Historia mexicana 146 volumen 37 número 2

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HISTORIA MEXICANA

VOL. XXXVII_OCTUBRE-DICIEMBRE, 1987_N?M.

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HISTORIA MEXICANA 146

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Vi?eta de la portada ?ngel que adorna la letra capitular de unas cuentas presentadas a la ciudad de San Luis Potos?. Archivo Hist?rico del Estado, Ayuntamiento de San Luis Potos?, Li bro de Cabildos, 1747, f. 160. Fotograf?a de Arnaldo Kaiser S.

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HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios

Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas Director: Alfonso Mart?nez Rosales

Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Clara Lida, Andr?s Lira, Francisco Xavier Noguez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse, Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez. Secretario de Redacci?n: Carlos Mac?as

VOL. XXXVII OCTUBRE-DICIEMBRE, 1987 N?M. 2 SUMARIO Art?culos

Virginia Gonz?lez Claver?n: Una migraci?n can 153 Texas en el siglo xviii Lawrence Douglas Taylor Hanson: Voluntarios

205 1854jeros en los ej?rcitos liberales mexicanos,

Jos? Miguel Romero de Sol?s: Apostas?a episcopa

maulipas, 1896

Testimonios

Antonio G?mez Robledo: Descubrimiento o encuentro Ernesto de la Torre Villar: Dos temas cortesianos

239

283

301

Cr?tica Mois?s Gonz?lez Navarro: Algunos extranjeros en M? xico vistos por s? mismos

325

Examen de libros Sobre John M. Ingham: Mary, Michael, and Lucifer. Folk

Catholicism in Central Mexico (Pilar Gonzalbo

Aizpuru)

333

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Sobre Thomas D. Schoonover (ed.): Mexican Lobby.

Mat?as Romero in Washington 1861-1867 (Carmen

Bl?zquez Dom?nguez) 338

Sobre Hideo Furuya: Memoria del servicio exterior mexi

cano en Jap?n (Mar?a Elena Ota Mishima) 342

Sobre Elias Trabulse: Francisco Xavier Gamboa: un pol? tico criollo en la ilustraci?n mexicana (Leonardo

Alvarez) 345

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente personal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Colegio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana es una publicaci?n trimestral de El Colegio de M?xico. Sus

cripci?n anual: en M?xico, 32 000 pesos; en Estados Unidos y Canad?, 30 d?lares; en Centro y Sudam?rica, 23 d?lares; en otros pa?ses, 40 d?lares.

?El Colegio de M?xico, A.C. Camino al Ajusco 20 Pedregal de Sta. Teresa 10740 M?xico, D.F.

ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed in Mexico

por Programas Educativos, S.A. de C.V., Chabacano 65-A, 06850 M?xico, D.F. Fotocomposici?n, formaci?n y negativos: Redacta, S.A.

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UNA MIGRACI?N CANARIA A TEXAS EN EL SIGLO XVIII Virginia Gonz?lez Claver?n El Colegio de M?xico

A partir DE LA toma de Tenochtitlan en 1521, la apropia ci?n por parte de Espa?a del territorio que vendr?a a ser M? xico, podr?a representarse imaginaria o gr?ficamente como una mancha de tinta que se expande poco a poco desde el coraz?n del pa?s hacia la costa del Pac?fico, el sureste y el norte.

La colonizaci?n de algunas regiones fue relativamente tar d?a, como es el caso de la provincia de Texas, que form? parte

de la Nueva Espa?a, y m?s tarde del M?xico independiente

hasta 1836.

Las autoridades hispanas atendieron la colonizaci?n de Te xas a finales del siglo XVII, teniendo como plataforma a Coa

huila; la ocupaci?n o poblaci?n se hubiera dado tal vez de una manera m?s lenta y despreocupada a no ser porque en 1684 los franceses bajaron de Nueva Orleans a la provincia de Texas, y la noticia de este alarmante avance puso en guar

dia al virrey de Nueva Espa?a.

Esta provincia,... es tan rica por sus minerales, que no hay un cerro que no sea un tesoro; es tan frondosa en flores, plantas, r?os y fuentes que es un parayso; es tan f?rtil en frutos, que es

una maravilla...1

Un tri?ngulo amoroso: Espa?a, Frang?a y Texas En 1534 el franc?s Jacques Cartier explor? Terranova y Ca nad? con la mira de encontrar el m?tico estrecho que comu 1 AGI, Guadalajara 209, Av. Fray Mathias S?enz de San Antonio, Ma drid, 7 de abril de 1724. V?anse las siglas y bibliograf?a al final de este art?culo.

HMex, xxxvii: 2, 1987 153

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nicaba el Atl?ntico con el Pac?fico. Desde luego, no lo

encontr?, pero el intento bast? para hacerlo famoso. A ra?z de entonces otros paisanos suyos continuaron explorando el

vasto territorio norteamericano, interes?ndose tambi?n en el

comercio de pieles finas.2 En el siglo XVII siguieron comer ciando y buscaron tierras propicias para asentarse. Hacia 1684

Robert Cavalier de la Salle, oriundo de Ru?n, viniendo des de Canad? emprendi? el reconocimiento del r?o Mississipi has

ta llegar a su desembocadura en el Golfo de M?xico. Al cabo de poco tiempo regres? con intenciones de colonizar y lleg? a la provincia texana; en la Bah?a del Esp?ritu Santo fund? el presidio de San Luis. La noticia de esta incursi?n lleg? a o?dos del virrey conde de la Monclova en 1688, hecho que desencaden? la movilizaci?n espa?ola en aquella terra incog nita, pues se orden? al capit?n Alonso de Le?n desplazarse hasta aquella provincia con un buen n?mero de soldados.3 De hecho, Le?n llev? a cabo dos expediciones terrestres, una en 1689 y otra en 1690. El jueves de Corpus de este ?lti mo a?o tom? posesi?n del territorio explorado a favor del rey Carlos II y se fund? la misi?n de San Francisco. Es pertinen te aclarar que espiritualmente Texas fue responsabilidad de la orden franciscana. Los frailes salieron de sus respectivos "cuarteles generales'' o colegios apost?licos de Quer?taro (des de 1693) y Zacatecas (desde 1709) con el ?nimo de ganar al mas para la causa del cristianismo en las ?ridas tierras del norte.

Desde el punto de vista geogr?fico, la expedici?n fue tam bi?n importante, pues se determinaron longitudes y latitu

des de las tierras exploradas. Por desgracia todas las

actividades tuvieron que suspenderse; el hambre y el rigor

del invierno dieron al traste con la misi?n y se impuso un re

greso s?bito.

Poco despu?s se organiz? otra expedici?n al mando del nue vo gobernador don Domingo Ter?n de los R?os. En las ins trucciones que le fueron entregadas4 se subrayaba que el 2 Cartograf?a Novohispana, 1980, p. xiii.

3 AGN, Historia, vol. 27, exp. 3. 4 "Instrucciones al Gobernador dadas por el Superior Gobierno para This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


MIGRACI?N CANARIA A TEXAS

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objeto primordial de la "Entrada" era el establecimiento de ocho misiones franciscanas. A la cabeza de los frailes iba Da mi?n Masanet, cuyas opiniones m?s que tomadas en cuenta ser?an determinantes. Deb?a investigarse cu?ntos franceses u

otros europeos habitaban la provincia, ya que era necesario medir correctamente el peligro. Por cierto, si encontraban franceses a su paso, era su obligaci?n remitirlos a la corte vi rreinal. Por otra parte, la expedici?n ten?a como tercer obje tivo importante el reconocimiento geogr?fico del territorio.

Para no perder detalle y poder utilizar ulteriormente la in formaci?n como conviniese a las autoridades espa?olas, se or den? llevar un diario de viaje, en cuya redacci?n intervendr?an

tanto civiles como religiosos.5 Entre otros datos, interesaba saber cu?l era la flora y la fauna del pa?s, qu? naciones habi taban Texas y cu?les eran sus costumbres, creencias, forma de gobierno, etc. A los indios se procurar?a no molestarlos,

por el contrario, deb?an intentar atraerlos pac?ficamente y s?lo

se tomar?an los ind?genas necesarios para servir de int?rpre tes, a quienes por cierto deb?an liberar en Monclova. Los t?picos geogr?ficos no se relegaron al olvido: a los parajes, r?os, arroyos, montes, que el predecesor Alonso de Le?n no hubiera bautizado, ellos deb?an asignarle nombre. Adem?s, era imprescindible a los intereses hispanos que estos hombres

averiguaran cu?l era el cauce de los r?os. La expedici?n te rrestre se reforz? con otra mar?tima a cargo de Enr?quez Ba rroto y el piloto Alejandro Bruno, que, tras zarpar del puerto

de Veracruz, navegar?a hasta la Bah?a de Esp?ritu Santo. All? desembarcar?an y emprender?an la marcha por tierra hasta toparse con sus compa?eros. Desde luego que se aprovech? a los hombres de mar y sus instrumentos cient?ficos para con tinuar indagando la posici?n geogr?fica de la provincia de Te

xas o Nuevas Filipinas.

Aunque se reconoc?a que el fin principal de esta empresa era el evang?lico,6 en realidad la fundaci?n de misiones no que observe en la entrada de la provincia de Texas", M?xico, 23 de enero de 1691. AGN, Historia, vol. 27, exp. 3. 5 AGN, Historia, vol. 27, exp. 3. 6 AGN, Historia, vol. 27, exp. 3.

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pod?a desligarse de un inter?s pol?tico-militar, pues cumpl?an

un papel tan importante como el presidio; ambos enclaves serv?an de avanzada, y a la vez de muro de contenci?n para los anhelos expansionistas de otras potencias europeas e ir do blegando a tribus no cristianizadas. Los proyectos oficiales de colonizaci?n quedaron hasta cierto

punto congelados los a?os siguientes,7 pero no hay que ol vidar que al comienzo del siglo XVIII se desat? la guerra de sucesi?n por el trono de Espa?a y ces? hasta que Felipe de Anjou, o Felipe V, tom? las riendas del poder; as? pues, la atenci?n y los dineros espa?oles estaban puestos en otros ob jetivos m?s urgentes. En 1715, cuando la Nueva Espa?a era gobernada por el duque de Linares, llegaron hasta el presidio de San Juan Bau tista del R?o Grande del Norte los vasallos franceses, Luis de Saint Denis y Medar Jalot, quienes ven?an con pasaporte del gobernador de Nueva Orleans, y con supuestas buenas in tenciones de comprar ganado a las misiones franciscanas ubi cadas en Texas, que para esas fechas estaban abandonadas. Las autoridades de la frontera dispusieron enviar al par de franceses debidamente custodiados hasta M?xico. Tras ha ber conversado el virrey con ellos ?y habiendo sido aproba do en Junta de Guerra y Hacienda?, se orden? organizar la cuarta entrada a la provincia de Texas. El arribo de Saint Denis fue un llamado de atenci?n a los espa?oles con respec to al abandono en que hab?an tenido esa parte de las Provin cias Internas. Se nombr? jefe de dicha empresa al alf?rez Domingo Ra m?n, y al propio Saint Denis se le dio t?tulo de conductor de v?veres. Con tropa y religiosos llegaron a Corpus Christi donde

se toparon con un contingente de indios texas. Tras fumar

7 Durante el siglo xvii se expidieron ?rdenes para que las autoridades virreinales agilizaran la colonizaci?n de Texas. El 23 de octubre de 1700 se despach? real c?dula al virrey de M?xico, obispo de Guadalajara, go bernador de Nuevo Le?n y gobernador de Coahuila, ordenando que die ran toda clase de ayuda a los misioneros para poblar y reducir la provincia de Texas. Por su parte, los religiosos del santo de As?s llevaron a cabo al gunas entradas a la regi?n a comienzo del siglo xvin. AGN, Historia, vol.

43, exp. 4; y Ocaranza, 1939, p. 42.

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la pipa de la paz, los indios aceptaron sujetarse al rey de Es pa?a; Saint Denis, versado en la lengua de los ind?genas, fun g?a como int?rprete. Por el camino se fueron fundando algunas

misiones franciscanas. Esta entrada a Texas se llev? a cabo con relativa facilidad, y al parecer la participaci?n de Saint Denis fue clave para su ?xito. El destino de este personaje fue por dem?s particular. Se cas? con una sobrina del capi t?n Ram?n, circunstancia que le decidi? a residir entre espa ?oles. Con esta idea en mente se fue a Mobila a recoger sus pertenencias, pero le esperaba a su regreso un amargo reci bimiento. Hasta Panzacola hab?a llegado el rumor de que los franceses se jactaban de haber llegado a Coahuila, y en vir tud de ese rumor, Saint Denis se hall? en una posici?n muy delicada. Se le acus? de tener una excesiva familiaridad con los indios, circunstancia que le hac?a muy sospechoso, y por a?adidura se le acus? de contrabandear. Es dif?cil saber si real

mente hab?a optado por integrarse a la comunidad novohis pana. En todo caso, mientras se aclaraba la duda, el virrey lo reclam? en M?xico. Lo llevaron preso y lo sometieron a un arduo interrogatorio del que finalmente sali? bien librado y le fueron devueltos sus bienes; no obstante, se decret? su traslado a Guatemala junto con su mujer espa?ola, y a Do mingo Ram?n ?t?o pol?tico del franc?s? le removieron de su puesto. Pero el controvertido Saint Denis regres? a Texas y se convirti? en comandante del presidio de Nachitoos8 y la Nueva Espa?a gan? desde entonces un ac?rrimo enemigo. En 1718 Mart?n de Alarc?n fue enviado al norte como go bernador de Coahuila y Texas. Aunque estableci? el presi dio de San Antonio de B?jar, los misioneros se quejaron de su gesti?n, critic?ndolo por no haber provisto la regi?n de artesanos, ni de suficientes soldados para su defensa; y los pocos que llev?, dijeron, eran "de malas castas, los m?s in fectos y despreciables de Nueva Espa?a".9 Al a?o siguiente 8 El presidio franc?s de Nachitoos se hab?a fundado, al igual que el de

Cadodachos, en el a?o de 1716.

9 Se refer?a a indios y mestizos, pero sobre todo, a mulatos y negros. AGN, Historia, vol. 43, exp. 11. El fraile Mathias S?enz de San Antonio se?ala en 1724 que "...el mayor cuerpo se compone de negros, mulatos, lobos, indios y mestizos, tanto que para cada Espa?ol ay m?s de quinien

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de su nombramiento, Alarc?n renunci? al cargo por no reci bir los auxilios materiales y humanos que solicitaba a la cor te virreinal.

Ese a?o de 1719 fue dif?cil debido a la g?era entre las co ronas de Francia y Espa?a, pues la contienda se extendi? hasta los territorios de Am?rica. Texas se convirti? entonces en un

punto estrat?gico para la Nueva Espa?a. Fuerzas del rey Luis

XIV de Francia ocuparon el presidio espa?ol de Panzacola

y Saint Denis, ayudado por los indios, atac? las misiones de Texas y Adays. En coyuntura tan cr?tica el marqu?s de San Miguel de Aguayo10 se ofreci? a defender la frontera de la amenaza gala, y en virtud de ello se le design? gobernador de Nuevas Filipinas y Nueva Extremadura. El marqu?s or ganiz? en 1721 una expedici?n que dur? 18 meses; se carac teriz? por haber restablecido viejas misiones y haber fundado

otras nuevas, as? como dos presidios. El marqu?s se preciaba de haber erogado 135 000 pesos de su peculio en esta expedi ci?n, pero luego se supo que de la Real Hacienda hab?an sa lido 600 000 para costearla, y que no tuvo nada de heroica, pues para el noble gobernador no existieron enfrentamientos ni contra indios, ni contra franceses. Su m?rito radica en ha ber reinstalado y fundado asentamientos espa?oles, y haber

se hecho presente en la zona en un momento en que se requer?a. En el a?o de 1727 ocurri? algo de trascendencia para la vida de las Provincias Internas; fue enviado como visitador de ellas el brigadier Pedro de Rivera,11 quien desempe?? su tos de esta gente a correspondencia". AGI, Guadalajara 209. 10 Joseph de Azlor y Virto de Vera, marqu?s de San Miguel de Agua yo fue minero, hacendado y gobernador de Coahuila y Texas. Vino a Nueva

Espa?a en 1710 y muri? en 1734, en su norte?a hacienda de Patos (Coahuila).

1 x Pedro de Rivera Villal?n fue un brillante militar oriundo de M?

laga. Su visita a las Provincias Internas fue la primera de las importantes

que se realizaron durante el siglo xvm. Fruto de sus viajes y observacio nes a aquellas regiones fue su Diario y derrotero de lo caminado, visto y observado en el Discurso de la Visita General de los Presidios, situados en las Provincias Inter

nas de Nueva Espa?a..., publicado por primera vez en Guatemala, 1736. En 1731 lo nombraron castellano de San Juan de Ul?a y en 1732 presi dente de la Real Audiencia de Guatemala y gobernador y capit?n general This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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cargo con gran celo; tras recorrer vastos territorios durante cuatro a?os lleg? a varias conclusiones, y m?s a?n, tom? me didas dr?sticas. Redujo el n?mero de plazas de los presidios, con el consiguiente descontento de los misioneros y otros ha bitantes de aquellos lares. El visitador estimaba que "los sol

dados viv?an tranquilos sin que la fatiga del servicio los

incomodase' ', ya que los franceses hab?an cedido la Luisiana al monarca espa?ol12 y por otra parte, los indios no le pare c?an un peligro. Adem?s, dej? a cada capit?n un reglamento o ''instrucci?n7' para el buen gobierno del presidio a su man do; corrigi? algunos abusos, entre ellos el suministro de g? neros y efectos a precios exorbitantes a la tropa. A su regreso

a la capital, Rivera recibi? el apoyo oficial: sus observacio nes y disposiciones fueron sancionadas por el virrey. Ya hicimos notar que aunque los franceses pusieron en ja que al virreinato novohispano a fines del siglo XVII, de he cho, su presencia no dej? de ser una presi?n constante en el ala noreste de la Nueva Espa?a durante el siglo siguiente. Ya en la cuarta d?cada el marqu?s de Altamira, auditor de gue rra, informaba al virrey conde de Fuenclara que: Lo cierto es que quanto poseen los franceses de la parte de ac? del Mississipi lo cercenaron y abstraen de nuestra N. Espa?a, abriendo puerta franca para extenderse m?s. Su vecindad hace mas belicosos a los indios Gentiles que frecuentemente nos hos tilizan pues los franceses les dan armas de fuego y cavallos...13

El auditor advirti? entonces que los franceses podr?an in troducirse hasta la Nueva Vizcaya, y si esto por aquel mo mento no era recelable por la alianza franco-espa?ola, s? era factible en caso de declararse la guerra. Sin embargo, hab?a quienes pensaban que en un momento dado los franceses po de aquel reino. Muri? en la ciudad de M?xico en 1744, ya con el grado de mariscal. 12 AGN, Historia, vol. 43, exp. 11. Aunque en 1732 la Luisiana vol vi? a manos de la administraci?n francesa. 13 "Puntos de parecer que el se?or auditor de Guerra Marqu?s de Al tamira, expuso al Exmo. Se?or Virrey conde de Fuenclara", M?xico, 4 de julio de 1744. AGN, Historia, vol. 28, exp. 4.

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d?an llegar, si se lo propon?an, hasta la capital del virreinato,

y a?n tomarla, pues la gente de los presidios serv?a m?s "de possessionar la tierra que de defensa a las urgencias".14 Los subditos del rey franc?s gozaban de ventajas impor tantes para atacar y defenderse con relativa facilidad al norte

de Texas. En principio porque pod?an socorrerse entre ellos dada la proximidad y numerosa poblaci?n de sus asentamien tos; transportaban c?modamente sus aprestos por v?a fluvial, y por otra parte hay que hacer notar que los documentos tanto de funcionarios como de religiosos coinciden en reconocer que

los franceses manejaban muy h?bilmente a los ind?genas de la zona. No los atra?an con pr?dicas y regalos como lo hac?an sus contrincantes espa?oles, sino que, a cambio de ganado, los dotaban de armas de fuego de manufactura francesa, las cuales por cierto los indios aprendieron a usar con gran des treza. De esta manera no s?lo los volv?an afectos a su causa sino que tambi?n los lanzaban en contra de los espa?oles cuan

do les conven?a.

Los habitantes aut?ctonos de Texas formaban ocho tribus diferentes entre las cuales destacaba por su ferocidad la apa che. Algunas de estas tribus eran temporalmente sedentarias,

dedicadas a la agricultura, pero sus asentamientos estaban dispersos, o sea dif?cilmente controlables para los espa?oles, y todav?a m?s incontrolables eran las tribus n?madas que in

cluso los desesperaban. Los conquistadores espa?oles ha

b?an encontrado en el siglo XVI, en el centro de M?xico, indios sedentarios y protagonistas de una civilizaci?n com pleja y desarrollada, sobre la cual fue relativamente f?cil so breponer la propia. Los indios de las Provincias Internas amaban por encima de todo la libertad, la movilidad a su an tojo; no era tarea sencilla el reducirlos. Sin embargo, la ver dadera preocupaci?n de la corona hispana con respecto a la provincia de Texas no eran tanto los indios sino la avanzada gala. A este peligroso torrente hab?a que oponer una barre ra: misiones, presidios y ciudades. La idea era inundar la re

gi?n de vasallos espa?oles.

Aparte de la estrategia colonizadora, cabe se?alar que tam 14 AGI, Guadalajara 209.

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bien se recurri? a la t?ctica de bloqueo a buques franceses en puertos mar?timos del dominio espa?ol. Ello persegu?a en torpecerles la adquisici?n de v?veres, agua, o la compostura de sus navios averiados. Sin embargo, en 1726 arrib? apura damente a las costas de Cuba un navio franc?s. Por medio de sus tripulantes se supo cu?l era la situaci?n de las posesio nes m?s all? de Texas. Se corrobor? algo que ya se sab?a de antemano: que de Nueva Orleans pasaban g?neros franceses hasta la Nueva Espa?a.15 Esto trajo como consecuencia que se prohibiera el comercio entre espa?oles y franceses. Igual

mente se prohibi? a los subditos hispanos que brindaran ayuda

de ning?n tipo a sus "competidores". Sin embargo, no se hac?a mucho caso de estas prohibiciones; prueba de ello es que en aquella ocasi?n las autoridades insulares se hicieron de la vista gorda y permitieron que los franceses vendieran sus productos. Lo m?s probable es que en Texas tampoco se tomaban medidas eficaces para impedir el contrabando fran c?s. Tambi?n, en aquellas lejan?as resultaban m?s baratas sus mercanc?as que las propias ya que el transporte de efectos no vohispanos o espa?oles no tan f?cil ni frecuentemente llega ban hasta las misiones y presidios texanos de la corona, pues hay que considerar la enorme distancia que hab?a entre ?stas y la capital, o incluso desde Veracruz. Por otra parte, se ten?a la certidumbre de que aparte de g?ne

ros, la gente de aquellos asentamientos norte?os compraba semillas y bastimentos a los franceses. Con tanta tierra de por

medio, la satisfacci?n de las necesidades m?s urgentes se im pon?a sobre la ley. Bajo la gesti?n virreinal del marqu?s de Valero (1716-1722) ya se hab?an girado ?rdenes en el sentido de que pasaran all? familias "que embarazen las frecuentes incursiones de los ex tranjeros con perjuicio del comercio, seguridad y defensas

de la Nueva Espa?a expuestos por aquel lado seg?n estaba mandado por las Reales c?dulas y acordado por las Juntas Superiores,\16 Por su parte el franciscano Isidro F?lix de Es pinoza hab?a indicado que era necesario conducir al norte de 15 AGI, Guadalajara 178. 16 AGN, Historia, vol. 43, exp. 4.

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M?xico grupos de familias para poblar las proximidades del r?o San Antonio. Cre?a que en particular deb?an asentarse en los m?rgenes de los r?os que desembocaran en el Seno Me xicano. Estimaba que los candidatos a colonizadores deb?an ejercer los "oficios mec?nicos y liberales" y cultivar la tie rra, pero al mismo tiempo deber?an saber defenderse de los indios y europeos enemigos.17 Con base en este proyecto ?visto con buenos ojos por el virrey?, muchas familias de pocos recursos manifestaron su deseo de ir a Texas; no obstante, inexplicablemente se opt? por hacer levas y sacar de la c?rcel malvivientes con el fin de remitirlos al septentri?n novohispano. Fue esta gente la que acompa?? la hueste del marqu?s de San Miguel de Agua yo. Posteriormente fue dicho marqu?s quien insisti? nueva mente en la necesidad de llevar familias a colonizar Texas. Le parec?a dif?cil que Espa?a mantuviera aquella provincia

?"una de las mejores de Am?rica' '? sin una colonizaci?n

bien organizada; sugiri? inclusive la procedencia ideal y el n?mero deseable de colonos: 200 familias oriundas de Gali cia o las Islas Canarias y otras 200 familias de la provincia de Tlaxcala. De hecho, ya se hab?a recurrido con antelaci?n a los tlaxcaltecas para poblar las Provincias Internas; su mi si?n era servir de ejemplo a seguir para los indios norte?os no aculturados a la manera espa?ola. Los espa?oles blancos y los indios deber?an repartirse entre las misiones y la Bah?a de Esp?ritu Santo. Su proyecto tuvo acogida favorable en la corte. Poco des pu?s de concluida su expedici?n, el 10 de mayo de 1723 el rey expidi? una c?dula en la que ordenaba que pasaran a Te xas 400 familias canarias, pero la orden aparentemente no fue observada.18 El 14 de febrero del a?o 1729 se expidi?

17 AGN, Historia, vol. 43, exp. 3. 18 En carta al rey fechada en Madrid a 7 de abril de 1724, el francis cano Mathias S?enz de San Antonio coincidi? en que era urgente enviar a Texas familias colonizadoras, aduciendo que con ello se ganaban tres objetivos importantes: a) ahorrar muchos millones del real erario al supri mir plazas de soldados, b) estorbar el paso de naciones extranjeras, c) evi tar el peligro de herej?a, pues la libertad de conciencia que ofrec?an hugonotes y otras sectas constitu?an anzuelos poderosos para los indios y This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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otra con la misma consigna; las familias deb?an viajar de 10 en 10 o de 12 en 12 en los navios de registro que iban a La

Habana.19 Esta vez la orden se cumpli?, aunque no de in

mediato.

El proyecto colonizador en marcha Ya se?alamos que como respuesta a la penetraci?n francesa a Texas, el gobierno espa?ol resolvi? organizar la coloniza ci?n de dicha provincia en gran escala. Se acept? de buen grado el proyecto de trasladar 400 familias de canarios, de jando de lado a los gallegos y tlaxcaltecas. El 18 de marzo y 1 de mayo de 1723 se expidieron c?dulas para movilizar20 isle?os a los dominios americanos. Por la v?a reservada se giraron instrucciones a Juan Montero, in tendente interino de Canarias, para que dispusiera el embar que de las familias migrantes, y al virrey de Nueva Espa?a y a los oficiales reales de Campeche ?donde primeramente se pens? que escalar?an?, se les giraron otras para que vigi laran la recepci?n y el bienestar de los viajeros. En julio de aquel a?o, donju?n Montero notific? que el transporte de las familias se dificultar?a por la falta de navios

disponibles, pero que reci?n hab?a zarpado del archipi?lago un barco con rumbo a Campeche, a bordo del cual viajaron mestizos que habitaban el norte de Nueva Espa?a. AGI, Guadalajara 209. 19 AGN, Historia, vol. 28, exp. 4. 20 En realidad ya desde 1678 se hab?a proyectado poblar la Florida, en particular la isla de Santa Catalina, con isle?os y campechanos. Pero has ta donde sabemos, en 1687 no hab?a llegado hasta all? ?al menos por la v?a novohispana? ning?n grupo colonizador de esa procedencia. En 1685 Mart?n Echegaray, piloto mayor y capit?n de mar y guerra del presidio de la Florida, present? un memorial con diversos puntos entre los cuales cabe se?alar su anhelo de llevar 50 infantes armados de las Canarias y 50 familias tambi?n de isle?os para poblar la regi?n y "descubrir la Bah?a de Esp?ritu Santo y las 300 leguas de tierra que ay entre la Nueva Espa?a y la Provincia de Apalache". Algunos legajos del Archivo General de In dias de Sevilla dan fe de ?ste y otros intentos posteriores que persegu?an colonizar el interior de la zona septentrional del Golfo de M?xico. AGI, M?xico 616, M?xico 291, etc?tera. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


164

VIRGINIA GONZALEZ CLAVER?N

25 familias con destino a Puerto Rico. De hecho, sabemos que muchas familias canarias emigraron a las Indias en bus ca de una vida mejor, poblando las costas de Tierra Firme y las islas del Caribe.21 Pero en el siglo XVIII, parece que po cas familias llegaron a Texas, y de las vicisitudes que pasa ron para llegar hasta tan lejana tierra 12 de ellas, trataremos en las p?ginas siguientes. La real c?dula del 14 de febrero de 1729, que insist?a en que familias canarias pasaran a poblar Texas, puso en movi miento a un gran n?mero de personas en las Islas Afortuna

das y en la Nueva Espa?a.

Ahora bien ?por qu? se escogieron justamente canarios? ?no est?n demasiado lejos y por ende resultar?a costoso su transporte? Adem?s, si calculamos 400 familias con un pro medio de cinco miembros por cada una, nos resultan 2 000 personas. Suponemos que si las islas perd?an estos habitan tes, ello no repercutir?a en un desorden demogr?fico o un de

sajuste econ?mico. Las autoridades de la corte debieron

sopesar cuidadosamente esta decisi?n. En todo caso, como se ?ala Morales Padr?n, la pol?tica internacional importaba en aquel momento m?s a la corona que el desequilibrio que la extracci?n humana pudiese causar al archipi?lago canario.22 Sin embargo, estando Texas al norte de la populosa y rica Nueva Espa?a, ?por qu? no recurrir mejor a los habitantes de ese reino? La respuesta est? en que los novohispanos no gozaban de buena fama, mientras que los isle?os y los galle gos la ten?an de ser buenos cristianos y muy trabajadores, y los nuevos vasallos de Texas necesitaban ...de econ?mica y doctrinal polic?a, para lo quai son necesarios vezinos de costumbres Christianas y trabajadores, como son Ga 21 Es un hecho conocido que los conquistadores espa?oles acabaron pr?cticamente con la poblaci?n nativa de las Antillas entre las postrime r?as del siglo xv y los comienzos del xvi. Por este motivo la corona se vio obligada a importar mano de obra esclava de ?frica y algunos a?os m?s tarde al poblarse las islas se nutri? tambi?n de sangre canaria. El briga dier Rivera, al tanto de este proceso colonizador, se?al? que "De las yslas

de Canana se ha poblado la de Cuba". AGI, Guadalajara 178. 22 Morales Padr?n, 1977, p. 211.

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MIGRACI?N CANARIA A TEXAS

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liegos, ? Isle?os, los quales les ense?en, impongan, y estimulen en el beneficio de tierras, f?bricas de casas y lanas, y en los de

m?s oficios que compone una Rep?blica bien ordenada, para lo cual no sirven los Criollos de Am?rica, por ser estos en ma

yor parte unos delicados y holgazanes, por la fecundidad y abun dancia de sus Pa?ses, y los mas no de aprobadas costumbres para

semejantes principios.23

Se opt? por los canarios ?nicamente por la comodidad pa ra enviarlos a Am?rica, pues las islas quedaban en la ruta de

muchos buques que navegaban de Europa a las Indias. Por otra parte, ya se ten?a la evidencia en la corte de que la gente

de Canarias se aclimataba bien en Am?rica. Muchos nativos de las islas hab?an ya cruzado el Atl?ntico para 1729. Una condici?n absolutamente indispensable para llevar a cabo el proyecto era que todas las familias que se despacharan a Te xas deb?an inscribirse de manera voluntaria. Algunos de los motivos que impidieron a los canarios a lan zarse por estos a?os a la aventura colonizadora fueron la in suficiencia de la producci?n agr?cola de su archipi?lago, huracanes devastadores y la actividad volc?nica de principio de siglo, que de nuevo se resinti? entre 1730 y 1736, llegan do incluso a sepultar aldeas completas. Estas eran razones de peso para abandonar su ?mbito, pero con todo, la gente no corta tan f?cilmente sus ra?ces; para que los canarios acce dieran a dejar sus islas de az?car y malvas?a por lo incierto, fue menester que el rey les prometiera ventajas suficientemente

atractivas; entre ellas podemos destacar la de ofrecerles tie rras en propiedad, ganado, privilegios de colonizadores con forme a la ley, y vi?ticos completos desde su salida hasta el lugar de destino; y una vez instalados en ?l, dicho financia miento correr?a tambi?n por cuenta de las arcas reales du

rante un a?o, periodo estimado prudente para que los

labradores sembraran y levantaran cosechas, se reproduje ran sus pies de cr?a y aprendieran a defenderse de los indios hostiles; en suma, periodo en que deber?an volverse autosu ficientes.

Sabemos que en la isla de Lanzarote el comisario de In 23 AGI, Guadalajara 178. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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VIRGINIA GONZALEZ CLAVER?N

dias reuni? a la gente en alg?n lugar p?blico y hall?ndose "ha ziendo cuerpo de vezindad", les anunci? las ofertas anteriores, invit?ndoles a pasar a la Nueva Granada y a las Nuevas Fili pinas. Esta misma escena se repiti? presumiblemente en las otras islas. Doce familias se animaron a poblar el norte de

Nueva Espa?a. Ante escribano y "Juez subdelegado y Co

mercio de Indias", en marzo de 1730 firmaron un asiento donde se compromet?an a cumplir ciertas obligaciones. En el documento de filiaci?n de los colonos se especificaba el nom

bre del interesado, nombre de sus padres, lugar de origen, edad, descripci?n f?sica y n?mero de miembros dependien tes, es decir, nombre de la mujer e hijos, repitiendo los mis

mos datos para cada uno de ellos.24 Todas las familias

inscritas eran labradoras, gentes habituadas al trabajo duro de la tierra. Los funcionarios canarios se mostraron optimis tas con respecto a esta migraci?n. Uno de ellos, residente en la Laguna de Tenerife, escribi? al virrey de Nueva Espa?a

que no dudaba

se lograr?a el fin de esta ymportante poblaci?n si estos y los que las siguieren hallan el temperamento favorable, y si se les atiende con el agasajo que espero de V. exa., pues es natural que hall?ndose bien en aquellos parages, estimulan a sus parien tes, y paisanos a que tomen el mismo destino.25

El primer cabeza de familia que se incorpor? a la hueste pobladora fue Juan Leal, por ello y debido a su edad, madu

rez y personalidad ?quiz? hasta patriarcal? desde el pri

mer momento se le reconoci? por coterr?neos y autoridades como jefe de las familias isle?as. Entre abril y mayo de 1730 las familias se embarcaron en diferentes puertos. Los lanzarote?os se trasladaron en una ba landra a Santa Cruz, llevando consigo sacos de gofio, toci

no, sal, lana, cajas, colchones. Al cabo de dos semanas se

embarcaron en los navios Sant?sima Trinidad, Nuestra Se ?ora del Rosario y San Joseph; otras personas abordaron en 24 V?ase cuadro 1. 25 AGI, Guadalajara 178. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


MIGRACI?N CANARIA A TEXAS

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el puerto de la Luz de Gran Canaria la fragata Nuestra Se ?ora de las Angustias y San Antonio. Apenas salieron de Ca

narias falleci? una ni?ita de escasos dos a?os. La gran aventura

a?n no comenzaba y la muerte ya hab?a empezado a cobrar v?ctimas, enlutando a los nuevos colonos. Como es natural, llegaron sumamente fatigados del viaje trasatl?ntico a La Habana; para su reposo, algunos fueron instalados en el castillo de la Punta, otros, al parecer, queda ron alojados en los mismos barcos donde hab?an navegado. Tan pronto anclaron los navios, algunos j?venes escaparon a toda prisa.26 Desde luego que estos muchachos canarios no se embarcaron dispuestos a trabajar empezando de cero en Texas, sino que prefer?an las facilidades que la isla cubana brindaba para subsistir. Luego que tomaron un respiro y cuando hubo navio dis ponible, los oficiales reales procedieron a reembarcar a los canarios en el bergant?n Santo Cristo de San Rom?n y Nuestra

Se?ora de Guadalupe; otros se embarcaron en el San Fran cisco de As?s. Los capitanes personalmente recibieron el equi paje, incluyendo instrumentos de labranza que tra?an de las islas;27 los embodegaron con cuidado y de todo lo recibido se levant? acta. Tambi?n se les dot? de v?veres suficientes para

un mes de navegaci?n.

Pero no todos los isle?os se embarcaron rumbo a Veracruz.

El grupo sufri? algunas mermas por los huidos que ya men cionamos; adem?s Gracia de Acosta, nuera del jefe del gru po, Juan Leal, es decir, mujer de Juan Leal "el mozo", estaba 26 Un joven de 23 a?os llamado Domingo de Le?n; Sevasti?n Cava llero, vecino de Ag?imes de 24 a?os y Manuel L?pez Navarro, vecino de Teide, de 17 a?os. Otros dos m?s huyeron al trasbordar del navio Nuestra Se?ora de las Angustias al bergant?n San Francisco de As?s: Antonio Ro dr?guez y Juan Guevara. S?lo hubo una compensaci?n. Juan Leal invit? a Antonio Rodr?guez, un joven pariente suyo radicado en la isla ?y tam bi?n canario? a que se uniera al grupo, y acept?. 27 Un herrero de La Laguna fabric? para las ?inicialmente? 12 fa milias pobladoras 24 hachas, 24 azadones, 24 machetes, 12 bacas y 12 coas. Por falta de tiempo y de fierro no se alcanz? a manufacturar otros instru mentos indispensables ni a ellos ni a otros colonos inscritos, adem?s de las 12 familias lanzarote?as. M?s tarde, como veremos, se les provey? en la Nueva Espa?a de todo lo faltante. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


Informaci?n personal

Quedan temporalmente en La Habana, pero luego al

Casa con Vicente ?lvarez Travieso en Cuautitl?n

Casa con Francisco de Arocha en Cuautitl?n

Casa con Juan Delgado en Cuautitl?n

Casa con Ana Santos en Cuautitl?n

Casa con Joseph Leal en Cuautitl?n

?Muere en Agua del Cuervo?

canzan al grupo en Veracruz

?Muere en Cuautitl?n? ?Muere en Cuautitl?n?

Muere en Nueva Espa?a

?Muere en Perote?

?Muere en Perote?

Parentesco

Mujer de Juan L.G.

Cabeza de familia

Hijo de Juan L. "el mozo"

Cabeza de familia

Hijo de Juan HijoL.G. de Juan HijoL.G. de Juan HijaL.G. de Juan L.G.

Cabeza de familia

Mujer de Antonio Hijo deS. Antonio HijaS. de Antonio S. Antonio Hija de HijaS.de Antonio HijaS.de Antonio S.

Cabeza de familia

HijoL.de" Juan L. " Hijo de Juan

Mujer de J.L. "

Mujer de Juan Hijo C.de Juan HijoC.de Juan Hija C. de Juan Hija C. de Juan Hija C. de Juan C.

CUADRO 1

Hijo Hija de Juan L. "L. " de Juan

Mar?a Leal 6 F Fuerteventura

Miguel Leal 10 M Fuerteventura

Familia Nombre Edad Sexo Lugar de origen

(a?os)

Domingo Leal 7 M Palma Pedro Leal de G.C. 3 meses M La Habana

Leal 18 M Lanzarote Lanzarote JUAN LEAL G. 54 M Lanzarote Joseph Leal 22 MBizente

JUAN CURBELO 50 M Lanzarote

Ana Santos 15 F Lanzarote

Mar?a Santos 7 F La Palma G.C.

Manuel Leal 12 M Lanzarote

JUAN LEAL "el mozo" 30 M Lanzarote

ANTONIO SANTOS 50 M Lanzarote

Mar?a Anna Curbelo 18 F Lanzarote

Gracia Perdoma y U. 46 F Lanzarote

Juan Feo. Curbelo 9 M Palma de G.G.

Luc?a Hern?ndez 46 F Lanzarote

Gracia de Acosta 30 F Tenerife Catharina Leal 16 F Lanzarote

Bernardo Leal 13 M Lanzarote

Joseph Curbelo 20 M Lanzarote

Isabel Rodr?guez 34 F Lanzarote

Mar?a Curbelo 13 F Lanzarote

Juana Curbelo 14 F Lanzarote

Catharina Santos 12 F Lanzarote

Miguel Santos 17 M Lanzarote

Josepha Santos 2 F Lanzarote

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z o> >2> >HwX>

O >

Muri? en agosto de 1730 en el pueblo de Apam, de v?mito

prieto y Mar?a Rodr?guez muere hidr?pica en Cuautitl?n Casa con Antonio Rodr?guez, de 18 a?os, en Cuautitl?n

Muri? el 7 de agosto de 1730 en Veracruz

Muri? el 7 de agosto de 1730 en Veracruz

Casa con Cathalina Leal en Cuautitl?n ?Muere en Agua del Cuervo? Quedan enfermos en La Ha ?Muere en Perote?

Mujer de Manuel de N.

Hija de Manuel de N.

Mujer de Salvador R. Cabeza de familia

Cabeza de familia

Hijo de Salvador R.

Hijo del finado Juan R.G.

Cabeza de familia

Cabeza de familia

Cabeza de familia

Hijo de JuanHijo R.G.de Juan R.G. Viuda deHijo J.C.de Juan HijoC.de Juan HijaC.de Juan C.

Vda. de J.R.G.

Mujer de Joachim P.

Vda. de Lucas D.

Hija de Juan R.G.

HijoD.de Lucas Hijo de Lucas HijaD.de Lucas D. HijoD.de Lucas

Hija de Juan R.G. Hija de Juan R.G.

Cabeza de familia

F Lanzarote Mujer de Joseph P.

M La Palma (G.G.?) Cabeza de familia

M Ag?imes (G.C.)

?Lanzarote?

?Lanzarote?

F ?Ag?imes, G.C?

M Tenerife F Lanzarote M Lanzarote

?Lanzarote?

Lanzarote Lanzarote La PalmaLanzarote LanzaroteLanzarote

LanzaroteLanzaroteLanzaroteLanzarote

M Canaria (G.C.) F ?Canaria?

Lanzarote Lanzarote LanzaroteLanzaroteLanzarote

M Cuautitl?n M

F ?

20

22

19

5044

424215

M

FF

40

t

15

27

13

6

t

JOSEPH PADR?N

Sevastiana de la Pe?a

Josepha de N?z

10

3

Patricio Rodr?guez

JUAN CABRERA Mar?a Rodr?guez

Marcos Cabrera

Joseph Cabrera

Anna Cabrera

Juan Francisco A. Grana

JOACHIM PLAZERES

Mar?a Melean (Relean)

LUCAS DELGADO

Juan Delgado

GRANADILLO Pedro R.G.

Mar?a R.G. Paula R.G.

Josepha R.G.

4035

2 t 301916

dillo. Nace el 8 de septiem

Manuel Francisco R.G.

JUAN RODR?GUEZ

Mar?a P?rez Cabrera

MANUEL DE NIZ

13

Mar?a Rodr?guez Robaina

SALVADOR RODR?GUEZ

Mar?a Fea. Sanar?a

F M MF M M

M M M

FFF

F

F

bre de 1730

Domingo Delgado Leonor Delgado

Francisco Delgado

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Francisca de Le?n P.


S

Informaci?n personal

OozN>^rwN or><M

2

Queda esta familia en La Habana, Cuba, enferma

Qued? en Canaria enfermo

HuyeHuye?enen LaVeracruz? Habana

Huye en La Habana

Hermano de I.L. de A. Embarc? en lugar de Feo. Mart?nez Hermano de P.P ?Sobrinos de la 7a familia?

en julio de 1730.

4a familia Huye en La Habana

5 a familia Huye en La Habana

Cu?ado de Manuel de Huye en La Habana

Mujer de Juan de B.C.

Parentesco

Hija de Joachim Hija deP.Joachim Hija deP.Joachim P.

Niz o de Juan Curbelo

Hermano de M. de A.

Cabeza de familia

Hijo de Joachim P.

Hermano de J.A.P.

Hija de? Juan Hija de? Juan Hija de Juan Hija de? Juan ?

Vo Teide Vo Teide Vo Ag?imes Vo Ag?imes Vo Ag?imes Vo Ag?imes Vo Ag?imes

Sexo Lugar de origen

?Ag?imes?

CanariaTeide M Tenerife M Canaria

4 F ?Canaria? 2 F ?Canaria? 18 M ?Canaria? 14 F ?Canaria?

Ag?imes Ag?imes

M Tenerife

M

M MMM M MM M M M M M

FFFFF

201920 243726172024232223232120

Edad(a?os)

Manuel L?pez Navarro

Nombre Miguel Plazeres

12a JUAN DE BETAN

Joachina Plazeres

Una hija (?) Alf?rez

Mart?n Lorenzo de A.

Catarina Francisca Josepha de Betancur

CUR CARDOSO

Theresa Plazeres

Mar?a Francisca

Joseph Antonio P?rez

Margarita Alvarez

Ysidra

Antonio Rodr?guez

Ignacio Lorenzo de

Diego S?nchez de Le?n Sevasti?n Cavallero Domingo Xrist?val Murcia

Sevasti?n Alvarez Francisco Mart?n

Joseph Gaspar Joseph Mac?as

Armas Sueltos Phelipe P?rez

Familia

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Juan Guebara


MIGRACI?N CANARIA A TEXAS

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a punto de dar a luz, motivo por el cual su esposo pidi? li cencia para quedarse junto con sus hijos a cuidarla. Recelo

sos, los funcionarios reales de La Habana enviaron una

experimentada partera a que la auscultara y viera si * ' de ver

dad esta de parto que le impida embarcarse oy para Vera cruz".28 Ella dictamin? que no era conveniente movilizar a la parturienta y que necesitaba *'darse dos sangres". Do?a Gracia tuvo un varoncito que llev? por nombre Pablo. La duod?cima familia inscrita en la n?mina, la de Juan de Be tancur Cardoso y Margarita Alvarez, tambi?n se qued? con valeciente en Cuba, as? como la familia de Joaqu?n Plazeres. Se supon?a que una vez repuestos, todos deb?an continuar su viaje rumbo a su destino final. Mucho antes de que los canarios pisaran suelo novohispa no el brigadier Pedro de Rivera, quien ten?a amplia expe riencia acerca de las necesidades para viajeros en el norte, hizo una serie de indicaciones para que efectos, animales y el personal auxiliar estuviesen prontos a su llegada; esto con objeto de que luego no se perdiera tiempo precioso. Vere mos que todo se fue comprando o fabricando poco a poco. Despu?s de cruzar el golfo mexicano y tan pronto tuvie ron ?nimo, los reci?n llegados escribieron al marqu?s de Casafuerte,29 entonces virrey de Nueva Espa?a, expres?ndole su gran alegr?a por haber arribado en mayo al puerto de Ve racruz, y al mismo tiempo declar?ndose bajo su noble pro tecci?n. Adem?s, le explicaron que con motivo de haber padecido mucho las mujeres y los ni?os en el "lato transpor te de Mares", suplicaban que la siguiente etapa de viaje fue ra por tierra. Un funcionario novohispano opin? que trasladar

las familias por el Golfo de M?xico hasta Texas equival?a a exponerlos a sufrir ataques de los "indios caribes [sic] de aque 28 La Habana, 19 de mayo de 1730. AGI, Guadalajara 178. 29 Oriundo de Lima, Juan de Acu?a, marqu?s de Casafuerte, gober n? la Nueva Espa?a desde 1722 hasta su muerte acaecida en 1734. Impul s? el progreso de la Nueva Espa?a en todos sus ramos, lo que le permiti? enviar mayores remesas de caudales a Espa?a. Durante su gobierno apa reci? el primer peri?dico mexicano, La Gaceta. Mejor? notablemente los puertos, sobre todo el de Veracruz. Mand? edificar la aduana y fund? la primera f?brica para fundir ca?ones en Orizaba. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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VIRGINIA GONZALEZ CLAVER?N

l?os cayos, los que han quitado las vidas a algunos marineros y soldados". Por su parte, el auditor de guerra Juan de Oli van Rebolledo ya hab?a advertido que si bien era peligrosa la ruta mar?tima, las marchas por tierra ser?an muy largas,

m?xime para familias no acostumbradas a cabalgar y com puestas de tantas mujeres y criaturas. Finalmente se rechaz? la opci?n de viajar por mar de Veracruz a la Bah?a de Esp?ri

tu Santo.

Los marineros de Veracruz, ya diestros en la manufactu ra de velas para navios, se ocuparon en hacer 10 tiendas de campa?a de lana de cotense, una para cada cinco personas. Mientras fabricaban ?stos y los isle?os se repon?an del viaje mar?timo, el malsano temperamento del puerto empez? a en fermar al ya de por s? resentido grupo emigrante. A dos o tres j?venes les aquej? un tabardillo y murieron seis perso nas de las que ven?an a cargo de Juan Leal. Eran tantos los enfermos que incluso se contrat? a una mujer para que los cuidara. En vista de esta situaci?n pidieron evacuar de in mediato la plaza; quer?an ir a Puebla o a Orizaba, pues te m?an que aumentaran las defunciones. Con esta premura salieron de Veracruz el 14 de agosto de 1730, raz?n por la cual no estuvieron listas las tiendas, ni la ropa que requer?an. Lo que s? se vigil? fue que todas las mujeres salieran con som brero, para que resistieran los rigores del sol. El grupo se puso en Veracruz bajo la custodia del cabo Juan Rodr?guez Vega y seis dragones. Al cabo se le recomend? tra tar a las familias con amor y caridad; para facilitarle su co misi?n le entregaron un pasaporte del virrey. Vigilar?a que durante la traves?a los justicias de los pueblos vendieran sus art?culos a precios razonables a los isle?os. Estos ?ltimos se ten?an que conformar con los caballos que les asignaran, y los muchachos "en las sillas de brazos que expresamente pa ra ellos se fabricaron yendo tres en cada una". El cabo Ro dr?guez deb?a dar trato preferencial a tres mujeres enfermas, las que viajar?an en litera y con ni?os de brazos. Tambi?n cuidar?a que no faltaran alimentos a los canarios, a los 16 mo zos que les auxiliaban ni a las bestias de carga y transporte. Tendr?a especial cuidado al cruzar los r?os caudalosos, y en caso de ser necesario, como en el de la Antigua, mejor alqui This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


MIGRACI?N CANARIA A TEXAS

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lar?a canoas para salvar el obst?culo. Adem?s se le impuso como obligaci?n animar a los caminantes: "les debe hacer ver que en saliendo de este Pa?z toda la tierra es sana, fresca y pues as? lo mando su exa. y lo contrario ser?a de su desa grado".30 Desde luego, se persigui? que no decayera el es

p?ritu optimista de los nuevos colonizadores, que los inconvenientes geogr?ficos no produjeran nuevas deserciones

entre el grupo, pues ?stas representaban una p?rdida econ?

mica para la corona.

Las familias canarias de que nos ocupamos vinieron de La Habana en dos tandas; de hecho hab?an llegado tambi?n se paradas de los canarios a la isla del Caribe. El primer grupo de 48 personas estaba a cargo de su paisano Juan Leal, antes mencionado, y la otra de diez personas a cargo de Crist?bal de Murcia, un joven de 23 a?os, quien irresponsablemente se dio a la fuga. Al llegar a Cuautitl?n se reunieron en un s?lo grupo. En vista de que en el segundo grupo viajaban al gunos individuos de poco fiar y de que en el puerto de Vera cruz ya hab?an escapado cinco personas, a ?stos ni siquiera se les confi? el dinero para su sustento; la escolta les satisfa r?a todas sus necesidades. El primer trayecto terrestre del grupo escoltado por el ca bo Rodr?guez se hizo a lomo de 50 mu?as mansas debidamente

ensilladas, y otras para las cargas. Desde luego, todas las mu jeres quer?an viajar en litera y llevar consigo a todos sus crios.

Agraciadamente el cabo pudo sortear todas las dificultades, incluso las motivadas por las ' impertinencias naturales" del sexo femenino. El clima y lo duro de la traves?a cobraron nue

vas v?ctimas. En Perote muri? un ni?o de 12 a?os; en Apam muri? un cabeza de familia a causa del v?mito prieto, y su viuda, seg?n inform? Rodr?guez Vega, ven?a grav?sima, al grado de que la abrieron "tres vezes para quitarle el agua, y siempre le [crec?a] mas la barriga, por la ydropes?a". Las autoridades virreinales se encargaron de dise?ar una ruta a seguir desde el puerto de Veracruz hasta el pueblo de Cuautitl?n, se?alando la velocidad de la cabalgata y las esca 30 Mexico, 4 de agosto de 1730, AGI, Guadalajara 178. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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VIRGINIA GONZALEZ CLAVER?N

las.31 Se hizo hincapi? en que s?lo se detuvieran el tiempo indispensable para recuperar fuerzas. Incluso se determin? que un soldado y uno de los canarios se adelantaran sistem? ticamente del grupo para conseguir con anticipaci?n ventas, mesones o sitios para hospedarse.

De la costa al interior: itinerario Veracruz?Cuautitl?n De Veracruz a Viejo; de Venta del R?o a Jalapa; de Venta

de las Vigas a Tepeyehualco; de Piedras Negras a Apam; de Venta de Yrolo a San Juan Teotihuac?n, y de ah? a Cuau titl?n.

Exhaustos y con algunas bajas, los canarios llegaron a

Cuautitl?n despu?s de 14 d?as de viaje. Pero en efecto llega ron maltrechos, por lo cual se requirieron los servicios espe cializados del fraile agustino Bernab? de Santa Cruz, profesor

de medicina "en ambas facultades", quien atendi? a los ne cesitados durante su estad?a en Cuautitl?n. Fue menester com

prar 48 pesos de medicamentos al boticario Francisco Moroso,

vecino de la ciudad de M?xico. Tambi?n vio por la salud de los canarios el padre Luis Pe??n, residente en Tepotzotl?n y presumiblemente jesuita. El consider? a la se?ora Mar?a Rodr?guez ?viuda de Juan Cabrera? incurable y en efecto al poco tiempo muri? hidr?pica, dejando tres hu?rfanos. Un ni?o peque?o de los j?venes esposos Leal muri? y lo enterra ron en el cementerio del colegio de la Compa??a de Jes?s. Su padre tambi?n enferm? y otros sufr?an de fiebres tercia nas, suponemos que desde que salieron de Veracruz. Por otra parte, Mar?a Robaina, viuda de Juan Granadillo y madre de cinco hijos, se hallaba a punto de dar a luz otro m?s en septiembre de 1730, y como no quer?a que le "coja el parto en el desamparo de los caminos" solicit? quedarse en Cuautitl?n. Debido a las bajas, Francisco Dom?nguez de Lara, alcalde de Cuautitl?n, juzg? conveniente casar a seis mozos con seis doncellas del grupo, para reponer de alguna 31 V?ase la figura 1. Es el mapa de la ruta seguida por la caravana de emigrantes canarios desde Veracruz hasta San Antonio V?xar, es decir, hasta su destino texano.

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Figura 1. Ruta seguida por la caravana desde Veracruz hasta San Antonio de V?xar.

manera el n?mero original de familias.32 Suponemos que el alcalde por lo menos habr? consultado a los contrayentes acer

ca de sus sendas preferencias o afinidades, pues dadas las ?r denes superiores referentes a tratarlos bien y agasajarlos en 32 Vicente Alvarez Travieso se casa con Mar?a Ana Curbelo; Salvador Rodr?guez con Mar?a P?rez Cabrera; Francisco de Arocha con Juana Cur belo; Antonio Rodr?guez con Josefa de N?z; Joseph Leal con Ana Santos; Juan Delgado con Catalina Leal. AGI, Guadalajara 178. This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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la medida de lo posible, no se les pudo haber contrariado en

un asunto de tanta delicadeza. Al arribar a Cuautitl?n a fines de agosto de 1730, los ca

narios enviaron un correo para notificar al virrey acerca de su llegada al poblado. Asimismo, Juan Leal Goras y el vete rano Juan Curbelo, pidieron licencia para dirigirse a la corte de M?xico y exponer al marqu?s de Casafuerte algunos pro blemas que les aquejaban. El virrey accedi? a recibirlos a prin cipios de septiembre.

Para predisponer su buen ?nimo, los canarios comenza ron por manifestarle que eran unos

pobres vasallos que con tanto despecho y ciego obedecimiento al c?rvido del rey, an puesto sus vidas, dejando las cortas ha ziendas, y amparo de sus patrias, porque no tienen oy mas pa dre que V. exa... con qu? explicar las calamidades que padecen que s?lo vi?ndolo, y el gusto con que los toleran, y la esperanza que les asiste del patrocinio de V. exa.33

Le solicitaron el vestuario que no les proporcionaron en Veracruz, armas, herramientas y carros para viajar c?mo damente, as? como un salario diario m?s alto, pues con los tres reales asignados no alcanzaba para atender un enfermo. El virrey acept? darles un aumento de un real por d?a, y do tarlos de ropa. Para este ?ltimo efecto orden? a Manuel ?n gel de Villegas Puente, factor de la Real Caja de M?xico, que pasara a Cuautitl?n para aviar hombres, mujeres y ni?os. A los hombres los vistieron de calzones blancos, armadores, cor

batas, capote de pa?o de Cholula, casaqueta de montar, chu pa, medias de estambre de Inglaterra, sombreros de la tierra, zapatos y botas de baqueta. A las mujeres entreg? naguas blan

cas, armadores con sus mangas, pa?uelos, medias de seda de China amarillas y azules, calcetas de Sevilla, naguas de sar ga azul inglesa, mantellinas de bayeta blanca de Castilla, man tas sin puntas con sus sayas o basquinas y zapatos. A los ni?os

y ni?as se les dot? de las mismas prendas en sus respectivas tallas, a excepci?n de capotes, sayas y mantas. A los manee 33 Cuautitl?n, 12 de septiembre de 1730. AGI, Guadalajara 178.

