Contratiempo 26 • Junio 2005

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Jornaleros, Chicago: 2003. © 2004 Justimage.org

será segregada según parámetros de raza, ingresos, clase social y ciudadanía. Visto desde esta perspectiva, el futuro de los obreros latinos es poco prometedor. La única esperanza de la comunidad latina es el potencial del poder electoral que podría llegar a tener en un futuro cercano; un potencial que la prensa, los especialistas y el liderazgo tanto Demócrata como Republicano han empezado a reconocer. La última portada de Newsweek llama Latino Power a este potencial electoral. El problema es que no hay garantía alguna de que los funcionarios latinos electos sean consecuentes con su comunidad, y no hay que ir tan lejos para corroborarlo. La mayoría de los funcionarios electos de Chicago no actúan de manera consecuente con sus electores. Frente a esta proyección tan pesimista del futuro de la comunidad latina, que es abrumaduramente de clase obrera, hay otras maneras de prever lo que está por venir. En vez de imaginarse el futuro de una clase que yace al fondo de los estratos sociales, condenada a permanecer en los márgenes de la sociedad estadounidense, los latinos tienen el potencial de crear una sociedad más justa. El Latino Power no debe verse únicamente como una posibilidad electoral, sino como un probable movimiento de “despojados” que abarque distintos componentes, entre ellos el poder laboral de los obreros. Un sector donde el Latino Power podría desplegar sus verdaderas dimensiones y revitalizar la militancia política progresista de este país, sería en las “ciudades globales”, centros de la economía global y puntos de alta concentración de latinos. Tras la desindustrialización que se dio entre 1960 y 1990, urbes como Chicago, Los Ángeles y Nueva York se resituaron como “ciudades globales”. En estos tres “centros de mando” se aglomeran miles de ocupaciones especializadas —tecnología de la informática, asesoría gerencial, abogacía corporativa y contabilidad— que son muy bien pagadas. Pero estos “centros de mando” requieren también a los trabajadores no especializados para que atiendan sus necesidades cotidianas, que van desde el cuidado de niños a los servicios de restaurante, ocupaciones todas ellas con alta concentración latina. Los latinos y los afroamericanos representan la mayoría de la población de las tres ciudades globales arriba mencionadas, así como también de otras igualmente importantes, como Miami. En términos generales, el grado de desconfianza entre esos dos grupos étnicos ha sido tal, que ha impedido encontrar maneras permamentes de trabajar juntos. La desconfianza se manifestó durante las elecciones municipales de 2001 en Los Ángeles, cuando el voto afroamericano fue en contra de Antonio Villaraigosa. Ocasionalmente han hecho alianzas que han dado buenos resultados, como en el caso de Chicago durante las elecciones municipales de 1983, cuando Harold Washington se convirtió en el primer alcalde afroamericano de Chicago. Las ciudades reúnen las condiciones adecuadas para que en ellas se geste un nuevo tipo de militancia política progresista encaminada a facultar a los trabajadores y sus comunidades. El movimiento obrero todavía respira en las grandes ciudades, particularmente en los cascos urbanos, donde las comunidades afroamericanas, asiáticoamericanas y latinas constituyen ma-

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yorías. El Consejo Central Laboral de la Ciudad de Nueva York (New York City Central Labor Council) tiene un millón de afiliados; la Federación Laboral del Condado de Los Ángeles (Los Angeles County Federation of Labor, LACFL) cuenta con 800 mil y la Federación Laboral de Chicago (Chicago Federation of Labor), con 500 mil. Estas federaciones laborales podrían recuperar su enorme fuerza de antaño si movilizaran a sus miembros e hicieran alianzas con los “perdedores de la globalización”, en especial con las minorías. Esta posibilidad se ha hecho realidad en Los Ángeles, el único faro de esperanza del movimiento labo-

