Club #46: La nueva identidad

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CARACTER

carlos flores león-márquez fotos: natalia brand

Mario Aranaga

El ángel viste de Prada La primera vez que vi a Mario – quiero decir, la primera vez que lo vi en persona– fue una mañana de noviembre muy soleada de 2006. Sentado en un puff oscuro de la Galería Freites de Las Mercedes, y agudizando los rayos equis que tiene por ojos, miraba las quince modelos que desfilaban el retorno de Alberto de Castro a la pasarela nacional. Recuerdo que llevaba un jean con (el ahora muy de moda) efecto lejía, T-shirt blanca, varias pulseras, un doctor bag color caramelo y usaba el cabello largo, rizado, ya cano para esos días. Mi memoria, que se vuelve más implacable conforme pasan los años, no estaba del todo feroz para entonces, por lo que creí estar frente a una celebridad de ésas que, aunque no se sobreexponen, son celebridad por naturaleza. Recordaba haber visto su rostro en algún sociales, en alguna columna fija, en algún fashion blog cotizado, o en un programa de farándula internacional. No sé por qué el nombre de Tim Blanks cruzó por mi mente si la criatura risueña y simpática que tenía al frente gozaba de una delgadez que enaltecía su rostro, y si la mitad superior de su cuerpo (antes de que empezara el desfile) bajaba y subía en los intervalos cuando tomaba aire para la carcajada siguiente, última que él aplacaba con sus propias manos. Ése no podía ser Mr. Blank, el circunspecto, el americanamente flemático del programa “Fashion Files”. Éste otro también era un hombre elocuente, civilizado, florido, de una dicción sin errores, que podría vestir bien el frac, que era grato a las señoras, pero en torno suyo se dibujaba una aureola de cálida felicidad que lo acercaba a la tropicalización más chic –una de sus palabras preferidas– que se podía desear. Y no era que aquella jabalina de risas le ayudaba a apurar los instantes, apurar todos los placeres para llegar a la meta final que podría ser el convertirse en una máquina de agradar, sino

que realmente efervescía dentro suyo el champán del gozo, que es el más lujoso de todos los dones humanos. Luego me distraje saludando, agradeciéndole a Alberto por haberme invitado, felicitándolo por esa “Ida y vuelta” tan soberbia –como tituló inteligentemente la colección–, propinándole cariños a las damas que tuvieron a gala asistir bellamente vestidas y, en menos de lo que dura una exhalación, ya el señor de los rizos y las risas, el señor de la revista Estampas, el Mario Aranaga contorsionista, había desaparecido, dejando a su paso el solo eco de su perfume unisex creado por Comme des Garçons. El hecho es que desde entonces le profesé un (secreto) capital de respeto dentro de mi formación como editor, por lo que consentí traerlo a la esquina de estas páginas –a propósito de su primer libro “Glamour para llevar”, mismo que firma junto con la adorada Margarita Zingg– como una muestra fehaciente de ello. Pero también por constituir un modelo vivo de la Venezuela que queremos, motor editorial del número que sostiene entre sus manos. Así, e incluso siendo el menor de sus hermanos, creciendo como el consentido de la casa, y confeso heredero de “una infancia tranquila y feliz”, no recuerda anécdota alguna que nos haga pensar en que siempre tuvo desde niño vocación por y para la moda. “Antes los niños no se imponían –dice juntando las pestañas y con un gesto de noble resignación– ni en la ropa que te compraban ni en cómo te cortaban el pelo”. Y quizá tampoco en los hábitos de alimentación que dictan la sensatez y la estética. “Yo fui un adolescente gordo, así que te podrás imaginar que no fue una etapa muy divertida”. Carcajada mediante, repasa los valores familiares sosteniendo que todos influenciaron su sensibilidad por las formas, puesto que sus referencias siempre fueron de respeto, honestidad, sentido común, y eso, afirma, está


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