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bos les dieron 16 frazadas de pastores, y a todos repartieron colchones y almohadas de lana. Y a fin de que guardaran to da su ropa les entreg? el citado factor diez cajas de Xochi

milco con chapas y llaves.

En cuanto a los carros, el virrey les explic? que hac?a mu cho tiempo que ?stos no viajaban a Nuevo M?xico, ruta que de todas formas no era la suya. S?lo estaban disponibles los del marqu?s de San Miguel de Aguayo que anualmente iban de su hacienda de Patos ?pr?xima a Saltillo? hasta la capi tal. Indic? que pronto arribar?an dichos carros a la ciudad de M?xico y que tal vez de regreso podr?an llevarse a los ca narios hasta Patos, y de all? hasta Texas se desplazar?an a ca ballo. La idea era magn?fica, sin embargo en la realidad no pudo llevarse a cabo.34 Aunque los canarios hab?an sido bien custodiados por los dragones de una compa??a de Veracruz, y de hecho fueron escoltados por hombres armados hasta el final de su viaje, el brigadier Rivera estim? conveniente que se nombrara una persona que se hiciera cargo del grupo canario hasta Texas. El virrey aprob? la sugerencia y por indicaci?n del brigadier el nombramiento de comisario-conductor recay? en Juan Francisco Du val, vecino de la ciudad de M?xico. De all? en adelante a ?l le incumb?a resolver todos los problemas pr?cti cos y comandar la marcha hasta su culminaci?n. Ya veremos que su responsabilidad no fue poca. Por ?rdenes superiores, adem?s del comisario otros funcionarios y personas estaban obligados a auxiliar a los peregrinos, principalmente los al caldes mayores, aunque tambi?n los due?os de las hacien das, eclesi?sticos y los "indios que hubiese menester". As? pues, a la par que se iban reponiendo y curando los

34 El marqu?s de San Miguel de Aguayo notific? que sus carros llega r?an a la capital el 10 o 12 de octubre para regresar a mediados de diciem bre, tras componer los desperfectos sufridos en el largo trayecto, y cambiar

las mu?as. Explic? que les tomar?a dos meses llegar a Saltillo y como de all? a San Antonio no hab?a camino carretero, tardar?an otro mes en lle gar. Las autoridades decidieron no esperar los carros porque implicaba detener la marcha mucho tiempo; se pretend?a que las familias salieran de Cuautitl?n a m?s tardar en noviembre.

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viajeros, se iba reuniendo todo lo necesario para enviarlos bien

equipados al norte. Algo fundamental para asegurar el ?xito de la campa?a era la adquisici?n de buenos caballos y mu?as para el transporte y la carga. Para conseguirlos entr? en fun ciones el comisario-conductor Juan Francisco Duval, yendo a la hacienda de Apam, rica en ganado caballar. Pero al pa recer no tuvo tino para escogerlos, o m?s bien, quien decidi? la compra fue Manuel ?ngel de Villegas, funcionario de la Real Hacienda; el caso es que a la postre los animales no die ron el resultado esperado. Ya satisfechas las necesidades materiales, se pens? en aten der las espirituales de los canarios. En San Antonio de B?jar hab?a dos frailes franciscanos, pero mientras llegaban all? e inclusive una vez instalados, ?qui?n cuidar?a de la grey isle ?a? El virrey marqu?s de Casafuerte solicit? al obispo de Gua dalajara, Nicol?s Carlos G?mez de Cervantes, a cuya di?cesis pertenec?a Texas, un cl?rigo del oratorio de oblatos de San Carlos, ya que sus miembros ten?an fama de ser sabios y vir tuosos, "y de un zelo muy singular de la honra de Dios y del provecho de las Almas"; el bachiller asistir?a a los cana rios durante el viaje y en su nueva poblaci?n. El obispo de sign? al bachiller Joseph Joachin de Yglesias y Santa Cruz; suponemos que Yglesias viaj? de Guadalajara hasta Cuauti tl?n para incorporarse al grupo. Lista la gente y reunidos todos los efectos para emprender el largo viaje, se dispuso la salida para el 15 de noviembre de 1730. Ante Francisco Manuel de Covarrubias, escribano de Cuautitl?n, se les entreg? a los canarios dos meses de pa ga anticipada para que se mantuvieran hasta llegar a Salti llo. Firmaron un documento en el que se comprometieron a continuar la traves?a hasta su fin; el compromiso de su parte

qued? sellado el 8 de noviembre; acto seguido se les entreg? todo lo dispuesto para ellos. Manuel ?ngel de Villegas Puente ley? a Duval una " car ta de cordillera" por medio de la cual se hac?a saber a "to dos los justicias de Su Majestad de todos los Pueblos, Villas y lugares de la Gobernaci?n de esta Nueva Espa?a, donde esta... fuere presentada, hasta la Villa de Saltillo, por Fran cisco Duval conductor nombrado por el Exmo. Se?or Virrey...

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de quien lleva despacho el referido Duval..."35 que deb?an

proveer a Duval de seis mozos caballerangos y auxiliarle

en todo lo que necesitare; de no cumplir con estas instruccio nes se les multar?a con 500 pesos, adem?s de procederse jur? dicamente contra ellos.

Por su parte, Duval deb?a conducir a los canarios hasta Texas, procurando siempre su bienestar, as? como el de los mozos, las mu?as y caballos a su cargo. Era su responsabili dad transportar con todo cuidado las cargas para que llega ran completas e intactas a su destino. En cada poblaci?n o presidio por donde pasara, exigir?a a las autoridades compe tentes los "instrumentos de resguardo" de todo lo fletado; era esencial recoger este acuse de recibo en San Antonio de B?jar, ya que con ello se le eximir?a de su responsabilidad. En caso de negligencia se le aplicar?a un severo castigo. Du val cuidar?a que los isle?os obedecieran a su coterr?neo, el veterano Juan Leal Goras. En caso de suscitarse alg?n alter cado, entre los dos solucionar?an el problema, y de ser com plejo, acudir?an con la "justicia m?s cercana para el remedio".

Por otra parte, en caso de que alg?n individuo enfermara, Duval dispondr?a que le llevaran en "tlapestle en hombros de indios"; si empeoraba su estado de salud detendr?an un par de d?as la marcha para su recuperaci?n; si todo fuera in?til

y falleciera, el comisario har?a sacar un acta de defunci?n al cura m?s pr?ximo al lugar del suceso, y al finado le procura r?a cristiana sepultura. Aunque Duval vigilar?a que se dieran precios justos a los canarios, ?l no estaba autorizado para ajustar ninguno, ya que ?sta era s?lo prerrogativa del factor de la Real Caja. Al comisario-conductor se le asignaron cinco pesos de sueldo al

d?a y se le adelantaron en Cuautitl?n tres meses y medio. Los

seis mozos auxiliares devengar?an un peso al d?a, pero como seis le parecieron insuficientes, ?l contrat? otros dos por su

cuenta.

En la primera etapa terrestre de Veracruz a Cuautitl?n se ?alamos que los canarios pasaron por Tehuac?n, m?s no por la capital poblana. Esto no fue casualidad: Puebla y la ciu 35 AGI, Guadalajara 178.

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dad de M?xico quedaron terminantemente prohibidas como escalas. El objeto de esta medida era evitar que los isle?os se deslumhraran con la majestuosidad y riqueza de estas dos metr?polis, las m?s importantes del virreinato. De verlas, qui z? hubiesen mudado sus prop?sitos colonizadores, descartando

el ir a pasar trabajos al norte. Es decir, el tr?nsito por estas ciudades pod?a propiciar nuevas fugas. Sabemos que de he

cho no una sino varias veces se desplazaron los canarios a la capital, primero a solicitar favores al virrey, y luego so pre texto de adquirir mercanc?as. Esto les permiti? tratar con los

nativos y con un funcionario real; advertir que "ban entran do en alguna malicia, y por consiguiente cobrando mucho amor a este suelo, de donde se puede temer el que se orixine

alg?n desertamiento... y a la Rl Hazda descalabro..."36 Esa

fue la imperiosa raz?n por la cual antes los hab?an instalado precisamente en Cuautitl?n.

Rumbo al norte: itinerario de Cuautitl?n a Saltillo De Cuautitl?n a Tepotzotl?n; de Tepeji del R?o a San Fran cisco; de Venta de Ruano a San Juan del R?o; de Coyotillos Chicos a M?scala; de Puerto Pinto a Las Carboneras; de San Luis de la Paz a Sauceda de los Mulatos; de Valle de San Francisco a San Luis Potos?; de Bocas a Hedionda; de Vena do a Laguna Seca; de Arroyo Seco a Matehuala; de Zedral a Pozo Nuevo; de Agua Dulze a Zieneguilla; de Encarnaci?n a Agua Nueva, y de ah? a Saltillo. Sumaban en total 150 o 160 leguas que deber?an recorrer se en un t?rmino de 36 d?as. Ver salir al grupo de Cuautitl?n debi? ser un espect?culo. Un buen n?mero de caballos bien herrados y pertrechados, llevando a cuestas hombres, mujeres y ni?os; y una recua car

gada de cajas y otros bultos muy bromosos. Por otra parte, aquel era un grupo pre?ado de ilusiones y esperanzas, segu ro de encontrar en el septentri?n novohispano un nuevo ho gar, una tierra nueva donde ganarse el pan de cada d?a. 36 AGN, Provincias Internas 236.

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Partieron el 15 de noviembre y al tercer d?a de camino, en las cercan?as de Huehuetoca empezaron los problemas con las cargas. Seg?n la airada versi?n del comisario Duval, los caballos salieron inservibles para la carga, por lo que se vio obligado a alquilar hasta Saltillo una recua "de su caudal". Adem?s, el equipaje que les proporcion? Villegas Puente di jo salir tan defectuoso que hab?a que componerlo a diario.37 El jefe canario que sali? un poco enfermo de Cuautitl?n lleg? muy achacoso a Tepeji del R?o, tanto que incluso hubo necesidad de llevarlo cargado en hombros de indios "desde

el puente que dista mas de 8 quadras del Pueblo". El alto lanzarote?o de 54 a?os, color trigue?o, barbicerrado, de na riz aguile?a y tuerto, seguramente estaba, aparte de enfer mo, abatido por la reciente p?rdida de su mujer que no sobrevivi? a las fiebres contra?das en la costa veracruzana.

Este percance naturalmente preocup? mucho a la gente y al propio comisario, pues Leal era un hombre valioso y clave para el ?xito de la campa?a; por fortuna super? la crisis y sigui? adelante. Mientras Juan Leal se aliviaba y los otros descansaban, Duval, siempre pr?ctico, aprovech? la ocasi?n

para componer una tienda de campa?a estropeada. Previamente a la salida de los canarios de Cuautitl?n se enviaron despachos a todos los alcaldes mayores y autorida

des por cuya jurisdicci?n atravesar?an los canarios, a fin de que los atendieran provey?ndolos de bestias, guardia y seis mozos; estos servicios les fueron prestados a su paso por Xi lotepeque y San Juan del R?o, pues el corregidor de Quer? taro, Sebasti?n L?pez Prieto, hab?a ordenado que seis jinetes armados y diez indios de a pie salieran a encontrar al grupo canario y lo escoltaran en su tr?nsito por territorio quereta 37 Era imposible ?asegur?? que 16 mu?as llevaran 30 cargas pesa das y voluminosas compuestas de 20 cajas de herramientas, y dos tiendas de campa?a, adem?s de v?veres y otros muchos "trastos y embarazos". El factor de la Real Caja de M?xico dio por inexacta la informaci?n, ale gando que ?l entreg? cajas de buena calidad. Por esto y por otros gastos extra reprendi? severamente a Duval y a los canarios. M?s tarde Duval se quejar?a de que, por la ".. .mala disposici?n de .. .Villegas... con lo que costaron 15 familias hubiera yo puesto all? veinticinco con mucha m?s co

modidad". AGI, Guadalajara 178.

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no. El d?a 29 de noviembre otro tanto ocurr?a al aproximarse

a San Luis de la Paz; all? les facilitaron mu?as y caballos apa rejados, seis hombres de a caballo armados y "8 indios me cos de arco y flechas, para que ayuden a cargar y descargar

y cuidar todas las bestias de la conducta". En ese poblado fue necesario detenerse porque cayeron enfermas la viuda Ma

r?a de Granados y la mujer de Manuel de N?z. Ambas fue

ron reconocidas por el cirujano del pueblo, quien aplic?

sangr?as y dictamin? que ninguna pod?a caminar por lo me nos en dos d?as. Superada la enfermedad siguieron adelante y llegaron a Santa Mar?a del R?o. El grupo continu? la cabalgata y el 7 de diciembre de 1730 llegaron a San Luis Potos?. All? les esperaba el alcalde Fer nando Manuel Monroy, capit?n de las fronteras chichime

cas. Les se?al? la plazuela de los Mascorros para que

instalaran su campamento con las 12 tiendas de campa?a. Como algunos canarios llegaron enfermos, Duval decidi? que

darse ocho d?as en la plaza. Fue menester adquirir m?s mu?as y caballos para poder llegar a Saltillo. Algunos de los caballos venidos de Cuauti tl?n se hab?an muerto y otros muchos llegaron maltrechos y

reventados debido al trote y a que, siendo invierno, es decir plena ?poca de sequ?a, no hab?a pastizales para alimentarlos bien. Monroy facilit? 26 mu?as para que Duval y sus compa ?eros canarios llegaran hasta el pueblo del Venado; tambi?n orden? que se "acuda a las familias por los naturales de los Pueblos y Barrios de esta Ciudad y sus extramuros [con] to da la le?a y agua que necesitaren..."38 Seis indios, aparte de cuidar la caballada, deb?an dejar comer a los animales los ras trojos de sus milpas, "por ser en servicio del rey". Estando en aquel sitio, los canarios escribieron el 11 de di ciembre una carta al virrey en la que manifestaron su com

placencia por la benignidad y eficiencia de su

comisario-conductor. Sin embargo, hab?a algunos inconfor mes que sigilosamente planeaban huir, pues la marcha les es

taba resultando larga y penosa. Mientras tanto siguieron adelante, hasta que el 26 de diciembre de 1730 llegaron al 38 AGI, Guadalajara 178.

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real de Nuestra Se?ora de las Charcas, situado en jurisdic ci?n de la Nueva Galicia. Su alcalde mayor, Mart?n de Cas tillo y Guti?rrez, proporcion? al grupo alojamiento, dos reses

vivas, dos carneros, una buena cantidad de sal y seis indios auxiliares; aunque les cedi? mu?as para llegar hasta Mate

huala, este desprendimiento implic? un sacrificio para el real,

ya que las mu?as eran animales preciosos por estar constan temente ocupadas en el beneficio de la miner?a. Este funcionario dio parte de todos los auxilios que prest? al grupo de isle?os y no dej? de manifestar su extra?eza por la decisi?n de Duval de detenerse all? una semana para espe rar un correo de la corte.39 Los canarios le explicaron que en realidad esperaban una "libranza del exmo. se?or virrey", y que en el ?nterin hab?an salido de apuros vendiendo a los vecinos del real alhajas, ropa y otras cosas. Otros motivos que justificaron la dilaci?n fueron que una ni?ita de la viuda de Rodr?guez Granadillo se puso muy mala y que las cabalga duras estaban muy flacas y cansadas. Por este rumbo, tal vez amparados por la oscuridad noc turna, cuatro hombres canarios desertaron, ?c?mo hab?an de jado sus islas para aventurarse en aquellas cada vez m?s ?ridas tierras? Pero Francisco Duval, ni tardo ni perezoso, tan pronto

se dio cuenta sali? acompa?ado de sus mozos a dar caza a

los pr?fugos y logr? capturarlos. Les puso grillos y se los lle v? en calidad de prisioneros a Saltillo. Para colmo, en Char cas acaeci? un desagradable suceso que puso de manifiesto el car?cter del comisario Duval y sus relaciones con el grupo para esas fechas. El 1 de enero de 1731, como a las once de

la ma?ana, Duval estuvo a punto de causar un revuelo en

el minero real de Charcas. Ignoramos por qu? motivo un "mi nistro de vara" apres? a un indio, que result? ser de los mo zos del comisario. Duval, que al parecer hab?a ingerido alguna cantidad de alcohol mont? en c?lera al saberlo, y cuchillo en mano prendi? al ministro, oblig?ndolo a liberar al reo de la prisi?n, y luego, a punta de pistola entr? a las casas reales, amenazando esta vez al alcalde Mart?n de Castillo; el funcio nario se enojo much?simo y acab? por encarcelar a Duval. 39 Charcas, 3 de enero de 1731. AGI, Guadalajara 178.

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Los vecinos de Charcas lamentaron que el grupo canario no hubiera estado bajo la responsabilidad del alcalde Castillo, y dicho funcionario coincidi? con ellos al afirmar que "me jor hubieran ido esas familias a mi costa". Para dejar cons tancia de lo ocurrido y en cumplimiento de sus deberes

?explic??, "fulmin? autos contra... Duval por el p?blico

exceso que cometi? contra la real justicia..."40 Finalmente tuvo que excarcelar al comisario para que la caravana siguiera su camino. Despidi? a los canarios e hizo que los acompa?a ran hasta Agua Dulze siete hombres armados y su cabo "a mi costa y menci?n", aclar? el alcalde, con el fin de no dis traer a los operarios mineros ya que su ocupaci?n cotidiana produc?a m?s beneficios al rey. Esta no fue la ?nica vez que hubo quejas con respecto a Duval y sus procedimientos. Los canarios protestaron en una ocasi?n porque les descont? de sus salarios dinero para pa gar el alquiler de mu?as. Tambi?n lleg? a molestarlos su gro

ser?a. Cuando le ped?an caballos les contestaba de mala

manera. Varias veces lo pillaron ebrio, o como dijo alguien, "enfermo de la planta de No?". As? pues, Francisco Duval era un tipo irritable, de modales a veces grotescos, impulsi vo, violento e inclinado a la bebida. Sin pretender justificar lo s?lo apuntaremos que su responsabilidad era mucha, y que se necesitaba un hombre recio, cabal y buen conocedor del terreno para llevar a un grupo de familias desde el altiplano mexicano hasta Texas. Su tarea no era f?cil; adem?s, "lidiar" con tanta gente debi? de ser tambi?n enojoso. Los proble mas menudearon; no s?lo los que se refer?an a la adquisici?n de v?veres, reposici?n de animales, desperfectos, enfermeda des, cansancio, inconformidades o exigencias de la gente; los ni?os entorpec?an constantemente la marcha y los mozos se desesperaban con ello; ?sta fue la causa de que algunos j?ve nes e incluso mozos caballerangos intentaran escapar. El invierno transcurr?a y la caravana de canarios, mozos y escolta tambi?n segu?a su lenta marcha, hasta llegar a la villa de Santiago de Saltillo el 17 de enero de 1731. Saltillo representaba m?s o menos la mitad del camino, as? pues, la 40 AGI, Guadalajara 178.

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mitad de la partida estaba ganada. Debido a diversos contra tiempos, el grupo tard? 28 d?as m?s de lo previsto para via jar; en realidad iban a paso de recua. La m?xima autoridad de la plaza, el capit?n Mathias de Aguirre ya estaba prevenido sobre sus deberes con respecto a los visitantes. Cumpli? su tarea con extraordinaria eficien cia, que result? clave para que la expedici?n culminara con ?xito. Al decir de los propios isle?os, el capit?n los atendi? y trat? "no como estra?os sino con amor de Padre... d?ndo

nos gusto en todo".

Aguirre comenz? su trabajo inspeccion?ndolos a ellos y re vis? minuciosamente el equipaje, para verificar si llevaban lo que se les hab?a entregado en Cuautitl?n. Se asent? ante escribano p?blico que todas las familias gozaban de buena salud. Los 105 caballos con los que llegaron se presentaron en la plaza p?blica; todos estaban muy estropeados. Resul taron algunas p?rdidas: un frasco de p?lvora del cabecilla Leal,

dos de sus hijos perdieron su caballo, otros los frenos, una colcha; quiz? muchas de estas supuestas p?rdidas no eran m?s que ventas que los isle?os hab?an hecho en sus escalas ante riores. Pero mientras no se perdiera la vida, todo lo dem?s era reparable o sustituible. El capit?n Aguirre ten?a instrucciones de aviar a los cana rios, disponiendo de 13 d?as para poner en sus manos todo lo que solicitaron o necesitaron. Como los caballos que tra?an ya no resist?an m?s, les dio otros 86 caballos y 77 mu?as; de ?sas, 30 llevar?an las cargas, diecis?is exclusivamente harina y cuatro eran para los ni?os. Y para estimular el desarrollo de la agricultura y ganader?a en aquella regi?n reparti? ga nado mayor y menor. Facilit? 48 vacas chichiguas, todas man

sas, y bueyes (a costa de su salario). Y por orden del virrey entreg? a cada familia cinco vacas m?s y un toro, 10 yeguas con su macho, 10 cabras y un macho, 10 ovejas "de vientre y tijera" y un carnero, cinco puercas y un puerco. Adem?s, aunque ellos ya hab?an salido de sus islas con instrumentos de labranza propios, en Cuautitl?n les entregaron otros y en Saltillo el capit?n Aguirre dio a cada jefe de familia una reja de arar, un azad?n y un hacha. Los isle?os se manifestaron sumamente conmovidos al recibir sus animales y aperos, pues

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no esperaban tanta generosidad de parte de las autorida

des.41 Y todav?a les entregaron 2 000 pesos en g?neros, co mo ayuda para la fabricaci?n de sus futuras casas. La estancia en Saltillo hubiera sido de lo m?s grata para los isle?os a no ser porque all? hubo un deceso importante: el del cura que el obispo de Guadalajara les hab?a asignado. El bachiller Joaqu?n de Yglesias y Santa Cruz dej? de existir el 26 de enero de 1731 a las seis de la ma?ana. Quiz? no era una persona fuerte, o apta para semejantes viajes; en todo caso no tuvo la fortuna de ejercer su ministerio en Texas. Poco despu?s se pidi? al obispo Cervantes que eligiera un sus tituto y el nombramiento favoreci? al tambi?n bachiller Jo seph de la Garza. Pero ignoramos en qu? condiciones realiz? su viaje hasta las Provincias Internas de Oriente, si acaso lle

g? a su destino.

La ?ltima etapa: de Saltillo a San Antonio

De Saltillo a la Hacienda de Santa Mar?a; de Hacienda de las Mesillas a Anelo; de Espinazo de San Ambrosio a La Olla; de Charco Redondo a Casta?o; de presidio de Coahuila a los

Difuntos; de ?lamo Viejo a R?o de Sabinas; de Arroyo de Calzones a Ojo de San Diego; de presidio del R?o Grande

del Norte a presidio de San Juan Bautista; de Rosas de San Juan a Caramanchelito; de Charcas de Tortuga a R?o Fr?o; de Arroyo Hondo a Charco de la Pita, y de Arroyo de los Payasos a presidio de San Antonio V?xar. La imagen que los canarios ofrecieron al salir de Cuauti tl?n sin duda palidece con lo que debi? haber sido verlos par tir de Saltillo el 30 de enero de 1730, esperando llegar a su meta en 33 d?as. Un enorme contingente de caballos con ji netes, otros libres, y una recua con 30 o m?s cargas, as? co mo un numeroso hato de ganado mayor y menor. Queremos 41 Lo cierto es que buena parte de esta ayuda provino del bolsillo de don Mathias de Aguirre, quien esperaba que la Real Hacienda le resarci r?a de sus gastos. Pero Aguirre falleci? sin que el gobierno virreinal le pa gara, motivo por el cual su viuda tom? medidas en octubre de 1732 para gestionar la recuperaci?n de su dinero. Alessio Robles, 1938, p. 471.

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hasta imaginar los ruidos emanados por este grupo heterog? neo: gritos de hombres, lloros de ni?os, trotes de caballo, ba

lidos, relinchos y mugidos. Mucha tierra debieron ir

levantando a su lento paso. Esta sorprendente caravana se dirigi? rumbo al norte y, al poco tiempo de haber reiniciado la marcha, en el peque?o poblado de La Olla les cay? una fuert?sima nevada que aparte de hacerles pasar intenso fr?o les estrope? la mulada y algunos caballos. Tan pronto lleg? a o?dos del capit?n Aguirre lo ocurrido, mand? que en los presidios de Coahuila y R?o Grande les dieran nuevos ani males, y asimismo dio instrucciones a los presid?ales para que les repusieran los bueyes y vacas que llegaron en mal estado.

El 10 de febrero llegaron al presidio de Coahuila y, seg?n estaba previsto, descansaron all? tres d?as, tras de lo cual se dirigieron al presidio del R?o Grande del Norte. Algunos ca ballos murieron en el camino y otros los dejaron en el presi dio vecino de San Juan Bautista. All? muri? uno de los canarios

y poco despu?s, en Agua del Cuervo, una ni?a de siete a?os,

quiz? la peque?a Paula Rodr?guez.

Aprovechando los buenos hornos que seguramente hab?a en el ?ltimo presidio, algunos isle?os se dieron a la tarea de hornear suficiente pan para el camino; tal vez eran las muje res quienes se ocupaban de cocinar; en campo llano prend?an hogueras y hac?an uso de los comales, ollas de cobre y barro para preparar sus caldos o pucheros. Tambi?n tuvieron que aprender a usar los metates de la tierra que les fueron entre gados en Saltillo. Procuraban el tasajo y probablemente el que so; adem?s, ya llevaban vacas lecheras y cabras, as? que habr?a

leche para todos. Joseph Antonio de Ecay y M?zquiz, capi t?n del presidio de R?o Grande, design? a los soldados m?s selectos de su compa??a y a un cabo para escoltar a las fami lias, sus cargas y animales. De all? en adelante la inminencia de un ataque de indios enemigos ya no era tan remota como hab?a podido comprobarse durante la marcha: despu?s de cru zar el R?o de Sabinas, junto a un paraje llamado Los Morte ros, los hombres encontraron huellas y rastros de apaches, lo que naturalmente alarm? a todo el contingente, y no era para menos. Tanto animal constitu?a un sebo poderoso para atraer a los gentiles. Quiz? eran los mismos indios que unas This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:06 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

semanas antes hab?an atacado una recua de las misiones pr?

ximas a San Antonio, a pesar de que iba escoltada. En esa ocasi?n hurtaron cerca de 50 mu?as y caballos y capturaron

a un ni?o peque?o.42

La TIERRA PROMETIDA

Tras superar nevadas, peligro de ataques enemigos, fatiga y dem?s, el grupo canario lleg? a su lugar de destino, el presi dio de San Antonio V?xar, el 9 de marzo de 1731. Las 15 familias, constituidas por 55 personas entre adultos y meno res de los dos sexos, fueron recibidas por el capit?n Juan An

tonio P?rez de Almaz?n, jefe del presidio. De inmediato se procedi? a la revisi?n del equipaje, notando que faltaban al gunas cosas.43 Se levant? un escrupuloso inventario de todo

lo llegado.

Para expresar su alegr?a y gratitud al llegar, los canarios

enviaron al virrey marqu?s de Casafuerte la siguiente misiva:

Se?or, siendo indispensable el participarle a V. exa. nuestra lle gada a este Precidio de San Antonio, en el que fuimos recivi

dos, asi del Capit?n, como de la dem?s Gente, con el afecto que demuestra su gran zelo en servicio de su magestad por lo que todos y cada uno de por s? damos a V. exa., repetidas gra cias de lo mucho que ha atendido, y en lo de adelante atender? a estas pobres familias, pues con este consuelo, quedamos mui conformes, esperando ordenes...44

Al capit?n P?rez de Almaz?n le toc? dirigir y coordinar el asentamiento del grupo canario. Hubo que ir por partes: 42 Esto ocurri? a principios de 1731. El capit?n del presidio de San An tonio notific? a sus superiores que tan pronto acomodara a las familias ca narias y se surtiera de ma?z, enviar?a a su teniente a perseguir y castigar

a los indios cuatreros y malhechores. AGI, Guadalajara 178. 43 Un freno, una colcha, cinco escoplos, cinco comales, seis azuelas, cinco sierras, dos barras y 118 caballos quedaron atr?s, unos muertos y otros cansados. 44 San Antonio V?xar, 14 de marzo de 1731. AGI, Guadalajara 178.

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resolver el problema de gobierno, el habitacional, el econ? mico, el defensivo. Para estimular a los reci?n llegados lo pri mero que se hizo fue ratificarles los privilegios a que se hicieron

acreedores como colonizadores, conforme a lo estipulado en la Recopilaci?n de Leyes de ...Indias, en concreto la ley 6a. del

Libro IV.45 Autom?ticamente, los 55 canarios y sus hijos le g?timos alcanzaron el rango de "hijodalgos de solar conoci do", "Personas nobles de Linage... y por tales sean havidos y tenidos y les concedemos todas las honrras y preeminen cias que deven haber, y gozar, todos los hijosdalgos y cava

lleros destos reynos de Castilla, seg?n fueros, Leyes y Costumbres de Espa?a".46

De entre los jefes de familia canarios saldr?an las autorida des de la nueva poblaci?n. El gobernador dar?a nombramiento perpetuo a seis regidores, un alguacil, un escribano p?blico y del consejo, un mayordomo de bienes y propios, y para im partir justicia se nombrar?an por elecci?n dos alcaldes. El go

bernador en persona asistir?a a su primera reuni?n para conformar oficialmente sus cargos, recibir su juramento y le

vantar el" acta de la sesi?n.47

Como ?sta ser?a la primera ciudad de Texas, se converti r?a en capital provincial; se le quiso poner originalmente el nombre de Casafuerte, en honor al entonces gobernante de Nueva Espa?a, pero como el virrey no acept?, se le puso por nombre San Fernando a secas, en honor del pr?ncipe de As turias. Posteriormente el rey sancionar?a el bautizo y le da r?a un escudo de armas. 45 V?ase Recopilaci?n, 1973, t. II, p. 90, que se?ala "Que los poblado res principales y sus hijos y descendientes leg?timos son Hijodalgo en las

Indias."

46 V?ase AGI, Guadalajara 178. 47 El despacho que daba fe de esta resoluci?n quedar?a bajo llave y, ca da vez que lo solicitaran, el gobernador de Texas expedir?a copias del ori ginal, AGI, Guadalajara 178. El 20 de julio de 1731 se confirmaron los cargos.

El 1 de agosto tomaron posesi?n de los mismos. En octubre el rey sancio n? este primer cabildo de San Fernando. Qued? como primer regidor Juan Leal Goras, y como alcalde de primer voto Juan Curbelo. Designaron es cribano a un natural de La Palma, Francisco de Arocha de 27 a?os, quien se cas? en Cuautitl?n con Juana Curbelo, lanzarote?a de 14 a?os. Arocha era el ?nico que sab?a escribir. V?ase Alessio Robles, 1938, p. 516.

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Para llevar a cabo su traza urban?stica hubo que ponerse de acuerdo acerca del sitio exacto en que se erigir?a la ciu dad; para ello se consult? a los religiosos de las misiones ?d?n

de hab?a agua, madera, cal, piedra y tierras aptas para

sembrar? El sitio elegido se encontraba a un tiro de fusil al oeste del presidio de San Antonio. All? hab?a una meseta "ca paz de recivir una Poblaci?n mui hermosa", era un lugar sano

y pr?ximo a dos fuentes donde manaba agua dulce. El go bernador de Texas, Juan Antonio Bustillo y Zevallos acom pa?ado de gente apta, medir?a el terreno para demarcar las calles, las cuadras, la plaza mayor, el ?rea de la iglesia con su casa cural, el de las casas reales y las casas de los dem?s habitantes. El dise?o urbano o mapa de la nueva ciudad lo hizo Jos? Antonio de Villase?or y S?nchez,48 el c?lebre autor de Theatro Americano..., con el visto bueno del brigadier Pedro

de Rivera (v?anse figuras 2 y 3), quien asesor? el proyecto colonizador desde sus comienzos hasta su t?rmino. Inexpli cablemente Duval lleg? a San Antonio con las instrucciones escritas de la traza pero sin el mapa; este ?ltimo declar? ha berlo dejado en Saltillo, con el capit?n Aguirre. ?Por qu??, si era una documento demasiado importante como para haber lo olvidado. Suponemos que pronto lo remitieron de Saltillo, o en todo caso les proporcionaron una copia desde la capital. Qued? especificado cu?les ser?an las medidas de las calles (40 pies de ancho), las manzanas (240 pies por lado) las cua les se tirar?an con un cordel; las marcas se har?an surcando el terreno con un arado y poniendo estacas de palo provisio nales en las esquinas; en el centro de los lotes se cavar?a un hoyo, y all? se acomodar?a una piedra a modo de mojonera. Se procur? trazar las calles con la mayor derechura posi ble. A cada familia corresponder?a una cuadra para fabricar su casa, pero mientras, instalar?an all? sus tiendas de campa 48 Jos? Antonio Villase?or y S?nchez, fue matem?tico historiador y cosm?grafo de la Nueva Espa?a, natural de San Luis Potos?; tambi?n ofi cial mayor de la Contadur?a General de Reales Azogues. Su obra m?s im portante, el Theatro Americano..., la realiz? por orden del conde de Fuenclara.

En realidad Villase?or elabor? dos mapas, que se conservan en AGN, Pro vincias Internas, vol. 236, exp. 1, f. 186, num. cat. 191, y f. 200, num. cat. 192. El primer mapa tiene su firma. Joseph de Villase?or fecit.

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PU.4NO DELA POBLACI?N.

Figura 2: Mapa del presidio y misiones de San Antonio, Texas, 1730. AGN, Pro vincias Internas, vol. 236, exp. 1, f. 186, num. cat. 191.

Figura 3: Plano y perfil de la villa de San Fernando, Texas, 1730. Jos? Antonio de Villase?or y S?nchez, autor. AGN, Provincias Internas, vol. 236, exp.l, f. 200,

num. cat. 192.

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?a. Los terrenos pr?ximos a la plaza mayor se asignar?an a las familias principales y por supuesto, a todos les entrega r?an sus t?tulos de propiedad. Se dejar?a espacio suficiente para que la ciudad creciera y para que la gente pudiera re crearse. El gobernador recorrer?a la zona para delimitar las dehesas y el ?rea de cultivo; las de regad?o ser?an para los primeros pobladores, reparti?ndose en partes iguales. El ca bildo tambi?n tendr?a las suyas, para que de sus frutos se pa garan los salarios de los funcionarios p?blicos y otros gastos

necesarios.

Las manzanas se trazar?an teniendo por centro la iglesia, es decir la iglesia constituir?a el centro de la cruz, midi?ndo se 1 093 varas hacia sus cuatro ?ngulos, que quedar?an des lindados con sauces y otros ?rboles, los cuales adem?s dar?an sombra y un aspecto m?s agradable a la ciudad. Por otra parte, el gusto est?tico del momento impon?a aparte de la simetr?a, la uniformidad, pues se indic? que todas las casas fueran pa recidas, que tuvieran sus patios y corrales y que adem?s se construyeran una tras otra, con fines higi?nicos, pero sobre todo, defensivos. La orientaci?n de San Fernando se har?a conforme a la localizaci?n de los cuatro puntos cardinales, para que al entrar libremente los cuatro vientos hicieran "m?s

saludables sus moradas".

Ya se?alamos que el cura designado para la nueva ciudad

muri? en Saltillo, raz?n por la cual fue menester solicitar otro

al obispo de Guadalajara Nicol?s Carlos G?mez de Cervan tes. El nuevo designado, el bachiller Joseph de la Garza, aparte del ministerio de cura recibi? tambi?n el de vicario y juez ecle

si?stico con amplias facultades, pues el obispo estaba dema siado lejos para esperar resoluciones que a veces urg?an. El cura devengar?a 400 pesos al a?o y su salario empezar?a a correr desde el d?a en que saliera de Guadalajara rumbo a Te xas. En Cuautitl?n hab?an proporcionado a los isle?os av?os para su iglesia, as? que en San Fernando salieron a relucir

los ornamentos: el c?liz con patena, el ara, que curiosa mente deb?a de consagrar el obispo de Yucat?n y una campana.49

49 AGN, Provincias Internas, vol. 236.

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En vista de ser muy factible que apaches y otros enemigos atacaran la regi?n, era esencial que los canarios aprendieran a defenderse. El capit?n del presidio, P?rez de Almaz?n, re cibi? instrucciones de ejercitar a todos los varones en el uso de las armas, y familiarizarlos con la disciplina militar. Los entrenamientos tendr?an lugar los d?as festivos. Al principio

los canarios ser?an protegidos por los soldados del presidio, pero tan luego estuvieran prontos a autodefenderse ?stos re gresar?an a su plaza. Durante cinco a?os se dotar?a a los co lonos con una arroba de p?lvora anual, la cual se repartir?a entre todos los hombres; por supuesto que tampoco habr?an de faltarles armas de fuego. Tenemos noticia de que desde que salieron de Cuautid?n Duval no descuid? el aprovisionamiento

de armas blancas y escopetas. Ahora bien, quedaba por resolver el primordial asunto del financiamiento y manutenci?n de las familias isle?as. Ya se ?alamos que en Saltillo las proveyeron con largueza, aunque en buena medida a cuenta de su propio sueldo. Desde que los canarios hab?an salido de sus islas la primavera de 1730,

todos sus gastos se cubrieron con los fondos del rey, y a par tir del d?a en que llegaron a su destino, tendr?an otro a?o de financiamiento, es decir, la Real Hacienda satisfar?a sus ne cesidades hasta el 9 de marzo de 1732. Cada persona recibi r?a cuatro reales diarios.

Se supon?a que al cabo de un a?o su ganado comenzar?a a acrecentarse y que ya podr?an haber levantado alguna co secha. En opini?n del marqu?s de San Miguel de Aguayo, el mes de marzo era el indicado para la siembra, as? que ha b?an llegado justo a tiempo para preparar la tierra. Ya tra?an consigo bueyes y aperos, por lo cual el gobernador s?lo tuvo que repartirles a cada una de las 15 familias: semillas de tri go, ma?z, frijol, lenteja, garbanzo, ch?charo, calabaza, chile, pimiento y "dem?s que all? se acostumbra sembrar". Aun que ellos eran campesinos, la gente del lugar les asesorar?a para asegurar una buena cosecha; tambi?n les orientar?an en

materia pecuaria. Llama la atenci?n que nunca se men cionen gallinas entre la dotaci?n de los canarios, pero se guramente en los presidios norte?os hab?a manera de adqui rirlas.

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VIRGINIA GONZALEZ C LA VER?N

Todo parec?a marchar sobre ruedas hasta que se present? un problema inesperado y enojoso no tanto para los canarios como para el capit?n P?rez de Almaz?n y para el gobernador.

Result? que las 15 familias canarias no eran las primeras pobladoras pues ya se encontraban all? 15 colonos con sus fa milias, quienes l?gicamente no vieron con complacencia el arribo de los isle?os. No queda claro si estas personas prove n?an de la Nueva Espa?a o eran tambi?n oriundas de las Ca narias; tal vez llegaron a Texas por la Bah?a de Esp?ritu Santo unos a?os antes, en todo caso, alegaban ser los primeros co lonos y conquistadores del pa?s. Por medio de un memorial50

manifestaron que estaban inconformes con la llegada de las familias canarias, puesto que les repartir?an las tierras que ellos ven?an trabajando de tiempo atr?s; amenazaron con ir se de inmediato, pero el capit?n los convenci? de que expu sieran su problema a la corte y esperaran la resoluci?n. En efecto, remitieron una carta al virrey exponiendo con disgusto su situaci?n. Le explicaron que ellos sin ning?n sub sidio, y s? a costa de sudores, hab?an logrado mantenerse en aquellas tierras e incluso hab?an defendido el territorio en no

pocas ocasiones de los enemigos de Espa?a; ped?an que les

respetaran sus tierras de cultivo, y de no ser esto posible, pe d?an permiso para usar tierras de regad?o. Habiendo visto los firmantes que los isle?os vinieron perfectamente aviados de animales e instrumentos de labranza, se animaron ellos a so licitar ayuda para ''aperarse". Como era de rigor, el memo rial se gir? al brigadier Rivera y al auditor de guerra, quienes con su acostumbrado pragmatismo opinaron que era conve niente conservar en San Antonio a aquellos pobladores, pues era deseable y necesario que se fortalecieran las poblaciones norte?as, por lo tanto, recomendaron atender la solicitud de los primitivos pobladores, a quienes por cierto el brigadier hab?a conocido personalmente durante su visita a las Provin

cias Internas. As? pues, con el visto bueno de Rivera y del auditor Oli

van de Rebolledo, el virrey marqu?s de Casafuerte acept? que por ?nica vez y como concesi?n especial se diera a cada uno 50 AGI, Guadalajara 114.

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de los firmantes tierras y una ayuda de 150 pesos a cada

uno.51 Los oficiales reales replicaron al virrey que esa dispo sici?n iba contra la ley, puesto que s?lo el rey pod?a aprobar ese tipo de erogaciones. En vista de ello se orden? detener en caja los 2 250 pesos en agosto de 1731. Los papeles se re mitieron a Madrid y a principios de marzo de 1733, es decir dos a?os despu?s, el Real Consejo indic? que el problema se resolver?a de acuerdo con la informaci?n del virrey marqu?s de Casafuerte. Qui?n sabe si aquellos hombres tuvieron la paciencia de esperar el dictamen final; tal vez emigraron en busca de un horizonte m?s halag?e?o para ellos y los suyos.

El balance final Aparentemente las obligaciones de Duval terminaron al de positar a las familias canarias en manos del capit?n de San An

tonio V?xar, sin embargo no fue as?. Duval rindi? cuentas y un minucioso informe de su comisi?n a la corte virreinal. Explic? cu?les hab?an sido los problemas que enfrent? para llegar hasta aquel presidio, y haciendo notar que a lo largo del camino hab?a dejado muchas mu?as y caballos; de orde

narlo las autoridades ?como en efecto ocurri?? ?l estaba

dispuesto para volver y recogerlos. Tambi?n indic? que a fin de poder llegar a su meta fue llen?ndose de deudas, pues con el dinero que le asignaron no ajustaba para pagar todo lo ne cesario y mucho menos lo imprevisto, al grado que tuvo que echar mano de "muchas alagillas" para salir airoso de su co

misi?n. Por otra parte, Duval aclar? que aunque el factor de la Real Caja, Manuel ?ngel de Villegas Puente, le hab?a le?do en Cuautitl?n una carta en la que el virrey ordenaba a los alcaldes mayores y autoridades auxiliares que encontra ran a su paso, "nunca se la dio, lo cual hubiese ahorrado mu

cho a la Real Hazienda' '. Duval solicit? que le pagaran su

salario por los 40 d?as que emple? en el regreso de San Anto nio a la ciudad de M?xico, es decir cobraba 200 pesos, pero

51 M?xico, 24 de julio de 1731. AGI, Guadalajara 114.

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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

adem?s, en vista de que cumpli? el objetivo principal que era dejar las familias isle?as sanas y salvas en Texas, pidi? tam bi?n una gratificaci?n. Como era de esperar, los oficiales reales de M?xico se con

dujeron con su acostumbrada ''responsabilidad mezqui

na",52 se?alando que Duval hab?a hecho muchas

erogaciones injustificadas, y que incluso hab?a testimonios de haber aprovechado el viaje al norte para medrar por su cuenta, pues hubo quien asegur? que hab?a llevado seis mu las cargadas con mercanc?as suyas. Independientemente de que esto fuera cierto, el brigadier Rivera entr? al quite y ex pres? que dadas las caracter?sticas de su encomienda, Juan Francisco Duval "no solo es acreedor a los salarios que pide sino tambi?n digno de que se le den las gracias por lo bien que dej? acreditada su conducta...53 Su opini?n decidi? al virrey en favor del comisario-conductor, as? que orden? a los

oficiales reales que a m?s de su sueldo le pagaran otros 50 pesos como ayuda de costa.54 Ya antes hab?a propuesto el brigadier Pedro de Rivera, pri mer visitador de las Provincias Internas, que era convenien te anunciar el poblamiento de Texas en Saltillo y en el nuevo reino de Le?n, de donde, seg?n ?l, seguramente acudir?a mu cha gente entusiasta al llamado.55 Qui?n sabe qu? tan segu ro era esto, pues hay que tomar en cuenta que en Texas no hab?a hasta entonces minas de por medio. Al t?rmino de la expedici?n de Duval y los canarios, se confirm? que efecti vamente hab?a que recurrir a alternativas m?s pr?cticas y ac cesibles y no voltear la cara a las lejanas Islas Afortunadas en busca de pobladores. Las autoridades reconocieron que 52 El entrecomillado es nuestro.

53 AGI, Guadalajara 178.

54 Para protegerse, los funcionarios enviaron informe de esta orden a

Espa?a, ya que por ley estaban prohibidas las ayudas de costa, bajo cual quier pretexto: AGI, Guadalajara 114 y Recopilaci?n..., 1973, 119v. Libro vin, T?t. xxviii, Ley. vu, all? se advierte que, "Si los virreyes, o Minis tros mandaren executar sus ?rdenes, y libransas.. .Ordenamos, que lo man den dar sin impedimento ni retardaci?n y nuestros oficiales nos den cuenta,

y remit?n relaci?n de todo." 55 M?xico, 16 de enero de 1730. AGI, Guadalajara 178.

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era mejor llevar gente de la Nueva Espa?a o de la Nueva Ga licia a Texas, sobre todo si dicha gente estaba acostumbrada a cabalgar, habituada a climas extremosos, a afrontar un per manente estado de guerra y, por si fuera poco, dispuesta a los trabajos agr?colas y ganaderos. Cuando se reunieron todos los recibos de las erogaciones hechas para la causa canaria en la Nueva Espa?a y en las Pro vincias Internas, la suma arroj? un total de treinta mil ochenta

y dos pesos y nueve granos (30 082 ps. 9 grs.), esto es, desde que hicieron su entrada a Veracruz hasta que llegaron al pre sidio de San Antonio V?xar. En esta cantidad no estaba in cluido el a?o de financiamiento a costa del rey pero, en todo caso, el virrey marqu?s de Casafuerte calcul? que si el trasla do de 15 familias hab?a tenido ese costo, el de las 400 que

pretend?an "importarse" producir?a un gasto de 802 186

pesos cinco tomines y cuatro granos... o tal vez m?s. Y esto, sin tomar en cuenta los desembolsos que el rey ten?a que ha cer para sacar a los isle?os desde su archipi?lago hasta Cuba

y de all? a Veracruz. En septiembre de 1731, a medio a?o de haberse acomoda do las familias, el virrey inform? a la corte de Espa?a que

dados los sacrificios hechos por los isle?os y la sumisi?n con la que se condujeron, sin duda merecieron las atenciones de

que fueron objeto, as? como el dinero que se invirti? en ellos,

no obstante, a?adi?, aparte de que fue agotador el viaje con mujeres y ni?os torpes para montar, su movilizaci?n caus? muchos problemas. Estim? que no se justificaba desembol sar semejantes cantidades, dado que no podr?an considerar se como buenas inversiones pol?ticas, porque a su parecer no producir?an los beneficios esperados. En ?ltima instancia, era mejor destinar a los pobladores voluntarios a otras ?reas en crecimiento o expansi?n; en la Nueva Espa?a y las Provin cias Internas sobre todo, era necesario reforzar la poblaci?n de varios asentamientos. El asesor Pedro de Rivera incluso propuso al virrey que solicitara al monarca Felipe V la expedici?n de una orden que impidiera el paso de m?s familias canarias de La Habana a Nueva Espa?a, y en caso de que continuara el flujo de emi

grantes isle?os, "se pida al Gobernador de Cuba los man

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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

tenga en aquella isla". As? pues, el sue?o del marqu?s de San Miguel de Aguayo y de otros, de poblar Texas con canarios, no fructific?. Aquella migraci?n de 15 familias de 1730-1731 qued? como prueba de laboratorio no aceptable del todo. Y aunque los canarios alcanzaron su anhelo de ascender social mente y poseer animales y tierras f?rtiles, el tiempo o su des

tino les revel? que poblar aquella regi?n del septentri?n novohispano no fue un regalo. Breves consideraciones demogr?ficas

Desde que los primeros canarios se inscribieron como volun tarios en este programa colonizador en los albores de 1730, hasta que llegaron a su destino texano, la n?mina original sufri? alteraciones debido a la incorporaci?n de nuevos miem

bros, deserci?n de otros, nacimientos y defunciones. Las cir

cunstancias humanas y el medio geogr?fico fueron

determinando las caracter?sticas demogr?ficas del grupo isle ?o, que fluctu? entre 81 personas que salieron del archipi?

lago, y alrededor de medio centenar al llegar a la Nueva

Espa?a.

Hacer un balance demogr?fico exacto del grupo emigran te no es f?cil, debido a que la documentaci?n existente a me

nudo es contradictoria; desconcierta que, para empezar a citar

ejemplos, entre la n?mina levantada en las islas y la de Cuau titl?n la diferencia de edades de algunas personas var?a en m?s de un a?o. Esta anomal?a no es achacable a los funcio

narios reales. Ya vimos que el n?mero de canarios comenz? a modifi carse apenas zarparon de las islas. En Cuba desertaron 11 o 12 j?venes solteros ?o aparentemente solteros? oriundos

en su mayor?a de Gran Canaria y cuyas edades oscilaban so bre todo entre los 20 y los 26 a?os. Es casi seguro que se ha

b?an embarcado con la ?ntima resoluci?n de "hacer la Am?rica" en las Antillas. La incorporaci?n de un hombre y el nacimiento de otro en aquella isla, no equilibr? las bajas sufridas, ya que se quedaron definitivamente en La Habana dos familias completas.

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Los colonos llegaron maltrechos al puerto jarocho, ingre so oriental del virreinato novohispano, entonces gobernado por el respetado virrey marqu?s de Casafuerte. El cansancio y la debilidad los hizo presas f?ciles de la enfermedad: tabar dillo, fiebres y v?mito prieto les acosaron, cobrando las pri

meras v?ctimas en nuestro suelo. Creemos que del grupo custodiado por Juan Leal, fallecieron cerca de 10 personas: la muerte no discrimin? sexo ni edad.

El contingente de familias, m?s algunos "j?venes sueltos" se redujo en Veracruz a 48 personas. Pero en dicho puerto se les uni? una nueva remesa de canarios compuesta de 23 personas, se lee en un documento y de 10 personas, se?ala otro. En todo caso, cuando salieron de Cuautitl?n rumbo al septentri?n eran ya 56: 21 hombres, 17 mujeres y 18 ni?os

de ambos sexos.

Los hechos demostraron que quienes realmente ten?an in tenciones colonizadoras eran los que ven?an agrupados co mo familias. Dentro de ellas, adem?s, aparecen miembros que son parientes m?s lejanos, o amigos. Por ello es que para evitar

otras deserciones y mantener el estado an?mico de los emi grantes a buen nivel ?lo cual desde luego conven?a a los in tereses de su majestad el rey? el alcalde de Cuautitl?n decidi? casar "mozos" con "doncellas". Los documentos a veces se refieren a la celebraci?n de tres matrimonios, a cinco, a seis y hasta a siete; sin embargo, parece que las parejas que real mente contrajeron nupcias fueron seis. La medida del alcal de fue ciertamente maquiav?lica, pero hemos de reconocer que el funcionario no carec?a de sensibilidad, pues inform? a sus superiores que hab?a procurado casar sobre todo a los solteros hu?rfanos, para que "por falta de cari?o no se ex trav?en, como ha subcedido en la Habana y Veracruz..."56 As? pues, el grupo considerado en unidades familiares, al principio constaba de 12 y al llegar a Cuautitl?n s?lo hab?a 10 (siete cabezas de familia varones y tres viudas), con los nuevos casamientos se acrecienta el n?mero; estimo que el n?mero correcto es de 15. En cuanto a solteros, al final s?lo

56 AGI, Guadalajara 178.

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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

quedaron cuatro: los dos hermanos P?rez, y los tambi?n her

manos apellidados Lorenzo de Armas.

En el verano de 1730 nace el primer novohispano del gru

po. Y entre Cuautitl?n y el punto terminal del viaje s?lo muere

una persona. Los intentos de fugas se vieron frustrados de modo que ?nicamente registramos una baja en la composi ci?n del grupo. Esto demuestra que se les cuid? bien durante la ?ltima etapa de su marcha. En s?ntesis, llegaron a poblar San Fernando 55 personas. Del total de 81 de la primera n?mina s?lo lleg? a su destino

el 67.9 por ciento.

Los porcentajes de su procedencia insular o americana son como indicamos a continuaci?n:

63.6 % de Lanzarote 09.0 % de La Palma

09.0 % de Tenerife 10.9 % de Gran Canaria 03.7 % de Fuerteventura

03.7 % de Cuba y Nueva Espa?a

De los 55 canarios, 33 eran mujeres y 22 eran hombres. O sea que lleg? a Texas 60% de colonos del sexo femenino y 40% del masculino, en su mayor?a lanzarote?os y cuyas edades apreciaremos claramente en el cuadro 2.

CUADRO 2

Pir?mide de edades

Hombres Edades Mujeres (a?os) 50-54 40-49 30-39 20-29 10-19 0-9

U

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MIGRACI?N CANARIA A TEXAS

201

La mayor?a, pues, la constitu?an muchachos y muchachas entre los 10 y los 19 a?os. Esto significa que el grupo era predominantemente de j?venes, ?ptimo para colonizar. Ellos, sobre todo, eran las semillas que pronto germinar?an para dar

lugar a un frondoso ?rbol que llevar?a por nombre San Fernando.

Ep?logo A trav?s de estas p?ginas hemos seguido las peripecias de los emigrantes canarios con quienes se fundar?a la capital de la

provincia de Texas. Aunque San Fernando fue el embri?n de lo que con el tiempo ser?a la importante ciudad de San Antonio, tuvo en sus or?genes muy dif?cil comienzo. San Fer nando estaba situada en una zona f?rtil, irrigada por los r?os San Pedro y San Antonio, no obstante, las cosechas no eran lo suficientemente generosas para mantener a los soldados del

presidio, a los nuevos pobladores y a los hijos de las misio nes, quienes sufr?an por ello estrecheces y no pod?an expan derse a causa de las continuas hostilidades de los apaches.57 Aunado a los problemas de su incapacidad para procurar se alivio y sustento, los canarios tuvieron serios problemas con la tenencia de sus tierras, la que por cierto hab?a sido uno

de los est?mulos fundamentales para que abandonasen sus is las. En 1756, es decir, a 25 a?os de la fundaci?n de la villa, el cabildo, justicia y regimiento de San Fernando, envi? una representaci?n al capit?n Toribio de Urrutia en la que se que jaban de despojo por parte del franciscano Mariano Francis co de los Dolores, quien desminti? la acusaci?n en carta que dirigi? al fraile visitador de las misiones.58

Qui?n sabe qu? tan veraz haya sido esta afirmaci?n, ya que en agosto de 1762 los vecinos de la villa enviaron otra representaci?n, esta vez al entonces gobernador de Texas, ?n gel de Marios; en ella le exig?an que se diera cumplimiento al superior despacho del a?o 1745 que ordenaba "el reparto 57 Ocaranza, 1939, p. 113. 58 R?o, 1975, pp. 50, 51, 56, 95.

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VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N

de tierras y aguas de San Pedro".59 Es decir, que el proble ma con sus tierras era todav?a anterior a 1756. En aquella ocasi?n el gobernador Martos remiti? al virrey marqu?s de Cruillas una carta en la que explicaba que era factible el re parto de tierras pr?ximas al r?o San Antonio "entre los po bladores de las Islas Canarias". Estos problemas jur?dicos debieron afectar el desarrollo agr?cola y ganadero de la zona. En cuanto a los sue?os de enri

quecimiento minero de aquellos hombres cabe se?alar que a mediados del siglo surgi? de pronto la esperanza de encon trar ricos filones argent?feros en Texas. El gobernador pro

vincial, teniente coronel Jacinto de Barrios y J?uregui, mand?

que los capitanes de los presidios de San Xavier, San Anto nio de B?xar, Bah?a de Esp?ritu Santo y el cabildo de la villa de San Fernando proporcionaran cada uno cuatro soldados para formar un grupo de exploraci?n de minas. Tres vecinos entusiastas de la villa de San Fernando se agregaron al gru po; posteriormente declararon el hallazgo de 10 minas,60 pe ro no tenemos m?s noticias sobre ello.

Por lo que toca al crecimiento poblacional, sabemos que a ocho a?os de haber llegado brot? una epidemia de viruela en San Antonio. Los frailes franciscanos de la misi?n enfer maron y muchos indios ne?fitos61 perecieron; es probable que tambi?n hayan muerto canarios, pero no tenemos nin guna evidencia de que as? ocurriera. El crecimiento demo gr?fico del septentri?n con base en poblaci?n blanca espa?ola fue particularmente lento, debido a lo vasto de su territorio;

como se?alamos antes, hubo que recurrir tambi?n a la po blaci?n nativa y a las castas de la colonia para poder poblar. Naturalmente los hombres tend?an hacia asentamientos m?s atractivos por su desarrollo econ?mico, cubriendo las necesi dades de mano de obra de dichos n?cleos. En el norte hab?a que empezar de cero y afrontar el permanente estado de guerra

contra los ind?genas no doblegados. El censo de Revillagige do levantado en las postrimer?as del siglo, concretamente en 59 R?o, 1975, p. 60. 60 Velazquez, 1974, pp. 129, 130. 61 San Antonio's..., 1968, p. 43.

