Hoja de contacto. De intemperies y refugios

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HOJA DE CONTACTO DE INTEMPERIES Y REFUGIOS

Número 2 - Noviembre de 2019

HOJA DE CONTACTO DE INTEMPERIES Y REFUGIOS

Número 2 - Noviembre de 2019

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Imágenes de tapa e interior: Transfer de fotografías sobre papel de algodón

ÍNDICE

PRÓLOGOS

Natalia Ortiz Maldonado / Gregorio Kaminsky / pág. 5

DEMOCRATIZAR, CONSPIRAR, DESMANICOMIALIZAR

Franco Castignani / pág. 15

EL SEMINARIO DE LA BORDE SOBRE “LO POLÍTICO”

4 DE SEPTIEMBRE DE 2004

Jean Oury / pág. 19

ELOGIO DEL BALBUCEO Y LA REPARACIÓN O DEL MODO EN QUE

PUEDE DECIRSE ALGO SOBRE JEAN OURY Y LO COLECTIVO

Natalia Ortiz Maldonado / pág. 49

POR UNA DEMOCRACIA ANTIMANICOMIAL

André Nader / pág. 59

FRANCESC TOSQUELLES, PENSANDO DESDE LA FRONTERA

Grupo Esquizo Barcelona / pág. 67

ENTUMECER Y ENTONAR.

Juan Zavala / pág. 91

PRÓLOGOS

Palabras antes de las palabras

Natalia Ortiz Maldonado

El libro sagrado de La Ley donde se narra La Creación comienza con la segunda letra, Bet, y con el segundo número, el dos. La letra Bet (bet-iud-tav) equivale numéricamente a la palabra “taavá”, que significa deseo, pasión. La letra y el número parecen indicar que antes, inclusive antes de La creación, siempre hay algo y, probablemente, que ese algo es también letra. Burla a la inocencia de toda búsqueda de “lo primero”, huevos y gallinas.

Un pre-logo que no se escribe después sino antes y que a su vez tiene un antes, de la misma manera en que esto que se dice se dice segundo y no primero. Un texto sin inicio, es decir, un texto cualquiera.

Esta constelación sonora está hecha en ese vaivén de temporalidades. Oury, Kaminsky, Zavala, Castignani, Tosquelles, y esto que llamo yo misma, mojones del deseo de intelegibilidad, casi excusas. Y también antes de estas palabras hay otras, marcas semióticas, cognitivas, afectivas, políticas, hasta el arrullo de quienes nos han amado. Imposibilidad del libro Uno y burla a la locura erudita.

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Gregorio Kaminsky tenía un limonero al que miraba con la misma atención y hospitalidad con las que miraba instituciones. Seguirlas por sus ramas, percibir con exactitud la paleta de verdes de sus hojas, acompañar un brote nuevo, el proceso imparable de la flor al fruto, la disposición de las semillas, el ritmo de la savia, el lugar donde el tronco se hunde y se intuye la raíz, la batalla con los pulgones. Como en cada limonero, en las instituciones se juega todo lo que llamamos vivo o muerto, la imaginación, la apatía, la capacidad monstruosa de hacer preguntas sin respuesta. Institucional el amor, el viaje espacial, la física cuántica, las prótesis, los lenguajes, el modo expresivo, la potencia sensible.

Mirar las instituciones-limonero en su materialidad: materialidad de la creencia, materialidad del deseo, materialidad del acto. Una orquesta inorquestable, se dice en el no-pre-logo, una orquesta rayable y muchas veces rayada. Una orquesta que tiende a convertirse en una Necrópolis, sostiene Oury, a menos que se nade desesperadamente contra la corriente, que se levanten una y otra vez las frágiles estructuras de lo colectivo, que se haga lugar para que algo pase, para que algo sea balbuceado.

Esta trama sonora, tejida en una temporalidad movediza, podría pensarse también como aquello que en la Odisea se llama nekuia, es decir, la posibilidad de invocar a los muertos y hacerles preguntas. En el canto XI Odiseo habla con hombres y mujeres, semidioses, heroínas. A través de las historias que escucha puede comprender mejor sucesos de su propia travesía, así como también obtiene señales para desentrañar encrucijadas futuras. Si en la cultura griega la nekuia fue un modo de obtener orientación, signos de los muertos que resuenen en el mundo de los vivientes, quizá ese oficio al que llamamos actividad intelectual sea nuestro modo de realizar una operación similar. El pensamiento es la voz que invoca a quienes solo pueden responder con escritos que anteceden a la interpelación y, sin embargo, pueden decir y hacer temporalidad nueva.

