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Relaciones de las ONGD con otros actores
Relaciones de las ONGD con otros actores
Relación con el Estado
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Durante el primer quinquenio del siglo XXI, tanto el gobierno central como los gobiernos subnacionales tenían actitudes relativamente favorables hacia las ONGD ya que éstas, desmarcadas de la onda de protesta popular contra el modelo, cumplían con paliar los efectos negativos del mismo sin cuestionarlo demasiado, y con la implementación de políticas públicas en cuya elaboración probablemente habían participado.
Cuando el IPSP y los denominados “movimientos sociales” tomaron el poder en 2006, algunos personeros de ONGD (especialmente del oriente del país) fueron llamados a integrar el gobierno, pero la sincronización no duró mucho, y al poco tiempo, frustración y resentimiento mediante, esos mismos personeros (pero también algunas ONGD como tales) empezaron a emitir críticas y observaciones al manejo gubernamental de la cosa pública. Frente a ello, la reacción del gobierno central es la de estigmatizar a las ONGD que lo cuestionan, y de amenazar con mayor control. A nivel discursivo, las relaciones se tornan tensas, pero puntualmente son factibles porque la posición gubernamental no parece institucionalizada, y depende mucho de las autoridades de turno.
A nivel local no suelen presentarse esas tensiones, y las relaciones con los gobiernos municipales prosiguen mayormente en la línea de lo pactado en la época anterior; centradas en la ejecución de proyectos y basadas en convenios marco y apalancamiento financiero. Asimismo, las ONGD suelen participar en comités interinstitucionales en calidad de asesoras (función consultiva) y sin poder decisional, ya que éste pertenece a la población que vive en el territorio. No obstante, probablemente por influencia del gobierno central, afloran matices de desconfianza y los vínculos serían menos sistémicos que antes.
Relación con la sociedad civil
Más que con gobiernos, tanto el central como los locales, donde se puede observar un punto de inflexión notable es a nivel de las organizaciones populares. En la actualidad, son muchas las observaciones emitidas por líderes y lideresas sobre los comportamientos y actitudes de las ONGD. Sin duda, la más profunda remite a que en el pasado varias llegaron a asumir
la representación de actores sociales con una actitud “colonial” (mentalidad de patrón). La dirigencia, hoy empoderada, no concibe a las organizaciones populares como grupos meta o beneficiarios, sino como actores protagonistas del proceso de cambio que vive el país, y no perdona que ONGD hayan podido suplantarlas practicando lógicas paternalistas y prebendales. La dirigencia de OECA es aun más incisiva al cuestionar a las ONGD porque generan dependencia y no tienen estrategias de retirada (es decir, trabajan como si nunca se fueran a retirar de la zona). Asimismo, cuestionan la falta de sostenibilidad de sus intervenciones (especialmente económicas) porque posiblemente trabajan en la producción, pero poco encaran la transformación y prácticamente nunca la comercialización, y porque además no transmiten cultura organizacional: cuando incursionan en capacitación, lo hacen en la onda de los “emprendedores exitosos” y de las cadenas de valor. Estas observaciones son de tal manera compartidas entre dirigentes hombres y mujeres de distintas organizaciones que probablemente sean sinceramente sentidas; por ello se torna imprescindible que las ONGD superen cuanto antes la mentalidad “colonial” y “paternalista/maternalista” (incluso prebendal) que imprimieron a sus relaciones con “sus pobres”.
Dicho esto, las organizaciones populares ya no permitirían que ONGD las representen, y tampoco pueden seguir siendo miradas como “beneficiarias”. En relación con los años ochenta, existe una evolución significativa en la participación e involucramiento de las organizaciones populares en la definición y el uso de los recursos de los proyectos de las ONGD, evolución probablemente causada por una conjunción de factores entre los que tienen cabida los procesos de concientización y formación/ capacitación desarrollados por las propias ONGD, así como también los cambios en el referente ideológico del movimiento social generados por las insurgencias de principios de siglo y la propia NCPE. Con las cúpulas nacionales las relaciones son tensas y complicadas debido, en gran medida, a su alineamiento acrítico a la agenda del gobierno central; con organizaciones de nivel intermedio, en cambio, el distanciamiento se va superando en la medida en que construyen agendas propias y, a nivel local, la participación de las organizaciones en los espacios de evaluación interna y de rendición de cuentas suele no solo ser factible, sino constructiva. La transparencia y la rendición de cuentas parecen ser una buena base para restañar heridas y restablecer un nuevo marco de cooperación y alianzas para el logro de visiones compartidas y objetivos comunes (coyunturales y/o estructurales).