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MIGRACI?N CANARIA A TEXAS

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1792, registr? apenas 312 espa?oles en todo el noroeste.62 Y en el ?rea texana tampoco fue f?cil poblar, a pesar de los cos tosos intentos colonizadores patrocinados por la corona, al

gunos con caracter?sticas tan paternales como el aqu?

analizado. Este fue un factor para que en el siglo XIX los "j? venes" y ambiciosos Estados Unidos del Norte a la postre se apoderaran de Texas. As? pues la colonizaci?n de las fronte ras norte?as result? un palo dif?cil de roer, y desde el punto de vista del archipi?lago, las constantes emigraciones rumbo a Am?rica entorpecieron el progreso de las islas. La sangr?a humana que ello representaba alarm? a algunos visionarios, prueba de ello es un hermoso documento de la ?ltima d?cada del siglo XVIII elaborado por la Real Sociedad de Amigos de Tenerife, sociedad progresista como todas las de su g?nero, que denuncia tan grave problema. All? hemos podido leer: Mientras el pobre se viere indirectamente precisado ? no salir del pa?s, empe??monos nosotros en procurarle dentro de ?l una suerte menos infeliz. Quiz? de este modo llegar? el d?a en que sus intereses sean los mismos... que los nuestros, y en que nin guno de los hijos de la Patria quiera abandonar ? una Madre que le alimenta y proteje.63

No obstante tan buenos deseos, a pesar de las ordenanzas que prohib?an su salida, la afluencia canaria no ces? y se pro long? a lo largo del siglo XIX. SIGLAS Y BIBLIOGRAF?A AGI Archivo General de Indias, Sevilla. AGN Archivo General de la Naci?n, M?xico. Alessio Robles, Vito 1938 Coahuila y Texas en la ?poca colonial, M?xico, Editorial

Cultural.

62 Florescano y Gil, 1976, p. 245. 63 " Memoria Escrita para presentar a la Real Sociedad de Amigos de Tenerife, y de su orden a fin de evaquar un ynforme que la hab?a pedido la Real Audiencia sobre la emigraci?n de los Naturales de estas Islas a la Am?rica", en Morales Padr?n, 1977, pp. 249-291. V?ase en especial p?

gina 290.

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204 VIRGINIA GONZ?LEZ CLAVER?N Cartograf?a Novohispana

1980 Cartograf?a Novohispana. Una selecci?n de los manuscri tos y grabados que, al respecto, se conservan en el Mu seo Naval de Madrid, M?xico, San ?ngel Ediciones,

S.A.

Florescano, Enrique e Isabel Gil S?nchez 1976 "La ?poca de las reformas borb?nicas y el crecimiento econ?mico, 1750-1808", en Historia general de M?xico,

M?xico, El Colegio de M?xico, t. n, pp. 183-301.

Morales Padr?n, Francisco 1977 "Las Canarias y la pol?tica emigratoria a Indias", en Coloquio de Historia Canario-Americana (1976) Sevilla, Edi

ciones del Excelent?simo Cabildo Insular de Gran Ca

naria, pp. 211-291.

Ocaranza, Fernando 1939 Cr?nica de las Provincias Internas de Nueva Espa?a, M?xi

co, Editorial Polis.

Recopilaci?n 1973 Recopilaci?n de Leyes de los Reynos de las Indias mandadas imprimir, y publicar por la Magestad Cat?lica del Rey Don

Carlos II Nuestro Se?or, Madrid, Ediciones Cultura His p?nica (edici?n facsimilar), t. n y ni.

R?o, Ignacio del 1975 Gu?a del Archivo Franciscano de la Biblioteca Nacional. In

troducci?n y estudio preliminar de Lino G?mez Ca?e

do, M?xico, UNAM. San Antonio's

1968 San Antonio 's Mission San Jose State & National Historie Si

te 1720-1968, Chicago, Franciscan Herald Press.

Velazquez, Ma. del Carmen 1974 Establecimiento y p?rdida del Septentri?n de Nueva Espa?a, M?

xico, El Colegio de M?xico (Nueva Serie 17).

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VOLUNTARIOS EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS LIBERALES MEXICANOS, 1854-1867 Lawrence Douglas Taylor Hanson El Colegio de M?xico

La participaci?n de voluntarios extranjeros en la gue

rra es muy com?n y en este sentido las guerras de reforma

y la segunda intervenci?n francesa no se diferencian de otros

conflictos. La presencia de tropas extranjeras es m?s eviden te con respecto a la segunda fase de la contienda civil que du r? de 1861 a 1867. La facci?n conservadora en M?xico fue

apoyada despu?s de 1860 no s?lo por el ej?rcito franc?s sino tambi?n por contingentes de diversas nacionalidades: austr?a cos, belgas, h?ngaros, individuos de otros pa?ses europeos, egipcios enviados por el imperio otomano, y estadunidenses, muchos de ?stos provinieron de los Estados Confederados del Sur. Con el retiro del grueso del ej?rcito franc?s de M?xico en 1866, gran cantidad de soldados extranjeros decidieron unirse al ej?rcito mexicano del imperio y lucharon hasta la

ca?da de Maximiliano.1

En cambio, es m?s dif?cil evaluar la participaci?n militar de los voluntarios extranjeros en la facci?n opuesta, es decir,

los ej?rcitos que pelearon para implantar en M?xico las Le yes de Reforma y la Constituci?n de 1857. Las obras escritas relativas a la ?poca hacen m?nima o ninguna menci?n del papel

de voluntarios. Los historiadores por lo general se refieren a los grupos armados liberales como si todos hubieran estado compuestos ?nicamente por soldados mexicanos. No obstante, 1 Hefter, 1962, pp. 17, 20, 22. V?anse las siglas y bibliograf?a al fi nal de este art?culo.

HMex, xxxvii: 2, 1987 205

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LAWRENCE DOUGLAS TAYLOR HANSON

existe una cantidad apreciable de documentaci?n sobre la his toria de los soldados extranjeros en el ej?rcito constituciona lista o republicano a mediados del siglo pasado, indicio de que su contribuci?n a la lucha, aunque relativamente peque ?a, merece ser estudiada y evaluada como un elemento m?s para la comprensi?n de una fase muy compleja en la historia

de M?xico desde la Independencia.

Conviene dar una breve explicaci?n de la terminolog?a que

se utiliza referente a este tipo de personal militar y el sentido

aceptado por nosotros para cumplir con los prop?sitos de es te trabajo. Las fuentes de la ?poca se refieren a los volunta rios de otros pa?ses que sirvieron en los ej?rcitos mexicanos como "filibusteros", "aventureros", "soldados de fortuna", "mercenarios", etc. Todos estos t?rminos tienen distintas con

notaciones. La palabra "filibustero" originalmente fue utili zada para designar a un bucanero o pirata en busca de bot?n. Posteriormente fue empleado para identificar al individuo que

interven?a pol?ticamente en los asuntos internos de una na ci?n con la finalidad de usurpar su gobierno.2 La expresi?n "aventurero" designa a uno que busca la aventura, pero no necesariamente implica un soldado. El t?rmino "soldado de fortuna", muy de moda a principios de este siglo y quiz?s inventado por el corresponsal de guerra norteamericano Ri chard Harding Davis, indica a un hombre que lucha para ob

tener pago o por amor a la aventura bajo la bandera de cualquier pa?s.3 Por ?ltimo, la palabra "mercenario", que

es de uso com?n hoy en d?a, pero que tambi?n tiene un ori gen antiguo, se refiere a un soldado pagado por el servicio que presta a un pa?s ajeno al suyo.4 Hay que tener en mente que no todos los extranjeros que lucharon en las guerras de la reforma y la intervenci?n eran soldados profesionales contratados y pagados con sueldos. Ade

m?s, no todos ten?an experiencia militar. Con la excepci?n de los t?rminos "filibustero" y "aventurero", las dem?s ex presiones, "soldados de fortuna" y "mercenarios", son b? 2 Gall, 1957, p. 9; Brown, 1980, p. 459.

3 Davis, 1912, p. 77. 4 Quick, 1973, p. 301.

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 207

sicamente sin?nimos y pueden ser utilizados para referirse a las tropas de nacionalidad extranjera que combatieron en la guerra civil mexicana de 1854 a 1867, siempre y cuando uno tome en cuenta que la palabra m?s adecuada es la de "solda

do o voluntario extranjero". Los mercenarios que pelearon en M?xico de 1854 a 1867

provinieron de varias regiones del mundo, principalmente Es tados Unidos y Europa. Muchos hab?an tenido experiencia como soldados profesionales en diversas contiendas civiles e internacionales de aquella ?poca: las guerras carlistas de Es pa?a, de Crimea, el movimiento de independencia italiana contra Francia y el imperio austr?aco, la guerra de secesi?n en Estados Unidos, etc. Sus motivos para venir a M?xico va riaron de acuerdo con los diversos caracteres de los indivi

duos y las circunstancias personales de cada uno. Muchos eran soldados profesionales que vieron el conflicto liberal-con

servador simplemente como una manera de practicar su

carrera durante los tiempos de paz en sus propios pa?ses. Al gunos de ellos, como el general italiano Luis G. Ghilardi, eran hombres dedicados a la causa liberal en todo el mundo. To maron las armas a favor de quien creyeron era un pueblo opri

mido y explotado. Por supuesto, un motivo principal para la gran mayor?a de los voluntarios fue la esperanza de ganar un buen sueldo y quiz?s un poco de bot?n. Algunos se unie ron a las filas de las fuerzas armadas juaristas con la inten ci?n de conseguir tierras por medio del gobierno y quedarse en M?xico en calidad de residentes fijos. El objeto del siguiente ensayo es tratar acerca de la actua ci?n militar de los voluntarios extranjeros en los ej?rcitos li berales en la ?poca que va de la revoluci?n de Ayutla en 1854 a la ca?da del imperio en 1867. Por conveniencia, el plantea miento del tema ha sido dividido en dos secciones que abar can distintos periodos de esta extensa y sangrienta lucha: 1) la

reforma, y 2) la intervenci?n francesa. La REFORMA

Algunos mercenarios norteamericanos y europeos participa ron en la revoluci?n de Ayutla de 1854 a 1855 que derroc? This content downloaded from 165.227.36.157 on Mon, 09 Oct 2017 02:14:14 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LAWRENCE DOUGLAS TAYLOR HANSON

al gobierno de Antonio L?pez de Santa Anna. En el pueblo de Lampazos, Nuevo Le?n, Santiago Vidaurri proclam? el

plan "Restaurador de la Libertad" y derroc? al gobierno san tanista del general Ger?nimo Cardona en Monterrey.5 En el curso de la lucha, para consolidar su poder en los estados del noreste, el caudillo norte?o recibi? numerosas solicitudes de norteamericanos para pelear en su ej?rcito o ayudar en el re clutamiento de tropa mercenaria.6 Vidaurri contrat? al nor teamericano Edward Pendlet on, quien sirvi? en el ej?rcito del

norte como artillero de 1854 a diciembre de 1855.7 Juan Alvarez, gobernador del estado de Guerrero, quien encabez? la revoluci?n en el sur, tambi?n contrat? mercena rios norteamericanos. El general Chatham Roberdeau Wheat (1826-1862), veterano de la primera expedici?n filibustera de

Narciso L?pez en Cuba, de las campa?as de Carbajal en el

norte de M?xico y de Walker en Nicaragua, sirvi? en el ej?r cito del sur de abril de 1855 a julio de 1856.8 Jos? Mar?a Pa rra y Alvarez, sobrino del general Alvarez residente en San Francisco, contrat? al viejo soldado de fortuna Jean Napo le?n Zerman, veterano de la batalla de Waterloo y otras cam pa?as europeas, para llevar un barco cargado de abastos de guerra a Acapulco. Cuando Zerman hizo escala en la bah?a de La Paz, Baja California, ?l y sus expedicionarios fueron encarcelados por el gobernador militar Jos? Mar?a Blancarte 5 Tyler, 1973, pp. 17-19. 6 V?anse por ejemplo, Hanson Alsbury al coronel Bennet Riddels, 29 de junio de 1855; W.E.W. Radley a Vidaurri, 31 de julio de 1955, AGENL, CSV, primera secci?n, caja 32 (correspondencia con extranjeros), exp.

484-B, hs. 11763, 11769.

7 Pendleton tambi?n sirvi? durante alg?n tiempo con Jos? Mar?a Car bajal en Tamaulipas. Edward Pendleton a Vidaurri, 29 de julio de 1855, AGENL, CSV, primera secci?n, caja 32, exp. 4848, h. 11762; Pendleton a Vidaurri, 24 de septiembre de 1855, AGENL, CSV, caja 28, exp. 943, h. 15007; Pendleton a Vidaurri, 15 de diciembre de 1855, AGENL, CSV, h. 15008; Pendleton a Vidaurri, 19 de febrero de 1856, AGENL, CSV, h. 15009; Pendleton a Vidaurri, 5 de agosto de 1856, AGENL, CSV, h. 15010; Pendleton a Vidaurri, a Ignacio J?uregui, Ignacio Ram?rez, Mi guel Blanco Buenrostro, 20 de septiembre de 1856, AGENL, CSV, se gunda secci?n, caja 42, exp. 1373, h. 16667. 8 Dufour, 1957, pp. 84-88;Wheat, 1907, p. 168; Freeman, 1946, v.

1, pp. 87, 88.

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 209

y conducidos a la ciudad de M?xico para ser juzgados bajo la acusaci?n de ?libusterismo.9 Algunos europeos tambi?n participaron en las acciones mi litares que condujeron a la ca?da de Santa Anna. El general Santos Degollado contrat? los servicios del italiano Luis G. Ghilardi (1800-1863), ex coronel del ej?rcito de Garibaldi, quien hab?a llegado a M?xico a finales de 1853. Ghilardi acom pa?? a Degollado en la derrota de Tizayuca, Jalisco, el 28 de marzo de 1855.10 El 30 de noviembre de 1855 Comonfort le dio el grado de general de brigada y en diciembre de ese

mismo a?o milit? en Quer?taro en la campa?a de la Sierra Gorda contra Tom?s Mej?a y Jos? L?pez Uraga. Posterior

mente luch? en Puebla y, siendo gravemente herido el 11 de marzo de 1856 en un asalto a la capital estatal, fue a Europa

a curarse.11 Otro europeo, el espa?ol Nicol?s de R?gules

(1826-1895), veterano de las guerras carlistas en Espa?a, to m? parte en la campa?a en el estado de Michoac?n, bajo las ?rdenes del general Epitacio Huerta.12 Aunque Vidaurri, Alvarez y otros caudillos hab?an con tratado tropas mercenarias para luchar contra el r?gimen de Santa Anna, los ide?logos del movimiento constitucionalista se mostraron divididos acerca del asunto durante la nueva lucha civil entre liberales y conservadores que empez? con el golpe de estado de enero de 1858. Ju?rez recibi? en repeti das ocasiones propuestas de ayuda extranjera, pero rechaz? tales ofertas.13 Desaprob? la pr?ctica de Jos? Mar?a de Jes?s Carbajal y Juan Cortina, quienes ten?an fuertes lazos con Es 9 Reclamaci?n y documentos relativos a la expedici?n a M?xico de Juan Napole?n Zerman y otros filibusteros de las goletas "Archibald Gra

cie" y "Rebeca Adams", 2 de diciembre de 1857, AHGE, L-E-1932 a

1940; Montes a la embajada mexicana en Washington, 2 de diciembre de 1857, AHGE, CR-1-4, hs. 327, 328, 427-430, 433-436, 496, 497, 527-529; Zerman, 1858, pp. 1-14; Chamberlain, 1954, pp. 179-184. 10 Fuentes D?az, 1959, p. 42. 11 Biograf?a Luis Ghilardi, en Ju?rez, 1964-1975, v. 15, p. 984. 12 R?gules hab?a venido a M?xico en 1846 v?a Cuba y Estados Uni dos, Diccionario Porr?a, 1976, v. 2, p. 1736. 13 William H. Henry a Ju?rez, 13 de junio de 1858 y 1 de julio del mis mo a?o, ABJ, Ms. 1-25 y 1-27; Ju?rez a Henry, 3 de agosto de 1858, ABJ, Ms. 1-26; D.R. Bisdom a Ju?rez, 20 de diciembre de 1860, ABJ, Ms. 2-68.

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LAWRENCE DOUGLAS TAYLOR HANSON

tados Unidos, de contratar soldados norteamericanos para sus

fuerzas militares. Acept? que personas seleccionadas, o sea, soldados profesionales y de buena conducta, pod?an nacio nalizarse para servir al ej?rcito republicano.14 En general, Ju?rez prefiri? conseguir ayuda pecuniaria para comprar ar mas y municiones en lugar de contratar mercenarios. Otros miembros del gabinete liberal, como Melchor Ocampo, com

partieron la itud de su jefe.15

No todos los miembros del partido liberal estuvieron de acuerdo con Ju?rez sobre este asunto. Despu?s de mucha re flexi?n Mat?as Acosta opin?: no es deshonroso ni impol?tico organizar legiones de extranje ros que vengan a nuestro servicio, convirti?ndose desde luego en mexicanos, y que se pueden licenciar a poco tiempo, d?ndo les tierras para que sirvan de base a la colonizaci?n.16

A?n dentro del mismo gabinete juarista, el ministro de Ha cienda y Fomento Miguel Lerdo de Tejada explor? la posi bilidad de armar un ej?rcito de voluntarios norteamericanos, si ?stos profesaban los mismos principios que los liberales. Du

rante su viaje a Estados Unidos en el verano de 1859 Lerdo de Tejada intent?, sin ?xito, reclutar una fuerza de soldados de fortuna estadunidenses.17 A pesar del fracaso de los esfuerzos de Lerdo de Tejada de contratar grandes contingentes de tropas extranjeras, un peque?o n?mero de soldados de fortuna de diversas nacio nalidades se unieron a los grupo liberales en las regiones sur y central de M?xico. Zerman y sus partidarios, dejados en 14 Andr?s Trevi?o a Ju?rez, 1 de enero de 1860, ABJ, Ms. 2-136; Ju? rez a Trevi?o, 18 de enero de 1860, ABJ, Ms. 2-136 bis; Carbajal a Ju? rez, 30 de enero de 1860, ABJ, Ms. 2-71. Temeroso del efecto de incursiones filibusteras en las poblaciones de la frontera norte?a, Ju?rez continu? or denando a Carbajal no incorporar fuerzas extranjeras a su ej?rcito duran

te los a?os de la intervenci?n francesa. Ju?rez a Carbajal, 16 de marzo

de 1866, ABJ, Ms. 1464.

15 Ju?rez a George B. Matthew, 14 de septiembre de 1860, ABJ, Ms. Supl. 93; Rivera Cambas, 1959-1960, v. 15, p. 123. 16 Acosta a Ju?rez, 2 de mayo de 1859, ABJ, Ms. 1-42. 17 Mej?a, 1958, pp. 45, 46; Bl?zquez Dom?nguez, 1978, pp. 138, 151.

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 211

libertad finalmente en 1857 despu?s de que se hab?a puesto fin a las acusaciones de filibusterismo, dieron escolta armada a Comonfort de M?xico a Veracruz y luego en barco a Nue va Orleans. Despu?s de dos fracasos por conseguir apoyo es tadunidense para el gobierno liberal con sede en Guanajuato, Zerman regres? a M?xico donde se uni? a las fuerzas de Al varez en Oaxaca.18 Wheat regres? a Guerrero en el oto?o de 1859 y luch? con el ej?rcito liberal del sur hasta el verano de

I860.19 A principios de 1860 el general estadunidense York Smith lleg? a la costa oaxaque?a cerca del pueblo de Huatul co a bordo de la goleta Ocean Wave con algunas tropas de la misma nacionalidad, que el general Alvarez hab?a contrata do para la campa?a liberal en el departamento de Oaxaca.20 18 Cuevas al general Manuel Robles Pezuela, 17 de febrero de 1858,

AHGE,H/110 (73.0), 1857-1858/1; Cuevas a la embajada mexicana en Washington, 22 de marzo de 1858, AHGE, CR 1-3, h. 870; El Siglo Diez y Nueve, 18 de abril de 1858, Rivera Cambas, 1959-1960, vol. 14, p. 208; Diario Oficial del Supremo Gobierno Mexicano, 2 de septiembre de 1858; La Sociedad, 24 de febrero de 1859. Durante la intervenci?n francesa, Zerman,

habi?ndole sido otorgado el grado de general, sirvi? al gobierno republi cano como agente para la compra de armas. Mat?as Romero a Zerman, 18 de marzo de 1862, AHMR, h. 183; Romero al Ministro de Relaciones Exteriores, 8 de enero de 1863, AHMR, h. 210; Romero al Ministro de Relaciones Exteriores, 26 de enero de 1863, AHMR, h. 213; Ju?rez a Ro mero, 22 de octubre de 1863, AHMR, h. 225-2; John L. Green a Rome ro, 31 de marzo de 1864, AHMR, h. 351; Zerman a Romero, 9 y 12 de abril de 1864, AHMR, h. 360; J.R. Whiting a Romero, 26 de abril de 1864, AHMR, h. 376; Zerman a Romero, 27 de abril de 1864, AHMR, h. 378; Zerman a Romero, 9 de mayo de 1864, AHMR, h. 382; Zerman a Romero, 21 de mayo de 1864, AHMR, h. 387; Sebasti?n Lerdo de Te jada, ministro de Guerra y Marina, a Romero, 2 de junio de 1865, en Correspondencia Legaci?n, vol. 6, p. 203; Epitacio Huerta a Romero, 26 de diciembre de 1865, AHMR, h. 798; Romero a Laura Zerman, 12 de marzo de 1867, AHMR, libro copiador, vol. 1, h. 360. 19 Despu?s de salir de M?xico, Wheat se uni? a un grupo de volunta rios brit?nicos para ir a Italia y ayudar a Garibaldi a lograr la independen cia de este pa?s. Muri? en la batalla de Gaines Mill en Virginia durante la guerra civil en Estados Unidos, luchando al lado de los estados confede rados del sur. Dufour, 1957, pp. 107, 108; Wheat, 1907, p. 168; Freeman, 1946, vol. 1, pp. 87, 88.

20 Rivera Cambas, 1959-1960, vol. 15, p. 147; Rivera Cambas, 1961-1962, vol. 1, parte B, p. 420; Carta de Porfirio D?az, coronel en jefe de la brigada mixta del istmo de Tehuantepec, publicada en el Diario Of i

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El polaco J?zef Tabachinski sirvi? a las fuerzas liberales que lucharon en el estado de Veracruz.21

Otros mercenarios lucharon con los ej?rcitos constitucio nalistas en el occidente de M?xico. R?gules, mencionado an teriormente, sirvi? en el ej?rcito del general Gonz?lez Ortega.

Le fue otorgado el grado de general de brigada por su distin guida conducta en la batalla de Silao, Guanajuato, el 10 de

agosto de I860.22 El coronel estadunidense Jos? Mar?a Chessman, como jefe del Batall?n de Rifleros Mixto de la Uni?n en el ej?rcito de Santos Degollado, tom? parte en el sitio de Guadalajara puesto por los liberales en junio de 1858. Tambi?n particip? en la batalla de Atenquique, cerca de la capital tapat?a en diciembre de 1859. Chessman continu? sus servicios en las fuerzas liberales del oeste hasta la toma de la ciudad de M?xico a finales de diciembre de I860.23

El ej?rcito de Vidaurri, en el norte de M?xico, probable mente recibi? el auxilio m?s grande de mercenarios de Esta dos Unidos y otras naciones debido a su proximidad con este pa?s y su control de los puertos de Matamoros y Tampico. Vidaurri era un hombre de gran riqueza personal, que po d?a utilizar los ingresos de la aduana fronteriza y los de los cial del Supremo Gobierno Mexicano, 3 de febrero de 1860.

21 Rivera Cambas, 1959-1960, vol. 14, p. 180. 22 "Nicol?s de R?gules (1826-1895)", en Diccionario Porr?a, 1976, vol.

2, p. 1736.

23 Cambre, 1949, pp. 106-108, 432; Carta de Leonardo M?rquez al ge neral de divisi?n Antonio Corona, 14 de septiembre de 1859 y 17 de octu bre del mismo a?o, en Garc?a, 1972, pp. 629, 632, 633; Rivera Cambas, 1959-1960, vol. 15, p. 148; Cuevas, 1967, pp. 803-809; Diario Oficial del Supremo Gobierno Mexicano, 26 de enero de 1860; Diario de Avisos, 31 de ene

ro de 1859, 4 de mayo, 24 de junio y 4 de agosto del mismo a?o; La Socie dad, 24 de marzo de 1859. Posiblemente otros soldados de fortuna sirvieron

a los liberales en el occidente. La prensa conservadora report? que, en una escaramuza con una partida de las fuerzas de Degollado por la cabeza de la Villa, un extranjero fue capturado y hecho prisionero en la capital. Tambi?n notific? al p?blico el descubrimiento de los cuerpos de un capi t?n y otros oficiales norteamericanos cerca del pueblo de Santo Tom?s, en las inmediaciones de M?xico, despu?s del asalto constitucionalista con tra la capital el 2 de abril de 1859. Zamacois, 1880, vol. 15, p. 186; Dia rio de Avisos, 23 de marzo y 4 de abril de 1859; El Noticioso de la Capital, 6 de abril de 1859.

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 213

bald?os situados en la parte occidental de Coahuila como ga rant?a para financiar sus campa?as en el norte.24 El coronel norteamericano Edward H. Jordan (m. 1863)25 actu? como jefe del cuerpo de artiller?a del ej?rcito del gene ral Juan Zuazua, dirigente de las operaciones militares de Vi daurri durante las campa?as del verano de 1858 en el estado de San Luis Potos?. Zuazua consider? a Jordan como uno de los oficiales m?s capaces bajo su mando.26 Los 30 ca?ones de Jordan, manejados por artilleros mexicanos, desempe?aron un papel decisivo en la toma de la ciudad de San Luis Potos?, defendida por 1000 soldados conservadores, el 30 de junio de 1858.27 Despu?s de la captura de esta poblaci?n impor tante, Jordan remplaz? a Zuazua como comandante en jefe del ej?rcito, puesto que el ?ltimo no estuvo de acuerdo con Vidaurri respecto de retirarse hacia el norte. El cambio de mando alter? seriamente la moral de las tropas liberales y con

dujo a su derrota en la batalla de Ahualulco, situado a unos 56 kil?metros al noroeste de la capital potosina, el 29 de sep tiembre de 1858.28 24 Ignacio Galindo a Ju?rez, 7 de julio de 1859, ABJ, Ms. 1-54; Dia

rio Oficial del Supremo Gobierno Mexicano, 28 de abril de 1858, 10 de marzo

de 1860; Rivera Cambas, 1959-1960, vol. 15, pp. 62, 190; Zorrilla,

1966, vol. 1, p. 391; Moseley, 1963, p. 323; Cerutti, 1983, pp. 35-64. 25 Para datos biogr?ficos sobre la vida de Jordan, v?anse Cavazos Gar za, 1984, vol. 1, p: 250, y una circular de Vidaurri expedida a diversas personas, 14 de diciembre de 1856, AGENL, CSV, segunda secci?n, caja 42, exp. 1373, h. 16662 y Bolet?n Oficial (Monterrey), 29 de julio de 1863.

26 Zuazua a Vidaurri, 2 de junio de 1858, AGENL, CSV, primera sec

ci?n, caja 28, exp. 452 C, h. 10090.

27 Zuazua a Vidaurri, 10 de julio de 1858, AGENL, CSV, caja 28, exp. 452 D, h. 10111, en la batalla Jordan fue herido en el brazo. Vidau rri y Zuazua reconocieron posteriormente su contribuci?n a la victoria li beral. Carta de Vidaurri a Jordan, 7 de julio de 1858, Bolet?n Oficial (Monterrey), 8 y 14 de julio de 1858; informe del general Juan Zuazua sobre la batalla de San Luis Potos?, Bolet?n Oficial (Monterrey), 17 de julio

de 1858.

28 En su parte oficial sobre la batalla, Vidaurri atribuy? la derrota de su ej?rcito a las vicisitudes del clima y al cansancio y hambre que sufr?a.

No obstante, muchos historiadores que han estudiado el tema est?n de acuerdo con la hip?tesis presentada anteriormente. V?anse Vel?zquez, 1982, pp. 293-295, 306, 307; D?vila, 1983, pp. 37, 38; Rivera Cambas, 1959-1960, vol. 14, pp. 244, 245; Naranjo, 1934, p. 147.

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LAWRENCE DOUGLAS TAYLOR HANSON

Despu?s del retiro de Jordan, Vidaurri dio ?rdenes a Ig nacio Galindo, su agente de compras en los Estados Unidos, de ofrecer al norteamericano J.K. Duncan el puesto de jefe de la artiller?a del ej?rcito del norte, "equip?ndolo con inge

nieros, oficiales y soldados norteamericanos de su elecci?n para

tres o cuatro bater?as". Galindo encontr? a Duncan en Nue

va Orleans y lo contrat?, sin esperar la autorizaci?n de Ju?

rez en Veracruz, bajo la condici?n de que el ?ltimo

permanecer?a en M?xico hasta finalizar las hostilidades, en que su contrato expirar?a (si no fuera necesario extenderlo) y que percibir?a el sueldo correspondiente a su rango en el ej?rcito norteamericano. El cuerpo de artilleros fue constituido

por mexicanos, salvo los oficiales, que eran norteamerica nos.29 Otros voluntarios extranjeros que sirvieron en el ej?r

cito de Vidaurri durante la Guerra de Tres A?os fue el artillero

estadunidense Gordian Sheible y dos hombres de origen euro peo llamados Pedro A. Bastendes y Rodolfo de Clairmont. Bastendes particip? en la campa?a de San Luis Potos? en 1858 y luego como artillero durante el sitio de Tampico. Clairmont sirvi? como asesor militar, puesto que hab?a tenido experiencia

como miembro de un estado mayor en su pa?s natal.30

29 Vidaurri previamente hab?a rechazado una oferta de Duncan hecha en julio de 1855 en la ciudad de Saltillo, debido a la renuncia de Santa Anna a principios de agosto de este mismo a?o. Vidaurri a Duncan, 14 de junio de 1859, AGENL, CSV, primera secci?n, caja 32, exp. 480, h. 11573; Galindo a Vidaurri, 6 de julio de 1859, primera secci?n, caja 14, exp. 216, h. 5093; Galindo a Vidaurri, 7 de julio de 1859, AGENL, CSV, h. 5096; Vidaurri a Zuazua, 9 de junio de 1859, AGENL, CSV, primera secci?n, caja 28, exp. 452 F, h. 10214; Vidaurri a Zuazua, 18 de julio de

1859, AGENL, CSV, exp. 452G, h. 10320.

30 Gordian Sheible a Vidaurri, 18 de febrero de 1863, AGENL, CSV, primera secci?n, exp. 484C, h. 11771; Vidaurri a Zuazua, 18 de julio de 1859, AGENL, CSV, primera secci?n, caja 28, exp. 452 G, h. 10320. No todos los texanos que sirvieron con Vidaurri eran norteamericanos, sino que incluyeron algunos mexicano-americanos, Zaragoza, 1962, p. 47. No se sabe con seguridad si Vidaurri contrat? voluntarios extranjeros duran te la intervenci?n francesa. En una ocasi?n solicit? permiso de Ju?rez pa ra enlistar norteamericanos en su ej?rcito. Vidaurri a Ju?rez, 28 de abril de 1862, Roel, 1946, vol. 1, p. 123. Las relaciones entre Vidaurri y Ju? rez se empeoraron gradualmente debido al asilo que aqu?l proporcion? a Ignacio Comonfort a su regreso de Estados Unidos, en 1861. En 1864 el caudillo del norte se uni? al imperio de Maximiliano.

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 215 Aunque no se puede determinar con exactitud cu?ntos mer cenarios lucharon con los ej?rcitos liberales en las diferentes regiones de M?xico en los a?os de 1854 a 1858, es evidente que constituyeron una fracci?n muy reducida del n?mero total de los combatientes involucrados en esta lucha. Sin embar

go, su participaci?n, por menor que fuera, era indicativa de una tendencia que iba a ser mucho m?s marcada en la gue rra de los republicanos contra el imperio durante los ?ltimos

a?os de la intervenci?n francesa.

La intervenci?n En los primeros a?os de la intervenci?n francesa (1861-1863) los voluntarios europeos en los ej?rcitos liberales eran m?s nu

merosos que los mercenarios norteamericanos, debido al he cho de que la guerra civil dur? en Estados Unidos de 1861 a 1865 y ofreci? suficientes oportunidades de empleo para los

?ltimos, a lo menos hasta 1864 cuando se acercan los ?ltimos d?as de los Estados Confederados del Sur. En un principio la situaci?n militar de la facci?n liberal no era tan desespera da como para necesitar una contrataci?n en grande de nor teamericanos, quienes hab?an simbolizado un elemento de hostilidad y desconfianza para el pueblo mexicano desde la

guerra de 1846 a 1848.

Algunos italianos se unieron al ej?rcito constitucionalista debido a la afinidad pol?tica compartida entre el liberalismo mexicano y el movimiento para la unificaci?n de Italia de la segunda mitad del siglo XIX.31 En los primeros meses de 1862 Ghilardi, acompa?ado de cinco elementos, se present? ante Mat?as Romero, representante diplom?tico de M?xico en los Estados Unidos, con una carta de presentaci?n de Ga ribaldi a Ju?rez. Cayetano Barrera, representante peruano en Washington, proporcion? a ?l y a sus compatriotas un pr?s

tamo de 1 800 pesos para el pasaje hacia Acapulco v?a Pana m?.32 El 3 de julio de 1862 Ghilardi fue designado por Juan 31 Beteta, 1962, pp. 24, 28, 29, 31; Gay, 1932, pp. 1-19. 32 Romero al Ministro de Relaciones Exteriores, 31 de mayo de 1862, en Correspondencia Legaci?n, vol. 2, pp. 208, 209. Uno de los cinco compa

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Alvarez, comandante militar de la plaza de Acapulco, que

defendi? contra el bombardeo del capit?n Le Bris, jefe de la escuadrilla francesa en el Pac?fico.33 Luego se incorpor? al Ej?rcito de Oriente, al mando de Jes?s Gonz?lez Ortega, co mo general de la primera brigada de infanter?a de Zacatecas bajo las ?rdenes del general Francisco Alatorre, jefe de la cuar

ta divisi?n de infanter?a. Se le encarg? la defensa del fuerte Hidalgo durante el sitio de la ciudad de Puebla en 1863,34 y lo hicieron prisionero cuando la ciudad cay? ante los france ses, pero logr? escaparse. El gobierno liberal lo nombr? se gundo jefe de la comandancia de Jalisco en junio de 1863. Fue capturado por los franceses en Colotl?n, Jalisco, el 16 de marzo de 1864, trasladado a Aguascalientes y fusilado el siguiente d?a.35 Otro veterano del ej?rcito garibaldino que sirvi? al lado de Gonz?lez Ortega en el sitio de Puebla fue H?rcules Sa viotti; como Ghilardi, logr? escaparse despu?s de la ca?da de la ciudad y regres? a M?xico para militar otra vez con los liberales. Despu?s de la guerra se naturaliz? mexicano y ocup?

puestos consulares primero en Ginebra y luego en Faenza, Italia, donde muri? a finales de octubre de 1907.36 ?eros era Giuseppi Larquaniti. Jos? Larquaniti a Ju?rez, 11 de octubre de 1867, ABJ, Ms. 20-3279. 33 Alvarez a Ghilardi, 28 de septiembre de 1862, El Siglo Diez y Nueve,

4 de octubre de 1862; Le Bris a Alvarez, 9 de enero de 1863 y Alvarez a Le Bris, 9 de enero de 1863, en Correspondencia Legaci?n, vol. 3, p. 361;

Ghilardi a Romero, 28 de julio de 1862, AHMR, libro copiador vol. 1, transcripciones de documentos sin n?mero; Ghilardi a Alvarez, 21 de ju lio de 1862; AHMR, Luis Ghilardi, proclama como comandante y prefec to del Distrito de Acapulco (s.f.), AHMR. 34 Gonz?lez Ortega, 1963, pp. 21, 43, 70, 106; Gonz?lez Ortega al Ministro de Guerra, 27 de marzo de 1863, Ju?rez, 1964-1975, pp. 460, 461; Gonz?lez Ortega a Ignacio Comonfort, 30 de marzo de 1863, Ju? rez, 1964-1975, pp. 460-461; Gonz?lez Ortega a Ignacio Comonfort, 29 de abril de 1863, Ju?rez, 1964-1975, pp. 545, 546.

35 Ju?rez, 1964-1975, vol. 8, p. 736. ?

36 Saviotti hab?a sido recomendado a Ju?rez por el presidente Abra ham Lincoln de Estados Unidos. Lalanne, 1984, p. 254; Romero al Mi nistro de Relaciones Exteriores, 24 de diciembre de 1865, en Correspondencia

Legaci?n, vol. 5, pp. 928-930; carta de naturalizaci?n de H?rcules Saviotti registrada en septiembre de 1892, en Memoria Relaciones, 1931, p. 1255;

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 217

Cierto n?mero de espa?oles tambi?n lucharon con los ej?r citos liberales. R?gules, mencionado en conexi?n con las gue

rras de la reforma, era general de la tercera brigada de Michoac?n durante el sitio de Puebla.37 El 11 de abril de 1865 particip? en la captura de Tac?mbaro, Michoac?n, y la toma de Uruapan pocos d?as despu?s.38 Fue elevado a co mandante de la primera divisi?n del Ej?rcito del Centro y lue go a general en jefe del estado de Michoac?n.39 Despu?s de la derrota del general liberal Jos? Mar?a Arteaga, R?gules as cendi? a jefe del Ej?rcito del Centro.40 Sujeto a las ?rdenes del general Ram?n Corona, jefe del Ej?rcito de Occidente, tom? parte en el sitio de Quer?taro. Despu?s de la guerra fut

nombrado comandante de la Primera Divisi?n del Centro, con sede en Morelia.41 Otro espa?ol, Tel?sforo Tu??n Ca Ignacio Mariscal al senado mexicano, 25 de octubre de 1888, AHGE, L E-1943, h. 1 ; acuerdo de nombramiento de H?rcules Saviotti como c?nsul mexicano en Faenza, Italia, 4 de mayo de 1907, AHGE, 5-12-21, h. 1; R. N??ez, subsecretario de la Tesorer?a General de la Naci?n, 16 de ene ro de 1908, AHGE, 5-12-21, h. 45; G.A. Esteva al Secretario de Relacio nes Exteriores, 20 de noviembre de 1907, AHGE, 5-12-21, h. 42. Giuseppe Mazzini, quien viv?a exiliado en Londres, escribi? a Ju?rez el 14 de di ciembre de 1855 con la oferta de organizar una Legi?n Republicana Euro pea, utilizando como n?cleo el grupo garibaldino de Estados Unidos y Sudam?rica para trasladarse a M?xico y luchar contra los invasores fran ceses. Aunque un cierto n?mero de italianos como Ghilardi y Saviotti se unieron a los ej?rcitos liberales mexicanos, no se sabe nada de la forma ci?n de una legi?n "italiana" o "republicana europea". Giuseppe Maz zini a Ju?rez, 17 de diciembre de 1865, ABJ, Ms. 9-1282; Roberto Armenio a Ju?rez, s.f., ABJ, Ms. 1-4; Armenio a Ju?rez, 13 de abril de 1866, ABJ, Ms. 10-1414; Ju?rez, 1964-1975, vol. 15, p. 1018; Gay, 1932, pp. 1-19. 37 Regules al ministro de guerra Miguel Blanco, 9 de agosto de 1862, ABJ, Ms. 339; Regules a Blanco, 18 de agosto de 1862, ABJ, Ms. 340; Gonz?lez Ortega al ministro de Guerra, 25 de abril de 1863, ABJ, Ms. Suppl. 454; composici?n del Ej?rcito de Oriente, Gonz?lez Ortega, 1963,

p. 21.

38 Ju?rez, 1964-1975, vol. 10, pp. 101-110. 39 Diego Alvarez a Ju?rez, 25 de diciembre de 1865, ABJ, Ms. 1216; Ezequiel Montes a Ju?rez, 3 de diciembre de 1865, ABJ, Ms. 1285. 40 Ju?rez a Pedro Santacilia, 21 de diciembre de 1865, ABJ, Ms. 1370;. Ju?rez a Santacilia, 26 de enero de 1866, ABJ, Ms. 99. 41 R?gules a Ju?rez, 20 de febrero de 1867, ABJ, Ms. 269; Mariano Escobedo a Ju?rez, 27 de abril de 1867, ABJ, Ms. 2783; Escobedo a D?az, 28 de abril de 1867, ABJ, Ms. 2785; Ju?rez, 1964-1975, vol. 12, p. 324.

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?edo, era jefe de una brigada durante la batalla de Puebla el 5 de mayo de 1862. Y en el sitio de la misma ciudad en 1863 sirvi? como teniente coronel del 32o. Batall?n Zarago za bajo las ?rdenes del general Alatorre.42 Los hermanos habaneros Manuel y Rafael Quezada tuvie ron un papel notable en los primeros a?os de la interven ci?n.43 Como coronel, Manuel Quezada particip? el 7 de

noviembre de 1862 en la batalla de Cerro Gordo, Veracruz, que termin? en una derrota para el ej?rcito liberal.44 Duran te el sitio de Puebla fue comandante del Escuadr?n de Lan

ceros bajo las ?rdenes del coronel Aureliano Rivera.45 Con el retiro de Gonz?lez Ortega del mando del Ej?rcito de Occi

dente, Quezada ascendi? a general de la Caballer?a de este cuerpo, mientras que Antonio Carbajal se qued? con la jefa tura de la infanter?a.46 Despu?s de la derrota de estos dos ?l

timos en la batalla de Estanzuela, Durango, el 22 de

septiembre de 1864, Manuel y su hermano se refugiaron en Estados Unidos, donde pasaron el resto de la guerra involu crados en intrigas para postular a Gonz?lez Ortega como pre sidente de M?xico.47 42 Parte del general Francisco Lamadrid, 7 de mayo de 1862, Ju?rez, 1964-1975, vol. 6, pp. 454, 455; composici?n del Ej?rcito de Oriente, en

Gonz?lez Ortega, 1963, p. 21.

43 Benito Ju?rez, "Efem?rides", Ju?rez, 1964-1975, vol. 1, pp. 355,

357, 360, 364-367.

44 Manuel D?az Mir?n, gobernador militar de Veracruz, al general en jefe del Ej?rcito de Oriente, 8 de noviembre de 1862, Ju?rez, 1964-1975,

vol. 7, p. 108.

45 Comonfort al Ministro de Guerra, 9 de mayo de 1863, Ju?rez, 1964-1975, vol. 7, p. 570; composici?n del Ej?rcito de Oriente, Gonz?

lez Ortega, 1963, p. 24.

46 Carbajal a Ju?rez, 1 de octubre de 1864, Ju?rez, 1964-1975, vol.

9, p. 393.

47 Quezada a Ju?rez, 15 de octubre de 1864, Ju?rez, 1964-1975, vol.

9, pp. 441, 442; Ju?rez a Santacilia, 3 de agosto de 1865, Ju?rez, 1964-1975, vol. 10, p. 131; Santacilia a Ju?rez, 28 de septiembre de 1865,

Ju?rez, 1964-1975, pp. 191, 192; Ju?rez a Santacilia, 26 de octubre de 1865, Ju?rez, 1964-1975, p. 329, Santacilia a Ju?rez, 3 de noviembre de 1865, Ju?rez, 1964-1975, pp. 346, 347; Quezada a Gonz?lez Ortega, 18 de diciembre de 1865, Ju?rez, 1964-1975, pp. 400, 401; Santacilia a Ju? rez, 2 de marzo de 1866, Ju?rez, 1964-1975, p. 736; Santacilia a Ju?rez, 16 de abril de 1866, Ju?rez, 1964-1975, p. 836; Juan J. Baz a Ju?rez, 26

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 219

Voluntarios de diversas nacionalidades lucharon por la cau sa liberal en M?xico. Tabachinski, mencionado anteriormente,

era teniente coronel de un regimiento de carabineros a caba llo asignado a la primera brigada de caballer?a bajo las ?rde

nes del general Tom?s O'Har?n durante el sitio de Puebla en 1863. Muri? en un enfrentamiento el 4 de abril de 1865 con el coronel conservador Francisco Naranjo entre los pue blos de Gigedo y Nava en el norte de Coahuila.48 El tenien te coronel Carlos von Gagern, veterano del ej?rcito prusiano,

era comandante del Vig?simo Sexto Batall?n de Zapadores bajo el mando del general Ghilardi en el sitio de Puebla.49 El belga Jean H. Keats, veterano del Ej?rcito del Potomac en la guerra civil estadunidense, sirvi? como teniente coro nel de ingenieros bajo las ?rdenes de Porfirio D?az en la de de abril de 1866, Ju?rez, 1964-1975, pp. 890, 891; Santacilia a Ju?rez, 12 de julio de 1866, Ju?rez, 1964-1975, vol. 11, p. 198; Ju?rez a Santa cilia, 15 de octubre de 1866, Ju?rez, 1964-1975, pp. 649-650; Quezada a Gonzalez Ortega, 18 de diciembre de 1866, Ju?rez, 1964-1975, pp. 665, 666. En 1869 Manuel Quezada fue designado jefe del ej?rcito rebelde cu bano al iniciarse la lucha por la independencia de Cuba. Quezada al mi nistro de Guerra mexicano, 5 de abril de 1877, Ju?rez, 1963-1974, vol. 14, p. 441; Ju?rez, 1970, p. 57. 48 Benito Ju?rez, "Efem?rides", Ju?rez, 1964-1975, vol. 1, pp. 351, 354; composici?n del Ej?rcito de Oriente, en Gonz?lez Ortega, 1963, p. 23; informe de Miguel Negrete, ministro de Guerra y general en jefe de la Divisi?n de Operaciones, al ministro de Relaciones Exteriores y Gober naci?n, 12 de abril de 1865, en Correspondencia Legaci?n, vol. 6, p. 158. 49 Gagern emigr? a M?xico en 1853 bajo un contrato otorgado por el general Jos? L?pez Uraga para ense?ar en el Colegio Militar. Jes?s La lanne a Francisco G. Cosmes, 19 de junio de 1895, Lalanne, 1984, p. 254. Durante la guerra de la reforma actu? como jefe de un batall?n de zapadores en el ej?rcito conservador de Leonardo M?rquez. Manifiesto de Leonardo M?rquez, 1869, Baz, 1972, p. 249. Cay? prisionero despu?s de la ca?da de Puebla en 1863 y fue deportado a Francia. Puesto en liber tad, regres? a M?xico y tom? parte en la defensa de Quer?taro al lado de la facci?n conservadora. Brevemente encarcelado despu?s de la ca?da de la ciudad en manos de los liberales, se naturaliz? como ciudadano me xicano en marzo de 1868, Memoria Relaciones, 1931, p. 1044. Particip? en la pol?tica mexicana de 1870 a 1882 (con una interrupci?n de 1871 a 1872, cuando vivi? en el exilio), luego fue designado agregado militar en Berl?n.

Francisco L. Mena a la Secretar?a de Relaciones Exteriores, 21 de abril

de 1882, AHGE, L-E-1204, hs. 15-17.

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fensa de la ciudad de Oaxaca de diciembre de 1864 a febrero

de 1865. Fue tomado preso, aprisionado en las fortalezas de Guadalupe y Loreto, Puebla, y trasladado a una c?rcel en M?xico. Puesto en libertad, se neg? a unirse con los conser vadores. Se sum? a las fuerzas liberales en el norte de la Re

p?blica, donde ayud? en la preparaci?n de las obras de defensa

de La Angostura, Coahuila. Posteriormente actu? como

miembro del Club Liberal Mexicano con base en Nueva York

y de agente secreto para el ej?rcito republicano.50 El capit?n sueco Erick Wulff tambi?n actu? como agente secreto liberal antes de ingresar al ej?rcito del general Ma riano Escobedo a partir de junio de 1866. Adem?s de ser sol dado, continu? su papel de agente y corresponsal del New York

Tribune. Despu?s de la ca?da de la ciudad de M?xico en junio de 1867, se uni? a las fuerzas de Porfirio D?az.51 Como ?l

timo ejemplo, el coronel argentino Edelmiro M?yer

(1837-1897), veterano del ej?rcito argentino y de la guerra civil de los Estados Unidos, particip? el 16 de junio de 1866 en la batalla de Santa Gertrudis, cerca de Camargo, Tamau lipas, como jefe del prestigiado Batall?n Zaragoza del ej?rci to de Escobedo. Fue general de l?nea en el sitio de Quer?taro en mayo de 1867 y la toma de la ciudad de M?xico el mes siguiente.52 50 John H. Keats a Romero, 8 de mayo de 1865, AHMR, h. 654; Keats a Romero, 21 de mayo de 1865, AHMR, h. 661; Keats a Romero, 5 de junio de 1865, AHMR, h. 671; protesta del Club Mexicano de Nue va York contra don Antonio L?pez de Santa Anna, 15 de mayo de 1866, Correspondencia Legaci?n, vol. 7, pp. 553, 554; Romero a Ju?rez, 4 de octu

bre de 1866, ABJ, Ms, h. 1830. 51 Romero a Ju?rez, 28 de septiembre de 1865, ABJ, Ms. 10-1320; Romero al ministro de Relaciones en El Paso del Norte, 11 de octubre de 1865, Correspondencia Legaci?n, vol. 5, p. 685; Romero a Wulff, 10 de febrero de 1867, AHMR, libro copiador, vol. 1, h. 222; Romero a Wulff, 7 de marzo de 1867, AHMR, libro copiador, vol. 1, h. 342; Romero a Wulff, 19 de marzo de 1867, AHMR, libro copiador, vol. 1, h. 394; Ro mero a Wulff, 21 de marzo de 1867, AHMR, libro copiador, vol. 1, h. 401; Romero a Wulff, 31 de marzo de 1867, AHMR, libro copiador, vol. 1, h. 459; Romero a Wulff, 10 de abril de 1867, AHMR, libro copiador, vol. 1, h. 525; Porfirio D?az a Romero, 21 de junio de 1867, AHMR, li bro copiador, vol. 1, h. 1907. 52 Mayer, 1954, vol. 5, p. 161; M?yer, 1972, pp. vi-xii. M?yer lleg?

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La progresiva derrota y desintegraci?n de las fuerzas libe

rales en la ?ltima mitad de 1863 y los primeros meses de 1864

oblig? al gobierno juarista a buscar mayor ayuda en t?rmi nos de la contrataci?n de tropas mercenarias. Su atenci?n se dirigi? especialmente hacia Estados Unidos, debido a su pro ximidad geogr?fica, sus simpat?as para la causa republicana mexicana y su abundancia de soldados entrenados a ra?z de

la Guerra de Secesi?n.

Como representante diplom?tico del gobierno liberal en Es tados Unidos, Mat?as Romero se encarg? de gran parte de la tarea de atraer voluntarios estadunidenses para luchar en M?xico. Aunque ya exist?a mucha afici?n entre el pueblo nor teamericano hacia el partido liberal mexicano, Romero tuvo que dedicar grandes esfuerzos para estimularlo a?n m?s. Pu blic? art?culos en los principales peri?dicos en los Estados Uni dos, distribuy? publicaciones que trataron de la vida de Ju?rez

y la situaci?n pol?tica en M?xico, y, por ?ltimo, dio una se rie de banquetes p?blicos a los cuales invit? a personajes im

portantes de los c?rculos militares y gubernamentales

norteamericanos. Tambi?n Romero tuvo que coordinar los esfuerzos de una docena o m?s de agentes liberales ubicados en las ciudades de San Francisco, Nueva Orleans, Nueva York y Washington. El gobierno juarista mand? tres hombres con comisiones es peciales para reclutar armas y hombres en las tres primeras ciudades mencionadas; los generales Pl?cido Vega, Gaspar S?nchez Ochoa y Jos? Mar?a Carbajal. Estos tres ten?an a su cargo 15 subagentes para organizar clubes pro liberales en diferentes poblaciones de Estados Unidos, publicar peri?di a M?xico acompa?ado por dos capitanes ayudantes con apellidos Meier y Enking. M?yer, 1972, pp. 145-157. Para informaci?n sobre la partici paci?n de M?yer en la batalla de Santa Gertrudis v?ase el parte de batalla de Santa Gertrudis de Mariano Escobedo al ministro de Guerra y Mari na, 19 de junio de 1866, en Correspondencia Legaci?n, vol. 6, p. 764 y ss. Comprometido por su antigua amistad con Porfirio D?az, se incorpor? al movimiento revolucionario encabezado por este ?ltimo para derrocar a Ju? rez ? principios de 1869. Al ser descubierto, fue condenado a muerte, pe ro Domingo Faustino Sarmiento le salv? la vida. El Siglo Diez y Nueve, 11 de octubre de 1871.

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cos en espa?ol y reunir fondos para realizar actividades pro pagand?sticas.53 Debido a los esfuerzos de estos hombres, un peque?o pero creciente n?mero de mercenarios estadunidenses

empez? a cruzar la frontera a fin de unirse con los grupos republicanos en el norte de M?xico. Para atraer a?n m?s soldados extranjeros a la causa libe ral, el gobierno de Ju?rez, un poco antes de salir de Monte rrey en su camino hacia Chihuahua, public? el 11 de agosto de 1864 un decreto en que anunciaba los t?rminos de pago y premios para los soldados de fortuna que lucharan en los ej?rcitos constitucionalistas. El gobierno concedi? a los ex tranjeros que se presentasen armados a servir en la caballe r?a o infanter?a liberal, un salario mensual de 15 pesos para los soldados rasos, 45 a los tenientes, 205 para los coroneles y 500 a los generales de divisi?n. Estas condiciones de pago eran comparables a las del ej?rcito norteamericano en aque lla ?poca. Adem?s, los soldados extranjeros conservar?an los rangos que hab?an conseguido en los ej?rcitos de sus pa?ses respectivos. El gobierno juarista, por medio de Romero y la embajada en Washington, pagar?a lo que pudiera de los gas tos de pasaje y alimentaci?n de los hombres contratados.54 El decreto tambi?n otorgaba un premio en terrenos por va

lor de 1000 pesos para un soldado raso hasta sargento, de 1 500 pesos para un subteniente hasta capit?n, y de 2000 pe sos para los generales de divisi?n. El gobierno estuvo dispuesto

a aceptar los voluntarios que no ten?an armas, pero s?lo les 53 Los 15 subagentes eran el doctor Juan A. Zambrano, el goberna dor Juan Jos? Baz, el general Pedro de Baranda, el general Jes?s D?az de Le?n, el comandante Justiniano de Zubir?a, el coronel Juan Bustamante, el coronel Enrique A. Mej?a, el coronel Bernardino Smith, el teniente co

ronel Henry R.B. Mac Ivar, el capit?n A. Beasley, Manuel Armend?riz, Francisco N. Borden, Jos? Ferrer, Juan Romero, el hermano de Mat?as Romero y Andr?s Trevi?o, Miller, 1965, pp. 232-236; Latan?, 1926, p.

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54 En m?s de una ocasi?n Ju?rez ofreci? pagar el pasaje de los mexi canos residentes en California y otros lugares de Estados Unidos que qui sieran unirse a su ej?rcito. Ignacio Pesqueira a Ju?rez, 21 de agosto de 1863, ABJ, Ms. 6-735; Ju?rez a Pesqueira, ABJ, Ms. 6-735; Antonio Man cillas a Ju?rez, 21 de agosto de 1863, ABJ, Ms. 5-552; Jes?s Garc?a Mo rales a Ju?rez, 31 de octubre de 1863, ABJ, Ms. 5-570.

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pagar?a un premio de 900 pesos en terrenos. Por ?ltimo, al entrar al ej?rcito republicano, los extranjeros ser?an conside rados como ciudadanos mexicanos.55 Esta provisi?n fue di se?ada para nulificar las acusaciones de la facci?n opositora de que el gobierno liberal estaba inmiscuido en la contrata

ci?n de "tropa mercenaria" o "aventureros".

