Un siglo de quito el deán antonio del pino argote

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Un Siglo de Quito a través de los prebendados de su Iglesia Monografías. 24

El deán Antonio del Pino Argote

Juan Corbalán de Celis y Durán

Nacido en la ciudad de Quito, hijo de don Antonio del Pino Argote y de doña Luisa de Cózar Valenzuela. Cursó estudios en el colegio de San Luís ordenándose sacerdote en 1638. En diciembre de ese año, habiendo sido promovido a una de las canonjías de la catedral el doctor Álvaro de Cevallos, cura del pueblo de Azancoto en la provincia de Chimbo, se le nombraba cura interino de ese lugar mientras se proveía dicho beneficio y doctrina. El obispo fray Pedro de la Peña, en abril de 1640, lo nominaba, junto con Francisco de Barahona y Juan de Bolaños, para que el presidente de la Audiencia, en nombre de su majestad, presentase a uno de ellos al beneficio y doctrina del pueblo de Chapacoto, en la provincia de Chimbo, siendo elegido, entre los presentados, para dicho cargo. Al día siguiente el obispo lo nombraba vicario y juez eclesiástico de dicho pueblo. Este beneficio lo permutaría dos años después, en abril de 1642, por el de Chillogallo, del que era beneficiado el maestro Joan de Rojas y Cabrera. 2

El presbítero Diego Rodrigo de Ocampo, secretario de la academia de la Universidad de San Gregorio, que regentaba la Compañía de Jesús, certificaba “que don Francisco del Pino Argote y Navarrete, cura y vicario del pueblo de Chillogallo, habiendo aprobado sus estudios y cursos en artes y teología, siendo colegial en el colegio de San Luís, y el tiempo de pasante, de lo que tuvo acto público de conclusiones, pidió puntos para grados de licenciado y maestro, por haber sido graduado de bachiller, al padre provincial de la Compañía don Rodrigo Barrionuevo, rector de dicha Universidad, y a los padres prefecto de estudios y maestros catedráticos. Y después de elegir de los temas de lógica, físicos y metafísica que salieron, los que le pareció para primera y segunda, a las veinticuatro horas leyó en primer lugar, ante el rector y catedráticos, la hora de tentativa, y después estuvo otra hora argumentando sobre sus puntos diversas propuestas, con lo que fue aprobado en votación secreta, para dichos grados de


licenciado y maestro en artes, los cuales le fueron dados en la iglesia de dicha Compañía, el 21 de diciembre de 1645, por el señor obispo fray Pedro de Oviedo, como Cancelario mayor de dicha Academia y Universidad, en presencia de dichos rector y catedráticos de ella, de los doctores y maestros graduados en dicha Universidad, los prelados de las ordenes y gran multitud de ciudadanos de los principales de Quito. Después de haber jurado y leído unas lecciones, algunos maestros que estaban presentes rezaron unas oraciones y se dio por concluido el solemne acto, saliendo don Francisco de la iglesia, y paseó a caballo el estandarte de la Universidad, acompañado onerosamente de la gente principal”.

familias nobles de dicha ciudad, que fueron de los primeros conquistadores de aquella provincia cuando la tenían los moros. Había servido al rey en la guerra contra la sublevación de los moriscos de Granada, mandando la compañía de los hijodalgo que se había levantado en Baeza. Don Antonio había llegado a las Indias en el año 1586, acompañando a su tío, el general don Diego de Noguera Valenzuela, que había venido al mando de las galeras que enviaron de España para guarda y defensa de la costa de la isla de la Española, llegando a Santo Domingo al cabo de tres meses de travesía. Su tío, lo nombró alférez real de la capitana “quitando la bandera al que la traía de España, por no ser tan a propósito para este ministerio como don Antonio”. Al poco de su llegada, teniendo noticias el general de que por aquella costa andaban seis navíos de corsarios ingleses con más de seiscientos hombres, mandados por Guillermo Maley2, salió de Santo Domingo a su encuentro con dos galeras, y topando con ellos tuvieron una sangrienta batalla que duró un par de días, matándoles más de setenta hombres y echando a pique la nave capitana. Don Antonio peleó bravamente, abordando con la galera en la que iba una nave enemiga, siendo de los primeros en saltar sobre ella, rindiéndola y tomando seis prisioneros, que más tarde serían ajusticiados. Como consecuencia de la acción resultó herido de un arcabuzazo en el costado derecho, de cuya herida estuvo a punto de morir. Cuando regresaban a la Española tuvieron otro encuentro con el capitán corsario llamado Lorenzo, al

