El castillo de quienes buscan sentidos

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El castillo de quienes buscan sentidos

Anne-Marie Norgeu

El castillo de quienes buscan sentidos: la vida cotidiana en la clínica psiquiátrica de La Borde 196 p. ; 21 x 13 cm.

ISBN 978-987-88-5486-1

1. Psicoterapia Institucional. 2. Fotografía Documental. I. Zavala, Juan , trad. II. Título. CDD 770

Título original: La Borde : le château des chercheurs de sens. La vie quotidienne à la clinique psychiatrique de la Borde Autora: Anne-Marie Norgeu

© éditions érès 2006 reed. 2013 © Cielo Invertido Ediciones 2022

Traducción del francés: Juan Zavala

Las imágenes son capturas de: Sur le quai, de Stefan Mihalachi Le sous-bois des insensés, de Martine Deyres Au jour le jour, à la nuit la nuit, Anaëlle Godard Qu’est-ce que je fous là, entrevista de Anaëlle Godard y del archivo personal de la familia Norgeu

Esta obra fue publicada con el auspicio de la Municipalidad de Córdoba, Fondo Estímulo de la Actividad Editorial Cordobesa 2022, Ordenanza 8808

Cielo Invertido Ediciones Colección errante

Hecho el depósito que indica la ley 11.723 Impreso en Córdoba, Argentina

El castillo de quienes buscan sentidos

La vida cotidiana en la clínica psiquiátrica de La Borde Anne-Marie Norgeu

Traducción Juan Zavala

A la gente de La Borde

“El dolor de ser uno mismo no se puede contar”

Prefacio Hay algunos libros que no basta con abrirlos, ellos también deben abrirse a vos. Es difícil escribir un prefacio para esta clase de libros: da miedo presentarlos, ya que lo harán mejor por sí mismos. Apenas esbozado, cualquier comentario parece abusivo y reduccionista. Así lo demuestran las pocas líneas de la propia autora, que (con la modestia de principiante, imagino) minimiza un poco el alcance de su obra al hablar de ilustración, de instantáneas fotográficas recogidas por una aficionada. Instantáneas fotográficas... Quizá sea en el aspecto técnico donde debamos empujar la metáfora. Al menos antes de la era digital (las obras maestras del género datan de aquella época), la película se exponía a una impresión, que luego había que revelar y fijar. Analógicamente, así procede Anne-Marie Norgeu, con cámara y laboratorio unidos en una especie de Polaroid, si se quiere: algo fugaz, digamos sentido, viene a impresionar la placa sensible de lalengua, donde la imagen se elabora, se revela para finalmente fijarse en una forma escrita.

Ahora me encuentro haciendo un poco de zoom, en un acercamiento más o menos teórico al texto, pero ¿cómo podría hacerlo de otra manera? Esto es lo que me sugieren estas “instantáneas”, con mis preguntas a cuestas y mis inquietudes en curso. Y, por cierto, no es tan abstracta esta mirada a lalengua y la elaboración

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de la imagen (al menos para quienes han tenido que encontrar, o dejar que se diga, la palabra justa, la expresión justa, la forma justa, y, leyéndola no me cabe duda de que Anne-Marie Norgeu se ha codeado con esta ansiedad, este malestar y su resolución) con este placer. Un laboratorio simpático por tanto, que permite, por ejemplo, que las palabras “salvajes” encuentren un destinatario, aunque sea azarosamente. Esbozo de un posible diálogo, precaria emergencia de un sujeto: todavía restaba darle lugar… Así se abre La Borde para nosotros, con su compleja maquinaria institucional que iremos descubriendo a lo largo de su funcionamiento diario. Y a esta palabra maquinaria, que fácilmente se inclinaría hacia lo industrial, nos encanta verla asociada aquí al nombre de Tinguely, el suizo que no sin ironía, ha convertido brillantemente la relojería en algo lúdico y poético.

Impresionismo, entonces. Cada página de este libro es una pincelada. A partir de su proximidad y de su brillo, quien lo lea se hará una idea del conjunto. Pero en este punto la metáfora falla: quien lea este libro no estará frente al cuadro (“todos los mirones son unos matones” nos advierte de inmediato y anónimamente alguien con psicosis y en posición de conserje: lo primero que tienen que hacer quienes recién llegan es revelar su identidad, enunciar su nombre, decir quiénes son).