Con la Guerra de Secesi?n acerc?ndose a su final, Romero recibi? numerosas solicitudes de ciudadanos norteamericanos o extranjeros residentes en Estados Unidos para pelear en M? xico. Muchos de estos hombres fueron atra?dos por los t?r minos del decreto de agosto de 1864, que hab?a sido impreso en los principales peri?dicos metropolitanos.56 El plenipoten ciario mexicano generalmente entreg? cartas de recomenda ci?n a los solicitantes que consider? adecuados, con un aviso de que deb?an dirigirse personalmente al ministro de Guerra del gobierno liberal en el norte de M?xico.57 La terminaci?n de la Guerra de Secesi?n en abril de 1865 y la situaci?n ge neral de desempleo en Estados Unidos en los a?os siguientes 55 Las tierras ser?an bald?os o propiedades agr?colas confiscadas de la facci?n conservadora, de acuerdo con la ley del 16 de agosto de 1863 o cualesquiera otras propiedades que pudieran ser consideradas como bie nes nacionales. Tendr?an un valor vigente en el momento de otorgar el premio. Estar?an formados de una cuarta parte de una legua cuadrada o

una cuarta parte de un sitio de ganado mayor, adem?s de ser libres duran te cinco a?os de toda contribuci?n o impuesto. En caso de que alcanzaran

una poblaci?n de 50 personas se pod?an considerar como pueblo, ley del 11 de agosto de 1864, Dubl?n y Lozano, vol. 9, pp. 691-694; Contra tos, 1868, pp. 268-273; Miller, 1965, p. 239. Los premios fueron pos teriormente derogados por un decreto de Ju?rez emitido el 28 de septiembre

de 1866. Romero al ministro de Relaciones Exteriores, Chihuahua, 30 de octubre de 1866, Correspondencia Legaci?n, vol. 8, p. 452. 56 V?anse por ejemplo, James T. Hefferman a Romero, 3 de abril de

1864, AHMR, h. 356; W.S. Williams a Romero, 7 de abril de 1864,

AHMR, h. 358; H. Trenchard Grafton a Romero, 18 de abril de 1864,

AHMR, h. 366; Ambrose Fanning a Romero, 30 de junio de 1864,

AHMR, h. 402; Alexander Gaal de Gyuler a Romero, 19 de agosto de 1864, AHMR, h. 448; Henry T. Knox a Romero, 3 de enero de 1865, AHMR, h. 572; Knox a Romero, 24 de enero de 1865, AHMR, h. 586; Charles G. Edwards a Romero, 1 de febrero de 1865, AHMR, h. 1521. 57 Romero a Unonius, 25 de febrero de 1867, AHMR, libro copiador vol. 1, h. 300; Romero a Unonius, 11 de marzo de 1867, AHMR, libro copiador vol. 1, h. 356.

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ocasion? otra ola de solicitudes de ex soldados ansiosos de to mar las armas otra vez con un buen sueldo y con la esperan za de disfrutar de fama, aventura y bot?n en M?xico.58 Como en el caso de las guerras de la reforma, es dif?cil cal cular con exactitud el n?mero de voluntarios norteamerica

nos que cruzaron la frontera durante la ?poca de la intervenci?n francesa para luchar con los ej?rcitos liberales.

Aunque Romero sostuvo que unos 3 000 veteranos de gue

rra estadunidenses (la mayor?a ex soldados del Ej?rcito de la Uni?n) se incorporaron a las fuerzas juaristas, tal asevera ci?n parece ser sobrestimada.59 Es posible que unos cientos de voluntarios norteamericanos se incorporaran a una u otra de las facciones beligerantes en M?xico. Y se sabe poco de la participaci?n militar de la mayor?a de ellos. Algunos se alis taron en las expediciones cuasifilibusteras que los generales R.

Clay Crawford, Lewis Wallace, John A. Logan, y el coronel A. F. Reed lanzaron, bajo la jefatura nominal de Jos? Mar?a de Jes?s Carbajal, contra las poblaciones fronterizas de Ma tamoros, Bagdad, y otros lugares bajo control franc?s.60 Otros pelearon con el grupo rebelde encabezado por el capi t?n Pedro de Valdez, de Monclova, Coahuila, o con las otras bandas de guerrilleros liberales del noreste, el m?s importante 58 V?anse C. Kruger a Romero, 24 de abril de 1865, AHMR, h. 642; E.M. Jefferson a Romero, 16 de junio de 1865, AHMR, h. 683; Nicol?s Holden a Romero, 12 de agosto de 1865, AHMR, h. 49855; John A. Je wett a Romero, 6 de septiembre de 1865, AHMR, h. 729; F.W. Jenkins a Romero, 17 de octubre de 1865, AHMR, h. 753; Ernest W. Holmstead a Romero, 15 de mayo de 1866, AHMR, h. 1014; D.C. Howard a Ju? rez, 15 de mayo de 1866, ABJ, Ms. 11-1632; E. Carlo Rolland Bourdon a Ju?rez, 24 de junio de 1866, ABJ, Ms. 12-1782; E. Eluseret a Romero, 27 de agosto de 1866, AHMR, h. 1216; William J. Faherty a Romero, 11 de febrero de 1867, AHMR, h. 1545, William R. Marshall a Romero, 12 de abril de 1867, AHMR, h. 1712. 59 El general Philip Sheridan, comandante de la Divisi?n del Golfo de M?xico del ej?rcito de la Uni?n en los meses inmediatamente despu?s de la Guerra de Secesi?n, estim? que alrededor de 2 000 veteranos estaduni denses (muchos de ellos ex confederados) se unieron al ej?rcito del impe

rio. Miller, 1961, p. 229.

60 Traducciones de noticias de M?xico recibidas en Estados Unidos,

Herald de Nueva York, Correspondencia Legaci?n, vol. 7, pp. 766, 826-829;

Romero a William Hunter, 22 de enero de 1866, ibid, p. 57.

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de los cuales era el ej?rcito de Juan Cortina.61 Se sabe m?s de un grupo de californianos que lucharon con los ej?rcitos liberales de Chihuahua y del oeste de M?xico. Los voluntarios californianos fueron organizados como uni dad militar modelo llamada Legi?n Americana de Honor. Fue formada en San Francisco por los generales mexicanos Pl? cido Vega y Gaspar S?nchez Ochoa.62 El coronel George M. Green, jefe de estado mayor del general Ochoa, enlist? los primeros hombres para la legi?n y funcion? como su coman dante. El cuerpo de voluntarios, formado inicialmente por 25 veteranos del Ej?rcito de la Uni?n estadunidense bajo la je fatura de Green y el capit?n Harvey Lake, se uni? a las fuer zas de Ju?rez en la ciudad de Chihuahua el 15 de septiembre de 1866. A este primer grupo se agreg? una expedici?n de texanos (ex soldados confederados) bajo el mando de George William McNulty y otro contingente de californianos enca bezado por el general Pl?cido Vega. La contribuci?n de Ve ga incluy? a prominentes mexicanos-americanos, como el capit?n Vladislao Vallejo, el teniente Melit?n Alviso y V?c tor Castro, quienes se incorporaron a las unidades mexica nas del ej?rcito de Ju?rez. Tambi?n por estos meses llegaron a Chihuahua el men cionado general Wallace y el coronel George Earl Church. Wallace y Church ayudaron a equipar la legi?n y otras uni dades del ej?rcito mexicano (un total de 7 000 hombres). Pos

teriormente, el coronel Church, quien tambi?n era

corresponsal del New York Herald, ayud? a Lerdo de Tejada a planear las campa?as militares en que la legi?n particip?. Wallace y Church lucharon no s?lo por ideales pol?ticos, si no tambi?n fueron motivados por intereses econ?micos, por que representaban a empresas neoyorquinas que buscaban concesiones del gobierno liberal para abrir minas, ferrocarriles,

l?neas telegr?ficas y bancos en M?xico.63 61 Anderson, 1959, p. 104. 62 Buelna, 1884, pp. 22, 245-247; Buelna, 1924, p. 94. 63 Circulares, 1863, vol. 1, pp. 475, 476; Miller, 1961, p. 236. Para informaci?n con respecto a la comisi?n quej?se Mar?a Jes?s Carbajal dio a Wallace v?ase Lew Wallace a Romero, 18 de abril de 1864, AHMR, h. 367; Lerdo de Tejada a Romero, 8 de junio de 1865, Correspondencia

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Despu?s de ser comisionados por Ju?rez, los voluntarios de la legi?n avanzaron a Parral, donde se unieron a la divi si?n central del ej?rcito liberal bajo el mando del general Sil

vestre Aranda. Fueron organizados como una compa??a separada del cuerpo principal del ej?rcito de Aranda. De he cho, la legi?n form? la escolta personal del general Aranda.

Durante su estancia en el pueblo de Nazas, Durango, la le gi?n tambi?n constituy? el estado mayor del general Aran da, puesto que su jefe de estado mayor, coronel Arthur

Haines, remplaz? brevemente al coronel Green como coman

dante de la compa??a. De Nazas, la legi?n avanz? hasta la

ciudad de Durango, donde el coronel Green fue ratificado co mo jefe del grupo.64 En enero de 1867 la legi?n, entonces compuesta de unos 31 o 32 norteamericanos, particip? en la batalla de Zacate cas, donde repeli? un fuerte contrataque francoaustriaco con la ayuda de sus rifles Henry de 16 balas (el predecesor del famoso Winchester).65 Al mando del general R?gules, la le gi?n luego particip? en el sitio de Quer?taro, que dur? dos meses. Los norteamericanos encabezaron dos asaltos a la ciu dad, en los cuales unos de sus miembros cayeron prisione ros.66 Cuando la ciudad cedi? por fin el 14 de mayo de 1867, la legi?n estuvo al frente del ataque.67 Otro grupo de nortea Legaci?n, vol. 6, p. 215; Jos? Mar?a Jes?s Carbajal al ministro de Guerra, 1 de septiembre de 1865, ABJ, Ms. 1226, Romero a Wallace, 15 de junio de 1867, AHMR, libro copiador, vol. 1, h. 885; instrucciones para que el agente de M?xico alegue contra la reclamaci?n num. 125, Lewis Walla ce, por Sebasti?n Lerdo de Tejada, 7 de enero de 1871, AHGE, 28-13-63,

hs. 27-29.

64 ''Cr?nica de un periodista estadounidense", en Ju?rez, 1970, pp.

96, 97.

65 John H. Defrees a Romero, 9 de agosto de 1867, AHMR, h. 204l. Algunas fuentes norteamericanas de la batalla aseveran que el coronel Church salv? la vida de Ju?rez al prestarle su veloz caballo. V?ase Mil

ler, 1961, p. 237.

66 Escobedo a Ju?rez, 8 de febrero de 1867, ABJ, Ms. 17-2729; Evans,

1870, p. 228; Hans, 1962, pp. 84-87. 67 Salm-Salm, 1868, vol. 2, p. 141. Algunas fuentes que describen la batalla mencionan que el emperador se dirigi? primero al coronel Green, quien lo refiri? al general Corona y luego al comandante general Escobe

do. V?ase Schroeder, 1887, p. 57.

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mericanos que particip? en el sitio de Quer?taro fue el del coronel John Sobieski, originario de Europa y veterano de la guerra civil de Estados Unidos. En junio de 1865 Sobieski hab?a organizado un grupo de veteranos del Ej?rcito de la Uni?n para luchar con Ju?rez. ?l y su grupo pasaron a M? xico por la ruta Nueva Orleans-Santa Fe. En Quer?taro So bieski era comandante del pelot?n de rifleros reservado para la ejecuci?n de Maximiliano.68 Despu?s de la ca?da de Quer?taro, la legi?n se uni? al ej?r cito de Porfirio D?az que sitiaba la capital. All? un veterano norteamericano del ej?rcito de D?az, el capit?n primero de artiller?a William Lumpkin, quien hab?a participado en la to ma de Jalapa en 1866 y en la de Puebla al a?o siguiente, se uni? a las fuerzas de la legi?n.69 El coronel Green estableci? su cuartel general en la isla del Pe??n en el lago de Texcoco. Los norteamericanos participaron en el asalto del edificio de la Escuela Nacional de Arte y Dise?o (pr?ximo a la puerta de San Cosme, en las cercan?as de Chapultepec y convertido en fortaleza por el ej?rcito imperial), matando a los artilleros

enemigos con sus rifles Henry.70 Al terminar la guerra con la toma de la ciudad de M?xico, la mayor?a de los miembros de la legi?n prefirieron regresar

a Estados Unidos y fueron dados de baja el 5 de agosto de 1867. Hasta aquel momento, no hab?an percibido gran par te de su sueldo ni sus premios en tierras.71 Como recompen 68 Miller, 1961, p. 239. 69 Dos acuerdos para expedir un certificado a favor del capit?n lo. de artiller?a Guillermo Lumpkin, FPD, paquete 6, h. 3789. Otro norteame ricano, llamado M.T. Stovall, tambi?n sirvi? como capit?n lo. de artille r?a durante el sitio y toma de Puebla en 1867, pero se retir? del servicio el 2 de abril del mismo a?o por causa de una herida. M.T. Stovall a Porfi rio D?az, 28 de noviembre de 1911, CPD, exp. 36, hs. 9762-9764. 70 J.H. Defrees a Romero, 21 de junio de 1867, AHMR, h. 1985; Jor ge Green, "Lista de oficiales y presupuesto de la Legi?n de Honor, 26 de julio de 1867", FPD, paquete 6, hs. 3678, 3679; Defrees a Romero, 30 de julio de 1867, AHMR, h. 1867; Defrees a Romero, 9 de agosto de

1867, AHMR, h. 2041; Evans, 1870, pp. 256, 257, 362.

71 Jorge Green a Ju?rez, 3 de octubre de 1867, ABJ, Ms. 19-3120; Green a Ju?rez, 23 de octubre de 1867, ABJ, Ms. 19-3121; Green a Ju? rez, 20 de noviembre de 1867, ABJ, Ms. 19-3122; Salm-Salm, 1868, vol.

2, p. 141.

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LAWRENCE DOUGLAS TAYLOR HANSON

sa por sus servicios, aparte de un reembolso completo de sus sueldos mensuales retrasados, se les ofrecieron 300 peses a cada uno en lugar del pago en tierras que el decreto de 11 de agosto de 1864 les hab?a ofrecido. Los que no aceptaron, pudieron quedarse con las tierras prometidas. Casi todos pre firieron aceptar el pago en efectivo.72 En marzo de 1868, la mayor?a de los miembros de la legi?n hab?an regresado a Es tados Unidos, aunque el gobierno mexicano no pag? su pa

saje. El coronel Green se qued? en M?xico unos a?os,

disfrutando de la estimaci?n y los favores que le dispensaba el agradecido gobierno juarista.73 La legi?n y los otros norteamericanos que pelearon en los ej?rcitos republicanos no salvaron la causa liberal de su des trucci?n, como hab?a declarado orgullosamente m?s de un voluntario. Aunque las fuerzas estadunidenses lucharon bien en las batallas en que tomaron parte, sus n?meros eran rela tivamente peque?os. Adem?s, la gran mayor?a s?lo sirvi? un a?o o un a?o y medio aproximadamente en una guerra que hab?a durado siete. No obstante, el hecho de que se unieran a la facci?n liberal en el nadir de su poder contribuy? inne gablemente a la elevaci?n de la moral y potencia de fuego de los soldados juaristas. En breve, los mercenarios norteame ricanos formaron un menor pero significante factor estrat? gico, t?ctico y sicol?gico en el largo y doloroso camino hacia

el eventual triunfo constitucionalista, puesto que iniciaron pla nes de batalla, manejaron piezas de artiller?a y lucharon hom bro a hombro con sus contrapartes mexicanas. Queda por considerar el papel de un ?ltimo grupo de vo luntarios extranjeros que militaron en la guerra de la inter venci?n al lado del gobierno constitucional; los desertores de los contingentes europeos del ej?rcito del imperio que se unie ron (en su mayor?a) a los grupos liberales en las etapas fina

les de la lucha. En 1866, una organizaci?n liberal europea

llamada Comit? Europeo Republicano hab?a concebido el pro 72 Indemnizaci?n concedida a los miembros de la Legi?n Americana por la Tesorer?a General de la Naci?n, 13 de marzo de 1868, AHGE, 42-2-10; Memoria Hacienda, 1870, p. 627. 73 Miller, 1961, pp. 232-240.

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 229

yecto de formar un ej?rcito europeo republicano en M?xico compuesto por desertores franceses, austriacos y belgas del ej?rcito imperial.74 El plan gradualmente se materializ? con la desintegraci?n progresiva del ej?rcito de Maximiliano en la ?ltima mitad de 1866 y los primeros meses de 1867, aun que los que abandonaron los cuerpos europeos nunca forma

ron una unidad separada llamada " ej?rcito europeo

republicano". El general Escobedo declar? en una ocasi?n que no aceptar?a desertores europeos en su ej?rcito,75 pero muchos de ellos participaron en el sitio de Quer?taro. De he cho, fueron m?s numerosos que el famoso contingente de nor

teamericanos de la Legi?n Americana de Honor.76

Posteriormente, en el sitio de la ciudad de M?xico dirigido por Porfirio D?az, algunos austriacos y belgas sirvieron en el cuarto batall?n de la tercera brigada del Ej?rcito de Orien te. Un franc?s, de apellido Chenet, encabez? un cuerpo de contraguerrillas compuesto de seis oficiales y 33 hombres en el mismo ej?rcito.77 Igual que los norteamericanos, los vo luntarios europeos que desertaron del ej?rcito imperial a fa vor de la causa constitucionalista desempe?aron un peque?o pero importante papel en el logro de la victoria final de la facci?n juarista. En resumen, la participaci?n de tropas mercenarias en el periodo de la intervenci?n fue en una escala mayor que la de las guerras de la reforma. Durante los primeros a?os de la lucha (1861 a 1863) hubo m?s soldados de fortuna euro peos que norteamericanos en las fuerzas liberales,* pero con el cercano fin de la Guerra de Secesi?n en la rep?blica ame ricana, de 1864 en adelante, numerosos veteranos de los ej?r 74 Romero a Louis Bulewski, 2 de abril de 1866, en Correspondencia Le

gaci?n, vol. 7, pp. 367, 368; Lerdo de Tejada a Bulewski, 17 de julio de 1866, Correspondencia Legaci?n, vol. 6, p. 715; Romero a Bulewski, 21 de septiembre de 1866, Correspondencia Legaci?n, vol. 8, p. 300. 75 Contestaci?n de Mariano Escobedo a la solicitud colectiva de volun tarios belgas y austr?acos para servir en el ej?rcito de los liberales, Quer? taro, 17 de mayo de 1867, Correspondencia Legaci?n, vol. 9, p. 1083.

76 Hans, 1962, pp. 74, 75. 77 Ferdinand Hofmann, Edward Wagner, Johann Butler y Adam En gler a D?az, 23 de junio de 1867, FPD, paquete 6 (sobre 2), h. 3230; Che net a D?az, 5 de julio de 1867, FPD, paquete 6 (sobre 2), h. 3263.

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LAWRENCE DOUGLAS TAYLOR HANSON

citos de la Uni?n y de los estados confederados se unieron a los grupos constitucionalistas en el norte de M?xico. A es tos soldados de Europa y Estados Unidos se incorporaron de

sertores del estandarte imperial en las ?ltimas fases del

conflicto.

Conclusiones Como era el caso con respecto al ej?rcito conservador y sus aliados europeos en las guerras de la reforma y la interven ci?n francesa, los soldados extranjeros que lucharon al lado de los liberales en este conflicto proven?an de diversos pa?ses

del globo, especialmente de Europa y Estados Unidos.78 Los de Europa lucharon principalmente por ideales liber tarios, as? como por la oportunidad de ejercer sus carreras como soldados profesionales en periodos en que sus pa?ses na tales estaban en paz. Semejantes motivos animaron a algu

nos mercenarios de Estados Unidos, pero otros fueron atra?dos

por los buenos salarios y premios en tierras ofrecidos como incentivos para luchar. Unos pocos, como Wallace y Church, estuvieron apoyados por fuertes intereses econ?micos estadu nidenses. Otros, como Crawford y sus partidarios, fueron in citados por l?deres pol?ticos del sur de Estados Unidos, quienes

impulsaron la doctrina de "destino manifiesto", que, a su vez, represent? el deseo de un segmento radical del pueblo estadunidense que quer?a agregar el norte, o cuando menos el noreste de M?xico, a la Uni?n Americana. Por las razones mencionadas anteriormente, y con los re cuerdos frescos en su memoria de la guerra de 1846 a 1848, Ju?rez y sus jefes militares ten?an m?s confianza en los euro

peos de sus filas. Al italiano Ghilardi y al espa?ol R?gules les fueron otorgados el alto rango de general de divisi?n en los ej?rcitos liberales y ten?an un significativo n?mero de sol

dados mexicanos bajo su mando. Aunque unos pocos de los 78 Siempre hay que recordar que, mientras que algunos soldados de fortuna de un pa?s en particular lucharon en apoyo de un bando, sea libe ral o conservador, es posible que otros de sus compatriotas se hayan enro

lado en las filas del lado opuesto.

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EXTRANJEROS EN LOS EJ?RCITOS MEXICANOS 231

norteamericanos, como Wheat, Wallace y Green, tambi?n alcanzaron grados superiores en las fuerzas republicanas y ga naron el respeto y estimaci?n de los l?deres liberales, nunca ejercieron un control militar sobre cuerpos de tropa mexica na. Los grupos de mercenarios que encabezaron tampoco fue ron integrados a los ej?rcitos con los que lucharon. Cualquier an?lisis de la importancia militar de su contri buci?n hacia el triunfo del partido constitucionalista debe to mar en cuenta no s?lo la cantidad de efectivos involucrados, sino otros elementos que son m?s dif?ciles de medir. Es ver dad que no se puede determinar con precisi?n el n?mero to tal de voluntarios extranjeros que pelearon con los grupos de liberales que operaban en el norte, occidente, centro y sur de M?xico. Adem?s, su presencia en la lucha constituy? m?s bien una intervenci?n de individuos o peque?os grupos que oficial o gubernamental por parte de sus respectivos pa?ses de origen. No obstante, la participaci?n de los soldados de fortuna en la guerra civil mexicana represent? un factor t?c tico, estrat?gico y sicol?gico que no puede ser descartado cuan

do uno toma en cuenta el hecho de que los ej?rcitos republicanos necesitaron cualquier apoyo de este tipo que pu

dieran conseguir, particularmente en los a?os de 1863 a 1865. El papel de los mercenarios en M?xico durante la gran con tienda civil ocurrida de 1854 a 1867 constituye un fascinante

tema de estudio que ha sido muy poco explorado por los his toriadores de la ?poca. Futuras investigaciones m?s detalla

das sobre el asunto sin duda servir?n para aclarar buen n?mero de las complejidades militares de este cap?tulo tan doloroso y formativo en la historia de M?xico.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 Jos? Miguel Romero de Sol?s Universidad de Colima

Uno de los episodios m?s sonados de la Iglesia en M?xico a fines del siglo XIX fue la ruptura p?blica del obispo de Ta

maulipas, Eduardo S?nchez Camacho,1 con Roma. El a?o clave fue 1896. Este acontecimiento, al que nos acercaremos por medio del Archivo Averardi,2 nos permite observar desde dentro un fe 1 Eduardo S?nchez Camacho (1838-1920) naci? en Hermosillo, Son.,

en cuyo seminario curs? estudios hasta su ordenaci?n sacerdotal en 1862.

Siguiendo a su prelado, Pedro Loza y Pardav?, que hab?a sido nombrado arzobispo de Guadalajara, se traslad? a la capital tapat?a donde se doctor? en derecho can?nico, al mismo tiempo que ejerci? el ministerio como pro fesor del seminario, capell?n de capuchinas y secretario del Cabildo. Obispo de Tamaulipas (1880-1896). Muri? en la ciudad de M?xico: cf. Diccionario Porr?a, II, p. 1910. Es interesante se?alar que Valverde T?llez, 1949, si lencia al personaje. V?anse siglas y bibliograf?a al final de este art?culo. 2 ASV-Averardi, fondo conservado en el Archivo Secreto Vaticano. Para una descripci?n general del mismo, cf. Pasztor, 1970, pp. 198-200. En lo concerniente al asunto que nos interesa, la mayor parte del material est? concentrado en la caja 1, posici?n 2, fasc?culo 2: un cuadernillo con la instrucci?n especial que la Secretar?a de Estado, entonces a cargo del cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, dio al visitador Nicol?s Averar di; numerosas cartas de obispos, sacerdotes y seglares, algunos impresos y recortes de prensa, adem?s de los borradores de todas las cartas del visi tador, de los informes que enviaba a Roma, as? como los telegramas cru zados entre el cardenal Rampolla y ?l. El fasc?culo tiene aproximadamente unas 200 fojas. Cuando consultamos esta caja en 1979, a?n no hab?an si do sellados ni foliados los documentos; por esta raz?n, citaremos seg?n la numeraci?n de los registros originales puestos por Averardi. Mientras revisamos esta documentaci?n, el personal del Archivo sell? y foli? las res tantes cajas: cuando citemos ?stas, daremos el n?mero de la caja, su posi ci?n y la foja correspondiente.

HMex, xxxvii: 2, 1987 239

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

n?meno de gravedad ins?lita en los anales eclesi?sticos mexi canos; por otra parte, nos ilustra acerca de la situaci?n de la jerarqu?a cat?lica en M?xico, y, por ?ltimo, nos ayuda a entender algunos vericuetos de la llamada "pol?tica de con ciliaci?n" entre el porfiriato y la Iglesia. La MISI?N DIPLOM?TICA Y PASTORAL DE AvERARDI

El proceso de mutuo acercamiento entre la santa sede y M? xico durante el r?gimen porfirista va m?s all? de los simples intereses pol?ticos. Es preciso recordar que tan pronto como Le?n XIII ascendi? al solio pontificio, envi? a todos los mo narcas y jefes de estado (incluido don Porfirio D?az) cartas conciliatorias invit?ndoles a estrechar lazos entre sus respec tivas naciones y la sede apost?lica. Esta iniciativa diplom?ti

ca ?hay que subrayarlo? parte del propio Le?n XIII y su

contexto inmediato es la conflictiva situaci?n que heredaba este pont?fice de su antecesor Pi? IX. Por parte de M?xico, el general Porfirio D?az buscaba tambi?n una presencia m?s din?mica y prestigiada de su naci?n en los foros internacio nales; su diplomacia, adem?s de fomentar v?nculos econ?micos

m?s estrechos, pretend?a resta?ar la imagen que el pa?s ha b?a ido forj?ndose durante el convulsionado siglo de la inde

pendencia, del segundo imperio y la reforma. Ambos

movimientos diplom?ticos, de claro acento de pol?tica exte rior, coincid?an con situaciones espec?ficas de r?gimen inter no: D?az intentaba reconciliar y unificar las fuerzas internas de la naci?n y la santa sede sent?a urgencia por hacerse m?s presente en la Iglesia mexicana. Conviene recordar, en este contexto, que en Roma operaba a modo de c?nsul y repre sentante oficioso del gobierno porfirista un extravagante per

sonaje quien, a su vez, gestionaba igualmente ante los

dicasterios pontificios asuntos de los obispos y de la di?cesis

mexicanos: Enrique Angelini.3

3 Toro, 1975, p. 359. Eulogio Gillow, arzobispo de Antequera, por su parte mostraba desconfianza de Angelini: "Cada d?a procuro m?s y m?s que el Sr. Angelini tenga la menor ingerencia en mis negocios con Ro ma... Preferir?a que no volviera a figurar para nada por razones que ex

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 241

Llegado el momento propicio, Le?n XIII mand? hacia M? xico como su enviado extraordinario, delegado y visitador apost?lico a monse?or Nicola Averardi.4 Estos tres t?tulos que se manejan en la documentaci?n oficial de la santa sede reflejan los diversos aspectos que Averardi englobaba: el pri mero de ellos tiene una referencia diplom?tica oficiosa ante el gobierno mexicano; el segundo, adem?s de la connotaci?n anterior, presenta al eclesi?stico italiano como el ?nico repre sentante oficial en M?xico de la santa sede; el tercero destaca la funci?n disciplinaria de Roma: Averardi viene constituido como "inspector" con suficiente margen de autoridad para intervenir en los asuntos eclesi?sticos mexicanos. Por ello ca lific?bamos de "misi?n diplom?tica y pastoral" el env?o a M?

xico de Nicola Averardi. La opini?n p?blica mexicana se dividi? ante esta sorpren

dente misi?n. Mientras que en los medios cat?licos, en gene ral y en un primer momento, se recib?a con benepl?cito a Averardi, en otros medios se enturbiaban las aguas y se ex presaban serios temores de un posible acuerdo diplom?tico entre el r?gimen y la santa sede. Sin embargo, si tirios y tro

yanos en este caso hubieran conocido de inmediato el cua dernillo de "instrucciones especiales" que tra?a en cartera el diplom?tico pontificio, la impresi?n de unos y otros habr?a sido defraudante. Estas instrucciones contemplaban ?nicamen te asuntos internos concernientes a la Iglesia, a saber, el caso plicar? a V. Exa. de palabra... El bendito de Angelini, quien se muestra en estos momentos muy cosquilloso [sic], no dejar? de hablar a borbollo

nes' ' : Gillow a Averardi, fechada en la hacienda de El Carmen, 29 de sep

tiembre de 1897, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 7, n?m. 1708. 4 Nicola Averardi (1843-1924) naci? en San Egidio, di?cesis de Mon talto (Italia), donde realiz? parte de sus estudios eclesi?sticos, complet?n dolos en Roma con el doctorado en teolog?a y ambos derechos. Auditor de las nunciaturas de Lisboa y Madrid, consejero en la de Par?s. De regre so a Roma, fue nombrado auditor del Tribunal de la Rota y regente de la Sacra Penitenciar?a. Consagrado obispo el 10 de diciembre de 1895, se le nombr? obispo titular de Tarso. Fue enviado a M?xico como delegado apost?lico con la calificaci?n de visitador (1896-1900). Tras su misi?n en M?xico, no vuelve a figurar m?s en la diplomacia vaticana, signo inequ? voco de no haber sido aprobada su gesti?n. Cauwemberg, s/f, v, p. 1028,

Averardi; Marchi, 1957, p. 173.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

del padre Antonio Planearte Labastida, abad de Guadalupe; las acusaciones recibidas en Roma sobre el obispo de Tamau lipas; un recurso planteado por el presb?tero Julio de Irigo yen contra el arzobispo de Durango y el obispo de Chihuahua; las denuncias presentadas contra el can?nigo Garc?a Alvarez,

del arzobispado de M?xico; un estudio sobre el estado de sa lud y la capacidad de don Pedro Loza, arzobispo de Guada lajara para gobernar su di?cesis; la posible erecci?n de la di?cesis de Aguascalientes; y la desmembraci?n de algunas parroquias del arzobispado de Antequera y su anexi?n a la di?cesis de Tehuantepec.5 Ninguno de estos asuntos encomendados al enviado extraor dinario parec?a tener trascendencia pol?tica alguna, lo que se confirmar?a con la carta circular que Averardi envi? a todo el episcopado mexicano tan pronto como se instalaba en la

capital de la Rep?blica, en la que dec?a que el Papa le ha b?a comisionado para todo aquello que tocaba "al bien de

la fe cat?lica y a procurar la salud de las almas", as? como para los asuntos que se relacionaban con "el bien de la Igle sia", en estrecha comuni?n con los respectivos obispos.6 Sin embargo, seg?n va engros?ndose el Archivo Averardi con el desarrollo de su misi?n, va apareciendo la cara oculta de la pol?tica de conciliaci?n.

El caso S?nchez Camacho La instrucci?n especial titulada "Acusaciones contra el Obispo

de Tamaulipas" fue dada por la Secretar?a de Estado, en

tonces a cargo del cardenal Rampolla; en ella se resum?a la

5 ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fases. 1-7. 6 Carta circular de Averardi a los obispos mexicanos, 26 de marzo de 1896, texto original en lat?n, ASV-Averardi, caja 3, pos. 6, f. 45, num. 12. El 22 de mayo de 1896, Averardi informaba a Rampolla, dici?ndole que los obispos hab?an contestado su circular mostrando una gran venera ci?n por la santa sede y el Papa y ofreciendo su colaboraci?n sincera. "S?lo faltan dos cartas de los obispos de Tepic y Sonora, los cuales, creo, han contestado, pero temo que sus cartas se han extraviado en el correo, que aqu? no est? muy en orden", ASV-Averardi, caja 3, pos. 6, f. 46, n?m. 235.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896

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situaci?n tal y como pod?a verse desde Roma. La santa sede hab?a recibido un a?o antes, el 27 de marzo de 1895, un re curso de cuatro sacerdotes de la di?cesis de Tamaulipas acu sando a su prelado de ser demasiado aficionado al vino, avaro, inmoral, y que por todo ello descuidaba el gobierno de la di?

cesis. A rengl?n seguido, la instrucci?n explicaba con alg?n detalle cada uno de estos cargos. El Obispo gasta en licores sumas considerables destinadas al mantenimiento del culto; y con frecuencia se halla en estado de

embriaguez.

As? el prelado reaccionaba en ocasiones con poca justicia y prudencia, deriv?ndose de ello un grave desorden en la ad ministraci?n pastoral y el esc?ndalo entre los fieles. Como ejemplo de esta conducta, la instrucci?n menciona la suspen si?n a divinis de m?s de 20 sacerdotes, sin formaci?n de jui

cio, la actitud tolerante de S?nchez Camacho con el

comportamiento licencioso de su vicario general, padre Feli pe Vel?zquez, la facilidad con la que el obispo usaba las ar

mas del entredicho y la excomuni?n, llegando incluso a excomulgar a un ni?o de nueve a?os.

Sobre el cargo de avaricia, los denunciantes alegaban que su obispo hab?a aumentado las cuotas parroquiales, sin per mitir excepci?n alguna en la condonaci?n de los derechos ni siquiera en casos de extrema necesidad, por lo cual los fieles se absten?an de los sacramentos, incluso hall?ndose en peli gro de muerte. La instrucci?n de la Secretar?a de Estado, a prop?sito de la acusaci?n de inmoralidad, precisa que el cargo "es gen? rico, sin especificaci?n de hechos concretos"; pero, en cam bio, s? acent?a lo referente al mal gobierno de la di?cesis de

Tamaulipas, se?alando que esto

se manifestar?a tambi?n en no hacer llegar al Clero y a los fieles

las Letras Apost?licas, y en no fundar un Seminario episcopal, si bien es cierto que los P?rrocos no dejan de pagar la cuota que para este fin se les ha impuesto.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

Al llegar a este punto, la instrucci?n hace un primer

balance:

frente a estas acusaciones, en su mayor parte de una gravedad excepcional, se estim? oportuno preguntar lo que en ellas hu biere de verdad al Arzobispo de Linares, Monse?or L?pez, in cluso para ver, si fuere el caso [la conveniencia de], tomar algunas

medidas para hacer cesar el esc?ndalo.

Agrega la instrucci?n que, efectivamente, el arzobispo de Linares confirm? por carta las acusaciones imputadas a su sufrag?neo, aunque monse?or L?pez7 mitigaba la gravedad de las mismas, pues dec?a que, en su opini?n, muchos sacer dotes merec?an en justicia las censuras y penas que su prela do hab?a fulminado contra ellos. Sin embargo, la instrucci?n a?ad?a que poco tiempo despu?s de esta carta de monse?or L?pez, lleg? a Roma con fecha de 6 de septiembre de 1895 una nueva comunicaci?n del arzobispo regiomontano, quien, en su calidad de metropolitano, presentaba el recurso ante la santa sede de una asociaci?n piadosa tamaulipeca, cuyos socios hab?an sido excomulgados por el obispo S?nchez Ca macho por el delito de no haber entregado los fondos econ? micos de su cofrad?a. Explicaba L?pez que los asociados no hab?an querido entregar los ahorros, no por desobediencia a su obispo, sino porque tem?an seriamente que los bienes de la asociaci?n fuesen por ?l dilapidados. Monse?or L?pez anotaba por cuenta propia algunos comentarios sobre el ca

so. Dec?a:

El Obispo de Tamaulipas parece que est? perdiendo cada d?a m?s el concepto y la veneraci?n de sus diocesanos, acaso m?s bien que por la realidad de los cargos que han formulado contra su conducta, por su falta de tino para tratarlos.

La Secretar?a de Estado cerraba su instrucci?n especial dan do las pautas do conducta que deber?a observar su enviado 7 Jacinto L?pez y Romo (1831-1900), primer arzobispo de Linares (1886-1899), de quien era sufrag?nea la di?cesis de Tamaulipas.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 245

extraordinario en este delicado asunto. Dec?a Rampolla que

la santa sede

no puede permanecer indiferente ante los cargos promovidos con

tra el Obispo de Tamaulipas. Por ello, con la reserva exigida por la gravedad del caso, Monse?or Averardi no dejar? de lle var a cabo las m?s acuciosas informaciones, tanto sobre la con ducta de los acusadores de Monse?or S?nchez, como sobre la de ?ste; y si los cargos presentados tienen serio fundamento, al hacer la relaci?n a la santa sede, Monse?or Averardi sugerir? tambi?n las medidas que, seg?n su sabio parecer y considera das las circunstancias de tiempo y lugar, podr?an ser tomadas para obviar los males lamentados.8

Las gestiones de Averardi A su llegada a M?xico, Averardi envi? al episcopado la carta circular que ya hemos mencionado, se present? y explic? los motivos de su misi?n. Los obispos, a vuelta de correo los m?s,

dieron acuse de recibo a esta carta. En ellas observamos dife rencias en cuanto al tratamiento que dan al enviado pontifi cio; y lo m?s interesante, el avance de algunos problemas y situaciones que preocupaban a los pastores. Don Pedro Lo za, arzobispo de Guadalajara, dec?a: "sin duda, con tu pro

videncial presencia aqu?, la Religi?n florecer? m?s

ampliamente", recibi? notable incremento en sus obras y con

suelo en sus tristezas. Loza, lament?ndose de las heridas que padece la Iglesia por causa de la crisis de los tiempos, las in sidias y la maldad de las leyes imp?as que rigen "nuestra de

safortunada Rep?blica", espera de la gesti?n del delegado apost?lico, "radical remedio".9 Jos? Mora del R?o, a la sa z?n obispo de Tehuantepec, comentaba que la misi?n de Ave rardi "ser?, a no dudarlo, causa de innumerables bienes para la Iglesia Mexicana, tan perseguida y tan amada de sus bue

8 Instrucci?n de la Secretar?a de Estado a Averardi, sin fecha, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, num. 107. Subrayado en castellano. Tex to original en italiano.

9 Pedro Loza y Pardav? a Averardi, 30 de marzo de 1896, ASV

Averardi, caja 3, pos. 6, f. 58. Texto original en lat?n.

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JOSE MIGUEL ROMERO DE SOLIS

nos hijos, que constituyen la mayor?a absoluta de la Na ci?n".10 Y Montes de Oca, obispo de San Luis Potos?, tocaba directamente el tema de las relaciones Iglesia-Estado:

Y sabr?s que a?n perdura el divorcio entre la Iglesia y el Esta do, y que no es por culpa de la somnolencia de los Pastores, si no por otras causas que de ning?n modo dependen de nosotros. Lo que los Obispos solos no hemos podido todav?a conseguir, Dios quiera que bajo tu gu?a podamos lograrlo.11

Tambi?n el obispo de Tamaulipas respondi? a la circular de monse?or Averardi con una respetuosa carta escrita en co rrecto lat?n, denomin?ndose a s? mismo "el m?s peque?o de los obispos mexicanos" que no puede ser comparado con el resto de sus hermanos en nada "a causa de mi indignidad". Luego ofrec?a su plena sumisi?n a los dictados del enviado pontificio: Lo que en esta paup?rrima y dificil?sima Di?cesis por Vuestra Ex celencia fuese dispuesto u ordenado, por m? con gusto se har?. Pr? ximamente, enviar? a Vuestra Excelencia la misma relaci?n sobre

el estado de esta Iglesia que rend? hace cinco a?os a Nuestro San t?simo Se?or el Papa, con los agregados necesarios para que Vuestra Excelencia vea y haga lo que juzgue oportuno y ?til.12

Era el primer contacto entre Averardi y S?nchez Cama cho. Al menos sobre el papel, el obispo acusado manifestaba una actitud prometedora de colaboraci?n, que facilitar?a las investigaciones. Averardi recibi? la carta de S?nchez Cama cho con benepl?cito, "vistos los t?rminos tan corteses y las frases tan ben?volas" de la misma, como escribir?a meses des

pu?s.13 Debemos suponer que de inmediato el visitador co 10 Jos? Mora del R?o a Averardi, 12 de abril de 1896, ASV-Averardi,

caja 3, pos. 6, f. 96.

11 Ignacio Montes de Oca a Averardi, 30 de marzo de 1896, ASV Averardi, caja 3, pos. 6, f. 56. Texto original en lat?n. 12 Eduardo S?nchez Camacho a Averardi, 5 de abril de 1896, ASV Averardi, caja 3, pos. 6, f. 80. Texto original en lat?n. 13 Averardi a Eduardo S?nchez Camacho, 5 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 484.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896

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menz? las investigaciones sobre el caso que la santa sede le

hab?a encomendado.

Acerca de estas informaciones, anticipamos lo siguiente: primero, no hemos podido localizar en los papeles de Ave rardi referencia alguna sobre la conducta de los acusadores de S?nchez Camacho, como se le instaba en la instrucci?n de la Secretar?a de Estado; segundo, Averardi interrog? in formalmente sobre el caso a algunos obispos y sacerdotes, y quiz? a algunos seglares que o bien llevaban buenas relacio nes con el prelado de Tamaulipas, o bien pertenec?an a aquella di?cesis; en tercer lugar, en alg?n caso al menos, consta que la informaci?n recabada fue luego transcrita a modo de acta notarial; por ?ltimo, que son escasos los datos trasmitidos por

Averardi sobre las investigaciones realizadas y los nombres de los informantes.

Un sacerdote muy allegado al obispo de Tamaulipas, el padre Jos? Pascasio Vel?zquez, quien era hermano del vica rio general de aquella di?cesis, el 8 de mayo declaraba sobre varios de los puntos que Roma suger?a. Lo he visto beodo de noche a la hora de la cena; y de all? salen ciertas resoluciones que otro d?a no se acuerda y que las contra dice. Es cierto que esto lo hace muy escondidas pero algo se tras

ciende afuera.

Sobre otras cuestiones de gobierno, Pascasio Vel?zquez agregaba: Tampoco cumple a mi ver con la ley de caridad (...). Es cierto que muchos no se casan por la Iglesia porque no quieren; pero si fuese suave el Superior, se evitar?an males;

finalmente, sobre el temperamento de S?nchez Camacho, de claraba el informante: "Respecto del genio es muy fuerte...

en p?blico, principalmente a la hora de la misa Ponti ficial".14 El 15 de junio, Averardi se crey? con suficiente informa

14 Declaraci?n de Jos? Pascasio Velazquez ante Averardi, 8 de mayo de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, num. 110.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

ci?n para remitir a Roma un primer balance de las gestiones

sobre el caso:

Puedo asegurar a Su Eminencia que las much?simas personas... interrogadas a este prop?sito, todas han confirmado un?nime mente cuanto se ha escrito contra el susodicho Prelado;

y agregaba: casi reci?n llegado a [Ciudad] Victoria, capital de aquella Di? cesis, fue juzgado por las personas de bien, no correcto precisa mente en costumbres, habiendo tra?do consigo dos jovencitas de

Guadalajara con el pretexto de ocuparlas como maestras de escuela.

El diplom?tico explicaba que, al parecer, ha tenido consi go a dichas j?venes mucho tiempo, "y la ligereza de ellas, y la gran intimidad de ?l con las mismas, dieron de inmedia to ocasi?n para pensar mal". Seg?n las informaciones reca badas de laicos y sacerdotes, Averardi escrib?a a Rampolla 4'que el primer enemigo de la religi?n Cat?lica y del Papa, contra quien goza hablando mal continua y p?blicamente,

es el Obispo".

Afirma Averardi que tambi?n hizo averiguaciones "con mucha prudencia y discreci?n a Obispos y personas, que yo sab?a estaban en buenas relaciones con el mencionado Prela do", y tambi?n, en sustancia, confirman los datos ya se?ala dos, pero, matiza el visitador, "con colores menos oscuros". Y dice: "incluso algunos amigos suyos, para excusarlo de las locuras que ha hecho y contin?a haciendo, atribuyen todo no a su mala voluntad o falta de fe, como otros dicen, sino al efecto producido en su mente por el abuso del vino y de [los]

licores".

En la misma relaci?n que comentamos, Averardi explica los pasos que hab?a dado despu?s de reunir esta informaci?n: Es m?s, queriendo yo estar moralmente seguro que cuanto se dec?a contra ?l ten?a fundamento real, tom? la decisi?n de escri

birle una carta rog?ndole que se presentara en M?xico lo m?s pronto posible..., y lo hice con el prop?sito de interrogarlo deli

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896

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cadamente y con la mayor prudencia y respeto acerca de las acu

saciones hechas sobre ?l, a fin de poder saber mejor de sus respuestas si en parte o en todo era verdad cuanto se dec?a en contra suya.15

Efectivamente, Averardi hab?a citado por carta fechada el 28 de mayo al obispo S?nchez Camacho en su residencia de

Tacuba: "Teniendo que comunicar a V.S.I., por orden su perior, un asunto grave y urgente que no puedo confiar al papel, me permito suplicarle que venga a esta su casa lo m?s pronto posible".16

Desde Ciudad Victoria a vuelta de correo contest? S?n chez Camacho, sorprendiendo sin duda al enviado papal:

"Gustos?simo habr?a emprendido mi viaje hoy mismo a esa capital; pero me lo impiden las razones siguientes: Io Yo casi sexagenario y consumido por los trabajos, pri vaciones y persecuciones, mi salud es muy delicada y no puedo exponerme a un viaje largo, fatigoso y de tiempo indefinido. 2 o Debo a?n dos mil pesos por los gastos hechos en la ter minaci?n de esta catedral, y por eso no tengo ni para mis alimentos, ni menos para un viaje costoso y de tiempo in definido. 3 o No tengo ropa a prop?sito para presentarme en esa ca pital, y necesitar?a quince d?as para que me la hicieran y bastante dinero para pagarla: lo primero se opone a la pron

titud que en mi viaje desea V.S. lima., y lo segundo no lo permite mi pobreza. Por estas razones, que son p?blicas y notorias, suplico a

V.S.lima., me excuse de ir a esa capital, pero como mi falta a tan respetable cita puede entorpecer algo las sabias y ben?ficas disposiciones de V.S.lima., adjunto a esta mi renuncia del Obispado, para que V.S.lima, obre ya con 15 Averardi al cardenal Rampolla, 15 de junio de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 452. Subrayado en castellano. Tex to original en italiano. 16 Averardi a Eduardo S?nchez Camacho, 28 de mayo de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 199.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

entera libertad y sin el obst?culo que podr?a oponer mi in

digna persona".17

El tono de la carta ?independientemente del lenguaje que posteriormente utilizar? S?nchez Camargo?, nos parece cor t?s o, al menos, fue ?se indudablemente el intento del prela do; observamos tambi?n un tinte lastimero y quejumbroso en la carta que busca una serie de pretextos un tanto banales para excusarse; pero sobre todo destaca cierto temor y preo

cupaci?n en S?nchez Camacho por "el tiempo indefinido" que durar?a su permanencia en M?xico. No hallamos el mo tivo de esta permanencia indefinida en la capital de la Rep?

blica ni tampoco la causa que podr?a alegar el obispo de Tamaulipas. La ?nica posibilidad ser?a que le hubieran lle

gado noticias acerca de un posible proceso eclesi?stico en su contra. Quiz?, si esta fuera la soluci?n, es m?s explicable la sorpresiva renuncia al episcopado. El obispo de Tamaulipas, sospechando que la renuncia ser?a el motivo del encuentro con el delegado apost?lico, renuncia voluntariamente y as? no entorpece, como ?l mismo escrib?a no sin iron?a, "las sa bias y ben?ficas disposiciones de V.S.Ilma". Sobre el car?c ter voluntario de la renuncia, diversos testimonios coinciden

en que el obispo de Tamaulipas hab?a expresado repetida

mente su intenci?n de renunciar. As?, el padre Jos? Pascasio Vel?zquez, cuya declaraci?n de 8 de mayo ya hemos citado, en otro escrito con la misma fecha, dec?a que es muy cierto, limo. Se?or, que el mismo Se?or Dr. D. Eduar do S?nchez, Obispo de Tamaulipas, cuando lo consagraron en Guadalajara, no quer?a ser Obispo, y en [Ciudad] Victoria o?mos decir al mismo Sr. Obispo varias personas que hab?a renuncia

do ante la Santa Sede al Obispado.18

Notemos que el testimonio de Pascasio Vel?zquez es ante rior a la fecha de la renuncia expl?cita de S?nchez Camacho, 17 Eduardo S?nchez Camacho a Averardi, 31 de mayo de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 243.

18 Jos? Pascasio Vel?zquez a Averardi, 8 de mayo de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 109.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 251

que la fechaba el 31 de mayo. Pero, no hemos encontrado confirmaci?n de esta posible renuncia "ante la Santa Sede" previamente formulada por nuestro personaje. Es m?s, opi namos que si as? hubiere acontecido, S?nchez Camacho l? gicamente podr?a haber aludido a ella en el texto de la carta que comentamos. Por eso, no dudamos en calificar la renun cia manifestada a Averardi como sorpresiva. Dijimos l?neas atr?s que quiz? le hab?an llegado a S?nchez Camacho noti cias de un posible proceso eclesi?stico en su contra. No he

mos hallado constancia alguna directa de filtraciones de

informaci?n en este caso; pero son muy probables. Averardi

?lo dice ?l mismo? averigu? sobre la conducta de S?nchez Camacho preguntando a personas allegadas a ?ste; ellas pu dieron ser el cauce normal de las filtraciones, pero adem?s, quiz? sea lo importante, el ambiente eclesi?stico en M?xico estaba enrarecido con la llegada de Averardi y, particular mente, otro de los asuntos que estaba gestionando a la saz?n

?el caso Planearte, abad de Guadalupe?, hab?a llevado a

abiertos enfrentamientos de algunos prelados y a presiones muy fuertes contra el enviado pontificio en la misma Roma. Reflejo de esta atm?sfera de intrigas eclesi?sticas es la corres pondencia de Averardi. El delegado apost?lico se queja amarga y frecuentemente de la disposici?n del clero mexicano a men tir, murmurar y calumniar, y de ello no hace excepci?n ni de los obispos.19 Digamos por ?ltimo que llama la atenci?n la renuncia voluntaria de S?nchez Camacho, se conoce su tem peramento y propensi?n a la pol?mica; m?s consecuente con su genio hubiera sido pelear, defendi?ndose, y contratacar si 19 Averardi, al informar de sus gestiones sobre el can?nigo Garc?a Al varez, comentaba que no resultaba extra?o en M?xico que se levantasen calumnias contra un sacerdote, por estar este pa?s "naturalmente inclina do a la mentira, la detracci?n y a la calumnia" : Averardi al cardenal Ram polla, 17 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 4, n?m. 21. Texto original en italiano. En otro lugar, dec?a el prelado: "Veo con mis ojos y toco con [la] mano, ser ?ste un pa?s, entre todos los dem?s de Am?rica Meridional, muy distinto por la mentira y la calumnia": Ave rardi al cardenal Rampolla, 15 de junio de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, num. 452. Texto original en italiano. Para mayor informa ci?n, ver la carta "particular reservada", 15 le septiembre de 1896 que citamos m?s adelante, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 1, s/n.

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JOSE MIGUEL ROMERO DE SOL?S

fuere el caso. Por lo pronto, no hizo ninguna de estas dos cosas.

Monse?or Averardi respondi? a la carta de S?nchez Ca

macho el 10 de junio, sin poder ocultar su satisfacci?n por el curso propicio que tomaban los hechos y que, aparente mente, daban r?pida y f?cil soluci?n al conflicto. Ni una sola palabra de Averardi para disimular su sentimiento; tampoco

nada que permitiera a S?nchez Camacho reconsiderar su

decisi?n, como podr?a haber sido el solicitarle que alegase ra zones m?s serias para justificar un acto de tanta gravedad como

era el de dimitir. Opinamos que Averardi o no pens? esto precipit?ndose en la respuesta, o quiso aferrarse a esta pala bra del prelado de Tamaulipas para evitar que se volviera atr?s

en su decisi?n. Esta precipitaci?n de Averardi, pensamos, pu do ser decisiva en las ulteriores reacciones de S?nchez Ca macho. Para ilustrar mejor lo que decimos, transcribimos en columnas paralelas esta carta del 10 de junio y otra, fechada el 5 de septiembre, ambas del mismo a?o de 1896, y que es cribiera Averardi al propio S?nchez Camacho tras su ruptu ra con Roma. Para esas fechas, Averardi no puede arrancarse cierto complejo de culpabilidad e inventa ?no dudamos en as? decirlo? ciertas justificaciones que en junio quiz? no ha b?an pasado por su mente. Carta de 10 de junio

Carta de 5 de septiembre

razones que le imped?an venir a esta capital. Juntamente recib? la comunicaci?n para

habr?a ido yo mismo a visitar

Pena inmensa me caus? el Tengo la satisfacci?n de manifestar a V.S.lima, y que no hubiese V.S.I. podido acceder a mi deseo. Si me Rma. que recib? su grata de 31 de Mayo pr?ximo pasado, hubiera sido posible y lo en la que me expone V.S. las hubiese estimado prudente,

a V.S.I. para desempe?ar el delicado cargo que en bien de

la paz se me hab?a confiado. Su Santidad, en la que presenta V.S. su renuncia a ese Muy sensible me fue que la deseada conferencia se Obispado. Me he apresurado frustrara. a enviarla a su alto destino, Nada, por tanto, de asegurando a V.S. que tan luego como venga la respuesta vejaciones; ningunas amenazas ni sombra de ellas de Roma se la enviar?. Espero que mejore la salud de mi parte; amor fraternal;

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 253

de V.S. y pueda atender a su deferencia y voluntad restablecimiento.20

solamente de esclarecer algunas cosas eran todos mis sentimientos. Ni una sola

palabra encontrar? V.S.I. en mi ?ltima... que hubiese podido, a mi juicio, agriar su esp?ritu o lastimar su susceptibilidad.21

El inicio de las dos cartas ?"Tengo la satisfacci?n..." y "Pena inmensa me caus?..."? reflejan claramente los dos

momentos psicol?gicos del delegado apost?lico. En junio no pens? viajar a Ciudad Victoria, como un mes antes lo hab?a hecho a Zamora, para realizar investigaciones en torno a Plan earte porque, cre?a, que en la ciudad de M?xico no le ser?a posible descubrir la verdad;22 ahora, en septiembre, le re muerde la conciencia por no haber acudido a la entrevista, y alega que no le fue posible. Nada de ello menciona, sin em bargo, el enviado pontificio en su relaci?n del 15 de junio al cardenal Rampolla, una vez que hab?a enviado la renuncia a Roma, y donde expresa su opini?n sobre el caso: Perm?taseme manifestar a este prop?sito mi d?bil y sumiso pa recer. Dir? solamente que el gobierno de esa di?cesis no puede estar m?s en las manos de Monse?or S?nchez, al no tener ya confianza en ?l ni el clero ni los buenos cat?licos. Como se ha

sabido su renuncia, todos se han alegrado agradeciendo a Dios que le haya inspirado esta buena idea para el bien de aquella desgraciada regi?n.

Creo ?terminaba diciendo Averardi? haber cumplido en

tal forma mi deber, tomando y transmitiendo fielmente todas las noticias que he recibido sobre el mencionado Obispo y ma

20 Averardi a Eduardo S?nchez Camacho, 10 de junio de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 272. 21 Averardi a Eduardo S?nchez Camacho, 5 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 484.

22 Averardi al Cardenal Rampolla, 11 de mayo de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 1, n?m. 100. Texto original en italiano.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

nifestando, al mismo tiempo, mi humilde parecer en conformi dad a las instrucciones que me dio Vuestra Eminencia.23

En junio, Averardi se mostraba plenamente satisfecho de su gesti?n, y adivinaba la buena opini?n que merecer?a en Roma el modo como hab?a podido solucionar el delicado asun to de Tamaulipas. Lejos estaba el diplom?tico pontificio de prever lo que dos meses despu?s estallar?a.

La ruptura con Roma El 23 de agosto de 1896, mientras se tramitaba en Roma la renuncia al episcopado de Eduardo S?nchez Camacho y mon se?or Averardi lidiaba con otros problemas, el obispo de Ta maulipas sorprender?a a todos con una carta que enviaba a El Universal, de la que se har?a eco en la prensa nacional. Por tugal, obispo de Sinaloa, hace un fino resumen de la misma en una carta que escribe al hombre de Ciudad Victoria: He le?do en los peri?dicos la carta que V.S.I. de 23 de agosto pr?ximo pasado, en que V.S.I. dice que est? resuelto a separar se de Roma y de los suyos ... V.S.I. nos descubre que las perse

cuciones y padecimientos, le han obligado por decirlo as? a separase de Roma.24

Averardi, por su cuenta, no pod?a creer lo que le?a en El Universal. El 5 de septiembre escrib?a a Ciudad Victoria: Con verdadera sorpresa he visto en un peri?dico que se publica en esta Capital, una carta que apenas he podido persuadirme fuere dictada por V.S.I., vistos los t?rminos tan corteses y las frases tan ben?volas con que contest? a la carta que le anuncia ba mi arribo a esta Capital de la Rep?blica y el fin de la misi?n que el Santo Padre se ha dignado confiarme. 23 Averardi al cardenal Rampolla, 16 de septiembre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, num. 17. Texto original en italiano. 24 Jos? Mar?a de Jes?s Portugal a Eduardo S?nchez Camacho, s/fecha,

ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, allegato al n?m. 585: Jos? Mar?a de Jes?s Portugal a Averardi, 16 de octubre de 1896.

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APOST AS? A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896

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Los t?rminos de mi segunda comunicaci?n estaban tambi?n inspirados en el amor y respeto que tengo y profeso a los Prela

dos de la Iglesia.

Siguen los p?rrafos que ya transcribimos en columna pa ralela compar?ndolos con la carta del 10 de junio; y contin?a luego diciendo Monse?or Averardi: En vista de estas disposiciones de mi coraz?n, que son eviden tes, ya considerar? V.S.I. la herida tan profunda que ha abierto en ?l la carta a que me vengo refiriendo, no por lo que hace a mi persona, de la que prescindo, sino por la dignidad de V.S.I. para quien deseo se conserve siempre en el amor, respeto y ve neraci?n de la Iglesia Mexicana que tanto estima y honra a sus dignos Prelados en cuyo n?mero aun cuenta a V.S.I. Le ruego, por tanto, por las entra?as de Ntro. S.J.C., que haga cuanto pueda por recobrar la calma de su esp?ritu y aban done la actitud que ha tomado en un momento quiz? de exal

taci?n.