En junio de 1648, solicitaba al rey que teniendo en cuenta su capacidad y estudios, así como los méritos y servicios que sus padres y antepasados habían hecho así en España como en estos reinos de las Indias, le concediese la merced de presentarlo a una de las dignidades o prebendas de esta catedral de Quito, o de las Charcas, o de la de los Reyes. Alegaba que se encontraba sin medios con que mantener a su madre, hermanos y sobrinos, los cuales habían quedado todos a su cuidado, pues su hermano Antonio, canónigo que fue de esa catedral había muerto a los seis meses de haber obtenido dicha prebenda, y su hermana doña María había quedado viuda de don Cosme de la Oliva y Atienza. Su padre, el capitán don Antonio del Pino Argote, caballero, hijodalgo notorio, había nacido en la ciudad de Baeza, hijo del capitán Martín de Vilches,1, descendiente de una de las

de Navarrete Argote. Archivo Histórico Nacional. Ordenes Militares. San Juan de Jerusalén exp.23156 2 En el titulo de la encomienda que se le concede a don Antonio en 1620, hacen relación de sus servicios contra Guillermo Maler, capitán francés.

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En 1548 se concedía el título de caballero de la orden de San Juan de Jerusalén a Gabriel del Pino, natural de Baeza, hijo de Antonio del Pino y de Lucía de Vilches, nieto de Jimeno del Pino y Mayor Gámez, y de Martín Vilches y María

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que dieron caza con las galeras, pero se levantó viento a su favor y pudieron escapar, así que “fueron bugiendo la isla a la redonda” y entraron en el puerto de Santo Domingo con los ingleses que habían capturado colgando de las antenas, y arrastrando las banderas del enemigo por el agua. Y en todas las acciones don Antonio, como hombre principal e hidalgo, arriesgó su vida animando a sus soldados, y su esfuerzo ayudó a conseguir dicha victoria contra ingleses y franceses, “que fue negocio de mucha importancia porque loe enemigos pelearon muy bien y traían mucha artillería y bombas de fuego y muchas alcancías que echaban en las galeras”

en el nuevo reino de Granada, y don Antonio y dicho Robles le acompañaron a su nuevo destino. Salieron de Santo Domingo y arribaron a tierra firme en el territorio de la gobernación de Caracas, tomando tierra de manera accidentada en la laguna de Maracayo, al ser arrojado el navío a la costa por una fuerte tormenta, perdiéndose en el naufragio toda la ropa, papeles y hacienda de los que venían en el, “sin escapar más que las personas” y don Antonio, que había salido en una chalupa acompañado tan solo de varios indios a buscar agua y socorro entre la gente española se perdió, y estuvo con gran riesgo en aquella tierra de indios de guerra durante tres días, hasta que advertido el general por uno de los indios que iba en la chalupa, envió gente a por él y lo trajeron.

Un año después y según relataba, pasadas unas décadas, el capitán Diego de Robles, natural de Baeza, que había venido junto con don Antonio desde España y andaba embarcado en la misma galera, tuvieron otro encuentro con un navío francés, al que combatieron forzadamente hasta que lograron echarlo a pique. Otro de los méritos que le achacaban era el haber ido a México por orden de su tío el general, para recoger de la Caja real la paga de la gente de las galeras, servicio que realizó a su costa, con solo su paga de alférez, resultando un viaje muy arriesgado, por los muchos corsarios que entonces infectaban aquellos mares. Luís de Barragán, otro paisano de Baeza, que se encontraba en la isla de Santo Domingo cuando arribaron las galeras, contaba que le había visto salir de la isla en busca de unos forzados que habían huido, a los cuales capturó y trajo consigo a riesgo de su persona, lo que fue de mucha importancia para la defensa de aquellas islas, pues las galeras andaban escasas de remeros3.