Y vos estás acá en el cuadro, al principio girando con desconcierto entre las callejuelas, los senderos del parque, los salones, los recovecos del castillo, y sus dependencias, buscando un significado seguro, pero confiando en tu guía: ¿no ha estado ella también allí?

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¿Escapada errática, viaje iniciático o quizás inmersión etnográfica? La Borde, como una familia, es un cliché que circula, pero lo que se descubre aquí, página tras página, ¿no sería más bien, como decía Fernand Deligny, una de esas singulares etnias, con sus costumbres maduradas por el tiempo, el uso y la reflexión? Podemos inspirarnos con La Borde: se me ocurre que no sabríamos clonarla.

Al parecer, Joyce anotaba en sus cuadernos, que siempre llevaba consigo, notas voluntariamente enigmáticas (sólo él podía saber lo que habían evocado en cada momento): epifanías, decía él, burbujas que, viniendo a perforar la superficie del mundo, daban testimonio de una profundidad, de un espesor que había sido disimulado. Estimo que Anne-Marie Norgeu (¿acaso no se presenta como “técnica de superficie”?), supo prestar atención y volverse receptiva a esa superficialidad pululante, esencial. Ciertamente, hay que exponerse mucho para llegar allí. Bregar, y trabajarse mucho. No todo el mundo puede asumir el riesgo y el costo.

Para terminar, un detalle… pero ¿cómo decirlo? Inestabilidad, desfase, ambigüedad rica en efectos de sentido de estas citas, de estas palabras de psicóticos que coronan cada página, inclinándose a veces hacia el título, a veces hacia el epígrafe... por no hablar de Oury, ascendido aquí como si nada junto a Arthur Rimbaud al rango de psicótico de honor. Conste en acta.

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El castillo de quienes buscan sentidos

Una crónica de la vida cotidiana en la clínica de La Borde. He intentado ilustrar aquí lo que otros han transcrito de otras maneras.

Se trata de momentos de la vida cotidiana para leer como se hojea un álbum de instantáneas fotográficas reunidas aficionadamente, sin planes de demostrar nada. No encontrarán citas adornadas con firmas célebres. Mis principales referencias son las palabras de personas con psicosis, algunas líneas de sus escritos y sus diarios. Estas palabras están impresas en la cabecera del capítulo y en negrita. Tal vez perturben una forma de pensar que consiste principalmente en permitir que los que están en minoría permanezcan en silencio.

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Todos los mirones son unos matones

¡Circulen, no hay nada para ver! Y el médico afirma: “estamos aquí para proteger a la gente de la mirada idiota”.

Si usted viene a La Borde, no podrá instalarse esperando un espectáculo, o pretendiendo investigar el sufrimiento ajeno. Aquí no se le permitirá hacerlo porque, rápidamente, será captado para convertirse en acólito de tal o cual pensionista, de tal o cual persona buscadora de sentido.

La libertad sólo se te concederá al precio de tu propia palabra, a cambio de tu nombre auténtico.

Lo primero que tiene que hacer quien llega es decir quién es.

El nombre propio adquiere una nueva sonoridad en este lugar: se escucha pronunciar muy asiduamente. ¿Realmente se te llama a vos con un nombre dicho así? ¿O adquiere un nuevo sentido? Y la formidable interrogación es implacablemente insistente, a la vez que burlona y molesta: “¿quién soy?”.

Es que desde el primer día será sometido a la pregunta insistente. Cada quien les preguntará: pacientes, cocineros, personal de jardinería, de lavandería o de medicina… como piedra de toque para verificar la autenticidad de tu modo de estar.

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La única respuesta que he podido encontrar es decir: “estoy acá”, tratando de estar aquí verdadera y cabalmente. Ahí es cuando todo comienza, sin dudas. Pero lleva tiempo, y se termina comprendiendo.

Quizás la esquizofrenia sea una construcción renga, en reajuste incesante para intentar soportar lo insoportable: una vida que ha perdido su sentido. Así sería la obra de grandes estrategas que trabajan para llegar al fondo de sí mismos.

Me he convertido en rehén de quienes buscan sentido aquí y el único medio para liberarse de su embestida es convertirme en buscadora de sentidos por mi propia cuenta.