Cuan grato me ser?a limo. Se?or, verlo pronto aqu?. Espero con ansia sus estimables letras, o tener la satisfacci?n de estre char su mano.25

S?nchez Camacho opt? por escribir en lugar de viajar a M?xico y estrechar la mano del representante papal. Su res puesta fue inmediata y violenta. El 10 de septiembre, ya sin ning?n tratamiento oficial, enviaba la siguiente misiva: Sr. Nicol?s Averardi. M?xico. Refiri?ndome a la injuriosa de V., fecha 5 del corriente, digo que Eduardo S?nchez Camacho piensa lo que va a hacer o decir por la prensa con meses de anticipaci?n, y que me injuria V. al suponer que la actitud que he tomado ha sido en un momen to de exaltaci?n. Ratifico todo lo dicho en mi [carta] fecha 23 del pr?ximo pa sado publicada en El Universal; dejo copia de ?sta para los fines que me convengan y espero cuanto antes disponga V. a quien corresponda que se reciba esta administraci?n. Niego a V. el derecho de comunicarse conmigo y de hacer 25 Averardi a Eduardo S?nchez Camacho, 5 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 484.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

me observaciones, porque claramente he dicho que no pertenezco a Roma ni a los Obispos, sino que soy simplemente ciudadano mexicano bajo la ?gida de sus leyes y la protecci?n de sus auto ridades pol?ticas y civiles, ?nicas que reconoce S.S. Eduardo S?nchez Camacho26

Averardi, recibida la carta del prelado de Tamaulipas que era la mejor confirmaci?n de la ruptura con Roma, se sor prender?a nuevamente con la buena voluntad que ?ste mani festaba en cuanto a hacer entrega pac?fica de su di?cesis. Con estos dos elementos en la mano, el delegado apost?lico tele grafi? al cardenal Rampolla: Fallecido hoy obispo Puebla, atr?vome proponer sucesor Obis po Tabasco, el mejor para aquella Di?cesis. R?pida respuesta V.E.R., evitar?a graves inconvenientes. Obispo Tamaulipas de clara hoy formalmente separse de Roma. Se considera loco. En tanto proveo gobierno di?cesis. Pido instrucciones. Sigue otra relaci?n. Visitador Apost?lico.27

Como lo anticipaba en su telegrama, Averardi al d?a si guiente remit?a a Roma un informe sobre la situaci?n: Eminencia Rma.: Estoy apenad?simo de tener que participar a V.E.R. la p?sima determinaci?n tomada por el Obispo de Tamaulipas de separse de la Iglesia Cat?lica, como me apresur? a anticiparle en mi te legrama cifrado. El ha hecho p?blico ?sto en los peri?dicos. ?Po dr? esforzarse en creer que, estando ?l sano de mente, haya podido precipitarse en tal abismo despu?s de dieciseis a?os que gobierna con car?cter episcopal una Di?cesis? Esto es la verdad: con sus antecedentes pod?a temerse un fin tan triste. 26 Eduardo S?nchez Camacho a Averardi, 10 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 504. S?lo en el sobre de la carta, agrega al nombre el t?tulo de "Visitador Apost?lico". 27 Averardi al cardenal Rampolla, 15 de septiembre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 507. Texto original en italiano. El difunto prelado angelopolitano era Francisco Melit?n Vargas, quien ante riormente hab?a sido primer obispo de Colima y en cuya consagraci?n epis copal fue Obispo Asistente, "el sabio y virtuoso" Mons. Eduardo S?nchez

Camacho, como lo calific? en su d?a el propio Vargas (1883).

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 257 Averardi, retomando datos ya manejados con anterioridad, tales como su p?sima conducta moral, las extravagancias y locuras que hac?a como consecuencia del abuso del vino, y

la ligereza con la que hablaba p?blicamente del Papa,

concluye:

Era f?cil imaginar lo que desgraciadamente ha acontecido. Su naturaleza ya estaba corrompida por los vicios. El esc?ndalo... ha sido enorme e inmensa la pena para el Epis copado Mexicano; sin embargo debo tambi?n decir que quie nes lo conoc?an ?ntimamente no se han sorprendido que haya terminado tan mal... Dir? m?s: muchos buenos cat?licos dan gracias a Dios, que este hombre se haya arrancado, como di cen, la m?scara. Se habla incluso que se hab?a adherido a la secta mas?nica antes de ser elevado a la dignidad episcopal. Esto no me sorprender?a nada despu?s de lo que me ha comentado el Se?or Presidente de la Rep?blica, a quien se atrevi? a decirle que jam?s hab?a sido sacerdote ni obispo, habi?ndose ordenado Sacerdote no por vocaci?n, sino solamente porque lo quisieron sus parientes.

Aludiendo m?s adelante, en esta misma relaci?n, a la en trevista tenida con el general D?az, agrega Averardi: He sido confirmado por el Se?or Presidente de la Rep?blica que... usar? todo el rigor contra ?l, en el caso que llegara a ha cer algo en da?o de la Iglesia, y que ya hab?a ordenado al Go bernador de ese Estado de vigilarlo y de impedir que perturbe en la forma que sea la paz p?blica.28

El cardenal Rampolla telegrafiaba el 19 de septiembre al visitador apost?lico: S. Padre dispuesto trasladar Obispo Tabasco a Puebla. Encar ga V.S. I. preparar documentos respectivos. Cuanto a Tamau

lipas, S. Padre dolorido noticia sobre el Obispo, nombrar?

28 Averardi al cardenal Rampolla, 16 de septiembre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 17, nueva numeraci?n. Texto ori ginal en italiano.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

provisionalmente administrador apost?lico, V.S.I. indique por tel?grafo persona digna e id?nea. M. Cardenal Rampolla.29

La ruptura con la Iglesia de Roma, a bombo y platillo in volucraba a todos; una reacci?n en cadena se hab?a iniciado. Las razones de una crisis Ya vimos que Averardi, en su relaci?n al cardenal Rampolla fechada el 16 de septiembre, alud?a como posible explicaci?n de la crisis, lo que hab?a anticipado en su telegrama cifrado de la v?spera: la salud mental del prelado de Tamaulipas, su embotamiento por el vicio del alcohol; pero tambi?n presen taba como probables algunas otras causas: la vinculaci?n con la masoner?a y el testimonio del presidente D?az acerca de la ordenaci?n bajo coacci?n moral. Averardi, ahora, apunta otra soluci?n, cuando escribe: Nadie ciertamente dio motivo a su apostas?a. El ha tomado co mo pretexto para declararse tal como era en el fondo una carta pastoral publicada no hace mucho por el Sr. Obispo de Yuca t?n, de la que aqu? adjunto un ejemplar. En ?sta, hablando ese Prelado de la Aparici?n de la Sant?sima Virgen de Guadalupe, reprodujo un monitum de la Suprema Universal Inquisici?n di rigido al mencionado Obispo de Tamaulipas. Aquel buen Obispo [de Yucat?n], conociendo el car?cter de este hombre y de su gran orgullo, no s? si fue muy prudente en reproducir despu?s de tan

tos a?os un documento conteniendo la susodicha llamada de atenci?n.30

29 Rampolla a Averardi, 19 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, ca ja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 520. Texto original en italiano 30 Averardi al cardenal Rampolla, 16 de septiembre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 17, nueva numeraci?n. Texto ori ginal en italiano. Seg?n parece, S?nchez Camacho fue el ?nico prelado mexicano opuesto a la coronaci?n de la Virgen de Guadalupe, aunque de j? en libertad a sacerdotes y fieles. "Puesto el caso en conocimiento de la Santa Sede, la Suprema Congregaci?n de la Inquisici?n reprendi? al se?or S?nchez Camacho, en la nota oficial de 9 de julio de 1888, concebi da as?: Eminentissimi Cardinales una mecum Inquisitores Generales... summopere reprehenderunt tuum agendi loquendique modum contra miraculum seu apparitiones

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896

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Unido a esta relaci?n de Averardi al cardenal secretario de Estado aparece un papelito con fecha de 21 de agosto de 1896 de S?nchez Camacho. Por la fecha vemos que es de dos d?as antes de la ruptura p?blica con Roma. En este documento

se hace alusi?n a un op?sculo que bien podr?a ser la mencio

nada carta pastoral de Carrillo y Ancona, obispo de Yuca t?n. Parece, tambi?n, una toma de postura oficial del

tamaulipeco sobre el particular, por el t?tulo que al final de dicho texto figura: "El obispo de Tamaulipas y la Aparici?n y coronaci?n de la Virgen de Guadalupe". Ah? leemos: El n?mero xn o ?ltimo de este op?sculo est? escrito con bilis porque me molesta mucho el an?nimo o la mentira cobarde, y m?s cuando con ella se trata de intimidarme; pero los protes tantes, los masones, los liberales, los libres pensadores que a m?

se acercan o me ocupan, saben que los recibo con los brazos abiertos, como Jesucristo que es quien hoy reina en la Socie dad. La persecuci?n y sufrimientos que hoy experimento son cau sados por el Papa y sus servidores o empleados, y en primer lugar

por Don Nicol?s Averardi que se dice Visitador Apost?lico en M?xico (?Cu?nto dista su conducta de la de los Ap?stoles!) y nadie nos lo ha dado a reconocer oficialmente en M?xico... En tal virtud y siendo amante incondicional y absoluto de la ver dad borro el ?ltimo p?rrafo del n?mero xn de este op?sculo. No quiero mentiras. Amicus Plato sed magis ?rnica veritas. Eduardo S?nchez Camacho.31

B. Mariae V. de Guadalupe... Al publicar esta nota, la acompa?? el mismo se?or S?nchez Camacho de la siguiente declaraci?n, el 10 de agosto de 1888: "Y como nunca hemos tenido intenci?n de separarnos ni un ?pice de la doctrina y juicio de la Santa Sede, ni de sus respetabil?simos Tribu nales y Congregaciones, decimos a todos los que nuestros escritos hayan le?do, que: Nos tambi?n reprendemos grav?simamente nuestro modo de obrar y de hablar contra el milagro o apariciones de la Sant?sima Virgen de Guadalupe, y que revocamos, anulamos y rompemos todos nuestros escritos en que se haya dispuesto, expresado, entendido o podido enten derse algo contra el milagro o apariciones de Nuestra Se?ora de Guadalu

pe": Vel?zquez, 1931, pp. 300-301.

31 Hoja manuscrita, fechada el 21 de agosto de 1896, y que anexa el visitador a su informe de 16 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, allegato al n?m. 17.

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JOSE MIGUEL ROMERO DE SOLIS

El 29 de agosto, una semana despu?s de este escrito y seis d?as despu?s de la p?blica separaci?n de Roma, el Lie. Juan Luis Tercero, desde Tamaulipas, escrib?a al arzobispo de Li nares una carta que este metropolitano remiti? de inmediato a monse?or Averardi. Tercero dec?a: "El Sr. S?nchez se ha

dejado poseer ya del esp?ritu de rebeli?n, de herej?a, de de

sesperaci?n, en vista de lo que tardan en relevarlo [del

Obispado]".

Tercero, subraya la situaci?n an?mica del prelado, quien desea entregar la administraci?n, y como se tardan, reaccio na de modo inquietante: rebeld?a, herej?a, desesperaci?n y ello se manifiesta seg?n este informante en lo siguiente: Uno de los pasos que ha dado es mandar a M?xico, a los peri? dicos liberales, un op?sculo antiguadalupano que imprimi? aqu? [Ciudad Victoria] en 1886, cuyos ejemplares no quem? el Sr. S?nchez cuando lo reprendi? el Supremo Pont?fice.32

La pista que abre el testimonio del Lie. Tercero nos sugie re que el op?sculo y las palabras anteriormente citadas de S?n

chez Camacho no se refieren a la carta pastoral de Carrillo Ancona, sino a este folleto publicado en 1886. Si esto fuere lo correcto, S?nchez Camacho estar?a corrigi?ndose a s? mis mo, haciendo aclaraciones ulteriores a su pensamiento divul gado un decenio antes sobre las apariciones del Tepeyac. S?lo resaltemos de todo ello dos conclusiones de cierta magnitud: las dos posibilidades sugeridas ?la versi?n de Averardi a pro p?sito de la carta pastoral del obispo de Yucat?n como el de tonante de la crisis, y la versi?n del Lie. Tercero que alude a un texto de 1886? remiten tanto a la "cuesti?n guadalu pana' ' como a una situaci?n conflictiva con Roma previamen te vivida: el monitum inquisitorial. La entereza y el esp?ritu de obediencia que en aquel entonces demostr? S?nchez Ca macho al recibir la llamada de atenci?n inquisitorial, ahora se transforman en cr?tica abierta y amarga. Sin embargo, debemos matizar diciendo que el pensamiento 32 Juan Luis Tercero a Jacinto L?pez y Romo, arzobispo de Linares, 29 de agosto de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, allegato al

n?m. 481.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896

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del prelado rebelde en torno a las apariciones del Tepeyac, si bien suena escandalosamente a los o?dos de los cat?licos mexicanos y es ciertamente por ello atrevido, no es hetero doxo, como se demuestra con la carta abierta que dirigiera S?nchez Camacho a los obispos reunidos en el V Concilio Pro

vincial Mexicano:

No os pertenezco, pero os amo con verdadera caridad, y por eso os suplico que deis un paso m?s y dig?is lo que yo he dicho y todav?a digo a mis amigos y a estos cat?licos: Amad mucho... a la Sant?sima Virgen Mar?a Madre de Dios. Amad particular mente a la misma Virgen Mar?a bajo la advocaci?n de Guada lupe. Rendid a ?sta profundo homenaje y solemnes cultos, porque es nuestra patrona y nuestra gloriosa ense?a nacional..., sin preocuparos de si su imagen del Tepeyac es o no aparecida, que esto no es necesario para amarla, honrarla y servirla.33

Por otra parte, que la ruptura del obispo de Tamaulipas est? en relaci?n m?s o menos estrecha con las apariciones de Guadalupe, se ve por la reacci?n de don Aten?genes Silva, obispo de Colima, que escrib?a a Averardi: "Protesto contra la conducta que ha observado el Sr. S?nchez en lo relativo a los ataques a la verdad de la Aparici?n Guadalupana, as? como en su proceder irrespetuoso con relaci?n al Sumo Pon t?fice y a la apreciable persona de V.S. lima, y Rvma".34 Los padres del concilio provincial no respondieron, pare ce, directamente al prelado conflictivo, sino que en el edicto correspondiente, se dijo: en esp?ritu de expiaci?n por las recientes publicaciones, manda mos que el pr?ximo d?a 12 de octubre..., se celebre con solem nidad,... promovi?ndose principalmente la recepci?n de los Sacramentos, ejercicios piadosos y obras de penitencia.35 33 El Imparcial, M?xico, 3 de octubre de 1896, p. 1, recorte en ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, s/n. 34 Aten?genes Silva a Averardi, 12 de octubre de 1896, ASV-Averardi,

caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 626.

35 El Imparcial, M?xico, sin fecha ni n?mero, recorte en ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2. El edicto fue expedido el 10 de septiembre de 1896, y su texto completo puede verse en Colecci?n de Documentos, 1897, vm, pp.

406-407.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOLIS

No debemos olvidar que tambi?n la pol?mica se hab?a agria do considerablemente con la participaci?n del ilustre Joaqu?n Garc?a Icazbalceta, a quien posiblemente engloban los pre lados al decir "en esp?ritu de expiaci?n por las recientes pu

blicaciones".

Al margen por completo de la cuesti?n guadalupana, que bien pudo ser una cortina de humo para distraer la atenci?n sobre las supuestas inmoralidades de S?nchez Camacho, te nemos otros datos en el Archivo Averardi que completan la dif?cil personalidad del obispo rebelde. Ya hicimos menci?n de c?mo apelaba a su condici?n de mexicano ?en oposici?n a su dependencia romana? y se pon?a bajo la ?gida de la le gislaci?n civil ?en oposici?n al derecho can?nico?, y c?mo se consideraba en buenas y amistosas relaciones con maso nes, protestantes y liberales ?en oposici?n a la actitud rigo

rista de Roma?. ?sta ser?a una interesante l?nea de

investigaci?n que, sin embargo, s?lo viene sugerida en unos pocos papeles de monse?or Averardi. Ciertamente se dice que S?nchez Camacho hab?a intentado en varias ocasiones acer

car o adecuar las legislaciones civil y eclesi?stica.36 El Lie. Tercero en la carta ya mencionada relataba los ?ltimos acon tecimientos en torno a la conducta del prelado: "Ha expedi do o va a expedir una circular a los p?rrocos, estableciendo ?motu proprio! sin que el gobierno mismo liberal de Tamauli pas lo pretenda hoy... : que los p?rrocos no bauticen ni casen sin la constancia del previo registro civil".37 El mismo S?nchez Camacho en su carta abierta al conci lio provincial se expresaba en esta misma perspectiva, cuan

do escrib?a:

Vosotros deb?is ser la Iglesia Mexicana, no nominal, sino efec tivamente; entrando en el orden de ideas de vuestro pa?s, no po 36 Guti?rrez Casillas, 1974, p. 346. 37 Juan Luis Tercero a Jacinto L?pez y Romo, arzobispo de Linares, 29 de agosto de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, allegato al n?m. 481. Lo que confirma al d?a siguiente en carta al mismo metropoli tano: "Ha expedido la escandalosa circular acerca del Registro Civil pre

vio de bautismos y matrimonios. Hoy se ley? aqu? inter missarum solemnia":

30 de mayo de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, allegato al

n?m. 482.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 263 niendo trabas ni dificultades a su gobierno, haciendo que se cumplan sus leyes, sin exigir por eso sacrificio y concesiones... Emplead los bienes de la Iglesia en la instrucci?n primaria de nuestros indios y pobres desheredados, y ense?adles siquiera un estado mejor... En obras de beneficiencia, en hospitales, en ca sas de pobres, en asilos... ; y haced todo esto si es posible de acuer do con el Gobierno, para que no os ense?or?is de vuestras obras,

ni domin?is a las masas, sino que obr?is siempre con el desinte r?s y abnegaci?n de verdaderos personeros de Cristo.38

En un folleto que publicar?a un a?o despu?s y a prop?sito de los delitos que se le imputaban, comentaba: No querer en los pueblos sacerdotes que no se muestren pr?cti cos ministros de una religi?n santa y eminentemente progresis ta. Amar las leyes de mi pa?s y mandar que se respeten. No creer

apariciones ni mentiras supersticiosas que deshonran la religi?n cristiana. Estar en desacuerdo con los otros Obispos respecto a

estos puntos; conducta que ha merecido.el calificativo de d?scolo

?y perturbador de la paz con mis hermanos!39

S?nchez Camacho, pues, se presenta con una actitud su puestamente contraria a la que mantienen los obispos mexi canos, como si la jerarqu?a eclesi?stica gobernase a espaldas de las necesidades populares y en franca y permanente opo sici?n al r?gimen civil. Sin embargo, esta es la postura de S?n

chez Camacho, quien busca su liberaci?n personal.

Mi fin, al separarme de vuestro gremio religioso, fue liberarme de un poder [Roma] que no es el de mi pa?s. Tengo mis leyes y el Gobierno que de ellas emane; ser? ?ste bueno o malo, y no

38 El Imparcial, M?xico, 3 de octubre de 1896, recorte en ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, s/n. Contrasta esta exhortaci?n con las acusaciones en contra suya de avaricia y enriquecimiento ileg?timo, con firmadas por Averardi, quien a prop?sito de la Quinta del Olvido, casa donde se recluy? S?nchez Camacho, escribe: "Y siendo muy pobre de fa milia, se ha juzgado por todos que no la compr? sino con el dinero recibi do de los p?rrocos": Averardi al cardenal Rampolla, 16 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 17, nueva numeraci?n. 39 S?nchez Camacho, 1897, p. 5, ASV-Averardi, caja 13, f. 193. El folleto est? fechado en Quinta del Olvido, Ciudad Victoria, 19 de octubre de 1897, con t?tulo subrayado en el original.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

es mi objeto calificarlo; pero as?, malo que fuera, es mi Gobier no y a ?l s?lo quiero estar sujeto: no quiero ni admitir? jam?s que me gobierne un extranjero [el Papa], ?y menos cuando ese extranjero es quien es!... Yo no reconozco la autoridad de un hombre que se dice representante de Dios, y acepta y autoriza cuanta mentira le es provechosa... Para m? el verdadero repre sentante de Dios son las leyes de mi pa?s y el Gobierno que de

ellas emana".40

Parecer?a, por las propias palabras de S?nchez Camacho, que quisiera ser ?l por una parte agente de la llamada "pol? tica de conciliaci?n,,, tomando como punto de partida una valoraci?n objetiva de la legislaci?n civil y el pleno reconoci miento de la legalidad del gobierno, como si el episcopado mexicano se opusiera abiertamente a esta dimensi?n. Quiz? si supiera el obispo ap?stata la opini?n que de ?l ten?a el ge neral D?az y lo que hab?a comentado a este prop?sito con Ave

rardi y las instrucciones dadas a su gobernador en el estado de Tamaulipas, otra cosa dijera. Es m?s, la mera posibilidad de cuestionar por escrito, como lo hac?a S?nchez Camacho, si era bueno o malo el gobierno que reg?a la rep?blica, poca gracia despertar?a en el hombre de Tuxtepec. Ciertamente, el rebelde parec?a no haber comprendido los caminos de la

conciliaci?n.

Una muestra m?s de esta incomprensi?n por parte de S?n chez Camacho de la "pol?tica de conciliaci?n" se manifiesta en su proyecto de instalar una iglesia cism?tica en M?xico, que estar?a en consonancia con su insistente sentimiento de romper lanzas en favor de un nacionalismo que no pod?a com

paginarse con la obediencia romana.41 Es por el visitador apost?lico a trav?s de quien conocemos los entresijos de este plan. Escribe el representante papal al cardenal Rampolla: No hace mucho [S?nchez Camacho], escribi? una carta al Sr. Presidente de la Rep?blica, en la que le ped?a su apoyo para 40 S?nchez Camacho, 1897, pp. 4, 5. 41 Sobre este tipo de nacionalismo hay que se?alar que resurge en los sectores liberales en v?speras de la Revoluci?n; en forma m?s aguda con Ricardo Flores Mag?n, y toma carta de ciudadan?a en los debates del Cons tituyente de 1917. Sobre las vinculaciones de S?nchez Camacho con mo vimientos cism?ticos, Hurtado, 1956, pp. 84-87.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 265 llevar a efecto la idea de una Iglesia Nacional. El Sr. D. Porfirio

D?az me platic?, que no contest? para nada la carta est?pida e impertinente, como ?l la llama; pero s?lo le hizo saber, que se acordara bien de cuanto le hab?a dicho la primera vez que le hizo llamar para avisarle que se usar?a todo el rigor de la ley contra ?l, en el momento que perturbase de cualquier forma la paz p?blica del pa?s.42

Tal vez se deba a esta llamada de atenci?n presidencial que S?nchez Camacho, cuando dirije su carta abierta a los obis pos reunidos en concilio provincial, descarte expl?citamente esta pretensi?n: "No tem?is cismas ni Iglesias mexicanas, por que M?xico es libre y no necesita Iglesia [se entiende, cism? tica], y muy mal har?a en traer sobre s? semejantes cuidados,

gastos y atenciones. Vosotros deb?is ser la Iglesia Me xicana".43

Sin embargo, un a?o despu?s, segu?a el rebelde azuzando la desconfianza, al querer justificar su ansia de libertad: "os dije que no os preocup?is por la nueva evoluci?n de mis ideas,

y parece que eso es lo que m?s os llama la atenci?n... Tengo derecho, s? se?ores, de pensar como Lutero, como Enrique

VIII, como Juan Jacobo Rousseau, como Voltaire o como Satan?s, si me agrada, y vosotros no deb?is meteros con mis ideas, ni os permito que me pregunt?is cu?les son ellas"; y

m?s adelante, dice:

Sab?is muy bien, porque me lo hab?is o?do en vuestro pulpito, que abrazo y amo a los protestantes, a los masones, a los libera les, a los de?stas, a los librepensadores, a los ateos y a todos los hombres... Cincuenta y ocho a?os fui de vuestro credo, y trein ta y cinco lo ense?? con vuestra aprobaci?n y provecho. ?No tendr? ahora derecho de ser libre los pocos ?ltimos a?os que me quedan de mi vida?44

42 Averardi al Cardenal Rampolla, 13 de octubre de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 29, nueva numeraci?n. Texto ori ginal en italiano.

43 El Imparcial, M?xico, 3 de octubre de 1896, recorte en ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, s/n. 44 S?nchez Camacho, 1897, pp. 6-7.

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JOSE MIGUEL ROMERO DE SOL?S

De hecho, este "ecumenismo" revulsivo s? parece que al menos en un primer momento lo puso en pr?ctica S?nchez Camacho, aunque luego poco a poco a pesar suyo no pudie ra continuarlo. As? lo informa monse?or Averardi al carde

nal Rampolla: Sin duda, el esc?ndalo que ha dado y contin?a dando, es gran de, yendo a comer a casa de los principales masones, donde na turalmente, despu?s de haber abusado del vino, se pone a hablar

mal de Roma, de la Santa Sede y de cualquier cosa sagrada;

pero tambi?n, indicaba Averardi, que el prelado de Tamau lipas iba perdiendo el prestigio y el apoyo inicial de determi

nados sectores liberales, "habi?ndolo ya conocido

perfectamente como hombre inclinado a los vicios, lleno de orgullo sat?nico, que no respeta autoridad alguna.45

La "Quinta del Olvido" El caso de Tamaulipas no pod?a considerarse cerrado, mien tras no se proveyese aquella sede episcopal. S?nchez Cama cho sent?a urgencia por liberarse de la administraci?n pastoral

y Averardi no dejaba de recibir noticias que deb?an de susci tar preocupaci?n: a pesar de su renuncia a la sede tamauli

peca y de la ruptura con Roma, S?nchez Camacho segu?a

tomando iniciativas de gobierno, como ya anteriormente se indic? a prop?sito de la circular acerca del registro civil pre vio a la celebraci?n de bautismos y matrimonios, e incluso sub?a al pulpito para justificar su conducta propiciando la di visi?n entre los fieles.46 De continuar la di?cesis de Tamau 45 Averardi al cardenal Rampolla, 13 de octubre de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 29, nueva numeraci?n. Texto ori ginal en italiano. 46 Cf. supra, nota 37. El mismo Lie. Juan Luis Tercero comentaba que S?nchez Camacho propend?a "a los arrebatos m?s insensatos y a la deses peraci?n; ? lo que se agrega que tambi?n propende mucho a la demago gia... Lo presentan como un santo y una v?ctima": 29 de agosto de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, allegato al n?m. 481.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896

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lipas en manos de S?nchez Camacho, las consecuencias

podr?an ser mucho m?s graves. Averardi se apresur? entonces a cumplir la orden recibida de Roma de buscar un candidato para ser designado admi nistrador apost?lico de Tamaulipas y quien habr?a de ser la persona que recibir?a de S?nchez Camacho la sede. El dele gado, pues, telegrafi? sugiriendo y recomendando a don Fran

cisco Campos, can?nigo de Tulancingo, como hombre "piadoso, instruido, prudente'\47 El cardenal Rampolla, por el mismo medio, autorizaba la designaci?n.48 Mientras estas gestiones se llevaban a efecto, tanto Ave rardi como otros miembros del episcopado mexicano pensa

ron que tal vez podr?a solucionarse el conflicto con prudentes

acercamientos a S?nchez Camacho. As? se expresaba Igna cio Montes de Oca, obispo de San Luis Potos?: "No dudo

que su reconocido tacto diplom?tico, su tino y su actividad, pondr?n remedio a todo".49

Monse?or Portugal, obispo sinaloense, escrib?a por pro pia iniciativa a Eduardo S?nchez Camacho, remitiendo co pia al delegado apost?lico: Y si V.S.I. como lo espero y se lo pido por las entra?as de Nues tro Se?or Jesucristo, vuelve al camino abandonado, no habr? dificultad insuperable para el arreglo de todos sus negocios. Yo har? cuanto pueda, suplicando una y otra vez al Santo Padre para que todo se arregle de una manera muy satisfactoria.50

Averardi, a pesar de la carta terminante que S?nchez Ca macho le hab?a enviado despu?s de hacer p?blica su separa ci?n con Roma, busc? mediadores. Primero, envi? al obispo de Tabasco, monse?or Fierro, despu?s a alguna persona de 47 Averardi al cardenal Rampolla, 20 de septiembre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 521. Texto original en italiano. 48 Rampolla a Averardi, 23 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, ca ja 1, pos. 2, fase. 2, allegato al n?m. 539. Texto original en italiano. 49 Ignacio Montes de Oca a Averardi, 25 de octubre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 681. 50 Jos? Mar?a de Jes?s Portugal a Eduardo S?nchez Camacho, s/fecha, cuya copia remite el propio Portugal a Averardi, 16 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 585 y allegato al n?m. 585.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

la misma Ciudad Victoria, a quien cre?a en buenas relacio nes con el prelado, y finalmente a otro obispo que no pode mos identificar. S?nchez Camacho los recibi? uno a uno y, luego, coment? con su vicario general, padre Felipe de Je s?s Vel?zquez, sus impresiones. El vicario as? lo informa: Este Sr. [el Obispo de Tabasco] le habr?a dicho puras simplezas y las hab?a contestado [S?nchez Camacho] con otras; la otra per sona fue un Se?or seglar de Tamaulipas (no me dijo el nombre) y que nada hab?a arreglado y que despu?s fue otro Obispo (sin decirme su nombre) que quiso insultarlo y no se dej?.51

Vel?zquez coment? al arzobispo de Linares que en su opi ni?n las ?nicas personas viables para solucionar el asunto eran

el arzobispo Loza y don Aten?genes Silva, obispo de Coli ma; tambi?n dec?a que durante la crisis, pueblo y clero de Tamaulipas daban testimonio de unidad de fe. Entre tanto, a la residencia del delegado apost?lico en Ta cuba iban llegando las expresiones de solidaridad de los obis pos mexicanos ante las fuertes cr?ticas vertidas contra el Papa

y su representante en M?xico. Jos? Mar?a Armas, obispo de

Tulancingo, a este prop?sito, hablaba de los "inauditos es c?ndalos, dados a nuestra sociedad cristiana. ?Que Dios Nues

tro Se?or... salve al obispo ca?do!"52 El arzobispo Alarc?n y dem?s sufrag?neos de M?xico, co

lectivamente, dec?an: "hemos lamentado por el contrario la conducta irrespetuosa y muy ajena de su ministerio que ha observado"; y juzgan los acontecimientos como "mal de tanta trascendencia".53 Covarrubias, a la saz?n vicario capitular de Puebla, califica la separaci?n de S?nchez Camacho como

un "duelo que ha llenado a la Iglesia Mexicana".54 Monse

51 Felipe de Jes?s Vel?zquez a Jacinto L?pez y Romo, arzobispo de Linares, 18 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, allegato al n?m. 456. 52 Jos? Mar?a Armas a Averardi, 7 de octubre de 1896, ASV-Averardi,

caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 573.

53 Pr?spero Alarc?n a Averardi, 6 de octubre de 1896, ASV-Averardi,

caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 577. 54 Jos? Victoriano Covarrubias a Averardi, 7 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 578.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 269

?or Portugal habla de "defecci?n", de "trist?simo aconteci

miento", de "rebeli?n contra el Vicario de Jesucristo".

Analiza las diversas cartas de S?nchez Camacho, y opina que "no indicaban en manera alguna el cambio inmotivado que se observa en la tercera inspirada ?nicamente por el esp?ritu de las tinieblas".55 El arzobispo Loza, el ?nico hombre de iglesia a quien respetaba S?nchez Camacho, escribe: S?lo la obcecaci?n m?s completa y la m?s refinada soberbia, han podido resistir los llamamientos que V.S.I. [Averardi] le ha he cho del modo m?s paternal que pod?a hacerse. No resta sino pe dir a Dios que disipe esas tinieblas y lo libre, con su gracia, de ese sentido reprobo a que se halla entregado.56

El obispo de Quer?taro, por su parte, llama a S?nchez Ca macho "desgraciado", y sobre su ?ltima carta, escribe: "El tono altanero y descompuesto de la ?ltima respuesta del infe liz ap?stata... Es el primer caso que presenta nuestra histo

ria eclesi?stica de una apostas?a episcopal tan escanda losa".57

Santiago Zubir?a, arzobispo de Durango, lamenta la ca? da de este obispo mexicano, a la que llama "infortunada ca?

da de uno de sus pr?ncipes".58 Garza Zambrano, desde la

sede episcopal de Saltillo, dice que es la amargura "m?s honda e intensa" sufrida en su vida, y protesta por "el modo infer nal de tratar a la ilustre, santa y noble persona que represen

ta en M?xico a Su Santidad".59 El obispo de Chihuahua,

55 Jos? Mar?a de Jes?s Portugal a Averardi, 16 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 585.

56 Pedro Loza y Pardav? a Averardi, 8 de octubre de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 586. Sobre Loza, escribir?a S?n chez Camacho: "Ese venerabil?simo anciano, que todav?a vive, es el cl?ri go ?nico en quien no he visto defectos morales, ni peque?os, habiendo vivido con ?l veinticinco a?os. No digo que no habr? otros como ?l, pero yo no los he conocido": Op?sculo, 1897, p. 5. 57 Rafael Sab?s Camacho a Averardi, 10 de octubre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 595.

58 Santiago de Zubir?a a Averardi, 9 de octubre de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 597. 59 Santiago Garza y Zambrano a Averardi, sin fecha, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 617.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

monse?or Ortiz, se dol?a de "la apostas?a de este Se?or ..., desdoro por primera vez causado en el buen nombre que siem

pre tuvo el Episcopado Mexicano".60 El arzobispo Gillow

juzga la conducta de S?nchez Camacho como "incalificable", y le da el t?tulo de "el Obispo ap?stata de Tamaulipas".61 Tambi?n le asignan otros calificativos: "desgraciado Hermano nuestro",62 "infeliz ap?stata",63 "alma descarriada",64 "in fortunado hermano",65 "desgraciada persona".66 El obispo de Yucat?n, por su parte, escrib?a: Este mismo desgraciado hermano siguiendo sin duda un mal ca mino desde muy atr?s emprendido, lleg? a cegarse de tal mane ra, que precipit?ndose por s? solo en un abismo, ha llenado con su triste ca?da a la Iglesia de l?grimas y dolor.67

Mora del R?o, obispo de Tehuantepec, despu?s de haber

le?do la carta de S?nchez Camacho a monse?or Averardi, fe chada el 10 de septiembre, opina que incluso se ha despoja

do de toda norma de urbanidad, y

en su ?ltimo p?rrafo, que supera en osad?a e insensatez a cuan to he le?do de los herejes que se han separado de Nuestra Madre 60 Jos? de Jes?s Ortiz a Averardi, 18 de octubre de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 615. 61 Eulogio Gillow a Averardi, 13 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 616. 62 Tom?s Bar?n, obispo de Le?n, a Averardi, 10 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 587. 63 Rafael Sab?s Camacho a Averardi, 10 de octubre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 595. 64 Perfecto Am?zquita, obispo de Tabasco, a Averardi, 20 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 645. 65 Buenaventura Portillo, obispo de Zacatecas, a Averardi, 14 de oc tubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 652. Este pre lado, una vez restablecido de grave enfermedad, invit? al representante papal para la dedicaci?n de la catedral zacatecana. Sin embargo, la ame naza de un atentado contra Averardi, oblig? a este a no acudir, ASV Averardi, caja 2, pos. 5, fase. 6, ff. 213-215. 66 Miguel Mariano Luque, obispo de Chiapas, a Averardi, 24 de oc tubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 716. 67 Crescendo Carrillo y Ancona, obispo de Yucat?n, a Averardi, 5 de noviembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 722.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 271 la Santa Iglesia Cat?lica, quienes por lo menos en los principios han ocultado bajo capciosas frases sus herej?as e insubordina ci?n, ni se han declarado abiertamente rebeldes a la autoridad

de la Iglesia.

Estoy avergonzado como Mexicano y como Obispo, al ver los desmanes de ese infeliz hermano quien sin duda no gozaba del uso expedito de su raz?n cuando escribi? esas frases.68

Averardi hab?a sugerido a los prelados la conveniencia de elevar a la santa sede una protesta de amor y obediencia al papa Le?n XIII en desagravio por las ofensas que le hab?a inferido S?nchez Camacho. El 15 de octubre, los obispos la firmaban.69 Ya para esa fecha, don Francisco Campos hab?a llegado a Ciudad Victoria y hab?a recibido la di?cesis de manos de don Eduardo S?nchez Camacho. Un tanto sorprendido, Cam pos informa el 4 de octubre a Averardi, que "ni el Prelado ni el pueblo me han manifestado hostilidad alguna",70 y dos 68 Jos? Mora del R?o, obispo de Tehuantepec, a Averardi, 18 de oc tubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 657. A una carta anterior de Mora, en la que se lamentaba por la conducta de S?n chez Camacho, y dec?a que "no es cosa grata tener la necesidad, bien tris te por cierto, de verse obligado a usar de energ?a contra un Obispo": Mora a Averardi, 16 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 2, pos. 5 y 14, f. 143, n?m. 532. El visitador respondi? categ?ricamente: "S?lo me con suela el testimonio de mi conciencia de haber obrado no con energ?a sino con la mayor prudencia, caridad y hasta amabilidad": Averardi a Jos? Mora del R?o, 23 de septiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 2, pos. 2, f. 144, n?m. 536. 69 "Anoche firmamos la protesta de amor a N. Smo. Padre, con lo cual han quedado satisfechos los piadosos y santos deseos de S.S. lima.": Jos? Mar?a de Jes?s Portugal a Averardi, 16 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 627. Tambi?n surgieron adhesiones espont? neas de personas y grupos. Hay que observar c?mo el visitador llevaba un estricto control de las adhesiones episcopales en este caso. El 1 de no viembre de 1896, sobre un papelito, anotaba Averardi: "Faltan cartas de los obispos de Chiapas, Yucat?n, Tepic y Zamora". Y con l?piz rojo ta chaba aquellas que iban llegando, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, s/n. Texto original en italiano. 70 Francisco Campos y Angeles a Averardi, 4 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 572. El dato lo confirma el arzobispo de Linares: Jacinto L?pez y Romo a Averardi, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 606.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

d?as despu?s con m?s calma, escribe: Ma?ana sale para esa capital el limo, Sr. S?nchez con quien he tenido varias conferencias, cuyos resultados voy a comuni

car a V.S.lima.

Ni un s?lo papel, relativo a los diecis?is a?os de su gobierno me ha querido dejar, dando por raz?n que dichos documentos oficiales son in?tiles, toda vez que la Santa Sede ha reprobado su gobierno.71 Con la mayor dulzura y paciencia... he logrado arrancarle el libro de Gobierno, la estad?stica de las parroquias, el cuadernillo del a?o futuro, la Bula de erecci?n y algunos da tos verbales sobre la situaci?n y gobierno de la Mitra. Me ha manifestado por palabra y por escrito, que no me en trega m?s edificio que la Catedral; que la casa episcopal, semi nario y escuela son de su propiedad y que me las arrendar? en cien pesos mensuales.72

Averardi, para facilitar la misi?n de don Francisco Cam pos y prevenir probables conflictos con S?nchez Camacho, hab?a solicitado la intervenci?n directa de Porfirio D?az. El presidente de la Rep?blica hab?a recibido en audiencia al ad ministrador apost?lico, en camino hacia Ciudad Victoria, ase

gur?ndole su apoyo. El mismo Campos as? lo escribe: "He recibido la carta que me ofreci? el Sr. Presidente D. Porfi rio, V.S. lima, no se equivoc? al poner enjuego esa elevada recomendaci?n ' '.73

71 Averardi tach? con l?piz rojo la frase "toda vez... gobierno", y so bre ella escribi?: "fals?sima afirmaci?n". 72 Francisco Campos y Angeles a Averardi, 6 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 584. 73 Francisco Campos y Angeles a Averardi, 6 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 584. En este como en otros casos, el delegado acostumbraba presentar al elegido ante el presidente de la Rep?blica, quien paternalmente les daba algunas recomendaciones. El no hacerlo as?, suscitaba ciertos disgustos. El propio Averardi, cuando Cam

pos y Angeles fue elevado a la sede episcopal de Tabasco, le escribi?: "Lo que V.S.I. debi? haber hecho es visitar no s?lo a la persona principal sino tambi?n a sus inmediatos, cosa que yo acostumbro hacer siguiendo la po l?tica del Sto. Padre, pues bien sabe V.S.I. que para agradar al amo de la casa es necesario comenzar desde el portero." Y agrega: "Respecto a la consulta que V.S.I. se sirve hacerme, a mi humilde juicio, creo que lo mejor ser? que le escriba una carta al Sr. Presidente, sin darse absoluta

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 273

El delegado Averardi contest? a Campos; y, a prop?sito de la intervenci?n presidencial, dec?a: "es excusado decirle, que contestar? (si es que no la ha contestado) manifest?ndole sus sentimientos de la m?s viva y profunda gratitud, como tambi?n de mi parte".74 As? las cosas, Eduardo S?nchez Camacho viajaba a la Ciu

dad de M?xico, "en compa??a de una de aquellas mucha

chas que llev? consigo desde Guadalajara, cuando fue electo obispo", al decir de Averardi.75 Sin embargo, no dur? mu cho en la capital. Regresa pronto a Ciudad Victoria y se es tablece: "Mi residencia en los suburbios de esta ciudad se llama 'Quinta del Olvido', y esto os demuestra mi deseo de completo aislamiento ".76 Pero, el obispo ap?stata no pod?a vivir aislado; de vez en cuando seguir?a asom?ndose a la vida p?blica, escribiendo apolog?as, recordando sinsabores, y polemizando.77 Quien lo fue olvidando fue la propia Iglesia.

mente por entendido de lo que ha pasado, disculp?ndose de que antes de partir para ese lugar no estuvo V.S.I. a presentarle sus respetos por no haber podido venir a M?xico, pero que ahora lo hace suplic?ndole a la vez no olvide la recomendaci?n que le prometi? para las autoridades de ese lugar. Yo, en la primera entrevista que con ?l tenga, procurar? no ol vidarlo": reservada de Averardi a Campos y Angeles, obispo de Tabasco, 9 de marzo de 1898, ASV-Averardi, caja 5, pos. 7, fase. 5, f. 66. 74 Averardi a Francisco Campos y Angeles, 12 de octubre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 601.

75 Averardi al cardenal Rampolla, 13 de octubre de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 29, nueva numeraci?n. Texto ori ginal en italiano. 76 S?nchez Camacho, 1897, p. 7 77 Refiri?ndose a S?nchez Camacho, el administrador apost?lico de Tamaulipas escrib?a: "Esa persona ha dado en venir mucho por aqu?, vi sitar y tratar con las familias principales. Dios nos cuide": Francisco Cam pos y Angeles a Averardi, 24 de febrero de 1897, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 1016. A finales de ese a?o, el reci?n nombrado obis po de Tamaulipas dec?a: "Al llegar a ?sta [Tampico], con gran sentimien to y dolor me he impuesto del folleto que le acompa?o, y que me remiten de [Ciudad] Victoria; esto me hace perder las pocas esperanzas que abri gaba de que este Sr. volviera sobre sus pasos; pero son tantas las neceda des que estampa en este folleto, que s?lo pueden emanar de un cerebro desequilibrado, y que no merecen sino el desprecio": Filem?n Fierro y Ter?n a Averardi, 23 de noviembre de 1897, ASV-Averardi, caja 13, pos.

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JOSE MIGUEL ROMERO DE SOLIS

LOS DESALIENTOS DE AVERARDI

El caso del obispo S?nchez Camacho hab?a afectado mucho a Nicol?s Averardi. Adem?s de sus probables remordimien tos de conciencia, el esc?ndalo producido en la sociedad me xicana y, particularmente, en los medios eclesi?sticos, no pod?a

menos que haber inquietado seriamente a la santa sede. Ave rardi sent?a que su prestigio como diplom?tico y negociador deb?a haber sufrido una considerable baja en la Secretar?a de Estado. Su impericia tambi?n se mostraba en otros frentes eclesiales y el asunto del abad de Guadalupe, Antonio Plan earte Labastida, hab?a suscitado controversias y despertado suspicacias en torno a la figura del enviado papal. Sobre el particular, en Roma no faltaron personas y mensajes proce dentes de M?xico, que consideraban la gesti?n de Averardi como un fracaso y, adem?s, que su visita apost?lica abr?a fi suras graves en el tejido eclesial. De hecho, la propia Secre tar?a de Estado tuvo que dar explicaciones de las actividades e informes de Averardi a un obispo quejoso; este prelado, re gresando a M?xico, se aprovech? de ello para criticar con m?s

motivos al visitador.78

15-1, f. 192. El folleto al que se alude es el de S?nchez Camacho, 1897. Tambi?n el Lie. Juan Luis Tercero preguntaba: "?No ser?a posible... que se procurase con el Sr. Presidente de la Rep?blica que este nuevo Lutero fuere desterrado de Tamaulipas?": Juan Luis Tercero a Averardi, 19 de noviembre de 1897, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 1899. Cf. tambi?n de S?nchez Camacho, su carta a don Antonio Sub?a, publi cada en El Universal, M?xico, 1 de diciembre de 1897, recorte en ASV Averardi, caja 13, pos. 15-1, f. 195. Por ciertos comentarios p?blicos de S?nchez Camacho a una pastoral del Obispo de Sonora, cf. Jos? Mora del R?o a Averardi, 10 de marzo de 1898, ASV-Averardi, caja 13, pos. 15-1, f. 303. 78 "Despu?s de la renuncia de Planearte fueron expedidas tambi?n a la S. Sede cartas en las que se acusaba a V.S. [Averardi] del fracaso de ese asunto": cardenal Rampolla a Averardi, 12 de diciembre de 1896; el cardenal secretario de Estado a?ad?a a continuaci?n que las informacio nes proporcionadas al obispo de Campeche ?el prelado quejoso? fueron "en defensa de V.S.", ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 1, n?m. 841. Texto original en italiano. Pero, de hecho, incluso antes que monse?or Averardi viajara oficialmente a M?xico, ya se hab?an levantado algunas protestas en contra de su misi?n: "En Roma tendr?a conocimiento V.E. de las cartas muy en?rgicas si bien respetuosas que dirig? al Emo. Sr. Car

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 275 A pesar de las coincidentes opiniones sobre el caso del obispo

de Tamaulipas ?lo que muestra, sin duda, un crecimiento en la conciencia colegial del episcopado mexicano?, no de jaba de haber tensiones. Averardi intentaba dar consistencia y unidad a la iglesia mexicana, sujet?ndola m?s a los dicta

dos de Roma; para ello, procuraba la celebraci?n de conci lios provinciales y s?nodos que posteriormente deber?an ser reconocidos por la santa sede. Todo ello, sin embargo, no res pond?a completamente a las expectativas de la jerarqu?a na cional y, de este modo, los obispos recib?an sus sugerencias con cierto recelo. Averardi interpretaba esta actitud como opo sici?n a la Iglesia.79 Por otra parte, la correspondencia ha

denal Rampolla y a Mons. Cavagnis manifestando la gran necesidad que ten?amos de V.E. por ac?, a fin de que no se impidiera su venida como se estaba haciendo": Jos? Mar?a de Jes?s Portugal a Averardi, 10 de abril de 1896, ASV-Averardi, caja 2, pos. 5, ff. 34-35. 79 El Obispo de San Luis Potos? hab?a observado "en varios lugares que hay un gran temor que los Concilios (Provinciales) que se quieren con vocar, vengan a derruir de fond en comble todo el orden eclesi?stico existen

te en M?xico": Ignacio Montes de Oca a Averardi, 19 de mayo de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2 y 15, fase. 5, n?m. 188. Texto original en italiano. En su respuesta, el visitador dec?a: la celebraci?n de los s?nodos provinciales y diocesanos "es ley sapient?sima de la Iglesia, como Vd. bien sabe, la cual deber?a ser observada fielmente por todos los Obispos; y si algunos Sacerdotes y Obispos no ven con gusto esta disposici?n eclesi?sti ca, dejo de juzgar lo que deba pensarse de ellos' ' : Averardi a Ignacio Montes

de Oca, 28 de mayo de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2 y 5, fase. 5, n?m. 214. De hecho, surgieron algunas protestas como las de diversos ca n?nigos de Le?n y Quer?taro por algunas providencias tomadas por el Con cilio Provincial de Michoac?n, como lo informaba el cardenal Di Pietro, prefecto de la Sagrada Congregaci?n del Concilio, a Averardi, 24 de agos to de 1898, ASV-Averardi, caja 11, pos. 10, f. 644. Texto original en ita liano. Lo mismo acontecer?a con la convocaci?n del Concilio Plenario de Am?rica Latina, que los ?nimos se dividieron: mientras unos lo apoya ban, porque en ?l ve?an una oportunidad "para despojar a la Iglesia Ame ricana de los ?ltimos residuos del regalismo espa?ol y unirla con lazos m?s estrechos a la S. Sede": Francisco Planearte, obispo de Campeche, 10 de marzo de 1898, ASV-Averardi, caja 13, pos. 15-1, f. 308. Texto original en italiano, otros sugirieron como mejor opci?n la celebraci?n de un Con cilio Nacional en M?xico, al parecer iniciativa que naci? del obispo de Ta maulipas Filem?n Fierro. Sobre esto, Gillow opinaba que "pasar?n a?os acaso antes de que pueda efectuarse un Concilio Nacional", y en cambio en un Plenario, "desaparecen las personalidades, y el inter?s general se

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JOSE MIGUEL ROMERO DE SOLIS

liada en el Archivo Averardi muestra tambi?n divisiones en el interior del mismo episcopado: algunos obispos, en sus co municaciones escritas al enviado papal, minaban el prestigio o la autoridad moral de otros, cosa que tambi?n Averardi ha

c?a.80 Era una atm?sfera enrarecida que desalentaba con

cierta frecuencia al diplom?tico. Un cuadro depresivo acom pa?aba a Averardi. En cierta ocasi?n, sin poder reprimir m?s su angustia, escribe privadamente al cardenal Rampolla, su superior jer?rquico, desahog?ndose: Me duele tener que informar a V.E.R., que el regreso de Roma de monse?or Francisco Planearte, obispo de Campeche, ha excita do nuevamente los ?nimos... en mi contra. El asegura que Mons.

Cavagnis, Pro-Secretario de Asuntos Especiales Extraordinarios, le ha dado a conocer todas las noticias proporcionadas por m?. S?lo me duele encontrarme en un pa?s en donde no hay per sona de la que pueda fiarme. Aqu? no hay m?s que partidos, uno a otro se vilipendia bajamente, y todos buscan la manera de enga?arme y comprometerme. La inteligencia de este pue blo se ha desarrollado solamente para mentir y calumniar. Ha bituado a continuas revoluciones, no lo ponen en paz ni leyes eclesi?sticas ni civiles. Y si de un tiempo para ac? vive en paz, esto se debe a la mano f?rrea del actual presidente... Incluso di r? que el Clero indisciplinado en parte tambi?n ha sido causa de las malas leyes de esta Naci?n, porque ha buscado el modo de perturbar la paz p?blica, siendo por naturaleza y por educa ci?n enemigo de la autoridad, sea cual sea.

sobrepone": Eulogio Gillow a Averardi, 4 de agosto de 1897, ASV

Averardi, caja 13, pos. 15-11, f. 456. 80 Gillow, por ejemplo, deseaba que se pusiera un freno a Montes de Oca, cuyas actuaciones las califica de "discoler?as potosinas": Eulogio Gi llow, arzobispo de Antequera, a Averardi, 27 de octubre de 1897, ASV Averardi, caja 11, pos. 10, f. 382. El visitador, por su lado, le dec?a al mismo Gillow que no juzgaba prudente el apoyo que el prelado oaxaque ?o daba "a los Sacerdotes educados en el Colegio Pi? Latino America no", porque ?stos no correspond?an sinceramente, sino que "intentan favorecer a una persona, o m?s claro, trabajan porque en Roma se le d? el Capello Cardinalizio a uno de los suyos, seg?n me inform? el limo. Sr. Am?zquita, y seg?n me han escrito de Roma, y para ello tratan de formar partido... Por esto no conviene tenerlos reunidos" : Averardi a Eulogio Gi

llow, 4 de julio de 1898; ASV-Averardi, caja 11, pos. 10, f. 457. Texto subrayado en italiano en el original.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 277 Estoy convencido y debo confesarlo a V.E. aunque sea con viv?sima pena, que los Obispos, salvo pocas excepciones, y los Sacerdotes en general son los que aqu? se oponen principalmen te a mi misi?n, y utilizan todos los medios para que ?sta no ob tenga resultado alguno. El Representante del Santo Padre, la dependencia de Roma son un lastre pesad?simo para ellos... Esto ha provocado especialmente en el Clero (que ni siquiera quiere o?r hablar de disciplina eclesi?stica) malhumor contra m?...

Pero si adem?s se pudiera pensar que el Representante del San to Padre no goza de toda la confianza de V.E., estar?a finiquita da su misi?n, y cualquier otra persona que fuese enviada, se encontrar?a tambi?n en las mismas tristes circunstancias o qui

z? peores.

Perm?tame, Eminencia, que le diga con toda sinceridad que

estoy abatido en cuerpo y esp?ritu. ?Dios s?lo sabe cuanto sufro!

Con l?grimas en los ojos le pido y ruego de tener compasi?n de m?. L?breme pronto de penas que, le juro, que en toda mi vida no he sufrido tan graves".81

Este es el rostro moral del abatido Averardi; se sabe criti cado, impedido en su trabajo por presiones y enga?os, y, ade

m?s, comienza a sospechar que ya no goza del apoyo de

Roma. Su visi?n del pa?s y de la gente, en particular del cle ro, es deprimente.82 Es l?gico pensar que el visitador se sien

81 Averardi al cardenal Rampolla, "particular reservada", 15 de sep tiembre de 1896, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 1, s/n. Texto origi nal en italiano. 82 Un par de botones de muestra sobre el particular. Averardi sobre un recado fechado el 11 de junio de 1897 del padre Juan N. Pacheco y Malag?n, filipense de Le?n, Gto., quien le ped?a audiencia, escribi?: "Re cibido inmediatamente. El ?nico Sacerdote que hasta ahora ha venido con fin recto para saludarme solamente", ASV-Averardi, caja 2, pos. 5, f. 278, n?m. 1325. Sobre la arquidi?cesis de M?xico el visitador opinaba que era una de las peor gobernadas de la Rep?blica, y de su clero, comenta que es "poco instruido, muy presuntuoso, indisciplinado, indolente y ocioso": Averardi al cardenal Rampolla, 8 de enero de 1897, ASV-Averardi, caja 8, pos. 7, fase. 23, f. 341. Texto original en italiano. Averardi, para justi ficar la conveniencia de un Concilio Nacional y no de un Plenario, dec?a que de otro modo habr?a que encomendar a algunos sacerdotes el gobier no de las di?cesis en ausencia de sus prelados, y los sacerdotes eran esca sos, y ?stos "dejan mucho de desear, tanto en relaci?n a la doctrina, como en costumbres": Averardi al cardenal Rampolla, 12 de septiembre de 1898, ASV-Averardi, caja 13, pos. 15-11, f. 478. Texto original en italiano.

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JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

ta preocupado ?y su insistencia en haber actuado con

prudencia y caridad cristianas con el obispo ' 'lleno de orgu llo sat?nico", as? lo demuestra?, que en Roma y en otros sectores juzguen su conducta en el caso como incorrecta. El 20 de octubre est? fechada la ?ltima relaci?n sobre este asun

to, muy breve por cierto, a la que adjunta varios documen

tos; en ella leemos: "Quiero confiar que Su Eminencia

Reverend?sima, no haya pensado ni un solo momento, que yo haya podido dar en cualquier forma el m?s m?nimo moti vo al infeliz obispo de Tamaulipas para separse de la Iglesia

Cat?lica".83

Y al obispo de San Luis Potos?, Montes de Oca, le escribe: Nadie en el mundo que quiera juzgar en conformidad con el dic tamen de su conciencia y sin esp?ritu maligno, podr? jam?s afir

mar que a la desgraciada persona [S?nchez Camacho] se le ha dado siquiera pretexto para causar tan grave esc?ndalo.84

Observaciones finales Tal vez nadie imaginaba, ni siquiera quienes hab?an envia do su primera acusaci?n a la santa sede, que aquel obispo aficionado al vino, avaricioso, impulsivo, injusto en la apli

caci?n de censuras y penas eclesi?sticas, descuidado en su go bierno pastoral, corregido a?os antes por la Inquisici?n por su atrevida manera de hablar del guadalupanismo, amigo de masones, protestantes y liberales, pudiera romper con la Igle sia. Tampoco lo pens? la santa sede cuando le dio instruc

ci?n especial a su enviado monse?or Nicol?s Averardi,

arzobispo de Tarso. Este ni siquiera sospech? la crisis en que 83 Averardi al cardenal Rampolla, 20 de octubre de 1896, ASV

Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 31, nueva numeraci?n. Texto ori ginal en italiano. 84 Averardi a Ignacio Montes de Oca, 30 de octubre de 1896, ASV Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, n?m. 682. A un sacerdote de M?rida, Yuc, le comentaba sobre el mismo asunto: "Tal vez podr? tener remor dimiento de haber tenido en este trist?simo negocio una caridad excesi

va": Averardi a Felice Sanmartino, 23 de noviembre de 1896,

ASV-Averardi, caja 2, pos. 5, f. 163, n?m. 751.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 279

se ver?a envuelto y arrastrado. En el plazo de unos pocos me ses, el obispo de Tamaulipas hab?a originado un enorme es c?ndalo en el pueblo y causado hondo dolor y bochorno al

episcopado.