Llegaron a Popayán oportunamente, pues apenas hacía unos días que los indios que llamaban paez y pijaos que andaban por los caminos reales asaltando, matando y robando, habían asaltado algunas estancias de españoles cercanas a la ciudad, cerca del pueblo de Buga, matando a algunos de los indios que vivían en dichas estancias, llevándose consigo todo el ganado y alimentos que encontraron, y a los indios que trabajaban en dichas estancias. Con el fin de dar un escarmiento don Diego envió para castigarlos al capitán Diego de Bocanegra, muy experimentado en la guerra contra dichos pijaos, y a don Antonio, que fueron a pie con cincuenta arcabuceros, saliendo de las ciudades de Cali y Guadalajara de Buga. Entraron tras ellos y los castigaron duramente, teniendo algunas guazábaras con los pijaos, que eran indios valientes y guerreros, talándoles los campos de maíz, quemando sus casas, y cogiéndoles algunos dioses, pues era gente muy religiosa, trayéndose a muchos de los indios que habían cogido en las estancias, por lo

En 1589 nombraron a don Diego gobernador de la provincia de Popayán, 3

AGI. Quito 48, N.37

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que de momento quedó durante unos años segura y en paz aquella tierra, al quedar los indios escarmentados y temerosos de otro castigo, no volviendo a entrar en los términos de la ciudad de Buga, como solían hacer en cada menguante de luna, y quedando con esto los caminos seguros y en paz. En el tiempo que estuvo en Popayán el gobernador le ocupó en los cargos de Alcalde de minas, Alcalde ordinario y Corregidor de dicha ciudad, de todos los cuales rindió cuentas a satisfacción de todos. según constaba en la Residencia que se le tomó al termino de los mismos.

ropa, y todo ello le pudiese llegar antes de finalizar el mes de septiembre de ese año, acabaría la guerra en poco tiempo. Se acordó socorrer a Chile con la mayor cantidad posible de soldados que se pudiese. Se dispuso que Quito y su provincia debía contribuir con 200 hombres, para lo que se dieron instrucciones al corregidor don Lope de Mendoza, lugarteniente y capitán general de ella, a fin de que dispusiese lo necesario para la recluta. Teniendo en cuenta los servicios prestados por don Antonio, el corregidor lo nombró capitán de infantería para que como tal reclutase, así en la ciudad de Quito como en las demás partes de aquella provincia, a todos los soldados que pudiese, y los llevase al puerto de Guayaquil para que desde allí fuesen conducidos al Callao. Con mucho esfuerzo logró levantar una compañía de más de 130 hombres con los cuales, y otros que juntó en los corregimientos de Latacunga, Riobamba y Chimbo, fue hasta el puerto de la Puna donde los embarcó y entregó al maestre de campo don Ordoño Aguirre.

En los últimos años del siglo que ya vencía don Antonio, habiendo fallecido en Popayán su tío y protector, se trasladó a la ciudad de Quito. Sabemos que en 1601, casado en esa ciudad y con un hijo, solicitaba al virrey don Luís de Velasco el titulo de tesorero de la real Hacienda de esta ciudad, que había quedado vacante tras la muerte de Martín de Valdés Antolinez4. El 14 de diciembre presentaba fianza de seis mil ducados, y el cabildo lo recibía por tal tesorero juez y oficial real5.

Meses después de este servicio se le nombraba teniente general de la gobernación de los Quijos, Macas, Sumaco, la Canela y Sevilla del Oro “ejerciendo el cargo a mucha satisfacción de los vecinos y moradores de dicha gobernación, sin que se os halla pagado salario alguno, por no haber de donde cobrarlo”.En este cargo estuvo dos años y medio, teniendo en paz y quietud aquella tierra, haciendo abrir el camino para la ciudad de Archidona, por estar el antiguo de tal manera que no se podía andar por él, por ser muy fragoso y peligroso, de manera que los indios sacaban y entraban las cargas a cuestas, lo que era causa para que se muriesen y consumiesen con el trabajo intolerable que padecían, “y con haberse abierto este nuevo camino se remediaron tan graves inconvenientes”.