6 | NATALIA ORTIZ MALDONADO

Este noviembre nos encuentra preguntándonos por la entidad de la vida que merece ser vivida, por cuánta disidencia es soportable, por qué hacer con las instituciones-necrópolis. Cuánta democracia puede un cuerpo colectivo si por democracia se entiende la reducción de las asimetrías inherentes al poder y no la eliminación del poder mismo. Desde allí emprendemos nuestros rituales de escritura y de lectura, indagando en aquello que nos parece más vital, más frágil y urgente.

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La Reina del Shabat, Ephraim Moses Lilien, 1900

A modo de no-pre-logo. Sagas institucionales

1.

Todo “habla” en las instituciones en la medida en que sepamos escuchar.

Es por demás común que los discursos sociales reparen en lo institucional tan solo como pasajes en un tránsito hacia otro nivel u orden, sea el económico, el político, el deseante, etc.

Así, lo específico de ellas, aquello que es lo más irreductible es destripado en factores, vectores, curvas o porcentajes.

Las realidades singulares de las instituciones no merecerían mayor estudio si su funcionalidad, finalidades y estructura edilicia agotaran lo que podemos saber de ellas.

Sin embargo, no solo interesa conocer qué son las instituciones sino también aquello que creen que son. El plano de las creencias forma parte de sus dimensiones junto a sus muros, sus fines, sus producciones y circulaciones.

Lo que son y lo que no son, lo que son y lo que creen ser, lo que son y lo que desean ser, etc. Compone la pluralidad de imaginarios que se entretejen y confunden con la realidad singular institucional.

2.

Las instituciones ofrecen todas las apariencias de construir el territorio privilegiado de repetición.

Como si, para serlo, una institución debiera parecerse al reino inanimado de lo mismo.

Pero aun las aparentemente más estáticas se mueven en diversos modos y con variados horizontes.

8 | GREGORIO KAMINSKY

La propia música o cantinela de las alienaciones diarias, de las inercias rutinarias y del aburrimiento programado revela, también, que es desde el mundo de lo diverso y plural donde se debe llevar a cabo la paciente labor de la domesticación institucional.

Es casi una norma encontrar la confusión reiterada que identifica la mecánica repetitiva con la eficacia, como si solo fuera tolerado el ritmo acompasado de lo igual.

La voluntad contemporánea goza con la melodía de las líneas de montaje institucional. Todo lo demás forma parte de los contrapuntos y líneas de fuga amenazantes de la armonía.

La orquesta institucional no puede ser orquestada. De su batuta no sale sonido alguno sino que a ella convergen, componiendo el todo, la diversidad de las interpretaciones.

Las instituciones tienen, como todo lo social, la potencia de la polifonía. El mundo de lo repetitivo no tiene más horizonte que el del disco rayado. Las instituciones pueden rayarse.

3.

Las instituciones tienen ojos. Los ojos, como en los humanos, son las puertas que conducen al alma.

Los ojos institucionales son los grupos. A través de ellos es posible entrever a los que son objeto de ella y los que son sujetos de la misma.

El grupo objeto es el grupo sometido a las consignas instituidas, aquel que soporta y sostiene la jerarquización institucional (su verticalidad). Su acción es la que se espera de ellos. Son “hablados” por la institución incluso si cumplen mal las funciones y expectativas que les caben. Ante la autoridad el grupo objeto inclina sus ojos, a lo más mira de reojo.

El grupo sujeto es aquel que opera o se propone operar ciertos desprendimientos de lo establecido: pueden abrirse a un más allá de sus intereses puntuales aunque esto no constituya necesariamente un más allá institucional. Aspira a “tomar la

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palabra” porque en el discurso institucional siempre tienen algo que decir.

Son los “hablantes” de la institución, pero no asociarlos mecánicamente con los “rebeldes” institucionales porque estos bien pueden ser otra figura de lo instituido. Estos, como todo grupo objeto van siempre al pie de la letra institucional.

No existen los grupos objeto o sujeto puros, salvo en la alquimia de nuestros métodos de abordaje. Se trata de herramientas de uso para trabajar en la movilidad de lo insospechado institucional; esto remite a la indispensable disposición para comprender la relacionalidad de lo instituido/instituyente.

4.

Los cuerpos instituidos son aquellos que han digerido hasta en sus gestos, las reglas formales e informales de la institución. Son los cuerpos que tienen la regla institucional.

Existen aquellos que se encuentran más bien ceñidos hacia la disposición vertical según su organigrama y jerarquías (p. ej. un ejército); pero también existen las instituciones que dan lugar a la (co) existencia de cuerpos agrupados en formas horizontales, de relación y comunicación (p. ej. una universidad).

Hay aquellas cuya dimensión horizontal no opera sino como una fachada de simulación u ocultamiento de una férrea e inconmovible estructura de conducción (p. ej. un partido político, un sindicato o una orden religiosa).

¿Cómo se puede conocer lo que puede una institución?