Si bien no era el ?nico asunto que tramitaba el enviado papal en M?xico por esas fechas, s? fue, sin duda, el que m?s conmocion? a la iglesia mexicana. No sirvieron mediaciones ni presiones: la ruptura fue definitiva.85 Tambi?n, en conse cuencia, la gesti?n diplom?tica y pastoral de Averardi qued? afectada, no obstante que apenas ?sta se iniciaba. Reconstruir los actos de este drama ?aunque otros lo in terpretaron m?s bien con sentido del humor?,86 nos ha per mitido adentrarnos ligeramente en el seno del episcopado mexicano, que en esos momentos est? gestando un proceso de cambio: algunas figuras del mismo fallecer?n durante la misi?n de Averardi dando paso a una nueva generaci?n en la que destacar?n ex alumnos del Colegio Pi? Lationameri cano de Roma; se desmembran territorios eclesi?sticos origi n?ndose la erecci?n de diversas di?cesis; los obispos convocan s?nodos y celebran, a pesar suyo, concilios provinciales; algu nos de estos prelados en representaci?n de los dem?s acudi

r?n a Roma para la celebraci?n del Concilio Plenario de

Am?rica Latina, ventana que les abrir?a derroteros pastora les; y tambi?n, bajo el est?mulo de un peque?o grupo de obis pos, va apoy?ndose la participaci?n de los seglares en la vida eclesial, sobre todo en el campo de la pastoral social-pol?tica. Por otra parte, percibimos los acercamientos que el envia do pontificio realiza con el gobierno civil y c?mo el presiden te de la rep?blica le favorece y apoya, consigue una relaci?n cercana y productiva para ambos. A veces monse?or Ave 85 El 14 de diciembre de 1920 fallecer?a S?nchez Camacho "inopina damente sin sacramentos": Guti?rrez Casillas, 1974, p. 348. 86 "Tengo para m? que en el presente caso, m?s que penas can?nicas, habr? que emplear la hidroterapia y un poquillo de reposo. El cisma por ahora no necesita otro preventivo": MICROBIO, en ElImparcial, M?xi co, 14 de septiembre de 1986, recorte en ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 2, s/n. En cambio, para el fogoso Trinidad S?nchez Santos en ?ste como en otros casos que hab?an afectado al delegado, eran "nuestra cari catura de cristianismo": Trinidad S?nchez Santos a Averardi, 22 de ene ro de 1897, ASV-Averardi, caja 1, pos. 2, fase. 1, n?m. 925.

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rardi da la impresi?n de confiar m?s y sentir mayor respaldo en don Porfirio D?az que en el resto de las fuerzas eclesiales. Este acercamiento fruct?fero se consolidar? al final de la ges ti?n averardiana en M?xico, cuando se habla muy en serio ?y as? lo informa a Roma? del deseo porfirista de estable cer relaciones oficiales con la santa sede.87

De todos modos, se puede observar a lo largo del estudio de este caso el d?bil car?cter del diplom?tico y su precipita ci?n al actuar y juzgar a personas y circunstancias. Su visi?n de M?xico es deplorable: s?lo algunos se salvan de la medida con que juzga y, evidentemente, uno de estos agraciados es el presidente D?az. Sus relaciones con los obispos var?an: si con algunos muestra alguna confianza, con otros su trato es distante y cortesano; a unos, ni los toca, pero a otros, princi palmente aqu?llos en cuyo nombramiento ha tenido injeren cia, casi los gobierna. Su ego asoma frecuentemente, as? como

sus temores, angustias y desalientos. Si nuestra ?nica atalaya para estudiar la Iglesia de M?xi

co en este periodo que abarca la gesti?n de Averardi

(1896-1900) fuese este archivo, nuestra visi?n ser?a depri mente. Apenas hay luces: como si las acusaciones formula das contra Eduardo S?nchez Camacho se extendieran a toda la iglesia mexicana: deshonesta, viciosa, interesada, rebelde, olvidada de su pueblo, tal es la ?ptica del visitador. Parece

87 Averardi, seg?n parece siguiendo instrucciones de la Secretar?a de Estado, hab?a podido moderar a los periodistas cat?licos mexicanos, que "ya no usan m?s un estilo virulento contra el Gobierno y no se muestran rebeldes e imprudentes", sino que incluso "aprovechan de cualquier opor tunidad para manifestar el debido respeto a la autoridad constituida y a la forma de gobierno, especialmente al supremo Magistrado de la Naci?n", quien es en realidad "el verdadero supremo imperante"; agregaba Ave rardi que Porfirio D?az le hab?a elogiado en repetidas ocasiones la nueva actitud de los periodistas cat?licos, porque era "el mejor medio para con seguir una paz completa, que podr? dar a su tiempo un buen resultado para la Iglesia", seg?n le dijo el propio presidente D?az. Y aludiendo el enviado pontificio a una entrevista tenida la v?spera con don Porfirio, tras crib?a sus palabras textuales: "Esperemos que antes que termine el siglo,

haya entre nosotros amistad oficial": Averardi al cardenal Rampolla, 4 de marzo de 1899, ASV-Averardi, caja 10, pos. 8-1, ff. 2, 62. Texto origi nal en italiano.

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APOSTAS?A EPISCOPAL EN TAMAULIPAS, 1896 281

que no se percat? de que en M?xico la Iglesia iniciaba una an dadura nueva, abri?ndose espacio, de la que no eran ajenos los esfuerzos pastorales del delegado papal. El no supo perci bir este matiz. Lamentablemente as? lo informaba y sus rela ciones llegaban a Roma y all? se conservaron. A Averardi le pas? tambi?n lo que al obispo ap?stata de Tamaulipas: pronto la Iglesia de M?xico lo olvid?.

SIGLAS Y BIBLIOGRAF?A ASV-Averardi Archivio della Visita Apost?lica nelMessico, Archivo Secre

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282 JOS? MIGUEL ROMERO DE SOL?S

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1883, Impresa en Guadalajara, por N. Parga.

Vel?zquez, Primo Feliciano 1931 La aparici?n de Santa Mar?a de Guadalupe, M?xico, Impr.

Patricio Sanz.

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TESTIMONIOS

DESCUBRIMIENTO O ENCUENTRO Antonio G?mez Robledo Lo hist?rico, a lo que se piensa com?nmente, es lo irrevocable mente pret?rito; pero si as? fuera, la historia no estar?a sujeta a re

visi?n sino cuando el hecho bruto no pas? en los t?rminos que lo ha consignado el historiador, en cuyo caso todo vuelve a quedar en paz e inm?vil para siempre tan pronto como aquel error ha sido

corregido. Las cosas, empero, no suelen pasar con esta descarnada senci llez, porque lo que verdaderamente nos importa en la historia no es el hecho bruto sino su significaci?n, y como esta ?ltima est? su jeta a una revisi?n pr?cticamente continua, el pasado, no menos

que el presente, est? as? en perpetuo movimiento, todo lo cual, por

lo dem?s, no es el menor encanto de la historia. Nadie duda (por lo menos as? lo espero) que Rodrigo de Tria na, o como llam?rase el grumete de la nave de Mart?n Alonso Pin z?n, grit? antes que nadie ?tierra! en la noche del 11 al 12 de octubre

de 1492, pero lo que ahora se cuestiona, en M?xico por lo menos, es si el grito aquel tuvo por correlato un descubrimiento o un en cuentro, o una y otra cosa por ventura, aunque bajo diferente res pecto, con lo que no resultar?a violado el principio de contradicci?n.

A decir verdad, el V centenario que se aproxima del descubri miento de Am?rica (continuar? usando el t?rmino tradicional a be neficio de inventario) no ha sido el primer centenario pol?mico, porque ya lo fue, y en grande, el cuarto centenario, el de 1892. No lo fue, es verdad, por lo que ve al t?rmino '"descubrimiento", en lo cual rein? acuerdo un?nime, pero s? en cuanto a la atribu ci?n de la gloria del descubrimiento, si a Col?n exclusivamente, o por el contrario, y con igual exclusividad, a los hermanos Pin z?n, los capitanes de la Pinta y la Ni?a. La cuesti?n, como era de preverse, no ha sido resuelta hasta el d?a de hoy, y lo ?nico que HMex, xxxvii: 2, 1987

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TESTIMONIOS

registra la historia son los altibajos de la fortuna de Col?n, ahora su fortuna postuma, y la de sus connavegantes en la magna em presa, la del descubrimiento por supuesto. El t?rmino estaba toda

v?a lleno de la reverencia que inspiraba a Francisco L?pez de

Gomara cuando dec?a que el descubrimiento era el acontecimiento m?s portentoso desde la creaci?n del mundo, "sacando la encar naci?n y muerte de quien lo cre?". Ahora, en cambio, viene a dec?rsenos, y as? de buenas a prime ras, que debemos borrar el nombre tradicional y prestigioso para sustituirlo por otro que por lo pronto no corresponde a la realidad hist?rica y que, mientras no se declare rigurosamente su connota ci?n, no pasa de ser un mero nombre. Estamos como en el antiguo nominalismo, o en el moderno positivismo l?gico: nomina nuda tene mus, seg?n podemos leer en el verso que clausura // nome della rosa.

Pero no se trata, por si fuera necesario decirlo, de un inocente juego sem?ntico, sino de algo mucho m?s profundo como lo es la pasi?n humana, y sin mucho esfuerzo podemos descubrirla. ' 'Tal vez nunca podamos saber, nos dice uno de nuestros m?s recientes histori?grafos, los m?viles profundos de la futura conme

moraci?n porque, al parecer, para decidir sobre ella no fue consul tado el gremio de los historiadores mexicanos, o al menos aquellos que se dedican al estudio de los siglos xv y xvi, los que correspon den al pretendido encuentro intermundano."1 Todo esto es verdad, por supuesto, y pone de manifiesto, una vez m?s, el desprecio del r?gimen actual por la inteligencia mexi cana y en general por la ciudadan?a. A pesar de esto, sin embargo,

no es dif?cil rastrear la motivaci?n profunda de este cambio con ceptual y terminol?gico. D?gase lo que se diga, el hecho es que a la vuelta del primer medio milenio a partir del descubrimiento, no

hemos podido todav?a digerir, ni por consiguiente asimilar, aquel hecho hist?rico, con todo lo que implica y complica y por lo visto habr? que esperar cinco siglos m?s, hasta completar el milenio, para

sosegar del todo la ebullici?n pasional que nos sigue agitando las

entra?as.

Entre los franceses, por ejemplo, a nadie le parece mal el que Julio C?sar haya llevado la civilizaci?n a las Galias, y todo esto sin mengua del reconocimiento debido a Vercing?torix como defensor de su patria. Nosotros, en cambio, no podemos aceptar hasta hoy (o por lo menos hay una minor?a activa que lo resiste) haber sido incorporados a una cultura y a una civilizaci?n incomparablemen 1 Blanquel, 1985, p. 9. V?ase la bibliograf?a al final.

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TESTIMONIOS

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te mayores, aunque por medios atroces al principio y con injusti cias que nunca cesaron en el tratamiento de la raza vencida. La cual, por lo dem?s, no se vio m?s o menos libre de este flagelo, aunque esta vez a manos de la oligarqu?a criolla, sino hasta la re voluci?n, la gran revoluci?n de 1910. De ah?, pues, a lo que imagino, de la tristeza humillante de nues tros or?genes como pueblo mestizo, como si vini?ramos de una ma

dre violada o prostituida, ha surgido con el tiempo, sin que sea posible decir cu?ndo, ha surgido una actitud no precisamente de repulsa, pero s? de antipat?a o recelo frente a la cultura occidental,

y el refugio consiguiente en la cultura aut?ctona. Bien clara est?, para m? por lo menos, esta postura en el discur so pronunciado por el doctor Miguel Le?n-Portilla, en nombre del gobierno mexicano, ante la "Reuni?n de comisiones nacionales del V centenario del descubrimiento de Am?rica", celebrada en San to Domingo del 9 al 12 de julio de 1984. En el curso de su oraci?n, origen de la actual querella de nombres, dijo el orador que "es muy importante que no definamos nuestro ser a la conveniencia de otros,

tal y como ha sucedido hasta ahora", y que, por ende, "insistir en el concepto de una Am?rica descubierta implica recaer en el a?ejo

vicio de proyectar la historia desde un punto de vista europeo, o m?s bien europeocentrista". Ahora bien, y para independizarnos del todo de Europa, completando as? la obra de nuestra emancipa ci?n pol?tica, habr?a que empezar, al parecer, por ponerle otro mar bete al acontecimiento cuyo quinto centenario tenemos ya a la vista, al efecto de ?l conmemorar y no necesariamente celebrar lo que enten

demos como el encuentro de dos mundos que hab?an permanecido totalmente ajenos el uno al otro hasta fines del siglo xv". Siendo el doctor Le?n-Portilla un excelente escritor que conoce perfectamente el valor de cada palabra, no deja de sorprender la incertidumbre que muestra en cuanto a dejar abierta la cuesti?n de si en 1992 deberemos o no celebrar el encuentro de dos mundos

(as? precisamente con su nueva fe de bautismo) como si hubiera sido una desgracia el encuentro de nuestras culturas abor?genes con la cultura occidental. No una sino varias veces, al leer y releer este

pasaje, no he dejado de preguntarme si he entendido bien.

Yendo al fondo de las cosas, mi posici?n es que lo que real

y verdaderamente hubo fue un descubrimiento seguido de encuen tro. Hace algunos a?os hubiera parecido este aserto una verdad de Perogrullo, pero no ahora, cuando E. O'Gorman se lanza al ruedo con esta doble negaci?n: "Ni descubrimiento ni encuentro." 2 O'Gorman, 1985, pp. 1-3.

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TESTIMONIOS

Lo primero, importa aclararlo, la primera negaci?n, no por el mismo motivo que Miguel Le?n-Portilla. Este ?ltimo, seg?n vi mos, por no caer dentro de la ?rbita europeocentrista. Edmundo O'Gorman, a su vez, porque, en su opini?n, no puede hablarse de descubrimiento de Am?rica sino hasta que el nuevo continente fue identificado como la quarta pars orbis terrarum por Am?rico Ves

pucio. Ahora bien, y despu?s de haber seguido paso a paso su tra yectoria desde que juntos frecuent?bamos la c?tedra de Jos? Gaos en la facultad de filosof?a, yo tengo para m? que Edmundo se ha dejado llevar de la filosof?a kantiana, aunque sin propon?rselo, en la anterior apreciaci?n. Me explicar?. Para la filosof?a tradicional, la del realismo inmediato (o realis mo ingenuo, seg?n lo llaman desde?osamente los neokantianos) el objeto de conocimiento tiene consistencia propia y es siempre el mismo cualquiera que sea la denominaci?n que reciba. En el caso a estudio, y para dejarnos de abstracciones, un historiador tan emi

nente como Samuel Eliot Morison3 aun sabiendo perfectamente que, incluso despu?s de su tercer viaje, Col?n muri? con la firme persuasi?n de no haber visto sino tierras asi?ticas, con todo esto no duda en afirmar que real y verdaderamente fue el almirante el descubridor de Am?rica. Es, una vez m?s, la vieja escuela del rea lismo ingenuo o del sentido com?n. En la filosof?a kantiana, por el contrario, el objeto de conoci miento en cuanto tal queda configurado no s?lo por el dato bruto de la sensaci?n, sino tambi?n y acaso sobre todo, por las categor?as

del entendimiento, aunque no del yo psicol?gico sino del yo tras cendental. Sin la impronta de las categor?as sobre la pura impre si?n sensible, el objeto de conocimiento no ser?a sino un caos de sensaciones.

En conclusi?n, y seg?n la filosof?a que se tenga, tienen raz?n por igual Morison y O'Gorman, o para ponerlo en t?rminos de la comedia pirandeliana, as? es si os parece: cos? ? se vi pare. Ahora

bien, y desarrollando sus propias ideas, Edmundo O'Gorman apos trofa a su contrincante: Ahora bien, no porque lo ignore o desconozca el doctor Le?n Porti lla, deja de ser un hecho que al conjunto de las tierras nuevamente ha lladas ?una vez desechada emp?ricamente su adscripci?n asi?tica? le fue concedido el ser de una hasta entonces ignorada cuarta parte del mundo, y que para significarlo se le dio el nombre Am?rica. (V?ase mi Invenci?n de Am?rica, tercera parte, xiii.) Con ese ser, pues, fue co mo compareci? en el escenario de la historia universal ese ente hist?rico

3 MoRisoN, 1946.

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geogr?fico individualizado desde ese momento (1507) como Continen te y Mundo Americanos, un ente incubado, dig?moslo as?, en la ma triz creadora de la cultura europea y que, por tanto, s?lo cobr? realidad hist?rica al quedar incorporado, dir?a Ortega y Gasset, dentro del sis tema de ideas y creencias constitutivo de esa cultura. Y es as? que, cuando

se habla de "mundo americano" (el impropiamente llamado Nuevo Mundo), de "hombre americano" y m?s a mi prop?sito, de "cultura

americana' ', las distinciones que as? se enuncian respecto al mundo euro

peo (el impropiamente llamado Viejo Mundo) del hombre europeo y

de la cultura europea, son distinciones meramente contingentes que de ninguna manera suponen la diferenciaci?n ontol?gica implicada en el concepto de especie. Por tanto, hablando con rigor, cuando por ejem plo digo "cultura mexica" y, pongamos por caso, "cultura alemana" no denoto, en cuanto el concepto cultura, especies diferentes sino mo dalidades circunstanciales de una ?nica posible cultura. Quede claro, entonces, que a partir del momento en que las nuevas tierras en su con junto fueron dotadas del ser de "Cuarta parte" del ?nico posible mun do existente, se aniquil? la posibilidad misma de reconocerles a las culturas aut?ctonas americanas una realidad hist?rica espec?ficamente distinta a la realidad cultural europea, concebida a su vez como la cul tura universal o si se prefiere, como la Cultura, as? en may?sculas y sin posible adjetivaci?n.4

He ah?, obviamente, lo que nunca podr? admitir la otra parte, que este mundo nuestro que se encuentra con el otro, haya sido in cubado en la matriz creadora de la cultura europea, y que s?lo co br? realidad hist?rica al quedar incorporado a dicha cultura. Prosiguiendo con nuestro discurso, no tiene mayor importan cia, para nuestro actual prop?sito, el que Am?rica hubiera sido des cubierta por Col?n o por Vespucio. Lo decisivo, a mi modo de ver, son las consecuencias que pueden extraerse del hecho del descu brimiento en cuanto tal, y esto s? es de larga proyecci?n en la histo ria continental y en la nacional. Antes de seguir adelante conviene reparar en que descubrimiento, al contrario de detecci?n, no es, en opini?n de algunos, un acto ins tant?neo, sino de tracto continuo. En sentir de Carlos Pereyra, el descubrimiento de Am?rica prosigue a?n en nuestros d?as, mien tras no exploremos por completo el continente por todos los mean dros de su suelo y subsuelo. Y Oscar Wilde, por su parte, dec?a lo siguiente: Perhaps, after all, America has never been discovered. I would say myself

that it had merely been detected.

4 O'Gorman, 1987, p. 205.

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Etimol?gicamente hablando, ambas voces significan al parecer exactamente lo mismo: detego de tego, cubrir o tapar (tectum, techo) y discoopertum, a su vez, de coopertum, participio de cooperio, cubrir.

En un principio y hasta hoy, por lo que sabemos, no ha habido mayor preocupaci?n por apurar con todo rigor los t?rminos, y si alguna distinci?n hubiere, de acuerdo con el pensamiento de ?s car Wilde, detecci?n podr?a ser la mera identificaci?n del objeto descubierto por un descubridor que sigue su camino, y con este sentido, sin otro requisito, lleg? a hacerse valer el descubrimiento como t?tulo adquisitivo de soberan?a en la era de los descubrimien tos, mucho tiempo antes del siglo xvi y tambi?n despu?s. Deteng?monos un poco en esta consideraci?n, porque a lo me jor en el ?nimo de los autores de la nueva terminolog?a entra su brepticiamente la creencia (aunque no lo han dicho hasta ahora) de que el descubrimiento de Espa?a llevaba consigo aparejado un t?tulo de conquista, por lo que lo primero que debemos hacer es cortar por lo sano, es decir proscribir el t?rmino nefando. Ahora bien, y si retrocedemos en la historia hasta la edad anti gua, empecemos por tomar nota de que el derecho romano, si bien no de manera expl?cita, impl?citamente por lo menos s? habl? de descubrimiento al enumerar entre los t?tulos originariamente ad quisitivos de propiedad la ocupaci?n de cosas sin due?o. Res nullius primo occupanti conceditur, lo cual supone que necesariamente alguien

ha descubierto la cosa de nadie antes de apropi?rsela. Anticip?n dose a muchos siglos, como luego veremos, el derecho romano re

quiere de la apropiaci?n efectiva como t?tulo de propiedad y no del

mero descubrimiento o invenci?n inventio, que es exactamente lo mismo que descubrimiento, y as? hablan los c?digos civiles, el nues tro entre ellos, de la invenci?n del tesoro en terreno ajeno, porque

el hallazgo en el propio no plantea ning?n problema jur?dico. En la era de los descubrimientos, sin embargo, al expandirse el mundo y rivalizar entre s? las grandes potencias de la ?poca en las nuevas conquistas, sobre todo a lo largo de la costa occidental africana, fue abri?ndose mano gradualmente de la ocupaci?n co mo complemento indispensable del t?tulo, para contentarse con la sola invenci?n de la tierra, y as? fue en el siglo xvi y hasta el siglo

xix. Nosotros mismos, en el litigio que tuvimos con Francia por la isla de la Pasi?n o Clipperton, nos apoyamos en el solo descubri miento del islote hecho por una carabela espa?ola un Viernes San to del a?o 1781 (de ah? su nombre de la Pasi?n) por lo cual hab?a entrado sin m?s en el dominio espa?ol y pasado al nuestro al su brogarnos a Espa?a por virtud de la independencia.

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No fue sino en la conferencia africana de Berl?n en 1885 cuando las potencias coloniales convinieron en a?adir al descubrimiento la ocupaci?n efectiva y permanente para perfeccionar el t?tulo de

soberan?a, y con este criterio el rey de Italia, arbitro en el caso de Clipperton entre los dos pa?ses contendientes, dio la victoria a Fran

cia, la cual, es cierto, hab?a tomado posesi?n efectiva de la isla al

arribar a ella en 1858.

En M?xico hemos tenido siempre por injusto este fallo, por ha bernos aplicado el arbitro retroactivamente una norma muy poste rior a la que reg?a en el momento de descubrirse el islote, cuando con esto solo bastaba, no obstante M?xico acat? ejemplarmente el laudo arbitral, poniendo la isla a disposici?n de Francia y borran do el nombre de la Pasi?n entre las partes integrantes del territorio

nacional seg?n aparecen en el texto de la constituci?n federal. Con todo lo que acabamos de decir, podr?amos dar por conclui do este cap?tulo de nuestro tema, si no fuera porque entre la per versidad humana y la superstici?n religiosa se dieron tan buena mano como para hacer aparecer como res nullius territorios densa mente poblados por el hombre, con lo que daban color de justifica ci?n al descubrimiento como t?tulo de conquista. Para consumar esta operaci?n mental, bastaba, en efecto, con acogerse a la autoridad de Arist?teles, a su doctrina de la esclavi tud natural, con arreglo a la cual los hombres se dividen en se?o res por naturaleza y esclavos por naturaleza (douloiphysei), y de esta

condici?n eran, para muchos europeos, los indios americanos. Y como el esclavo, as? lo dice el derecho romano, no es en absoluto sujeto de derecho (servus pro nullo habetur, servile caput nullum ius ha

bet), de lo que resultaba, en conclusi?n, que no hab?a por qu? preo

cuparse mayormente de la gente que habitaba estas tierras, no m?s

que del ganado, por lo que con segura conciencia pod?an los espa ?oles entrar por ellos y arrasarlos. En opini?n de Silvio Zavala fue el te?logo escoc?s John Maior, profesor de nominales en la universidad de Par?s, el primero que aplic? la doctrina aristot?lica de la servidumbre natural al caso de

los ind?genas americanos.5 "Aquel pueblo ?escribe Maior? vi

ve bestialmente... De donde el primero en ocupar aquellas tierras, puede en derecho gobernar las gentes que las habitan, pues son por naturaleza siervas, como est? claro", y en seguida cita los tex tos pertinentes de la Pol?tica.

Como se aprecia, Maior establece formalmente el v?nculo entre 5 Zavala, 1975, p. 28.

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la condici?n de servi a natura de los indios con el t?tulo del descubri

miento, convirtiendo as? en res nullius, jur?dicamente hablando, aquellos vastos espacios habitados por las poblaciones nativas. Entre los espa?oles, tocados o no de las ideas de Maior, no lo sabemos, o simplemente por influjo directo de Arist?teles sobresa len Juan L?pez de Palacios Rubios y Juan Gin?s de Sep?lveda. El primero, por m?s que les corre a los nativos la cortes?a de leerles

el extravagante requerimiento ideado por ?l, en su tratado sobre las islas del mar oc?ano escribe que por lo menos " algunos de ellos

(los indios) son tan ineptos e incapaces que no saben en absoluto gobernarse, por lo cual, en sentido lato, pueden ser llamados es clavos, como nacidos para servir y no para mandar, seg?n lo trae el fil?sofo en el libro I de su Pol?tica, y deben, como ignorantes que

son, servir a los que saben". En cuanto a Sep?lveda, lo conocemos de sobra. Nadie como ?l ni con tan intemperante celo, aplic? a nuestros abor?genes la doc trina de la servidumbre natural, doctrina que conoc?a como nadie,

por habernos dado una espl?ndida traducci?n latina de la Pol?tica aristot?lica. En p?ginas que respiran odio, sa?a y desprecio, el hu manista cordob?s no nos baja de hombrecillos (homunculi) en quie nes, seg?n sigue diciendo, "apenas si podr?s encontrar vestigios de humanidad", in quibus vix humanitatis vestigia reperies6 y poco m?s

adelante nos califica de *'siervos por naturaleza, b?rbaros, incul tos e inhumanos": natura servi, barbari, inculti et inhumani.1

Sep?lveda no se preocupa ya por el t?tulo del descubrimiento, porque este t?tulo, cuando ?l escribe, ha sido sobrese?do por el de la donaci?n pontificia de las bulas alejandrinas, pero es claro que su desestimaci?n de los primitivos pobladores como sujetos de de recho restaura en toda su entereza la condici?n de res nullius de es tos territorios.

En segundo lugar, y s?lo para hacer ver por cu?ntas avenidas qu?sose bloquear la condici?n sui iuris de los indios americanos, cum

ple agregar que a la barrera obstruccionista de la filosof?a cl?sica vino a sumarse no la religi?n, pero s? la superstici?n religiosa, en la misma desestimaci?n de los indios como sujetos capaces de pro piedad y de soberan?a. Fueron varios movimientos los que a esto conspiraron, y entre los cuales, pues de otro modo nunca acaba r?amos, nos es forzoso elegir los dos siguientes. El primero fue el del te?logo brit?nico Wyclef, para el cual ?ni 6 Sep?lveda, 1941, p. 104. 7 Sep?lveda, 1941, p. 152.

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camente quienes se hallaran en estado de gracia, sin pecado mor tal alguno, pod?an ser sujetos de propiedad y soberan?a. En el Concilio de Constanza, felizmente, fue declarada her?tica esta doc trina, por lo que no tenemos que ocuparnos m?s de ella. El otro movimiento, y con mucho el m?s peligroso, por repre sentar la absorci?n de lo natural en lo sobrenatural, es el auspicia

do por el cardenal de Ostia, Enrico de Susa, denominado el

Ostiense, el cual razonaba del modo siguiente: Siendo Cristo rey de reyes y se?or de se?ores, dominio universal que asumi? al t?r mino del proceso de su pasi?n, muerte y resurrecci?n, todos los dominios inferiores o particulares cesaron a partir de aquel momen

to, para no subsistir en adelante sino los sancionados por el supre mo se?or?o de Cristo, o sea los t?tulos de propiedad y soberan?a existentes en los pueblos cristianos, con lo que autom?ticamente quedan excluidos los pueblos infieles cuyo territorio pasa a ser, en todo el rigor del t?rmino, res nullius y a disposici?n, por lo mismo,

del primer ocupante cristiano. Por extra?o que parezca, esta peregrina doctrina que ni siquie ra en la Edad Media fue, ni con mucho, de aceptaci?n general, encontr? todav?a secuaces en la Espa?a del siglo xvi, y entre los primeros tratadistas de la controversia indiana, como Mat?as de

Paz y Palacios Rubios. Los dominicos de Salamanca, sin embar go, a la cabeza de ellos Francisco de Vitoria, la combatieron re sueltamente, y para ello encontraron el m?s amplio apoyo en el

magisterio de Tom?s de Aquino.

El principio cardinal, en efecto, tal y como lo encontramos for mulado en la Suma teol?gica, y que repetir?n incansablemente sus adictos es que el orden de la fe no afecta para nada al orden de la naturaleza, o como lo expresa santo Tom?s, el derecho divino, que proviene de la fe, no cancela el derecho humano, que se funda en la raz?n natural: tus divinum quod est ex fide, non tollit tus humanum,

quodest ex naturali ratione. De donde se infiere, entre otras cosas, que

el dominio de los infieles, tanto el dominio p?blico como el domi nio privado, propiedad y soberan?a, se mantiene en su ser y en to da su entereza, lo mismo antes que despu?s del advenimiento de Cristo, y no puede ser afectado en forma alguna, ni por el empera dor ni por el papa, mientras no recibamos ning?n agravio de los infieles o, como se dec?a entonces, una iniuria. Escudado en esta doctrina, as? como en el principio natural y cristiano de la igualdad radical entre todos los hombres, Vitoria, nuestro gu?a, puede dar principio a la relectio prior de Indis asentan

do en el pre?mbulo que ni con pretexto de servidumbre natural,

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ni por sus pecados o su infidelidad, puede privarse a los ind?genas de sus propiedades y se?or?os. "Como conclusi?n cierta ?dice Vi toria cerrando el pre?mbulo de la relecci?n? queda la de que an tes de la llegada de los espa?oles, eran los indios verdaderos se?ores,

as? en derecho p?blico como en derecho privado": veri domini, et pub lice et privatim.

Los espa?oles, por lo mismo, no llevaban consigo ning?n t?tulo originario de conquista. El t?tulo o t?tulos que pudieran surgir ten

dr?an que ser adventicios y como resultado de las circunstancias que pudieran presentarse. A estos t?tulos hipot?ticos, tanto ileg?ti mos como leg?timos, pasa revista Vitoria, y el tercero de los t?tulos ileg?timos, el pretendido derecho de descubrimiento (ius inventionis) cae en seguida por su base y Vitoria lo despacha en dos palabras, una vez que ha establecido firmemente que las tierras descubiertas no son, salvo alg?n islote o atol?n desierto, territorios nullius. "Por s? solo ?dice el maestro salmantino? no justifica este t?tulo la po sesi?n de aquellos b?rbaros, no m?s que si ellos nos hubieran des cubierto a nosotros": non plus quam si Uli invenissent nos. Conjeturamos que los auditores de Vitoria, en el general de teo log?a de Salamanca, debieron estremecerse al escuchar aquellas pa labras. Eran, en efecto, el primer enunciado del principio, hoy umversalmente aceptado, de la igualdad jur?dica entre los Estados. Si fuera v?lido el derecho de descubrimiento ?as? arguye Vitoria? tendr?a que serlo erga.omnes y, consecuentemente, una piragua de Moctezuma, que por azar hubiera llegado a las playas de Europa, habr?a tenido el mismo derecho de conquista que la armada de Cor t?s al aportar a tierras mexicanas. Ning?n desnivel cultural puede infirmar el principio de igualdad jur?dica. Vitoria, en efecto, conce de que nuestros abor?genes eran b?rbaros, pero no obstante esta diferencia cultural (no insuperable, como la racial) los hac?a ante el derecho iguales en todo a los espa?oles. De manera, pues, que Vitoria, si bien reconociendo como reco noce el hecho palmario e incontrovertible del descubrimiento, nie ga rotundamente que tenga un efecto jur?dico cualquiera en lo tocante a los abor?genes americanos. No hay por qu? negar el he cho, sino que basta con negar el derecho que de ?l pretende deri varse. Ahora bien, al abrazar el binomio descubrimiento-conquista, Miguel Le?n-Portilla y sus adl?teres, parecen aceptarlo como los antiguos, como Palacios Rubios, por ejemplo, y por esto no ven otra salida que la de negar el primer t?rmino para poder negar el segundo. Palacios Rubios, en efecto, era perfectamente consciente de que el nuevo mundo estaba m?s que habitado y organizado; pe

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ro como era seguidor del Ostiense, no reconoc?a ni propiedad ni

soberan?a sino en los cristianos, por lo cual, y, con perfecta l?gica, eran para ?l res nullius las tierras americanas densamente pobladas.

A m?, en conclusi?n, me parece m?s realista el colocarnos en el te rreno de Vitoria, la aceptaci?n del hecho bruto del descubrimien to, pero despojado de todo efecto jur?dico en lo que respecta a la soberan?a sobre las tierras y los pueblos del nuevo mundo. Para ser fieles en todo al pensamiento de Vitoria, y no falsearlo o mutilarlo en ning?n sentido, reparemos a?n en que Vitoria dice

que el ius inventionis nada vale "por s? solo", con lo que da a enten der a la clara que combinado con otro s? pudiera tener alg?n valor. Ahora bien, fue cabalmente lo que aconteci? en la bula inter cetera,

por la cual hizo el papa donaci?n a los reyes cat?licos de las islas

y tierra firme descubiertas y por descubrir {inventas et inveniendas)

con tal de no trasgredir el meridiano trazado en la misma bula.

El descubrimiento era la condici?n sine qua non de la donaci?n, mas

lo importante era la donaci?n misma. En ella, sin embargo, no he mos de entrar por ahora, es decir en su hermen?utica, porque so bre ser cuesti?n harto litigiosa hasta hoy, est? fuera de nuestro tema

actual.

En lo relativo al t?tulo de descubrimiento, en cambio, no hay duda que Vitoria, al menospreciarlo y vilificarlo en la forma que vimos, fue un profeta de los tiempos futuros, porque todav?a a fi nes del siglo xix la perversidad humana continuaba convirtiendo en res nullius territorios densamente poblados por el hombre, como

los del continente africano. En la conferencia africana de Berl?n, en efecto, celebrada hace un siglo (1885) las potencias europeas re

glamentan minuciosamente entre ellas el reparto del continente ne

gro, pero sin tener para nada en cuenta la personalidad de la

poblaci?n ind?gena, como si se tratara verdaderamente de territo rios nullius. A este prop?sito, los autores hacen menci?n de la de rrota que en la conferencia sufri? la proposici?n del delegado norteamericano Kasson, a tenor de la cual habr?a de requerirse tam

bi?n, para la ocupaci?n jur?dica de un territorio africano, "el con sentimiento voluntario de los ind?genas". La propuesta fue votada negativamente, porque para aquellos hombres, las tierras habita das por razas "inferiores" eran simplemente res nullius, ni m?s ni

menos.

Lo m?s triste de todo era que la ciencia jur?dica de l tificaba c?nicamente el colonialismo. El internacionali

minente en aquel momento, Juan Gaspar Blunts

consignado lo siguiente en su c?digo de derecho de g

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Art. 280: L'?tat colonisateur a le droit d'?tendre sa souverainet? sur le territoire occup? par des peuplades sauvages pour favoriser la civili sation et l'extension des cultures.8

Bluntschli recomendaba, es verdad, tratar humanamente a los nativos, "permiti?ndoles emigrar en paz y d?ndoles una indemni zaci?n equitativa", pero, en suma, deb?an salir de su tierra (a d?n de, no se dice) de una tierra cuya propiedad y soberan?a pasaba

a los nuevos colonos.

De manera, pues, que el descubrimiento como pr?ctica y como instituci?n jur?dica tuvo una negra historia, en ?frica sobre todo,

pero en lo que hace al continente americano es justo reconocer que el ius inventionis fue reducido a la nada jur?dica desde el alc?zar de

la inteligencia espa?ola que era, en aquel momento, la c?tedra de Salamanca. Y siendo as?, no tiene por qu? humillarnos el recono cimiento del hecho escueto del descubrimiento, el cual, jur?dica

mente hablando, no afectaba en nada a los diversos se?or?os

abor?genes. Ahora bien, si rechazamos el t?rmino "descubrimiento", es por que no queremos aceptar que fuimos incardinados a una cultura incomparablemente superior a la nuestra, y en civilizaci?n tam bi?n, en la cual hay par?metros t?cnicos respectivamente compa rables y de f?cil identificaci?n, como para permitir establecer un criterio seguro de superioridad e inferioridad. Desde esta perspec tiva, parece obvio que la civilizaci?n del An?huac, para no ir m?s lejos, era notoriamente inferior a la civilizaci?n europea, y no por ninguna inferioridad racial, ya que el indio y el mestizo y el mula to han demostrado ser tan capaces como el criollo o el europeo, sino simplemente en raz?n de los elementos que est?n en la subes tructura de una civilizaci?n superior, comenzando por Grecia, y que aqu?, en el An?huac, faltaban del todo lamentablemente, sien do los principales el trigo, el olivo, la vid, la rueda y los vertebra dos superiores, a su cabeza el animal de tiro. ?C?mo iba a ser posible

emular aquellas civilizaciones con tamemes y guajolotes? Pasando ahora al otro t?rmino que aspira a remplazar al anti guo, o sea el de encuentro, es el momento de hacer varias conside raciones que me propongo dirigir de la periferia al centro, de la sem?ntica del t?rmino mismo al meollo de la cuesti?n. De semi?tica s? yo bien poco o nada, pero lo que me parece evi dente es que todo t?rmino mental, y consiguientemente el verbal, lleva consigo, al lado de su significaci?n estricta, un cortejo de ar 8 Bluntschli, 1870.

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m?nicas, resonancias concomitantes o alusiones t?citas y oblicuas (innuendos, como dicen tan expresivamente los ingleses) y con las cuales hay que contar si se quiere percibir en su integridad el aura significativa del vocablo, variable siempre en funci?n de la circuns

tancia espacio-temporal. De acuerdo con todo esto, par?ceme igualmente claro que los

abogados del nuevo t?rmino encuentro, no lo esgrimen en su inme

diata significaci?n, simple y humilde, de impacto o colisi?n, que es el primero que da el diccionario, al definir encuentro de la ma nera siguiente: Acto de coincidir en un punto dos o m?s cosas, por lo com?n cho cando una contra otra.

No es esta noci?n, a buen seguro, la que han tenido en mira los autores de la propuesta, siendo obvio que no quieren aludir a un encuentro choque entre dos mundos, sino a una convergencia entre dos entidades que marchan una al encuentro de la otra, con el designio presumible de una colaboraci?n o asociaci?n com?n. Y si aspiran a encontrarse con esta intenci?n, es porque cada uno de los dos mundos tiene algo o mucho que comunicar al otro, con miras a un enriquecimiento rec?proco. He ah? lo que hay detr?s de la idea de estos dos mundos, equivalentes entre s?, o poco me nos, en riqueza cultural, y destinados a perfeccionarse mutuamente.

Hasta qu? punto corresponde o no esta representaci?n a la rea lidad hist?rica, lo veremos poco despu?s, pero antes digamos que

el encuentro en cuesti?n no operar?a, si acaso, sino con las grandes

culturas abor?genes del altiplano peruano y del mexicano, pero no con respecto a espacios inmensos, la mayor parte, por cierto, de la Am?rica continental e insular, donde no hubo "mundo" algu no que pudiera encontrarse con el mundo europeo, sino salvajes m?s o menos organizados, pero siempre salvajes. Y si de lo que se trata es de borrar el nombre de descubrimiento (de Am?rica, se entiende, porque tal es el alcance de la propuesta mexicana) no hay sino pensar en que la nueva nomenclatura es totalmente ina plicable no s?lo a Canad? y a Estados Unidos, sino tambi?n a la mitad, en n?meros redondos, de la comunidad iberoamericana, es decir a Brasil. Desde que los portugueses aportaron con Alvarez Cabrai (a?o de 1500) a la bah?a de Guanabara, no encontraron, ni por asomo, nada parecido a los se?or?os dominados por Atahual pa o Moctezuma, sino las tribus de aymor?s o de tupinamb?s que hasta hoy flechan los aviones que cruzan por su cielo y permane

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cen ind?mitos en la infinitud del mato brasilero. Y aun circunscri bi?ndose a la colonizaci?n espa?ola, Silvio Zavala aduce numerosos acontecimientos que est?n por completo al margen del contacto hispano-mexicano, como el descubrimiento del oc?ano pac?fico por

Vasco N??ez de Balboa, nada menos, no seguido de ning?n en

cuentro, as? como el viaje de Magallanes y Elcano que parte de Espa?a y termina con el retorno de Elcano, cerrando la primera circunnavegaci?n del globo con una estela de descubrimientos fas cinantes. "Son grandes hechos ?comenta Zavala? ajenos al con tacto hispano-azteca. "9 Con arreglo a estas juiciosas observaciones, tenemos, en con clusi?n, que los fautores de la nueva nomenclatura han incurrido en una sin?cdoque geogr?fica, si podemos decirlo as?, al haber to mado la parte por el todo, el encuentro de Espa?a con el An?huac, por la toma de contacto europea con el continente hasta entonces ignoto. En segundo lugar, y aun reducido el encuentro a un esce nario menor, aunque siempre grandioso, como lo fue el antiguo Valle de M?xico, "espl?ndido como un vasto jard?n", todav?a ob serva Silvio, y no sin gracia por cierto, que habr? que esperar al a?o 2021 para poder solemnizar debidamente el encuentro, el cual no empieza sino con la ca?da de Tenochtitlan y en el momento en que el ?ltimo emperador azteca pasa a la galera de Garc?a Holgu?n a constituirse en prisionero de Hern?n Cort?s. Que los indigenistas e hispanistas, por consiguiente, empiecen desde hoy a hacer acopio de argumentos para "polemizar y decla mar", como dice Zavala, sobre sus respectivas tesis. Siendo el mo mento harto prematuro para entrar en el debate, me limitar? a dejar

constancia de lo que sobre el particular escribi? Alfonso Reyes en su Discurso por Virgilio: Lo aut?ctono, en otro sentido m?s concreto y m?s conscientemente apre hensible es, en nuestra Am?rica, un enorme yacimiento de materia pri ma, de objetos, formas, colores y sonidos, que necesitan ser incorporados

y disueltos en el fluido de una cultura, a la que comuniquen su condi mento de abigarrada y gustosa especier?a. Y hasta hoy las ?nicas aguas que nos han ba?ado son ?derivadas y matizadas de espa?ol hasta donde quiera la historia? las aguas latinas. No tenemos una representaci?n moral del mundo precortesiano, sino s?lo una visi?n fragmentaria, sin m?s valor que el que inspiran la curiosidad, la arqueolog?a: un pasado absoluto. Nadie se encuentra ya dispuesto a sacrificar corazones hu meantes en el ara de divinidades feroces, unt?ndose los cabellos de sangre y danzando al son de le?os huecos. Y mientras estas pr?cticas no nos

9 Zavala, 1985, p. 16 ss.

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sean aceptas ?ni la interpretaci?n de la vida que ellas presuponen? no debemos enga?arnos m?s ni perturbar a la gente con charlataner?as perniciosas: el esp?ritu mexicano est? en el color que el agua latina, tal

como ella lleg? ya hasta nosotros, adquiri? aqu?, en nuestra casa, al

correr durante tres siglos lamiendo las arcillas rojas de nuestro suelo.

Una ?ltima reflexi?n me sale al paso, y es que aunque quisi?ra mos borrar el nombre de descubrimiento quoad nos, enlo relativo al episodio Moctezuma-Cort?s, no podr?amos hacerlo erga mundum totum, por la tremenda impresi?n que aquel hecho tuvo en la histo ria en general y fuera por completo de la circunstancia americana.

Acopiar testimonios ser?a tan f?cil como interminable, por lo que me limitar? a citar esta p?gina del Manifiesto comunista:10 El descubrimiento de Am?rica, as? como la circunnavegaci?n de ?fri ca, abrieron un nuevo campo de acci?n a la burgues?a ascendente. Los mercados de China y las Indias orientales, la colonizaci?n de Am?rica, el comercio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercanc?as, dieron al comercio, a la navegaci?n y a la indus tria un impulso hasta entonces desconocido y, por esto mismo, un r? pido desarrollo al elemento revolucionario en la sociedad feudal en descomposici?n.

El elemento revolucionario era, no hay ni que decirlo, la bur gues?a, por lo que el descubrimiento de Am?rica est? de modo emi nente en la progenie de la Revoluci?n francesa. Y siendo as?, ?c?mo ser? posible condenar aquel nombre al silencio y al olvido? Por todo lo que puede verse, la querella de nombres no ha he cho sino empezar, y de entre los ?ltimos participantes me compla ce destacar la coincidencia sem?ntica (conmigo, claro) de Enrique Dussel, quien tiene de "encuentro" el concepto siguiente: ?Encuentro de dos mundos? Un encuentro (Begegnung) es, exactamen te, el cara-a-cara de dos personas como realizaci?n de un movimiento de ir el uno hacia el otro en la libertad, el afecto, y esto mutuamente. Cada uno va hacia el otro sabiendo que el otro viene hacia uno, en el reconocimiento del otro como otro y en el respeto de su dignidad. Pero si el encuentro es desigual, en el sentido que uno va hacia el otro con la intenci?n de constituirlo en ente explotable, no puede entonces ha ber encuentro y habr? que encontrar para tal acontecimiento la pala bra apropiada.11

10 Marx, s.a., p. 9. 11 Dussel, 1985, p. 15 ss.

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Nada hay que objetar, por supuesto, a esta idea del desagravio hist?rico como empresa simb?lica del V centenario, y lo ?nico que habr?a que definir es cu?les podr?an ser hoy el agente y el paciente

del agravio. Todos recordamos, por ejemplo, la guardia del presi dente Truman en el monumento de los ni?os h?roes, con perfecta continuidad hist?rica entre el pueblo agresor y el pueblo agredido.

En el otro caso, empero, las cosas est?n muy lejos de ser tan sim ples, ya que, en primer lugar, los descendientes de los conquista

dores somos nosotros mismos, criollos y mestizos, por lo que tendr?amos que ser conjuntamente desagraviadores y desagraviados. Por otra parte, la ant?tesis inicial descubrimiento-encuentro em

pieza a su vez a complicarse con la introducci?n de nuevos t?rmi nos tan inesperados como peregrinos. Para Leopoldo Zea, en efecto,

no debe hablarse ni de descubrimiento ni de encuentro, sino de en cubrimiento, "el encubrimiento que hace Europa, Espa?a, sobre lo que encuentra en Latinoam?rica". Sit venia verbo, dicho sea con todo respeto, porque la entidad cultural que denominamos Am?ri ca Latina, viene siglos despu?s y s?lo en el Caribe. ?Y qu? ser?a de nosotros, podemos preguntar a?n, si hubi?ra mos podido seguir campeando al sol, sin el encubrimiento o rem plazamiento de la cultura occidental? Pues que ser?amos hoy lo que era entonces la gran mayor?a: macehuales puros, con la sola ex cepci?n de la nobleza muy restringida de M?xico, Iztapalapa, Tex

coco, Chalco y Tlacopan.

A quienes parecen a?orar tan risue?o pasado, buen provecho les haga. La mayor?a del pueblo mexicano, sin embargo, continua mos compartiendo el dictamen que, como eco de la opini?n gene ral, ha expresado Edmundo O'Gorman del modo siguiente: El sentido ?ntimo y ?ltimo de la incorporaci?n del indio americano a la civilizaci?n occidental cristiana, es el de la realizaci?n del hom bre... en ?ltimo y definitivo t?rmino, humanizaci?n.12

Para quienes as? pensamos, la mayor infelicidad hubiera sido la de no haber podido jam?s asomarnos siquiera al maravilloso mun

do cultural que se configura, digamos, de Parm?nides a Sartre. Y cuando este mundo se repudia, no puedo dejar de pensar que en esta repulsa interviene el resentimiento, seg?n lo entendemos a par tir de Nietzsche: "el sentimiento del odio impotente (das Gef?l des

ohnm?chtigen Hasses) contra lo que no hemos podido alcanzar". 12 O'Gorman, 1941, p. 312.

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No lo hemos podido nosotros, con respecto a aquello, porque hasta ahora no podemos presentar, como expresi?n universal de corte mexicano, sino nuestra pintura mural, la de Diego y Jos? Cle

mente sobre todo. En todo lo dem?s, en el ?pice de la cultura, que es la filosof?a, no tenemos hasta hoy un solo filosofema original. Y en estas condiciones, ?no ser? mejor desprendernos de todo aque llo para quedarnos con lo nuestro pr?stino, con nuestra cosmovi si?n de los cantares nahoas? En fin, desde cualquier punto de vista, lo mejor tal vez del V cen tenario (de lo que pueda ser) es el de invitarnos a reflexionar sobre nuestros or?genes y con ello tambi?n en nuestra raz?n de ser como

sentido y pauta del futuro. He aqu? lo que debemos hacer, en serio y a solas con nosotros mismos, en lugar de endechar quejumbrosamente a una antig?e dad aborigen para siempre difunta, y que si la endechamos es por que nunca pudimos alcanzar la altura que hubiera sido deseable en la civilizaci?n que recibimos, y a la cual, nos plazca o nos des plazca, pertenecemos irrevocablemente. Es algo semejante a la mas carada histri?nica del paseo de los s?mbolos patrios: la bandera, la campana (la de Dolores) y la constituci?n, por todo el territorio nacional, y cuya farsa, por carnavalesca que haya sido, obedeci?, sin embargo, a una raz?n profunda: la de reavivar el sentimiento, actualmente moribundo, de nacionalidad com?n. De muchos a?os atr?s viene el intento resurrector del pante?n azteca, con todo "el sollozar de sus mitolog?as", y nadie menos quej?se Clemente Orozco lo describe, con inigualable patetismo, en este pasaje de su Autobiograf?a:1* Parece que fue ayer la conquista de M?xico por Hern?n Cort?s y sus huestes; tiene m?s actualidad que los desaguisados de Pancho Villa; no parece que haya sido a principios del siglo XVI el asalto al Gran Teo calli, la Noche Triste y la destrucci?n de Tenochtitlan sino el a?o pasa do, ayer mismo. Se habla de ello con el mismo encono con que pudo haberse hablado del tema en tiempos de Don Antonio de Mendoza, el primer virrey. Este antagonismo es fatal.

BIBLIOGRAF?A Blanquel, Eduardo 1985 "Qu? vamos a celebrar", La Jornada, 3 de junio. 13 Orozco, 1945, p. 100.

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300 TESTIMONIOS Bluntschli, Johann Kaspar 1870 Le droit International Codifi?, traducci?n del alem?n de M.C. Lardy, prefacio de M. Edouard Laboulaye, Paris.

Dussel, Enrique 1985 "Otra visi?n del Descubrimiento, el camino hacia un desagravio hist?rico", el V centenario, Mar Abierto, a?o

1:2, verano.

Marx, Karl y Friedrich Engels Manifiesto comunista; un mundo que muere y un mundo que

nace [por]... M?xico, Fuente Cultural.

Morison, Samuel Eliot 1946 Admiral of the Ocean Sea. A life of Christopher Columbus, ma

pas de Erwin Raisg, dibujos de Bertr?n Greene. Atlantic

Monthly Press Book. Boston, Little, Brown and Company. O'Gorman, Edmundo 1941 "Sobre la naturaleza bestial del indio americano", Fi losof?a y Letras (2) (abril-junio).

1985 ' 'Ni descubrimiento ni encuentro' ', La Jornada Semanal,

19 de mayo.

1987 * * Falsedad hist?rica del encuentro de dos mundos ' ', Cua

dernos Americanos, Nueva ?poca, a?o 1, vol. 2 (marzo-abril).

Orozco, Jos? Clemente 1945 Autobiograf?a, M?xico, Ediciones Occidente.

Sep?lveda, Juan Gin?s de 1941 Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios,

con una advertencia de Marcelino Men?ndez Pelayo y un estudio por Manuel Garc?a Pelayo, M?xico, Fon

do de Cultura Econ?mica.

Zavala, Silvio Arturo 1975 Servidumbre natural y libertad cristiana seg?n los tratadistas es

pa?oles de los siglos XVIy XVII, M?xico, Editorial Porr?a.

1985 "Examen del t?tulo de la conmemoraci?n del V cente nario del descubrimiento de Am?rica". Mar Abierto, a?o

1:3.

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DOS TEMAS CORTESIANOS Ernesto de la Torre Villar Presento en estos ensayos dos temas que me sugiri? el estudio de la actividad cortesiana, en ocasi?n del V centenario del nacimien to del conquistador. Cubren aspectos muy diferentes y fueron re dactados bajo el mismo ?nimo espiritual.

Hern?n Cort?s y el mar Como extreme?o no ten?a tradici?n marinera. Su tierra, agria y dif?cil, de espaldas al mar, empujaba a sus hombres hacia el cora

z?n de Espa?a, hacia Castilla, donde estaba el poder. S?lo m?s

tarde, en los a?os de las exploraciones, march? en direcci?n de An daluc?a hacia los puertos de los cuales se pod?a ir a trav?s del oc?a no a las nuevas tierras.

Hasta los 14 a?os, ?poca de recia formaci?n, anduvo por Me dell?n, Trujillo, C?ceres y Guadalupe. Al salir de la adolescencia fue a Salamanca, en cuyos colegios inici? estudios de latinidad y jurisprudencia, que a pesar de su corta duraci?n le dejaron bien grabadas las formas de discurso: claridad y concisi?n, y la l?gica jur?dica. El haber trabajado con un escribano afirm? el estilo del conocedor del derecho. En Salamanca, en la meseta castellana, le alcanz? la juventud y se le despertaron inquietudes de toda clase que le empujaron a aventurar y vagar por otras tierras, hasta las de Valencia, don de escuch? narraciones de viajeros y marinos que desasosegaban mentes inquietas y briosos cuerpos que buscaban desahogar sus fuer

zas, tanto f?sicas como espirituales. Si bien vuelve a Medell?n, lo hace tan s?lo para despedirse de la familia y afirmar su decisi?n de emprender los caminos del mar.

HMex, xxxvil: 2, 1987

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San Lucar de Barrameda le vio partir en 1504, a los 19 a?os pues hab?a nacido en 1485, embarcado en una nave de Alonso Quin tero que part?a rumbo a la Espa?ola. La isla estaba gobernada por Nicol?s de Ovando, que en las largas y enrevesadas genealog?as aparece como pariente de Cort?s, y a cuyas ?rdenes va a servir. Ignoramos la experiencia de su traves?a larga y dif?cil. Juventud y entusiasmo supl?an o menguaban las penalidades del viaje. Cru z? el mar en diversas ocasiones y debi? hacerlo con entereza. S?lo una vez, al final de su desastroza expedici?n a las Hibueras, agota do y decepcionado, escribir? que tuvo que descansar varios d?as en tierra por temor al mar, por sentirse inseguro, enfermo y ame

drentarle en ese momento la navegaci?n.