A primeros de mayo de 1603 el virrey recibía carta de don Alonso de Muera, gobernador de la provincia de Chile, en la que le daba aviso del buen estado en que iban las cosas de la guerra en aquel reino, y le comunicaba que si lo socorría con 500 soldados, plata y 4

En abril de 1602 se quejaba de que el salario que recibía era muy corto y no daba para sustentarse, pues eran 400 pesos de buen oro, y cada año la casa que tenía de alquiler le costaba 100 pesos, y daba otros 100 a un oficial que tenía, de manera que tan solo le quedaban 200 pesos con los que tenía que vivir conforme correspondía a un criado de su majestad, y en esa tierra estaba todo muy caro, que una vara de paño y terciopelo valía 15 pesos, y así cada cosa que compraba en las tiendas, por lo que suplicaba que se le aumentase su salario a 1.000 pesos. AGI. Quito 19, N.35 5 AGI. Quito 50, N.59

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causas por las que se había suspendido la ejecución de la mencionada cedula, pero que las necesidades eran acá las mismas y mayores cada día, y que diariamente tenía grandes gastos en defensa de la cristiandad, así que debía recoger el préstamo que se le había ordenado.

El 15 de noviembre de este año 1603 estando en la ciudad de Baeza, cabeza de la gobernación, recibía por parte del presidente de la Audiencia de Quito, el encargo de recoger en su provincia el donativo que hacía tiempo había solicitado el monarca y que por diversas circunstancias que había alegado la Audiencia, no se había podido llevar a efecto hasta este año. La cedula real dada en “el bosque de Segovia” el 28 de octubre de 1598 por el rey, iba acompañaba de una carta al presidente Marañón recordándolo que ya le había escrito con ocasión de la pérdida de su padre, el cual le había dejado el gobierno de tantos reinos y estados, cuya defensa y cuidado había acrecentado las obligaciones que tenía de acudir a castigos y escarmientos de los infieles y de otros enemigos que infectaban la mar y en especial la carrera de las Indias, siendo su intención, con la ayuda de Dios, hacerse dueño de la mar para defenderlas, y que pudiesen gozar las riquezas de los reinos con prosperidad y seguridad en el comercio. Con todo ello se había acrecentado el aprieto y necesidad de su real patrimonio, y apelaba a sus fieles vasallos para que le ayudasen y le hiciesen señalado servicio por vía de donativo y empréstito, que fuese en cantidad importante para los efectos que pretendía. Le avisaba que estos despachos que enviaba iban solamente firmados por el presidente del Consejo de las Indias, sin ir refrendados por su secretario, como se tenía que hacer según las ordenanzas, “por cuanto así ha convenido por buenos respetos”.

En la comisión y poderes que el presidente Ibarra daba a don Antonio para pedir el donativo o “servicio gracioso” que ordenaba el monarca, le advertía que debería usar todos los mejores y más suaves medios que conviniesen, de manera que se juntase la mayor cantidad posible, comenzando por su persona y prosiguiendo después por los del cabildo, con tanta largueza, que las demás personas se animasen con todo lo que pudiesen, indicándole que enviase una lista con lo recaudado por cada persona, para que el rey los tuviese en consideración6. El día 24 se reunían en la casa del cabildo de Baeza junto con los alcaldes, regidores y demás ministros y les mostraba la carta que enviaba el licenciado Miguel Ibarra, y dado que ellos debían ser los primeros 6