ral en los últimos 20 años. Contrario a lo que sucedió en el resto del país, el movimiento obrero en Los Ángeles creció en número de afiliados durante la década de 1990, y la LACFL llegó a ser una de las entidades políticas más poderosas del sur de California, si no la más poderosa. La federación creció bajo el liderazgo de Miguel Contreras, fallecido el año pasado, precisamente porque supo organizar las ocupaciones “mexicanizadas” y los miles de conserjes, albañiles, trabajadores de hospitales y prestadores de servicios de salud. Durante las arduas campañas de sindicalización, la LACFL reconoció que el poder estaba en los números. Colaboró estrechamente con comunidades de minorías para luchar contra el atrincheramiento de corporaciones. Además movilizó a sus afiliados para que votaran por candidatos afines al movimiento laboral, de los cuales varios surgieron directamente del movimiento obrero sindicalizado. Todos esos esfuerzos culminaron en la reciente victoria electoral de Antonio Villaraigosa, como alcalde de Los Ángeles. Habiendo sido organizador comunitario y laboral de East Los Angeles, Villaraigosa no sólo es el primer candidato de ascendencia mexicana que ha sido elegido alcalde de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles de Porciúncula desde 1873, sino también es el primero en haber salido de las filas del movimiento laboral organizado. Tras el éxito en Los Ángeles hay una historia. Una parte influyente de la cúpula del trabajo sindicalizado salió del movimiento chicano de las décadas de 1960 y 1970, particularmente de las luchas por los derechos de los obreros e inmigrantes. Durante los últimos 30 años, esos líderes se han dedicado tenazmente a establecer lazos entre las comunidades y el movimiento obrero organizado, especialmente en defensa de los trabajadores indocumentados. Empezaron como organizadores sindicales y se abrieron paso hasta ocupar cargos de liderato, y desde la cúpula construyeron el movimiento laboral local más poderoso del país hasta la fecha. Lo lograron mediante la organización de obreros no especializados, el refuerzo de alianzas comunitarias y la elección de funcionarios afines al movimiento laboral. Sin embargo, nada de esto hubiera sido posible sin la participación de los trabajadores latinos. A pesar de ser una película mala, A Day Without Mexicans

(Un día sin mexicanos, 2004) recalcó que sin los trabajadores mexicanos y latinos sería imposible recoger cosechas, podar céspedes o cuidar niños. El largometraje no es la primera manifestación cultural que señala esa eventualidad. En 1977 Los Tigres del Norte grabaron “Vivan los mojados”, uno de sus grandes éxitos. La letra de la canción también subraya el poder potencial que los trabajadores inmigrantes tienen: Cuando el mojado haga huelga de no volver otra vez quién va a tapiar la cebolla, lechuga y betabel el limón y la toronja se echará todo a perder. Una de las ideas tras este tipo de manifestación cultural es que los miembros de las sociedades privilegiadas muestran un profundo desapego hacia el trabajo físico que la producción de cualquier artículo de consumo requiere. Otros tendrán que trabajar por ellos. A los obreros latinos les conviene entender muy bien esta situación, así como también tener conciencia plena del alto valor estratégico del lugar que ocupan dentro de la economía, porque sin su trabajo no habría alimentos, ni ropa limpia, ni cuidado de niños, ni el resto de la gama de productos y servicios básicos de la vida diaria. Desde muchos años antes de la aparición de estas manifestaciones culturales, organizaciones como Los Campesinos Unidos (United Farm Workers, UFW) ya entendían el poderío potencial de la mano de obra latina. UFW usó “la huelga” y “el boicoteo” para favorecer la causa de los trabajadores agrícolas. El Centro de Acción Social Autónoma —La Hermandad Gene-

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ral de Trabajadores (CASA-HGT), organización fundada en 1968 por Bert Corona, uno de los cinco líderes más importantes del movimiento chicano, entendió el lugar que los trabajadores latinos ocupaban dentro de la economía de este país. Entre los lemas de CASA sobresalen “Somos un pueblo sin fronteras” y “Somos trabajadores, creamos la riqueza”. Algunos de los líderes más vitales del movimiento progresista angelino emergieron de las huestes de estas organizaciones. Y estas mismas organizaciones son las que han puesto en conocimiento de los obreros latinos la posibilidad de llegar a ejercer el tremendo poder que tienen entre las manos, dada su posición dentro de la economía estadounidense. Una posibilidad no es fantasía ni utopía: es la mirada serena del cambio progresista.

Juan Mora-Torres nació en Tlalpujahua, Michoacán y creció en San José, California. Se doctoró en historia en la Universidad de Chicago. En la actualidad enseña historia latinoamericana en la Universidad DePaul. Es autor de The Making of the Mexican Border (University of Texas Press, 2001). Traducción: Ricardo Armijo


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