que de mirar por nosotros” 4 AGI. Quito 81, N.55

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deán. Había dicho en su contra palabras desmedidas y deshonrosas, diciendo que se lo habría de pagar ante la justicia, y si por esta vía no lo lograba, entonces se vengaría por su mano. Uno de los testigos, el canónigo Gómez Tapia, decía que se lo había oído decir estando junto a la reja del coro, “con mucha cólera y enojo, asiéndose las barbas con la mano”.

Acusaba al obispo de haber procedido en su contra “para hacerle mucho mal y daño apasionadamente, y así sin tener culpa alguna le había secuestrado sus bienes y teniéndole preso muchos días, y enviándole, depravando su honra, a los Inquisidores de Lima, por lo cual y otras muchas razones le había recusado, y al chantre don Diego de Salas, provisor que a la sazón era, y a los demás clérigos y prebendados, parientes y paniaguados y ministros suyos que hubiese en este obispado”. El licenciado Ávila, fiscal que fue de dicha Audiencia, y el bachiller Vega, abogado de ella, declararon que había bastantes causas para aceptar dicha recusación. Después, Soto escribió al arzobispo con su caso y obtuvo, a primeros de marzo de ese año 1573, que se diese una provisión en la cual se ordenaba que se le recibiese por deán de la iglesia catedral, y que se nombrase a fray Marcos Jofre, guardián del convento de San Francisco, por juez de su causa.

Estando preso en la sacristía, se escapó de ella, y según declaraban unos testigos, después de la misa mayor, había celebrado misa en el altar de San Sebastián, a pesar de estar excomulgado. Lo volvieron a prender y esta vez lo encerraron en la torre, en la cárcel episcopal, con grilletes en lo pies y un hombre de guarda. Mientras tanto Soto había recusado por escrito ante fray Domingo de Ugalde, provisor del obispado, al visitador y al propio obispo diciendo que éste era su enemigo mortal y le había hecho muchas ignominias. Con ello logró que lo sacasen de la torre y lo encerrasen en un aposento bajo, fuera de la iglesia, de donde dijo que no se escaparía. Pero no fue así y en la primera oportunidad huyó de allí y se refugió en el convento de San Francisco.

Nada más tomar posesión de su cargo como deán, dejó bien claro las funciones que le competían, y que no estaba dispuesto a que nadie se entrometiese ni mandase en ellas. Se enfrentó nuevamente con el provisor general fray Domingo de Ugalde, sobre asuntos relativos a la prohibición de la entrada en el coro de los seglares mientras se decían las horas canónicas. El provisor había colgado a la puerta del coro una mandato sobre ello y Soto lo quitó y rompió mientras decía que era él quien mandaba en el coro y en las cosas

Presentó ante la Audiencia un escrito quejándose de que el obispo y el provisor le habían ocasionado muchas molestias y le habían inferido numerosos agravios e injurias. Así mismo recusaba al licenciado Morales, abogado de dicha Audiencia, diciendo que éste estaba enemistado con él por haberle reprendido ciertos asuntos.

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concernientes al mismo, y no el señor provisor, y que no habría de consentir que aquel mandase. De todo el proceso anterior, y de la resolución del mismo, el obispo había protestado, pero tuvo que acatar la orden del arzobispo y esperar que llegase la resolución que había solicitado al rey sobre su negativa a aceptar al deán.

respecto del odio y mala voluntad por parte del obispo contra él, se nombraba un juez apostólico “para todas cuales quiera causas, pleitos y procesos que contra dicha mi parte el reverendísimo señor obispo de Quito quiere o tuviere”, designado para tal al obispo de Popayán fray Agustín de Coruña, Inquisidor ordinario6.

Al morir Juan de Ovando, se quedaron por proveer algunas dignidades que estaban vacantes en algunas iglesias de Indias, y en octubre de 1575 el Consejo proponía algunas personas para cubrirlas. Para el deanato de la iglesia de Quito proponían al licenciado Carrasco “letrado y de mucha aprobación, provisor que es del obispado de Cuba y chantre en la iglesia de Santo Domingo”, pues estaba la plaza vacante por no haber sido recibido el bachiller Bartolomé Fernández, “a causa de no haberse dado buena cuenta de sí y estar preso en la Inquisición en la ciudad de Lima” Luego, al margen, y escrito posteriormente, se lee: “no se hubo por vaco a este deanazgo, y después se volvió a consultar”5, de lo que se deduce que en esa fecha todavía seguía pendiente de resolver la petición del obispo.