Don Antonio y don Agustín Pérez de Vivero, alcalde ordinario, entregaron cada uno 20 pesos, el canónigo Pedro Guerrero, vicario de Baeza entregó 30, de los restantes españoles, Melchor de Vargas, alcalde ordinario, el capitán Cristóbal de Cháves, oficial real, Álvaro de Zúñiga Figueroa, alguacil mayor, Antonio de Vargas, y Benito Marmolejo, entregaron 10 pesos, el capitán Diego González de Sala vecino de Ávila 6 pesos, y Alonso Sánchez, vecino de Quito, al presente en Baeza, como tutor de Juan Hilarios de la Torre 4 pesos. Los caciques del Valle de la Coca ( indios senatos, caribefas, tangocas y melereos), entregaron el donativo en especies “guascas o sartas de chaquira” trayendo algunos de ellos algo de oro, una manta, y una “camiseta de coca”. Entregaron donativo los pueblos de Condapa, Papallaeta, Chalpi, Maspilla, Maspadellam Chinifu, Pachamama y Cozanga., y las encomiendas de doña María Monroy, del capitán Cristóbal de Cháves, María de Valdés, Pedro Cepero, el menor de Obregón, el menor Joan Hilario de Torres, Cristóbal Mosquera, y la de Francisco Hernández. María de Rivas Valen

No sabemos cuales serían las causas que alegó la Audiencia para no llevar a efecto la orden real, pero seguramente se alegaría la mala situación económica que en esos momentos atravesaba la provincia. Esto es lo que da a entender una carta real dada en la Ventosilla el 27 de octubre de 1602 en la que el rey decía que se daba por enterado de las 6


en entregar el donativo, lo fueron entregando y anotando en una lista que iba redactando el escribano Benito Rodríguez Marmolejo.

servicios había gastado la mayor parte de su hacienda, habiendo quedado pobre y necesitado, con mujer, muchos hijos y familia que sustentar conforme a la calidad de su persona, así que el 23 de marzo de 1620, habiendo quedado vacante la encomienda de doña María Monroy, viuda de don García Pacheco, solicitaba a don Alonso de Miranda, gobernador de la provincia de los Quijos, Zumaco, la Canela y Macas, que se le concediese, en consideración a tantos años de servicios desinteresados, ese repartimiento de indios que había quedado vacante en dicha gobernación, a lo que accedía el gobernador, en nombre del rey, concediéndolo dicho repartimiento llamando de Atunquijo y su asiento, con sus caciques e indios, “ por dos vidas”, la suya y la del hijo mayor que tuviere, prefiriendo al varón, y a falta de ellos, su legítima mujer, conforme a las leyes de sucesión.

El 8 junio de 1606 el presidente Ibarra, considerando los numerosos servicios que había hecho don Antonio y que la mayoría de ellos los había realizado sin retribución alguna, lo nombraba corregidor de la ciudad de Jaén y su distrito, en sustitución de Gonzalo de Martos Bohórquez. Volvió a ejercer su oficio con gran aprobación de aquella provincia, la cual visitó toda ella y redujo en pueblos a los indios, que andaban casi todos ellos por las montañas, y encontró a 76 indios con edades de unos treinta años que estaban sin bautizar, a los que hizo catequizar e instruir en la fe católica y luego se les bautizó. Las muchas caminatas que hizo a pie por aquella tierra tan montañosas y de mal clima, le hizo pasar muchas fatigas, “y a consecuencia de todo ello enfermó gravemente, lo que le obligó a renunciar a su cargo y pasar a la ciudad de Quito a curarse y medicinarse”.

Pasado un par de años, en diciembre de 1623, y esta vez por el presidente Antonio de Morga, se le nombraba corregidor interino de la ciudad de Cuenca, al haber quedado vacante la plaza por muerte del capitán don Juan de Medrano y Mendiola.