En la Espa?ola, donde a?n se combat?a contra tainos, arua

cos y caribes, unos b?rbaros, otros m?s civilizados, tiene que en

rolarse en las milicias que luchan contra los naturales de

Amihayahua y Guacayarim?n, lo que le permite convertirse en en comendero y escribano del ayuntamiento de la villa de Az?a. Vive seis a?os tranquilo en ese pueblo reci?n fundado, al que de conti nuo llegan nuevos colonos con los que establece amistad. Conoce a Diego Vel?zquez, vecino acomodado, hombre de empresa ambi cioso y conocedor de los resortes poco honestos que mueven a los altos funcionarios encargados de los negocios de Indias. En su hueste

figura cuando aqu?l emprende la conquista de Cuba y en premio obtiene la encomienda de M?nicarao. El paso de la Espa?ola a la Fernandina le obliga a navegar y tambi?n cuando marcha hacia el oriente cubano, a Santiago de Baracoa donde se avecina. Los amores con Catalina Ju?rez le relacionan con Vel?zquez con quien hace las paces y del que recibe la Alcald?a de Santiago. Ya autori dad, sigue de cerca el proceso de colonizaci?n antillana, el despo blamiento de las islas, la llegada de poblaci?n negra que sustituye al ind?gena, el desarrollo de la ganader?a y de la agricultura. Las protestas de los frailes dominicos por el mal trato a los indios. El mar junto a ?l le incita. Ve los navios cruzar el Caribe en varias direcciones y sabe que tocan por el norte de Florida y hacia el sur poniente el istmo paname?o. Su protector, Vel?zquez, se enriquece con el tr?fico de indios y las expediciones de rescate, y con m?s visi?n y recursos arma en 1517, primero la expedici?n de Hern?ndez de Cordova y luego la de Juan de Grijalva. Un mundo de artesanos espa?oles dispuestos a cambiar el cincel, la sierra, el cepillo, el escoplo que produc?an poco, por una vida de aventuras que pod?a enriquecer r?pidamen te, se vuelca en las islas, y como tienen que ganarse la vida traba

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jan en la construcci?n de las casas de los afortunados, en los astilleros

donde multitud de navios de diverso tama?o tratan de satisfa cer las necesidades de comunicaci?n entre las islas y m?s all?. Ma rinos, grumetes, pilotos, gente de mar, h?bil en el manejo de bergantines, recorren y ampl?an el itinerario de Col?n; se atreven por los canales de las Bahamas, tocan los cayos, descubren las co rrientes y se familiarizan en la navegaci?n insular. Los colonos antillanos comienzan a aculturarse. A falta de trigo para amasar el pan que acostumbran, comen el pan cazabe y su alimento se enriquece con tub?rculos de toda especie, con el aj? y el ma?z. Fuman tabaco y cr?an con ?xito piaras inmensas de cerdos

cuya carne salan. Pan cazabe y tocinos representan buen negocio para los granjeros, pues con ellos aprovisionan los barcos que van hacia las nuevas tierras. Los reci?n llegados a las islas son de diversa extracci?n social. Los hay de limpio linaje emparentados con la nobleza de Castilla como Alonso Hern?ndez Puertocarrero pero sin dinero; muchos otros son de humilde origen, aun cuando todos se dec?an hijosdal gos. A menudo era toda la familia la que ven?a a buscar fortuna, como los Alvarado. La mayor?a eran hombres de tierra, no de ex tracci?n marinera. Gente de litoral, marinos, pilotos los hay tam bi?n como Camacho, trianero, como Ant?n de Alaminos de Palos, Juan Alvarez el Manquillo, de Huelva, un Sopuerta de Moguer y numerosos grumetes acostumbrados al riesgoso trabajo de la na vegaci?n. Marinos fogueados en largas y duras traves?as cuya mente

ya no admit?a las consejas de los monstruos marinos, de los seres

fant?sticos de ultramar, sino que confirmaba sus conocimientos so bre los viajes trasatl?nticos y abr?a para ellos y para todo el mundo

nuevos conceptos basados en confirmaciones de car?cter cient?fico y en la diaria experiencia. Estos hombres sab?an que iban a llegar a nuevas tierras, con hombres iguales a ellos pero de diferente cul tura, y con una naturaleza diversa de la europea a la que se iban acostumbrando poco a poco. A su lado, aventureros, soldados, campesinos, cl?rigos de vida no muy regular y regulares no muy ordenados, iban de pueblo en pueblo, muchos insatisfechos de la pobre encomienda que les ha b?a tocado, otros m?s descontentos porque no hab?an conseguido indios de repartimiento, ni minas que explotar. Todos quer?an se guir adelante. Las islas representaban un trampol?n hacia un des tino mejor. Las noticias que a diario llegaban de nuevas tierras les incitaban a tomar parte en las expediciones que se armaban. Los capitanes afortunados como Vel?zquez arriesgaban su fortuna en

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nuevas empresas. Era gente de acci?n, agresiva como hoy tan fea mente se dice, pero resuelta, decidida, independiente. As? viv?a Hern?n Cort?s, con los pies firmemente asentados en tierra como siempre los tuvo, y la mente y el coraz?n m?s all? del

oc?ano, de las aguas verdiazules y transparentes del Caribe, cuyo contorno a?n no se precisaba totalmente. En las Antillas, los colo nos acostumbr?ronse a los ciclones, que eran los ?nicos fen?menos que les anunciaban el cambio de estaciones. Los marinos supieron de los nortes que se levantaban y que hac?an peligrosa la navegaci?n.

El a?o de 1517 trajo para Cort?s un buen anuncio. Supo de las armadas de Francisco Hern?ndez de Cordova, de sus hallazgos de

nuevas tierras y de su desastroso enfrentamiento con los indios, de

cuyas heridas muri?. Buena informaci?n debi? recibir de los so

brevivientes que le hizo percatarse de que en lo reci?n descubierto,

los naturales, cuyo n?mero era abundante, ofrec?an resistencia pe

ro tambi?n ten?an abundantes objetos de oro. La expedici?n de Juan

de Grijalva, hecha con mayores elementos y mejor fortuna incen di? su entusiasmo, su esp?ritu fogoso y razonador. No fue don Her

nando hombre irreflexivo, sino excesivamente prudente, cauto, calculador, que tomaba decisiones una vez que su ?gil mente le mos

traba el camino mejor a seguir. Los buenos resultados de la explo raci?n de Grijalva, el relato de su viaje confirmado por todos sus compa?eros de jornada, entre otros por el magn?fico narrador que fue Bernai D?az del Castillo, quien hab?a navegado tambi?n con Hern?ndez de Cordova, inquiet? el ?nimo de Cort?s y de muchos otros hijosdalgos que esperaban el soplo de la fortuna, y no que r?an dejarla escapar.1 Engolosinado Vel?zquez con los resultados de la exploraci?n de Grijalva y seguro de que si conduc?a una mejor y mayor, pod?a ren

dirle ping?es frutos, decidi? armar una tercera con navios m?s nu merosos, amplia y bien pertrechada hueste para defenderse de las agresiones de los indios, ampliar la exploraci?n de la tierra y obte ner por rescate y bot?n buenas utilidades. A m?s del oro, la posibi lidad de apresar indios y llevarlos como esclavos representaba la finalidad ?ltima. No estaba en el ?nimo de Vel?zquez poblar, crear centros de poblaci?n aportando elementos civilizadores, sino obte ner con facilidad ganancias suficientes. Si el mediano ?xito de la expedici?n de Grijalva decidi? a Ve l?zquez a realizar una tercera, esa decisi?n fue la que aprovech? brillantemente Cort?s para afianzar a la veleidosa fortuna, para no 1 D?az del Castillo, 1982. V?ase la bibliograf?a al final de este art?culo.

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dejarla escapar, para alcanzar no s?lo aquello que primero dese?, oro, sino lo que adem?s obtuvo, fama y poder. La relaci?n que ten?a con Vel?zquez, su gran amistad y la ex traordinaria habilidad para manejar amigos que le hab?a ganado crecido prestigio en Santiago y en otras poblaciones de la isla, in clin? la balanza de su lado. Bernai D?az, quien conoci? el intrilin g?is de los hechos, indica que dos privados de Vel?zquez, Andr?s de Duero, su secretario, y Amador de Lares, contador de Su Ma jestad, fueron los personajes que determinaron muy interesadamen

te la elecci?n de Cort?s por sobre otros hidalgos como Vasco

Porcallo, al que por atrevido se le elimin?, as? como a otros, entre ellos a varios parientes de Vel?zquez y al mismo Grijalva.2 Dirigida la elecci?n hacia Cort?s, ?ste, astutamente actu? ase gur?ndose el favor del gobernador y el apoyo de numerosos hidal gos, de tal suerte que el 23 de octubre de 1518 Vel?zquez celebr? un arreglo con Cort?s, el cual pas? ante el escribano Alonso de Es calante, confi?ndole la empresa. Terminados los preparativos y ante

la posibilidad de que Vel?zquez mudase de opini?n, dadas las pro testas de partes interesadas que se levantaron, la expedici?n com puesta de 11 naves zarp? de Santiago el 18 de noviembre, haciendo escalas en Trinidad y La Habana para proveerse de pertrechos y hombres. El 18 de febrero de 1519 dej? la isla de Cuba Hern?n Cort?s como jefe de una gran empresa descubridora. Con ?l iban 508 soldados, 100 marinos: maestros, pilotos y marineros; 32 ba llesteros, 13 escopeteros; 16 caballos y yeguas, cuyo nombre y cali

dad recordaba perfectamente Bernai D?az; toros de bronce, cuatro falconetes, mucha p?lvora y balas.3 Entre los pilotos de la expe dici?n estaba Camacho, que iba en el primer navio que Cort?s man d?, el cual llevaba como capit?n a Pedro de Alvarado. En los 10 navios restantes sabemos que iban como piloto mayor Ant?n de Alaminos de larga experiencia, auxiliado por otros pilotos, entre ellos Juan Alvarez el Manquillo, Diego Cerme?o, Gonzalo de Un gr?a, Sopuerta de Moguer y otros cuyo nombre se ha perdido. Cor

t?s iba en la nave capitana al mando de toda la hueste, ?l

determinaba los movimientos y acciones de la armada, mas eran los pilotos los que llevaban los diarios de navegaci?n, los encarga dos de registrar distancias, posiciones, alturas, profundidades, di recci?n de los vientos y corrientes. Desconocemos sus libros, que debieron haberse perdido en medio de los azares de la expedici?n. 2 D?az del Castillo, 1982, p. 36. 3 D?az del Castillo, 1982, p. 48.

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Cort?s apenas si nos deja una que otra descripci?n de los sitios to cados, pero no un diario marino como los de Col?n o Magallanes. La impresi?n del recorrido mar?timo de Cuba a Veracruz que Cor t?s plasma en sus cartas, es demasiado escueta, casi nula. M?s im portante para ese efecto es la que escribi? el padre Juan D?az, quien vino con Grijalva, la cual es conocida como Itinerario de Juan de Gri jalva. Bernai D?az, al inicio de su Verdadera historia y como partici pante de las tres expediciones a M?xico, proporciona mayores datos,

m?s cuidadosos y amplios. Cort?s interes?se por la situaci?n pol? tica, por el contacto con los naturales, por hacer resaltar las medi das tomadas en relaci?n con la conducta de los indios y la de sus compa?eros de expedici?n, pero no por describir paso a paso el de rrotero realizado para dejar un verdadero diario de navegaci?n, "como el buen piloto que lleva la sonda", como dir?a Bernai, quien agregaba, "no sab?a del arte de marear ni de sus grados y alturas".

As? es la relaci?n de Cort?s en la cual s?lo de vez en vez encon

tramos referencias directas, breves, m?s dirigidas a la explicaci?n de su conducta o la de sus compa?eros que a la acci?n n?utica. Tanto en sus cartas como en los comentarios de D?az del Castillo, advertimos que como capit?n, Cort?s dispone el manejo de la flota y sus componentes con seguridad y firmeza, sin titubeos; mantie ne el orden y la disciplina y castiga a quien vulnera las normas que ha trazado. Al piloto Camacho lo reprende y pone grillos por no haber aguardado al salir de Cuba al resto de la armada y a Pedro de Alvarado amonesta con severidad por apoderarse de unas galli nas de los indios en Cozumel. Le llevaba el capit?n bien clara la conducta que deb?a seguir con los naturales: no ofenderlos, respe tarles sus propiedades, no vulnerarles su libertad, requerirlos de paz en varias ocasiones y s?lo en caso de agresi?n defenderse; cas tigar a los m?s rebeldes si no era posible conquistarlos de buen gra do. A sus capitanes impone dura disciplina. Si al principio no estuvo

seguro de la lealtad de muchos y tuvo que resistir con firmeza los deseos de rebeld?a de algunos con promesas y halagos, m?s tarde, una vez tomado el acuerdo de penetrar en la tierra, conquistarla y poblarla, tiene que mostrarse severo, impedir que su hueste de sercione, para lo cual embarranca la flota y castiga a los reacios y alborotadores, incluso con la pena de muerte, que impone a va rios, y con crueles procedimientos como el hacer cortar los pies a uno de los pilotos, a Gonzalo de Ungr?a, y condenar a pena de azotes

a varios marineros.4

4 Cort?s, 1952, pp. 41, 42.

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La resistencia de los marinos para ir tierra adentro, combatir con innumerables indios y aventurarse en un territorio totalmente

desconocido, era explicable. Su medio era el mar y en ?l sent?anse seguros. Sab?an luchar contra los indios del litoral si los atacaban, pero no eran hombres de guerra dispuestos a arrostrar en tierra rudos combates. Cort?s tuvo que imponerse para convertir a los hombres de mar que llevaba en soldados. Su mente va puesta en el descubrimiento, en la conquista de las tierras que encuentra. Esa ser? siempre la idea que gu?e a don Her nando. Estima que una flota es indispensable para movilizar la hues te, para llevarla a un sitio determinado que se pretende descubrir,

dominar y poblar, para asediar al enemigo; pero que lo esencial en una empresa como la que iniciaba era ejercitar una sabia pol?ti ca que disminuyera el riesgo de enfrentamiento con poblaciones nu

merosas, atray?ndolas por la persuasi?n, por las alianzas, por un h?bil manejo de su mentalidad, de su circunstancia pol?tica y so cioecon?mica; y en segundo t?rmino realizando una acci?n gue

rrera decidida, oportuna, eficaz, para preservar en medio de

multitud de naciones a un corto n?mero de soldados, que si bien desde el punto de vista de la t?ctica militar eran superiores, su n? mero era tan reducido que hab?a que apoyar la acci?n militar en la acci?n pol?tica. Las empresas mar?timas que realiza una vez des truido el poder mexica, sus afanes de exploraci?n por la Mar del Sur, el establecimiento de artilleros en diversos sitios, la construc ci?n de naves que ir?n hasta California, todo ello va encaminado a esa finalidad. No es Cort?s un navegante a la manera de Maga llanes, de Elcano, de Vespucio, sino un gran conquistador, un ca

pit?n que utiliza la armada naval para efectuar empresas

extraordinarias, que estima que el mar es una v?a por la que puede llegar al destino que se ha fijado, un camino dif?cil pero seguro pa

ra penetrar en tierras nunca vistas ni tocadas anteriormente y a las que desea arribar para dominarlas, sujetarlas a su invict?simo emperador, gozar de sus riquezas y trasmitirles los elementos civi lizadores que le motivan, los de la cultura occidental, los de su fe que fue siempre en ?l sost?n y constante impulso. El agua, el mar, representaron para Cort?s siempre un camino, nunca un obst?culo. Aun cuando ese elemento era muy poderoso y destrozara hombres y flotas, pod?a ser dominado por la experiencia

naval, por el manejo de la t?cnica n?utica ejercitada inteligente y

poderosamente. En algunos p?rrafos de sus cartas menciona los nor

tes, el mal tiempo que imped?a que la tripulaci?n embarcara, zar

paran los navios y navegaran, como ocurri? en Cozumel,

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impedimento que fue de consecuencias positivas pues permiti? en contrar a Ger?nimo de Aguilar, quien tanto servir?a en la expedi ci?n. M?s elocuente ante esos obst?culos es la narraci?n que nos deja en torno al cruce de los caudalosos r?os que hizo en su expedi ci?n a las Hibueras. Despu?s de referirnos uno y mil sufrimientos que experiment? su hueste para atravesar inmensos pantanos, ci? negas peligros?simas, manglares asfixiantes, en los que mor?an es clavos negros e indios y donde los animales se hund?an en el cieno o eran arrastrados por las turbulentas aguas, nos cuenta c?mo tu vieron que construir para llegar a la provincia de Acalan un puen te "que a todos pareci? cosa imposible de acabar y pasaron por ella todos los caballos y gente y tardar? m?s de diez a?os que no se deshaga si a mano no la deshacen: y esto ha de ser con quemarla y de otra manera ser?a dificultoso de deshacer, porque lleva m?s de mil vigas, que la menor es casi tan gorda como un cuerpo de hombre y de nueve y diez brazas de largura, sin otra madera me nuda que no tiene cuenta" y agrega respecto a su factura: "y cer tifico a vuestra majestad que no creo habr? nadie que sepa decir en manera que se pueda entender la orden que estos [naturales] dieron de hacer este puente, sino que es la cosa mas extra?a que

nunca se ha visto".5

Fue el mar para Cort?s medio y veh?culo, no muralla infran queable y por ?l realiz? sus empresas. Estim? el valor de la flota como forma de transporte, pero tambi?n como fuerza de combate.

As? lo entendi? y cuando quiso dome?ar a un rival poderoso que se consideraba inexpugnable en su islote, resolvi? atacarlo por el agua. Por ello al iniciar el asedio de Tenochtitlan decidi? sitiarla y combatirla y con ese fin orden? la construcci?n de los bergantines

que trajeron de las tierras aleda?as a Tlaxcala, y uno de los cuales sorprendi? a Cuauhtemoc haci?ndolo prisionero. La utilidad de una fuerza naval para dominar la ciudad de M?xico la encarecer?a en

su "Cuarta Carta de Relaci?n" en la cual se?ala al monarca la

importancia que el dominio del agua tendr?a para garantizar la su jeci?n de la ciudad, y as? escribe subrayando el valor estrat?gico y de ingenier?a militar de las obras construidas para ese fin. Puse luego por obra ?dice? de hacer en ella una fuerza en el agua,

a una parte de esta ciudad en que pudiese tener los bergantines seguros y desde ella ofender a toda la ciudad si en algo se pudiese, y estuviese en mi mano la salida y entrada cada vez que yo quisiese, e hizose. Est? hecha tal, que aunque yo he visto algunas casas de atarazanas y fuer

5 Cort?s, 1952, pp. 320, 321.

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zas, no la he visto que la iguale; y muchos que han visto mas afirman lo que yo; y la manera que tiene esta casa es que a la parte de la laguna tiene dos torres muy fuertes con sus troneras en las partes necesarias; y la una de estas torres sale fuera del lienzo hacia la una parte con tro neras, que barre todo ?l un lienzo, y la otra a la otra parte de la misma manera; y destas dos torres, va un cuerpo de casa tres naves donde es t?n los bergantines, y tienen la puerta para salir y entrar entre estas dos torres hacia el agua; y todo este cuerpo tiene as? mismo sus trone ras, y al cabo deste dicho cuerpo, hacia la ciudad, est? otra muy gran torre, y de muchos aposentos bajos y altos, con sus defensas y ofensas para la ciudad; y porque la enviar? figurada a vuestra Sacra Majestad como mejor entienda, no dir? mas particulares della, sino que es tal que con tenerla, es en nuestra mano la paz y la guerra cuando la qui si?remos, teniendo en ella los navios y artiller?a que ahora hay...6

El mar como medio de dominar la tierra, "tierra adentro muy llana y de muy hermosas vegas y riberas, tales y tan hermosas que

en toda Espa?a no pueden ser mejores, ans? de apacibles a la vista, como de fruct?feras de cosas que en ellas siembra..."7 Prudente mente organizaba las exploraciones, recorr?a el litoral, recababa informaci?n, ordenaba se levantaran planos de la costa. Cuando inicia su viaje a las Hibueras en la Villa del Esp?ritu Santo, en Coatzacoalcos, re?ne a los indios, les solicita informaci?n y hace levantar un plano que seg?n ?l mostraba el litoral de Yucat?n has ta Panam?, que le permite confirmar su decisi?n de ir al Sur por tierra en busca de Crist?bal de Olid. Cuando inicia sus exploracio nes en el Pac?fico, ordena a uno de sus capitanes y pilotos bajen desde Colima hacia el sur una distancia de 200 leguas, explorando los puertos que pod?an ser aprovechados y tratando de hallar un caudaloso r?o en el sur, para saber su anchura y grandeza. Posible mente dadas las distancias anotadas se trataba del r?o Guayas en

el Ecuador.

Sabedor que el oc?ano era camino para llegar a nuevas tierras, hace vigilarlo. En 1526 tiene noticias de que en el Mar del Sur han aparecido algunas naves y ordena se informe detenidamente de ellas,

habiendo sabido eran parte de la armada de Loaisa que iba a las Molucas y a las cuales ofrece ayuda en caso de necesitarla. Las is las de la Especier?a, las tierras del poniente le tentaron y para ello

realiza preparativos para marchar a su descubrimiento y conquis ta. M?s a?n solicita capitular con el emperador para efectuar esos descubrimientos. Nada lo detiene, su arrojo es tal que el anchuro 6 Cort?s, 1952, pp. 286, 287. 7 Cort?s, 1952, p. 32.

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so mundo que ha conquistado le parece estrecho y desea lanzarse a nuevas conquistas. ?l ansiaba descubrir y sujetar nuevos pue blos como los misioneros, quienes al poco llegar desearon tambi?n partir al poniente, el oriente europeo, en busca de almas que sal var. ?Curiosa coincidencia de unos anhelos que siendo diferentes encontraban una convergencia! En esos intentos, Cort?s ansi? descubrir el camino m?s corto que ligara el Atl?ntico con el Pac?fico y pens? que costeando el li toral Atl?ntico hasta los bacalaos, esto es Terranova, pod?a hallar se ese paso. Otra expedici?n subir?a bordeando el Pac?fico hasta el norte donde deber?a salir el dicho estrecho. Es importante hacer

notar c?mo Cort?s, desde la Nueva Espa?a se informa de cuanto ocurre en materia de exploraciones y descubrimientos, tanto para confirmar sus propios deseos y apoyar sus planes descubridores co

mo para aprovechar la informaci?n que otros navegantes trajeran de remotas tierras. Cuando le propone al monarca que le permita explorar las Molucas y la Especier?a, hace menci?n de Magallanes y su expedici?n, as? como de la de Loaisa.8 Si en esos planes ambiciosos pon?a su voluntad y recursos, tam bi?n se preocupaba por conocer y precisar el propio litoral novo hispano, por entrar en los r?os y a trav?s de ellos poblar sus riberas,

ricas en hombres y en productos. Si el viaje a las Hibueras lo hace por tierra luchando a brazo partido con una geograf?a dura, brava e invencible que super? con mucho sus previsiones, ese viaje trat? de apoyarlo por la v?a mar?tima. Para ello hizo construir varios ca rabelones que llevaban vituallas, pertrechos y refuerzos humanos, los cuales desgraciadamente poco pudieron hacer para auxiliar a la hueste, exhausta, desesperada y abatida, que fue diezm?ndose en el pavoroso trayecto que sigui?. De toda suerte, las exploraciones por agua, el ingreso a los r?os, le permiti? elaborar un amplio proyecto colonizador con el que in tent? poblar tanto las tierras tabasque?as, como las que estaban al norte de Panuco y llegar hasta el r?o de las Palmas y la Florida. El camino del mar no atemoriz? al conquistador. Sus ansias de do

minio de inmensas tierras y crecidos pueblos no las deten?a el oc?ano

en el cual se aventuraba con arrojo, encendido su esp?ritu de un ansia incontenible de superaci?n.

8 Cort?s, 1952, p. 395.

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El mundo americano de Hern?n Cort?s,

su valor religioso

Cuando Cort?s parti? de San Lucar de Barrameda en 1504 rumbo a la Espa?ola, hab?an transcurrido 12 a?os del hallazgo del Nuevo Mundo, durante los cuales la concepci?n del universo-mundo ha b?a cambiado. Col?n en sus descripciones mostr? ensimismado la naturaleza exuberante, casi paradisiaca, de las islas y como hom bre del Renacimiento pint?, con morosa delectaci?n, la ingenua desnudez de los pueblos hallados y comprob? su igualdad huma na. S?lo costumbres y formas diferentes de vida, pero la misma esencia racional y espiritual. Col?n mismo observ? las diferencias culturales de los grupos encontrados, la docilidad y mansedumbre de unos, el car?cter belicoso e ind?mito de otros. En la Espa?ola, cuando entraba en los 20 a?os, pues naci? en 1485, Cort?s se enfrent? con la naturaleza y el hombre americano,

diversos de las mesetas castellanas y de las vegas de Valencia y de sus compa?eros de estudio y vagancia. No contamos con descrip ci?n ninguna de su estancia en las islas, reveladora de sus impre siones del mundo descubierto. Si bien debi? haberse aculturado a ciertas formas de vida: alimentaci?n, vivienda, vestido, ritmo de trabajo, mant?vose unido a la formidable cohesi?n a su cultura de los colonos espa?oles, sin la cual todos hubieran sido absorbidos por la tierra americana. La defensa necesaria contra los indios, sus funciones de escribiente-mantenedor de las formas jur?dicas y del

derecho que inflexiblemente normaba su acci?n, arraig? en ?l dos ideas que representan una constante: el sujetar a los abor?genes, primero con el convencimiento y si ?ste fallaba por fuerza; y en segundo t?rmino, aplicar el derecho, las normas jur?dicas, la orga nizaci?n institucional, aun cuando fuera forzando y violando sus principios, para establecer un orden, unas formas institucionales que hicieran posible la convivencia, la constituci?n de una socie dad organizada, fuerte, compacta, cuya solidez permitiera la asi milaci?n de amplios grupos sociales a un organismo superior regido por las normas elevadas de la cultura europea. Su descripci?n del mundo americano se inicia s?lo en 1519, cuan

do redacta sus Cartas de relaci?n. Como la primera de ellas no la conocemos, es a partir de la segunda, escrita en 1520, y en las pos teriores hasta la ?ltima que lleva fecha de 1526, en las que halla mos sus impresiones. En todas ellas es M?xico el que constituye sujeto y objeto de su inter?s, y en esas maravilladas y maravillosas

ep?stolas en las que encontramos, pintados por ?l mismo, la natu

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raleza mexicana y el mundo material y espiritual de sus habitan tes. A base de ellas reconstruyamos natura y humanidad del mundo

mexicano.9

Si bien en sus cartas revela la enorme impresi?n que hombres y tierras le producen, ese sentimiento lo encubre un tanto e inten

cionadamente al se?alar que lo hallado en M?xico es similar y equi

parable a lo existente en la Pen?nsula, que la misma bondad y

grandeza de las tierras espa?olas se encuentra en las por ?l someti das. Su arraigo a la vieja Espa?a, la estimaci?n de sus virtudes na turales es tanta que no encuentra nada mejor para calificar a la tierra conquistada, para justificar su deseo de fijarse en ella e in corporarla al imperio del C?sar, que equipararla al viejo reino, ca lificarla con el mismo nombre, nombrarla como la Espa?a nueva, la Nueva Espa?a. Por ello escribe al emperador:

Por lo que yo he visto y comprendido acerca de la similitud que toda esta tierra tiene con Espa?a, as? en la fertilidad como en la grandeza y fr?os que en ella hace, y en muchas otras cosas que la equiparan a ella, me pareci? que el m?s conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva Espa?a del mar Oc?ano; y as? en nombre de Vues tra Majestad se le puso aqueste nombre. Humildemente suplico a vuestra

alteza lo tenga por bien y mande que se nombre as?.10

Extraigamos de sus Cartas de relaci?n, su descripci?n del mundo

que descubri? y someti?, todo aquello que nos permita reconstruirlo,

que nos posibilite captar sus formas materiales y las esencias de su esp?ritu. Veamos primero el mundo material. A Hern?n Cort?s, no le atrae tanto la naturaleza como a Col?n, a Bernai D?az, ni a Fern?ndez de Oviedo. Sus descripciones de la tierra son precisas y breves, no se deleita en ellas ni prodiga adjeti

vos, se?ala lo esencial como hace al mencionar los volcanes que flanquean la ciudad de M?xico, dos sierras muy altas y muy maravillosas porque en fin de agosto tie nen tanta nieve que otra cosa de lo alto d?lias sino la nieve se parece; y de la una, que es la m?s alta, sale muchas veces, as? de d?a como de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vira. 9 De las Cartas de Cort?s existen numerosas ediciones. El estudio m?s completo en torno de ellas y de estudios relativos es el de Medina, 1952. El estudio de Guillermo Feli? Cruz en torno de "Bibli?grafos y bibliogra f?a de Hern?n Cort?s" es muy importante. 10 Cort?s, 1952, p. 64.

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De uno de los pueblos lacustres vecinos de Tenuxtit?n escribe: "fui a dormir a un pueblo peque?o que est? junto a una gran la guna, y casi la mitad del sobre el agua della, e por la parte de la tierra tiene una sierra muy ?spera de piedras y pe?as donde nos aposentaron muy bien". As? de escuetas son las descripciones de las tierras que cruza. El medio exuberante y avasallador de las Hi bueras no le provoca mayores comentarios aun cuando en ese tra yecto encarece el esfuerzo humano para atravesarlo. Es el hombre, lo que ?ste transforma, aprovecha, crea, hace y piensa, lo que constituye su centro de inter?s, lo que le conmueve, el eje fundamental de su preocupaci?n y el elemento primordial de

sus descripciones; el hombre dominador del medio, supremo ser que puede si no someter a la naturaleza a su arbitrio, s? aprove charla, utilizar en su beneficio cuanto aqu?lla le brinda. El hom bre individual le interesa tanto como las multitudes. Distingue y aprecia las diferencias culturales de los grupos que encuentra, sus lenguas, costumbres y formas de vida. Admira las ciudades que cruza, sus edificios, su urbanizaci?n en funci?n del hombre, pero

no es un gran descriptor ni esteta del arte ind?gena. En ello lo aven

taja Bernai. Advierte la habilidad t?cnica que posibilit? la creaci?n de ciudades y conjuntos religiosos y ceremoniales, pero ajenos a su sensibilidad los siente lejanos y es indiferente a ellos. Estima el sentido urban?stico de pueblos y ciudades, la habili dad constructiva, el aprovechamiento de los materiales que el me

dio geogr?fico otorg? a sus habitantes: piedra, madera, adobe, paja,

fibras vegetales, plumas de ave, pieles. Elogia su utilizaci?n y m?s a?n la t?cnica y el arte que emplean para construir templos, pala cios, albarradas, puentes; las sencillas casas de los macehuales y los suntuosos palacios de los se?ores. Movido por el provecho men cionar? de continuo los metales preciosos, el oro y la plata, su abun

dancia y notable utilizaci?n, as? como la de piedras preciosas. A trav?s de sus p?ginas nos enteramos del vasto conocimiento que los pueblos ind?genas ten?an de los recursos naturales que el reino mineral les brindaba. De los vegetales Cort?s advierte su rica va riedad y aprovechamiento. No es un naturalista, sino m?s bien un agr?nomo interesado en los cultivos que enriquezcan la econom?a del pueblo. Aprecia el cultivo del ma?z y del frijol, base de la ali mentaci?n y la utilizaci?n del aj?, de los tub?rculos, de los frutos tropicales s?pidos y abundantes, del cacao, la vainilla y el tabaco, as? como las plantas medicinales, pero observa la carencia de otros muy ben?ficos como el trigo, la cebada, la ca?a de az?car, la cual ?l hace plantar en sus posesiones de los valles c?lidos. Ser? uno de

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sus mozos el que primero siembre trigo en la ribera de San Cosme y Bernai D?az el primer cultivador de naranjas. De la utilizaci?n del algod?n habla con encomio y de los colorantes vegetales. Est? pendiente de la siembra y cosecha del ma?z y en su expedi ci?n a las Hibueras ser? el grano b?sico para sostener la expedi ci?n. Rico y variado el mundo vegetal, ten?a a su parecer que ser enriquecido con los aportes europeos, capaces de alimentar con ma yor eficacia y regularidad a la poblaci?n. El mundo animal, ampliamente conocido por los abor?genes, re presentaba fuerte sost?n del pueblo. Desde Yucat?n advierte que es el guajolote y los faisanes la base de su alimentaci?n. Las galli nas de la tierra, como les llamaron, satisficieron el apetito de la hueste. Patos, gallaretas, chichicuilotes y t?rtolas completaban la alimentaci?n y eran atrapados h?bilmente con redes y otros sutiles

artificios en los que los indios pose?an extrema habilidad. El venado abundaba en los campos, as? como el tepezcuintle, conejos, liebres, armadillos, iguanas, que proporcionaban suficien tes prote?nas a la poblaci?n, aun cuando no la suficiente para que pudieran prescindir de ciertas formas de canibalismo. Los conquis tadores aportaron piaras de cerdos que pronto se multiplicaron y constituyeron la base de la comida criolla. Del mar, de los r?os, lagunas y estanques se extra?an peces y mariscos, ranas, ajolotes, charales, acociles, hueva de mosco, que enriquec?a la cocina in

d?gena.

Bien conocido y explotado fue el reino natural en todas sus va riedades. Era respetado el sistema ecol?gico existente; protegido por serias obras de ingenier?a, el medio en que se asentaban las ciudades, principalmente la capital de los se?ores tenochcas, y ase gurado el sistema de subsistencia a base del tributo, del trabajo de los pueblos dominados, del sistema comercial en el cual los pochte cas desempe?aban un papel preponderante, utilizando una red ex traordinaria de caminos que iban de mar a mar y desde el centro del pa?s hasta Centro Am?rica, como Cort?s de continuo refiere cuando cruza las tierras del sureste, las tr?gicas Hibueras. Este sis tema comercial y de comunicaci?n digno de todo encomio, mara vill? a los expedicionarios, pues a trav?s de enormes piraguas conducidas por numerosos remeros se realizaba un sistema de ca botaje desde m?s all? de Honduras hasta M?xico. Este fabuloso sistema estaba ligado en cierto modo, con el comercio del cobre y las esmeraldas que desde el extremo de Am?rica del Sur y de Co lombia se hac?a. La existencia de una industria metal?fera en di versas regiones, en Nueva Espa?a se ten?a en la zona tarasca, y

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de una metalurgia que a trav?s de Per?, Ecuador, Panam?, Costa Rica y M?xico mostraba sus prodigiosos adelantos, despert? la am bici?n de los conquistadores, los cuales aplicando otros sistemas eco

n?micos y t?cnicos, extinguir?n bien pronto esa prodigiosa red de comunicaci?n comercial.

La sustituci?n de un sistema econ?mico que el mundo prehis p?nico ten?a y el cual hab?a formado a trav?s de siglos de laboriosa

experiencia, produjo no s?lo el aniquilamiento de la econom?a de muchos pueblos, sino tambi?n el aislamiento de los mismos, la ausencia de relaciones culturales entre ellos y el que muchos que daran totalmente marginados del desarrollo general, que bajo otros

presupuestos pol?ticos, sociales y econ?micos se realiz? durante el largo periodo de la administraci?n colonial. M?s importante que estos elementos que afloran a la vista, Cort?s

descubre otros, producto de la observaci?n, la inteligencia, la re flexi?n, la inquisici?n cient?fica, como eran los conceptos de tiem po y espacio. El mundo mesoamericano cont? con algunos centros en los cuales el cultivo de las matem?ticas fue llevado a sus m?s altas expresiones: la zona maya y la regi?n de los nahuas. Con el tiempo se oper? un largo ciclo de transformaci?n de los primitivos n?cleos de cazadores y recolectores a un estadio agr?cola, en el cual

la observaci?n de las estaciones, el paso y derrotero de los astros y el c?mputo del tiempo, hizo posible el descubrimiento de la as tronom?a, y la creaci?n de calendarios agr?colas, astron?micos y rituales. La religi?n estuvo siempre ligada a todo desarrollo y al igual que la ciencia y la alta tecnolog?a fue detentada por las clases

dirigentes. La concepci?n del cosmos que los pueblos mesoamericanos tu vieron estaba ligada con las ideas religiosas y astron?micas. Un gru

po fuertemente cohesionado manten?a el saber cient?fico y

conservaba las concepciones religiosas, ias sobrepon?a y sustitu?a de acuerdo con influencias ideol?gicas, pol?ticas y sociales que re cib?a. El mundo n?huatl y el maya pose?an los conceptos del hoy, del ayer y del ma?ana, del tiempo de los vivos y del de los muer tos, del presente gozoso y del futuro que extingue la felicidad hu mana. Tambi?n del tiempo que est? m?s all? de los hombres, el de la eternidad. Sus calendarios marcaban esos cambios. El espacio ten?a sus concepciones y representaciones. Exist?a el espacio c?smico y el real. Este era mensurado y el agrimensor co braba importancia en la medida que la mensura de la tierra serv?a a la econom?a estatal y social. Tiempo y espacio ind?genas fueron sustituidos por las concepciones europeas. Los conquistadores calcu

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lan por leguas y miden extensiones y efectos por varas. Reducido a estos l?mites el mundo material prehisp?nico, pues de no hacerlo as? estar?amos obligados a presentar listas compara tivas que forman largos infolios, pasemos a mostrar algunos aspec tos del mundo espiritual que encontramos mencionados y son objeto

de reflexi?n por el propio conquistador. Muy ligado a lo anterior est? la admiraci?n que siente por las obras realizadas por los ind?genas, por la utilizaci?n sabia de los recursos naturales, por la aplicaci?n de t?cnicas y m?todos cons tructivos, por la existencia de una tecnolog?a superior. As? lo mis mo alaba la muralla levantada por los cempoaltecas para defenderse de sus enemigos y la cual describe como "una gran cerca de piedra seca, tan alta como estado y medio, que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra, y tan ancha como veinte pies, y por toda

ella un pretil de pie y medio de ancho, para pelear desde encima, y no m?s de una entrada tan ancha como diez pasos y en esta en trada doblada la una cerca sobre la otra a manera de rebel?n, tan estrecho como cuarenta pasos. De manera que la entrada fuese a vueltas, y no a derechas",11 como elogia el enorme puente hecho para atravesar alguno de los r?os en Tabasco el cual, construido en cuatro d?as por los indios, requiri? m?s de mil vigas, "que la menor es casi tan gorda como un cuerpo de hombre y de nueve y diez brazas de largura, sin otra madera menuda que no tiene cuen

ta". La hechura de este puente recuerda el que C?sar proyect? pa

ra cruzar el Rin, construido en diez d?as. Siente as? gran admiraci?n

por la inteligencia de los indios; en ning?n momento estima carez can de ella, de capacidad racional y de un impulso espiritual ex traordinario.

La idea que ?l tiene del hombre como ser dotado de esp?ritu, de capacidad reflexiva e intelectual, aparece a lo largo de sus escri tos y se manifiesta en toda su conducta. Cuando arriba a M?xico, a la Nueva Espa?a, Cort?s llega con una idea muy clara del hom bre americano. Es la suya una dimensi?n subordinada al hombre universal, no una idea basada en lo antinatural, en la fantas?a, en la imaginaci?n m?gica. El mundo que encuentra es un mundo que es dable mensurar y comparar y con el cual es posible el entendi miento, la conciliaci?n y la convivencia. No es un mundo antina tural sino un mundo que tiene todas las caracter?sticas humanas. Advierte de inmediato en ese mundo diferencias culturales muy marcadas: lengua, religi?n, costumbres y tambi?n la jerarquiza 11 Cort?s, 1952, pp. 47, 48.

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ci?n social, pol?tica, econ?mica y cultural. Se da cuenta de la exis tencia de macehuales, de siervos como esclavos, de labradores; guerreros del com?n y capitanes; de se?ores, caciques y una casta sacerdotal amplia; de comerciantes y artesanos, en rigor de una sociedad heterog?nea en la que existen rivalidades pol?ticas y cul turales muy amplias. A medida que recorre el territorio y penetra en ?l, observa la presencia de un poder pol?tico superior que sujeta inexorablemente a numerosos pueblos imponi?ndoles grav?menes econ?micos, pesados trabajos y una dolorosa contribuci?n de hom bres y mujeres para sacrificarlos. Percibe un rencor escondido en el pecho de los sometidos y una ansia oculta de liberaci?n que ?l aprovecha inteligentemente para fortalecerse, ampliar su n?mero y enfrentarse a una organizaci?n pol?tico-militar aguerrida y nu merosa. Cort?s no encuentra una naci?n constituida, una comuni dad cultural y de voluntades, sino un mosaico de pueblos que hablan diferente, divergen en su modo de ser, y luchan entre s?, y por so bre todos ellos un Estado militarista implacable, movido por un ideal religioso que subyuga y el cual lleva aparejado un deseo de expansi?n pol?tica y econ?mica irresistible. De sus primeros contactos con los emisarios del se?or Moctezu ma deduce que ?ste utiliza tanto una pol?tica amistosa que se vuel ca en presentes y reverencias, como un sistema de asechanzas, de intimidaci?n, pero no un enfrentamiento directo y total, lo cual sabe

aprovechar inteligentemente para caer en forma sorpresiva, no ca rente de enormes riesgos, sobre el tlatoani en quien radica el su premo poder pol?tico, militar y religioso. En el trayecto de Veracruz a Tenochtitlan medita y valora las consejas en torno a la vuelta de Quetzalc?atl y la aparici?n de hombres blancos y barbados, la fuerza de los augurios que turban la tranquilidad del gobernante azteca, y apoyado tambi?n en una ciega fe religiosa que le hace sentirse protegido y amparado por su Dios, decide, seguro de los indicios de su ?nimo, triunfar en la vida sin temer al fracaso de una bata lla. Prefiri?, como Alejandro, la gloria y no el reino ni la vida. A partir de su ascenso al altiplano "puso todo su empe?o en contra rrestar a la fortuna con la osad?a, y al poder con el valor, pues na da le parec?a ser inconquistable para los osados, ni fuerte y defendido para los cobardes". Desgraciadamente en la ciudad tenochca no hall? un hombre prudente como Taxiles, a quien encontr? Alejan dro en la India, sino una fuerza militar temible a la que tuvo que desbaratar r?pida e inclementemente. Al lado de este inmenso poder militar y pol?tico, Cort?s halla desde el momento en que toca en los primeros d?as de febrero de

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1519 las islas y pen?nsula de Yucat?n, una poblaci?n celosa de su libertad, del respeto de sus derechos y sus bienes, tambi?n descon fiada de los extra?os y aun belicosa. Siente que una conducta de atracci?n pac?fica podr?a resultarle favorable y lo intenta devolvi?n doles los bienes que les hab?an quitado Al varado y sus hombres, a quienes se impone con severidad, lo cual har? exclamar a Bernai D?az: "Aqu? en esta isla comenz? Cort?s a mandar muy de hecho, y Nuestro Se?or le daba gracia, que doquiera que pon?a la mano se le hac?a bien, especial en pacificar los pueblos y naturales de aque

llas partes..."12

Al recorrer y encontrar en el litoral multitud de pueblos y de tierras magn?ficas para poblar y cultivar piensa en su incorpora ci?n a la Corona. No estima ya a los naturales, lo que confirmar? m?s adelante, como meros sujetos de rescate, de intercambio de espejuelos y cuentas de colores, ni tampoco como bestias de traba jo que pueden ser llevadas a las islas para servir en las plantacio nes. Su concepci?n de los naturales de M?xico est? ligada a la idea de su aprovechamiento para formar parte del imperio, para inte grar una comunidad diferente en cultura a la de la Pen?nsula, pero

capaz de ser transformada. El mestizaje biol?gico entre espa?oles e indias de calidad que se inicia en Tabasco apuntala esta idea, y aun cuando recatadamente cede a Portocarrero a do?a Marina, pos teriormente la har? suya a m?s de convertirla en su confidente y auxiliar valios?sima. A partir de ese momento va a prohijar la uni?n

de las sangres y a ennoblecer a sus descendientes. A la ca?da de M?xico habr? de ligarse con la hija del jefe vencido, con la c?lebre Tecuichpotzin y engendrar nueva descendencia. De esas uniones las m?s fueron permanentes, no mera satisfacci?n del soldado. En la poblaci?n india encontr? identidad natural, virtudes y va lores que le llevaron a estimarla, a tratar de incorporarla a la cul tura europea para lo cual crea instituciones adecuadas: colegios, conventos, hospitales, cuya acci?n cree definitiva. Esa consideraci?n hacia los abor?genes, cuyo n?mero le pasma, encuentra su contrapartida en la resistencia que ?stos muchas ve ces le oponen. Su gran n?mero, su destreza en las armas, el cono cimiento de la tierra y sus recursos, lo impele a no desear tener enemigos virtuales, sino solamente aliados amigos e indios someti dos. Si el llamado a la concordia a darse de paz no resulta efectivo, Cort?s act?a como militar y pol?tico, y utiliza los medios legales que justificaban la conquista y el dominio, combate a los natura 12 D?az del Castillo, 1982, passim.

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les, los somete con la guerra, los domina, sin que esto implique una diferenciaci?n f?sica ni espiritual. No lo hace por considera ci?n ninguna sobre su capacidad racional, ni los subestima en su naturaleza por razones raciales ni espirituales. Los somete como pena sociopol?tica, como resultado de la sujeci?n pol?tica y jur?dica originada por el hecho de su dominaci?n violenta, por el rechazo que ellos hicieron a su ofrecimiento de incorporaci?n pac?fica. Cuan

do permite la esclavitud y aun hace herrar a los indios, se basa en la idea com?n a su cultura de que el estado servil es resultado ine xorable de una sujeci?n pol?tica y jur?dica. La jerarquizaci?n pol?tica y jur?dica existente en la sociedad in d?gena, cuya importancia comprendi? Cort?s, lo llev? tambi?n a no destruirla sino a mantenerla. Por ello una vez pactada la amis tad con diversos grupos no destruye su organizaci?n, sino que la mantiene y conserva a sus jefes, los cuales est?n subordinados por

?l a la Corona.

Fiel a sus ra?ces europeas, Cort?s estima que es la cultura del Viejo Mundo la que ofrece mayores posibilidades para el desarro llo individual y social, que sus esencias civilizadoras, sus formas institucionales, su ideolog?a humanista y profundamente cristiana, su adelanto cient?fico y tecnol?gico, su secular experiencia y su ca

pacidad de dominio, deben imperar, privar en la sociedad ind?ge

na para transformarla, para incorporarla plenamente al m?s

poderoso imperio de la tierra. El primero se mueve por este pode roso ideal eurocentrista y su acci?n entera est? dirigida a ese fin. Antes que Fray Pedro de Gante y que los misioneros humanistas, cree firmemente que s?lo una intensa labor cultural podr? trans formar a la sociedad indiana. Todos ellos no desestiman su cultu ra, sus aportes, su capacidad intelectual ni espiritual, pero s? est?n

convencidos de la superioridad de la cultura europea. En su lucha por lograr esa transformaci?n encuentran un obs t?culo insalvable, la religi?n, con sus ideas y pr?ctica los indios se sobreponen en todas sus actividades, en su vida entera. La reli gi?n era el eje en torno del cual giraba la vida total prehisp?nica, ella constitu?a la explicaci?n de su idea del cosmos, de la vida, del m?s all?, del arte. En todos los sectores de la sociedad ejerc?a su influencia, bien se tratara de aquellos grupos que a?n viv?an den tro del c?rculo de la magia, de las pr?cticas de hechicer?a, de las explicaciones primarias y simplistas, como en aquellos que pose?an una visi?n cosmog?nica amplia y hab?an creado una filosof?a y una

teolog?a superiores y muy elaboradas. Desde el cham?n y el brujo en algunos n?cleos marginales hasta la casta sacerdotal superior

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que pose?a sus fuentes, sus escrituras, un ritual y una liturgia com plicados, todo ello producto de reflexiones, simbolismos y larga ex

periencia, la religi?n normaba la existencia de todos los grupos precortesianos, principalmente del llamado Pueblo del Sol, del gru po tenochca que se volcaba inexorable sobre los dem?s. Aun una necesidad, la alimenticia, la indispensable para subsistir que bus caba fuentes de energ?a en todos los recursos naturales a su alcan ce, alimentos prote?nicos que le conservaran vitalidad y fuerza, tuvo

que ser encubierta y explicada con una raz?n religiosa. El caniba lismo que se advierte a lo largo del desarrollo de numerosos pue blos como una necesidad, no como crueldad degenerativa, lig?se fuertemente a las explicaciones religiosas y confundi?se con ellas. Fuerza superior, esencia suprema de la cultura, la religi?n de los abor?genes represent? el valladar m?s fuerte para la transfor maci?n cultural de la sociedad ind?gena. Cuatro siglos de intensa labor evang?lica no han sido suficientes para desarraigar ancestra les creencias; pr?cticas que aunque se confunden con algunos prin cipios del cristianismo, est?n profundamente impregnadas de ideas y formas de la religi?n ind?gena. Sincretismos, supersticiones muy

diversas saltan a la epidermis de la sociedad mexicana que posee una esencia religiosa indestructible. El conquistador, tambi?n ?l profundamente religioso, se mueve en buena parte por un impulso de cruzado. Cort?s es el tipo de creyente convencido, del hombre poseedor de inmensa fe religio sa, del ser que auna a su voluntad f?rrea y a su ansia inmensa de gloria, un aliento vital superior. Posee la fe de San Agust?n y act?a

con pasi?n en sus gestas y amores. Peca consciente del mal que hace y se hace, pero sabe comprender sus fallas y arrepentirse de ellas. No act?a hip?critamente sino que con sinceridad hace el bien,

purga el mal hecho y se esfuerza por no recaer. No alardea de sus vicios y si bien mantiene su condici?n de puta?ero como lo calific? Gomara, es recatado. No se muestra rencoroso con sus enemigos aunque es duro para imponer el respeto que como jefe se le debe. Llega a sentirse predestinado y protegido por la providencia y act?a en todo momento en forma abierta contra la idolatr?a. Des

de su llegada a Yucat?n se esfuerza por imponer el cristianismo. Derrumba los ?dolos y levanta cruces aun a riesgo de violentas re presalias. Es ferviente mariano, acata las formas religiosas y a los representantes de Cristo. Solicita su apoyo y consejo, pero es rigu roso al disentir como hace en su viaje a las Hibueras, en el cual hace ahorcar a uno de los religiosos que lleva consigo. Ansia para la tierra conquistada una conversi?n eficiente, hon

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da y sincera. Estima que entre los naturales hay una predisposi ci?n para convertirse, un "gran aparejo" para adoptar la santa fe cat?lica y ser cristianos. Que para ello se les debe dotar "de perso nas religiosas de buena vida y ejemplo que los protejan e instru

yan". Se?ala que los indios ten?an "en sus tiempos, personas religiosas que entend?an en sus ritos y ceremonias, y ?stos eran tan

recogidos, as? en su honestidad como en castidad, que si alguna

cosa fuera de esto a alguno se le sent?a era punido con pena de muer

te". Por ello solicita de continuo al emperador env?e santos y sa bios religiosos, para los cuales "construir? casas y monasterios por las provincias que ac? nos pareciere que convienen", y los cuales se sostendr?n con el diezmo que se obtenga.13 Esta petici?n de religiosos de probadas virtudes la reitera y, re flexionando sobre la cristiandad que desea se establezca muy dife

rente a la existente en Espa?a, se opone al env?o de obispos y

prelados, que "siguen la costumbre que por nuestros pecados hoy tienen, en disponer de los bienes de la iglesia y en gastarlos en pom

pas y otros vicios, en dejar mayorazgos a sus hijos o parientes" lo cual debe ser evitado en las nuevas tierras, pues los indios no deben ver "las cosas de la Iglesia y servicio de Dios en poder de can?nigos u otras dignidades" ni saber "que aquellos eran minis tros de Dios y los viesen usar de los vicios y profanidades que aho

ra en nuestros tiempos en esos reinos usan" pues "ser?a

menospreciar nuestra fe y tenerla por cosa de burla; y ser?a tan gran

da?o, que no creo que aprovechar?a ninguna otra predicaci?n que se les hiciese; y pues que tanto en esto va la principal intenci?n de vuestra majestad es y debe ser que estas gentes se conviertan, y los que ac? en su real nombre residimos la debemos seguir y co mo cristianos tener dellos especial cuidado..."14 Y para concluir, debo a?adir que una de las m?s valiosas cuali dades que Cort?s encontr? en la Nueva Espa?a, m?s que sus teso ros, su ciencia, t?cnicas y arte, valor y capacidad de sufrimiento y heroicidad fue la bondad y limpieza del alma ind?gena, su arrai gado e inmenso sentido religioso, su aspiraci?n a una vida espiri tual intensa y redentora, su aparejo, como ?l dec?a, a convertirse al cristianismo limpio, aut?ntico, ajeno a toda corrupci?n huma na, semejante al de los ap?stoles. Por ello trata de evitar que re presentantes de una iglesia mundana, apegada a los bienes terrenos,

exenta de aut?ntica caridad y amor apost?lico, inficione a la india

na sociedad.

13 Cort?s, 1952, p. 296. 14 Cort?s, 1952, p. 297.

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Advierte Cort?s la dificultad de una organizaci?n eclesial sin pre

lados, pero sugiere al monarca una forma posible que supla las di ficultades que se puedan levantar, al decir: y porque para hacer ?rdenes y bendecir iglesias y ornamentos y ?leo

y crisma y otras cosas, no habiendo obispos ser?a dificultoso ir a buscar

al remedio d?lias a otras partes, as? mismo Vuestra Majestad debe su plicar a Su Santidad que conceda su poder y sean sus subdelegados en estas partes las dos personas principales de religiosos que a estas partes vinieron, uno de la orden de San Francisco y otro de la Orden de San to Domingo, los cuales tengan los m?s largos poderes que Vuestra Ma jestad pudiere; porque por ser estas tierras tan apartadas de la iglesia romana y los cristianos que en ella residimos y residir?n tan lejos de los remedios de nuestras conciencias, y como humanos, tan sujetos a pecado, hay necesidad que en esto su santidad con nosotros se extienda en dar a estas personas muy largos poderes; y los tales poderes sucedan en las per sonas que siempre residan en estas partes, que sea en el general que fuera

en estas tierras o en el provincial de cada una destas ?rdenes.15

As?, excluidos de toda contaminaci?n espiritual, sin recibir ele mento ninguno de la corrupci?n y decadencia de la Iglesia de la vieja Europa, Cort?s pens? integrar una comunidad eclesial aut?n ticamente cristiana. Sab?a que los naturales a m?s de ser capaces de mezclarse biol?gicamente con los europeos, por poseer igual con dici?n humana, podr?an comulgar en la misma fe, aspirar a la mis ma bienaventuranza, a hermanar tambi?n sus almas en la misma creencia. El m?s alto valor, el de la santidad lo encuentra Hern?n Cort?s en el mundo indiano y consciente de las enormes posibili dades que ello implicaba, piensa en la creaci?n de una nueva Igle sia, una nueva cristiandad. El conquistador, quien hab?a sujetado con la sangre derramada y el acero a un pueblo aguerrido y numeroso, va a ser conquistado por el esp?ritu de los dominados, por el ansia de fe de los sojuzga dos, por el inmenso anhelo de una armon?a de almas movida por ideales superiores. Si ?l fue el iniciador de una nueva naci?n me diante la mezcla de razas diferentes, ?l tambi?n sue?a en la unidad espiritual de la nueva naci?n. Adelant?ndose a las aspiraciones de seres extraordinariamente dotados, poseedores de cardinales virtudes y cuya acci?n diversa en la forma deriva de la misma idea, de id?ntico amor visceral y ansia salvadora: del dominico fray Bartolom? de las Casas; del le go franciscano y enorme educador fray Pedro de Gante, y del li 15 Cort?s, 1952.

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cenciado Vasco de Quiroga, Cort?s planea la creaci?n de una nueva cristiandad.

As?, en uno de los ?ltimos p?rrafos de su "Quinta carta de re laci?n" escrita en septiembre de 1526, al mencionar los esfuerzos hechos "para atraer a los naturales al conocimiento de su Creador y plantar en las vastas tierras nuestra santa fe cat?lica, en tal ma nera", afirma, "que si estorbo no hay de los que mal sienten des tas cosas y su celo no es enderezado a este fin, en muy breve tiempo se puede tener que en estas partes por muy cierto, se levantar? una

nueva Iglesia, donde en m?s que en todas las del mundo Dios nues tro Se?or ser? servido y honrado".16

De esta suerte esa nueva Iglesia que pregonaba Las Casas, la

cristiandad a las derechas a que aspiraba el obispo Quiroga y la comuni?n de fieles que tratara de realizar fray Pedro de Gante, era

vislumbrada con inmensa claridad por Hern?n Cort?s.

As?, quien resisti? el arrojo de miles de mexicanos, y supo librar sus flechas, tocado por un dardo brotado del esp?ritu, flecha de trans

verberaci?n, va a ansiar no s?lo la unidad biol?gica entre las dos razas, sino tambi?n la espiritual, la aut?ntica comuni?n de los san tos que, como afirmaron los ap?stoles, deb?a ser la Iglesia.

BIBLIOGRAF?A Cort?s, Hern?n 1952 Cartas de relaci?n de la conquista de M?xico, Puebla, Edito

rial Jop? Mar?a Cajica (publicaciones de la Universi dad de Puebla, Biblioteca Popular), 399 pp.

D?az del Castillo, Bernai 1982 Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espa?a, edi

ci?n cr?tica por Carmelo S?enz de Santa Mar?a. Ma drid, Instituto Gonzalo Fern?ndez de Oviedo, Instituto de Investigaciones Hist?ricas de la Universidad Nacio nal de M?xico, xxxvn, 687 pp. y un suplemento de concordancias con 91 pp. y un mapa.

Medina, Jos? Toribio 1952 Ensayo bio-bibliogr?fico sobre Hern?n Cort?s. Obra postuma,

introducci?n de Guillermo Feli? Cruz. Santiago de Chi le, Fondo Hist?rico y Bibliogr?fico Jos? Toribio Medi na, cviii, 243 pp., ils.

Cort?s, 1952, p. 394.

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CR?TICA ALGUNOS EXTRANJEROS EN M?XICO VISTOS POR S? MISMOS La Casa Chata se ha constituido, probablemente, en los ?ltimos a?os en la instituci?n que m?s y mejor estudia la poblaci?n extran jera en M?xico, al menos desde un punto de vista antropol?gico. En su creciente bibliograf?a ocupa un lugar especial la obra sobre

los espa?oles de M. Kenny, Garc?a, C. Icazuriaga, C Su?rez y G. Artis.1 Este libro sugerente y pol?mico resalta el esp?ritu aventurero pro pio del car?cter asturiano como la causa de esta emigraci?n (la m?s importante de la pen?nsula), y el minifundismo en el caso de los gallegos, producto ?ste de la sobrepoblaci?n y un terreno acciden tado con parcelas de menos de tres hect?reas. Menos pol?mico es el an?lisis de la estancia de los espa?oles en Tehuac?n. Los refugiados mandaron a sus hijos a las escuelas del gobierno porque la educaci?n era gratuita, laica y mixta. Resalta la formaci?n de los estereotipos: los refugiados ve?an a los antiguos residentes como "gachupines", ?stos calificaban a aqu?llos de anar quistas y peligrosos intelectuales. Calificativos obviamente exage rados, pues no todos los refugiados eran anarquistas ni intelectuales (peligrosos o no). Parece m?s exacta, en cambio, la denominaci?n, salvo su car?cter peyorativo, de gachupines, si por este t?rmino se entiende que en su mayor?a eran abarroteros o panaderos. Es im portante se?alar que inmigrantes y refugiados en 1970 se pusieron de acuerdo en pedir que los ingleses abandonasen Gibraltar. Asi mismo, se encontraban en el parque Mundet, y sus hijos quiz?s fueran compa?eros en el colegio o en la universidad. Este libro se puede completar con un an?lisis hist?rico social, entre otros, como el de Vicente Gonz?lez Loscertales sobre La colo nia espa?ola de M?xico en 1910, el de Lois Elwyn Smith sobre M?xico 1 Kenny et ai, 1979. V?ase la bibliograf?a al final de este art?culo.