Esto sería analizar las formas de inducción vertical en la horizontalidad.

No se trata de liquidar la verticalidad para que así fluyan libremente los cuerpos instituidos.

Democrática no es la institución que elimina la verticalidad sino aquella que no se aterroriza por los movimientos de las composiciones horizontales.

10 | GREGORIO KAMINSKY

Así como la democracia no puede entrar por la ventana tampoco se la puede sacar por ella. Inducir modalidades existentes pero sofocadas de composición horizontal en los paradigmas verticales puede ser uno de los modos de la “participación democrática”.

La ecuación horizontal/vertical, en un momento ulterior, puede ser superada a través de la formulación de un coeficiente de la misma.

El coeficiente nos aproxima al nivel de transversalidad institucional.

Cada institución goza, si se la analiza, de un coeficiente y un umbral de transversalidad determinado. Esto es lo que las hace singulares y difícilmente generalizables. Por eso carecemos de recetas apriorísticas para la resolución de conflictos y para la promoción de criterios globales y genéricos de participación democrática.

Lo que sí puede aconsejarse genéricamente es trabajar en torno de la optimización del coeficiente de transversalidad, en su ductilidad y plasticidad.

La transversalidad institucional rompe el duro esquema de las coordenadas crucificantes y facilita la comprensión del juego de atravesamiento social que capilariza toda institución; desde la institución misma y no desde algún balcón sociológico o mangrullo psicoanalítico, grandes (otros) panópticos del poder.

5.

Toda práctica profesional, “liberal” o instituida, está investida por relaciones de poder que le dan su autoridad en las relaciones de fuerzas sociales.

Los acopios de “verdad” dentro de los prestigios del saber ya no pueden disimular su perseguida autoridad.

Quien mira una institución, como cualquier otro profesional, está implicado a través de un conjunto de relaciones o dispositivos

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que lo vinculan estrechamente al sistema institucional que analiza o interviene.

Su implicación, que es económica afectiva, epistemológica, libidinal, etc. nunca puede dejar de ser ideológica. Y no imaginamos una mirada de las instituciones que no sea la retraducción operativa, el ascenso inductivo y la abierta promoción del modo democrático de ser institucional, desactivando las violencias simbólicas que no son otra cosa que modos de autoritarismo encarnado o, mejor dicho, encarnizado.

En el circuito de las relaciones transferencialescontratransferenciales institucionales, el analista implicado registra las fisuras de lo instituido y, a través de los síntomas de la institución puede abrir los múltiples caminos de lo instituyente.

No conocemos elementos instituyentes que no sean la afirmación de la pluralidad, la cohabitación de las diferencias, en una palabra, que no tengan el rostro sustantivo de lo que llamamos democrático.

6.

El burócrata institucional no nace, se hace. Y está hecho de tal modo que parece que así hubiera nacido.

Se ha querido, y se quiere definir a esta raza especial de seres urbanos desde el reducto psicológico del personaje psicopático o del obsesivo cuando no del borderline.

También, desde el reducto sociológico se lo define como encarnación de la sociedad corrupta y fraudulenta ataviada de los más diversos discursos de la moralidad. Pero los reductos no dejan de ser reductivos.

¿Cómo se produce el burócrata? ¿por donde circula? ¿Quiénes lo consumen? Nuevamente, lo que resulta imperceptible es la dimensión del dispositivo institucional.

La institución es la maquinaria productivo-distributiva y circuladora-consumidora de burocracia. No es que toda institución lo sea sino que todas tienen el poder de serlo.

12 | GREGORIO KAMINSKY

El dominio burocrático es el del papeleo y de la reiteración de lo formal, pero también se traduce a comportamientos instituidos que transforman las gestiones en cadenas de montaje.

Cada quien, en su puesto, cada cual en su función, todos somos, al fin y al cabo, una gran familia. Y en las buenas familias cada cual sabe o debe saber el lugar que le corresponde. Ya se nos ha dicho que el núcleo primario desorganizado es fábrica de psicosis. Así que el modelo ampliado de familia se ofrece como la tramposa matricería institucional.

Hemos sido instituidxs desde esos modelos y todo exceso o excedente subjetivo no puede circular en ellas, hay que mandarlo guardar como el Edipo, aunque las habitemos en los tiempos más ricos y activos de nuestras existencias.

Las sociedades autoritarias se alimentan de las instituciones represivas. A veces no son necesarias las prisiones, las instituciones nos recluyen de lunes a viernes, ocho horas al día. Y, como en otras zonas de nuestra vida, por ahí nos termina gustando.

Me parece que democracia también consiste en desactivar esas ominosas marañas anidadas en los corazones de las instituciones.

Tangibilidad de la materia institucional que siempre se va a resistir a los prolijos adoradores positivistas del dato o a los cuadriculadores estructurales de lo real.

