Un siglo de quito el beneficiado gaspar de ulloa

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Un Siglo de Quito a través de los prebendados de su Iglesia Monografías. 11

El beneficiado Gaspar de Ulloa Juan Corbalán de Celis y Durán

Nació en la ciudad de Quito en 15391, hijo de Francisco de Toro y de Inés de Alarcón, cristianos viejos, que fueron de los primeros pobladores de esta ciudad2. Llegaron a Quito, desde el reino de Nueva España y Guatemala, hacia 1536. Cuando a mediados de marzo de 1541 el gobernador Gonzalo Pizarro salió a la conquista y descubrimiento de Zumaco y el río Marañón, a la jornada de la Canela, le siguió mucha gente principal de la ciudad, estando entre ellos Francisco e Inés, una de las muchas mujeres que fueron a este tipo de “entradas”. Según relataba un testigo de la expedición, doña Inés “había hecho mejor trabajo que si fuera varón, y todo lo había hecho varonilmente, siendo mujer”. Después de más de un año de penalidades, “padeciendo muchos trabajos y grandes hambres y necesidades, hasta comerse los caballos”, regresaron a la ciudad pobres y necesitados, habiendo gastado toda su hacienda en la expedición sin recibir luego recompensa alguna por sus servicios. Francisco murió en Quito, y su mujer Inés, junto con algunas de sus hijas, seguía viviendo en esta ciudad a finales de diciembre de 1579, “pobres y muy necesitadas”

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AGI. Quito 82, N.25 AGI. Quito 81, N.48

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En una relación de méritos que presentaba en 1572 para que se le confirmase el beneficio de Tiquicambe que tenía concedido, alegaba que gracias a la mencionada conquista y descubrimiento estaban pobladas las ciudades de Baeza, Archidona y Ávila, “en la provincia que ahora dicen de Quijos”, habiendo acompañado al gobernador Gil Ramírez Dávalos a poblar la primera de ellas, y después salió junto con el capitán Juan de Salinas a la conquista y pacificación de la provincia de Macas, y ayudó a poblar la ciudad de Nuestra Señora del Rosario, donde estuvo mucho tiempo hasta que los naturales se revelaron y mataron a algunos españoles, “y así les fue caso salir de las dichas provincias”. A su regreso se fue al obispado de Charcas, donde se ordenó sacerdote, siendo encargado por el obispo de aquella provincia, gracias a su conocimiento de la lengua indígena, de la doctrina de Characome y Camataques, en los Calavayas. Tras haber residido por algún tiempo en la ciudad de Charcas, se vino a este obispado de Quito donde el obispo le dio y encargó la doctrina y parroquia de San Sebastián de esta ciudad, concediéndole más tarde el beneficio y doctrina de Alansi, Pilileo y Tiquicambe, donde se hallaba en 1572.


El 24 de diciembre de 1579 conseguía del Cabildo eclesiástico una certificación en la que se relataba el expolio que había sufrido por parte del obispo Pedro de la Peña, el cual, decía, le había quitado su parroquia para dársela “a su criado e intimo amigo”. El Cabildo se quejaba del poco arraigo que tenían los clérigos en el obispado a causa de ser constantemente removidos en sus cargos, pues el obispo no dejaba de molestarlos para que abandonasen su beneficio, a fin de dárselo a sus amigos, “que quedaban muy bien entretenidos y aprovechados, en especial mestizos y gente perdida”. Firmaban la carta el deán Soto, el canónigo Alderete, el canónigo Francisco Talavera, el arcediano de Quito (Galavis), el tesorero Valderrama y el canónigo Tapia3.

El 22 de abril de 1581 se encontraba en Madrid preparando el memorial para presentarlo en el Consejo, en lo que emplearía todo un año, no saliendo para Quito hasta febrero de 1582. Volvía acompañado de dos servidores, Benito Sánchez, natural de Miajadas (Cáceres), y el quiteño Francisco de Arguello, mestizo5. Mientras estaba en la Corte, el obispo le inició un proceso, que se sentenció en su contra, aunque tras su apelación se resolvió favorablemente a su favor, pero a su regreso, teniendo en cuenta su enemistad con el obispo, no regresó a Quito fijando su residencia en la ciudad de Cartagena. En esta ciudad lo vemos en 1584 cuando, en nombre del gobernador, justicia y regimiento de dicha ciudad, como administradores del Hospital, dirigía un memorial al rey quejándose de que dicho hospital era paupérrimo “el más pobre que hay en las Indias” y se sustentaba sólo de limosnas, “y eso que era importan-tísimo para los que enfermaban, tanto soldados como gente de la mar, de flotas de galeras y navíos de armada”, y que debiendo ser favorecido por los eclesiásticos y prebendados de aquella iglesia, eran continuamente agraviados por éstos, no dejando que el capellán del hospital administrase los sacramentos a los pobres que había en él, ni dejando que en el mismo hubiese Santísimo, “y eso que su iglesia era de piedra, tenia la cubierta de teja y había sido bendecida por el obispo Sanchis”. Además, decía, que para más agravio, los pobres que morían en el hospital eran enterrados en la iglesia mayor, y después reclamaban al mayordomo del mismo que pagara el entierro y sepultura, cuando sabían que solo se sustentaba de limosnas. Solicitaba se remediase todo ello y se le concediese las gracias de que gozaba el Hospital real de la Corte6.

La relación del obispo, problemática con el poder civil, era también, como vemos, dificultosa con el Cabildo de su iglesia. Unos días antes de haberle dado la mencionada certificación, el día 17, habían dado poderes a Ulloa para que fuese, en nombre del Cabildo, a la Corte con el fin de que informase al rey, y a su real Consejo de Indias, de los excesos y agravios que sufrían continuamente de su obispo, y solicitase el envío de un Visitador para que pusiese remedio a todo ello. Firmaron todos los anteriores junto con el maestreescuela Pedro de Atienza y tres clérigos, el padre Juan Antonio de Rueda, Alonso Cabrera y Juan Diez. Faltaba el canónigo Tapia, que había fallecido hacía unos meses. Llama la atención el caso del maestreescuela Atienza, que pese a ser uno de los firmantes, unos años después, siendo provisor del obispo, recriminaba a Ulloa el haberse presentado ante el Consejo con esas acusaciones4.

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AGI. Quito 80, N.15 AGI. Quito 80, N.22

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AGI. Pasajeros, L.6, E.3952-3945-3944 AGI. Audiencia de Santa Fe 62, N.32


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