No se puede cerrar las reflexiones sobre la relación de las ONG con la sociedad civil sin recordar, finalmente, los resultados de consultorías realizadas por Real Data en los años 2010 y 2011 (cf. capítulo “Legitimidad incluso sin representatividad, p. 85), y que reflejan, lamentablemente, la opinión poco favorable de la sociedad ante las ONGD, ya sea en términos de credibilidad, de transparencia o de efectividad en cuanto a mitigación de la pobreza (entendida en este caso como atención de necesidades básicas, fortalecimiento de derechos, y desarrollo productivo). Es importante resaltar que las reacciones captadas desde las redes sociales virtuales durante el estudio coinciden con esas percepciones negativas. Estos resultados evidencian la urgencia de hacer algo para revertir dicha opinión pública.
A la luz de lo anterior, cabe retomar el reto estratégico referido a relación con la sociedad civil, identificado por analistas al finalizar el siglo XX (cf. acápite “Retos estratégicos de las ONGD de cara al siglo XXI”, p. 26):
• Se puede avizorar, por una parte, que la cooperación ha separado a las ONGD de la intermediación financiera, y que asociaciones y organizaciones de afiliados han emergido como nuevos actores sujetos de cooperación directa. Varios dirigentes de organizaciones a quienes se entrevistó reconocen, empero, que las nuevas relaciones establecidas no son óptimas, y no se ha recogido testimonios que muestren que ONGD hayan asumido el papel de intermediarias sociales para facilitarlas. • Por otra parte, si bien estas relaciones entre ONGD y organizaciones sociales van superando el antiguo sesgo paternalista, y el discurso es de tránsito hacia alianzas basadas en una horizontalidad potencial entre pares, las organizaciones se quejan de ingerencia y protagonismo, y las ONGD lamentan que esto implique presumiblemente bajar la radicalidad de su perfil interpelador y de incidencia en políticas públicas, debido a que los ritmos resultantes son más frágiles y más lentos.
Relación con la cooperación
Bajo el modelo neoliberal, se generó una suerte de empatía (“confluencia perversa”, dicen algunos) entre los intereses de las ONGD y los de la cooperación, enfocada a paliar los efectos negativos del ajuste estructural y a contribuir a la “lucha contra la pobreza” (welfare colonialism). Sin duda, al comenzar el siglo coincidían en que se debía trabajar aspectos como gobernanza y participación ciudadana. No obstante, paulatinamente, la cooperación fue imprimiendo prioridad a acciones sobre la “pobreza blanda” (atacar síntomas) al no estar dispuesta a actuar sobre la “pobreza dura” (atacar estructuras) puesto que sus impactos tienen plazos demasiado largos, por estar supeditados a demasiados supuestos, por traducirse a nivel de presupuestos sobre todo en salarios y costos de funcionamiento, entre otros. Con el pasar del tiempo (y con el cambio generacional entre los decisores), la cooperación orientada a la “pobreza blanda” se fue centrando cada vez más en procesos técnicos e inversiones, y fue generando un andamiaje burocrático de PMyE enmarcado en acuerdos internacionales relativos a la eficacia de la ayuda. Algunas ONGD cayeron en la trampa de confundir su función con el cumplimiento de esas exigencias: se abocaron a la eficacia de la ayuda y al cumplimiento de indicadores, desviándose del horizonte político que, en el pasado, las unía en una relación más horizontal de partnership.
Hoy en día se percibe un malestar entre las ONGD ante la visión proyecto (proyectorado) que se fue instalando cortando procesos y segmentando la visión estratégica. Las ONGD lamentan que el debate político se fuera perdiendo y que el común denominador con la cooperación terminara asentado en la burocracia. En la perspectiva de una reorientación de las ONGD hacia la “pobreza dura” (que implica trabajar en la línea de los derechos), acorde con los requerimientos (nacionales y globales) del momento actual, el debate suscitado en torno a la “eficacia de la ayuda” se está convirtiendo en un obstáculo, por lo que se plantea transitar hacia el concepto de “eficacia del desarrollo”. Si bien los actores de países donantes y aquellos de países receptores de cooperación han concordado recientemente compromisos relativos a la “eficacia del desarrollo”, queda claro que hay mucho por hacer respecto a definiciones relativas al desarrollo y a la construcción de visiones comunes, entre otros.