HMex, xxxvii: 2, 1987 325

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CRITICA

y los espa?oles republicanos. Kenny y sus colaboradores sacan part

al m?todo antropol?gico, pero son visibles sus limitaciones sin enfoque hist?rico m?s amplio y profundo, como el de Dolores Brugat sobre los ni?os de Morelia. Tambi?n antropol?gico es el estudio de Angelina Alonso ace de los libaneses y la industria textil en Puebla2 y el de Arlen tricia Scanlon sobre el Colegio Americano de la ciudad de M co.3 El primero sigue las huellas de los libaneses desde su tie natal, su salida de Beirut o de Tr?poli, su desembarco en Mar y su llegada a Veracruz, Tampico, Laredo o Progreso, y poste mente al aeropuerto del Distrito Federal. En este caso destaca el analfabetismo, especialmente el fem no. Un buen uso de la hemerograf?a permite a la autora segu formaci?n de capital en su provecho y la integraci?n de muc zonas marginadas en beneficio del mercado nacional. Alguno baneses siguen una pol?tica paternalista con sus trabajadores ( ejemplo, fletar un tren en semana santa para sus vacaciones, que disfrutan con trajes donados por los propios patrones). Sin bargo, uno de esos propietarios se enfrent? a una huelga de

obreros porque, en otra ocasi?n, se rehus? a pagarles sus vacacione

Tal vez habr?a convenido un an?lisis m?s detallado de otros

pectos de la vida poblana, trasfondo de esta trama, por ejemp comparar con la situaci?n de los mexicanos. De cualquier mo este peque?o estudio (en su tama?o) es ?til pero perfectible, c toda obra humana.

Por su parte Arlene Patricia Scanlon estudia el Colegio Ame

cano de la ciudad de M?xico como un enclave cultural, persiguiend

el poder y la etnicidad en el contexto de una escuela norteame na en M?xico. La autora se?ala que los directores de estas inst ciones no hablan espa?ol con fluidez y generalmente viven en ?reas ricas de la ciudad. Una frase rebasa la an?cdota y da la c de las diferencias sociales y culturales entre mexicanos y nor mericanos: cierta profesora norteamericana coment? en los a

treinta que ellos, los norteamericanos, viv?an en un mundo propi

por eso cuando tuvo que asistir a una junta de profesores mex nos de primaria todas las maestras le parecieron sirvientas. Tal vez esta excelente monograf?a se habr?a enriquecido s hubieran comparado los libros de esta escuela y los de otras s jantes, tanto mexicanas como extranjeras, sobre todo en cue 2 Alonso Palacios, 1983. 3 Scanlon, 1984.

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CRITICA

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nes que tocan las relaciones entre M?xico y Estados Unidos. Por ejemplo, c?mo se estudiaba la cuesti?n texana, la guerra del 47, la invasi?n de Veracruz en 1914, la Revoluci?n Mexicana en ge neral. Cabr?a se?alar que algunas cuestiones pueden haber tenido un tratamiento semejante con el de otras escuelas extranjeras y me

xicanas conservadoras. El Centro de Investigaciones Superiores del inah ha publicado un cuaderno de trabajo sobre la ?lite norteamericana en la ciudad de M?xico. La autora, Kathy Denman,4 pese a su nombre ingl?s, habla (p. 68) de c<nuestro pa?s" refiri?ndose a M?xico, pero si es mexicana al referirse al "alcalde de la ciudad de M?xico" se muestra muy ignorante de la legislaci?n de su pa?s (p. 50). Tampoco cono ce la historia mexicana, pues seg?n ella las asociaciones norteame ricanas de ayuda social han servido de ejemplo para la fundaci?n de asociaciones mexicanas similares "como la Ciudad Vicentina, la Asociaci?n Mexicana Prociegos y otras", con claro olvido de una tradici?n de origen hisp?nico. Haciendo a un lado estas salvedades, la autora describe bien esa ?lite y sus relaciones con la estructura de poder, dentro del contex

to de la colonia norteamericana en la capital de M?xico. En cuatro ?tiles ap?ndices resume la poblaci?n por sexo nacida en pa?ses ex tranjeros, por pa?s de nacimiento seg?n el censo de poblaci?n me xicano de 1970 y el Americans Overseas que incluye datos censales de Estados Unidos para 1970. Tambi?n consult? el Registro Na cional de Extranjeros de la Secretar?a de Gobernaci?n y el fichero de la embajada de Estados Unidos. Denman aclara las diferencias cuantitativas de estas fuentes. En fin, explica la metodolog?a de la detecci?n de la ?lite y anexa un cuadro de la poblaci?n mayor de 18 a?os de la colonia norteamericana por sexo. Carmen Icazuriaga estudia el enclave sociocultural norteameri cano y el papel de los empresarios norteamericanos en M?xico.5 Comienza por comentar la importancia de los norteamericanos: di plom?ticos, misioneros, estudiantes, retirados y turistas. Los estu

dia en gran medida en fuentes secundarias: libros, revistas y

boletines, por supuesto tambi?n utiliza el m?todo propio de la an tropolog?a: la observaci?n y la participaci?n. Da una idea de la importancia que el gobierno norteamericano concede a este enclave el hecho de que la embajada norteamerica na en M?xico es la segunda en tama?o y en importancia y la agen 4 Denmann, 1980. 5 Icazuriaga, 1980.

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CRITICA

cia de la c?a en M?xico es una de las m?s grandes del mundo. Guadalajara, gracias al n?mero de estudiantes de medicina de la Universidad Aut?noma de esa ciudad ha adquirido una gran sig nificaci?n en este enclave. Habr?a convenido mencionar que esa universidad ha concedido doctorados honoris causa a algunos pro minentes hombres de negocios mexicanos y a varios dictadores la tinoamericanos. Tambi?n es importante el grupo de retirados que radica en Ajijic, Jalisco, due?os de las actividades m?s rentables: inmobiliarias, hoteles, restaurantes y tiendas. La poblaci?n nativa ha pasado de campesinos y pescadores a sirvientes, jardineros, me seros, etc?tera. Se han colado en este cuaderno de trabajo algunos errores de cierta importancia, por ejemplo suponer que hubo un censo en 1920

(p. 19); en cambio, se confirma la importancia de los refrescos de cola (pp. 54, 55), no s?lo por las regal?as que obtienen (cifra que no se precisa) sino por la promoci?n de becas a Estados Unidos. Estos empresarios desear?an regresar a Estados Unidos si M?xico se volviera comunista (p. 72), en fin, juzgan a los mexicanos, m?s amantes de la diversi?n que del trabajo, ap?ticos, conformistas en pol?tica, impuntuales e informales (p. 73). Hasta ahora hemos comentado algunas obras antropol?gicas que ha publicado la Casa Chata, veamos a continuaci?n las hist?ricas. En este aspecto destaca Br?gida Margarita von Mentz de Boege, quien ha aprovechado su conocimiento del alem?n para investigar directamente en fuentes alemanas en beneficio de la tesis con que se doctor? en Alemania. Inici? sus investigaciones sobre M?xico en el siglo xix visto por los alemanes que, afortunadamente, le pu blic? la Universidad Nacional Aut?noma de M?xico en 1980.6 Su punto de partida fueron las gacetas populares alemanas del siglo pasado. En la primera mitad del siglo xix M?xico atrae la atenci?n "como novedoso ente pol?tico", como nuevo mercado y como posible meta para la emigraci?n. En cambio, pierde inter?s pol?tico por sus constantes levantamientos, lo conserva sin embar go como mercado y como pa?s de emigraci?n. Una importante no vedad es que ofrece el punto de vista de las clases media e inferior.

La autora se propone responder a las preguntas de si los medios informativos de masas del xix dieron alguna visi?n a los alema nes de esa ?poca, si esta visi?n fue atractiva para el emigrante po tencial y, en fin, si esa imagen explica ciertas actitudes de los

alemanes en M?xico.

6 Mentz de Boege, 1980.

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CR?TICA

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La periodizaci?n de esta obra es significativa comparada con la propia de la historia de M?xico; en efecto, comienza con la visi?n de M?xico de Humboldt (1803), 1821-1835, 1836-1848, el emigran

te potencial para M?xico en los estados alemanes hasta 1848,

1849-1861, y el emigrante potencial para M?xico en los estados ale manes entre 1848-1861. En Ensayo pol?tico de la Nueva Espa?a desta

ca la riqueza minera de M?xico, la necesidad de una ley agraria, el lujo de los ricos, la pobreza de los indios y la explotaci?n en los obrajes. El diplom?tico Koppe, el empresario Becher y el minera logista Burkart completaron a Humboldt. El novelista Sealsfield

y algunos viajeros fueron influidos por Humboldt, entre otros mu

chos. En 1833 comienza a publicarse Pfening-Magazin, el cual di vulga algunas noticias sobre M?xico. A partir de entonces tambi?n se exalta la riqueza agr?cola de M?xico y se insiste en la desigual dad social. Ese peri?dico habla de la "cadena interminable de re

voluciones" en los treinta. Inspirado en peri?dicos norteamericanos la Rustrirte Zeitung toma partido por Estados Unidos en la guerra

del 47.

En 1849-1861 este peri?dico ya no recomienda a M?xico como pa?s de emigraci?n. A Santa Anna se le califica de dictador cruel, a Comonfort de tibio, en fin, M?xico era una seudo rep?blica, an?r

quica, la soluci?n era la dictadura o la anexi?n a Estados Unidos. Las disquisiciones pol?ticas se entremezclan con reflexiones so bre el maguey y el pulque. Se admira la riqueza de la ciudad de M?xico en contraste con la miseria de los l?peros. De la provincia mexicana s?lo se menciona el norte de Chihuahua, acaso por el in ter?s de mostrar la crueldad de apaches y mexicanos. De ?stos en general se dice que son ladrones, asesinos y granujas. Con raz?n la autora se?ala que Humboldt mismo no escap? a los clich?s protestantes sobre M?xico, ?stos de cualquier modo ani

maban a los especuladores quienes se quedaban con la riqueza

minera y agr?cola de M?xico. El clich? inclu?a continuos levanta mientos pol?ticos y "la hermosa capital". A todo el pa?s lo carco m?a el juego, la embriaguez, el af?n de bailar, cantar, robar y asistir

a las corridas de toros y a las peleas de gallos, en suma, el mexica no era un pueblo bastardo tan peleonero como asesino (p. 446). Br?gida von Mentz, Verena Radkau, Beatriz Scharrer y Gui llermo Turner publicaron por cuenta de la Casa Chata en 1982 Los pioneros del imperialismo alem?n en M?xico.1 En esta importante obra

7 Mentz et ai, 1982.

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CRITICA

se?alan c?mo los alemanes en M?xico contribuyeron a acelerar el desarrollo mexicano dependiente del exterior, en el interior al ca pitalismo perif?rico. Alemania, no hay que olvidarlo, es entonces un conjunto de pa?ses subdesarrollados, en los cuales en los prime ros a?os del siglo xix no se ha dado a?n una revoluci?n industrial. Los autores localizaron al grupo por medio de los pasaportes del Archivo General de la Naci?n, consultaron las fuentes fiscales del propio Archivo, y en el Archivo de Notar?as de la ciudad de M?xi co rastrearon importantes datos sobre las actividades econ?micas de los alemanes en la ciudad de M?xico. Tambi?n estudiaron los

archivos municipales de Tampico, Veracruz y Mazatl?n para ana lizar el capital comercial. Estos autores llaman sociedad de clases a la de esa ?poca, pues los conceptos de estamentos o el de castas no captan la realidad social de M?xico, en cuyos centros urbanos y mineros hab?a una "gran cantidad de trabajadores asalariados" (p. 17). Sin embargo, como los mismos autores aseguran, se trata de una ?poca en transici?n hacia un capitalismo dependiente, aun que limitado a ciertas regiones. Cabe recordar la explicaci?n cl?si ca del Dr. Mora: en el M?xico de entonces ya hab?a desaparecido la distinci?n entre indios y no indios sustituida por la de pobres y ricos. Pero cabr?a matizar diciendo que estaba desapareciendo esta

distinci?n y cre?ndose la nueva clasista, es decir, se trata de un

proceso.

Ahora bien, conforme al uso de la ?poca se incluyen en este grupo

no s?lo alemanes (pa?s que existi? hasta 1871) sino a la comunidad de habla alemana, es decir, suizos y austriacos. Aunque a la ma yor?a de los alemanes se les puede calificar de ricos tambi?n los hu

bo pobres y analfabetas a mediados del xix, se reclutaban entre zapateros, yeseros, cocheros, cuidadores de caballos, pasamaneros, sastres, etc., viv?an en las casas de vecindad al igual que los mexi canos pobres. Especial atenci?n se dedica a la colonia que fund? Cari Sarto rius, al final de los cuarenta; esta colonia fracas? porque los ale manes, aunque fueran de origen campesino, pod?an encontrar trabajo m?s c?modo y rentable como dependientes de las casas co merciales de sus compatriotas. Br?gida von Mentz se?ala las primeras pr?cticas religiosas de los protestantes, y nada dice de los jud?os alsacianos, entonces to dav?a alemanes. Pero s? recuerda los incidentes entre franceses y alemanes con motivo de la victoria alemana sobre Francia en 1871. De cualquier modo, queda bien clara la diversidad de intereses en tre los hanse?ticos y el resto de los alemanes.

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CRITICA

Es muy significativo que Santa Anna haya escrito en 1825 que deseaba entablar relaciones con Prusia porque este pa?s por su si tuaci?n no pod?a ni quer?a pensar en colonizaciones o en conquis

tas de ultramar. Cuarenta a?os despu?s el peri?dico alem?n

DeutscheZeitung von Mexiko escribi? que ellos no eran alemanes mexicanos sino alemanes del imperio, cosa que tambi?n hac?an los mexicanos pues los m?s ricos entre ellos lo hacen igual. De cual quier modo, los alemanes culparon a los austr?acos de haber des pertado una generalizada xenofobia por su apoyo a Maximiliano

(p. 343).

El m?s ambicioso de estos estudios es el ?ltimo, Los empresarios

alemanes, el tercer Reich y la oposici?n a C?rdenas, 1983.8 Tal vez por

la misma amplitud del tema y el hecho de que hayan intervenido

numerosos autores algunos cap?tulos est?n desconectados o sobran,

y tal vez habr?a que reducir los cap?tulos 8 "El camino de Alema nia al nazifascismo" de Br?gida von Mentz y Verena Radkau, 9 "La discusi?n colonial en Alemania despu?s de la primera guerra mundial y el expansionismo en la program?tica nacional socialis ta", el 10 "Los instrumentos de pol?tica exterior nacional socialis ta", y el 11 "El tercer Reich y M?xico", los tres de Verena Radkau.

Por otra parte, falta un estudio sobre el mestizaje, aunque se

alude a ?l en el cap?tulo 7 y en las conclusiones. Acaso por ser cues tiones tan pr?ximas, el estilo con mayor frecuencia se torna perio

d?stico y pol?mico. De cualquier modo, este libro es ?til porque estudia la obra de los alemanes de 1803 hasta la segunda guerra mundial, si bien con diversa profundidad.

Mois?s Gonz?lez Navarro El Colegio de M?xico

BIBLIOGRAF?A Alonso Palacios, Angelina 1983 Los libanesesy la industria textil en Puebla, M?xico (Cua

dernos de la Casa Chata 89), 181 pp. mapa.

Denmann, Kathy 1980 La ?lite norteamericana en la ciudad de M?xico, M?xico, Cen

tro de Investigaciones Superiores del INAH (Cuader

nos de la Casa Chata 34), 95 pp.

Mentz et al., 1983.

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CR?TICA

IcAZURiAGA, Carmen 1980 El enclave sociocultural norteamericano y el papel de los empre

sarios norteamericanos en M?xico, M?xico, Centro de In

vestigaciones Superiores del INAH (Cuadernos de la

Casa Chata 35), 93 pp.

Kenny, M., V. Garc?a, Carmen Icazuriaga, C. Su?rez y G. Artis 1979 Inmigrantes y refugiados espa?oles en M?xico. Siglo xx, M?

xico, Ediciones de la Casa Chata, 369 pp.

Mentz de Boege, Br?gida Margarita von 1980 M?xico en el siglo xix visto por los alemanes, M?xico, Uni

versidad Nacional Aut?noma de M?xico, 481 pp.

Mentz, Br?gida von, Verena Radkau, Beatriz Scharrer, Guillermo Turner 1982 Los pioneros del imperialismo alem?n en M?xico, M?xico, Edi

ciones de la Casa Chata, 522 pp.

Mentz, Br?gida von, Verena Radkau, Daniela Spenser, Ricardo P?rez

MONTFORT

1983 Los empresarios alemanes, el tercer Reich y la oposici?n a C?r

denas, M?xico, Centro de Investigaciones y Estudios Su

periores en Antropolog?a Social, 6 vols. (Versi?n co rregida: 1988, 2 vols.)

Scanlon, Arlene Patricia 1984 Un enclave cultural; poder y etnicidad en el contexto de una es

cuela norteamericana en M?xico, M?xico, Ediciones de la

Casa Chata, 255. pp.

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EXAMEN DE LIBROS John M. Ingham. Mary, Michael, and Lucifer. Folk Catholicism in Cen

tral Mexico, Austin, University of Texas Press, 1986, 216 pp.

Esta obra de John M. Ingham es un trabajo antropol?gico serio y cuidado, en el que la observaci?n directa se completa con plan teamientos relativos a los or?genes, fundamentos, causas de super vivencia y trascendencia social de determinadas creencias y patrones de comportamiento basados en una peculiar forma de religiosidad. El autor informa que ha realizado el estudio a lo largo de 19 a?os, durante los que hizo ocho viajes, con los que complet? dos a?os de estancia en la comunidad de Tlayacapan. Esta circunstan cia es favorable al desarrollo objetivo de unas conclusiones que no pretenden ser oportunistas ni revolucionarias. Como premisas ini ciales parte de la convicci?n de que persisten abundantes elemen

tos prehisp?nicos en las creencias y pr?cticas religiosas de la

poblaci?n, a la vez que se observan actitudes similares a las de gru pos rurales europeos, como muestra de la fuerte influencia que tu vo la evangelizaci?n durante la ?poca de la Colonia. No trata, por lo tanto, de dos formas de espiritualidad superpuestas sino de una cosmovisi?n asumida como propia, a la vez que enraizada en la vida social, con influencia inmediata y constante de todo tipo de actividades, aun las m?s prosaicas, y pr?cticas de la vida cotidia na: "describo la religi?n como un persistente y cohesivo sistema ideol?gico, pero relacionada igualmente con las necesidades y ex periencias de los individuos", es la declaraci?n que expresa en la primera p?gina. En el aspecto formal cabe observar que el sistema de notas in corporadas al texto resulta algo inc?modo para la lectura, confuso cuando se pretende indagar sobre las fuentes empleadas e insufi ciente cuando se desear?a alg?n comentario sobre los testimonios

citados.

En una exposici?n te?rica inicial advierte Ingham sus puntos de contacto y de desacuerdo con las teor?as estructuralistas y con el an?lisis marxista de la sociedad. Acepta, en principio, que las HMex, XXXVII: 2, 1987

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EXAMEN DE LIBROS

relaciones de producci?n se hallan t?citamente consideradas den tro del imaginario religioso colectivo; pero no admite que las re presentaciones simb?licas sean mistificaciones de econom?a pol?tica.

Seg?n ?l, se trata de una reelaboraci?n de las realidades econ?mi cas dentro de concepciones espirituales. Parece innegable que la disciplina impuesta por los evangeliza dores del siglo xvi fue severa, pero tambi?n est? claro que la co

munidad (de Tlayacapan, en este caso) acogi? con entusiasmo

aquellas ense?anzas y las asimil? a sus propias necesidades y es quemas de organizaci?n social. El catolicismo hoy no forma parte del aparato del Estado, ni sirve como instrumento para consolidar el poder de las ?lites locales; por el contrario, seg?n Ingham, refle ja tanto los intereses de los pobres como de los ricos. ?sta es una afirmaci?n importante que, sin embargo, no aparece desarrollada a lo largo del trabajo. Seguramente el autor dispone de elementos para establecer cu?l es la funci?n de cada grupo social en la vida religiosa, qu? relaciones existen entre riqueza y religiosidad, pros peridad material y apego a las tradiciones, poder pol?tico o econ?

mico y participaci?n en las celebraciones, pero no se define

claramente. Un somero estudio de la evoluci?n demogr?fica le permite se ?alar que Tlayacapan ha pasado por tres diferentes estadios en los ?ltimos 40 o 50 a?os: econom?a primitiva, con bajo ?ndice de nata lidad, producci?n en desarrollo integrada a la econom?a de merca

do, con creciente proporci?n de nacimientos, y la reciente

incorporaci?n a patrones de vida modernos, con tendencia a la de clinaci?n de la fertilidad. En todo caso, el modelo de la Sagrada Familia sirve como ideal de comportamiento para unos matrimo nios que oscilan de breves momentos de procreaci?n a largos pe riodos de abstinencia sexual, durante los cuales se fortalecen las relaciones entre la madre y los hijos mientras los hombres desv?an

en otros sentidos sus naturales inclinaciones (p. 3). Sin disponer de estad?sticas ni de posibilidad de comprobaci?n, esta afirmaci?n no es m?s que una hip?tesis que arriesga el autor. Varios investigadores han puesto de relieve la relaci?n entre ex plotaci?n de tierras comunales y celebraci?n de fiestas, como me dio de afirmaci?n de los lazos de la colectividad. Pero tambi?n en los casos en que la propiedad comunal ha sido sustituida por la pro piedad privada, las fiestas desempe?an una importante funci?n co

mo fortalecedoras de los lazos de solidaridad del vecindario y defensa de sus tradiciones frente a la amenaza de los riesgos y frustraciones

de la modernizaci?n. En Tlayacapan, las fiestas son manifestaci?n

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EXAMEN DE LIBROS

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folkl?rica de la vida comunitaria, y en el mismo rango se sit?an los lazos de parentesco espiritual. Al igual que las fiestas, el com padrazgo implica una s?ntesis de significados religiosos y funciones

sociales. El parentesco espiritual, que trasciende los lazos de la fa milia natural, tiene un car?cter a la vez pr?ctico e ideol?gico. La lucha contra el mal, plasmada en la Virgen Inmaculada, que aplasta la cabeza de la serpiente, yen la batalla del arc?ngel Mi guel contra Luzbel, es parte esencial de la doctrina cristiana. El mal puede acechar en cualquier parte y sus trampas amenazan la seguridad de la familia material y espiritual. En la religiosidad po pular de Tlayacapan es frecuente que se adjudiquen atributos de maldad a miembros de otras comunidades o clases sociales; anti guamente los propietarios de las plantaciones de ca?a y miembros de la ?lite local eran acusados de mantener tratos con el diablo. La penitencia es un modo seguro de combatir a los propios demo nios, como se muestra en abundantes relatos de vidas de santos, que constituyen un modelo de estoicismo y resignaci?n para los fie

les. Lafaye y otros autores han interpretado esta obsesi?n por la lucha entre el bien y el mal como una manifestaci?n de la preocu paci?n apocal?ptica de los evangelizadores del siglo xvi. La cultura tradicional de Tlayacapan alude a San Miguel que castiga al demonio por intentar atacar a la Mujer y su Hijo bajo forma de drag?n. Expulsado del cielo, Satan?s se refugia en los se res de la tierra y el mar para continuar al acecho. Mientras Cristo pretende incorporar la naturaleza ca?da a la familia espiritual, el demonio quiere impedirlo. La distinci?n ontol?gica entre el bien y el mal y la lucha entre el esp?ritu y la materia, propias del catolicismo, aceptan impl?cita mente la pervivencia de las fuerzas del paganismo y la consiguien te perpetuaci?n de la lucha. En el siglo xvi la cosmovisi?n cat?lica fue capaz de asimilar el contenido de la religi?n ind?gena y su estructura fundamental. Los

patrones religiosos representados por la ?lite ind?gena se identifi caron con los agentes del mal, y los santos cristianos se convirtie ron en abogados protectores de los m?s modestos miembros de las comunidades. As? el sincretismo de los primeros momentos impli c? la cr?tica de la riqueza y del poder secular y dio expresi?n a las aspiraciones de las masas populares. Los esfuerzos de los misione ros contra los abusos de los espa?oles fortalecieron la atracci?n del catolicismo para los indios. Cuando llegaron cl?rigos seculares, m?s

afectos a la ?lite criolla, los indios ya hab?an asimilado su propio catolicismo, mezcla de religi?n prehisp?nica, catolicismo europeo

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EXAMEN DE LIBROS

y representaciones simb?licas de la sociedad colonial, lo que les pro porcion? un est?mulo para sobrevivir y un fundamento para la cr?

tica de la dominaci?n. El cap?tulo dedicado al asentamiento de la comunidad de Tla yacapan, no s?lo expone las caracter?sticas del medio geogr?fico, sino que acertadamente informa de los modos de posesi?n de la tie

rra, en propiedad privada, comunal y ejidal, y de los niveles me dios considerados de riqueza relativa, seg?n las posibilidades de disfrute de los requerimientos m?nimos para la comodidad material.

El panorama hist?rico, que se ofrece como complemento para el mejor conocimiento de la comunidad, proporciona datos diver sos de inter?s desigual. Condicionado, probablemente, por las ca racter?sticas de las fuentes accesibles, la exposici?n de la ?poca prehisp?nica se reduce a generalidades conocidas como propias de los pueblos nahuas y que por extensi?n pueden aplicarse a Tlaya capan. Algo semejante sucede con la ?poca colonial, para la que hay una breve referencia en la historia de Bernai D?az del Castillo y comentarios marginales en las cr?nicas de la orden de San Agus t?n, que se estableci? en el lugar, primeramente como "visita" de Totolapan y despu?s con el soberbio convento que todav?a se con serva en parte. Otra hip?tesis que queda pendiente de comproba ci?n es que "los agustinos fueron, probablemente, m?s severos que otras ?rdenes en la supresi?n de la religi?n ind?gena" (p. 33). Comenta el patrocinio de los santos y la especial protecci?n que ofrec?an determinadas advocaciones. Trata de las costumbres fes tivas de car?cter profano que se mezclaban con las celebraciones religiosas durante la Colonia, y en las que, por cierto, no mencio na nada que pueda considerarse "heterodoxo", sino a lo sumo irre verente, seg?n el criterio con que se juzgue. Se refiere a las pr?cticas

de hechicer?a y se?ala que algunos de los magos "aparentemente

fueron cl?rigos ellos mismos", afirmaci?n que merecer?a alguna de mostraci?n, o al menos indicaci?n de la fuente correspondiente (p. 35). Los textos utilizados (de Christian y Caro Baroja, principal mente), relativos a la Espa?a del siglo de oro, nada a?aden al co nocimiento de la religiosidad popular novohispana y en cambio producen cierta desorientaci?n al mencionar un conjunto de pr?c ticas festivas europeas, entre las que destacan arlequines, colombi nas y polichinelas. Los curiosos simbolismos y tradiciones del carnaval de Tlayacapan, que para Ingham tienen parentesco con la commedia delVarte podr?an proceder de fuentes comunes medieva les. Sin negar la semejanza, podr?a sugerir que m?s que las coinci dencias posibles y probables importar?a conocer el significado de

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EXAMEN DE LIBROS

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la tradici?n y las razones de su arraigo en el folklore mexicano. Para el siglo xvm resalta la creciente complejidad de la pobla ci?n, con 61 familias espa?olas, 75 mestizas y 1 222 indias. Es pre sumible que las diferencias sociales estuviesen basadas en el origen ?tnico, lo que se confirma con testimonios del siglo xix, cuando las guerras y crisis econ?micas hab?an empobrecido a los vecinos m?s acomodados mientras los ind?genas hab?an resentido en me nor grado los cambios. En esta ?poca se produjo la transformaci?n m?s profunda, por la p?rdida de tierras comunales, la demanda de mano de obra en las haciendas y la creciente secularizaci?n. La revoluci?n, el desarrollo econ?mico regional y la diversifica ci?n de cultivos, influyeron tambi?n en la vida de Tlayacapan en a?os recientes; pero si no se perdieron completamente sus tradi ciones fue porque su validez se mantiene ante los riesgos de la nue va situaci?n, que propician la consolidaci?n de lazos intrafamiliares e interfamiliares.

En los ?ltimos a?os han surgido conflictos con los nuevos p? rrocos y laicos cat?licos, establecidos en el lugar con el fin de im plantar una nueva forma de catolicismo, la que corresponde al mundo moderno y a la iglesia posterior al Concilio Vaticano II. Un jesu?ta que vivi? all? durante alg?n tiempo termin? por admi tir que encontraba m?s fidelidad al evangelio y m?s humanismo en las fiestas populares de la "cultura Xochimilca-Tlayacapense" que en las ceremonias progresistas recomendadas por el obispo de

Cuernavaca, cabecera de la di?cesis.

Los cap?tulos centrales, fundamentalmente descriptivos, tratan de costumbres familiares, festejos, funcionamiento del compadrazgo

y actividad de los malos esp?ritus. Entre los seres representativos de las fuerzas del mal, al autor destaca "los aires", a los que dedi ca un cap?tulo completo. Analiza sus relaciones con el ciclo repro ductor, con los ni?os, las mujeres y la enfermedad que generalmente

se conoce como el susto. Los aires pueden atacar a cualquier per sona, a quien habr? de curarle con hierbas "calientes", para con trarrestar la cualidad fr?a del agente productor; esto corresponde a la compleja concepci?n tradicional de lo fr?o y lo caliente. El ?ltimo cap?tulo, "sincretismo y significados sociales", ofrece el punto de vista de Ingham sobre la forma en que se han consoli dado las creencias y pr?cticas religiosas a partir de la Conquista. Su conclusi?n podr?a aplicarse a cualquier forma de religiosidad popular. El an?lisis del sincretismo en Tlayacapan le sugiere la idea de que fue propiciado por un catolicismo "ya heterodoxo por vir tud de su misi?n hist?rica y de su propia dial?ctica teol?gica". Tal

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EXAMEN DE LIBROS

declaraci?n de heterodoxia, aplicada al catolicismo pre y postriden tino parece algo arriesgada y, en todo caso, pol?mica. Desde luego la teolog?a cat?lica ha evolucionado a lo largo de la historia y cada orden religiosa ha propuesto cierta forma propia de religiosidad, a la vez que los fieles asum?an las normas eclesi?sticas acomod?n dolas a sus propias creencias y necesidades. Naturalmente para un cat?lico del siglo xvi era mucho m?s f?cil atribuir al demonio cierta

injerencia en el orden natural que recurrir a explicaciones raciona les sobre fen?menos naturales. Ya se ha dicho anteriormente hasta

qu? punto los misioneros compart?an con los ne?fitos la fe en acon

tecimientos m?gicos y prodigiosos; las deidades prehisp?nicas te

n?an indiscutible realidad como manifestaciones de Satan?s. Incluso

las tr?gicas consecuencias de la Conquista pod?an atribuirse al jus to castigo divino por la pertinacia en el culto al demonio de los pue

blos americanos.

John M. Ingham concluye que el proceso de sincretismo no fue meramente intelectual sino que se arraig? en aspectos de la orga nizaci?n social y comunal; desde luego, poco significado habr?a te nido para indios, mestizos o espa?oles una religi?n ajena a su modo de vida. Las restricciones morales y culturales, como la exaltaci?n de virtudes privadas y p?blicas, han contribuido a mantener y con

solidar una organizaci?n que responde a necesidades de supervi vencia e identidad de grupos minoritarios sin atentar contra los

privilegiados que se benefician del mantenimiento del orden social.

Sin pretensiones de establecer generalizaciones f?ciles y con un amplio conocimiento del tema, Ingham nos proporciona una va liosa aportaci?n al estudio de la religiosidad popular y un intere sante ejemplo de trabajo antropol?gico que puede atraer igualmente

al soci?logo y al historiador.

Pilar Gonzalbo Aizpuru El Colegio de M?xico

Thomas D. Schoonover (ed.), Mexican Lobby. Mat?as Romero in Washington 1861-1867. Lexington, Kentucky, The University Press of Kentucky, 1986, 184 pp. Esta obra constituye una compilaci?n de la correspondencia oficial de Mat?as Romero durante su desempe?o como representante del gobierno juarista, en el periodo comprendido entre 1861 y 1867.

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EXAMEN DE LIBROS

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Es la primera vez que se ha traducido, del espa?ol al ingl?s, una selecci?n representativa de memor?ndums de las conversaciones sos

tenidas por el diplom?tico mexicano con oficiales, personajes y po

l?ticos norteamericanos, por medio de los cuales es posible rastrear

la diversidad y el alcance de las actividades que despleg?. Thomas D. Schoonover, profesor asociado de historia en la Uni versidad de Southwestern, Louisiana, asistido por Ebba Wesener Schoonover, elabor? un libro que pretende, con la reproducci?n de informaci?n diplom?tica, profundizar en el panorama hist?rico norteamericano de la segunda mitad del siglo xix, especialmente en la etapa llamada de la reconstrucci?n, y realzar la importancia que dicho material tiene para la mejor y m?s amplia comprensi?n de los sucesos acaecidos en el lapso se?alado. El mismo autor enfatiza el hecho de que las copias de la corres pondencia oficial de Romero son raras en los Estados Unidos y nun

ca hab?an sido traducidas al ingl?s. De manera que uno de sus principales objetivos es hacer accesible un cuerpo de material que debe ser valioso para los historiadores de la guerra civil norteame ricana, de la reconstrucci?n posterior y de las relaciones diplom? ticas con Europa y Latinoam?rica. La misma meta se especifica para la historiograf?a mexicana, aunque en este caso habr?a que recordar que, si bien la figura de Mat?as Romero no ha sido estu diada a?n con la objetividad debida para explicar ciertos aspectos del desarrollo pol?tico nacional de su ?poca, su correspondencia es conocida y ha sido trabajada en el an?lisis de las relaciones entre

M?xico y Estados Unidos.

De cualquier manera, la perspectiva y los planteamientos que Schoonover realiza en su introducci?n indican la necesidad de exa minar las actividades diplom?ticas de Romero vincul?ndolas estre chamente con las cuestiones internas norteamericanas. Asimismo, la multiplicidad de sus contactos y relaciones permitir? profundi zar en los lazos e intereses que un?an a pol?ticos y hombres de ne gocios de Estados Unidos con integrantes de oligarqu?as, nacionales

y regionales, dentro de las cuales comerciantes y empresarios de sempe?aban un papel determinante en los v?nculos hacia el exterior.

En t?rminos generales el libro se estructura en 7 cap?tulos, uno por cada a?o que corre de 1861 a 1867, con una introducci?n am plia y concisa por medio de la cual el autor delinea el trasfondo indispensable para la lectura de la documentaci?n que reproduce a continuaci?n. Hay, adem?s, un ep?logo, un ensayo sobre fuentes que se refieren al personaje, una bibliograf?a de obras escritas, com

piladas o editadas por el propio Romero, y un ?ndice onom?stico.

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340

examen de libros

La introducci?n es, pues, lo que proporciona la visi?n del au

lo que refleja su conocimiento e inter?s del personaje, lo que mu

tra su insistencia en remarcar la relevancia de la documenta diplom?tica. Se?ala, en palabras del historiador Eric Foner, los reportes de los diplom?ticos extranjeros, "fascinantes ob

dores contempor?neos", constituyen una fuente de informaci?n

lo com?n "menospreciada" para el conocimiento de la histor la reconstrucci?n norteamericana. El mismo material permit su opini?n, analizar la relaci?n existente entre la pol?tica in o "dom?stica" y los asuntos exteriores. A partir de este punto de vista, Schoonover establece una

culaci?n entre la guerra civil norteamericana, las actividades de

mero y la intervenci?n francesa. Indica que para mu

norteamericanos la guerra civil fue simplemente un conflic terno en el que destacan el desarrollo militar y los mitos rom cos que han crecido en torno a diferentes personajes y hecho

tal motivo se ha puesto poco inter?s en los aspectos internacion

de la misma contienda. No debe olvidarse que Estados Unid pesar de que consideraron la intervenci?n de Napole?n III e xico como una pol?tica que pretend?a utilizar la guerra civil minar la influencia norteamericana en el Caribe y revivir la cesa, asign? prioridad al conflicto interno y si bien protest? malmente por la injerencia de Francia en M?xico, no fue sino mediados de 1865 que la prensa, los l?deres militares y las fa nes sociales y pol?ticas interesadas en pr?stamos y ventas d mas manifestaron real oposici?n a la intervenci?n francesa. Sin embargo, pese a la posici?n de aislamiento adoptada po tados Unidos la guerra civil atrajo la atenci?n mundial. Otra

ciones siguieron el curso de los acontecimientos y busc

comprender sus causas porque ve?an que la suerte del sistem teamericano tendr?a un profundo efecto en sus propias socie

y econom?as. L?gicamente uno de esos pa?ses fue el vecino del su

M?xico. En este sentido la obra que se rese?a intenta llenar cialmente el vac?o que existe en el estudio de la etapa de la r

trucci?n ofreciendo los penetrantes comentarios de Mat?as Rom

que vivi? y conoci? la crisis de la secesi?n. Seg?n menciona Schoonover, el total de la correspondenci diplom?tico mexicano comprende entre 500 y 700 memor?n localizados en dos repositorios: el material de orden privado Banco de M?xico y el de tipo oficial en el archivo de la Secre de Relaciones Exteriores. Lo que en el libro se reproduce en m?nima parte de la informaci?n descrita, alrededor de 75 m

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r?ndums fechados entre 1861 a 1867, y que el autor tradujo de la obra editada por Mat?as Romero entre 1870 y 1892 bajo el t?tulo de Correspondencia de la Legaci?n Mexicana durante la intervenci?n extran

jera 1860-1868.

Calificando al diplom?tico mexicano de activo y competente re presentante de su gobierno, Schoonover hace un esbozo biogr?fico del personaje manifestando que estuvo al frente de importantes car

gos pol?ticos durante 37 de los 42 a?os de su vida p?blica, desde 1857, cuando ingres? al Ministerio de Relaciones Exteriores, has ta su muerte ocurrida en 1898. Describe su formaci?n profesional y sus v?nculos con Ju?rez, que se mantienen sin alteraciones hasta 1872 cuando el caudillo liberal busca la reelecci?n presidencial, de cisi?n no aceptada por Romero. Se?ala su participaci?n en la ad ministraci?n porfirista y destaca el hecho de que el matrimonio de su hija con Porfirio D?az asegur? su papel en la pol?tica mexicana y aument? su influencia dentro del r?gimen. Con todos estos elementos de trasfondo, la lectura de la corres pondencia de Mat?as Romero es de gran inter?s y novedad. En prin

cipio prueba que el diplom?tico mexicano fue un infatigable

trabajador que envi? a su pa?s voluminosos informes de la situa ci?n interna de Estados Unidos y sobre sus reuniones con pol?ti

cos, militares y hombres de negocios, como se ha dicho con

anterioridad. Fue tambi?n infatigable en sus esfuerzos por influir en favor de su pa?s. Las experiencias derivadas de la guerra de re forma y los efectos de la intervenci?n francesa y del imperio de Ma ximiliano resultan vitales y dram?ticos factores que influyen en los

mecanismos que utiliza en la b?squeda de apoyo y recursos. El mismo material hace evidente que se involucr? en una varie dad de asuntos, algunos de los cuales concern?an a las relaciones entre ambos pa?ses y otros a t?picos como lazos mercantiles y co municaciones mar?timas y f?rreas, cuestiones que implicaban la atracci?n del capital norteamericano y la intervenci?n militar. En la b?squeda por obtener estos fines intervino en la pol?tica "do m?stica" y combati? a quienes manifestaban oposici?n a M?xico. Los documentos muestran el apoyo a los esfuerzos para asegurar la renuncia del secretario de Estado Seward y la cooperaci?n con movimientos radicales para derrotar la elecci?n de Lincoln en 1864 y, m?s tarde, desacreditar a Johnson. Con el mismo objeto finan ci? la prensa, intent? atraer legisladores favorables a la causa jua rista y actu?, como opina el autor, detr?s de la escena pol?tica. Es decir, Mat?as Romero parece haber considerado que su ma yor responsabilidad, como representante del gobierno liberal, era

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EXAMEN DE LIBROS

la de lograr la integraci?n de un grupo de legisladores que apoya

ran la ayuda moral y material a M?xico en su lucha contra los fran

ceses. Cre?a que pod?a dar forma a la opini?n p?blica y pol?tica de la uni?n distribuyendo informaci?n, coordinando sus trabajos con gente que compartiera los objetivos mexicanos, puso en pr?c tica planes que agruparan legisladores y frecuent? a la ?lite social.

Era un proyecto que requer?a tiempo, que pretend?a el cambio de opini?n y de pol?tica gracias a una presi?n limitada pero constan te, algo que no entendieron algunos de sus cr?ticos. Insist?a en que

las figuras claves norteamericanas deb?an convencerse de las afini dades que ten?an con M?xico, como la ideolog?a liberal, y que la crisis de la secesi?n estaba en cierta forma vinculada a la interven ci?n francesa por el apoyo que Francia daba a los estados confe

derados.

El diplom?tico mexicano tuvo ?xito en convencer a muchos mi litares de la uni?n, pero no lo logr? en igual proporci?n con hom bres de negocios, l?deres del Congreso o figuras claves del gobierno.

Empero, como se ha repetido en varias ocasiones, trabaj? dura mente para promover la entrada a M?xico de capital norteameri cano, por cambiar la visi?n que se ten?a de la realidad nacional y por lograr la consolidaci?n del liberalismo. Quiz?s por ello resul ta apropiado preguntarse, como indica Schoonover, en qu? medi da el mundo que Romero pens? construir en los 1860 contribuy? al M?xico de las d?cadas de 1910 y 1920.

Carmen Bl?zquez Dom?nguez Universidad Veracruzana

Hideo Furuya. Memoria del servicio exterior mexicano en Jap?n. Secre

tar?a de Relaciones Exteriores, M?xico, 1985 (Archivo Hist?rico Diplom?tico Mexicano, Serie Obras Documentales, 19), 110 pp.

Hideo Furuya (1903-1984), quien desde el a?o de 1920 sirvi? co mo funcionario en la embajada de M?xico en Jap?n, en calidad de traductor e int?rprete por m?s de medio siglo, escribi? esta me

moria, de la cual dice el editor "... se dejan apuntados los eventos y datos fragmentarios de que tuvo conocimiento el autor durante

los cuarenta y tres a?os de su labor..." (p. 27).

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Entre esos m?ltiples eventos, Furuya destaca la construcci?n de un monumento en Onjuku, en el a?o de 1928, en conmemoraci?n del suceso que marc? el inicio de las relaciones entre M?xico y Ja p?n a principios del siglo xvn. Este suceso se refiere a la ayuda que prestaron los habitantes de Onjuku (p. 31) a don Rodrigo de Vive ro, ex gobernador de Filipinas y a su tripulaci?n, quien en su viaje de regreso a la Nueva Espa?a naufrag? en las costas japonesas. Este primer contacto con el shogunato de Tokugawa hizo posible el en v?o de Sebasti?n Vizca?no desde la Nueva Espa?a, y de Jap?n la salida de la Misi?n Hasekura, que correspondieron a los primeros intentos de convenios comerciales entre ambas partes. Quiz?s lo m?s importante de esta Memoria del servicio exterior me

xicano en Jap?n, es que queda aclarado el asunto de los terrenos de la legaci?n de M?xico en Tokio, considerados hasta hoy como un regalo de Jap?n a M?xico, cuando que en realidad fue una ce si?n en arrendamiento. Como bien sabemos, en noviembre de 1888 M?xico firm? con Jap?n el primer tratado en bases de igualdad, por medio del cual nuestro pa?s le reconoci? su soberan?a, pudien do de esta manera denunciar los tratados que ten?a celebrados con las entonces potencias de occidente, los cuales le eran perjudicia les, en cuanto a jurisdicci?n extraterritorial y a tarifas arancela rias. Jap?n, en agradecimiento a este gesto generoso por parte de M?xico, le cedi? un terreno que "aunque no existe constancia do cumental, se dice que el mismo terreno ?que era y a?n es propie dad nacional de Jap?n? se ofreci? para uso de la Misi?n mexicana en Jap?n, en cumplimiento de una orden personal del emperador Meiji de dar la mayor facilidad de este respecto a M?xico" (p. 43). El documento n?mero 4, del 16 de noviembre de 1892, contenido en el ap?ndice de este libro, hace referencia al contrato de arrenda miento de los citados terrenos para la legaci?n de M?xico ' 'para uso del susodicho Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos Mexicanos y sus sucesores, como oficina de la Legaci?n de los Estados Unidos Mexicanos, por el t?rmino de treinta a?os a partir de la fecha de la ejecuci?n de esta concesi?n" (p. 72). A su vez existe el acuerdo "que en el caso de que uno o ambos lotes sean requeridos por el Gobierno Imperial de Jap?n, conforme a los intereses nacionales en general o por las autorida des locales de Tokio en beneficio p?blico, el representante mexica no que entoces ocupe la Legaci?n deber? entregar y desalojar los lotes en el debido tiempo... queda entendido y acordado que el Go bierno Imperial de Jap?n se compromete a dar la debida compen saci?n... y asignarle otro lote" (p. 73).

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C?sar P?rez Saavedra, refiri?ndose a este asunto, se?ala en el pr?logo "precisa sin embargo, interpretar la naturaleza jur?dica in tr?nseca del contrato de arrendamiento firmado entre el Goberna dor de Tokio y el Ministro Jos? Ma. Rasc?n en 1891, que formaliza la entrega por parte del Gobierno Imperial del Jap?n al de M?xi co, de un predio para el establecimiento de su Legaci?n... Consi deramos que el contrato de arrendamiento encierra en el fondo la cesi?n en usufructo y a perpetuidad del terreno por las siguientes razones: la renta que se estipula tiene un monto simb?lico... equi valente a un impuesto predial... El arrendamiento original tiene una vigencia de treinta a?os, y encierra un mecanismo para su re novaci?n por periodos iguales y por tiempo indefinido... El con trato, si bien prev? que el Gobierno de Jap?n podr? reclamar por causa de utilidad p?blica el predio cedido en arrendamiento al Go bierno de M?xico... consigna asimismo que no s?lo se indemniza r? a M?xico... sino que se le restituir? otro predio para el traslado de su Legaci?n". P?rez Saavedra termina su referencia afirmando "Hoy d?a en que el valor de la tierra en Tokio es... oro molido, bien vale la pena tener presente en su conjunto, el origen hist?rico y las peculiaridades jur?dicas del contrato de arrendamiento" (p.

Conviene dejar mencionadas algunas afirmaciones audaces de Furuya, quien las dej? asentadas sin indicar fuente alguna, lo cual es una l?stima: 1) entre los historiadores siempre ha existido la du da sobre el n?mero de japoneses que salieron con Hasekura rum

bo a la Nueva Espa?a y Europa, sin embargo, Furuya anota "la

primera misi?n cristiana del Jap?n, compuesta por sesenta y ocho personas" (p. 31); 2) la historia registra como fecha de salida de

Hasekura de Espa?a el a?o de 1617. Pero Furuya escribe al res

pecto "Hasekura sali? de Europa en 1619 para volver al Jap?n v?a M?xico" (p. 31); 3) hasta la fecha no ha sido posible saber sobre el destino exacto de los acompa?antes de Hasekura, aunque hay una versi?n en el sentido de que la mitad se qued? en Acapulco, Furuya escribe "como los tripulantes del barco que llev? la Misi?n Hasekura (1614) se quedaron en Acapulco hasta su regreso (1619)" (p. 31), y 4) se han hecho b?squedas en los archivos locales para identificar ascendientes japoneses en la poblaci?n de Acapulco, pero han sido infructuosos. Furuya, tampoco muy seguro, escribe al res

pecto "se dice que algunos de ellos se casaron con mujeres locales y que se hallaron all? algunas familias con apellidos parecidos a los

japoneses" (p. 31).

Por lo dem?s, la obra que rese?amos contiene un ap?ndice do

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cumental de 16 documentos que sirven de apoyo a la Memoria de Furuya. De ?stos, 15 son del Archivo Hist?rico Genaro Estrada de la Secretar?a de Relaciones Exteriores de M?xico, la mayor?a de los cuales se publican por primera vez, como son los referentes al arrendamiento de los terrenos para la legaci?n de M?xico en To kio (documentos 3 y 4). Informes de Luis N. Rubalcava sobre el terremoto de Jap?n de 1923 (documentos 7 y 8). Mensaje del pre sidente de M?xico, Manuel ?vila Camacho, ante el Congreso de la Uni?n sobre el estado de guerra con Jap?n, 1942 (documento 9). Comunicaci?n de Rafael de la Colina, embajador de M?xico en Estados Unidos, sobre la reanudaci?n de relaciones diplom?ti cas con Jap?n en 1952 (documento 11). Notas y comunicaciones diplom?ticas sobre el programa especial de intercambio de beca rios entre M?xico y Jap?n, 1971 (documentos 13, 14 y 15). En cuan

to al documento 16, se trata de una carta de Octavio Paz, escrita

a Furuya desde el aeropuerto de Narita, el 6 de noviembre de 1984,

quien en ocasi?n de su viaje a Jap?n no pudo ir a saludarle "no quiero dejar su hermoso y admirable pa?s sin decirle, as? sea por escrito, que pienso con frecuencia en usted y que no he olvidado ni olvidar? la cortes?a, la tolerancia y la bondad llena de sabidur?a humana con que usted me trat? hace m?s de treinta a?os en horas

dif?ciles" (p. 105).

Esta obra, prologada excelentemente por C?sar P?rez Saavedra, se suma a la ya larga lista de libros que edita la Secretar?a de Rela ciones Exteriores y que son de gran aceptaci?n entre el lector es tudioso.

Mar?a Elena Ota Mishima El Colegio de M?xico Elias Trabulse. Francisco Xavier Gamboa: un pol?tico criollo en la ilus

traci?n mexicana 1717-1794. M?xico, El Colegio de M?xico, 1985 (Jornadas 109), 169 pp., ils.

En la Nueva Espa?a, en el siglo xvni, cuando los monarcas pe

ninsulares emprendieron una vigorosa ofensiva para recuperar el poder que hab?a parado en manos de grupos privilegiados, un po l?tico criollo ascendi? a encumbradas posiciones en el gobierno, a pesar de ir en contra de las tendencias predominantes en la me tr?poli.

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EXAMEN DE LIBROS

?C?mo fue posible que un criollo llegara a las m?s altas esferas de la pol?tica virreinal (normalmente reservadas a los espa?oles) aun contraviniendo las impetuosas corrientes reformistas? Podemos encontrar la respuesta en el libro de Trabulse, quien, con el rigor del especialista, en forma clara, amena y erudita, pre senta la vida y obra de Gamboa haciendo ?nfasis en su car?cter de hombre erudito e ilustrado, que supo conjugar "modernidad cr?tica y tradici?n fide?sta" (p. 13). Gamboa demostr? desde su infancia aptitud para el estudio. Tu vo oportunidad de asistir al Colegio de San Ildefonso, donde se for

m? dentro de la corriente de pensamiento ilustrado, a que lo

introdujeron los jesuitas. Adquiri? conocimiento de las ciencias, en especial las matem?ticas y la geometr?a. Una vez que hubo concluido sus estudios y recibi? el t?tulo de licenciado en derecho "entr? a lidiar en la palestra jur?dica. Siguien

do una ancestral costumbre se incorpor? al despacho de un famoso abogado" (p. 24). Al poco tiempo muri? su preceptor y quedaron todos los asuntos de ?ste en manos del joven litigante. Pronto Gam

boa gan? prestigio y lleg? a ser el m?s renombrado jurisconsulto novohispano. Entre sus clientes se encontraban los grupos y perso najes m?s poderosos e influyentes en Nueva Espa?a. En 1755, este ilustre criollo realiz? un viaje a Espa?a con el ob jeto de presentar ante el rey un proyecto financiero que deseaba emprender el consulado de comerciantes, que propon?a la creaci?n de un banco refaccionario para impulsar la miner?a. A fin de lograr su prop?sito, Gamboa elabor? el tratado m?s completo que hasta entonces se hubiera escrito sobre la miner?a no

vohispana. Esta obra ?dedicada a Carlos III? tiene un car?cter enciclop?dico y es un claro ejemplo de la erudici?n y lucidez de su autor.

Gamboa analiz? los problemas de la miner?a desde tres distin tos puntos de vista: el jur?dico, el econ?mico y el tecnol?gico. En lo jur?dico, sugiri? (de manera muy prudente y cuidadosa para no provocar la reacci?n adversa de la Corona) las modificaciones a la antigua legislaci?n que ?l consideraba pertinentes. A?os despu?s, esta obra sirvi? de base para elaborar las nuevas ordenanzas. Describi? la decadencia en que se encontraba la miner?a y refle xion? acerca de cu?les ser?an las medidas necesarias para impul sarla; entre ?stas destacan: el abaratamiento del precio del azogue (mercurio) y la concesi?n de permisos para su explotaci?n regio nal, la creaci?n de casas de moneda y, por ?ltimo, la formaci?n de un banco refaccionario que deber?a estar ?conclu?a Gamboa?

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en manos de los comerciantes. En lo tecnol?gico Gamboa "se em pe?? en dar un cuadro tan completo como fuera posible de los prin

cipales problemas t?cnicos y sus posibles soluciones" (p. 80). Trabulse, estudioso de la ciencia en el periodo virreinal, consi

dera de gran importancia la obra, pues "ejerci? una influencia muy

profunda en las t?cnicas que se siguieron a todo lo largo del siglo xv?n y buena parte del xix, ya que al mostrar la evidente supe rioridad del m?todo de amalgamaci?n sobre cualquier otro proce dimiento, hac?a muy dif?cil la aceptaci?n de otras t?cnicas por

novedosas que fueran" (p. 83).

Probablemente esta obra, adem?s de prestigio, gan? para su autor la buena voluntad del monarca, quien lo nombr? alcalde del crimen de la audiencia de M?xico. En este puesto Gamboa se dis tingui? por su labor humanitaria (que Trabulse atribuye en buena medida a su formaci?n de ilustrado), especialmente por su intento de suprimir los maltratos que sufr?an los reos condenados a traba

jar en obrajes.

Con la expulsi?n de los jesu?tas en 1767, se produjo desconten to en el seno de la sociedad novohispana, incluso el de algunos miembros de la ?lite pol?tica. Entre estos personajes figuraba Gam boa, quien tuvo que trasladarse a Espa?a para servir corno oidor de la audiencia de Barcelona, en calidad de desterrado. Cuatro a?os despu?s pudo regresar a Nueva Espa?a a ocupar su antiguo cargo. En 1774 fue nombrado oidor de la audiencia de M?xico: "su labor era ardua, ya que este tribunal superior ten?a amplias facul tades tanto en el aspecto civil como en el criminal, aparte de su car?cter administrativo y gubernativo" (p. 108). Haciendo uso de la influencia pol?tica que le confer?a su posi

ci?n, Gamboa intent? obstaculizar la aplicaci?n de las reformas bor

b?nicas. Esta actitud le vali? la enemistad del visitador Jos? de G?lvez, ejecutor de las mismas. A causa de este conflicto fue nom brado regente de la audiencia de Santo Domingo, puesto que sig nificaba el exilio pol?tico. A la muerte de G?lvez, Gamboa pudo regresar a la patria, esta vez como regente de la audiencia. En este cargo se convirti? en un hombre muy poderoso; su influencia en algunos ?mbitos, como el hacendario, lleg? a estar por encima de la del virrey. Desde tal posi

ci?n lanz? una ?ltima y eficaz ofensiva en contra de las citadas re formas, y, adem?s de otras cosas, logr? desarticular el sistema de Intendencias.

En el a?o de 1794 muri? este c?lebre pol?tico criollo, quien por su erudici?n, inteligencia y tenacidad se distingui? entre sus con

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tempor?neos. "En ?l tuvo la ilustraci?n novohispana ?dice

Trabulse? a uno de sus m?s preclaros protagonistas, que conju gaba en su persona el pensamiento y la praxis... Su vida y obra nos ponen en contacto con los momentos estelares de nuestro poli fac?tico siglo de las luces" (p. 13). El libro de Trabulse, bien cuidado en todos los detalles, tanto en la presentaci?n como en el contenido, ayuda a entender c?mo se desarroll? la ilustraci?n en M?xico, al examinar las acciones de uno de sus representantes ejemplares.

Leonardo ?lvarez El Colegio de M?xico

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t 4?^^_ Vify?niaJnii.b&A S?crahtria

utitcZ ^ (?omile Mexicano ?t (?icncia^ jbijal?ricap H^for?ap (6omtr? 3uUrnalional ??* Scianas OWs?ori?uas)

?nrifu?a?o"&l aseen*? /???al vj econ?mico ie?o*itim?<}ranr?? e$panol?5:

t>cr Kater obUmta ci "Gremio 1966*' ai m<yor arftcu?o ?*9tiVroria

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