A finales de abril de 1612, el día 27, el presidente Juan Fernández de Recalde, teniendo en cuenta los poderes que tenía del virrey don Juan de Mendoza, marqués de Montesclaros, y que el corregimiento de la ciudad de Loja había quedado vacante por el fallecimiento de don Gonzalo de Paredes Hinojosa, nombraba a don Antonio por corregidor y justicia mayor interino de dicha ciudad de Loja, villa de Zaruma y ciudad de Zamora, mientras se proveía otra persona para que ocupase el cargo, asignándole la mitad del salario que tenía señalado su antecesor7. En todo estos años de

La ciudad de Cuenca había estado durante seis años soportando las vejaciones y agravios del desmedido gobierno de don Sancho Fernández de Miranda, hasta que el rey había enviado para sucederle a don Juan de Medrano, quien en el corto tiempo que estuvo de corregidor, pues murió al poco de ello, reformó gran parte de los males pasados. La Audiencia de Quito nombraba interinamente a don Antonio, que dada sus cualidades personales pronto se granjeó la confianza de sus ciudadanos, los cuales a primero de marzo de 1624 escribían al rey para que lo confirmase en el cargo. Las monjas del convento suplicaban que hiciese merced de dicho corregimiento a don Antonio, “por ser este caballero gran

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El que tenía asignado Gonzalo de Martos, corregidor de Loja, era de 900 pesos de plata ensayada, de los que cuatrocientos se sacaban de la caja real de Loja de lo proveniente del quinto del oro que se sacaba en el distrito, y los quinientos restantes de la tasa de los indios.

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republicano y de cuidado y celo tan piadoso que acudía al remedio de las necesidades de todos”, y para que no les faltase su amparo, y les ayudase a terminar su convento, pues por la falta de dicho amparo lo tenían todo caído por el suelo. A estas cartas se unieron otras escritas por el cabildo secular; por los religiosos, que decían que en el corto espacio de tiempo que llevaba don Antonio en el cargo había dado muestras de prudencia y cristiano celo, e iba procediendo en el aumento de la justicia y paz de esa ciudad; e incluso una escrita por los caciques y principales alabando a don Antonio, y diciendo que persona de edad madura, que los trataba bien y procuraba olvidasen los malos años que habían pasado.

Antonio de Berrio. Debió pasar a las Indias poco después, acompañando a dicho don Antonio, que había sido nombrado gobernador y capitán general del Dorado, el cual habiéndosele encomendado el descubrimiento y conquista de dicha provincia, y necesitando levantar varias compañías para llevar a cabo esta entrada, nombraba varios capitanes, siendo uno de ellos el alférez Alonso de Catena, del que le constaba reunía las condiciones y calidades que se requerían para dicho cargo, pues ya había servido a su majestad como hidalgo honrado y principal, al igual que lo había hecho en España cuando fue su alférez. El 8 de julio de 1579, estando en la ciudad de Santa Fe de Bogotá, le daba la patente de capitán para que fuese a la ciudad de Pamplona y sus términos y alistase a todos los soldados que pudiese “y enarbole bandera y haga tocar caja y pífano”.

Don Antonio se había casado en Quito, hacia 1600, con doña Luisa de Cózar Valenzuela, hija del capitán don Alonso Catena de Cózar y de doña María de Rivas Valenzuela, natural de la ciudad de Córdoba. Este matrimonio tuvo al menos tres hijos más, Joan de Rivas Valenzuela, Luís Catena de Cózar y Hernando Catena de Cózar, estos dos últimos frailes de la orden de San Francisco. Luís había tomado los hábitos en 1618, llegando a ser provincial de la orden en 1625, al igual que lo sería su hermano en 1648. Pasó fray Luís a España, y en septiembre de 1631 se le nombraba Calificador del Santo Oficio de la Inquisición de Córdoba. Al año siguiente el cardenal Infante escribía desde Barcelona al vicario general de la orden de San Francisco para que lo nombrase Comisario General de una de las provincias de las Indias.