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La sociedad de gentiles

Esta sería una sociedad a la que voluntariamente reivindicaría pertenecer. Una sociedad que ejerciera el arte de dejar a las personas vivir en paz. Que se trataría de dejarles estar en suma tranquilidad.

¿Un lugar donde no se les combate? Y que, sin embargo, sería un lugar de vida, no se trata de la misma paz que la de los cementerios. Un lugar en el que no se trague la guerra como si fuera mayonesa.

Más vale olvidarse de aquello que se ha aprendido y entrar aquí sin querer jugar al sanador. Y alejarse tranquilamente de aquellas personas “bien pensantes”, de quienes hablan bonito, de la gente “bien diciente”, y de quienes escriben bien.

Nada de chaquetillas ni guardapolvos, ni de blandir diplomas, o proclamar títulos propios, si no se quiere ser blanco de una agresividad legítima y latente. Sólo en el gallinero1 se tiran flechas con arcos a los fardos de paja.

“Esta gentileza no es una fórmula de cortesía simplemente. Al fin de cuentas, se la puede incluir en el vector de eficacia, porque por momentos es muy importante. No se trata de buenos modales; a veces la gentileza implica enojarse espantosamente y sacar corriendo a alguien. Es entonces que parece que algo

1. En el original, poulailler. [N. de T.] Ver glosario.

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ha sido respetado, una dimensión que justamente era de oposición: se ha respetado la alteridad introduciendo así una dimensión ética”. (Jean Oury).

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Las personas llamadas cuidadoras y las personas llamadas cuidadas (Jean Oury)

En La Borde, el trabajo también está en la minucia de los preparativos diarios, los momentos inestables de la cotidianeidad. El pasaje fugaz de la pregunta a la respuesta, el cambio imperceptible de una mirada.

Una cadena de gestos irrisorios en el registro de la gravedad. Abrir los grandes ventanales que dan al parque con sus altísimos árboles.

Y vos decís con valor: “creo que va a ser un día hermoso”, tratando de expresar que podría ser bello para tal o para cual, sin atender a la realidad meteorológica.

La escoba me ha servido de muleta para ir al encuentro de lo desconocido. Cuando se encuentra el equilibrio propio se avanza sin la escoba. Una misma se vuelve herramienta de cuidado, a la par de la pastilla, la inyección y la medicación. Con real convicción, hacer de manera que la faena, la tarea, se vuelva una obra.

Poco a poco se deja de reparar en las extravagancias de la persona interlocutora: una se olvida de su cojera, de las palabras aulladas, de la ropa sucia, o los cuerpos dañados. Encontrarás el encanto en cada detalle de una fisonomía, de una mirada. Libre de tal apego por las apariencias, vas a escuchar lo que tiene para decir y su palabra despertará tu inteligencia humana.

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Vine aquí sin el deseo de aprender. Con el deseo de conservar esa “inocencia” que creía que me permitiría encontrar a gente, más allá y más acá de la enfermedad. Especialmente, no quería convertirme en una especialista, no medir mis palabras y mi comportamiento con el rasero de alguna teoría.

Pero esto es imposible, al cabo de los días aprenderás a tu propio pesar, a pesar de tus elecciones, de una manera difusa, discreta, profunda, se puede decir. En ciertos momentos sabrás que sabés. Sabrás guardar silencio sin miedo, u ofrecerás una respuesta que no hubieras podido encontrar el año anterior. El saber te llega. Te es dado. No es cuestión de dar un gran discurso, pero aun así, saber te hace más dichoso.

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Técnica de superficies

Imaginá que llegas a La Borde conociendo poco de psiquiatría, sin especialización, sin título, simplemente con una curiosidad viva y con gran energía.

Se te dice: “vos vas en tal sector”. Bien. Por lo tanto a la mañana siguiente te presentas en el sector indicado a las 9 hs. Estás ante una asamblea de personas hirsutas, sin afeitar, en pijama, que beben café y jugo de naranja, leen pedacitos de papeles, comentan las novedades de la víspera y precisan si ellas han dormido bien o no.

Un momento más tarde la asamblea se disloca y cada quien parte. A vos te gustaría irte también, ¿pero dónde? Reparás en una persona que tiene aire de saber mucho y le preguntás: “¿Qué puedo hacer?”. A lo que te responde: “Si ves una tarea que no se esté haciendo, hacela”.