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DEMOCRATIZAR, CONSPIRAR, DESMANICOMIALIZAR

Franco Castignani

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Húndete en lo desconocido que excava. Oblígate a girar. René Char

Todo el esfuerzo de lo colectivo se aboca a conjurar la necrópolis. Esta es una de las ideas-talismán que recorre Lo Colectivo, seminario que Jean Oury, psiquiatra francés, brindó un miércoles al mes en una pequeña aula de La Borde, durante los años 1984 y 1985. Otoño, invierno y primavera ritmados por aquel esfuerzo de atención que giraba –y gira, para quien quiera recuperarlo– alrededor de no perderle el pulso a las subyacencias: ese plus-de-deseo misterioso que hace que una manada de cuerpos puedan crear algo en común –palabras, conceptos, encuentros, promesas, inconstancias– sin repelerse ni canibalizarse. Sin ese resto, sin esas presencias molestas e incapturables, no habría más que automatismo, separación, agotamiento, burocracia. Cuerpos y almas en estado de muerte: necrópolis.

Me gustaría pensar, para retomar la apuesta del texto de André Nader, lo democrático como aquella subyacencia que alimenta, excede y agujerea lo que habitualmente entendemos como democracia. Un algo-más que procedimientos, renovación

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de cargos, roscas, zancadillas, cabildeos, verdugueos, elecciones. Un resto frente a esa pragmática inflexible que invita a “elegir” cada 2 o cada 4 años, para luego de las celebraciones o tristezas de cada caso, clausurar los deseos colectivos en aras de una economía vital demasiado estrecha y asfixiante. Posibles entristecidos, que invitan a la tranquilidad de los sepultureros. A encerrarnos y a dedicarnos a cultivar la propia quintita, a multiplicar los muros, sin demasiada atención a lo que le pasa a les otres ni a lo que sucede allá afuera. Manicomios invisibles, adaptados a las implosiones cotidianas. Lo llaman democracia pero al final del día parece no ser más que una irrespirable política de control de daños. ¿Entonces? ¿Cómo hacer?

16 | FRANCO CASTIGNANI
Madrid, 2001

Una pista, a partir de lo que deja dicho Nader en su texto: la alteridad, el otro, es incontrolable y obliga. Insistir en eludir o denegar esa obligación –que no debería sonar como un imperativo moral sino más bien como una posibilidad éticopolítica radical– solo amplía el horizonte del daño, exponiendo a las vidas, a los cuerpos a una constante miserabilización. Aquello que, en tiempos de capitalismo implosivo, no cesa de acontecer ni dejamos de testificar. Y que se nos intenta presentar como ineluctable destino, frente al cual, según nos cuentan los expertos de variado pelaje y profesión, solo nos quedaría: a) el gesto denuncialista, que se ahoga en su propia retórica de la indefensión; b) la máscara doliente de la víctima, que nada puede porque solo sabe esperar; o c) la conversión cínica a la moda, estetizada en postureo hater o en distonía new age, según el caso. Alternativas infernales. ¿Hay alternativa?

Habría, hay alternativa, a condición de explorar este riesgo de estar-con otres y de habitar sin garantías nuestra común precariedad. Ablandar el corazón como un higo en almibar para conjurar juntes el terror que llevamos dentro. Estar juntes. Que haya otra cosa que terror y deseo de nuevos muros. Hay lo democrático, hay alternativa a la democracia manicomializante, si algo de este ritual de conjuro se efectúa por fuera de los procedimientos y hábitos estandarizados, y deja correr un poco de aire por entre nosotres. En tiempos de ecocidio y de piromaniacos suicidas que hacen gala de su indolencia para con la tierra y para con aquelles que la habitan y la cuidan, respirar quizás se ha transformado en una cuestión política de primer orden. Un derecho del común a reclamar y a defender. Según nos cuenta Franco “Bifo” Berardi en la bellísima biografía de su amigo Félix Guattari, un acto de respiración colectiva es preciso y necesario para iniciar cualquier conspiración. Y una conspiración es aquella brecha peligrosa que se abre por entre lo previsible, que (nos) da tiempo, lugar y capacidad de movimientos hasta ese momento impensables. Conspiración contra implosión: nadie sabe lo que

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pueden unos cuerpos que logran conspirar juntos. Tal vez, y en principio, articular pequeños actos, contraembrujos1 para que el paisaje que habitamos –y que deseamos habitar– no sea otra triste necrópolis, la última de una larga serie. No parece poco.

1

¡Es importante que esta dimensión de magia sea reconocida como tal!, escribió Félix Guattari allá por 1989, cuando los expertos, gurúes y tecnócratas anunciaban a viva voz el fin.

18 | FRANCO CASTIGNANI

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