Después de la expedición del Dorado pasó a la provincia de Quito, avecindándose en el pueblo de Ambato. El primero de septiembre de 1588 el capitán Joan de Balboa Valenzuela, corregidor de la villa de Riobamba, le nombra su teniente para que fuese a castigar a los indios, y para apremiar a los caciques principales de los pueblos de Ambato, Quero y Pelileo, que junto con los de Patate y Pillaro no acudía a servir las mitas a las que estaban obligados, como eran la guarda de ganados y otros trabajos, no acudiendo tampoco a recoger las cosechas de los campos de trigo que tenían los vecinos españoles de esos pueblos, pues andaban en borracheras y otros ritos y ceremonias supersticiosas. Meses después, el 4 de enero de 1589, el nuevo corregidor capitán Martín de Aranda Valdivia, estando en la villa de Villar don Pardo, lo confirmaba en el cargo de teniente de corregidor del partido de Ambato, y unos días después le ampliaba la tenencia a los pueblos de

Hacia 1575, sabemos que don Alonso era alférez de la compañía de caballos que estaba de guarnición en los presidios de Adra, Berja y Dalias, en la costa de Granada, a las órdenes de don

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Pelileo, Pillaro y todos sus anejos.

nombraba su teniente, teniendo en cuenta que era persona de toda confianza y de experiencia. Un mes después, el 20 de marzo, el licenciado Cristóbal Ferrer de Ayala, oidor de la Audiencia de Quito y Juez mayor de bienes de difuntos, habiendo sido informado que en dicha ciudad de Jaén de Bracamoros y en todo su distrito había gran cantidad de dichos bienes de difuntos, pertenecientes a herederos y personas que estaban ausentes, que se encontraban sin cobrar, a causa de que la ciudad estaba muy distante y no iban a ella los jueces comisarios, por lo que había muchos de estos bienes en poder de los albaceas y no se habían depositado en la Caja correspondiente a ellos, teniendo en cuenta que al presente el capitán don Alonso se encontraba en esa ciudad, lo comisionaba para que averiguase qué personas habían muerto en ese distrito, si habían testado a no, y si habían dejado bienes a personas ausentes, y cuantos, y si los albaceas testamentarios habían cumplido la voluntad de los difuntos. El 12 de junio, habiendo ya regresado don Antonio de su Visita, don Alonso le hacía entrega del nombramiento de su comisión para que le diese licencia para llevarla acabo.

Desde la provincia de Riobamba, había pasado a la ciudad de Quito hacia 1598, y estado residiendo en ella, en julio de 1602, el corregidor don Lope de Mendoza, le nombraba teniente de corregidor del distrito de las cinco leguas, para que administrase justicia a los indios, los mantuviese en paz, y los amparase y defendiese, para que no fuesen molestados ni maltratados. En 1603 es uno de los capitanes, junto con su yerno Antonio del Pino, que el presidente Miguel Ibarra nombraba para que recogiesen el donativo pedido por su majestad. El se encargaría de recoger el correspondiente a las cinco leguas y provincia de los Yumbos. Así mismo, don Jorge Ramírez de Arellano, provisor y vicario general del obispado, lo comisionaba para que recogiese el donativo que correspondía dar a los curas, beneficiados y otros clérigos de dicha jurisdicción. En noviembre de ese año era nombrado Familiar del Santo Oficio. El 24 de marzo de 1604 daba cuenta al tesorero Pedro de Vera y al contador Joan de Aldaz, de lo recogido entre los indios y españoles residentes en los pueblos de Zangolqui, Pinta, Alongazi, Amaguana, Oyunvicho, Panzalli, Yaruqui, Quinche, Guayllabamba y Perucho, que había ascendido a 407 tostones y 5 reales, en reales de a ocho8.

En el recorrido por su distrito, don Antonio había dejado de Visitar a los indios de los pueblos de la montaña de Zolluca, que estaban río Marañón abajo, y como a causa de estar tan distantes eran visitados en contadas ocasiones por los corregidores, pensaba que estos indios podrían estar siendo maltratados y agraviados por los encomenderos y otras personas que los tenían a su cargo, e incluso por los viajeros que iban desde esta ciudad de Jaén a la de Santiago de las montañas, por lo que era preciso ponerle remedio, pero como en su última visita a los indios de la provincia de los Guambos y Mollocotos había enfermado y se encontraba mal hacia ya muchos días, estando impedido para ir

Su yerno don Antonio, corregidor y justicia mayor de la ciudad de Jaén, el 19 de febrero de 1607, teniendo que salir a Visitar el distrito de esa ciudad y los pueblos de indios, y dado que dicho distrito era muy extenso y no podría volver a la ciudad en muchos días, lo 8