¡Ah, bueno!

Algo dubitativa, agarrás una escoba y un lampazo del fondo de un pasillo muy sucio.

¡Este es el laburo! Sabés hacerlo, lo hacés con vigor, lo hacés verdaderamente bien. Es estupendo. Es un trabajo visible. Y si te ausentás para regresar enseguida, vas a constatar que donde habías limpiado se ha ensuciado nuevamente. Está listo para recomenzar la faena. Además, cuando hayas terminado el aseo de ese sector, podrás ir a hacerlo más allá y luego arriba y luego más lejos y cuando hayas repasado cada sitio

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siempre podrás volver aquí y recomenzar. ¡El trabajo visible es gratificante!

Tenés la impresión de ser útil. Sin embargo la energía va menguando. Tambaleando, ingresás al final de una jornada, y luego de una ducha naufragás en el sueño. La noche estará poblada de encuentros insólitos.

Pero una noche, cuando ponés la cabeza en la almohada, te surgen preguntas extrañas: “¿Pero qué es lo que vine a hacer acá? ¿Qué locura es esta?”. Las respuestas son innumerables y nunca satisfactorias. Habrás franqueado la primera etapa. Y mucho mejor, porque, a la mañana siguiente, esa persona que parece saber mucho te propone con la mayor cordialidad: “¿Y si dejás la escoba y el lampazo?” Bueno. Entonces preguntas: “¿Pero qué podría hacer?” Y te dice: “Dejá la escoba y verás”.

¿Qué quiere decir que si dejo la escoba veré?

¿La escoba me impide ver? ¿Ver qué? Y habrás entrado en la segunda etapa.

¡Has abandonado las muletas! Ahora se trata de arriesgarse a un terreno inestable. Llevás con vos a algunas personas que han sido compañeras de limpieza, disponés de más tiempo para conversaciones ligeras, tu horizonte se amplía, tu trayectoria se diversifica. En lugar de ver las huellas que deja cada paso en la mugre de las baldosas sucias, exclusivamente, aguzás los oídos y posás tu mirada en otras miradas. Te distinguís, te diferenciás, y tu itinerario azaroso te ayuda a ganar confianza en la alteridad y en vos misma. Algunas preguntas comienzan a invertirse. Ya no es tanto “¿Qué vine a hacer acá?”, sino ¿Y aquella, qué hace acá? ¿Por qué? ¿Desde cuándo?

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Participás de reuniones, consultás las historias clínicas, te juntás con algunos compañeros que te proponen algunas respuestas. Esta es tu universidad.

¡Y entrás en la tercera etapa!

En una hermosa tarde de cielo despejado, estás sentada en un banco del parque, bajo las fragantes lilas. Estás sin hacer nada. Estás ahí, solamente sentada y observando a quienes pasan caminando por el césped y te saludan. Alguien tira de un carrito en dirección a la lavandería, un grupo de personas está tendida sobre la hierba, un gato sale del matorral de rododendros, una ventana se golpea en el primer piso del castillo y vos estás ahí, sin nada más que hacer. Cerca tuyo se sienta alguien que te pide un cigarrillo. Habla en ronroneos. No tenés nada más que hacer que escuchar, ni siquiera intentar desenredar los hilos de su discurso porque sólo ubicarías allí tu propia lógica personal. Así es que escuchás en calma, dando signos de tu presencia atenta y le das fuego para su cigarrillo.

Y entonces, pasan conversando ante ese banco en el que están sentadas sin nada más que hacer, dos personas que hace años están en La Borde. Caminan tranquilas lado a lado, y alcanzás a escuchar que te nombran. Hablan de vos. Señalando con una mirada discreta, uno le dice al otro: “Mirá, ahí está en el banco. Ahora sí, ¡ya llegó!”.

¡Pero estás aquí hace meses! Se requieren muchos meses para tomar lugar, para ubicarse ahí donde las personas que a veces se llaman pacientes te llevan, en esa red de trabajo invisible, que precisamente te vuelve visible, te da cuerpo y presencia.

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Has abandonado el sobrevuelo. Has aterrizado. Has llegado a La Borde en donde el término “trabajo” cobra un sentido particular.

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