En 1577 se acusaba al deán Soto de haber confesado a algún moribundo, consiguiendo que lo nombrase su albacea con el fin de quedarse con los legados que hiciese, como fue el caso del licenciado Maldonado, que dejó ciertas cantidades para misas, y se las quedó dicho Soto, por lo cual, a raíz de ello, el obispo le prohibió tomar a nadie en confesión en este obispado bajo pena de excomunión. A esta orden, que se le entregó en los días de la Semana Santa de ese año 1577, replicaba que no había cometido delito alguno para que le enviasen tal mandato, y que ya hacía 12 años que estaba aprobado por el obispo como uno de los clérigos más idóneos que tenía en su obispado, pues había estudiado Teología, Escolástica y Escrituras, y había leído públicamente en las escuelas de Salamanca de Indias, y que era público y notorio su recogimiento y honestidad, y que el obispo, que era su notorio enemigo, había dado dicha orden para afrentar y denigrar, si podía, su buena y notoria fama “haciendo dicho

Obtenida la recusación del obispo y de alguna de las dignidades de Quito, para que estos no le pudiesen juzgar, solicitaba y obtenía, el 15 de diciembre de 1575, un breve apostólico del obispo Nicolás, nuncio de su Santidad Gregorio XIII, por el que, tras aceptar la acusaciones que hacía Soto 5

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AGI. Quito 82, N.30. Por este breve sabemos que Soto había sido ordenado en Plasencia. “Bartolomeus Fernández de Soto clericus placentine diocesis provintie Compustellanensis, decanus ecclesihe de Quito”

AGI. Indiferente 738, N.147

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auto con hombres y clérigos, mis enemigos, y de ruin vida, fama y costumbres, los cuales de ordinario procuran macular con sus lenguas a los que viven virtuosa y recogidamente, como yo vivo”

de mucha virtud y perfección que averiguase la verdad de lo que tenía avisado.8 El 3 de noviembre de 1581, el licenciado don Lope de Atienza, provisor general, se querellaba ante la Audiencia real contra el deán Soto, acusándole de haber dado asilo y cobijo en su casa a Lorenzo Rodríguez, reo condenado a galeras que andaba huido, y solicitaba que lo hiciese prender y se le castigase. El licenciado Morales Tamayo, fiscal de la Audiencia, solicitaba a los capitulares que informasen testificalmente sobre la causa, y dado que uno de ellos era el propio acusado Bartolomé Hernández de Soto, que en su lugar lo hiciese el canónigo Francisco Álvarez de Cuellar, otro de los capitulares, maestrescuela de esa catedral.

A los pocos días de recibir el escrito, enviaba un memorial al rey informando de la mala administración y mal ejemplo del obispo, memorial que encabezaba alegando “que el deseo que tengo de la salvación del alma del obispo y de las que tiene a su cargo me hace escribir esto y no otro temporal interés”. Acusaba al obispo diciendo que desde que éste había llegado a su obispado, su insaciable codicia de juntar oro, “ y ciego de este amor”, había escandalizado esa tierra y reinos y había hecho mil bajezas, que no enumeraba pues eran “indignas de las orejas de Vuestra Majestad”. Según decía, lo primero que había hecho había sido nombrar a clérigos de mal vivir, ignorantes y perdidos en sus costumbres, porque éstos le daban mucho dinero de lo que ganaban, pues les consentía tratar, contratar y mercadear, y sigue así con una sarta de acusaciones, que más bien parecen una serie de excusas para tratar de recusar a los que habían informado sobre su mala conducta7. En otro escrito similar que había enviado meses antes, acababa pidiendo al rey que mandase a su embajador en Roma que obtuviese de su Santidad licencia para que el obispo pudiese ser Visitado, mandando para ello un hombre

Se notificaba de la querella a Soto, el cual replicaba que no era cierto lo que se decía en ella, pero que aunque lo hubiese sido, ni el provisor, ni el obispo, ni ningún juez capitular podían juzgarle, pues tenía un breve particular del nuncio apostólico en el que, para cualquier causa movida contra él, tenía por juez al obispo de Popayán. El fiscal solicitó que se le presentase el original del breve. Una vez lo hubo leído, dijo que no estaba pasado por el real Consejo de las Indias, y por lo tanto el provisor podía mandar prenderle, y que luego ya se determinaría sobre la validez del mismo. Así que el provisor pidió se diese auto de prisión, y que el breve se guardase en el archivo mientras se enviaba copia al Consejo para

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AGI. Audiencia Quito 80, N.8

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AGI. Audiencia Quito 80, N.7


que determinase sobre su validez. Como Soto había presentado también un auto dado en su día por el obispo de Popayán notificando al obispo que se obtuviese en las causas contra su persona, bajo pena de excomunión, no debió seguir adelante la querella, pues no aparece ningún documento posterior a estas fechas. En abril de 1594 la Audiencia informaba al rey de diversos asuntos, y al final del informe añadía: “después de esta carta murió don Bartolomé Fernández de Soto, deán de la iglesia catedral de este obispado. Esta prebenda ha quedado vacante para que Vuestra Magestad haga merced de ella a quien fuere servido. La muerte se la causó una apoplejía, por lo que duró solo dos días”9, Noticia que nos indica que, a pesar de todo, conservó su cargo de deán. Según certificación dada por el escribano Francisco García Durán, se le enterró en la bóveda de la iglesia catedral el 23 de dicho mes de abril, a la edad de sesenta y un años10. Su vacante la solicitaba el arcediano Francisco Galavis11.

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AGI. Audiencia Quito 8, R.28,N.111 En octubre de 1593 testificaba en una información solicitada por el mariscal Pedro de Ortega Valencia, y decía que era de edad de sesenta años, poco más o menos. AGI Patronato 135,N.1,R.3 11 AGI Audiencia Quito 80, N.24 10

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