En diciembre de 1624 el presidente Antonio de Morga comunicaba al rey que se habían enviado 80.000 pesos de lo recogido en esa provincia para el donativo, y que quedaban algunas pequeñas cantidades por cobrar e iba haciendo las diligencias para ello. AGI. Quito 10,R.10,N.138

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sus méritos y servicios9 en la que figuraban todos los que hemos visto anteriormente, añadiendo que el primero de abril de 1616, el cabildo, justicia y regimiento de la ciudad de Quito lo había elegido por alcalde de la santa Hermandad para ese año.

personalmente para visitar a los indios de Cherinós y Jaroca, que también eran indios de montaña, encomendaba esta tarea a su suegro el capitán Alonso Catena, al que nombraba juez y visitador. En marzo de 1615 don Francisco Sarmiento de Sotomayor, gobernador y capitán general en las provincias de Popayán, se encontraba en la ciudad de Toro preparando nuevamente gente de guerra para salir a castigar a los indios rebeldes que andaban alzados, matando y asolando aquella provincia, asaltando las ciudades de la comarca y los caminos reales, “los cuales estaban causando con todo ello inmensos daños, por lo que era preciso oprimirlos y asolarlos, sin levantar la mano en ello, como había hecho hasta ahora, teniendo varias compañías ocupadas en esa tarea que andaban asolando sus sementeras y quemándoles sus casas, habiendo prendido a muchos de sus caudillos y matados otros, y a más de 2.000 indios. Y para que no cesase ni flaquease esta guerra tan importante al servicio de las dos majestades, divina y humana, y se lograse que estos rebeldes tuviesen la debida obediencia a su rey, y para que entrasen en el conocimiento de la santa fe católica, era preciso y conveniente nombrar un maestre de campo para todas esas provincias, para que entrase en ellas personalmente si fuera preciso, y enviase capitanes y gente de guerra a los lugares que fuese conveniente, disponiendo lo necesario para dicha guerra, y para todo lo demás que correspondía a dicho maestre de campo. Y dado que en el capitán Alonso Catena de Cózar concurrían las calidades, servicio, práctica, inteligencia y suficiencia necesarios para desempeñar dicho cargo, lo nombraba por tal maestre de campo general de esa gobernación y provincia de Popayán”.

Habíamos visto cómo, a primeros de junio de 1648, Francisco del Pino Argote había solicitado al rey que se le concediese alguna dignidad en esta catedral de Quito, concediéndosele una canonjía de ella. El 2 de noviembre de 1669 se le promocionaba a la maestrescolía de la misma10, dejando su canonjía vacante, para la que era elegido el canónigo Lorenzo Abad de Cepeda11 Vemos en el catalogo de Solmirón que seria el noveno deán de la catedral, tras Álvaro de Cevallos, al que vimos en 1648 dejar vacante la doctrina de Azancoto para ser ocupada por don Francisco.

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AGI. Quito 31,N52 AGI. Quito 210, L4, F.119r-119v 11 El maestro Lorenzo Abad de Cepeda, natural de Quito, estudiante que había sido del colegio de San Luis, era hijo del capitán Francisco Abad y de doña Ana Ahumada e Hinojosa, nieto de don Lorenzo de Cepeda y de doña María de Hinojosa, hija que fue del doctor Pedro de Hinojosa, oidor de la real Audiencia de dicha ciudad. Llevaba esperando obtener una prebenda desde hacía diez años, en que había solicitado le concediesen una dignidad en la iglesia metropolitana de la ciudad de los Reyes, o en su caso en la catedral de Quito. AGI. Quito 52, N.14. El 9 de diciembre de 1666 se le había nombrado canónigo de la catedral AGI. Contratación 5794, L.2, F.297v-298; siendo promovido para el cargo el 2 de noviembre de 1669 .AGI. Quito 210, L.4, F.125v-126r. 10

En febrero de 1629 presentaba ante la Audiencia de Quito una relación de 10


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