Revista n° 466 - Julio . Septiembre 2015

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Rostro femenino

Por: Hna. Celia Cristina, mc

Irene Stefani: una mujer apasionada por Cristo Una Misionera de la Consolata que vivió intensamente su vida misionera. Un modelo en el camino para alcanzar la santidad.

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La hna. Irene nació el 22 de agosto de 1891 en Anfo, provincia de Brescia, Italia. Sus padres, Juan Stefani y Anunziata Massari, tuvieron doce hijos, de los cuales siete, murieron de diferentes enfermedades a muy temprana edad. Irene era la quinta y fue bautizada al día siguiente de su nacimiento recibiendo el nombre de Mercedes. Su familia eran personas de mucha fe y de una gran caridad. Valores que trasmitieron con tesón a sus hijos. Mercedes hacia lo posible por participar todos los días a la misa. La entusiasmaba darle catequesis a los niños de su parroquia. En la escuela era muy buena estudiante y destacaba por su generosidad y por el empeño que ponía en todo lo que hacía.

A los 16 años, sufrió la muerte temprana de su madre que a los 44 años enfermó de pulmonía. Esta pérdida le causó un gran dolor no solo a ella sino a toda su familia. Antes de morir, Annunziata le encargó el cuidado de sus hermanos más pequeños. Ella asumió esta labor de hacer de mamá de sus hermanitos con mucho empeño, amor y gran responsabilidad; aunque esto nunca le impidió de realizar sus obras de bien y a favor de los demás, de ir a misa y seguir con su catequesis. Desde muy pequeña, Mercedes cultivó en su corazón la idea de consagrarse totalmente al Señor como misionera. Ella siempre le pedía a su padre de dejarla ir a las misiones, pero don Juan no le daba permiso;

quería estar seguro y probar si de verdad tenía vocación o era solamente una idea momentánea. Por eso, le decía que esperara a ser mayor y madurar para decidir su vocación en la vida. En 1911, su párroco, Francisco Capitanio, le escribió al Beato José Allamano una carta en la que hablaba del deseo de Mercedes de ingresar en la familia de las Misioneras. Le hizo saber sus cualidades y actitudes, de su deseo de darse a Jesús; y sobre todo hizo hincapié en la pasión de Mercedes por ayudar y animar a los que no han encontrado a Jesús en sus vidas. Desde aquel momento, Mercedes rezó. Y con la fuerza de su oración consiguió que su padre finalmente escribiera la autorización necesaria para que su hija, todavía menor de edad, pudiera entrar en el Instituto de las hermanas Misioneras de la Consolata, en Turín. El 19 de junio, en la víspera de la fiesta de la Virgen Consolata, Mercedes dio el último adiós a su pueblo.


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